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SEMANA 3: LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SONIDO

Lección 3.2. Conflicto y poder: territorios acústicos y sonidos en la ciudad

La categoría “ruido”, resulta de la activación de una serie de juicios de valor por parte del que
escucha. Podemos decir que el ruido es un índice de conflicto social.

El distanciamiento de los estudios del sonido desde las perspectivas acústica, estética o artística, ha
permitido su abordaje como un tema social. Así, se ha llegado a un cierto consenso al respecto de
que las interpretaciones que hacemos de ciertos sonidos como “molestos”, “agresivos” o
“insoportables”, se debe no tanto a los componentes acústicos de los sonidos (por ejemplo, tipos
de vibraciones, espectro de resonancias o decibelaje), como sí a los contextos de escucha.

Factores como las relaciones de proximidad física, discrepancias entre nuestras expectativas de lo que
deseamos hacer en un lugar determinado y lo que realmente podemos hacer en dicho espacio, o los
contextos de interacción social que son mediados por dinámicas sonoras, determinan en gran medida
aquello que percibimos como ruido. Así es como esta categoría, por lo general negativa, emana en
gran medida de juicios de valor que hacemos en el marco de interacciones sociales específicas y que
nos ponen en contacto con sonidos que no deseamos escuchar.

Como lo explica Brandon Labelle, el sonido implica intercambios significativos que en ocasiones
funcionan en contra del cuerpo individual y lo integran a una ola mayor de conductas sociales. Tales
movimientos, construyen una espacialidad que es a un mismo tiempo coherente y divergente.

Por ello, la espacialidad sonora es una lección de negociación, que une al mismo tiempo que separa.
Crea una interrupción entre las líneas que delimitan el adentro y el fuera, llevando a sus límites la
distinción entre lo público y lo privado. El sonido se convierte en una matriz que genera coordenadas
espaciales, mezclas sociales, y percepciones corporales. El sonido forma comunidades, y une cuerpos
que no necesariamente se buscan, obligándolos a la proximidad física.

Si los sonidos sirven como forma de comunicación, también sirven como forma de delimitación
espacial. Pensemos, por ejemplo, en los gritos y pregones de los mercantes; el anuncio en voz alta
sirve para comunicar los beneficios de los productos que venden, pero esos gritos también expanden
los límites de las zonas de acción comercial.

Un ejemplo muy claro es el sonido del habla. Éste es un componente del paisaje sonoro al que
respondemos con una gran inversión de afectividad. Los acentos extranjeros o marcas sonoras de
clase social en la vida cotidiana, por ejemplo, portan una marca sonora que, al salir de la esfera sónica
habitual, de manera casi inmediata nos remite a mundos sociales que solemos imaginar como
distintos, exóticos y a menudo “Inferiores” o “Superiores”.

Justamente, la escucha de estos sonidos, tan anclada en la historia y la cultura, suele gatillar las
reacciones más radicales y que acusan temor por perder un territorio que se considera propio.

Estas reacciones, por lo demás, no son nuevas. Los estudios sonoros de corte postcolonial han
ejemplificado los modos en que, al escuchar las prácticas vocales o músico-rituales en el momento
del encuentro colonial, los conquistadores y misioneros usaron sus modos de escucha para
interpretar las voces indígenas y así asentar el mito del salvaje. Como consecuencia, surgió también
la creación de discursos de separación entre los supuestos hombres salvajes y los civilizados.

A la larga, la sonoridad del lenguaje y su asociación con nociones de lo civilizado, supuso en ciertos
momentos de la historia la creación de un abismo infranqueable entre categorías de personas, y se
terminaron por establecer una demarcación y polarización de conceptos tales como lo indígena
versus lo no-indígena, lo letrado versus lo popular, lo tradicional o “puro” como anatema de lo
moderno y lo híbrido.

El entendimiento de los modos de escucha como prácticas culturales, historizadas y geo-localizadas,


ha develado que también la escucha está sujeta a estructuras de poder diferencial.

2. Politización de la escucha

La politización de la escucha, entiende como política a la actividad humana destinada a ordenar


jurídicamente la vida social. De ella deriva el gobierno de los hombres en la comunidad organizada,
y consiste en acciones ejecutadas con la intención de influir, obtener, conservar, crear, extinguir o
modificar el poder, la organización o el ordenamiento de la comunidad.

Como toda acción voluntaria del hombre, la actividad política proyecta o cristaliza en hechos una
conducta determinada. Pero esa conducta no tiene sentido individual. El acto político es una
exterioridad de sentido, un acto de la vida social. Es vida y modo de vivir, de crear estructuras, de
perfeccionar la convivencia dentro de la comunidad humana.

Si por un lado la política norma las pautas de convivencia humana y, por otro, el sonido simbolizado
estructura, organiza y da sentido al mundo humano, entonces cabe preguntarse:

 ¿Cómo el sonido y su escucha estructuran relaciones de poder?

 ¿Cómo es que las prácticas de escucha, oprimen o liberan a los ciudadanos?

Para responder estas preguntas, debemos considerar que la política de la escucha ha cobrado
un relevante rol en las estrategias de justicia social y restaurativa. Investigaciones recientes de Suzane
Cusick y Katia Chornik, se han ocupado de comprender el papel de la música y los sonidos en
prácticas militares de tortura. Como lo han demostrado, cuando ciertos sonidos se imponen en contra
de la voluntad del sujeto, éstos pueden destruir su subjetividad, autoestima y deseos por vivir.

Por otro lado, la recuperación de sonidos silenciados, forma parte de iniciativas por la conservación
de la memoria histórica. Los relatos, la música, la descripción o registro de entornos sonoros,
contribuyen a la reelaboración de las narrativas históricas, no sólo desde la perspectiva de lo objetivo,
sino también desde lo subjetivo.

Justamente, debido a sus fuertes conexiones con las ideologías, el sonido también es considerado
como un componente poderoso para la asociación política y la protesta, así como para articular
formas de empoderamiento ciudadano.

Un actual ejemplo del uso político de registros sonoros para intervenir el espacio acústico en pro de
la justicia social y los derechos humanos, fue claramente articulado en el caso de la separación de
familias de migrantes, bajo la política de “cero tolerancia” de la administración Trump en Estados
Unidos, a mediados del año 2018. Aquí, a las afueras de un hotel perteneciente al mandatario, se
intervino el espacio urbano con parlantes que reproducían las voces de los niños y niñas separados
de sus familias.

En la época actual, diversas propuestas estéticas y políticas han sido instrumentadas, a fin de habilitar
la escucha de diferentes formas de peligro o injusticia; crisis migratorias, políticas, humanitarias y
ecológicas tienen una dimensión sonora que reclama nuestra atención.

La politización de la escucha, consiste en el reconocimiento de la existencia de regímenes de poder


que inciden en las posibilidades de escuchar. Es necesario reconocer los sentimientos que los sonidos
despiertan para poder reconocer, también, la posición desde la cual nos permiten construir
conocimiento sobre el mundo, y sobre nosotros mismos.

La subversión, alteración, uso y comprensión de esos órdenes de poder, tiene como finalidad
reflexionar y actuar sobre nuestro momento histórico y las formas en las que nos relacionamos unos
con los otros. La politización de la escucha en la era actual implica al cuerpo. Reclama una escucha
con la piel, con los órganos, con la mente y con todo lo que tengamos al alcance del oído.

Para citar este material educativo:

Bieletto Natalia (2018) “Conflicto y poder: territorios acústicos y sonidos en


la ciudad”. Material del curso “Paisaje Sonoro: escucha, experiencia y
cotidianidad”, impartido en UAbierta, Universidad de Chile.

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