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Después de Irán: Foucault se vuelve de derecha – Andrés Irasuste – Fundación

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Después de Irán: Foucault se vuelve


de derecha

Psic. Andrés Irasuste


Después de Irán: Foucault se vuelve de derecha – Andrés Irasuste – Fundación
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Aquellos a quienes nos interesa seriamente el


liberalismo como filosofía política y social
sabemos, o deberíamos saber, que el término
“neoliberalismo” nace en los años 30 de la mano
de Alexander Rüstow, y que en su acepción
original connotaba una economía social de
mercado ciertamente intervenida, que más tarde
sería conocida como “tercera vía”,
“ordoliberalismo” en Alemania, o
socialdemocracia en general. Es decir,
“neoliberalismo”, senso stricto en su etiología
histórica, significa izquierda progresista. Pero,
Psic. Andrés Irasuste siendo conscientes de esta salvedad, concedamos
Fundación LIBRE
Centro de Estudios Libertad y pues a nuestros adversarios ideológicos el gusto
Responsabilidad
falaz de pretender connotar que “neoliberalismo”
acaso refiere o tiene algo que ver con la derecha liberal. Es que nosotros
deseamos, a su vez, que se nos conceda algo a cambio: que Foucault, sobre el fin
de sus días, se volvió un derechista. La diferencia, además, es que nosotros
podemos demostrar que nuestra petición de concesión se basa en evidencia
histórica, y no en tergiversaciones semánticas propias de la guerra ideológica.

Foucault es un hito del mundo academicista. De Japón a la India, y de Francia


al Río de la Plata, la prosa de Foucault está fuertemente presente en
innumerables formaciones terciarias superiores, que van desde las ciencias
humanas y antropológicas hasta la comunicación, la literatura o la psicología.
Incluso en medicina se puede llegar por momentos a hablar sobre Foucault,
debido a sus investigaciones sobre el nacimiento de la clínica o la historia de la
locura en la época clásica. Miles, innumerables estudiantes por año van
quedando embebidos en las ideas foucaultianas, a pesar de que los
conocimientos sobre la historia de occidente, así como de la historia de la
filosofía no son necesariamente los mejores cuando un adolescente de 18 años
egresa del sistema de educación secundaria en Uruguay. Así, comenzando por
la página 1968 de la historia del pensamiento y del mundo occidental (tal como
si la historia pudiese ser leída como Rayuela de Cortázar), Foucault es una de las
referencias cuyas ideas, filtradas, seleccionadas y manipuladas por la izquierda
academicista, van quedando prendidas con alfileres en el rudimentario tornasol
de la cosmovisión del joven recién llegado a la Universidad, la cual suele ser
una corporación ideológica de izquierdas, rentada con dinero público.
Personalmente viví esta experiencia. Al segundo año de formación ya casi todo
el mundo tiene en sus labios la palabra "Foucault", y yo no era una excepción.
Sigue siendo moda por aquí que las ideas de Michel Foucault sean introducidas
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con fórceps en la mente de miles de estudiantes vinculados a las ciencias


sociales, humanas y antropológicas, sin que se presenten estudios críticos (¡que
existen!) que contrasten las mismas. San Foucault: santo patrono protector de la
izquierda academicista tras la estela que dejó la muerte de Karl Marx.

Deseo concentrarme en la última etapa de vida de Foucault, la que va


aproximadamente desde 1975 a 1984 con su muerte, período del cual se habla
muy poco en el medio local, a pesar de sus asombrosas implicancias. Es que,
precisamente, será por ello mismo por lo que no se habla. Es el tiempo donde

Foucault triunfa en USA como profesor, en el estado de California, así como


cuando encuentra cierto destino de realización personal en el ambiente cultural
californiano de la revolución sexual de los 70, con sus clubes y discotecas de
orgías, situación que lo llevó a contraer VIH en alguna caliginosa noche
californiana donde el yo individual se disolvía en un amorfo, comunitario y
lisérgico nosotros. Esto nos parece muy importante, dado que como decía el
propio Foucault, un autor es mucho más que el papel que escribe: "me parece
que... quien es escritor no sólo hace obra en sus libros (…) sino que su obra
principal es, en última instancia, él mismo durante el proceso de escribir sus
libros". (Miller, 1995 p. 28) Pues bien, ¿qué mejor aplicado que el criterio de
Foucault al propio Foucault, al hombre que escribía desde una cierta praxis de
vida la cual alimentaba una cosmovisión de las cosas? Pero no es este dato del
cual no se habla, aunque es un dato importante (como veremos). Existe otro.
Foucault fue un hombre que se autodestruyó, sí. No sólo su pensamiento es
profundamente destructivo y nihilista, sino que él mismo destruyó su
pensamiento hacia el final de sus días. Los defensores del pensamiento blando
simplemente dirán que cambió de pensamiento.

Y ese es el destacado impacto de la revolución iraní en la cosmovisión de este


francés. Luego de atestiguar in situ la revolución en Irán, Foucault se vuelve un
neo-liberal. Sí: un neoliberal, o liberal a secas para aquellos que sabemos que
“neoliberalismo” es un término de espuria semanticidad. Se entiende entonces
que se hable muy poco sobre esta última etapa de Foucault en los aposentos de
la izquierda academicista. ¡Foucault, ese adalid de la izquierda libertaria, un
neoliberal! "¡¿Qué es ésta infamia...?!", se preguntarán muchos. No estamos
especulando en nada, sino recurriendo a sus tres biógrafos (Didier Eribon,
David Macey, James Miller), así como a un estudioso de las relaciones entre
liberalismo, marxismo y posestructuralismo: Michael Peters.

Foucault viaja a Irán en 1978 a presenciar la revolución iraní, en palabras de su


biógrafo Didier Eribon a cumplir su fantasía de ser periodista, colaborando con el
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periódico italiano Corriere della Sera. ¿Cuáles eran las coordenadas ideológicas
de esta figura antes de emprender su viaje? Cuando Francia fue liberada de los
nazis, Foucault tenía alrededor de 16 años, es decir, perteneció ya a una
generación que estaba llamada a renegar del marxismo "clásico" y que quedaría
alineada con la izquierda liberal impuesta desde USA luego del

Plan Marshall. A fines de los años 60, Foucault ya era un claro renegador
público de Marx: "¡Que no me hablen más de Marx! No quiero volver a oír
hablar de este señor nunca más. (...) Para mí, Marx es asunto concluido, se
acabó", gritaba ante la prensa Foucault. (Eribon, p. 328) Para ese momento ya
había coqueteado previamente con el modelo keynesiano de Estado de
Bienestar, del Welfare State, a la vez que rechazaba el modelo de "democracia
popular", concretamente luego de su estadía en Suecia: "He tenido mucha
suerte en mi vida: he visto un país socialdemócrata, Suecia, que funcionaba
bien y una democracia popular, Polonia que funcionaba mal..." (Eribon, p.
238) A su vez, a lo largo de su carrera fue adoptando una postura sionista pro-
Israel, lo cual lo enfrentó usualmente a los maoístas franceses, quienes
apoyaban la causa de Palestina. (Eribon, p. 297) En el plano filosófico,
recordemos que hablamos de alguien que, tal como sentencia al final de su
famosa obra "Las palabras y las cosas", auguraba la "muerte del hombre", es
decir, que el hombre -en tanto noción que proviene de la Ilustración- estaba
llamado a desaparecer tal como desaparece un rostro sobre la arena a medida que sube la
marea del mar. Curiosa afirmación. Arriesgada. Es decir, tenemos a un nihilista, a
un "nietzscheano de izquierda" (apelando al concepto del historiador Ernst
Nolte en el que no profundizaremos aquí), que perteneciendo a una generación
decepcionada del marxismo y de la democracia liberal europea a la vez, se irá
alineando lentamente con la alternativa que ofrecía el bloque capitalista liberal
en su versión keynesiana (Welfare State), así como una clara postura geopolítica
prosionista. Si bien rechazaba la noción de posmodernidad, claramente se
encontraba atravesado por sus principales lineamientos en el plano político y
filosófico.

Veamos cómo culmina esta "evolución mental" una vez que Foucault pisa Irán a
fines de los años 70. El 13 de febrero de 1979, Foucault entrega un artículo al
periódico de Milán Corriere della Sera donde menciona cómo millones de
iraníes aclamaban a Jomeini luego del retorno del exilio de aquel líder
espiritual: "¡Jomeini, por fin has vuelto!", gritaba el pueblo enardecido en
Teherán. (Eribon, p. 356) Desde principios del siglo XX, el petróleo persa iraní
estaba en manos de los británicos, y hacia mediados de siglo, era el país más

occidentalizado de la región (región estratégica fundamental, precisamente en


el centro de la geopolítica mundial), bajo el gobierno monárquico del "Sha"
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(Mohamed Reza Pahleví), un títere de las potencias anglosajonas con sus


intereses geopolíticos en medio oriente y por el petróleo, quien había
introducido en Persia un neto estilo occidental de vida, añoranza de las
feministas islámicas. Eran los días en los que algunas mujeres persas bailaban

de minifalda en las calles. La figura del Sha había sido desplazada por
Mohammad Mosaddeq, líder nacionalista insurgente con ideas un tanto
socialistas, quien nacionalizó el petróleo persa, y quien era por tanto un riesgo
para la región (recordemos que estaba también el federalista Nasser en Egipto,
etc). USA inaugurará como reacción su gran maquinación de sabotajes e
infiltraciones en países de la periferia a través de la CIA (y con la ayuda del
M16 británico) por medio de la llamada "operación Áyax", golpe de estado
orquestado con la finalidad de derrocar al líder nacionalista Moahmed
Mosaddeq, reinstaurando la dictadura monárquica del Sha en 1953. Pero a fines
de los 70, el régimen del Sha se hizo insostenible, el cual fue cobrando cada vez
más cuotas de represión debido a las directrices norteamericanas, contando con
una terrible policía secreta del régimen, la SAVAK, la cual organizada y
adiestrada por la CIA cometió inefables crímenes y torturas contra la población
persa. El nivel de violencia de la SAVAK es perfectamente comparable al de la
CHEKA bolchevique o las SS.

A pesar de décadas de occidentalización impuesta y forzada desde el Reino


Unido y USA (y esto es lo que debemos entender), el pueblo persa, civilización
con 7 mil años de historia, no fue despojado de sus arraigos culturales y
espirituales, y a fines de los años 70 asciende la figura sacra y religiosa de
Ayatollah Jomeini, líder espiritual y político de la revolución del pueblo iraní,
quien conduciría a las masas, incluso desde el exilio, en un proceso popular
donde el fervor espiritual y la revolución política se fusionaban en una sola
cosa. Y esto es lo que no puede ser fácilmente aceptado desde la intelectualidad
occidental, acostumbrada a tamizar lo Real de los pueblos y de las masas a
través de magras categorías políticas secularistas heredadas de la

Ilustración y del liberalismo filosófico-político. Para un hijo de occidente,


adscripto a esquemas de pensamiento liberal-progresistas de la historia (y que
está convencido de que sus categorías son superiores por encima de otras de
otros pueblos), que espiritualidad, teocracia y república converjan en una sola
cosa es inaceptable, incluso temible. Pero como dice James Miller: "Foucault no
se equivocaba en un punto decisivo: la rebelión iraní fue, verdaderamente, en
palabras de un sobrio especialista académico, 'uno de los mayores estallidos
populistas de la historia humana'." (Miller, p. 414)
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Es que para un francés decepcionado de la otrora gran alternativa al capitalismo


(el marxismo), así como sus diversos revisionismos y variantes marxistas "del
tercer mundo" (maoísmo, etc), y que a su vez estaba convencido

que la noción de Hombre procedente de la Ilustración estaba llamada a morir,


resultaba una fruición un tanto exótica y seductora dirigir la mirada hacia Irán:
"(...) dejen de hablar en Europa de las dichas y desdichas de un soberano demasiado
moderno para un país demasiado viejo. Lo que está viejo aquí, en Irán, es el Sha:
cincuenta, cien años de retraso", decía Michel. (Eribon, p. 351) Por ahora, Irán
prometía un fenómeno bastante interesante y positivo para Foucault. Cuando
Foucault pisó esa tierra se respiraba una energía revolucionaria y religiosa a la
vez, algo a lo cual un occidental no está acostumbrado, provocándole una
experiencia de extrañamiento y asombro:

"'Cuando llegué a Irán, inmediatamente después de las masacres de


septiembre', recordaría Foucault más tarde, 'me dije que iba a encontrar una
ciudad aterrorizada porque hubo miles de muertos. No puedo decir que hallé un
pueblo feliz, pero había ausencia de temor y presencia de un intenso coraje o,
más bien, de esa intensidad de que es capaz la gente cuando el peligro, si bien
todavía presente, ya se ha trascendido por completo'. (...) Una y otra vez
insistió en que los religiosos opositores del Sha no eran, como se los solía
retratar en los medios occidentales, unos

'fanáticos'. Los mullah le parecían válidos megáfonos de la voluntad popular,


que amplificaban 'la ira y aspiraciones de la comunidad'. Creía que el
confesado objetivo de establecer un nuevo 'gobierno islámico' contenía la
promesa de una forma nueva de 'espiritualidad política', desconocida en
occidente 'desde el Renacimiento y las grandes crisis de la cristiandad'."
(Miller, pp. 415-416)

A diferencia de las revoluciones occidentales, aquí no había un partido


revolucionario de vanguardia ni un "frente popular" marxista, sino que era un
pueblo en lazo espiritual con una figura sagrada (el Ayatollah Jomeini): "Lo que
más le impresionaba de la situación en Irán era su total falta de familiaridad:
no era China, Cuba o Vietnam. Ni era Mayo del 68. «Lo que está pasando en
Irán [...] es un mar de fondo sin vanguardia ni partido» (Macey, pp. 496-497)
Occidente ya no recuerda lo que eso significa desde la caída de la Cristiandad
medieval; Occidente ya no recuerda la experiencia de una "espiritualidad
política" desde los tiempos de las Cruzadas o de las santas ligas en la lucha
contra el calvinismo. Mejor aún: eso no era Occidente todavía para ser exactos.

En una primera etapa, Foucault soñó con una quimera sociológica posible más
allá de las categorías modernas occidentales, quimera que no sólo se rebelaba
contra un régimen servil a potencias capitalistas extranjeras, sino contra la
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racionalidad eurocéntrica: "En el Corriere della Sera del 26 de noviembre se


pregunta si la de Irán 'no será la primera gran insurrección contra el sistema
planetario, la forma más demente y más moderna de rebelión'. Los iraníes no estarían
luchando sólo contra el Sha, sino también contra la 'hegemonía global'." (Miller, p.
417)

Naturalmente, el enfrentamiento entre los islámicos chiítas de Jomeini y las


fuerzas conservadoras monárquicas pro-USA dejaron un saldo de miles de
muertos. Pero Foucault pronto descubriría su pobre ingenuidad. Antes de eso,
los artículos que Foucault escribió favorables a Irán le costaron varias amistades
en París y parte de su reputación: fue interpretado como un panegirista
defensor de Jomeini. Dice el biógrafo David Macey: "Sus artículos sobre Irán le
habían costado otros amigos y no habían resultado nada beneficiosos para su reputación,
y la polémica resultante había puesto un final repentino a su colaboración con el
Corriere della Sera." (Macey, p. 511)

Ese fue el fiasco número uno. El número dos fue que Foucault no pudo digerir
los nuevos códigos implantados con el triunfo de la revolución islámica de
1979: el rechazo religioso a la homosexualidad. Este es el punto de giro, de
pivoteo ideológico mediante el cual Foucault cambia dramáticamente su
postura. Es necesario decirlo: la revolución fusiló a miles de homosexuales
debido a que, además del rechazo religioso, eran vistos como seres
influenciados por "vicios occidentales" de vida, propios de un régimen
condenable, el del Sha. De no haber existido un componente religioso en este
proceso revolucionario, cabe preguntarse si esto se habría vuelto
mediáticamente tan trascendente ante los ojos de la intelectualidad europea.
Recordemos que Ernesto Che Guevara fue partidario (y lo hizo) de enviar a
campos de trabajos forzados a los homosexuales, y sin embargo hoy podemos
ver el absurdo fenómeno de militantes que asisten a las marchas del gay Pride
vestidos con camisetas del Che Guevara. Es decir, ¿se rechaza a gran escala la
revolución iraní por "anti-homosexual" o por religiosa, anti-occidental y por
haber prescindido del evangelio marxista...?

De regreso a USA, Foucault emprende una campaña docente en contra de la


revolución iraní. Foucault decidió adoptar por reacción una postura a favor de
las teorías neoliberales. Ordenaba a sus estudiantes en USA que estudiaran las
obras completas de von Mises y de Hayek; Foucault propagó la doctrina liberal
que había dado nacimiento a la Escuela de Chicago:

"A pesar de su propia 'participación' en la revolución de Irán, aconsejó a los


estudiantes que buscaran en otra parte un modo de pensar 'la voluntad de no
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ser gobernado'. Les pidió que leyeran con suma atención las obras completas de
Ludwig von Mises y de Frederick Hayek, distinguidos economistas austríacos,
estridentes y avisados críticos del marxismo, apóstoles de una tendencia
libertaria de pensamiento social afincada en la defensa del libre mercado como
ciudadela de la libertad individual y baluarte contra el poder del estado".
(Miller, p. 417)

En los años 80 fue un decidido impulsor en Francia del “neoliberalismo”:


"Durante los últimos años de su vida... Foucault fue ejemplo de un nuevo estilo de
conducta (...) Tanto como cualquier otra figura de su generación, ayudó a impulsar el
resurgimiento del neoliberalismo en la Francia de los años ochenta." (Miller, p.
424) Miller es muy claro (de los tres biógrafos, el más sagaz).

El sentido de esto es que, decepcionado de las grandes respuestas de diversas


culturas al problema de la "gobernabilidad" política de los pueblos, Foucault
opta por el neoliberalismo como oposición a lo que él llamaba "razón de
Estado" que conminaría, presuntamente, a ser "gobernado por otros". (Peters,

pp. 73-95) La adopción del “neoliberalismo” servirá a Foucault para oponer a la


razón de Estado el principio de "no deseo ser gobernado".

Crea una noción sui generis de "modernidad" a la cual identifica con esa "razón
de Estado" que a él no le gustaba demasiado, y por corolario, efectuó el pasaje
intelectual de todos los liberales y progresistas. Allí donde hay una presencia
"fuerte" del Estado, ésta es interpretada como el fantasma del paroxismo
fascista. La revolución iraní habría sido, así, una suerte de “fascismo teocrático”.
Pero, Foucault parece olvidar que el liberalismo también es una emanación de
la modernidad. Como muchos franceses, identificó la modernidad con la
concepción jacobina y centralista del Estado, la modernidad con la revolución
francesa.

Así, este francés encontró su realización de destino: habiéndose formado en la

Francia del Plan Marshall, retornó a los brazos del mundo liberal y del Tío Sam.
No es casual que la izquierda academicista tenga a Foucault como santo
patrono: el itinerario ideológico de Foucault es perfecto reflejo y síntesis de la
situación actual de la izquierda academicista: un léxico vaciado y trasnochado
que conserva algunas tenues rémoras del marxismo clásico, que a la vez se
mezcla todo el tiempo con los lineamientos emanados de ciertas Universidades
de USA, como ser las de California y Chicago en lo que respecta a las "políticas
de género" y otras cuestiones. Al igual que Foucault, la izquierda academicista
y progresista está llamada a la mesa del progresismo en nombre de una lucha
contra la "razón de Estado-(nación)", al mismo tiempo que fortalece sus
mecanismos inherentes para la consolidación de su hegemonía cultural
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gramsciana, instaurando así no sólo un discurso ambivalente a un paso de la


esquizofrenia ideológica, sino profundamente perverso. Perverso, al igual que
el propio Foucault.

Fuentes:

1) Ahmadineyad, Mahmud. Entrevista concedida a Russia Today (2013).

Recuperado dehttp://www.youtube.com/watch?v=4eJGRrRwpXc

2) Ayatolláh Jomeini desclasificado. Documental sobre la revolución iraní


(History Channel). Recuperado de
http://www.youtube.com/watch?v=1VLUYy-

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3) Eribon, Didier. (2004) Michel Foucault. Barcelona: Anagrama.

4) Macey, David. (1995) Las vidas de Michel Foucault. Madrid: Cátedra.

5) Miller, James. (1995) La pasión de Michel Foucault. Santiago de Chile:

Andrés Bello.

6) Peters, Michael. (2001) Poststructuralism, Marxism, and neoliberalism.


Between Theory and Politics. Lanham: Rowman & Littlefield Publishers.

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