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“¡Qué tarde es! ¡No lograré llegar a tiempo!” – gritaba el conejo desenfrenadamente mientras
consultaba su reloj con desesperación. Alicia pensó que aquel conejo estaba loco, pues nunca había
visto un animal que se preocupara tanto por el tiempo. Sin embargo, como no podía resistir su
curiosidad, la niña decidió seguir al conejo bosque adentro, y tras unos minutos, el animal se perdió
en el interior de un pequeño agujero que había en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, Alicia se dispuso a seguir al conejo hacia el interior de aquel hueco,
y en poco tiempo se encontró atravesando un estrecho túnel que conducía a una estancia
hermosamente decorada. En aquel lugar, existía una mesa repleta de manjares y postres
deliciosos, y en una de sus esquinas, se encontraba un pequeño frasco con un líquido azul
que decía: “Bébeme”.
En uno de los rincones, Alicia pudo encontrar una puertecita, en la que penetró para avanzar por
un largo pasadizo. Aunque no pudo encontrar al conejo en aquel lugar, la niña quedó sorprendida
al contemplar una casita que se alzaba sobre un hermoso jardín lleno de flores. Al entrar en ella,
Alicia se encontró rodeada de exquisitos platos. Guisos, sopas, helados, todo en aquel lugar
parecía tan sabroso que la niña decidió probar un bocado de cada cosa.
De repente, Alicia comenzó a crecer y a crecer hasta que alcanzó el techo de la casa, pero este no
resistió por mucho tiempo y se rompió sin remedio. Un ave que posaba en el tejado se asustó
tanto de ver a la niña que comenzó a gritar desesperadamente: “¡Una bestia! Auxilio, por favor”,
pero Alicia le replicó diciendo: “Yo no soy una bestia. Soy una niña”.
Al preguntarles cómo podía salir de aquel lugar, los animales no le hicieron caso y continuaron
murmurando entre ellos con poco disimulo. “¡Qué maleducados! Deberían aprender a tener más
educación” – gritó Alicia con cierto enfado y se alejó del lugar caminando por la orilla del lago.
Tiempo después, y extenuada de tanto andar, la niña decidió sentarse a descansar en un hongo
gigante de color amarillo. En ese momento, apareció junto a ella un anciano gusano con mirada
triste.
Cuando por fin recuperó su tamaño, la pequeña decidió proseguir su camino hasta llegar a un
claro del bosque donde se encontraba una mesa alargada. Alrededor de aquella mesa compartían
espacio un grupo de seres muy extraños, pero entre ellos, también se hallaba el conejo blanco.
Después de comer junto a sus nuevos amigos, Alicia descubrió que en un rosal cerca de aquel
lugar, unas cartas de baraja muy sobrias se dedicaban a pintar de rojo las rosas blancas.
“La reina así lo ha ordenado” – dijeron al mismo tiempo las cartas cuando Alicia les preguntó.
Entonces, de repente, apareció entre los rosales la mismísima reina, y observando a la pequeña
con aire de superioridad, le gritó a sus guardias que le cortaran la cabeza. Para defenderse, Alicia
sopló tan fuerte que las cartas se desplomaron en el suelo, pero luego arribaron más guardias, y
sin otro remedio, la niña quedó prisionera.
Acusada de intrusa en el reino, Alicia fue llevada ante un consejo que la acusaba
por toda clase de tonterías. Sin poder replicar, la niña se sintió cada vez más
enfurecida, y en un intento por escaparse, corrió con todas sus fuerzas lejos de
aquel lugar. Tras ella, un ejército de cartas le perseguía de cerca y justo cuando
estaban a punto de alcanzarla, comenzó a gritar con todas sus fuerzas hasta que
se encontró nuevamente en el árbol donde había decidido sentarse a descansar.
Entonces, Alicia comprendió que todo había sido una terrible pesadilla, y como la
noche comenzaba a aparecer, se dispuso a regresar a casa.