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LA MÉDICA acababa de pasar por una experiencia muy dolorosa. Había visto morir a su abuela
materna, de noventa y cuatro años, en la unidad de cuidados intensivos del hospital tras haber sido
sometida a una operación de cáncer que “nunca quiso [que le hicieran]”.
“Las lágrimas que derramé en su funeral no se debieron a que se hubiera muerto, pues mi abuela
había vivido una vida larga y plena —escribió la doctora—. Lloré por los dolores que había aguantado
y porque no se habían respetado sus deseos. Lloré por mi madre y por sus hermanos, por su sentimiento
de pérdida y frustración.”
No obstante, puede que usted se pregunte si hay alguna posibilidad de ayudar a una persona que esté
tan gravemente enferma. La mencionada doctora continúa diciendo:
“Y sobre todo lloré por mí misma: por el pesado sentimiento de culpabilidad que tenía al no haber
sido capaz de librarla del dolor y la indignidad, y por la lamentable limitación que sentía como médica,
incapaz de curar, incapaz de aliviar el sufrimiento. En todos mis estudios jamás se me enseñó a aceptar
la muerte ni el morir. El enemigo era la enfermedad, y había que luchar contra ella en todo momento,
utilizando hasta el último recurso. La muerte era una derrota, un fracaso; la enfermedad crónica
constituía un recordatorio constante de la impotencia del médico. La imagen de mi abuela, una mujer
menuda que me miraba con ojos asustados desde un respirador en una unidad de cuidados intensivos,
ha quedado grabada en mi memoria hasta el día de hoy.”
Esta nieta amorosa puso en el candelero una compleja cuestión médico-legal y ética que se debate
actualmente en tribunales y hospitales de todo el mundo: ¿qué es lo mejor para los enfermos terminales
en nuestra era de tecnología avanzada?
Algunas personas tienen el punto de vista de que debería hacerse todo lo médicamente posible por
cada enfermo. Esta es la opinión expresada por la Association of American Physicians and Surgeons
(Asociación de Médicos y Cirujanos Americanos): “La obligación del médico con el paciente en estado
comatoso, vegetativo o con incapacitación progresiva no depende de las posibilidades de recuperación.
El médico siempre debe actuar en pro del bienestar del paciente”. Esto significa darle todo el
tratamiento o la ayuda médica que sea posible. ¿Piensa usted que esto es siempre lo mejor para una
persona enferma de gravedad?
A los ojos de muchas personas, ese proceder parece muy encomiable. Sin embargo, la experiencia
que se ha tenido con los avances tecnológicos de la medicina en estas últimas décadas ha hecho surgir
un punto de vista nuevo y diferente. En un importante documento publicado en 1984, titulado “The
Physician’s Responsibility Toward Hopelessly Ill Patients” (“La responsabilidad del médico con los
pacientes terminales”), un grupo de diez médicos experimentados llegó a la siguiente conclusión: “Es
aconsejable reducir el tratamiento agresivo del enfermo terminal cuando lo único que se conseguiría es
prolongar un proceso difícil e incómodo que termina en la muerte”. Cinco años después, los mismos
médicos publicaron un artículo con el mismo título, pero apostillado “A Second Look” (“Revisión”).
En él hicieron una declaración aún más franca respecto a este mismo problema: “Muchos médicos y
éticos [...] han llegado por ello a la conclusión de que es ético retirar la alimentación e hidratación
[fluidos] de ciertos moribundos, enfermos terminales o pacientes que están inconscientes
permanentemente”.
No podemos desestimar esos comentarios como si no fueran más que una forma de teorizar o un
simple debate que no nos afecta directamente. No pocos cristianos se han visto ante la angustiosa
necesidad de tomar una decisión sobre este asunto. ¿Debería mantenerse vivo mediante un respirador a
un ser querido con una enfermedad incurable? ¿Habría de administrarse alimentación intravenosa u
otros métodos artificiales de alimentación a un enfermo terminal? Cuando la condición es irreversible,
¿deberían gastarse todos los medios económicos de un pariente o de una familia entera, a fin de
sufragar el coste de un tratamiento que quizás implique trasladar al enfermo a un centro médico lejano
para que reciba tratamiento más avanzado?
Se dará cuenta sin duda de que estas preguntas no son fáciles de contestar. Aunque usted querría
ayudar a un amigo o a un ser querido que estuviese enfermo, si tuviera que encararse a estas cuestiones,
seguramente se preguntaría: “¿Con qué orientación cuenta el cristiano?”, “¿qué recursos hay
disponibles para ayudar al moribundo?”, y, más importante aún, “¿qué dicen las Escrituras sobre este
tema?”.