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DEFENDER LA EXCEPCIÓN

Este es el libro que escribiría un auténtico explorador de la vida. Hay movimiento en este
libro. Corre el aire por estas páginas. Sin creer demasiado en la astrología, yo apostaría a
que Andrés García Cerdán es de un signo zodiacal de aire, o de fuego, o de ambas cosas
juntas. Aunque igual me equivoco, porque la astrología no es una ciencia exacta y además,
equivocarse, como nos dice su autor en este libro, no tiene por qué ser malo. De hecho, el
primer poema lleva por indicativo título Sobre el error, casi un homenaje al Sobre lo sublime
del Pseudo Longino, como si el error tuviese algo de sublime y, más que accidente sujeto a
arrepentimiento, fuese la sustancia misma de la vida (errores/que sólo yo podría
cometer./Y, por supuesto, parte esencial/de mi inocencia,/lo que a mí me queda/cuando
todos os habéis ido/lo más propio y lo más sagrado/que soy).

Es la de Andrés una poesía vitalista, un rock and roll reflexivo que aúna la vitalidad de la
música con los frutos del pensamiento. Un pensamiento que se torna hacia la emoción, pero
sobre todo hacia aquello que da forma a la emoción, y que es la palabra. Muchos de los
poemas de este libro tematizan el propio acto de escritura: Charles Simic, La estructura
profunda, Línea de costa, Los nuevos evangelios… Pero no diría que se trata de poemas
metapoéticos, pues el bucle del lenguaje sobre sí mismo casi siempre acontece en un
contexto vital que le sirve de metáfora, bien sea amoroso (La estructura profunda),
existencial (Los nuevos evangelios, Defensa de las excepciones) o simplemente narrativo
(Guerreros comanches). El lenguaje como el amor. El lenguaje, en definitiva, como la vida.

Encontramos en estos versos una apuesta ética en consonancia con la apuesta poética.
Como se dice en el poema Charles Simic: Escribir un poema que hasta los perros puedan
entender/sobre todo ellos. Andrés García Cerdán no es un poeta idiota (etimológicamente
hablando), encerrado en un castillo hecho de lenguaje. No hay hermetismo, pero tampoco
banalidad, en estos poemas. García Cerdán está inmiscuido en el mundo y comprometido
con él, y sugiere al lector que haga lo mismo, con una mirada que aúna la sensibilidad y la
inteligencia y, por supuesto, la crítica: a la indiferencia, a la fealdad, a la atonía.

Como se dice en el poema Los otros, Andrés pertenece a la estirpe de los cansados de la
repetición, de los que indagan en el reino de la posibilidad para extraer algo distinto. (Soy la
posibilidad/en su estado más puro, dice en Sobre el error). Atraviesa estos versos una
vibración (la del átomo, la del ruido blanco, la del mustang sobre el que galopa el
comanche) que es una llamada a lo salvaje. Contra la horrible semejanza/de
todo/oponemos el cuerpo,/donde aún pasan cosas increíbles./Contra el orden que
duele/contra la abulia,/contra la corrección insoportable/oponemos el cuerpo,
donde/aún/caben la vida entera/y la íntima contradicción/que nos hace crecer a despecho
de todo, leemos en Los otros.

Los poetas (los buenos) son aquellos seres capaces de sumergirse en ese reino de la
posibilidad para extraer algún tesoro. Y Andrés García Cerdán los homenajea, citándolos de
manera explícita (Charles Simic, Valéry, Anne Sexton, Rimbaud) o implícitamente como
ocurre en el poema de Sarcófago de halcón, que tanto nos recuerda a la Oda a una urna
griega, de Keats. Pero también a los músicos que tienen algo de poetas como Bob Dylan o
John Lennon. Y, lo más importante, Andrés también lo ha conseguido, ha llenado sus
pulmones de aire y se ha sumergido en ese mundo de la posibilidad de donde ha sacado
este puñado de poemas que ahora nos ofrece. Nos corresponde devolver su entrega y
generosidad con este otro acto generoso que es la lectura.

Javier Moreno

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