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Changa la Mambrí: un linaje truncado

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Qué extraño es el destino…
Sófocles
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Su nombre bautismal era Santiago, pero nunca nadie lo supo excepto sus padres y el
espíritu del esclavo congo que lo inició, Changa la Mambri era un alias que siempre me
pareció de rancio abolengo e improbable nobleza, y aunque se percibía su orientación
desde que se le veía contonearse provocativamente en el ir y venir por la calle donde
vivíamos, mi inocencia no me dejaba deducir que el origen de su confusa identidad
estuvo en la acentuada escasez de testosterona que padecía su organismo; Santiago
Lamberto Marimón Brito era el nombre que muchos años después, con impolutas letras
blancas sobre un aterciopelado fondo negro, anunciaba en el componedor alfabético de
la funeraria quién sería el finado de turno, un nombre altisonante que no me decía nada,
o sí, me decía que mi ciudad tenía un habitante menos, una estadística triste para
quienes defienden la vida, un punto para la violencia y un fracaso para la justicia, me
decía también que mi día empezaba mal, porque levantarse y toparse con un muerto
deja huellas que se reprenden durante veinticuatro horas y más.
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Su fama creció antes que él y en mi casa siempre se comentaba su condición ambigua;
en las noches, cuando mis abuelas se daban sillón hasta el infinito de la madrugada y lo
veían pasar desde el portal solariego, enseguida desataban la comidilla, y qué decir del
dominó, donde los golpes planos de las fichas sobre la mesa en que mis dos abuelos
jugaban de pareja, se quedaban como suspendidos en el aire por interminables segundos
para dejar oír el coro a cuatro voces en una sola frase: ¡ahí va el capicúo!... pero lo
cierto es que, prejuicios y aparte, el infeliz era un tipo complejo, digamos que con un
sentido propio y a la vez lo contrario, era un sinónimo y un antónimo de sí mismo que
nunca se puso de acuerdo con el lenguaje que debía usarse para ser considerado macho-
varón-masculino… y por eso era rechazado con furia; fue el ying y el yang del
anacronismo durante décadas donde el reconocimiento de la diversidad estuvo ausente,
hablo de los años más homofóbicos de mi país, cuando no se veía a un hombre tomar
sopa, mucho menos con las uñas cuidadas o el pecho rasurado, años que fueron muy
duros para Changa y todos los miembros de su conjurado gremio, que a pesar de todo,
cabalgaban clandestinos por la vida como a caballo entre dos sexos.
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La tendencia de los humanos es orientar sus neuronas espejo hacia el lobo y adoptar una
actitud perruna ante la vida, por eso a temperatura y presión normal somos gregarios, el
lobo sobrevive gracias a la manada y esta se muestra imbatible por la fuerza colectiva
con que cada lobo aporta lo mejor de su entereza, pero cuando uno solo de sus
miembros se torna débil, es expulsado por la manada, y estando solo, tanto el lobo como
el hombre, se muestra descolocado e inquietante y termina siendo aniquilado por la
propia manada.
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Así andaba por la vida Changa, con una infancia en estado de sologamia y
desobedeciendo a unos padres añosos que no supieron ponerle freno, su padre, un viejo
mulato al que le decían chicho, atravesó el oscuro año 90 fabricando con azúcar una
pócima de sabor indefinido que le vendía a los demás borrachos del barrio por unos
kilos, hasta que la fábrica quebró un día fatal que cedió ante un coma etílico, supongo
que sea terrible morir ahogado con sus propios fluidos; su madre, una vieja de piel
ceniza que parecía un camello bactriano cargando en sus dos jorobas con toda la mugre
acumulada por los años sin tener contacto con el jabón, proyectaba una escala de grises
que le restaban luminosidad a su hogar a pesar de tener una mirada ferozmente verde
que solo de recordarla producía pavor, Inés la piojosa nunca fue un ejemplo de madre y
su hijo lo pagó con creces.
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Mucho antes de responder al apelativo de la mambrí, Changa era un muchacho como
todos, obtenía buenas notas y se comportaba dentro de la normalidad, quizá con un
residuo de incontinencia que resaltaba por encima del resto, poco a poco sus gestos,
inflexiones de la voz y exageraciones al andar le fueron labrando el camino que lo
convertiría en el centro de gravedad de burlas y otras vejaciones hasta que fue violado
de manera consensual el mismo día que cumplió los dieciséis años; la violación
negociada fue con un negro babalao de casi 70 años y una estatura descomunal que le
leía el futuro recorriendo con su único ojo los caracoles que rodaban al azar sobre una
esterilla de mimbre, sobre la que Changa se acostó desnudo y en posición decúbito
prono para cumplir con uno de los ritos exigidos por el muerto, él siempre afirmó que
era el espíritu de un esclavo congo encarnado en el viejo tuerto quien se excitó
religiosamente hasta romper su virginidad y mezclar su sangre con la de una gallina
negra que formaba parte del ritual.
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El verdadero bautizo fue pocos días después del entierro de chicho, Changa debutó en la
zona más céntrica de la ciudad con un vestido de can-can en un azul semitransparente y
el pelo partido en dos para terminar en ondulantes motonetas que se dejaban llevar por
el viento, la gente escandalizada comenzó a llamarlo Changa la Mambrí y todo no
hubiera pasado de ahí si unos años después Inés la piojosa no hubiera reclamado con los
oficiales de atención a menores que lo internaran en una escuela de conducta, en una
cárcel o donde fuera, pero que lo sacaran de su casa porque ella no podía con sus
excentricidades.
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Así, después de trámites, actas de advertencia y notas interminables fue a parar al
manicomio el tristemente célebre Changa la Mambrí, sucedió un día de agosto
rebosante de electroshocks que tornaban más ardiente y sufrido el tórrido verano de
1991, ya el curriculum de Changa tenía avanzado un buen trecho para certificar
inobjetablemente su condición homosexual, pero él se las ingenió para enriquecer su
hoja de vida con cuanto loco se cruzara en su camino, por eso su estancia allí no duró un
año, ya se sabe que los desequilibrados no calibran sus actos y en estado de excitación
son capaces de todo para lograr sus dudosos objetivos; la nota luctuosa del primero de
mayo de 1992 la dio en mi ciudad un orate celoso y enclaustrado que no teniendo otra
cosa que clavar le asestó un punzonazo en la yugular con una cuchara afilada y Changa
entre estertores derramó todos sus glóbulos que resultaron ser más negros que la gallina
del rito; ese día fui al desfile habitual obnubilado con el rojinegro tradicional, pero esta
vez suministrado por el trágico final de un Marimón que no dejaba descendencia.

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