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IDENTIDAD PERSONAL Y MEMORIA 31 que para ellos la memoria es algo parecido a un objeto,a un producto ya terminado y confeccionado. Un objeto confinado a la cavidad craneana y carente de todo contacto con el resto del cuerpo al que pertenece. Un objeto que por lo tanto puede ser alojado hoy en un cuerpo, y mafiana en otro, como por antojo. En fin, un objeto agilmente transferible de un cuerpo a otro. En realidad, las cosas son bien distintas. La memoria no es un objeto sino un proceso. Un proceso de representacién mental en continuo intercambio con la to- talidad del cuerpo, de un cuerpo que, ademas, no es (ni puede ser) cualquier cuerpo, sino s6lo aquel que hospeda y genera dicho proceso, o sea, el cuerpo de una perso- na determinada a la que corresponde una identidad corporal determinada. Y ello debido a que, como ya habia entrevisto Locke, la conciencia cotidiana de nuestra identidad corporal forma parte esencial de los procesos de construccién (y reconstruccién) de la memoria.Y por identidad corporal propia no se entiende algo abstracto sino algo muy concreto.Y en algunos sentidos, algo obvio: nuestra identidad corporal depende de forma determinante de la imagen que tenemos de nuestro cuerpo, imagen que se renueva (y se confirma) a diario con el concurso de nuestros ojos y de los ojos de los demis. Memoria, identidad personal y contexto social Ahora desearia detenerme en otro importante aspecto de la relacién entre identi- dad personal y memoria. Me refiero, en especffico, a la importancia del contexto social en los procesos mneménicos, sobre todo los autobiograficos (M.S. Weldon y K.D. Bellinger, 1997). Recordar es, a menudo, recordar junto a los otros. No hay duda de que el re- cordar depende en muchos sentidos del acto de narrar algo a los demés, y a noso- tros mismos. Todos tenemos una inclinacién innata a socializar nuestros recuerdos, a contar los episodios de nuestro pasado. Sin embargo, el relato que contamos no es siempre el mismo. Este cambia segiin las personas que tengamos delante. Las memorias autobiogrificas, sean narradas o escritas, nunca son inmunes a la influencia, mas o menos falsa, de quien las escucha o las lee. Es decir, la presencia de los otros contribuye a modificar quiz4s de manera sustancial la naturaleza de nues- tro relato. En efecto, las memorias autobiogrificas resultan fuertemente condicio- nadas por las relaciones interpersonales. Es indudable que el acto de narrar episo- dios de nuestra vida supone siempre una relacién de complicidad reciproca entre nosotros y el destinatario —real 0 presunto— de nuestra narracién. Sin embargo, al intentar (introspectivamente) recordar episodios de nuestro pa- sado, nos encontramos en la peculiar situacién de ser a la vez sujetos y objetos de 32 MEMORIA Y CONOCIMIENTO nuestro relato. Un relato que nos involucra, como es obvio, en primera persona y con respecto al cual no podemos ser neutrales. Incluso se puede decir que los re~ cuerdos de las experiencias vividas por nosotros traicionan siempre a una parte de nuestro espiritu. He aqui por qué con frecuencia las memorias son fuertemente se lectivas. Algunos episodios los recordamos fielmente, otros muy vagamente, y otros, por el contrario, preferimos borrarlos del todo. Los motivos que causan esta diversificaci6n selectiva de nuestras memorias, en- tte ellos los de origen clinico, pueden cambiar con el tiempo. Antes deciamos que las memorias, todas las memorias, estin en permanente construccién (y recons- truccién): son, por asf decirlo, un arsenal siempre abierto, Abierto sobre todo a las incursiones (o contaminaciones) de las memorias autobiograficas de los otros. En definitiva, nuestras memorias autobiogrificas no son nada autonomas. Entre nuestras memorias y las de los otros hay influencias recfprocas. En particular, cuan- do los hechos evocados estin lejos en el tiempo. A menudo ocurre que rememo- rando episodios de nuestro pasado més remoto no estamos seguros de que sean verdaderamente nuestros recuerdos. En estos casos, es dificil trazar una clara distin- cin entre nuestro recuerdo de un episodio que vivimos en primera persona y lo gue otros nos contaron sobre éste. A veces tenemos la sensaci6n de un déid vu, pero no estamos seguros de que no sea efectivamente un déja vécu, En las paginas anteriores nos ocupamos del modo en que algunos filésofos, so- bre todo en el marco de determinados experimentos mentales, han discutido el tema de la relacion entre memoria ¢ identidad personal. Sin embargo, hemos dado mayor importancia al tema de la memoria, dejando en un segundo plano la identi- dad personal. Ahora quisiera atraer la atenci6n sobre este tiltimo aspecto, Como se recordara, la critica a la posicién asumida por estos filésofos sobre el rol de la memoria se referia a su tendencia a concebir la memoria como «una en- tidad tanica, algo que excluye por completo articulaciones y diversificaciones». Es interesante constatar que la misma critica se puede hacer a su modo de afrontar la cuestiOn de la identidad personal. Tales filsofos parten del supuesto de que la identidad personal, al igual que la memoria, es una «entidad nica», declinable en singular y s6lo en singular. En el origen de este planteamiento se encuentra una postura indiferente a la influencia de los factores socioculturales en la formacién de la identidad personal. En otras palabras, una extraiia y dificilmente explicable indiferencia hacia los aportes de la teoria socioldgica de los roles a la temitica en cuestion.'? 19. Este tema lo he desarrollado ampliamente en otras fuentes (T. Maldonado, 1997, pags. 52-58). C£.R. Linton (1936); R. Dahrendorf (1958); H. Popitz (1968);D. Claessens (1970); U. Gerhardt (1971); E Haug (1972), IDENTIDAD PERSONAL Y MEMORIA 33 A pesar de las reservas que se pucdan plantear,a mi entender mis que justas, al funcionalismo implicito en esta teorla, debe reconocerse a ésta el mérito de haber contribuido a poner en crisis la vieja concepcién monolitica de la identidad perso- nal, En efecto, dicha teoria nos ayud6 a comprender que nuestra identidad per- sonal, en lugar de monolitica, es compleja y diferenciada. Seria necio negar que todos poseemos, en mayor o menor medida, un nitcleo relativamente estable de identidad personal. Me refiero a esa identidad genérica que nos permite, grosso modo, ser reconocidos privada y puiblicamente como la persona que somos 0 se presume que somos. Una identidad que, en definitiva, re sulta en algunos aspectos bastante cercana a la insuficiente y esencial que se confor- ma a partir de los datos recogidos en nuestros documentos de identidad, Para que nos entendamos: la identidad anagrifica.”! Pero junto (o en torno) a esta identidad existen otras que atafien directamente a los miiltiples roles que asumimos en nuestra vida. Roles primarios o naturales (ma~ dre, padre, abuelo, hijo, etcétera), roles culturales (italiano, europeo, catdlico, judio, inscrito en un partido politico, etcétera) y roles sociales (médico, abogado, profesor, estudiante, empresario, obrero, campesino, etcétera). Sin embargo, debe admitirse que no todos los filésofos ignoran (0 subestiman) la fuerte influencia que la pluralidad de los roles ejerce en la estructura de conjun- to de la identidad personal. En las tiltimas décadas algunos filésofos, pocos a decir verdad, han mostrado un notable interés por este aspecto del problema, lo cual en la prictica significa aceptar el hecho, por demAs evidente, de que la identidad de 20. G.H. Mead (1967), a quien tanto debe la sociologia de los roles, escribe: «Mantenemos toda una serie de relaciones diversas con diversas personas. Somos una cosa para uno y otra para otro, Hay partes del Si que existen sélo para el Si en la relacién con s{ mismo. Desmembramos nuestros Si en diferentes Si, de todos los géneros, en relacién con nuestros conocidos. Discutimos de politica con uno y de religién con otro. Existen diferentes Si, de todo tipo, que corresponden a todos los tipos de las diversas reacciones sociales. Es el proceso social mismo el responsable de la manifestacién del Si; no existe un Si desligado de este tipo de experiencia» (traduccién italiana, pigs. 159-160). 21. En nuestros documentos de identidad habituales (pasaporte, carné de identidad, licen- cia de conductor, etcétera), por lo general, aparecen nombre y apellido, foto, lugar y fecha de nacimiento, estado civil y, eventualmente, profesién. Aunque la identidad presentada en estos documentés se considere suficientemente confiable por cuanto contiene la verificacién del re- conocimiento oficial, ésta sélo registra una de nuestras numerosas identidades. El ejemplo de los documentos de identidad reviste un gran interés en nuestro anilisis. Sila tendencia predo- minante hoy es, como parece, la de descubrir toda huella que dejemos a nuestro paso, no es di- ficil que en un corto plazo lleguemos a una credencial anagrifica donde estén implacablemen- te registradas cada una de nuestras huellas. Por lo tanto, un documento de identidad en el que (a diferencia del tradicional) estaria registrada no una, sino miltiples identidades.

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