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Cuando el amor puede morir

Una telenovela sólo en dos horas

Se puede confesar que algunas personas, especialmente los cinéfilos podemos


sentir prejuicios ante historias que presagian un melodrama típico como el de
cualquier telenovela latinoamericana. Se va al cine buscando entre muchas cosas
posibles, una obra de arte; en el peor de los casos, matar el tiempo y re_crearse
disfrutando una historia que alguien haya considerado valiosa de contar.

Cuando no disponemos de la obra de arte, bien porque no duró en cartelera o


porque los jefes de mercadeo y programación de las salas de cine tienen una
mirada muy limitada, podemos observar con cuidado una película simplemente bien
hecha, con tan sólo la ambición de tocar y hacer llorar a los amantes o a los
enamorados. Es la historia de Charlotte (sí, con nombre de ciudad), una joven
diseñadora de sombreros y Will, un millonario del placer de comer, un playboy que
a sus 48 años prefiere creer que el otoño de la vida no ha de llegar.

Autumn in New York es una canción compuesta en 1934 por el compositor ruso
más norteamericano de todos los tiempos: Vernon Duke (Vladimir Dukelsky);
canción que al igual que muchas otras en la historia de la música, asocia los
lugares con las estaciones o épocas específicas en las que el ritmo vital y visual de
un espacio cambian para siempre la mirada de quienes lo habitan. Formado bajo el
ala de Prokofiev, Dukelsky no fue ajeno a esa exaltación de lugares y épocas,
contando también con otro clásico del jazz como April in Paris, otro blues que al
igual que el primero, suena muy bien en la versión de Charlie Parker (Verve Music)
al saxo. En la versión usada en la película, la voz de Ivonne Washingnton canta:
Los amantes bendicen la oscuridad/ sobre las bancas del Parque Central/ eso es el
otoño en Nueva York/ es hermoso vivirlo otra vez...
Robada al tiempo, la canción es un pretexto para urdir la trama del romance entre
una de la formas posibles del amor y el amor por la ciudad, puesto fotográficamente
en escena por Gu Changwei (Adiós a mi concubina), cinematografista que borda
con hilos de oro las imágenes de la capital del mundo. La naturaleza reinventada
por el otoño en el Central Park, la ciudad en permanente construcción, tanto en el
Lower Manhattan de los minirascacielos, donde vive Will, como en el bello Brooklyn
y en Upper East Side, nos muestran una cara poco promocionada por el cine de
Hollywood (Los Angeles, California) que cuando viaja a New York muestra las
aspectos menos hermosos de una urbe que puede ser un sueño para cualquier
arquitecto o artista del espacio humano.
Objetos modernos y antigüedades, paredes envejecidas artificialmente y colores
difuminados, parecieran una metáfora del significado de una historia de amor
clásica en tiempos en los que el amor ha cambiado de vestido y de sentido. El
complemento perfecto para la fotografía lo realizan el Director de Arte Jess
Gonchor y el Diseñador de Producción Mark Friedberg quienes delimitan los
espacios exteriores (Central Park, Gramercy Park, East River, Lower Manhattan,
etc.) e interiores (apartamento de Will, restaurante y habitación de Charlotte) como
parte del retrato de los protagonistas. Entre los 40 y los 70, hasta Love Story, la
película hubiese sido una aproximación más, entre otras, al amor. Hoy constituye
una especie de historia anticuada entre un viejo joven y una chica old fashioned. No
es la sordidez apasionante de Lolita, sino el aprendizaje de la vida simultáneo con
el aprendizaje del amor. El otoño de los hábitos de Will ha dejado un vacío, pero el
vacío mortal está determinado de antemano por la naturaleza, ya no es el boom de
películas para aceptar el sida, pero todavía la muerte sigue siendo un buen
mensajero del amor.
Los que viven el amor contemporáneo no hallarán el espejo adecuado para
mirarse. Pero quienes han vivido la posibilidad de la muerte del amor o de la
muerte del ser a quien se ama, pueden creer que efectivamente, esas historias
sencillas, transparentes en las que la gente se ama, se equivoca, vive y muere, son
historias que pueden ser vistas, así sea en la tele un domingo cualquiera (aunque
la tele nos privaría de apreciar plásticamente la brillante cinematografía de
Changwei).
Indagar el american way of life, con otros ojos, corre a cargo esta vez, de la
directora de cine más singular que se pudiera encontrar. Egresada de la Academia
de Cine de Shanghai, Joan Chen empezó su carrera como actriz y ha hecho el
recorrido completo de la profesión como guionista, productora, productora ejecutiva
y desde hace dos años como directora. Los lectores la recordarán dirigida por
Bertolucci (¡qué escuela) como la hermosa compañera de Pu Yi en El Último
Emperador; además ha participado en las series televisivas norteamericanas desde
Mc Gyver hasta la singular Homicidio, la vida en las calles; sin embargo su más
destacado rol en televisión ha sido en la serie dirigida por David Lynch: Twin Peaks,
dramatizado de culto entre los seguidores del genial director. Galardonada en su
juventud con el premio China’s Best Actress, esta mujer observa la cultura amorosa
cinematográfica con los ojos del inmigrante, que fijan su atención en detalles que
sólo pueden verse cuando se mira desde el afuera de otra cultura al igual que lo
hace el Director de Fotografía. Nueva York y su amor no han pasado
desapercibidos para el ruso Dukelsky, ni para los chinos Changwei y Chen.
No está completa la mirada al mundo audiovisual sin la música y este panorama
intercultural lo complementa muy bien el creador de la banda sonora Gabriel Yared,
músico autodidacta de origen libanés quien vivió algunos años en Brasil trabajando
junto a Elis Regina, para luego radicarse en París hasta que Hollywood reclamó su
presencia con los acentos asimilados de la versión sudamericana de la saudade
portuguesa. 25 años de componer música para cine han hecho de Yared un
especialista en captar la belleza de la tristeza. Su banda más recordada en nuestro
medio es la de la película Betty Blue (37.2 degrés Le matin, 1986) en la que el
juego entre el azul de Betty (blue-bleu) y el blues de un saxo melancólico acarician
nuestros oídos; recientemente, Yared por fin obtuvo el Óscar (1997) por la banda
sonora de El Paciente Inglés (1996) y es de grata recordación también, la banda de
El Talentoso Mr. Ripley. Las notas del amor de ciudad abordan a los amantes en
sus caminatas por el Parque Central, por los puentes, por las calles del Brooklyn de
principios de siglo, en las esquinas de un Manhattan rebosante de luces nocturnas;
un piano y un saxo que en ocasiones cede su lugar a un clarinete o a un oboe
acarician los pies de este romance de estación. El Otoño alcanza la máxima belleza
de su tristeza cuando entre la caída de las hojas de los árboles, se abre la primera
nieve del invierno de la vida, de una chica amante de la poesía de Emily Dickinson
(the belle from Amherst), en tres de los más bellos temas de la banda: Elegy for
Charlotte, The gift y To the hospital interpretados por la imperfecta pero bella voz de
Mariam Stockley.
En el rostro de Wynona Ryder deposita, Joan Chen, la fuerza actoral suficiente
para sostener la historia. Esta joven eterna, personifica a sus 30 años a una joven
de 22, una joven hija de la generación de los 60 que aspira a diferenciarse de todas
las mujeres de 22 de su presente. Unique es la palabra con la que se
autodenomina, segura de sí; ante la posibilidad de una muerte joven, se ha
preparado para vivir sin renunciar a estar preparada para despedirse luego de darle
sentido a su existencia enseñando a quienes la rodean a amar, a su manera simple
y cristalina, pero llena de sueños y miradas de artista que pugna por salir del
cascarón. Quienes la vieron interpretando a Mina Murray en el Drácula de Coppola
o la May Welland de La edad de la inocencia de Scorsese, sentirán que es un
“pecadito” verla en este personaje; pero ahí reside la versatilidad de esta actriz que
sin complejos asume cada caracterización como un reto no sólo profesional sino
cultural. Nacida y educada en el seno de una familia ligada a los círculos literarios
norteamericanos (the beat generation), la Ryder es una actriz con un perfil
excepcional frente a las caras bonitas y vacías de las actrices de su generación.
Will aprende a amar a Charlotte mientras acepta la evidencia invisible a sus ojos.
La colección de mujeres desde occidente hasta el extremo oriente, no le dará la
perspectiva para descubrir la poesía que puede habitarlo. La chica con sus lecturas
de “Tiempo y eternidad” no sólo le mostrará la oscuridad de su vida sino que le
enseñará a absorber la poesía humana que vivía hasta entonces sólo en su pasión
por la comida. Esta última característica pareciera un aporte intercultural más del
equipo oriental al estilo de Amar, comer, beber. Richard Gere no requiere de una
gran actuación que en su carrera jamás ha tenido, al igual que en Mujer bonita, casi
se interpreta a sí mismo. Valga la trivialidad para identificar que en la “vida real”
tiene 51 años y luego de divorciarse de Cindy Crawford, encargó por fin un bebé el
año pasado con una modelo más joven que Charlotte. Su caracterización es
verosímil puesto que en un juego de credibilidad ambigua, Charlotte lo desconcierta
para confundir el libreto que como womanizer (mujeriego) ha aprendido a recitar.
Ella ha vivido demasiado, él ha vivido poco; su rutina como la de un comediante se
ha gastado con los años y ahora, ella puede incorporarlo a la lista de antigüedades
de su hermoso apartamento en la zona antigua de la ciudad. Tendrán sexo en el
moderno apartamento de Will, en su primera cita, y en la reconciliación ceremonial
del perdón a la lujuria de Will, en la paradisíaca habitación de Charlotte, por primera
vez tendrán sexo mientras hacen el amor. Como una metáfora del amor romántico
del melodrama del siglo XIX, su amor pasará por encima de los errores,
infidelidades y desacuerdos para tratar de vencer a la muerte.
La respuesta al combate entre amor, ciudad y muerte vendrá de las manos de la
editora Ruby Yang quien cierra brillantemente el trabajo de este equipo pluricultural
con acento oriental. Un experto en montaje de L. A. nos lo hubiera atiborrado de
explicaciones imposibles, Joan Chen y su editora resumen una secuencia cliché en
la exclusiva fuerza de la imagen que en momentos definitivos se vale por sí misma,
dejándose acompañar tan sólo por la música emanada de la voz de Mariam
Stockley.
The Big Apple, Gotham City, Capital del Mundo u hogar para ciudadanos de más de
cincuenta países y 23 idiomas, New York es un buen pretexto para mirar otra idea
del amor que afortunada o infortunadamente ha ido pasando de moda.
Por:
Óscar Ágredo Piedrahíta

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