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Cuando Alicia atravesó el espejo lo hizo porque quería saber qué era lo que ocultaba esa imagen tan

cristalina que aparentemente todo reflejaba. Todo con excepción por supuesto de lo más cercano, lo más
visceral; ese fuego que calentaba pero que además tendría que estar ahí, según la lógica de Alicia, justo
en la misma perspectiva en la que ella misma se encontraba. Esta es, precisamente del lado del que mira
el espejo. Y si la imagen de ese espejo le devolvía todas las miradas, en un ejercicio de perfecta simetría,
tan idéntica pero a la vez tan opuesta; ¿qué era precisamente lo que vería ese fuego, y que se vería a
través del espejo que había encima?

Para Alicia el lenguaje del mundo del espejo resultaba indescifrable, a menos que las palabras fueran
devueltas a ese otro mundo, al espejo del espejo; a ese mundo que fuera antes la realidad, pero que el
sueño torno tan virtual como real la imagen misma del espejo… ¿dos caras de una misma moneda? Tal
vez. De cualquier forma en ambos lados no hay más que una imagen, que si se aleja se desvanece; que
entre más se acerca más lejos parece, y cuando se tocan una desaparece.

Para Narciso por otro lado, fue imposible conseguir lo que Alicia consiguió soñando: llegar al otro lado.
Sin embargo es probable que la muerte hubiera sido la salida más fácil para el joven enamorado; pues
del otro lado del espejo no encontraría lo que de este lado rechazó: un Eco a su locura. Quizá al final de
la asíntota – si esto tiene sentido- entre su imagen y su sí mismo, encontraría lo que según señala
Estanislao Zuleta, es peor que la misma muerte: “Lo que el hombre teme por encima de todo no es la
muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de
ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto” (Elogio de la
dificultad). Así lo profetizó el vate en el momento mismo de su nacimiento, él habría de ver la lejana
época de una madura senectud, “Si no llega a conocerse.”

Cabe preguntarse entonces ¿Cuál es la fatalidad de ese conocimiento, que la muerte advendría
antes que el saber? Pregunta la consciencia. La razón diría que su pregunta es tan absurda como
preguntar por la historia antes del tiempo, o la vida después de la muerte, objetos imposibles. El corazón
por su parte hallaría sentido y querría igual insisitir en la insensatez de Narciso de agarrar su propio
reflejo. Ahora bien, la respuesta de Deleuze parece la de un cirujano, pues en su Lógica del Sentido diría
que estos objetos imposibles son acontecimientos ideales inefectuables en un estado de cosas; son
exteriores al ser, por ejemplo un círculo cuadrado. Pero este extra-ser se ubica en un mínimo común
entre el ser de lo real, el ser de lo posible y lo imposible; entre estas dimensiones se encuentra pues el
sentido como acontecimiento ideal. El sentido es autónomo de la existencia de lo designado, y en
términos de relaciones siempre es doble sentido porque es igual relacionando directa o inversamente; así
pues, el sentido debe ser igual. Es la sonrisa del gato (Alicia en el país de las maravillas) que es más fiel
que la imagen del espejo, pues permanece incluso cuando se ha ido el gato y cuando el discurso se
queda sin palabras.

Y es que como sin saberlo lo supo Alicia, habría que hablar de ficciones o entre sueños para conocer el
mundo al otro lado del espejo; anticipando de esa manera anticipó la llegada del padre, que solo al
escuchar su voz de niño encontró La interpretación de los sueños, y de esa manera, “la vía regia al
inconsciente.” Luego sobre el espejo, diría Lacan: “esta forma sitúa la instancia del yo, aun desde antes
de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo; o
más bien, que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las
síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto yo [je] su discordancia con
respecto a su propia realidad” (escritos 1)

Parece entonces que a pesar de las apariencias, la imagen del espejo no desaparece; por el contrario
aparece, constituye al real, escindiéndolo de su propia realidad, creando una barrera, erigiendo el cristal.
Como los magos que con espejos desaparecen las montañas y hacen que lo virtual, el engaño, la ilusión
se haga real; haciendo que lo único verdadero en su acto sea la magia, la fascinación de sus ilusos
espectadores. Pobre Descartes que desestimó el poder del genio maligno, quien pareciera, fue el escritor
mismo de todas las meditaciones.

Pero ¿cuál es la salida? ¿Cómo romper los cristales del espejo? O mejor, ¿cómo ver lo que ve el rio?
Habría que preguntarle: “ -Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre
mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.” (El reflejo. de Oscar Wilde) Cuestión de perspectiva:
“Los ojos emiten una energía que es la misma energía del alma, por eso son conocidos como las
ventanas del alma. Cuando miro en los ojos y dejo que los otros miren en mis ojos, estoy abriendo
puertas hacia un mundo de comprensión y amor.” (Pablo Neruda)

¿Qué vemos cuando vemos nuestros ojos al espejo? El alma o el reflejo. Puede que sea una foto un
retrato congelado en el tiempo, un imago de mi mismo o del otro. Puede también verse el fuego de la
chimenea del otro lado del espejo, o también el retrato de Dorian Gray, putrefacto y viejo. Cuestión de
perspectiva. Puede ser, como diría Deleuze que vea un largo circuito de imágenes en el tiempo, o el
circuito más corto posible. Antes de morir nuestra vida pasa como largometraje o como fotografía: “El
cine no presenta solamente imágenes, las rodea de un mundo.” (La Imagen Tiempo).

Al final sin embargo, como en La Dama de Shanghai hay un mundo de espejos, propios y de los otros;
realidad y virtualidad se funden y todo es real en virtualidad. Para acabar con los simulacros, reflejos e
imágenes, habrá que destruirse a sí mismo, y a los otros. “naturalmente matarte a ti era matarme a mí.
No hay diferencia. Pero sabes, estoy bastante cansado de los dos.” Y con un tiro final se acaban los
espejos, se secan los ríos y aparece, convaleciente, el cuerpo legítimo y derrotado del yo y del otro. Y
con esto un nuevo renacer: si se deja vencer por las predeterminaciones, del destino – de la imagen –
morirá solo como Narciso en el borde del rio. Pero “el que se deja guiar por sus instintos mantiene hasta
el final la fe en la vida” buscará rehacer desde sus entrañas el fuego, y arder, como arde el fuego, lejos
del agua y cerca de la carne.

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