Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Teatralidad de la luz
Luces figuradas
Ramajes
reunidlos y anudadlos
una choza
desatadlos
la llanura de nuevo.
La luz de la razón
¿Tokonoma o cristal?
Un rompecabezas chino
La luz nos ha llevado a las formas y estas nos han llevado a concebir un
trasvase entre lo inerte y lo viviente. O tal vez una continuidad pluridimensional o
de bucle que desconocemos del todo. Algo similar a lo que sucede, por analogía, con
el juego del tangram o rompecabezas chino. El llamado juego de la sabiduría o tabla
de los siete elementos consta de siete figuras geométricas: un cuadrado, un
paralelogramo y cinco triángulos de diversos tamaños. Ordenados, conforman un
cuadrado superpuesto o dos rectángulos. Esta es una manera de percibirlo. Sin
embargo, una vez que ha sido puesto en movimiento el número de figuras que se
pueden percibir parece ilimitado. Es como un juego de formas chinescas aplicado al
plano. Cada una de estas sombras, simples en apariencia, contrastadas sobre una
superficie blanca, sugeriría el efecto visual, perceptivo, iluminativo, tumbativo, que
sugiere el tokonoma.
Si no me equivoco, el tokonoma es un transporte, o un trasportín poético que
nos permite viajar sin movernos, y sus efectos de luz y sombra, de vacío y de
ocupado, vendría a ser algo así como el procedimiento del artista creador que busca
el riesgo, y que en el decir de Gustavo Torner, no descuidaría nada, pues la aparente
sencillez de su presentación procedería de la síntesis de una complejidad que no
olvidaría nada, la historia de la cultura, el perfeccionismo de la obra y la
intervención del azar. Al describir la obra de arte parece que Torner hubiera estado
pensando en nuestro tokonoma: “Lo que pasa es que yo al azar lo dejo intervenir,
valga la frase, deliberadamente. Es como si un señor hiciese una casa con todo
calculado y dejara un espacio vacío, una habitación, un corral, para lo que fuese, sin
prever su finalidad”[8].
Lezama Lima, en Fragmentos a su imán (1977), describió el tokonoma, en un
barroco y populoso poema titulado El Pabellón del Vacío. Allí, el poeta cubano es
capaz de alcanzar la vacío mediante el procedimiento de rascar con su uña en
cualquier superficie. Puede ser una pared o una mesa. Este vacío creado le sirve no
sólo para buscar un efecto de percepción, de sombra sobre el plano, sino también
para rebasar lindes, para desmarcarse de sí, tal y como sucede en esos viajes astrales
y terrestres que practican los lamas instruidos. Así al menos lo describe de primera
mano la exploradora francesa Alexandra David-Neel, quizá la última persona que
vivió y conoció el Tíbet en su esplendor metafísico[9]. El tokonoma es en realidad
un bucle de esos que imaginan los físicos y astrónomos de la Teoría Unificada del
Todo y que le permite al poeta, hecho luz, con la luz domada, navegar, vibrar, y
descolgarse entre cuerdas para alcanzar épocas y lugares remotos. En el fragmento
con el que termino, José Lezama Lima lo distinguió del siguiente modo:
Estoy en un café,
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña,
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.
[1] Una versión más concisa y tal vez más perfecta de este ensayo fue publicada en la Revista para
la cultura del proyecto, Experimenta, nº 41, noviembre de 2002, en Madrid.
[2] Sobre este punto apunta Ignacio Gómez de Liaño: “pero las vanguardias son ya, o empiezan a
ser, historia, aquello precisamente que su radicalismo iconoclasta quería abolir y aún aniquilar. Las
reliquias de la explosión futurista o dadaísta se aposentan, con honores análogos a los de las obras
maestras de la tradición, en los grandes museos que su furia condenaba a una destrucción
inapelable. (...) Aquellos apocalípticos parecen haberse integrado en el acervo académico y social
de la cultura occidental, como valores que se cotizan igualmente en el mercado y en el sistema de
destilados simbólicos vigente. (...) Nos sentimos tentados a decir a aquellos vanguardistas de
principios de siglo que si ellos querían verse libres de la tradición, nosotros nos sentimos libres ante
la tradición y ante las vanguardias”. La vanguardia después de la vanguardia, pág. 69, en La
Polémica de la posmodernidad, AA.VV. Compilador José Tono Martínez, Ediciones Libertarias,
Madrid, 1986.
[3] Para ilustrar este tema he seguido algunas sugerencias del catálogo Celebrare con la luce.
Valorizzazione delle chiese con valenza storico-artistica: liturgia e tecnologie. La gestione
illuminotecnica e l´integrazione dei sistemi. Eugenio Bettinelli. Giorgio Della Longa. Silvano
Maggiani. Antonio Santantoni. Edición de Bticino, C.E.I. Politecnico de Milano. Università di
Roma Tre. Milano. 2003.
[4] Si uno observa cualquier catálogo de muebles de la época se encontrará con nombres de
diseñadores y ebanistas que incorporaron a sus creaciones materiales como la laca japonesa, el
metal, la piedra o el marfil. Es el momento en el que se recuperan las vidrieras en ventanas y
puertas para oscurecer la creciente luz que permiten aquellas casas de amplios ventanales, porque
ya no precisan defenderse del frío, gracias a los modernos sistemas de calefacción central. Dos de
los más destacados artistas del periodo, Jean Dunand y Eileen Gray estuvieron asociados con el
maestro japonés Sougawara, con objeto precisamente de matizar y domar la luz creciente de
aquellas estancias cada vez más expuestas al influjo de la obra de Tomás Alba Edison. Sobre esto
véase, Muebles Art Déco, Alastair Duncan, Editorial Stylos, Barcelona, 1986.
[5]Este libro referenciado se titula Cantigas de Andar, y fue publicado en la Editorial Pre-Textos, en
Valencia, en 1987. Sobre este asunto, diré que aún guardo un pedazo de cuarzo translúcido que en
1991 me regaló un poderoso jefe perteneciente a la Haudenosaunee o Casa Larga del Noreste de
Norteamérica, la confederación de los iroqueses. Sucedió en Cornell, al norte del Estado de Nueva
York. Y no puedo decir que no que no me haya prestado buenos servicios.
[6] Dice Cirlot: “La afirmación de una identidad interna entre el mundo de lo anímico y el de lo
físico tiene derivaciones importantísimas para la concepción del universo, la estética y el propio
arte. Conocer a fondo los procesos, sistemas de formas, funcionamiento del mundo físico equivale a
posibilitar una comprensión diferente, nueva y acaso más honda de las funciones psíquicas y de su
plasmación en obras artificiales. Conviene, pues, explorar todas las realizaciones de lo que forma
sea, en los elementos, en los fuerzas naturales; estudiar las formaciones específicas del aire, del
fuego, la electricidad, los minerales, la materia viva en plantas, animales inferiores y superiores”,
pág. 16, en Morfología y Arte Contemporáneo, Ediciones Omega, Barcelona, 1955.
[7] Por estos mismos días de diciembre de 2005, mientras corrijo este texto, se ha sabido de una
empresa granadina que, con patente suiza y procedimientos de investigación moscovitas, ha
comenzado a ofrecer servicios para transformar las cenizas de los difuntos en diamantes. Se trata de
un procedimiento para extraer el carbono que contienen las cenizas y convertirlas en diamantes de
hasta un quilate. Sin agregar colores ni grafitos, los diamantes adquieren una tonalidad azulada que
depende del boro que contiene cada organismo. Polvo eres y en diamante te convertirás, decía la
noticia.
[8]En Gustavo Torner, Escritos y conversaciones, pág. 91. Editorial Pre-Textos. Colección Origami.
Valencia, 1996.
[9]Se cuenta que algunos de estos lamas, los llamados lung-gom-pa, han alcanzado tan capacitación
que en sus iluminaciones y levitaciones han de ser lastrados a la tierra mediante pesos o cadenas,
pues en otro caso correrían el riesgo de salir volando, en Alejandra David-Neel, Místicos y magos
del Tíbet, pág. 177, colección Austral 1404, Espasa-Calpe, Madrid. Traducción del francés de Rosa
Spottorno de Ortega, (1942,1968).