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Trabajo emocional con niños

Escrito por Antonio Celeiro Pena

Definir emoción es tarea difícil y muy controvertida. Wenger en 1962 afirmó que
"Casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta
definirla. En ese momento, prácticamente nadie afirma poder entenderla”.

Introducción, el mundo de las emociones.

Definir emoción es tarea difícil y muy controvertida. Wenger en 1962 afirmó que "Casi todo el mundo
piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento, prácticamente nadie
afirma poder entenderla”.

Parece claro que hablar de emoción es hablar de dos cosas; Primero, de la dimensión AGRADO –
DESAGRADO que parece ser exclusiva y característica de las emociones, ya veremos más tarde que esta
dimensión guarda una intensa relación con los primeros momentos de la vida del bebé. De este modo,
todas las reacciones afectivas comprometen esta dimensión de algún modo. Segundo, la emoción es una
experiencia multidimensional con al menos tres sistemas de respuesta: cognitivo/subjetivo;
conductual/expresivo y fisiológico/adaptativo. Es decir, está integrada en nuestro ser de forma indivisible.
Desarmonías en esta terna del ser humano derivan en desequilibrios y enfermedad.

Para Reeve (1994), la emoción tiene tres funciones principales:

a) Funciones adaptativas: La emoción pretende preparar al organismo para que ejecute eficazmente la
conducta exigida por las condiciones ambientales, movilizando la energía necesaria para ello, así como
dirigiendo la conducta (acercando o alejando) hacia un objetivo determinado. La correspondencia entre la
emoción y su función se refleja, para Plutchik (1980), de la siguiente manera:

Miedo Protección

Ira Destrucción

Alegría Reproducción

Tristeza Reintegración

Confianza Afiliación

Asco Rechazo
Anticipación Exploración

Sorpresa Exploración

Funciones motivacionales

b) Funciones sociales: Puesto que una de las funciones principales de las emociones es facilitar la
aparición de las conductas apropiadas, la expresión de las emociones permite a los demás predecir el
comportamiento asociado con las mismas, lo cual tiene un indudable valor en los procesos de relación
interpersonal. Izard (1989) destaca varias funciones sociales de las emociones, como son las de facilitar la
interacción social, controlar la conducta de los demás, permitir la comunicación de los estados afectivos,
o promover la conducta prosocial. Emociones como la felicidad favorecen los vínculos sociales y
relaciones interpersonales, mientras que la ira puede generar repuestas de evitación o de confrontación.

De cualquier manera, la expresión de las emociones puede considerarse como una serie de estímulos
discriminativos que facilitan la realización de las conductas apropiadas por parte de los demás. La propia
represión de las emociones también tiene una evidente función social. En un principio, se trata de un
proceso claramente adaptativo, por cuanto que es socialmente necesaria la inhibición de ciertas reacciones
emocionales que podrían alterar las relaciones sociales y afectar incluso a la propia estructura y
funcionamiento de grupos y cualquier otro sistema de organización social. No obstante, en algunos casos,
la expresión de las emociones puede inducir en los demás altruismo y conducta prosocial, mientras que la
inhibición de otras puede producir malos entendidos y reacciones indeseables que no se hubieran
producido en el caso de que los demás hubieran conocido el estado emocional en el que se encontraba
(Pennebaker, 1993).

Por último, si bien en muchos casos la revelación de las experiencias emocionales es saludable y
beneficiosa, tanto porque reduce el trabajo fisiológico que supone la inhibición (Pennebaker, Colder y
Sharp, 1990), como por el hecho de que favorece la creación de una red de apoyo social ante la persona
afectada (House, Landis y Umberson, 1988), los efectos sobre los demás pueden llegar a ser perjudiciales,
hecho éste que está constatado por la evidencia de que aquéllos que proveen apoyo social al afligido
sufren con mayor frecuencia trastornos físicos y mentales (Coyne, Kessler, Tal, Turnbull, Wortman y
Greden, 1987).

c) Funciones motivacionales: La relación entre emoción y motivación es íntima, ya que se trata de una
experiencia presente en cualquier tipo de actividad que posee las dos principales características de la
conducta motivada, dirección e intensidad. La emoción energiza la conducta motivada. Una conducta
"cargada" emocionalmente se realiza de forma más vigorosa.

Como hemos comentado, la emoción tiene la función adaptativa de facilitar la ejecución eficaz de la
conducta necesaria en cada exigencia. Así, la cólera facilita las reacciones defensivas, la alegría la
atracción interpersonal, la sorpresa la atención ante estímulos novedosos, etc. Por otro, dirige la conducta,
en el sentido que facilita el acercamiento o la evitación del objetivo de la conducta motivada en función
de las características alguedónicas de la emoción.

La función motivacional de la emoción sería congruente con lo que hemos comentado anteriormente, de
la existencia de las dos dimensiones principales de la emoción: dimensión de agrado-desagrado e
intensidad de la reacción afectiva. La relación entre motivación y emoción no se limitan al hecho de que
en toda conducta motivada se producen reacciones emocionales, sino que una emoción puede determinar
la aparición de la propia conducta motivada, dirigirla hacia determinado objetivo y hacer que se ejecute
con intensidad.

Podemos decir que toda conducta motivada produce una reacción emocional y, a su vez, la emoción
facilita la aparición de unas conductas motivadas y no otras. Según Izard (1991), los requisitos que debe
cumplir cualquier emoción para ser considerada como básica son los siguientes:

-Tener un sustrato neural específico y distintivo.

-Tener una expresión o configuración facial específica y distintiva.

-Poseer sentimientos específicos y distintivos.

-Derivar de procesos biológicos evolutivos.

-Manifestar propiedades motivacionales y organizativas de funciones adaptativas.

Emoción en la promoción de la salud y la génesis de la enfermedad.

Una de las áreas de mayor interés en la investigación experimental y la actividad profesional es el papel
de la emoción tanto en la promoción de la salud y génesis de la enfermedad, como en las consideraciones
terapéuticas implicadas. Los procesos emocionales han demostrado su relevancia en alteraciones del
sistema inmunológico (Irwin, Daniels, Smith, Bloom y Weiner, 1987; Herbert y Cohen, 1993a,b),
trastornos coronarios (Fernández-Abascal y Martín, 1994a,b), diabetes (Goetsch, Van Dorsten, Pbert,
Ullrich y Yeater, 1993), trastornos del sueño (Chóliz, 1994b), enfermedad de Graves (Sonino, Girelli y
Boscaro, 1993), o dolor (Chóliz, 1994c), por poner solamente algunos ejemplos. La disciplina científica
que recoge estas aportaciones es la actual Psicología de la Salud (Matarazzo, 1982), heredera de la
Medicina Conductual y Medicina Psicosomática.

La relación entre procesos mentales y orgánicos es una cuestión presente no sólo en los orígenes de la
psicología, sino también en el inicio de la medicina. Desde que Hipócrates estableciera una tipología que
relacionaba temperamento con enfermedad, la relación entre procesos psicológicos y reacciones
fisiológicas (mente-cuerpo, psiquesoma) ha sido uno de los problemas conceptuales de mayor
envergadura. Podemos afirmar que se trata de las cuestiones filosóficas que todavía quedan sin resolver
en la actual psicología experimental.
A pesar que se trate de una cuestión tan antigua como la propia medicina, sólo muy recientemente se ha
abordado su estudio de forma experimental. No obstante, desde el acta fundacional de la Psicología de la
Salud en la American Psychological Association en 1978 (División 38 del APA), los avances en este
ámbito han sido ciertamente notorios. De entre todos los procesos psicológicos que inciden en la salud y
enfermedad, las emociones son, sin duda, uno de los más relevantes (Adler y Matthews, 1994).

La investigación sobre la relación entre emoción y salud se ha centrado, entre otros, en dos grandes
aspectos. En primer lugar, en establecer la etiopatogenia emocional de ciertas enfermedades, intentando
relacionar la aparición de determinadas emociones (ansiedad, ira, depresión, etc.) con trastornos
psicofisiológicos específicos (trastornos coronarios, alteraciones gastrointestinales, o del sistema
inmunológico, por ejemplo). En segundo lugar, en el papel que ejerce la expresión o inhibición de las
emociones en la salud y en el enfermar.

Respecto a la relación entre reacciones afectivas y enfermedad, y en lo que se refiere a los trastornos
coronarios, quizá uno de los tópicos más interesantes sea el del patrón de conducta Tipo A. Concebido
tradicionalmente como uno de los factores psicológicos más relevantes en la inducción de trastornos
cardiovasculares, investigaciones más recientes vinieron a demostrar que tal relación no era consistente,
justo cuando iba a ser considerado por el Ministerio de Sanidad de Estados Unidos como uno de los
factores de riesgo de los trastornos coronarios. La explicación de la discrepancia entre las distintas
investigaciones estriba en que el patrón de conducta Tipo A es un concepto multidimensional que abarca
diferentes aspectos conductuales, cognitivos y emocionales, y debería ser alguna característica específica
de este complejo la responsable de la génesis de los trastornos cardiovasculares. Parece que la dimensión
especialmente relacionada con la enfermedad coronaria es la hostilidad (Smith, 1992). En cuanto a la
hipertensión, Markovitz, Matthews, Kannel, Cobb y D'Agostino (1993) en el prestigioso Framingham
Heart Study lograron predicciones extraordinariamente elevadas de la incidencia de hipertensión en base
a las puntuaciones en ansiedad, con independencia de la edad, obesidad, consumo de alcohol o tabaco y
hematocrito. Depresión, ansiedad y estrés son, con toda seguridad, las reacciones emocionales sobre las
que más se ha estudiado su relación en la génesis de alteraciones en la salud. Tanto el estrés como
depresión están relacionados con el descenso de la actividad inmunológica, manifestada por una
disminución de la respuesta de linfocitos ante diferentes mitógenos, así como una menor cantidad de
células T, B, o linfocitos granulares en sangre (Kiecolt-Glaser, Cacioppo, Malarkey y Glaser, 1992;
Herbert y Cohen, 1993a, b). Además, cuanta mayor reactividad simpática se muestre ante condiciones de
estrés, mayor grado de inmunosupresión se producirá ante dicha situación estresora (Zakowski,
McAllister, Deal y Baum, 1992). No obstante, no han podido demostrarse relaciones significativas entre
depresión y cáncer, a pesar de que en esta enfermedad ejerza un papel de extraordinaria relevancia las
alteraciones inmunológicas (Zonderman, Costa y McCrae, 1989).

En lo que se refiere a la inhibición de las emociones, desde que Freud pusiera de manifiesto la relevancia
de la represión emocional en la génesis de alteraciones psicosomáticas, la inhibición de las emociones ha
sido considerada como una de las variables principales que inciden en la enfermedad. No obstante,
debemos decir que la inhibición por sí sola no causa indefectiblemente alteraciones somáticas, ni es
inherentemente insana. De hecho en ocasiones puede ser un mecanismo adaptativo (Pennebaker, 1993).
Sólo en el caso que confluyan otras características, como una excesiva activación somática, o
interferencia con las estrategias de afrontamiento adecuadas, la inhibición puede ir en menoscabo de la
salud y ser un agente etiopatogénico de envergadura. Así pues, las relaciones significativas que se han
constatado en ocasiones entre inhibición emocional y trastornos psicofisiológicos posiblemente sean
debidas al hecho de que la inhibición es un proceso activo que, lejos de disminuir la activación
autonómica, la incrementa durante periodos de tiempo prolongados, interfiere con los procesos cognitivos
implicados en la asimilación del problema y estrategias de resolución, al tiempo que produce con
facilidad condicionamiento de las reacciones de inhibición (Wegner, Shortt, Blake y Page, 1990).

La emoción en el niño.

El primer acercamiento del niño a las emociones tiene que ver con el mundo del PLACER y
DISPLACER. En las primeras etapas del niño, la expresión de la emoción es brusca, limpia y tosca, en
forma de llanto. Las figuras parentales (sobre todo la madre) son el espejo de proyección de dichas
emociones, son además la fuente de la satisfacción (o no) de las necesidades del niño. Hablar, pues, de
emoción es hablar de apego. Las teorías de Bowlby y posteriormente de Mary Ainsworth destacaron la
importancia de la relación madre-hijo en las primeras etapas de la vida en relación con el desarrollo
emocional e intelectual posterior, dotándole (o no) para la vida de seguridad, confort y confianza. No voy
a hablar de los distintos tipos de apego y los distintos tipos de padres (que manifiestan un modelo de
apego vivido en la propia infancia), pues no es objeto del trabajo, pero sí resumiré en una pequeña tabla
algunas características. También conviene recordar que el apego se establece en los primeros siete meses
de vida, de forma natural, por lo que las características descritas abajo aparecen tras esta fecha.
El siguiente esquema se ha obtenido del libro EmocionArte con los niños, de Macarena Chías y José
Zurita (pág. 21), lo plasmo como recordatorio de los distintos modelos de padres que recogen estos
autores y que determinan un modo de relación padre/madre/hijo y, por lo tanto, una forma de expresar
emociones (o no), unos mensajes ocultos e introyectos familiares, una serie de permisos (o no) que luego
tendrán su repercusión en el niño.

Para afrontar este tema seguiré el modelo de los autores citados más arriba, Macarena Chías y José Zurita,
dentro de la Psicoterapia Humanista Integrativa. Desde este modelo, dividimos las emociones en
emociones profundas, emociones básicas y otras más complejas.

Las emociones profundas serían:

Amor Parental, que lo explicamos como la emoción que le asegura la supervivencia y que percibe como
agradable. Todo aquello que su madre (o la figura que la sustituye) le proporciona para satisfacer sus
necesidades es percibido como “Amor”.

Miedo Existencial, es la cruz de la moneda, se considera como la emoción derivada de las sensaciones de
displacer ante la falta de Amor Parental. El miedo a perder a la madre como fuente de su placer. De esta
polaridad emocional y profunda de la primera infancia surgen las demás emociones, elemento de
reflexión, una vez más, para valorar el apego como elemento esencial en este tema.

Las emociones básicas que se derivan de esto son:


Del polo del Amor Parental, la Alegría, el Amor horizontal (al prójimo, a las cosas) y el Poder. Del polo
del Miedo Existencial, la Tristeza, el Miedo lógico (ante la amenaza) y la Rabia.

La combinación de estas emociones básicas, junto con la complejidad que los seres humanos vamos
adquiriendo a través de nuestras vivencias positivas y negativas, nos dotan de emociones más complejas
como los celos, la vergüenza, la envidia y la culpa. Es importante centrarnos en las emociones básicas, y
permitir y dotar al niño de recursos para que sienta y controle de manera sana estas seis emociones
básicas, de lo que hablaré después.

Trabajando las emociones

Es tarea difícil, por no decir imposible, afrontar este tema de una manera concreta; cada niño y cada
momento son distintos; también el momento personal y el aquí y ahora de cada terapeuta. Si que tengo
claro la necesidad de trabajar desde le emoción, permitiendo su manifestación y el acompañamiento de
cada una de ellas en cada momento.

ALEGRÍA

La alegría es una emoción placentera, de satisfacción y bienestar en el aquí y ahora. Las causas que
pueden desencadenarla son muy diversas, desde lo más sencillo como una mirada o una sonrisa hasta
otras como la consecución de logros. Todas estas situaciones producen confirmación de nuestro valor
como personas.

Se piensa que, en el niño, su emoción habitual es ésta, pero este prejuicio no es más que un deseo o un
pensamiento externo; en los niños, como en los adultos, las emociones se dan en su diversidad. Es
importante, como he dicho que ayudemos a los niños que acompañamos a diferenciar las emociones.
Acompañar en la alegría, a veces, no es frecuente, tendemos a la minusvalorización. Es importante
permitir al niño tanto esta emoción como cualquier otra.

Creo que para el acompañamiento de la alegría necesitamos conectar con nuestro niño libre, con todos los
acontecimientos infantiles y adultos que nos han producido alegría.

En nuestro espacio terapéutico también debemos crear el ambiente de alegría propicio, cuando sea
necesario, de modo que el niño se sienta con libertad para sentir alegría y comunicárnoslo. Reforzar la
emoción cuando se muestra es muy importante. “Veo que estás contento/a”, “Me gusta que me muestres
que estás alegre”. Hacer celebraciones y expresar en la consulta la emoción de la alegría, saltar, gritar,
reír, bailar, en definitiva, lo que apetezca, lo que pida el cuerpo.

Es importante estar atento a aquellos niños que no sonríen. Es conveniente indagar de dónde viene. ¿Es
algo aprendido en casa? ¿Esconde un proceso serio? ¿El problema está en nuestra relación?

TRISTEZA
La emoción de tristeza es una sensación de displacer producida por la pérdida, ya sea material, social,
personal. En muchas ocasiones hemos llevado a los niños a la falsa creencia de que no se debe o puede
estar triste, de hecho nos produce desazón a los adultos esta emoción en los niños, buscamos conseguir
alegría basándonos en la facilidad que tienen éstos de cambiar de emoción. Acompañar a los niños en la
tristeza debe partir del permiso para estar triste, de entender y participar de la emoción del niño. Es
importante que el niño se sienta acogido, protegido; y pueda expresar cómo se siente, con el llanto, con la
palabra o a través de cualquier otra técnica, ya sea el juego, el dibujo. La emoción de la tristeza esconde
un motor para llenar el vacío.

Aprender a detectar la tristeza en el niño es vital. Muchas veces los niños expresan la tristeza con silencio,
hiperactividad, dolores y otras muchas somatizaciones, decaimiento, rabia. Lo que buscamos es canalizar
la tristeza de una manera adecuada; a veces la simple escucha activa puede ser suficiente. Hablaremos de
cómo lo siente su cuerpo, los abrazos.

En los casos de pérdida puede ser conveniente el acompañamiento a través del duelo, que expondré en
otro punto.

AMOR

El amor es entendido, desde nuestra escuela, como la emoción que nos da y mueve la vida, que nos une a
nosotros mismos y a los demás y a lo que nos rodea. Es tal esta emoción, que la entendemos de dos
modos. Por un lado el Amor parental, que nos da la vida y que recibimos de nuestros padres. En una
emoción profunda y que todos hemos recibido, por presencia o ausencia.

Todos los niños reciben amor cuando los padres prestan la atención desinteresada, la escucha y el apoyo,
las muestras de cariño físicas, besos, abrazos. ¿Qué pasa si está alterada la entrega o la percepción de este
amor? Sería motivo de otra tesina.

El amor horizontal es una emoción básica, permite el amor a uno mismo, a los hermanos, a los amigos, a
las parejas, los objetos. La forma en la que amamos tiene, sin duda, sus raíces en el amor que hemos
recibido, en la manera de vincularnos a la fuente de amor que son las figuras de apego.

Acompañar a los niños en el amor requiere una relación con el niño basada en el amor, amamos a nuestro
paciente y él nos amará (de otro modo la relación terapéutica no puede darse). El contacto físico es muy
importante como muestra de amor, permite además poner en conexión lo físico y lo emocional.

Mostrar afecto sin invadir dependerá mucho de las vivencias de cada niño y de lo que se le haya
permitido y haya aprendido en su medio. Existen juegos de interacción y confianza y de contacto, tanto
individuales como grupales.
Decir te quiero debe ser una práctica habitual, de modo explícito, y debemos involucrar a los padres en
esta costumbre. Si el niño vive que puede ser amado y que se le demuestra, será capaz de hacerlo en su
vida.

Vivimos en una cultura cristiana donde la palabra amor tiene significado muy claro. A esta concepción de
amor me adhiero.

MIEDO

La sensación de miedo es, en principio, desagradable; es universal y les ocurre tanto a animales como
seres humanos de todas las culturas. El modo de afrontar ese miedo es aprendido a nivel familiar y social.
Respondemos mediante huída, ataque o paralización. También en la vida real sucede.

Podemos dividir el miedo también en dos, el Miedo Existencial, lado opuesto al Amor parental, que se
explicaría como el miedo irracional que no podemos controlar, el miedo de los niños a perder el amor de
los padre; que real o imaginariamente dirige las acciones de cada individuo en busca de no perder dicho
amor. El miedo existencial nos acompaña como un fantasma invisible a lo largo de nuestra vida. Es
entonces fundamental el modo en que aprendemos a enfrentarnos a los miedos.

El Miedo Lógico es el que se da ante un acontecimiento que pone en peligro, bien sea real o imaginario,
la pérdida de algo, alguien, un estatus, un privilegio.

La correspondencia física del miedo es también muy variopinta, desde angustia en el pecho o en el
estómago, tensión muscular, temblor

El miedo lógico, como he dicho antes, tiene una función protectora y adaptativa, de modo que nos
permite actuar de manera prudente hacia lo desconocido.

El miedo es origen de muchos problemas, personales y sociales, ha desencadenado guerras y nos atenaza
y minimiza. Desaparece con el amor.

Acompañar al niño en el miedo pasa, como con todo, por permitir tal emoción, recogerla y pasear con él o
ella de la mano. Es importante que pueda expresarse a través del cuerpo, la música, el baile, los dibujos o
cualquier otra forma de expresión plástica que nos ayude. También permitir el diálogo con él, decirle lo
que se quiera. Todo miedo es legítimo como sentimiento personal que es. Reírse, ridiculizar, amenazar o
castigar el miedo es, sin duda, contraproducente.

PODER

Expresa como emoción el “sentirse capaz” de lograr lo que se quiere, en cierto modo es reconocerse
como valioso, que guarda íntima relación con la autoestima y permite poner en práctica los proyectos.
Para desarrollar la emoción de poder el niño debe sentirse seguro en su entorno y sentirse libre de
explorar y experimentar, intentar las cosas y ser apoyado en los fracasos.

Acompañarles en sus ideas, animarles a llevarlas a cabo, permitir que den sugerencias y tenerlas en
cuenta.

Acompañar al niño en esta emoción nos pide especial atención a las potencialidades y capacidades de
cada uno en cada edad, a respetar los ritmos y a “escuchar” el crecer del niño. Ofrecerle actividades en las
que conecten con su poder, que digan “soy bueno haciendo”; no todos los niños tienen que jugar bien al
fútbol, o tocar un instrumento, pero todos tenemos capacidades; ahí está la labor del terapeuta en la
búsqueda de la que tiene el niño. Permitirle contrastarse con sus iguales a través del juego también es
importante, la competitividad, la negociación, los videojuegos.

RABIA

La rabia es una emoción desencadenada por muy diversos factores que tiene una misión defensiva.
Existen muchos modos y matices en el modo de sentir la rabia y depende, también, de la causa que la
desencadena. Posee una gran carga energética por lo que nos lleva hacia delante, por lo que tiene otro fin
que es el de sobreponerse a la adversidad.

El niño va a necesitar cuatro elementos esenciales para que canalice la rabia de una manera adecuada y se
le pueda acompañar.

Acompañamiento amoroso. Una vez más, que se sienta con permiso para expresar enfado, cercano al
terapeuta.

Límites. En el sentido de que podrá expresarse de modo que no se haga daño a sí mismo ni a los demás,
incluido la destrucción de objetos que no hayan sido preparados para ello.

Expresión emocional, de modo que pueda mostrar su enfado de la manera más apropiada para él o ella.

Explicación adecuada, traduciendo lo que ha ocurrido y lo que le ha enfadado.

El hecho simple de “sacar” rabia puede disminuir la carga energética en que se encuentra el individuo,
pero no es suficiente. Creo que conviene desentramar lo ocurrido y sacar conclusiones. Dotar al niño de
habilidades adecuadas para canalizar la rabia, así como depurar las emociones, eliminando toda confusión
de la emoción.

Como la rabia es muy potente energéticamente hablando, se podrían utilizar actividades de descarga
energética con música, bailes, gritos de descarga emocional. Toda expresión de rabia debe estar muy
controlada por el terapeuta y cerrar el trabajo, no debe dejarse nada abierto, y menos con la rabia.
Dependiendo de la edad y el momento, creo que en niños muy energéticos que guardan enfado y no lo
expresan en su casa puede ser bueno hacer deportes tipo arte marcial o de intensidad física; en otros, a lo
mejor basta con hacer pequeños juegos de golpeo, guerra de almohadas, lanzar pelotas o piedras a un
estanque. En niños más pequeños, la guerra de dedos o de cosquillas, también puede funcionar.

LOS CELOS

Pertenece a los estados emocionales complejos, se caracteriza por un miedo lógico y profundo a la vez; a
perder una relación existente previamente. Las formas de expresión son múltiples, desde la expresión de
rabia hacia el que amenaza, como las conductas regresivas, el mutismo, la tristeza o apatía.

Los celos son legítimos, como toda emoción. Acompañar al niño con celos hacia un hermanito o una
nueva pareja de papá o mamá implica ponerse en su lugar, legitimarle, amarle y permitir que vaya
expresando sus miedos y viviendo las nuevas experiencias desde otra dimensión.

Además se deben marcar nuevos límites para una nueva relación que surge. Los límites prevendrán que se
inicien comportamientos nocivos derivados de los celos.

VERGÜENZA

Sería como un miedo lógico y existencial a la vez, a verse invadido o abandonado (si descubren algo
íntimo). La vergüenza es muy frecuente en los niños, hemos de legitimarla (una vez más), evitar obligar a
ponerse en situaciones comprometidas – porque se mina la confianza. Hay que desgranar lo que la
vergüenza esconde en cada caso, las implicaciones que para el niño tiene y las limitaciones personales
que le ponen. Se me ocurre intentar hacer juegos que representen dichas situaciones, hacer juegos de role-
playing con el terapeuta. Imitarnos mutuamente, imitar lo que nos da vergüenza, etc.

ENVIDIA

La envidia es muy compleja, se entremezclan tristeza, rabia y miedo. Se produce cuando nos medimos
con el otro y vemos que el otro tiene algo que nosotros no poseemos y deseamos. Puede ser sana que se
queda en el deseo en sí de poseer lo envidiado, sin más; o insana en el que se desea que el otro no lo
posea.

El niño tiene envidia con mucha frecuencia, y es nuestra labor intentar aclarar cuál es la emoción
fundamental que subyace para lo que, una vez más, debemos tener una buena relación terapéutica, basada
en la confianza y en el permiso para poder sentir y además expresarlo. El niño no debe sentirse mal por
sentir envidia, debemos estar con él o ella y acompañarlo.

CULPA
Es una emoción con un sentido moral o religioso, en el que la responsabilidad de un hecho va seguida de
un valor externo o interno y por el cual se tiene que pagar. Esto conecta directamente con el miedo
existencial de ser abandonado.

Creo que es importante descargar de culpa al niño en cualquier ámbito de la vida, enseñar a mirar las
cosas desde un prisma no culpable, y en cierto modo libre, que no está exento de enseñar al niño que cada
cual es responsable de sus actos. A través de cuentos inventados sobre la culpa, del juego, del dibujo
podemos abordar la culpa y destruirla.

EL DUELO

El duelo es el proceso por el que renunciamos a una relación pasada. Se basa en la teoría del apego de
Bowlby en la que se establece un apego profundo o no con el objeto o la persona que se pierde. Las
distintas fases de duelo que enunciaré ahora tienen su pequeña idiosincrasia en el niño y el adolescente y
a estas variaciones debemos estar atentos los terapeutas para acompañar en esta despedida y
desprendimiento de lo perdido.

Las causas de duelo en la infancia pueden ser la muerte de un ser cercano o un animal; las ausencias
prolongadas, internados, abandonos; divorcios y separaciones; pérdidas de amigos que cambian de barrio,
colegios, etc.

Etapas del duelo:

Etapa cognitiva:

? Negación.

? Racionalización.

Etapa emocional:

? Rabia

? Miedo

? Tristeza

? Aceptación emocional

Etapa de cierre:

? Perdón
? Gratitud

? Nuevos apegos

BIBLIOGRAFÍA:

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