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lase social, etnia y

género: tres
enfoques
paradigmáticos  
convergentes.
Natalia Papí Gálvez

El desarrollo de los Estudios de género en los


últimos cincuenta años ha suscitado un nuevo
enfoque metodológico dentro de las ciencias
sociales. En concreto, dentro de la Sociología se
puede distinguir la evolución, interacción y
contradicción de tendencias distintas al tiempo que
se encuentra una expansión de estos estudios dentro
de las áreas de conocimiento tradicionales y
emergentes. Sin embargo, la discusión en torno a
cuestiones metodológicas es un debate vivo y
necesario en tanto que fundamental para la
investigación aplicada.

En consecuencia, el siguiente ensayo contribuye a


este debate. Se ubica en una preocupación
conceptual básica para la subsiguiente construcción
y operativización de las variables que permita
diagnosticar y observar las desigualdades sociales
con algo más de nitidez. En concreto, pretende
contribuir y exponer las interacciones entre la clase
social, la etnia y el género como planos de análisis
convergentes.

Por tanto, la exposición incluye un nuevo enfoque de


estratificación social. Por nuevo enfoque se entiende
un marco interpretativo alternativo de partida que
aporta visiones complementarias a los marcos
teóricos que le son propios.

Así, a lo largo de la siguiente lectura se pretende


aclarar al menos dos acepciones del término
“género”: por un lado como perspectiva y por otro
lado como categoría. Ambas acepciones son
necesarias para abordar la estratificación social
desde esta visión alternativa aunque, como se verá
más adelante, la interacción del género con la clase
social y la etnia obliga a considerarlo como categoría
de análisis o, tal y como se ha denominado, como un
plano de estratificación.

Desde el género como clase social al género como plano de


estratificación

Cuestiones conceptuales.

Anteriormente se ha mencionado al menos dos acepciones


necesarias para abordar el término como nuevo enfoque dentro de
los estudios de la estratificación social. Cabe aclarar que al
considerarlas como “acepciones” no se proponen dos elementos
diferentes. Recuérdese que la preocupación del siguiente ensayo
es fundamentalmente metodológica y es en este sentido en el que
cabría distinguir el género como paradigma y el género como
categoría de análisis.

El mismo concepto género ya es un indicador del enfoque


paradigmático. Se incluye dentro de una perspectiva que ha
contribuido y contribuye al conocimiento, a la política y a la
sociedad. Ha afectado y afecta a las decisiones políticas y al
discurso social en mayor o menor grado y con mayor o menor
acierto, pero aun así, influyente.

Atendiendo a los últimos cincuenta años es concebido dentro de la


crítica, alimentando y alimentándose de las tendencias del
pensamiento que protagonizan las interpretaciones actuales hacia
la historia y hacia la sociedad.

Debido a su sujeción política forma parte de la misma. Por un lado,


afecta al discurso social, a la opinión pública, y alcanza la gestión
política. Obliga a responder ante las evidencias denunciadas. Pide
cuenta a las leyes, a las normas, a las costumbres, a los
estereotipos, a todo lo que conduzca a una discriminación tanto
directa como indirecta. Por otro lado, es objeto de interpretación
política.

El movimiento feminista, la teoría, los llamados Women’s Studies y


los estudios de género forman un todo del que emerge un enfoque
propio. Este enfoque es necesariamente transversal. Se entrelaza
con otras disciplinas, las enriquece, les dota de un punto de vista
reflexivo, crítico, que contribuye al conocimiento de la realidad, del
objeto o sujeto de estudio.

El mundo y la vida se abordan desde una concepción que


responde a la diversidad de géneros, a la construcción social
dicotomizada en virtud al sexo y a sus implicaciones. Emerge la
estratificación sexual sostenida por una división de trabajo que
concluye en una desventaja en virtud a una ideología dominante
inserta en la cultura. Así, aporta categorías que contribuyen al
estudio de la realidad. Una realidad cuya naturaleza sexuada
emerge si es analizada bajo este enfoque. Se trata, pues, de un
paradigma que envuelve un enfoque y análisis característico
basado en la teoría y en la “cultura” del feminismo.

En consecuencia, la discusión feminista ha introducido una nueva


perspectiva en la Academia que ha derivado a los ‘Estudios de
Mujeres’ en las universidades anglosajonas y, poco tiempo
después, a los llamados Estudios de Género [ Nota 1 ]. Aun así, cabe
aclarar que la acepción ‘Estudios de mujeres’ no está exenta de
crítica en tanto que hace referencia a ‘mujer’.

El género como indicador del enfoque paradigmático lleva a


nombrar, al menos, tres formas por las que se podría abordar el
mismo, a saber:

>Primero, conceptualmente, por tanto, inserto dentro del eje


género/sexo. En este sentido, el eje género/ sexo en el que se
asientan los Estudios de género, por un lado, representa la
sociedad culturalmente androcéntrica y describe el pensamiento
dominante y, por otro lado, presenta aportaciones teóricas y
envuelve crítica feminista (figura 1).

Fígura 1: Eje GENERO/SEXO

Segundo, como categoría dentro de la estructura social. Así, se


ubicarían otros conceptos tales como división sexual del trabajo,
jerarquía, desigualdad estructurada, patriarcado... y su relación con
otras categorías tales como la etnia y la clase.

Tercero, bajo su posición histórico-social. Aquí se enmarcarían los


estudios de la dinámica y el cambio.

El siguiente ensayo se centra en el segundo punto nombrado. No


obstante, el estudio de las interacciones entre clase social, etnia y
género, implica entender el género como un sistema de sexo-
género donde se entrelaza la diferencia física con las
construcciones sociales que se proyectan hacia ella. También
implica abordar el contexto social como un contexto de relaciones
dinámicas lo que conduce a desechar la idea del estatismo como
componente determinante de la estructura social.

El género es pertinente tanto a la estructura social como al


desarrollo en el momento que se asume la estratificación sexual y
sus implicaciones tales como las relaciones de género asimétricas.
Cabe señalar que, desde esta perspectiva, la estratificación de
género entendida como el reparto del poder, del prestigio y de la
propiedad ha jugado un importante papel dentro de los estudios del
desarrollo. Así, la perspectiva de género se articula
necesariamente con teorías que abordan otras condiciones
sociales. Ello porque los hombres y las mujeres no están sólo
definidos por su género sino también por su posición social y por
otras cualidades que le son asignadas dentro de esta organización
social compleja. Se insiste, la multiplicidad de la organización
social y su complejidad irrumpen dentro del análisis de género
dejando vislumbrar los estrechos lazos con la etnia y la clase
social.

Por tanto, la concepción sexo-género no sólo es una concepción


integradora sino también conduce a entender la relación de género
como plano de análisis dentro de la estructura social. A este
respecto, la Sociología del Trabajo ha contribuido con
investigaciones muy concretas a la conceptualización de género en
términos de categoría relacional; proyectado hacia hombres y
mujeres que están ligados por una relación asimétrica.

En consecuencia, el género constituiría un elemento de análisis


primario, en muchas ocasiones, para entender las relaciones de
poder que en base al mismo se generan. Incluye símbolos,
conceptos normativos, sistemas de organización social e
identidades subjetivas. Verónica Beechey, apoyándose en Sandra
Harding, lo expresa de la siguiente manera: “...el género es
individual, estructural y simbólico, y siempre es asimétrico” [ Nota 2 ].

Efectivamente, comprender el género desde esta perspectiva, se


aleja mucho de la concepción feminista-marxista en tanto que
entendido como clase social. Así, se pretende exponer la clase
social como factor fundamental de la estructuración y distinguirlo
conceptualmente del género mediante las principales críticas que
han sido dirigidas a las feministas-marxistas. Este enfoque
concluye en un análisis de las interacciones entre la etnia, clase
social y género.

Finalmente, cabe destacar, que no todos los enfoques se pueden


abordar considerando el género como una categoría de análisis.
También se han de entender ‘las categorías del género’. Las dos
consideraciones no son contradictoras en tanto que cuando se
aborda el género como una categoría de análisis se hace sin
perjuicio de la consideración del enfoque de género como algo más
que una categoría de estudio. Se trata de dos posibles lecturas que
la una puede llevar a la otra. En consecuencia, se debatirá también
la consideración del género como categoría.

Posiciones enfrentadas

Tradicionalmente la clase ha formado parte, junto con los estratos


y los estamentos, de las tres formas de clasificación social de
acuerdo con una estratificación. El estudio de la clase como nueva
estructura de las sociedades capitalistas del siglo XIX se ubica,
fundamentalmente, en las obras de Marx y Weber [ Nota 3 ]. Ambas
aproximaciones utilizan el criterio económico para definir la clase
social pero el enfoque es diferente.

Tras la segunda guerra mundial, las teorías de clase han tendido


más a establecer varios factores de agrupación bajo diferentes
criterios de desigualdad que ha defender un único criterio objetivo.
En este sentido, han desestimado la concepción de clase social de
Marx y se han aproximado a la Weber. No obstante, los intentos de
clasificación han ido variando en virtud a su agotamiento. Sin
embargo, la clase social queda sujeta a las situaciones del
mercado y del trabajo en la actualidad. La jerarquía, o
estratificación, se supone en tanto que un ascenso en la estructura
de clases implicaría un aumento de las recompensas y mejora de
las condiciones de trabajo. Así, mediante la estructuración, en la
que intervienen varios criterios y perfiles, las clases sociales pasan
de ser categorías económicas a grupos sociales, diferenciados por
su posibilidad de movilidad y estilos de vida entre otros.

Con todo, ni el concepto de clase social ni la teoría de clases han


analizado el género como un contexto de estructuración que actúa
de forma también transversal. Es decir, dentro de la jerarquía
analizada el género es un factor que puede explicar ya no sólo la
aparición de grupos sociales sino la desigualdad dentro de un
mismo grupo. Dicho de otra forma y haciendo uso de dos juegos
de palabras, el género es un factor que puede explicar no sólo la
feminización de la pobreza sino la pobreza femenina, no sólo la
feminización del trabajo sino el trabajo femenino.

Así, el género no actúa como grupo social debido a la


estructuración de acuerdo con el sexo. No se sitúa dentro de la
escala en un punto determinado sino que actúa en todos los
niveles e interactúa con otras condiciones sociales.

En consecuencia, converge con la definición de clase social


contemporánea y se alejaría de la otorgada por Marx. No obstante,
tras los años 70, las feministas-marxistas tendían a considerar a la
mujer como una clase social. Consideración que ha conducido a
una gran polémica por dos vías: primera, por la crítica efectuada a
Marx desde un enfoque de género y, segunda, por la crítica hacia
las primeras feministas-marxistas. Ello concluye en la inadecuación
del término acuñado por Marx si se quiere extrapolar al caso de las
mujeres. Con todo, esta crítica se podría retomar aquí desde los
dos enfoques representados por Linda Nicholson [ Nota 4 ] y por
Mariano F. Enguita [ Nota 5 ]. La primera concluye en que
efectivamente se puede considerar clase social y el segundo
prefiere llamarlo categoría.

Se ha de comenzar diciendo que Marx tan sólo puso atención al


movimiento obrero y, por tanto, cualquier otra acción reivindicativa
como la feminista no entró a formar parte de sus análisis. Además,
la concepción materialista del mismo hizo posicionar el hogar
dentro de la superestructura, es decir, como consecuencia de las
relaciones económicas situadas dentro del ámbito mercantil. A este
respecto, Linda Nicholson tiene un punto de vista diferente. La
autora hace una crítica al propio ‘materialismo’ de Marx en virtud a
su escasa profundidad analítica en términos de género. Así,
cuestiona la reproducción como superestructura.

Realmente, la crítica de Nicholson hacia Marx se basa en su


incapacidad de explicar otras sociedades no necesariamente
confinadas en el capitalismo. De acuerdo con el razonamiento de
Nicholson, el marxismo hubiera sido capaz de incluir las relaciones
de género dentro de los sistemas capitalistas si hubiese introducido
el enfoque transcultural. De esta manera, se hubiera percatado de
las relaciones de género porque hubiera detectado otro principio
organizador, el parentesco.

Por tanto, el análisis de Linda Nicholson sobre la clase social de


Marx no se fundamenta tanto en su anclaje mercantil como en la
separación de esta esfera con las reglas que regulan el matrimonio
y la sexualidad. La autora insiste en la organización de parentesco
como bisagra conceptual entre la producción y la reproducción que
conduce a la consideración del género dentro, incluso, de una
teoría como la de Marx. La consideración del parentesco lleva a la
autora a concluir que el género “debe ser considerado como una
división significativa de clase aun cuando clase se entienda en su
sentido tradicional”.

Mariano F. Enguita [ Nota 6 ] se centra en las definiciones que Marx


aportó y su significado conceptual. El autor trata de indagar si las
relaciones entre clases son de la misma naturaleza que las de
género y, para ello, comienza analizando el término ‘explotación’
tal y conforme lo expuso Marx. De este modo, la explotación
también fue situada en la esfera extradoméstica en virtud a la
compraventa de la fuerza de trabajo que, para Marx, se daba lugar,
tan sólo, en este ámbito. Así, F. Enguita considera que el concepto
de explotación de Marx es inadecuado en tanto que se centra en
las relaciones de intercambio y en una relación productiva. Para el
autor, sería más acertado el concepto de explotación neo-
weberiano que se centra en la desigualdad de oportunidades
vitales. Sin embargo, Enguita no considera que este concepto neo-
weberiano se refiera exactamente a explotación. Para él la
definición estaría más cercana a exclusión. Con todo, F. Enguita
prefiere definir la relación asimétrica de géneros en términos de
privilegio, discriminación e incluso usurpación de los derechos.

De esta forma, el autor argumenta que las mujeres (al igual como
la etnia) no forman una clase social en tanto que no existe una
relación de explotación. Sería el privilegio, entendido como trato de
normas diferenciadas, y la discriminación, como distribución de
oportunidades de acceso, las que entrarían a formar parte de estas
categorías. En consecuencia, F. Enguita prefiere llamar categoría a
este colectivo que interactúa asimétricamente dentro de la
sociedad. Así, defiende el término de categoría en tanto que hace
referencia a los individuos frente a las posiciones que define la
clase y en tanto que parece evocar una dimensión jerárquica.

Sin embargo, realmente Weber tampoco le prestó ninguna


atención a la mujer dentro de su estructuración de clases. De
hecho, haciendo un análisis de la propia concepción de clase de
Weber, Wright [ Nota 7 ] considera que la flexibilidad de su definición
contiene limitaciones entre las que cabe destacar dos: la primera
es que sus categorías sólo se aplican a las economías con
mercado; y la segunda, los conceptos de situación de mercado y
situación de trabajo, sin considerar la explotación en términos
marxistas, conduce a establecer un número indefinido de clases.

Realmente, la pregunta que aquí subyace no es qué definición de


clase social es la adecuada para definir a las mujeres como
colectivo sino, justamente, qué concepción de clase social está
más próxima para observar la interacción de esta clasificación con
el género. Ello obliga al menos a mencionar la preocupación motor
de toda teoría contemporánea de clases, a saber: la naturaleza
metodológica de clase social, es decir, el concepto y los criterios
de diferenciación de clase teóricos que sean empíricamente
adecuados.

Obviamente, tanto el concepto como los criterios de diferenciación


de clase dependerán de la teoría de clases a que haga referencia.
Con todo, existe un cierto consenso en las limitaciones marxistas
para explicar otras sociedades cuyos sistemas económicos no se
basen necesariamente en el capitalismo y en relaciones que se
den a un nivel micro. A Weber también se le puede hacer la misma
crítica en tanto que se sitúa en una economía de mercado. Ello no
quiere decir que el criterio económico no sea especialmente
significativo, sin embargo, se cuestiona el significado de este
criterio y se entiende necesaria su ampliación.

El debate que subyace en torno a la teoría contemporánea de las


clases sociales deja constancia de la capacidad interpretativa del
término. No obstante, se adoptará una postura acerca de qué
concepción de clase social está más próxima para observar la
interacción de esta clasificación con el género.

La concepción de clase social que está más próxima para observar


la interacción con el género es aquella que atiende a la
complejidad de la sociedad actual, operando bajo esquemas
mucho más flexibles que los aportados por los referentes (sobre
todo Marx y Weber) y que acerca el término a otros factores de
desigualdad social. Es una concepción producida por una postura
holista e integradora en la que los individuos toman protagonismo
frente a las posturas situadas exclusivamente en un macronivel. Se
trata de una concepción de clase social frente a la que no se
establece una causalidad unidireccional con el género. Es decir, no
se defiende que las relaciones de clase sea anterior a las
relaciones de género, como podría leerse con el planteamiento
marxista y con las primeras marxistas feministas. Pero tampoco se
defiende que el género sea anterior a la clase, como apuntaba el
marxismo feminismo contemporáneo en tanto que proponían un
sistema organizador anterior al capitalismo como es el patriarcado.
Así, se establecen en el mismo nivel de análisis y se entrelazan en
virtud a las relaciones sociales. De acuerdo con Kabeer:

“Empíricamente, clase y género tienen tendencia a constituirse


mutuamente: las diferencias biológicas siempre son actuadas en el
contexto de desigualdades sociales cruzadas. Por lo tanto, un
planteamiento que parta de las relaciones sociales no da prioridad
a la clase ni al género como el principio determinante de la
identidad individual o de la posición social” [ Nota 8 ].

Defensa de una metodología no jerarquizada

En este punto cabe hacer dos aclaraciones: En primer lugar, las


teorías de las clases sociales se centran fundamentalmente en el
mercado de trabajo. De esta forma, las interacciones de la clase
con el sexo se pueden establecer en estos términos. Dentro de
esta puntualización se puede retomar el análisis de Wright acerca
del concepto de estructura de clases sin que por ello no se sea
consciente de las críticas dirigidas hacia el autor dentro de su
análisis y la evolución de su obra [ Nota 9 ]. También se puede
recordar las reflexiones de Félix Tezanos [ Nota 10 ]. En segundo
lugar, cuando se establece la interconexión entre clase social y
género se ha de situar en la sexualización. Es decir, en el proceso
mediante el cual las diferencias biológicas actúan como plataforma
para la construcción social (lo masculino, lo femenino). Por tanto,
se situaría dentro de la descripción de la cultura androcéntrica y de
la ideología dominante.

En este sentido, si bien se puede discrepar con la primacía de un


concepto de clase social masculino, como parece que se puede
leer entre líneas, se puede estar de acuerdo con la estrategia
analítica dibujada por Wright cuando diferencia los mecanismos de
sexo y de clase. Por dos motivos, primero, porque propone
profundizar en el estudio de la influencia de las relaciones sexuales
en la conformación de estructuras de clase concretas y, segundo,
porque entiende que en la formación de los grupos juega un
importante papel las subjetividades y las condiciones sociales. Ello
conlleva, aunque no menciona, a admitir la capacidad transversal
que tiene el género en tanto que significativo no sólo para
diferenciar experiencias vividas entre hombres y mujeres sino entre
mujeres situadas en diferentes posiciones. Así, conduce al
esquema de Marcela Lagarde [ Nota 11 ] sobre la semejanza,
diferencia y especificidad. Esta última dimensión ha jugado un gran
papel para entender que el género y la posición de género es
heterogénea tanto dentro como entre sociedades.

El plano de objetividad social de Félix Tezanos se define de


acuerdo con el mercado laboral. Realmente, la tesis del autor
ayuda a entender la conexión existente entre la posición ocupada
dentro del mercado laboral, las características sociales y culturales
que lo condicionan y la relación de esta posición con las
desigualdades e, incluso, llamémosle, con el éxito o fracaso en
términos de oportunidades y distribución del bienestar y poder. En
concreto, su lógica conduce a establecer una relación causal que
empieza con esos componentes de diferenciación intergrupo hacia
la posición de mercado, de ahí a las condiciones laborales que
determinan el nivel de vida y, ésta, hacia las identidades sociales
básicas, eso sí, recíprocas.

Vuélvase a la postura de Wright ante las subjetividades y


condiciones sociales. Así, también se incluiría en el segundo nivel
descrito por Félix Tezanos, concretamente, en las identidades
sociales básicas pero no necesariamente como resultado de una
relación causal de los anteriores escalones en tanto que estos
escalones describen la situación económica y la posición laboral.
De hecho, el género tendría, sin duda, su propio plano de
objetividad social (primer nivel) y su propia acción social (tercer
nivel). Con ello no se quiere decir que la posición laboral y la
situación económica no sea significativa, sino que se que quiere
acentuar la sexualización en virtud a las teorías de la voluntariedad
[ Nota 12 ]
.

En definitiva, el género interactúa con la clase social entendida


como estructura desigual y jerárquica. Desde este punto de vista
se estimula la discusión en torno a la relación del ‘género’ con las
categorías de análisis de las que los estudios de desarrollo parten,
es decir: principalmente, con la exclusión, la marginación y la
pobreza. Existen diferentes enfoques y posturas hacia estos
términos que están íntimamente relacionadas con los problemas
conceptuales de las propias categorías, debate que aún sigue
abierto. Sin embargo, de acuerdo con la concepción de exclusión
descrita por Félix Tezanos, el género contemplaría este, llámese,
estado social. No obstante, cabe destacar el concepto de
segregación social analizado por el autor. Este concepto lo sitúa en
el campo de las acciones y regulaciones que tienden a ubicar a las
minorías étnicas y raciales en posiciones secundarias. Dichas
posiciones secundarias tiene efectos perversos hacia esas
minorías dándose lo que ya se ha definido como discriminación a
propósito de Mariano F. Enguita. De tal forma que les proporcionan
menos oportunidades, derechos y libertades. Aunque Tezanos se
ciñe a las minorías étnicas y raciales, el concepto bien podría ser
utilizado para las relaciones de género que implican asimetría
asentada en la diferencia sexual. Y en este sentido, de nuevo,
cabría destacar tanto los fenómenos manifiestos como los latentes,
o lo que se ha venido llamando discriminación directa e indirecta.

Con todo, el análisis de autor no se acerca a una perspectiva de


género. Debates interesantes hacia los enfoques apoyados en el
yo generalizado y el concepto de ciudadanía se encuentran en
toda la crítica feminista. Por tanto, lo que se quiere destacar del
análisis del autor es justamente lo que ya se ha comentado, es
decir: la conexión existente entre la posición ocupada dentro del
mercado laboral, las características sociales y culturales que lo
condicionan y la relación de esta posición con las desigualdades.
Así, desde este enfoque, se contempla la gran importancia que
tiene el empleo dentro de las sociedades occidentales para el
desarrollo tanto individual como de un colectivo que sustenta una
situación o condición social determinada. Por tanto, se entiende
que desde un enfoque sociológico preocupado por las
desigualdades de género, los análisis descriptivos de las
ocupaciones laborales y los explicativos que conciernen a la
estructura y estratificación social estén íntimamente relacionados.

Sin embargo, desde esta perspectiva de clase social se asume el


riesgo de asociar el género con el sexo hasta construir el sinónimo
en tanto que la clase se entiende plano significativo de
estratificación social. Así, se podría concluir en que el género es
una variable dentro del estudio de la estratificación [ Nota 13 ]. Sin
embargo, la relación entre ambos procede por medio de la
sexualización con contenido androcéntrico. No obstante, las
identidades sexuales se entrelazan con las ‘subjetividades’ de
clase que, a su vez, están relacionadas con las posiciones dentro
del mercado laboral. Ahora bien, si por posiciones dentro del
mercado laboral se entiende empleos, condiciones laborales o
desempleo desde un enfoque ‘tradicional’ el término se ubica tan
sólo en una de las esferas que ha sido analizada desde un enfoque
de género. Y si, además, estos términos conforman el centro
neurálgico de las teorías de clase bien para encontrar las causas
de sus diferentes posiciones y semejanzas de grupo bien para
detectar sus implicaciones, se entiende que el género y las
relaciones de género involucran otros planos de análisis que lo
diferencian de los estudios centrados en las clases sociales. Lo
que conduce a la postura que se trata de defender en todo este
apartado, es decir: clase social y género se establecen en el
mismo nivel de análisis y se entrelazan en virtud a las relaciones
sociales lo que les conduce a compartir categorías de análisis y a
poseer otras distintas, que le son propias.

Una triangulación conceptual: etnia, género y clase social

El término ‘etnia’ hace alusión a cultura. Así, un grupo étnico


determinado comparte normalmente costumbres, lenguaje e
instituciones. El grupo étnico se ha de diferenciar de la acepción
racial como el género se diferencia del sexo. Sin embargo, un
colectivo étnico políticamente superior puede otorgarle estereotipos
a otro de acuerdo con los rasgos físicos diferenciadores [ Nota 14 ].
Ello puede conducir a transformarlo en minoría en una misma
sociedad o a la subordinación económica y política.

Cabe al menos mencionar la discusión existente entorno al


concepto cultura. Desde la antropología social, este término se
dibuja como concepto primario de organización de la misma
disciplina. Sin embargo, no ofrece una definición unánime al
respecto. Reconoce, no obstante, que se trata de un sistema de
símbolos y creencias, una visión del mundo de una sociedad, un
‘ethos’, aunque queda pendiente una revisión exhaustiva del
mismo [ Nota 15 ].

Con todo, la etnia ha sido tratada desde un enfoque de exclusión-


inclusión. Por tanto, los estudios centrados en el desarrollo y las
desigualdades sociales han aportado mucho material al respecto.
En consecuencia, está íntimamente ligado con la estratificación y
estructuración social, por ende, al análisis de las clases sociales y
al del género.

No es fácil abordar en su conjunto lo que se ha querido denominar


como triangulación conceptual entre género, etnia y clase. Dentro
de esta triangulación se incluyen niveles de análisis (micro/macro),
enfoques teóricos pero también empíricos y disciplinas muy
diversas que siempre aportan al estudio de las conexiones de los
tres planos. Además, dentro de los análisis empíricos siempre
existe el fantasma del indicador o indicadores como variable o
variables que tratan de representar numéricamente los planos de
análisis mencionados. Se habla de fantasma porque se encuentran
análisis conceptuales acerca del género, la clase social y la etnia
de los que muchas veces se pueden concluir que existe un
componente interpretativo importante debido a la gran complejidad
de la realidad por lo que su medición (al menos tradicional) resulta
ser un zapato demasiado pequeño. La dinámica y el cambio de la
sociedad implica una revisión constante de los conceptos e
indicadores que pudieron ser válidos ayer. Incluso cuando los
indicadores son ‘fiables’ su utilización siempre queda circunscrita
dentro de su propia definición que normalmente, por mucho grado
de significación resultante, no observan un fenómeno en su
totalidad. Este es el caso del trabajo doméstico que contiene
muchos problemas de cuantificación además de posturas en contra
de su representación dentro de la contabilidad nacional basadas en
lo que se entiende como la ética de la diferencia.

Por ello se ha elegido una trayectoria metodológica quizá


demasiado ambiciosa pero necesaria para poder abordar, aunque
sea a modo de introducción, esta propuesta. Cabe mencionar, no
obstante, que esta trayectoria se ha dibujado desde una
perspectiva sociológica. Dicha perspectiva obliga a revisar otras
disciplinas tales como la historiografía y antropología.

En consecuencia, los estrechos lazos teóricos y empíricos entre el


género, etnia y clase pueden ser abordados desde la siguiente
estrategia de búsqueda de información y estudio.

Propuesta de búsqueda de información y estudio

En primer lugar, profundizar en las características que explican la


dinámica del sistema social y sus consecuencias, cuyas teorías
parten de la tendencia crítica y deconstruccionista que caracteriza
a los estudios tras la segunda guerra mundial.

Existen contribuciones de la mano de la epistemología, sociología


del conocimiento, historiografía y de la dimensión política de los
estudios feministas. Así cabe destacar a Rosi Braidotti, Sandra
Harding, Liz Stanley, Himani Bannerji, Naomi Zack y Jan Jindy
Pettman entre otras. La sociología del trabajo sería un área de
investigación de aportaciones empíricas y conceptuales dentro de
esta primera vía.

Este primer enfoque hace un estudio de las causas y los efectos de


los sesgos metodológicos en el conocimiento. Busca explicaciones
tanto dentro de los procesos de estructuración social como de la
formación de conceptos por canales culturales. Abordaría las
relaciones de la teoría feminista con otras teorías que otorgan
explicación a un sistema social jerarquizado. Este examen obliga a
revisar la evolución histórica del sistema económico y político,
recurrir a teorías sobre la nación, etnia, clases o castas y
comprender las consecuencias de la lógica económica dominante y
las respuestas críticas hacia la misma. Así, esta primera vía se
ubicaría más en el plano teórico-conceptual y contribuye
directamente al supuesto de jerarquía y/o relación asimétrica entre
géneros.

En segundo lugar, revisar aquellos enfoques que participa


plenamente en el supuesto de heterogeneidad del género. Son
enfoques enriquecedores a la teoría feminista procurados de dos
maneras: Primera, investigaciones etnográficas enmarcadas dentro
de la Antropología feminista y, Segunda, otras investigaciones
procedentes del feminismo generado en las sociedades menos
desarrolladas. Así, las mayores contribuciones proceden de los
estudios étnicos, estudios multiculturales, postcoloniales y,
también, de la mano de la Antropología con estos perfiles.

Esta segunda parte conduce al examen de las culturas y de la


historia particular de cada sociedad. Así, las sociedades se
componen de un orden social y una cultura genérica que, a su vez,
envuelven otras ‘subculturas’ como es la del género, con sus
particulares conceptualizaciones e identidades. Este enfoque
también permite estudios comparativos entre sociedades y desde
distintas disciplinas. Estos estudios comparativos conducen a
establecer puntos convergentes y divergentes entre las sociedades
y contribuyen a reafirmar la interdisciplinidad de los estudios de
género. También es cierto que este tipo de estudios deben ser
minuciosamente revisados ya que se puede caer en la tentación de
interpretar la comparación desde un único enfoque cultural. Con
todo, la comparación es lo que otorga la posibilidad de encontrar
nexos comunes, al menos, en las estructuras de orden social. Así,
Marcela Lagarde [ Nota 16 ] afirma que las categorías más
entreveradas son el género y la edad en todas las sociedades.
Para la autora se trata de un orden social genérico de edad.

Las reflexiones de Lagarde serán tomadas dentro de un contexto


internacional en el que la diversidad de sociedades, culturas y
estilos de vida es tal que se podría aceptar el eje sexo/edad. Sin
embargo, si se reduce el ámbito geográfico, por ejemplo a las
sociedades occidentales, de acuerdo con muchas autoras
centradas en estudios de producción/ reproducción, las categorías
de género no se agotarían en la sola consideración del sexo ni de
la edad. Las atribuciones que otorgan significado a lo masculino y
a lo femenino se podrían considerar como categorías del género
dentro de una sociedad determinada. Verónica Beecher lo expresa
de la siguiente manera:

“... el género también interviene en la definición de ciertos puestos


de trabajo como ‘femeninos’ y ‘masculinos’- es decir, en la
estereotipación sexual de las ocupaciones- (...) está ligado a
cuestiones de identidad y sexualidad (...) también está relacionado
con el poder: la dominación de los hombres y la subordinación de
las mujeres, que se reproducen en el proceso de trabajo y también
en otros ámbitos en las sociedades capitalistas” [ Nota 17 ]

De igual forma, las teorías de la socialización y de la vida cotidiana


(centradas o no en el eje producción/reproducción) encontrarían
una constante en la vida de una persona. Se trataría de la
educación social en roles de identificación sexual y de la
reafirmación en la misma durante la infancia y la etapa adulta
respectivamente (etapa que incluiría a los ancianos). Estos roles
de identificación atañen a la división sexual del trabajo. Con todo,
lo que cabe destacar en el análisis de Lagarde y en los argumentos
otorgados con posterioridad es la importancia de las relaciones
sociales en los procesos de diferenciación étnica y sexual.

Según Moore [ Nota 18 ], las aportaciones más destacadas de la


antropología feminista son: el desarrollo de posturas teóricas que
explican las conexiones entre diferencias de genero, culturales, de
clase e históricas; que las relaciones de género son esenciales
para analizar seriamente las relaciones históricas y de clase; el
desmantelamiento de la categoría universal ‘mujer’ y la disolución
de otros conceptos como ‘subordinación universal de la mujer’. Sin
embargo aun habría una asignatura pendiente: interpretar con éxito
la ‘otra cultura’ y, para ello, se ha de integrar el binomio similitud/
diferencia además de hacer un gran esfuerzo por desprenderse de
una subjetividad excesivamente parcializada y debe continuar con
su pretensión de encontrar canales para teorizar sobre las
intersecciones entre las distintas clases de diferencias. Estas
‘clases de diferencias’ (lo que con anterioridad se ha denominado
planos de análisis) no se deben comprender secuenciales sino
simultáneas.

“En mi opinión, ningún tipo de diferencia prima necesariamente


sobre los demás. Así pues, si tomamos el ejemplo del género, es
obvio que no se puede experimentar lógicamente la diferencia de
género independientemente de las demás formas de diferencia.
Ser mujer de “raza” negra significa ser mujer y ser negra, pero la
experiencia de estas formas de diferencia es simultánea y en
ningún caso secuencial o sucesiva. Un aspecto fundamental es
que, en la sociedad humana, estas formas de diferenciación son
estructuralmente simultáneas, es decir, la simultaneidad no
depende de la experiencia personal de cada individuo, pues ya se
encuentra sedimentada en las instituciones sociales. Es, no
obstante, evidente que en determinados contextos existen
diferencias más importantes que otras. De ello se desprende que la
interacción entre varias formas de diferencias siempre se define en
un contexto histórico determinado” [ Nota 19 ].

Moore hace una distinción metodológica importante acerca del


concepto de género. Ella considera que se pueden llegar a
conclusiones distintas si el concepto es tomado desde su
construcción simbólica [ Nota 20 ] (implica evaluar la valoración
simbólica atribuida a hombres y mujeres en una sociedad dada) o
como una relación social. Ambas perspectivas no son excluyentes.
La autora afirma que la sociología se ha centrado en el segundo de
los enfoques dejando un tanto olvidada la importancia simbólica.
Sin embargo, será este segundo enfoque desde el que se concluye
que la subordinación de la mujer no es universal. Así, el análisis se
ubica en la división sexual del trabajo y en una postura de
complementariedad y no de subordinación. En este sentido, la
contribución de la mujer a la economía de todas las sociedades es
sustancial. De esta manera, la condición de mujer no dependería
de su papel de madre ni de estar recluía en la esfera doméstica
sino del control (1) en el acceso de los recursos, (2) en las
condiciones de su trabajo y (3) en la distribución del producto de su
trabajo. Así, existen comunidades pequeñas en las que la división
entre lo doméstico y lo público no es un eje de análisis aplicable.
Además, algunos estudios apuntan hacia la independencia
económica y ritual entre los mundos del hombre y la mujer de tal
forma que los poderes son dispuestos de distinta manera pero
nunca subordinada y siempre ejercidos en igualdad de condiciones
[ Nota 21 ]
. Las posturas que defienden la no universalidad de la
subordinación parten de la crítica hacia los enfoques
reduccionistas occidentales y acentúan el cambio de las relaciones
de género tras la colonización. En este sentido, sí que cabría
destacar la construcción simbólica de la cultura occidental y no
sólo la división sexual asimétrica del trabajo. Es decir, la
construcción simbólica del género y la distribución de tareas por
sexo que repercute en el control de los recursos económicos y de
poder e implica subordinación.

En consecuencia, y en tanto que la revisión de las categorías


analíticas de la antropología deben estar en manos de
antropólogos, este informe se centra en las categorías de análisis
del género dentro de la cultura occidental y la interacción de este
plano de análisis con la clase social y la etnia se supondrá dentro
de esta construcción simbólica. Además se entiende la
interconexión entre culturas, por medios forzados o voluntarios,
aunque se trate de un proceso lento, conflictivo o no, y la posición
de referencia económica y política que ha tenido lo occidental, al
menos, en los dos últimos siglos.
En tercer lugar, localizar y adquirir aquellas aportaciones que se
dirigen hacia la convergencia del género con otros planos de
análisis ubicados en el estudio de las desigualdades y desarrollo.
Así, el género, la etnia y la clase se constituyen como categorías
acumulativas dentro de un orden social jerárquico que implica
desigualdades (en oportunidades, recursos, poder, propiedad o
cualquier otra desventaja estructurada). Dentro de este punto
entraría a jugar un importante papel el concepto de vulnerabilidad
citado líneas anteriores. Algunos autores que pueden ser revisados
desde esta perspectiva se enmarcarían dentro de la dimensión
política, económica y social del feminismo. Ejemplos son: Michale
Awkward, Bannerji, Himani, Naomi Zack, Sartwell Crispin, Laurie
Shrage y Valentine Moghadam aunque cabe señalar que las tres
perspectivas son comunes a muchos autores.

Esta última también forma parte de esa complejidad que


caracteriza a la perspectiva de género y, como tal, está relacionado
con los dos anteriores de la siguiente forma: <1> precisa del
estudio de las culturas y subculturas al tratar con dimensiones
como la etnia, clase y género, <2>, necesita conocer las teorías
que dan respuesta a la definición de clases sociales, <3>, asume
los puntos convergentes entre la teoría feminista y otras teorías
que involucran la clase y la etnia y, <4>, parte de un nexo común,
esto es, de la existencia de una correlación teórica y empírica entre
los tres planos de análisis nombrados.

Este enfoque supone que si un actor social contiene un perfil


construido por las características minoritarias de una sociedad,
tiene mayor posibilidad de quedar ubicado en las peores
posiciones de la misma en términos de acceso a recursos y poder.
La pregunta de base sería si las posiciones sociales más
desfavorecidas definidas dentro de los tres planos de análisis
contribuyen a una mayor desigualdad en términos de acceso a
recursos tanto de micro como de macro poder cuando acontecen
dentro de un grupo e incluso de un actor social dentro, eso sí, de
una determinada sociedad y en un contexto histórico también
determinado. Así, en términos comparativos con los demás actores
sociales dentro de una misma sociedad y a los que les falta alguna
característica, llámese, ‘de riesgo’ sus condiciones de vida y la
posibilidad de mejorarlas serán peores y más escasas,
respectivamente. Por ejemplo, en la sociedad estadounidense, el
perfil podría estar en ser mujer, negra y de clase baja. Por lo que
también podría conducir a grados de vulnerabilidad mayores. Lo
que se ha llamado ‘perfil construido por características minoritarias’
está íntimamente ligado con los estereotipos sociales

Se quiere insistir en el término ‘vulnerabilidad’. Se hace referencia


a este término en términos de posibilidades. Es decir, se entiende
por vulnerabilidad social la posibilidad potencial que tiene un
colectivo de disminuir la distancia entre niveles de vida en orden
descendente. De tal forma que ciertos factores estructurales que, a
su vez, explican la formación de estos grupos conlleven a
convertirlos en colectivos de riesgo en términos de
empobrecimiento, sobre todo, en una misma sociedad.

Tres dimensiones en la interacción entre la etnia, el género y la


clase social
Por tanto, el estudio de la interacción entre etnia, género y clase
social implica profundizar en tres dimensiones:

Primera, los rasgos individuales que, de acuerdo con Félix


Tezanos, por sí mismos no otorgarían una explicación completa.
Por rasgos individuales se hace referencia no sólo a las
características físicas del actor social que puede ser motivo de
identificación cultural, también otros factores como el grado de
cualificación. El nivel de formación es un buen indicador para
entender que no existe una relación directa entre este nivel y la
posición social aspirada. Aún en las sociedades más desarrolladas,
con unos porcentajes de mujeres muy elevados dentro de la
educación secundaria y en las Universidades, no existe un claro
reflejo dentro del mercado laboral. Por tanto cabe introducir las
siguientes.

Segunda, las características estructurales de la sociedad. La


estructura del mercado laboral, la estructura de la población, la
dinámica económica, los recursos existentes y el acceso a los
mismos entre otras características estructurales y de contexto
social. Sin embargo, los factores estructurales tampoco acabarían
por completar la explicación. Hasta aquí se podría estar haciendo
un análisis de los curriculae, de los recursos existentes, de las
posiciones y condiciones sociales, posibilidades económicas y de
desarrollo colectivos y de las relaciones y redes constituyentes.

Tercera, la construcción simbólica de la sociedad y el significado


cultural. Aquí se incluirían términos como el prestigio, la valoración,
los prejuicios, los estereotipos, las actitudes, etnocentrismo,
estigma, sexismo y androcentrismo entre otros.

Teniendo en cuenta estas tres dimensiones se puede estudiar el


impacto de la estructura de una determinada sociedad y de la
construcción social de la misma en otras sociedades o/y en grupos
o colectivos dentro de la misma sociedad en términos de
vulnerabilidad. El ejercicio también se puede hacer a la inversa.
Por ejemplo, si el estudio se centra en las migraciones se podría
focalizar tanto en el impacto de las migraciones masivas desde los
países periféricos a los centrales en la estructura de estos últimos
como en la estructura de los países de procedencia. También las
respuestas sociales de la sociedad receptora y las consecuencias
o efectos hacia los colectivos migratorios. De igual modo se
incluirían los perfiles de los inmigrantes en términos de sexo, “raza”
y situación social. En este sentido, cabe destacar el artículo de
Mercedes Jabardo Velasco a propósito de un estudio efectuado en
España sobre la migración de la mujer africana. Entre otros
objetivos a la autora le preocupa en función de qué criterio definen
la identidad las mujeres africanas del Maresme. Todas las
conclusiones a las que llega Jabardo son interesantes pero se
quiere destacar esa interacción entre sus diferencias físicas,
culturales y la situación económica y social dentro de España.

Actualmente estas conclusiones sólo pueden darse en


investigaciones, llámese, pormenorizadas en términos de ámbito
geográfico y sujetos de estudio con un método que incluya alguna
técnica cualitativa. Ello es debido a la carencia, ya mencionada,
que contienen los indicadores a la hora de medir ciertas
‘realidades’. Algunas de estas carencias pueden ser corregidas. En
este sentido se trata de poner un ejemplo extremo, es decir, se
parte de un contexto internacional y de una investigación de corte
comparativo. Para ello se debe recurrir a los indicadores
internacionales. Así, Paloma de Villota [ Nota 22 ] hace una análisis y
crítica de las insuficiencias del Índice de Desarrollo Humano que
puede ser aplicado a cualquier promedio global. Efectivamente, los
promedios globales ocultan las diferencias que existen en la
distribución (al menos) de los indicadores básicos, bien sea por
sexo, “raza”, región, etnia o entre individuos. Estas limitaciones ya
fueron puestas de manifiesto por el propio informe sobre Desarrollo
Humano de 1991. La autora afirma que si bien la forma de
medición del desarrollo humano puede conducir a observar las
diferencias socioeconómicas entre sociedades “a mi modo de ver,
resulta insuficiente si no se acompaña de otros parámetros para la
comprensión de la sociedad, tales como las variables grupo étnico
y género” [ Nota 23 ]. Aunque se han hecho intentos desde entonces
para rectificar el índice de desarrollo humano en términos de sexo
(índice de Desarrollo Relacionado con la Condición de la Mujer e
índice de potenciación de la mujer) existen todavía carencias que
son susceptibles de corregir mediante un tratamiento de los datos
más exhaustivo y menos etnocéntrico. Con todo, también es cierto
que estas carencias están muy relacionadas con los problemas de
cuantificación de aquellas tareas que no están dentro del mercado
o no se contabilizan por situación informal, bien las ejecuten los
hombres o las mujeres. Otro camino sería acudir a indicadores y
encuestas efectuadas en cada país pero en este caso existen, al
menos, dos limitaciones importantes además de la gran tarea, casi
imposible, que ello supone. La primera limitación es por ausencia.
Existen países que no recogen todos los indicadores, ni hacen una
cuantificación fiable de su estructura y desarrollo social. La
ausencia también puede darse entre países que si bien tienen ya
una tradición en la aplicación de investigaciones sociales no se
recogen ni los mismos datos ni de la misma forma. Con todo,
aunque se bajen las pretensiones geográficas se topa con la
segunda limitación importante y es el efecto de las estructuras
(sociodemográficas o económicas) no corregido para establecer
comparaciones entre países.

A un nivel Europeo cabe destacar al menos dos herramientas de


naturaleza cuantitativa de análisis. La primera es el informe anual
publicado por el Comité conocido como Eurostat en el que
aparecen indicadores sociodemográficos y económicos. La
segunda son los llamados Eurobarómetros cuya base de recogida
de información es mediante la técnica de la encuesta. Estos
últimos se ejecutan con mayor frecuencia y contienen preguntas
panel. La cantidad de información emitida en torno a la integración
y constitución de Europa es bastante extensa. En algunos
cuestionarios temáticos sobre el problema de las condiciones
laborales y las diferencias de género se han detectado algunas
preguntas sobre responsabilidad doméstica que a pesar de no ser
suficientes connota una preocupación en torno a esta
problemática. Sin embargo, dentro de las preguntas panel no se
encuentran las citadas lo que no posibilita hacer un análisis con
series temporales. Los eurobarómetros son una herramienta que
se está estudiando con profundidad para encontrar tanto goles
como carencias en materia de género. Por tanto, el estudio no se
ha terminado. No obstante se quiere resaltar una de las muchas
limitaciones detectadas a raíz de una investigación que fue
presentada al Centro de Estudios Europeos de la Universidad de
Valladolid. Esta investigación trataba de encontrar diferencias
socioeconómicas entre los países miembros de la Unión Europea y
los solicitantes desde una perspectiva de género. Partía del
supuesto que aun a pesar de la existencia de diferencias de orden
económico entre países se mantenía una semejanza de los ratios
de empleo y desempleo por sexos.

Así, se encontró que en el informe anual emitido no existían datos


desagregados de los países solicitantes a la adhesión. Es más,
Alemania del Este no aparece hasta 1991, es decir, hasta que no
cayó el muro de Berlín y se procedió a la cuarta Ampliación
Europea en la que se incluyó. Con los eurobarómetros ocurre algo
muy parecido. Esta herramienta se utiliza para los países
miembros y van apareciendo los demás países a medida que se
plantea la ampliación y la adhesión de los mismos. En
consecuencia, actualmente, no se disponen datos de ciertos
países que aun siendo miembros no lo eran cuando se constituyó
lo que era la Comunidad Económica Europea. Por tanto, en
muchas ocasiones, se ha de recurrir a los indicadores
internacionales, al menos, si el análisis quiere centrar su atención
en la evolución de ciertos indicadores. Obviamente, ésta constituye
una de las primeras limitaciones con la que se encuentra cualquier
investigación que, además, connota una situación política y
económica determinada tras la ausencia y presencia de los
mismos.

Posteriormente se tendría que profundizar en la estadística de los


datos. Es decir, en la formación de los índices, su validez y
fiabilidad. El análisis de Villota se adentra en la formación de los
mismos índices. Este análisis no sólo saca a la luz las limitaciones
de los promedios globales en términos de otras distribuciones, por
ejemplo por sexo y “raza”, sino también que las ganas de corregir
los sesgos está relacionada, indirectamente, con una preocupación
política por estos temas.

En consecuencia, cuando se habla de interacción entre el género,


clase y etnia en este informe se hace referencia a un triángulo
conceptual y teórico que deberá ser confirmado vía investigaciones
‘pormenorizadas’. Así, la asunción de una correlación, al menos,
teórica, entre los tres planos envuelve una doble implicación en
términos (se insiste) conceptuales:

<1> Acepta la influencia del género en las categorías restantes. Es


decir, no es lo mismo ser hombre o mujer (desde la concepción
dominante) y pertenecer a una clase y a una etnia determinada.
Para ello el análisis se ubicaría dentro de una clase o dentro de un
grupo étnico concreto. Una investigación centrada en esta relación
género-etnia /clase implica una visión de macronivel. Primero
porque necesita de teorías centradas en el sistema y, segundo,
porque implica aceptar una división sexual de trabajo a este nivel.
Busca encontrar las desigualdades y semejanzas por sexo a la
hora de acceder a los recursos de poder dentro de una
determinada capa económica o colectivo definido culturalmente.
Sin embargo, dentro de la diversidad, asume un común
denominador. Este común denominador sería la desigualdad de
género de cualquier categoría. <2> Desde un análisis de
micronivel, implicaría examinar las identidades relativas a sus
condiciones sociales y culturales desarrolladas por los sujetos
sociales. Es decir, la etnia y la clase modifica la postura tomada
frente al género [ Nota 24 ]. Evaluaría las relaciones existentes entre
ellas y sus asociaciones con los estilos de vida. Se centra en la
relación de género y su concepción del mismo. Incluiría, así, la
división sexual del trabajo de micronivel y su transmisión
intergeneracional.

Muchos de los estudios revisados y autores centrados en las


clases sociales y de los colectivos étnicos tanto de las sociedades
occidentales como en sociedades menos desarrolladas con
economía de mercado conducen a establecer esta doble
implicación [ Nota 25 ]. También conlleva a reforzar el carácter
multideterminante, complejo y heterogéneo de los fenómenos
abordados desde la perspectiva de género.

Finalmente sólo cabría mencionar que muchas de las autoras


leídas defienden que esta interacción entre clase social, etnia y
género es especialmente evidente cuando se estudia el servicio
doméstico en la mayor parte de los países. Raka Ray hace un
análisis sobre la masculinidad y feminidad dentro los trabajadores
domésticos en Calcuta. El estudio incluye en un total de 60
entrevistas realizadas a trabajadores y empleadores entre 1998 y
1999. Así, la autora afirma la existencia de una ‘servidumbre’
jerarquizada íntimamente relacionada con el sistema de castas y
con la hegemonía masculina. Por tanto, no sólo concluye que el
servicio doméstico es un sector altamente feminizado en casi todas
las partes del mundo sino que en el caso de la India existe una
jerarquía clara dentro del mismo por sexos.

Dentro de los países ‘centro’ este fenómeno está íntimamente


relacionado con la inmigración y la clase social. Helma Lutz [ Nota 26 ]
hace un análisis de la inmigración en Europa. La autora afirma
estimarse más de un millón de trabajadoras domésticas o criadas
internas en este ámbito geográfico. Su análisis se centra
especialmente en Italia, España, Gran Bretaña y Holanda en el que
las mujeres filipinas constituyen un grupo mayoritario en este tipo
de “empleo”. Alemania, sin embargo, se alimenta de los países del
este de Europa. Así, mujeres polacas, checas, húngaras y
eslovacas cubren el servicio doméstico en su gran mayoría. La
interacción entre etnia y género también es evidente en un análisis
de meso y macro nivel, es decir, en el estudio de la estructura del
mercado laboral. En España, según los últimos datos relativos a
1999 del Instituto de la Mujer, el peso del servicio doméstico recae
con un 78% en la mujer frente al hombre. La situación laboral de la
mujer inmigrante no sólo es incierta, como en la mayoría de los
inmigrantes, sino cerrada en opciones en tanto que la mayor parte
de estas mujeres pueden tan sólo elegir entre el servicio doméstico
o la prostitución. El servicio doméstico es un sector muy poco
regulado en el que normalmente se suelen cometer violaciones de
los derechos del trabajador y humanos. Se trata de una
preocupación internacional en tanto que es un problema
generalizado. Así, la Organización Internacional del Trabajo ha
publicado las comunicaciones de la Cuarta Conferencia mundial
sobre la mujer celebrada en Beijing que viene a denunciar esta
situación.

Además, el servicio doméstico es un claro ejemplo de la división


sexual del trabajo proyectada hacia las mujeres a quienes se le
suponen unas tareas y se le atribuyen unas habilidades. También
refleja la relación asimétrica existente y la falta de valoración. En
consecuencia, otorgar respuestas a estos fenómenos desde un
punto de vista teórico-conceptual conduce a centrar el análisis en
el género que, inevitablemente, ha de tener en cuenta otros rasgos
individuales y estructurales además del simbólico. Sin embargo, el
simbólico sería una dimensión que a pesar de entrelazarse con las
otras dos tiene una importancia especial a la hora de estudiar los
procesos por los cuales se refuerza y reproduce la desventaja
estructurada por sexos.

En consecuencia, un enfoque desde el desarrollo puede contribuir


a esclarecer las interacciones existentes entre la clase social, etnia
y género tanto dentro de los países ‘centro’ como de los países
‘periferia’. También es aplicable a ámbitos geográficos más
reducidos y no necesariamente urbanos. Con todo, el punto de
vista que se propone es partir de un enfoque de Género en el
Desarrollo frente al enfoque Mujer en el Desarrollo [ Nota 27 ]. Esta
perspectiva parte de una concepción integradora contribuye al
debate en torno a las relaciones de poder, conflicto y género e
introduce su propia crítica.

Figura 2. Tres planos de estratificación convergentes

En el anterior gráfico se ha intentado representar de forma sencilla


la triangulación conceptual mencionada. Cabe, sin embargo, añadir
que muchas autoras consideran el estatus como una categoría
crucial a la hora de medir las desigualdades por género. Es decir,
se defiende posiciones sociales menores generalizadas por sexo
dentro de las sociedades estratificadas por tal. Este estudio
contiene esta propuesta. La discusión en este sentido estaría
entorno a la medición del mismo.

Los riesgos de la consideración del género como categoría de


análisis: una última observación

Al principio de este punto se defendió que el género como


categoría de análisis o las categorías del género son dos
consideraciones no contradictoras en tanto que cuando se aborda
el género como una categoría de análisis se puede hacer sin
perjuicio de la consideración del enfoque de género como algo más
que una categoría de estudio. También se afirmó que se trataban
de dos posibles lecturas. Sin embargo, aun cuando
metodológicamente hablando la utilización del género como
categoría puede ser muy esclarecedora puede conducir a una
confusión importante.

Esta confusión está relacionada con la reducción del género a una


o unas simples variables e, incluso, a considerarlo en lugar del
sexo. Esta asociación es especialmente arriesgada cuando se
estudia empíricamente la cultura androcéntrica y los procesos de la
relación asimétrica entre sexos.

Lo que en este apartado se quiere reiterar una vez más es que el


término ‘género’ recoge un enfoque paradigmático. En voz de
Marcela Lagarde “abarca categorías, hipótesis, interpretaciones y
conocimientos relativos al conjunto de fenómenos históricos
construidos en torno al sexo” [ Nota 28 ]. Contiene, así, una naturaleza
teórico-crítica, dinámica y culturalmente heterogénea. Concibe el
proceso de sexualización como un proceso de construcción social.
Se expresa como plano de análisis significativo a la hora de
explicar las sociedades a la vez que interactúa con otros.
Manifiesta una realidad. Deconstruye la ciencia. Otorga respuestas
a relaciones asimétricas por sexo. Propone agendas políticas.
Cuestiona los esquemas y estrategias occidentales. Juzga al
sistema económico y pensamiento dominante. Busca su
reconocimiento académico, social y político... Así, está compuesto
por categorías e instrumentos de análisis conceptuales propios.
Detectarlos a varios niveles de abstracción debe ser la meta
fundamental de todo estudio sumergido en el género en tanto que
se entiende necesaria una comprensión de los conceptos básicos
para proceder con una investigación empírica adecuada.

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