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DERECHOS CULTURALES

1. DEFINICIÓN

Como afirma Hernandez B., A(2007):


Los derechos culturales son parte integrante de los derechos humanos y,
al igual que los demás, son universales, indivisibles e interdependientes.
Su promoción y respeto cabales son esenciales para mantener la dignidad
humana y para la interacción social positiva de individuos y comunidades
en un mundo caracterizado por la diversidad y la pluralidad cultural

2. ANTECEDENTES HISTORICOS

La segunda generación de derechos se iniciaron en el seno mismo


de la Revolución Francesa. Se denunció la brecha existente entre la
igualdad proclamada y la desigualdad real entre los ciudadanos. Las
condiciones históricas que promovieron una nueva etapa en el estado de
conciencia sobre las necesidades básicas del hombre, fueron dadas por
la Revolución Industrial.

Las transformaciones sociales y económicas que provocó, tuvieron su


efecto más dramático en la conformación de una clase social de obreros
asalariados, sometida a inhumanas condiciones de explotación. El “nuevo
orden” impuesto por la burguesía enfrenta entonces la crítica de los
pensadores socialistas, que reclaman una radical modificación de las
condiciones materiales de existencia del “proletariado”.
Marx denuncia la concepción liberal de los Derechos Humanos, negando
su universalidad e identificándola con los intereses de la clase social
dominante: “La sociedad civil actual es la realización del principio del
individualismo: la existencia individual es el objetivo final, mientras que la
actividad, el trabajo, el contenido, son meros instrumentos”.
Las condiciones de vida de las masas sociales agrupadas en torno a los
centros mineros y fabriles, inspira un orden de cosas que garantice
condiciones de vida dignas. Pero esta dignidad no era la que otorgaba el
Estado liberal al ciudadano: se refiere específicamente a la demanda de
mejores condiciones de vida, de trabajo, de bienestar social.
Esta segunda generación de Derechos, económicos, sociales y culturales,
es reclamada desde las reuniones de la Internacional Socialista y los
congresos sindicales que se producen a lo largo del siglo XIX. Las
primeras incorporaciones de estos derechos al orden jurídico de un
Estado corresponden al siglo XX: son incluidos en la Constitución
Mexicana de 1917, en la de Rusia de 1918 y en la de la República de
Weimar de 1919. en Uruguay son incorporados a la Constitución de 1934.
La diferencia con la primera generación no radica exclusivamente en el
contenido de los derechos. De reclamar derechos que la persona posee
por su calidad de tal, se ha pasado a reivindicar los medios para que esos
derechos se hagan efectivos.
En consecuencia, obligan a una acción de los poderes públicos, que
deben arbitrar la creación de eso medios o proporcionarlos: “La obligación
del Estado radica en el imperativo deber de dedicar, dentro de sus
posibilidades económicas y financieras, los recursos necesarios para la
satisfacción de esos derechos económicos, sociales y culturales”.

Los derechos de esta segunda generación están contenidos en el “Pacto


Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales”, convenido
por la ONU en 1966. El derecho a trabajar, a remuneraciones que
aseguren condiciones de existencia dignas, a sindicalizarse, a la huelga,
y a la seguridad social, encabezan los artículos del Pacto, se recomienda
la protección y asistencia a la familia, a la madre, a los niños, así como se
reconocen los derechos a la salud ya la educación.

A partir del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, los


Estados que han ratificado dicho tratado han quedado comprometidos, en
el marco de sus políticas públicas, a la aplicación de medidas, hasta el
máximo de los recursos de que dispongan, para lograr progresivamente,
por todos los medios apropiados, inclusive mediante la adopción de
medidas legislativas, la plena efectividad de los derechos que el mismo
enumera.
Se trata no sólo de respetar (no obstaculizando el ejercicio de los mismos)
y de proteger (impidiendo violaciones a tales derechos) sino,
principalmente, de obligaciones positivas, de promover y de realizar, del
cumplimiento de medidas a cargo del Estado. Como respuesta de alguna
manera a dicho compromiso, pero sobre todo respondiendo a una nueva
dimensión pública de las políticas culturales, fundada en el derecho a la
cultura, hacia aquellos años, la década de los años sesenta del siglo XX,
comenzó a renovarse la organización de la acción cultural de los poderes
públicos en el mundo. Recordamos: Brasil, Ecuador, México, Gran
Bretaña, Canadá, Argentina, Francia, Australia, Nueva Zelanda, los
países escandinavos, también Colombia, Venezuela, Costa Rica, Perú y
Panamá, entre otros Estados, pusieron en marcha, por entonces, nuevos
modelos, incipientes o avanzados, de sus respectivas administraciones
públicas de asuntos culturales, lo que actualmente se ha dado en llamar
la organización de la “institucionalidad cultural” de los poderes públicos.
Es una interesante historia que debe recordarse, país por país, a la hora
de evaluar la trayectoria de la política cultural moderna en nuestra región
y en el mundo

3. NORMATIVA

El artículo 27° de la Declaración Universal de los Derechos


Humanos (1948) hace expresa mención al derecho que tiene toda
persona a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a
gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios
que de él resulten. Para avalar el ejercicio de los mismos, se atribuye a
los Estados la obligación de adoptar las medidas que resulten necesarias
para conservar, desarrollar y difundir la ciencia y la cultura. El artículo 15°
del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(1966) señala que los Estados Parte, reconocen el derecho de toda
persona a participar en la vida cultural; a gozar de los beneficios del
progreso científico y de sus aplicaciones, y a beneficiarse de la protección
de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de
las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora. Por
su parte, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), en
su artículo 27°, menciona el derecho que las personas pertenecientes a
minorías étnicas, religiosas o lingüísticas tienen en relación al disfrute de
su propia cultura, así como a profesar y practicar su propia religión y a
utilizar su propio idioma.
Según el artículo 5 de la Declaración
“El desarrollo de una diversidad creativa exige la plena realización de los
derechos culturales, tal como los definen el artículo 27 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos y los artículos 13 y 15 del Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Toda
persona debe tener la posibilidad de expresarse, crear y difundir sus obras
en la lengua que desee y en particular en su lengua materna; toda persona
tiene derecho a una educación y una formación de calidad que respeten
plenamente su identidad cultural; toda persona debe tener la posibilidad
de participar en la vida cultural que elija y conformarse a las prácticas de
su propia cultura, dentro de los límites que impone el respeto de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales”.

Similares disposiciones contienen la Convención sobre la Eliminación de


todas las formas de discriminación contra la Mujer (1979) en el literal “c”
de su artículo 13°, y el artículo 31° de la Convención sobre los Derechos
del Niño (1989) en relación a las mujeres, niñas y niños. De igual manera,
la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad (2006),
en su artículo 30°, establece la obligación de los Estados Parte a
reconocer el derecho de todas las personas con discapacidad a participar,
en igualdad de condiciones con las demás, en la vida cultural. Los
artículos 11°, 12° y 13° de la Declaración de las Naciones Unidas sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007) hacen lo propio en cuanto
a los derechos culturales de sus integrantes.

En el Perú, la Constitución Política de 1993, en su artículo 2°, garantiza el


derecho de las y los peruanos a participar, en forma individual o asociada,
en la vida política, económica, social y cultural de la Nación; así como a
expresar su identidad
4. EL ESTADO Y LOS DERECHOS CULTURALES

La protección de la diversidad cultural es un imperativo ético


inseparable del respeto de la dignidad humana. Entraña un compromiso
con los derechos humanos y las libertades fundamentales y requiere la
plena realización de los derechos culturales, incluido el de participar en la
vida cultural.Las culturas no tienen fronteras fijas. Los fenómenos de la
migración, la integración, la asimilación y la globalización han puesto en
contacto más estrecho que nunca a diferentes culturas, grupos y personas
en un momento en que cada una de ellas se esfuerza por preservar su
propia identidad.En vista de que el fenómeno de la globalización tiene
efectos positivos y negativos, los Estados partes deben adoptar medidas
apropiadas para evitar sus consecuencias adversas en el derecho de
participar en la vida cultural, en particular para las personas y los grupos
más desfavorecidos y marginados, como quienes viven en la pobreza.
Lejos de haber producido una sola cultura mundial, la globalización ha
demostrado que el concepto de cultura implica la coexistencia de
diferentes culturas

Los Estados partes deberían también tener presente que las actividades,
los bienes y los servicios culturales tienen dimensiones económicas y
culturales, que transmiten identidad, valores y sentido, y no debe
considerarse que tengan únicamente valor comercial
En particular, los Estados partes, teniendo presente el párrafo 2 del
artículo 15 del Pacto, deben adoptar medidas para proteger y promover la
diversidad de las manifestaciones culturales42 y permitir que todas las
culturas se expresen y se den a conocer43. A este respecto, deben
tenerse debidamente en cuenta los principios de derechos humanos,
entre ellos el derecho a la información y la expresión, y la necesidad de
proteger la libre circulación de las ideas mediante la palabra y la imagen.
Las medidas pueden apuntar también a evitar que los signos, los símbolos
y las expresiones propios de una cultura particular sean sacados de
contexto con fines de mercado o de explotación por medios de
comunicación de masas.

BIBLIOGRAFIA
Hernández B., A. (2007), ETICA ACTUAL Y PROFESIONAL, Edición
Thomson, España

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