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LA ACCION HUMANA
Al referirnos al objetivo o fin que persigo y que orienta mi acción, en lugar de hablar de
motivos, hablamos de intenciones. En este sentido,
la acción es intencional porque tiende o apunta a algo que está más allá, pero que
pretendo alcanzar al actuar. El carácter intencional de la acción está muy ligado al carácter
consciente y voluntario que ha de tener un acontecimiento para ser considerado acción.
Así, levantar el brazo sólo es una acción si lo hago consciente y voluntariamente con una
determinada intención, ya sea saludar, despedirme, llamar a un taxi, celebrar un
gol o amenazar a alguien.
De todo lo que hacemos, sólo consideramos acciones aquellas que responden a un fin. El
fin al que tienden mis acciones y que provoca que hablemos de la acción como de un acto
intencional es algo que está presente al actuar (mientras entro en el restaurante soy
consiente de que mi intención es comer), pero, al mismo tiempo, es algo que está más allá
(aún no estoy comiendo, pero espero hacerlo en un futuro próximo), Mientras actúo,
las intenciones sólo están presentes como ideas o contenidos mentales y sólo se
convierten en hechos si la acción llega a buen término. Cuando nuestras intenciones
se cumplen, decimos que la acción ha tenido éxito: hemos conseguido aquello que
pretendíamos. En este caso, el resultado de la acción es la transformación de la intención
en un hecho (por ejemplo, comer y saciar nuestro apetito). Puede ocurrir, sin embargo, que
nuestra acción sea un fracaso: la intención no pasa de ser intención, es decir, no se
convierte en hecho. En este caso, el resultado de la acción no coincide con nuestra
intención, y esta se queda en intento frustrado (por ejemplo, entro en el restaurante, pero
la cocina está cerrada y me quedo sin comer).
Tanto si la acción es un éxito como si es un fracaso, existe la posibilidad de que de ella se
sigan efectos no imaginados. Entonces hablamos de consecuencias no previstas de la
acción. Si después de comer en el restaurante me da una indigestión, ésta no es
el resultado de mi acción, sino una consecuencia de ella. Las consecuencias no
previstas no pueden considerarse acciones, ya que no son algo que hagamos
intencionadamente, sino algo que nos pasa (como, por ejemplo, roncar).
Si veo a una persona que corre por la calle, pero no se por qué (motivo) ni para qué
(intención) corre, en realidad no se lo que hace: puede estar huyendo de un policía o
puede estar persiguiendo a un atracador o simplemente puede que llegue tarde al trabajo
Como la acción no es una simple ejecución de movimientos corporales, sino que hablamos
de acción cuando éstos responden a unos motivos y a unas intenciones, entender y poder
explicar la acción consistirá en conocer los motivos y las intenciones que la definen y no
únicamente en describir los movimientos que la componen. Pero comprender una acción
no siempre es sencillo, como cuando digo que lo hago porque me da la gana, o en
realidad, no se lo que quiero. ¿Podemos hablar entonces de acción? Algunos autores
opinan que no. Aunque no conocer los motivos e intenciones no significa que no existan,
en los casos en los que realmente no los hay dejamos de hablar de acción, pues la acción
siempre es motivada e intencional.
LA LIBERTAD
En los bloques anteriores también hemos hablado ya del concepto de libertad, y hemos
dicho que el término "libertad" se emplea, como mínimo, de dos maneras distintas.
Veamos ejemplos: en este país hay libertad de movimientos, puedes ir a donde quieras el
ser humano es el único animal libre, pues puede elegir lo que hace. En el primer
caso aludimos a la ausencia de obstáculos que nos impidan hacer lo que deseamos. En
el segundo, en cambio, nos referimos a la capacidad de elegir o querer una cosa u otra.
Libertad externa: también llamada libertad de acción, consiste en la ausencia de trabas
externas que dificulten la acción; es decir, se trata de poder hacer lo que queramos sin que
nada ni nadie nos lo impida.
Libertad interna: también llamada libertad de elección o libre albedrío, consiste en la
capacidad o posibilidad de decidir o querer esto o lo otro, y esta decisión es indeterminada,
es decir, no causada.
Estos dos tipos de libertad no son algo completamente distinto y ajeno. Entre ambas existe
una estrecha y mutua relación. Poseemos capacidad para elegir lo que queremos hacer,
pero externamente estamos obligados a actuar de una determinada forma, entonces ¿de
qué nos sirve poder elegir? Y al contrario, si externamente no hay ninguna traba a la
realización de nuestros deseos, pero internamente no los escogemos de forma libre, sino
que nos vemos empujados sin remedio a querer lo que queremos, ¿de que nos sirve poder
satisfacer unos deseos que no siquiera hemos escogido libremente?
La libertad externa se conoce, también, como libertad política o social, puesto que
factores sociales y políticos son los que más favorecen o entorpecen su presencia. Aunque
la libertad externa puede darse o no, su existencia no resulta problemática. La libertad
interna, en cambio, sí resulta problemática porque podemos poner en duda su existencia.
Analizaremos ahora las posturas sobre la existencia o no de libertad interna.
Consideramos que la existencia de libertad es algo de sentido común, incuestionable La
convicción de que poseemos libertad no deja de ser una creencia y, por muy sólida que
nos parezca, podemos ponerla en duda. Creer que somos seres libres no demuestra que
lo seamos, pues a menudo nuestras creencias son falsas, y además, ¿cómo podemos
estar seguros de que podríamos haber actuado de otro modo, si no lo hemos hecho?
El determinismo es una concepción filosófica que afirma que todo está determinado, es
decir, evidentemente causado. Por lo tanto, niega la existencia de libertad. Para ello se
basa en el principio de causalidad. Según este principio, todo acontecimiento del mundo
esta causado. Consideramos que un acontecimiento C causa el acontecimiento E, si es
imposible que dándose C no se derive E. Según este principio, también las acciones están
determinadas por un factor en cuya presencia se dan inevitablemente. Podemos afirmar
que este factor somos nosotros mismos: yo soy la causa de mis acciones, pues la decisión
que he tomado es la causa de lo que hago. Pero el principio de causalidad afirma que todo
acontecimiento, incluidos acontecimientos mentales, tienen una causa. También mis
decisiones están causadas por un factor, que no controlo y del que no soy responsable,
que hace inevitable que yo tome una decisión.
EL DETERMINISMO
EL INDETERMINISMO
LA RESPONSABILIDAD
Intuitivamente, consideramos que la responsabilidad (del latín spondeo,
responder) consiste en la obligación de hacernos cargo de nuestras acciones o de la
ausencia deellas. Esta definición ocasiona problemas tanto a deterministas como a
indeterministas.
Desde el determinismo: se niega la libertad: no hay acción como algo distinto del resto
de los sucesos del mundo, luego lo que llamamos acción es un suceso como otro
cualquiera, caudado y determinado. Desde esta perspectiva, sólo podemos hablar
metafóricamente de responsabilidad, dándole un significado idéntico a causa.
Desde el indeterminismo: diferencia las acciones del resto de los sucesos: éstas son el
fruto de un agente consciente y voluntario que actúa libre y espontáneamente.
Elindeterminista se siente cómodo con la definición de responsabilidad dada: un
agente que escoge libremente entre varias opciones tiene la obligación de responder de
ellas.
Veamos un pequeño ejemplo para dar muestra de lo que estamos queriendo decir: Jesús
es un niño de doce años que va a la escuela municipal de su pueblo. Aunque en el pueblo
todos le conocen, todavía no lo dejan ir solo a la escuela, así que todos los días lo lleva y
lo recoge Marta, su canguro. Un día el novio de Marta la invita a ir al cine, aunque sabe
que a las cinco de la tarde su novia tiene que ir a buscar a Jesús. Marta llama a Isabel, la
madre de Jesús, y le dice que se encuentra mal y que no podrá recoger a su hijo. Isabel la
tranquiliza y le dice que no se preocupe, que ella misma lo recogerá. Pero tras hablar con
ella, Isabel recuerda que tiene una reunión importantísima con un cliente que viene
expresamente de otra ciudad para verla. Consciente de que no puede anular la reunión,
decide llamar a Paco, su marido. Isabel y Paco discuten por teléfono, ninguno de los dos
está dispuesto a ceder, ya que sus obligaciones les parecen más ineludibles que las de su
cónyuge. Aunque no llegan a un acuerdo, ambos cuelgan el teléfono convencidos de que,
como ha ocurrido otras veces, el otro cederá e irá a buscar a Jesús. A las cinco, Jesús
sale de clase, pero nadie ha ido a buscarle. Después de esperar un rato por si Marta se ha
retrasado, decide ir solo a casa. Por el camino, un conductor bebido se salta un semáforo
en rojo y lo atropella.
¿Qué significa responder de una acción? ¿De que debemos sentirnos responsables? De
todas las acciones que realizamos tras decisión consciente, voluntaria e intencional. Pero
las cosas no son tan sencillas, pues algunas de estas acciones tienen consecuencias no
previstas. El interés está en si también pueden pedirse responsabilidades por estas
consecuencias. Para algunos autores no, puesto que no son propiamente acciones, ni
nada que escojamos libremente. Pero la forma en que atribuimos responsabilidades
cotidianamente no se ajusta a esta consideración. Y es que, de alguna manera, tenemos la
obligación de prever las consecuencias de nuestras acciones, y atropellar a alguien si
conducimos bebidos es bastante previsible. Otras veces, en cambio, no está tan claro si el
agente debiera haber previsto las consecuencias de su acción.
LA ACCION MORAL
Como afirmó Erich Fromm, en el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el
objeto de su arte. Dicho de otro modo: desde su libertad, el ser humano se hace a sí
mismo, es constructor y construcción a un tiempo. Precisamente este carácter libre y
abierto de la acción es lo que hace al ser humano responsable de sus actos, y constituye
también la base del carácter moral que posee en exclusividad.
La palabra moral (del latín moralis) deriva del término mos, que significa costumbre.
En cada pueblo, al igual que en cada individuo, existen multitud de costumbres
(mores) que regulan la vida cotidiana. El conjunto de estas costumbres constituye la moral
de un pueblo o un sujeto. En relación con este significado, podemos definir el
término moral como el conjunto de las normas que regulan la acción individual o colectiva
correcta.
Sin embargo, es preciso matizar esta definición, distinguiendo dos formas de entender eso
que llamamos moral. Aranguren y Zubiri, dos prestigiosos filósofos españoles, han hecho
popular la distinción entre moral como contenido y moral como estructura.
Moral como contenido: este sentido de moral coincide con la definición que hemos dado
antes. Se refiere al contenido concreto de una moral, a las normas y principios que,
según una comunidad o persona, regulan el comportamiento correcto. La moral es un
corpus que puede tener como contenido las siguientes normas: respetar a
los padres, proteger a los hijos, decir la verdad, ser honestos con los demás… Moral
como estructura: en este sentido, la moral es un rasgo constitutivo de la naturaleza
humana. Nuestro carácter abierto nos empuja a definirnos constantemente en las
elecciones y los actos que realizamos. Estos son fruto de una voluntad libre que tiene la
posibilidad de escoger, pero también, la obligación de hacerlo, y siempre de acuerdo con
las normas asumidas o en contra de ellas. Ante una situación concreta, y ante la urgencia
de actuar, el ser humano debe decidir: no está en su mano abstenerse, pues eso mismo
constituye una decisión. La libertad no nos permite no elegir; es decir, no se puede elegir
no ser libre o no ser moral. De esta manera, el ser humano puede ser moral o inmoral,
pero no amoral, pues posee una serie de normas concretas de acción (moral como
contenido) pero también se encuentra obligado por su libertad a acatarlas o no (moral
como estructura).
Los hábitos (o costumbres) son ciertas tendencias a actuar de un determinado modo ante
situaciones similares. El conjunto de hábitos de una persona constituye su caráctero
forma de ser, es decir, los rasgos que lo distinguen de otros y que es posible observar en
las acciones concretas. Aunque nacemos con unas predisposiciones concretas, nuestro
carácter se forma por la repetición de acciones similares. El carácter no es algo que nos
venga definitivamente dado, sino algo que vamos construyendo lenta y constantemente
con nuestro hacer cotidiano. Una vez el carácter se ha formado, este influye y condiciona
fuertemente nuestras acciones concretas, y la corrección o incorrección de estas. Cuanto
más asimilado está el carácter, más difícil es llevar a cabo acciones de signo contrario a
las que habitualmente solemos desempeñar.