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1. Introducción.
El presente trabajo propone como objetivo conocer qué se entiende por Libertad de
Expresión desde un punto vista liberal y cuáles son aquellas posibles limitaciones ante
este derecho, enfocándonos en los discursos de odio y el tratamiento que a estas
expresiones se les da, y por qué deberían ser consideradas necesarias o bien válidas y cuál
es la posible afectación de otro derecho fundamental en la vida de un individuo: la
autonomía.
Por otro lado, también efectuaré una comparación respecto de la protección que se le da
al derecho a la libertad de expresión en el ámbito de la normativa internacional
(enfocándonos en el Sistema Europeo y en el Sistema Americano) y en el ámbito de la
normativa nacional.
Con el paso del tiempo y el afianzamiento de la libertad de prensa durante el Siglo XIX,
comenzaron a percibirse los primeros peligros en relación con la prensa: el hecho de
poder restringir su libertad, desenterrando los fantasmas de censura de la sociedad
tradicional. Es producto de esto que el control previo de la información pasó a estar
deslegitimado de por sí, dentro de un marco firme de las nuevas libertades individuales y
colectivas, los medios debían tener la mayor y más amplia libertad de acción posible.
Según Stuart Mill, el individuo tiene libertad de acción sobre todo aquello que no afecte a
los demás, entendiendo que la única razón legítima por la que una comunidad puede
imponer límites a cualquiera de sus integrantes es la de impedir que se perjudique a otros
miembros. Este concepto, en rasgos generales, se aplica a la doctrina liberal, entendiendo
que todos aquellos actos que no afecten a terceros son de absoluta libertad del individuo.
Esta libertad planteada por Mill y la libertad de expresión amplia mencionada
anteriormente definen a la persona como un ser autónomo, y el concepto mismo de
autonomía según la doctrina liberal es producto de la libertad de pensamiento, de la
libertad de expresión y de la libertad de asociación, y solo cuando los Estados las logren
proteger y garantizar de forma absolutos los individuos serán seres libres.
Uno de los argumentos de esta protección efectuada por el Sistema Americano- además
de que es considerado un derecho fundamental, inalienable e inherente del ser humano-
es que su garantía es sin duda alguna uno de los requisitos indispensables para la
subsistencia de los modernos estados democráticos y su necesidad de contar con una libre
circulación de ideas para que los individuos puedan ejercer sus derechos políticos y
electorales. En este sentido, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha expresado
que “la libertad de expresión es una piedra angular en la existencia misma de una
sociedad democrática. Es indispensable para la formación de la opinión pública. (…) La
libertad de expresión es por lo tanto no solo un derecho de los individuos si de sociedad
misma”.[1]
Asimismo, la Relatoría para la Libertad de Expresión estableció como principio que “La
censura previa, interferencia o presión directa o indirecta sobre cualquier expresión,
opinión o información difundida a través de cualquier medio de comunicación oral,
escrito, artístico, visual o electrónico, debe estar prohibida por la ley. Las restricciones
en la circulación libre de ideas y opiniones como así también la imposición arbitraria de
información y la creación de obstáculos al libre flujo informativo, violan el derecho a la
libertad de expresión. (…) Asimismo, este principio establece que es inadmisible la
imposición de presiones económicas o políticas por parte de sectores de poder
económico y/o del Estado con el objetivo de influenciar o limitar tanto la expresión de
las personas como de los medios de comunicación. La Comisión Interamericana ha
expresado al respecto que el uso de poderes para limitar la expresión de ideas se presta
al abuso, ya que al acallar ideas y opiniones impopulares o críticas se restringe el
debate que es fundamental para el funcionamiento eficaz de las instituciones
democráticas. La limitación en el libre flujo de ideas que no incitan a la violencia
anárquica es incompatible con la libertad de expresión y con los principios básicos que
sostienen las formas pluralistas y democrática de las sociedades actuales.”
En este sentido, autores como Eduardo Bertoni señalan que los discursos de odio son
aquellos que: “pueden definirse tanto por su intención como por su objetivo. Con
respecto a la intención, el discurso de odio es aquel diseñado para intimidar, oprimir o
incitar al odio o a la violencia […] Históricamente, los discursos de odio no han tenido
límites temporales o espaciales. Fueron utilizados por los oficiales nazis en Alemania y
por el Ku Klux Klan en Estados Unidos, así como por una amplia gama de actores en
Bosnia durante los años noventa y en el genocidio en Ruanda en 1994”[2]