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Hacia una ciudadanía universitaria: Notas para la discusión1

Waldemiro Vélez Cardona, PhD2.

Introducción

En este Seminario, abordaremos los diversos significados de lo que implica ser

ciudadano del Recinto de Río Piedras. Pensando en el Recinto como ciudad,

comunidad y país que nos alberga, con frecuencia incómodamente. Me parece que

sería adecuado que discutiéramos las maneras como los diversos actores-ciudadanos

(particularmente los docentes), hacemos y rehacemos nuestra convivencia en dicho

espacio.

Como toda ciudadanía, la universitaria se manifiesta a partir de diversas culturas. Es

decir, es en cierta forma intercultural y plural. Algunas de estas manifestaciones

culturales privilegia las acciones concertadas de manera más visible, mientras que

otras tal vez procuren producir conocimientos que nos ayuden a replantearnos la propia

institucionalidad del saber y los mecanismos que lo cooptan o potencian, pero desde el

espacio privado. Otras, sin embargo, no promueven ni una ni otra. Me parece que

todas son referente importante para entender los intersticios de nuestra conducta

universitaria.

También me gustaría reflexionar, colectivamente, sobre la manera en que los espacios

institucionales de participación ciudadana-universitaria (departamentos, facultades,

pasillos, cafeterías, merenderos, consejos, comités, senados, juntas, sindicatos,


                                                                                                                         
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 Escrito  para  promover  la  discusión  en  el  1er  Seminario  sobre  Ciudadanía  Universitaria:  Perspectivas  y  
Reflexiones,  auspiciado  por  la  Cátedra  UNESCO  de  Educación  Superior  de  la  UPR.  Facultad  de  Educación,  18  de  
noviembre  de  2010.  
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 Catedrático  en  el  Departamento  de  Ciencias  Sociales  del  Recinto  de  Río  Piedras  de  la  UPR.  
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asociaciones, etc.) promueven, imposibilitan o son indiferentes al más pleno desarrollo

de la ciudadanía universitaria.

Las presentes notas no pretenden ser exhaustivas, ni siquiera el punto de partida para

la discusión. Lo que representan es una reflexión que un colega universitario quiere

compartir con otros. Las discusiones que se generen necesariamente provendrán de

muy diversos puntos de vista, todos muy valiosos, precisamente por su diversidad. La

manera en que los abordemos será un referente de cómo se hace ciudadanía

universitaria en la práctica.

¿Qué estoy proponiendo por ciudadanía?3

En la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución

Francesa los derechos humanos son presentados como propiedades inherentes a una

“naturaleza humana” concebida como esencia universal y permanente compartida por

todos independientemente de las condiciones de vida de las personas. La naturaleza

humana es digna –afirmaba Kant, el gran filosofo fe la Ilustración –porque es un valor

absoluto, a diferencia de las cosas que poseen un valor relativo porque son, en relación

a otra cosa, y por lo mismo son bienes sustituibles, es decir, mercancías. Pero las

personas, en tanto que son fines en sí mismas, poseen un valor absoluto porque valen

por sí mismas y no por aquello con lo que están en relación. Son por ello

                                                                                                                         
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  Aquí   estoy   tomadando   prestadas   las   ideas   de   Fidel   Tubino   en   sus   escritos:   De   la     ciudadania  
homogenea  a  la  ciudadania  diferenciada;   y  No  una  sino  muchas  ciudadanias.  Una  reflexión  desde  América  
Latina.  Las  ideas  son  de  él  y  lo  que  hago  son  unas  muy  leves  adaptaciones.  

 
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insustituibles. El ser humano –se decía- es digno por naturaleza y no por aquello en

que deviene.

El discurso ilustrado de los derechos humano se estructura en base a las dicotomías

más clásicas de la metafísica: el devenir y lo permanente, lo particular y lo universal, lo

accidental y lo esencial. La “naturaleza humana” ocupa el lugar de lo permanente, lo

universal y lo esencial. Y las costumbres o culturas, el lugar de lo cambiante, lo

particular y lo accidental. El ser sujeto de derechos es concebido como un atributo

intrínseco a la universal naturaleza humana. La identidad ciudadana es parte de

nuestra identidad primaria, es anterior a sus manifestaciones particulares. Es algo así

como una identidad esencial, metafísica, universal y permanente, en la que todos

podemos y debemos reconocernos como iguales en el plano ontológico a pesar de las

desigualdades realmente existentes.

La principal deficiencia de la teoría ilustrada de las libertades civiles y de las libertades

políticas es la concepción de la autonomía que subyace a ellas. La autonomía es

pensada como el acto de un sujeto desenraizado que no reconoce inter-sujetos en la

constitución de su subjetividad. El sujeto de los derechos del que nos habla la

Ilustraciones es un sujeto sin sexo, sin género y sin cultura: es un sujeto abstracto. Un

sujeto sin singularidades, un sujeto que no existe. Ignorar la pertinencia a un éthos es

la condición de la ciudadanía. Como si entre la pertinencia comunitaria y el ejercicio de

la ciudadanía hubiera una insalvable contradicción. Desde la interpretación ilustrada de

los derechos humanos mientras menos conservemos el espíritu comunitario de nuestra

cultura de pertenencia primaria, más ciudadano seremos. La identidad ciudadana


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ilustrada es una identidad cosmopolita labrada desde las categorías del pensamiento

liberal del siglo XVIII. Presupone el desarraigo, es para individuos desvinculados,

indiferenciados. Es para entes abstractos, para identidades sin historia.

En síntesis, podemos afirmar que la concepción ilustrada de la ciudadanía posee dos


problemas:

1. Se basa en una metafísica dualista, pre-crítica, carente de conciencia


histórica.
2. Se estructura para un sujeto descontextualizado, sin cultura, sin éthos, sin
género y sin historia singular.

La ciudadanía no es una condición a-histórica: depende de los contextos. Las leyes,

normas, reglamentos, certificaciones, no traen como consecuencia inmediata la

actuación de los derechos. Generan espacios de lucha por el reconocimiento que

deben ser adecuadamente aprovechados. Para ello es muy importante generar

culturas ciudadanas de la participación política enraizadas en los mundos vitales y en

las culturas propias de la gente. Generar valoraciones, hábitos colectivos, estilos de

argumentación racional y saberes prácticos sin los cuales los espacios públicos de

deliberación social no son debidamente aprovechados.

Frente a la concepción liberal clásica de la ciudadanía indiferenciada, debemos

entender que entre ciudadanía y diversidad no hay ruptura, que el ejercicio de la

ciudadanía no involucra la renuncia a la pertenencia comunitaria y que, en este

sentido, los derechos comunitarios no introducen necesariamente limitaciones

injustificadas al ejercicio de los derechos individuales. Decir que la diferencia es

inherente a la ciudadanía, o que la ciudadanía es por esencia diferenciada, es decir


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que entre los derechos individuales y los derechos colectivos no hay exclusión. Muy

por el contrario, son derechos interconectados y complementarios.

Aunque la reflexión en la que me he basado se refiere a diversidades étnicas y hasta

nacionales desde las que debe construirse una ciudadanía intercultural, soy de la

impresión de que dicha reflexión guarda alguna relación con la diversidad cultural que

encontramos en la Universidad. Es decir, que convivimos con muy variadas culturas o

formas de entender y vivir la propia universidad. De ahí que la ciudadanía intercultural o

las diversas maneras de ser ciudadano que son necesarias en lugares como el Perú (al

que se refiere Fidel Tubino), también son pertinentes a la hora de reflexionar sobre una

ciudadanía universitaria en nuestra Institución. Ésta última también debe ser plural e

intercultural

La Universidad: derechos y responsabilidades

Concibo a la Universidad como un espacio o terreno muy especial, el que debe ser

propicio para la re-evaluación permanente de las normas, reglas o, tal vez mejor aún,

de los entendidos que van a servir de base o fundamento para la convivencia

comunitaria en ella. Dichos entendidos deber ser, en todo momento, el producto de

profundos procesos de reflexión, deliberación e implantación de estrategias

participativas que utilicen y promuevan la convivencia democrática. Es decir, el más

pleno ejercicio de la ciudadanía universitaria.

Este espacio o terreno tiene unas características y una idiosincrasia muy particulares,

es decir, una identidad propia. Como decía Nilita Vientós Gastón, “es el terreno de la

crítica y de la disidencia”. Sobre todo, en lo que respecta a su propio funcionamiento,


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filosofía, responsabilidad, misión y razón de ser. Aquí coincidimos con Derrida cuando

afirma:

La universidad moderna debería ser sin condición…. Esta universidad pretende


y debería verse reconocer, en principio, además de lo que se llama la libertad
académica, una libertad incondicional de interrogación y de proposición, e incluso, aún
más, el derecho de decir públicamente todo lo que una investigación, un saber y un
pensamiento de la verdad exigen. Por más enigmática que permanezca, la referencia
a la verdad sigue siendo bastante fundamental por ésta encontrarse, con la luz (Lux),
sobre las insignias simbólicas de más de una universidad. La universidad hace de la
verdad su profesión. Declara y promete un compromiso sin límite para con la verdad.
(Derrida, 2002, p. 17).

Más adelante en el mismo escrito Derrida encuentra necesario precisar que, y


cito:

Esa universidad sin condición no existe, de hecho, lo sabemos demasiado. Pero


debería, sin embargo, en principio y conforme a su vocación declarada, a su esencia
profesada, seguir siendo un último lugar de resistencia crítica –y más que crítica- a
todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos. Cuando digo “más que
crítica”, sobre entiendo “de-constructiva” (¿porqué no decirlo directamente y sin perder
tiempo?). Me refiero al derecho a la de-construcción como derecho incondicional de
hacerle preguntas críticas no sólo a la historia del concepto del hombre, sino a la
historia misma de la noción de crítica, a la forma y a la autoridad de la pregunta, a la
forma interrogativa del pensamiento. (Derrida, 2002, p. 19).

A la propia noción y razón de ser de la universidad, podríamos añadir. Así, tendríamos

una Universidad auto-crítica y tal vez hasta de-constructiva. Muy pocas, o tal vez

ninguna otra institución social comparte esta particularidad. De ahí que la convivencia

en ella implica también el ejercicio de unos derechos, no concedidos por otros (o por lo

menos no principalmente), sino consensuados y en permanente re-construcción; así

como la manera en que asumimos nuestras responsabilidades, individuales y

colectivas.
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La participación ciudadana y el gobierno democrático que ésta podría hacer posible

requieren de una cultura política intercultural y una ética de la responsabilidad

compartida que es preciso construir en el día a día, de la convivencia universitaria.

Para que los canales institucionalizados de participación y deliberación pública

funcionen adecuadamente se requiere desarrollar hábitos sociales de participación

ciudadana. Se requiere la formación de una cultura política pública que sea

transcultural, es decir, que incorpore y no censure las diversas maneras culturalmente

diferenciadas de entender lo que es y lo que debe ser la propia Universidad.. (Tubino,

2006, pp. 4-5)

La Universidad debe convertirse en laboratorio de participación ciudadana, en un lugar

en el que sea algo cotidiano el aprendizaje de los hábitos definitorios de esa idea de

tomar parte en la vida de la comunidad. El construir espacios dialógicos y

democráticos en los salones, los pasillos, los anfiteatros, las cafeterías, las reuniones

(donde quiera que ellas se efectúen) es un imperativo fundamental de la ciudadanía

universitaria.

Debemos procurar que en todos los espacios universitarios los miembros de nuestra

comunidad convivan (y no sólo estén), compartan (y no sólo recelen), cooperen (y no

sólo compitan), disientan (y no sólo consientan), discrepen (y no sólo callen), discutan

(y no sólo escuchen), confronten (y no sólo comparen), negocien (y no sólo acepten),

consensúen (y no sólo impongan). De esa forma podremos ir aprendiendo a negociar y

a decidir juntos, y no sólo a asumir individualmente las decisiones tomadas por otros.

(Martín, s/f, p.9).


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Si logramos que las diferencias (de todo tipo) puedan expresarse sin que se diluyan ni

impliquen aislamiento u oposición, estaríamos desarrollando nuevas formas de

construir las identidades que no se fundan en lo que diferencia a un grupo de otro, sino

también en la hibridación, la pertenencia simultanea a mundos diversos como puntos

de encuentro de las relaciones interculturales. (Fuller, s/f, p. 4). La Universidad debe

estar comprometida en todo momento con democratizar los espacios públicos,

descolonizándolos de las leyes del mercado, haciéndolos inclusivos de la diversidad

cultural. Debemos alejarnos de las concepciones de ciudadanía excluyentes y

homogeneizadoras, abriendo el camino para una ciudadanía intercultural y

democrática.

Hacia una universidad de ciudadanos

Soy de la impresión de que para que la Universidad pueda asumir plenamente su

función social debe fortalecer una educación que a la vez que nos pone en contacto

con los procesos históricos de producción de conocimientos y nos interesa por el

acervo cultural de la humanidad; nos presenta las limitaciones y consecuencias de

estos procesos y se ubica en el plano del pensamiento complejo y la

transdisciplinariedad. Esto implica una reorganización y reorientación en las

estructuras organizacionales que necesariamente va a romper con los espacios en

cierta medida tribales en que hemos convertido a los departamentos y las facultades.

Es decir, se precisa de un cambio cultural profundo en la manera en que nos ubicamos

en la Universidad, en los espacios de convivencia tradicionales.


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Teniendo presente que la educación universitaria se propone potenciar nuestras

capacidades de innovación e invención a la hora de atender situaciones concretas o

hipotéticas, debemos buscar nuevas maneras de abordar las problemáticas actuales y

sobre todo futuras del país y del mundo. Nunca nos debemos conformar con

acoplarnos a lo que hay. Todo lo contrario, la universidad debe propiciar que se

despierten las utopías y ayudarnos a ser capaces de soñar un país mejor en un mundo

mejor. En ese sentido, no tendríamos problemas con re-inventar nuestros espacios de

convivencia (departamentos, facultades, etc.), para que ayuden a potenciar el

desarrollo del intelecto sin ataduras canónicas u organizaciones convencionales del

saber (disciplinas) y las estructuras que las cobijan y encuadran (departamentos).

Por otro lado, el ejercicio de la ciudadanía universitaria que propongo requiere romper

con la dicotomía adentro/afuera que unas veces implica atrincheramientos y otras

veces subordinación. La Universidad está dentro de la sociedad y como tal debe

comportarse. No podemos olvidar que los estudiantes y docentes de “adentro” vivimos,

sentimos y padecemos “afuera”. Es decir, no podemos posicionarnos exclusivamente

en ninguna de las dos coordenadas. La ciudanía universitaria no reconoce tal dicotomía

pues apela más bien a la re-vinculación holística de todo con lo que nos relacionamos,

siempre reconociendo su complejidad. De lo que se trata es de develar puentes,

establecer redes y re-potenciar la solidaridad, tanto como práctica pedagógica, como

valor social cada vez más necesario para la convivencia democrática y pacífica. Es

decir, para una reconstrucción y re-humanización de la sociedad partiendo de un ser

humano comprometido consigo mismo y con su entorno. O sea, un ciudadano integral

y pleno que con su práctica y su teoría va “haciendo camino al andar”. Eso no quiere
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decir que no reconozcamos las particularidades de cada espacio. Lo que debemos

tener presente es que no hay fronteras impermeables, sino más bien límites porosos y

siempre en re-construcción.

Conclusión

Debemos profundizar en la noción de Universidad como un lugar privilegiado desde el

que se sueña con una nueva Universidad en un nuevo País, en un nuevo Planeta;

desde el que se debate permanentemente la Universidad, el país y el mundo que

queremos versus la Universidad, el país y el mundo que hay, De ahí que el ejerció

pleno de la ciudadanía universitaria nos convoca a propiciar un debate permanente que

problematice y cuestione la institucionalización y mercantilización de los saberes en la

Universidad y en la sociedad; y que proponga visiones diversas y alternativas en torno

al país, la región y el mundo. El nuevo currículum debe ayudar a cristalizar la idea de

que la universidad no es un mero reflejo de su entorno, sino que es un dínamo que

genera propuestas para la transformación continua de la sociedad.

Como ya había adelantado, la universidad es para mi un terreno o espacio particular

desde el que miramos la sociedad y, por tanto, desde el que nos miramos a nosotros

mismos. Es esa instancia de desarrollo humano que nos puede ayudar, a profesores,

estudiantes y otros funcionarios, a ubicarnos como actores sociales en todo el teatro de

la vida. Esto, en tensión y lucha abierta o encubierta, con un aparato publicitario que

continuamente nos obliga a ser espectadores de nuestra propia vida.


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La Universidad debe también propiciar, además del encuentro y cuestionamiento de

unos saberes disciplinados, un reencuentro con nuestro entorno, con la naturaleza

(Collett & Karakashian, 1996). Debe ayudarnos a reconocer que “junto al logos (razón)

está el Eros (vida y pasión), el patos (afectividad y sensibilidad) y el daimon (la voz

interior de la naturaleza)” (Boff, 1996, p. 26). La Educación universitaria debe servir

para tender puentes (integración del conocimiento) entre todas las formas de vida y

debe servirnos para identificar un lugar o punto de partida (¿especialidad?) desde el

que miremos hacia todos lados y que nos ayude a adentrarnos en lo que creemos ver,

dudando siempre de su existencia. Pero además, debe ayudarnos a entender la

relación problemática que existe entre ese lugar (la parte) y todo lo que nos rodea (el

todo), y que la relación que establecemos es un ir y venir, a especie de bucles

recursivos, como ha dicho Morin.

La ciudadanía universitaria es ante todo una ciudadanía del intelecto. Como tal,

participa activamente de la continua reconstrucción del lugar más propicio para

potenciar nuestras capacidades intelectuales, afectivas, estéticas. Para dicha

reconstrucción se precisa de una continuada evaluación crítica colectiva de las

instancias y estructuras universitarias que se supone respalda tal potenciamiento (el

ámbito administrativo, la planta física, etc.), pero que en la práctica lo que parecen

hacer es sabotearlo. A partir de ese entendimiento nos proponemos transformarlos,

más que ocuparlos, sin obviar que tal vez sea necesario ocuparlos para transformarlos,

siempre asumiendo que estos espacios también constituyen una especie de fuerza

gravitacional que empuja hacia abajo y que ha dejado atrapados a muchos que se

ubicaron en ellos pretendiendo cambiarlos. Tal vez no lo lograron por falta del
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concurso de las voluntades que se requieren para lograr transformaciones. Es decir,

por falta de una ciudadanía universitaria más madura y por tanto más activa.

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