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Me puse a llorar. ¿qué otra cosas podía hacer?.

Pensé en
abrasarla. No podía. Temía que con ello estuviera
cometiendo un delito, encima de mi tragedia.
De nuestra tragedia.
Tenía los ojos con los parpados por la mitad. Las retinas
tenían un algo neutro que no obstante me miraba. Me
observaba desde esa nada a la que estamos destinados todos
y todas las cosas.
Un cosa estaba clara y del todo horrible. Ella ya no estaba allí.
Era su cuerpo, su rostro de niña con arrugas en las ojeras y
las comisuras de os labios, pero aquello que animaba el
conjunto ya no estaba. Mantenía una quietud que solo podía
indicarme que ya no regresaría.

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