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AYUDA PARA LOS MORIBUNDOS

EN NUESTRA ERA MODERNA


( g91 22/10 págs. 3-9)

LA MÉDICA acababa de pasar por una experiencia muy dolorosa. Había visto morir a su abuela
materna, de noventa y cuatro años, en la unidad de cuidados intensivos del hospital tras haber sido
sometida a una operación de cáncer que “nunca quiso [que le hicieran]”.
“Las lágrimas que derramé en su funeral no se debieron a que se hubiera muerto, pues mi abuela
había vivido una vida larga y plena —escribió la doctora—. Lloré por los dolores que había aguantado
y porque no se habían respetado sus deseos. Lloré por mi madre y por sus hermanos, por su sentimiento
de pérdida y frustración.”
No obstante, puede que usted se pregunte si hay alguna posibilidad de ayudar a una persona que esté
tan gravemente enferma. La mencionada doctora continúa diciendo:
“Y sobre todo lloré por mí misma: por el pesado sentimiento de culpabilidad que tenía al no haber
sido capaz de librarla del dolor y la indignidad, y por la lamentable limitación que sentía como médica,
incapaz de curar, incapaz de aliviar el sufrimiento. En todos mis estudios jamás se me enseñó a aceptar
la muerte ni el morir. El enemigo era la enfermedad, y había que luchar contra ella en todo momento,
utilizando hasta el último recurso. La muerte era una derrota, un fracaso; la enfermedad crónica
constituía un recordatorio constante de la impotencia del médico. La imagen de mi abuela, una mujer
menuda que me miraba con ojos asustados desde un respirador en una unidad de cuidados intensivos,
ha quedado grabada en mi memoria hasta el día de hoy.”
Esta nieta amorosa puso en el candelero una compleja cuestión médico-legal y ética que se debate
actualmente en tribunales y hospitales de todo el mundo: ¿qué es lo mejor para los enfermos terminales
en nuestra era de tecnología avanzada?
Algunas personas tienen el punto de vista de que debería hacerse todo lo médicamente posible por
cada enfermo. Esta es la opinión expresada por la Association of American Physicians and Surgeons
(Asociación de Médicos y Cirujanos Americanos): “La obligación del médico con el paciente en estado
comatoso, vegetativo o con incapacitación progresiva no depende de las posibilidades de recuperación.
El médico siempre debe actuar en pro del bienestar del paciente”. Esto significa darle todo el
tratamiento o la ayuda médica que sea posible. ¿Piensa usted que esto es siempre lo mejor para una
persona enferma de gravedad?
A los ojos de muchas personas, ese proceder parece muy encomiable. Sin embargo, la experiencia
que se ha tenido con los avances tecnológicos de la medicina en estas últimas décadas ha hecho surgir
un punto de vista nuevo y diferente. En un importante documento publicado en 1984, titulado “The
Physician’s Responsibility Toward Hopelessly Ill Patients” (“La responsabilidad del médico con los
pacientes terminales”), un grupo de diez médicos experimentados llegó a la siguiente conclusión: “Es
aconsejable reducir el tratamiento agresivo del enfermo terminal cuando lo único que se conseguiría es
prolongar un proceso difícil e incómodo que termina en la muerte”. Cinco años después, los mismos
médicos publicaron un artículo con el mismo título, pero apostillado “A Second Look” (“Revisión”).
En él hicieron una declaración aún más franca respecto a este mismo problema: “Muchos médicos y
éticos [...] han llegado por ello a la conclusión de que es ético retirar la alimentación e hidratación
[fluidos] de ciertos moribundos, enfermos terminales o pacientes que están inconscientes
permanentemente”.
No podemos desestimar esos comentarios como si no fueran más que una forma de teorizar o un
simple debate que no nos afecta directamente. No pocos cristianos se han visto ante la angustiosa
necesidad de tomar una decisión sobre este asunto. ¿Debería mantenerse vivo mediante un respirador a
un ser querido con una enfermedad incurable? ¿Habría de administrarse alimentación intravenosa u
otros métodos artificiales de alimentación a un enfermo terminal? Cuando la condición es irreversible,
¿deberían gastarse todos los medios económicos de un pariente o de una familia entera, a fin de
sufragar el coste de un tratamiento que quizás implique trasladar al enfermo a un centro médico lejano
para que reciba tratamiento más avanzado?
Se dará cuenta sin duda de que estas preguntas no son fáciles de contestar. Aunque usted querría
ayudar a un amigo o a un ser querido que estuviese enfermo, si tuviera que encararse a estas cuestiones,
seguramente se preguntaría: “¿Con qué orientación cuenta el cristiano?”, “¿qué recursos hay
disponibles para ayudar al moribundo?”, y, más importante aún, “¿qué dicen las Escrituras sobre este
tema?”.

¿Qué se puede hacer por un enfermo terminal?


EN TIEMPOS recientes, el modo de ver la muerte y el proceso que conduce a esta ha ido cambiando
en muchas partes del mundo.
Antes los médicos aceptaban la muerte como el fin inevitable de sus servicios a algunos pacientes,
un fin que debía aliviarse y con frecuencia atenderse en casa.
Más recientemente, debido al énfasis en la tecnología y la curación, el personal médico ha llegado a
ver la muerte como un fracaso o una derrota. De modo que la meta principal de la profesión médica ha
llegado a ser impedir la muerte a toda costa. Con este cambio llegó la creación de toda una nueva
tecnología para mantener vivas a las personas por más tiempo de lo que antes hubiera sido posible.
La tecnología médica ha logrado innegables avances en muchos países; sin embargo, ha hecho
surgir algunos temores importantes. Un doctor comentó: “La mayoría de los médicos ha perdido la
perla que en un tiempo fue parte entrañable de la medicina: la humanidad. La maquinaria, la eficiencia
y la precisión han eliminado del corazón el afecto, la compasión, la condolencia y el interés por la
persona. La medicina es ahora una ciencia fría; su encanto pertenece a otra época. Poco consuelo puede
recibir el moribundo del médico mecánico”.
Esta es solo la opinión de una persona, y no supone ni mucho menos una acusación general contra la
profesión médica. Sin embargo, usted probablemente se habrá dado cuenta de que muchas personas
temen que se las mantenga vivas artificialmente con la ayuda de una máquina.
Con el tiempo empezó a oírse otra opinión, la de que en algunos casos debería dejarse morir a la
persona de forma natural, con dignidad y sin someterla a la intervención de tecnología insensible. Un
sondeo llevado a cabo recientemente para la revista Time reveló que más de las tres cuartas partes de
las personas con las que se contactó opinaban que en el caso de un paciente terminal, los médicos
deberían tener vía libre para retirarle el tratamiento de mantenimiento de la vida. El estudio llegó a la
siguiente conclusión: “Una vez resignadas a lo inevitable, [las personas] desean morir con dignidad,
no conectadas a una serie de máquinas en una unidad de cuidados intensivos como si fuesen un
ejemplar de laboratorio debajo de un cristal”. ¿Piensa usted igual? ¿Cuál es su opinión sobre este tema?
Algunas soluciones propuestas
Existe una gran variedad de formas de abordar el tema de morir y la muerte, dependiendo de la
cultura o de los antecedentes sociales de cada uno. No obstante, en muchos países la gente cada vez
muestra más interés en la difícil situación de los enfermos terminales. Los éticos, los médicos y el
público en general han promovido medidas en los últimos años para que mejore la atención que se da a
estos desafortunados.
Entre las muchas medidas que se analizan para tratar esta cuestión, la que más comúnmente se
aplica en algunos hospitales de ciertos países es la norma “Do Not Resuscitate”, o DNR, que en
español sería: “No resucitar”. ¿Sabe qué implica este concepto? Tras largas conversaciones con la
familia del paciente, y preferiblemente también con el propio paciente, se hacen planes específicos por
adelantado, que se anotan en su informe. Se especifica qué limitaciones se impondrán a los esfuerzos
por revivir, o resucitar, al paciente terminal si su estado empeora.
Casi todo el mundo reconoce que lo que habría que tomar en cuenta en esas difíciles decisiones es
sobre todo cuál es la voluntad del paciente. No obstante, lo que dificulta el problema es que a menudo
el paciente está inconsciente o incapacitado para tomar decisiones personales informadas a este
respecto. Esta circunstancia ha creado la necesidad de redactar un documento denominado testamento
vital. Su propósito es permitir que las personas especifiquen por adelantado qué tratamiento desearían
recibir en sus últimos días. Por ejemplo, dicho testamento podría decir lo siguiente:
“Es mi deseo que no me prolonguen la vida mediante procedimientos de mantenimiento de la vida si
llego a estar en una situación incurable o irreversible que me provoque la muerte en un tiempo
relativamente corto. Si me encuentro en fase terminal y no puedo tomar decisiones respecto al
tratamiento médico, pido al facultativo que me atienda que no me aplique o que retire cualquier
tratamiento que simplemente prolongue mi proceso de muerte y que no sea necesario para mi bienestar
global o para aliviar mis sufrimientos.” Tales documentos incluso pueden especificar qué clase de
tratamientos quiere o no quiere la persona que se le apliquen en una situación terminal.
Aunque estos testamentos vitales no tienen valor legal en todas las circunstancias, se respetan en
muchos lugares. Se calcula que en Estados Unidos han redactado su testamento vital médico cinco
millones de personas. Muchas autoridades de ese país creen que este es el mejor medio disponible para
asegurarse de que se respeten y cumplan los deseos de una persona.
¿Qué tipo de tratamiento o de asistencia?
¿Qué puede decirse de la asistencia al enfermo terminal? La innovación más significativa quizás
haya sido el concepto denominado en inglés hospice (hospicio), que cada vez recibe mayor
reconocimiento en todo el mundo. ¿Qué abarca exactamente?
Este término no se refiere en este sentido a un lugar o a un edificio, sino a una filosofía o programa
de asistencia al enfermo terminal, lo que en español se denomina “cuidados paliativos”. Estos cuidados
son el resultado de una labor de equipo (médicos, enfermeras y voluntarios) encaminada a lograr el
bienestar global del paciente terminal y a paliar en lo posible sus dolores, preferiblemente en la propia
casa del paciente.
Aunque algunos hospitales cuentan con unidades de cuidados paliativos, muchas de estas unidades
son independientes de un centro hospitalario. La mayoría se vale de los recursos de la comunidad,
como enfermeras que van al domicilio, especialistas en nutrición, ministros religiosos y quiroprácticos.
En lugar de utilizar medidas médicas radicales, los cuidados paliativos enfatizan la compasión radical.
En lugar de aplicar un tratamiento agresivo a la enfermedad del paciente, se centran en un tratamiento
agresivo contra las molestias del paciente. Un médico explicó lo siguiente: “Los cuidados paliativos
no significan menos asistencia, ninguna asistencia o asistencia de poca calidad. Simplemente son un
tipo de asistencia totalmente distinta”.
¿Qué opina de este concepto? ¿Cree que es un enfoque que debería plantearse a un ser querido al
que le hubieran diagnosticado que se encara a un proceso terminal, y quizás al médico que le atiende?
Aun cuando puede que la terapia de cuidados paliativos no esté disponible por el momento donde
usted vive, probablemente lo estará en un futuro, pues este concepto alternativo se está extendiendo por
todo el mundo. Al principio se pensaba que iba contra el orden médico establecido, pero poco a poco se
ha ido introduciendo en la medicina convencional y ahora se acepta como una alternativa para los
enfermos terminales. Mediante sus técnicas, en especial el uso apropiado de analgésicos, los cuidados
paliativos han contribuido con algunas mejoras notables en la asistencia sanitaria.
En una carta a la publicación New England Journal of Medicine, la doctora Gloria Werth describió
la muerte de su hermana mientras recibía cuidados paliativos: “En ningún momento obligaron a mi
hermana a tomar una medicación, alimento o líquido. Era libre de comer, beber [...] o tomar la
medicación según desease [...]. Pero lo mejor de los cuidados paliativos es que nuestros recuerdos de la
muerte de Virginia son extraordinariamente tranquilizadores y felices. ¿Cuántas veces puede decirse
esto cuando alguien muere en una unidad de cuidados intensivos?”.
[Comentario en la página 5]
“La medicina es ahora una ciencia fría; su encanto pertenece a otra época. Poco consuelo puede recibir
el moribundo del médico mecánico”
[Comentario en la página 6]
Los cuidados paliativos se centran en un tratamiento agresivo de las molestias del paciente, más bien
que en un tratamiento agresivo contra la enfermedad en sí

¡Está disponible la mejor ayuda de todas!


LA DECISIÓN de qué cuidados deben darse a un enfermo terminal y por cuánto tiempo podría
plantearle a un cristiano una serie de preguntas difíciles. Por ejemplo:
¿Iría en contra de lo que dicen las Escrituras no hacer todo lo posible por mantener la vida de la
persona? Y si es aceptable moralmente dejar a alguien morir de muerte natural, sin intervención radical
para prolongarle la vida, ¿qué puede decirse de la eutanasia activa, un acto deliberado y directo para
acabar con el sufrimiento de un paciente acortando su vida o poniéndole fin de una manera directa?
Estas preguntas son importantes en los tiempos en que vivimos. Pero no nos encontramos sin ayuda
para responderlas.
Un escritor inspirado dijo con acierto: “Dios es para nosotros refugio y fuerza, una ayuda que puede
hallarse prontamente durante angustias”. (Salmo 46:1.) Esas palabras son ciertas también para nosotros
en la cuestión que nos ocupa. Jehová Dios es la fuente de la ayuda más sabia y experimentada que
existe. Ha observado la vida de miles de millones de personas y sabe mejor que cualquier médico, ético
o abogado qué es lo más beneficioso. Veamos, pues, qué ayuda nos ofrece. (Salmo 25:4, 5; Hebreos
4:16.)
El punto de vista correcto acerca de la vida
Hacemos bien en reconocer que la filosofía de conservar la vida a toda costa no es exclusiva de los
tecnólogos de la medicina, sino que es una consecuencia natural de la filosofía seglar moderna. ¿Por
qué decimos eso? Pues bien, si esta vida presente es todo lo que hay, podría parecer que nuestra vida
debería conservarse en toda circunstancia y a toda costa. No obstante, esta filosofía seglar ha tenido
como resultado en algunos casos verdaderas pesadillas de la técnica: se ha mantenido “vivas” durante
años a personas inconscientes conectadas a máquinas.
Por otro lado están los que creen en la inmortalidad del alma humana. Según su filosofía, esta vida
no es más que una estación de paso hacia algo mejor. Platón, uno de los padres de esta filosofía, dijo:
“O la muerte es un estado de inexistencia y total inconsciencia o, como dicen los hombres, se
produce un cambio y una migración del alma desde este mundo a otro. [...] Si la muerte es el viaje a
otro lugar, [...] ¿qué bien puede haber, oh amigos míos y jueces, que sea mayor que este?”.
Una persona que tuviese esa creencia tal vez viera la muerte como un amigo y pensase que debería
recibirse bien y quizás hasta apresurarse. Sin embargo, la Biblia enseña que la vida es sagrada a los
ojos de Jehová. “Contigo está la fuente de la vida”, escribió el salmista inspirado. (Salmo 36:9.)
¿Estaría bien que un cristiano verdadero participase en la eutanasia activa?
Hay quienes creen que las Escrituras hacen referencia a este tema cuando dicen que el rey Saúl,
encontrándose gravemente herido, rogó a su escudero que le matase. Afirman que eso fue un tipo de
eutanasia, un acto deliberado para acelerar la muerte de alguien que ya se estaba muriendo. Un
amalequita dijo posteriormente que había satisfecho la petición de Saúl de que se le diera muerte. Pero,
¿se consideró que aquel amalequita había hecho bien poniendo fin al sufrimiento de Saúl? En absoluto.
David, el ungido de Jehová, ordenó que se le ejecutase por su “culpa de sangre”. (1 Samuel 31:3, 4;
2 Samuel 1:2-16.) De modo que este suceso bíblico no justifica de ninguna manera que un cristiano se
valga de la eutanasia activa.
Ahora bien, ¿significa esto que el cristiano debe hacer todo lo tecnológicamente posible para alargar
una vida que está llegando a su fin? ¿Debe prolongarse al máximo el proceso de muerte? Las Escrituras
enseñan que la muerte no es un amigo del hombre, sino un enemigo. (1 Corintios 15:26.) Además, los
muertos no están sufriendo ni gozando, sino que están como dormidos. (Job 3:11, 13; Eclesiastés
9:5, 10; Juan 11:11-14; Hechos 7:60.) Cuando una persona fallece, sus perspectivas futuras de vida
dependen totalmente del poder de Dios para resucitarla mediante Jesucristo. (Juan 6:39, 40.) Por lo
tanto, vemos que Dios nos ha suministrado una información útil: la muerte no debe anhelarse, pero
tampoco existe la obligación de recurrir a esfuerzos desesperados para prolongar el proceso de muerte.
Pautas para el cristiano
¿Qué pautas podría aplicar un cristiano si un ser querido se encuentra en un estado terminal?
Hemos de reconocer en primer lugar que cada situación en la que hay implicada una enfermedad
terminal es distinta, trágicamente distinta, y no existen reglas que se puedan aplicar en todo caso.
Además, el cristiano debería asegurarse de acatar las leyes del país en tales circunstancias. (Mateo
22:21.) Tampoco olvide que ningún cristiano amoroso abogaría por la negligencia médica.
Únicamente en el caso de una enfermedad terminal innegable (cuando se ha determinado claramente
que la situación es irreversible) podría pensarse en pedir que se descontinuasen los procedimientos
tecnológicos de mantenimiento de la vida (a lo que algunos llaman eutanasia pasiva). En tales casos
no existe ninguna razón bíblica para insistir en que se apliquen métodos tecnológicos que no harían
más que prolongar un proceso de muerte que ya está muy avanzado.
Estas situaciones suelen ser muy difíciles y pueden implicar decisiones angustiosas. ¿Cómo puede
saberse, por ejemplo, cuándo es irreversible el estado de un enfermo? Aunque nadie puede estar
absolutamente seguro, hay que ser juicioso y buscar un buen asesoramiento. Una revista médica da el
siguiente consejo a los facultativos:
“Si hay desacuerdo en el diagnóstico, en el pronóstico o en ambas cosas, se debería seguir
manteniendo la vida del enfermo hasta llegar a un acuerdo razonable. Sin embargo, la insistencia en
querer asegurarse más allá de un punto razonable puede obstaculizar la labor del médico que estudia las
opciones de tratamiento que existen en casos que parecen irreversibles. El caso excepcional de un
paciente que se encontraba en un estado similar y sobrevivió, no constituye una razón de peso para
continuar un tratamiento agresivo. Tales posibilidades estadísticas insignificantes no son más
determinantes que las expectativas razonables sobre la evolución del enfermo, y son estas últimas las
que deberán guiar las decisiones que se tomen sobre el tratamiento que se administrará.”
El cristiano que se encuentre en esta difícil situación, tanto si es el paciente como si es un familiar
de este, esperaría con todo derecho que su médico le ayudase un poco a decidir. La mencionada revista
médica concluye diciendo: “En cualquier caso, es injusto el simplemente suministrar un montón de
hechos médicos y opciones y dejar al paciente desorientado sin más dirección sobre las distintas líneas
alternativas de acción o inacción que pueden adoptarse”.
Los ancianos cristianos locales, como ministros maduros, también pueden ser de gran ayuda. Por
supuesto, el paciente y su familia inmediata deben tomar su propia decisión equilibrada en una
situación en la que hay muchas emociones envueltas.
Por último, reflexione en los siguientes puntos. Los cristianos desean con todas sus fuerzas
permanecer vivos para poder gozar de servir a Dios, pero reconocen que en este sistema todos
morimos; en este sentido, todos somos enfermos terminales. La única esperanza de que esta situación
cambie radica en la sangre redentora de Jesucristo. (Efesios 1:7.)
Aunque la muerte de un ser querido es una dura experiencia, nosotros no nos quedamos angustiados
y apenados como “los demás que no tienen esperanza”. (1 Tesalonicenses 4:13.) Al contrario, puede
consolarnos el hecho de que hicimos todo lo que razonablemente pudimos a favor de nuestro ser
querido enfermo y de que toda la asistencia médica que le dimos al menos le ayudó por un tiempo. Pero
lo que más nos consuela es la alentadora promesa de Aquel que nos libertará de todos esos problemas,
pues nos asegura que “el último enemigo, la muerte[,] ha de ser reducida a nada”. (1 Corintios 15:26.)
Sí, la mejor ayuda para los moribundos vendrá a su debido tiempo de manos del Dios que dio la vida
a los primeros seres humanos y que promete una resurrección para aquellos que ejerzan fe en Él y en
Su Hijo, Jesucristo. (Juan 3:16; 5:28, 29.)
[Nota a pie de página]
Si se desea tener más información sobre lo que implica el llamado matar por misericordia, véanse las
revistas ¡Despertad! del 8 de agosto de 1978, páginas 4-7, y del 8 de agosto de 1974, páginas 27, 28.
[Ilustración en la página 8]
¿Suministra base para practicar la eutanasia la muerte de Saúl?

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