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En orden y violencia: Colombia 1930-1953, Daniel Pecaut propone la tesis de que la violencia
en Colombia se encuentra estrechamente vinculada con la existencia de una democracia
limitada, soportada en la diferencia ciudadana y la conformación de redes colectivas y de
dominación social. Ante la ausencia de una formación política adecuada y el nulo
reconocimiento de la ciudadanía de las capas más bajas de la población, los conflictos sociales,
surgidos a partir de la heterogeneidad, terminan por trasladarse al campo político, un espacio
en el que el bipartidismo toma la representación de lo social y lo cultural, permeando de esta
forma todos los aspectos de la cotidianidad.
La inoperancia del Estado y la separación en todas las esferas es visible no solo tras los
periodos de colonización del territorio que dieron origen a núcleos poblacionales y élites
locales independientes sino en la imposibilidad de acordar un sistema de gobierno y consolidar
un mercado nacional en las postrimerías del siglo XIX. Desde la década de 1870 los esfuerzos
nacionales iban encaminados a lograr la consolidación de un mercado exportador y fue el café
la alternativa escogida para cumplir este propósito. Con el éxito cafetero de inicios del siglo XX
una nueva burguesía llegaría a manejar los hilos de lo local, cambiaría la estructura social y
modificaría las relaciones de producción dando origen a nuevos conflictos, esta vez centrados
en la propiedad y explotación de la tierra.
Las élites locales, la élite exportadora y posteriormente la élite industrial, al igual que el Estado
y la sociedad, mostraban un marcado fraccionamiento. Según Pecaut estas divisiones no eran
casuales sino que por el contrario hacían parte de una estrategia colectiva de invisibilización
que permitía que cada grupo estuviera en la capacidad de velar por sus intereses de manera
autónoma, sin que por ello pudieran ser identificados como una burguesía.
En lo económico, la doctrina del libre mercado reinaba entre conservadores y liberales desde
fines del siglo XIX. Eran pocas las diferencias en materia económica e ideológica entre los
partidos y la discusión se focalizaba en el papel que cada uno de los bandos estaba dispuesto a
dar a la Iglesia Católica. Este aspecto resulta fundamental toda vez que es en el modelo liberal
de desarrollo que las diferentes burguesías obtienen su poder a lo largo del siglo XX. Pese a
que hubo intervencionismo, según explica el Pecaut, éste cumplía una función de regulación
social y las iniciativas económicas respondieron más a la necesidad de ampliar las fuentes de
financiamiento del Estado que a garantizar la protección de ciertos sectores económicos o
influir en los resultados de mercado.
Pero el modelo liberal de desarrollo no se limitó a trabajar por la inserción colombiana en los
mercados internacionales y la búsqueda del fortalecimiento del mercado nacional, sino que
fue utilizado como un mecanismo de homogenización de lo social, basado en el mercado. Más
precisamente, consistió en el otorgamiento del estatus de ciudadano negado a los miembros
de las clases menos favorecidas, proporcionándoles mayores oportunidades de acceso al
mercado, en una clara muestra de la ideología liberal clásica.
En este punto se resalta el papel del gobierno de Alfonso López, que mediante la expedición de
reglamentación en materia social promovió el sindicalismo y generó un vínculo de las clases
populares – incluyendo el artesanado, campesinado y obreros de las fábricas de las ciudades-
con el Partido Liberal Colombiano.
Lo político es trabajado de manera transversal y es quizá el punto más fuerte del trabajo de
Pecaut. Inicia con la narrativa de las guerras civiles del siglo XIX y termina con la violencia
bipartidista de los años posteriores al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Es claro para este
autor que pese a que Colombia contaba con un modelo democrático basado en el voto, el
fraude era norma en los periodos electorales. Intermediarios locales hacían parte de un
sistema corrupto que premiaba el clientelismo y las relaciones familiares en cada una de las
regiones del país.
El esquema federalista conservador del siglo XIX debilitó enormemente al Estado, al punto de
generar dificultades para la puesta en marcha del modelo centralista promovido en la
regeneración. Es debido a esta debilidad que gamonales y terratenientes se convierten en los
protagonistas de la política local y se crean redes de dominación local que vinculan política y
economía en un entramado que se mantiene hasta nuestros días.
No solo se trata la rivalidad liberal-conservador sino las divisiones al interior de los partidos
que generan fraccionamientos que resultaron ser aprovechados por la contraparte en distintos
procesos electorales. Inicialmente en 1930 y posteriormente en 1946.
El ejército y los gremios estaban conformados por miembros de ambos bandos, las
federaciones sindicales inicialmente se encontraban vinculadas al liberalismo y el comunismo,
pero posteriormente se crearon federaciones de orden católico y conservador como contra
peso a este tipo de movimientos sociales.
Se puede concluir que la época de la violencia tiene su origen en la fragilidad del Estado, la
ignorancia política -que genera el sectarismo político- y la ausencia de representatividad de las
clases populares. La fragilidad del Estado promueve el sectarismo toda vez que la militancia en
uno u otro partido responde a la influencia de las élites locales en las clases menos
favorecidas. El imaginario de representatividad atraviesa lo social y cultural, convirtiéndose en
un factor hereditario e imperturbable que se ve agravado con el florecimiento del caudillismo.