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Resolutio
Resolutio
Año tras año y tras cada reforma del Tratado de Roma, el hemiciclo de
Estrasbugo ha ido incrementando sus competencias jurídicas e influencia
política. Incluso pese a la paradoja de la declinante participación electoral
que lo legitima: solo rota para bien —al alza— este 26 de mayo.
A diferencia de los Parlamentos nacionales, no elige de la nada a un
presidente del Ejecutivo. Pero lo inviste. Hasta ahora, sus destellos de
poder relampaguearon en 1999, cuando forzó la dimisión de la Comisión de
Jacques Santer por el favoritismo de una comisaria, Edith Crésson, al
contratar a un ayudante; y en 2004, cuando obligó a José Manuel Durão
Barroso a prescindir del candidato a comisario italiano, Rocco Butiglione,
por ultra y homófobo, y tuvo que rehacer su cartapacio.
La votación a Ursula Albrecht ha segregado más intensidad institucional. Al
amenazar con el rechazo a la candidata de los primeros ministros, y
validarla al cabo por una exigua mayoría de nueve escaños (sobre 747), los
diputados no solo tamborileaban con una agónica crisis institucional. No
solo se vengaron de que el Consejo Europeo hubiese descartado a sus
cabezas de lista más votados en las urnas (spitzenkandidaten). También
afirmaron de facto su poder de elegir. Sustentado, más que en el Tratado de
la Unión, en que irrumpen como la encarnación del principio democrático,
que contrarresta, compensa o legitima la funcionalidad del poder
funcionarial.