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ESTUDIOS

IMAGO Revista de Emblemática y Cultura Visual doi: 10.7203/imago.5.2616


[Núm. 5, 2013] pp. 101-109 ISSN: DIGITAL 2254-9633 - IMPRESO 2171-0147

IMAGEN E ICONOGRAFÍA
EN LAS EXEQUIAS DEL PRÍNCIPE
BALTASAR CARLOS EN ZARAGOZA
EN 1646
IMAGE AND ICONOGRAPHY IN THE FUNERAL EXEQUIES OF PRINCE
BALTASAR CARLOS IN ZARAGOZA IN 1646

Alberto Serrano Monferrer


Universitat Jaume I

ABSTRACT: This article studies the ceremonial funeral rites for Prince Baltasar Carlos of
Austria, son of Philip IV and the hope for the healing of a monarchy in crisis, in the exe-
quies celebrated in the city of Zaragoza, where the young heir to the throne died shortly
before his seventeenth birthday, in 1646. The monumental catafalque erected in the plaza
of the market place (a fantastic ephemeral tumulus characterized by a splendid Baroque ar-
chitecture full of symbols), demonstrates the magnificence with which the death of such a
beloved prince was presented to the public, in the second third of the seventeenth century.

KEYWORDS: Prince Baltasar Carlos of Austria, Spanish Golden Age, royal funeral rites,
ephemeral architecture, Baroque.

RESUMEN: Esta comunicación aborda el ceremonial funerario en el príncipe Baltasar


Carlos de Austria, hijo de Felipe IV y esperanza de saneamiento en una monarquía en crisis,
en sus exequias en la ciudad de Zaragoza, donde murió el joven heredero poco antes de
cumplir los diecisiete años, en 1646. El gran catafalco erigido en la Plaza del mercado –un
fantástico túmulo de carácter efímero, espléndida arquitectura barroca llena de símbolos–
da muestra de la magnificencia con que se presentó públicamente la muerte de tan querido
príncipe, en el segundo tercio del siglo XVII.

PALABRAS CLAVES: Príncipe Baltasar Carlos de Austria, Siglo de Oro español, exequias
reales, arquitectura efímera, Barroco.

Fecha de recepción: 19-6-2013 / Fecha de aceptación: 3-9-2013

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Alberto Serrano Monferrer

Esta comunicación aborda las exequias LA MUERTE DE BALTASAR


de Baltasar Carlos de Austria (1629-1646). CARLOS. LAS EXEQUIAS
Fue en la época, Príncipe de Asturias, y
una promesa de regeneración para la Casa
Y EL RESPETO SOLEMNE
de Habsburgo en España, en la decadencia
política y económica, que no cultural, del La Muerte no perdonaba a nadie y se diver-
segundo tercio del siglo xvii. Además de tía sacando a bailar a todos los estamentos,
su nacimiento y bautismo, el otro aconte- pero sobre todo a los más elevados. (Sebas-
cimiento capital en su vida, objeto de una tián, 1992: 81)
fastuosa ceremonia, fue su fallecimiento en
Zaragoza. Aunque hay noticias de sus exe- La muerte del rey –aquí del joven Prín-
quias fúnebres en ciudades españolas, así cipe de Asturias– «sintetiza el significado de
como en territorios imperiales de Iberoamé- la del conjunto de súbditos, al tiempo que
rica. El túmulo más espléndido –tanto en revierte sobre ellos las lecciones morales
tamaño, como en riqueza iconográfica– fue y políticas que del óbito regio se despren-
el levantado en la misma Zaragoza. den» (Varela, 1990: 13). Será en el reina-
Como es conocido, en las representa- do de Felipe IV –en general, a lo largo del
ciones de poder de carácter festivo de la siglo xvii– cuando se codifique a través de
Monarquía, la función es similar a la de los diversos textos, el modo de llevar a cabo el
retratos de personajes, o a las fuentes lite- ceremonial funerario en la Monarquía his-
rarias contemporáneas que les tratan, como pánica. Es un espacio simbólico más, pro-
los sermones. Es evidente, pues, el carácter visto de lenguaje propagandístico, más allá
emblemático-simbólico de la fiesta, donde del hecho mismo de las exequias por la per-
el espectador, según Antonio Bonet Correa, sona real. Un ceremonial en el que las dis-
«leía las estampas, jeroglíficos o emblemas tintas ciudades de la Monarquía participan,
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que contenían» (Bonet Correa, 1990: 18). combinándolo con el duelo. En España y
O bien, se dejaba deslumbrar por su deli- sus dominios americanos, las pompas fúne-
berada magnificencia. Por ello en la fiesta bres de los reyes, virreyes, obispos y arzo-
moderna prima «lo visual, la forma y el bispos supusieron un espectáculo urbano,
color» (Ramos Sosa, 1992: 20), frente a la en el cual se incluían un complejo número
contemporánea, donde el sonido cobra im- de actos y ceremonias, visuales y sonoras.
portancia. Estas honras reales asumen la unión de dos
Regresamos al personaje que nos ocupa, tradiciones: la religiosa, pues suponen parte
el príncipe Baltasar Carlos, fruto del enlace de la liturgia del funeral, y la de orden civil
del rey Felipe IV y su primera esposa, Isa- y social, ya que, en palabras de Victoria Soto
bel de Borbón. Fue el único hijo varón que Caba (Soto Caba, 1992: 11) «la función fú-
ambos engendraron, y por ello se entiende nebre no deja de ser el último acto de vasa-
que fuera un niño idolatrado, sobre el cual llaje al difunto monarca». La ceremonia fú-
recayeron las esperanzas de regeneración nebre de la persona real es la prolongación
de la Casa de Habsburgo. Su figura, la de del grandilocuente boato que llevó en vida.
un niño-heredero que no llegó a reinar, es En las exequias reales el túmulo o ca-
también en sus imágenes, la concepción de tafalco, personifica toda aquella imagen del
un ideal, la representación de una forma de Poder que el personaje disfrutaba en vida.
entender política y orden social. Es este túmulo –una monumental estructu-
ra arquitectónica– el elemento «más impor-
tante desde el punto de vista artístico» (Mo-
rales Folguera, 1991: 16), y en éste se hace

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una integración de las artes (arquitectura, bre del futuro y la inanidad de lo humano»
pintura, escultura). La complejidad de estos (Sebastián, 1985: 100). El motivo del es-
programas iconográfico venía dado por las queleto es más familiar. La muerte es el me-
fuentes que utilizaban sus mentores, osci- jor conducto para mostrar la idea de triunfo
lando desde la mitología antigua, hasta la y de gloria, la fama del héroe, con el fin de
emblemática y alegorías, propias del Rena- ensalzar al monarca y sublimar sus virtu-
cimiento, pasando por la heráldica, de ori- des. Los libros editados sobre «enfermedad,
gen medieval. Por ello, las esculturas alegó- muerte y exequias reales» pretendían mos-
ricas o las pinturas simbólicas encontraron trar el auxilio espiritual en el momento de
«un perfecto acomodo tanto en el túmulo, la expiación, al tiempo que se continuaba
como en las zonas más destacadas del lugar con el decoro real.
de la ceremonia» (Allo Manero, 1994: 11). Tras la jura de lealtad de los navarros a
La arquitectura efímera, nacida en el Baltasar Carlos el 3 de mayo de 1646, la fa-
ámbito de la fiesta, es la construcción de milia real viajó a Zaragoza. Más tarde, la jor-
monumentos con materiales provisionales, nada del 5 de octubre, cuando se cumplía la
pobres; un soporte ideal para el programa víspera del segundo aniversario de la muer-
iconográfico que lanzara un mensaje. Al te de la reina, el monarca y el príncipe asis-
concluir la fiesta también acababa su fun- tieron a las vísperas en su memoria. Aquella
ción, por lo que «se desmantelaban estos tarde el heredero sintió malestar físico. Al
decorados» (Ramos Sosa, 1992: 21). Las siguiente 6 de octubre se queda postrado
repeticiones tipológicas son frecuentes, vol- en cama. Baltasar Carlos moría en Zaragoza
viendo sobre los mismos modelos e ideas. la noche del 9 de octubre de 1646, a causa
Las exequias reales, junto a los arcos triun- de la viruela que asolaba el país, y a pesar
fales, fueron las celebraciones donde más de las rogativas dirigidas al Cielo celebradas
destacó el aparato estético. en toda la urbe. El arzobispo de Zaragoza le
En el Barroco, el triunfo de la muerte es había suministrado el Viático aquella maña-
proclamado por doquier, como enemiga de na.1 El corazón y otras vísceras, guardadas
las grandezas terrenales del hombre. Tras en una pequeña caja, fueron depositadas en
ella se erige la realeza, omnipotente sobre el presbiterio de la Seo, al lado del Evange-
sus vasallos, aún tras su propia muerte, a lio, bajo una losa de mármol con inscrip-
través de este espectáculo. Sin embargo, to- ción. Sus restos mortales, embalsamados,
dos los humanos sucumbían al poder de la fueron trasladados el 16 de octubre por el
Muerte, y este sentimiento fue un elemento arzobispo de Zaragoza, don Juan Cebrián,
crucial en el desarrollo del arte efímero y al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial
sus máquinas. Por ello, las honras fúnebres (Ansón Navarro, 2002: 96).
de personas reales son el ejemplo supremo
de la vanitas. La calavera será un elemento
decorativo frecuente, «para recordar a los
vivos la brevedad de la vida, la incertidum-

1. Los pormenores de la muerte y enfermedad del heredero en Zaragoza, proceden de Maiso González (1975: 97)
y ss. Según otras fuentes como Justi, 1999: 395, don Baltasar sufrió un enfriamiento tras haber jugado a la pelota, y
esta fiebre se unió a la propia epidemia, al parecer, también contraída por el joven. Versiones más heterodoxas como
la de Fisas (1992), en el cap. V dedicado a Felipe IV, afirman que la noche anterior, Don Pedro de Aragón, gentil-
hombre de la Corte, le llevó a un burdel de Zaragoza, de cuyo acto «con la ramera» se originó una gran debilidad y
fiebre en el Príncipe. Los médicos, desconocedores de su dolencia, le sangraron, lo que le provocó la muerte. Sobre
este aspecto, conviene citar el testimonio de Francisco Silvela, que afirma, hablando de «excesos» en Zaragoza y
de la influencia de Pedro de Aragón, que «una violenta calentura lo arrebató en pocos días, y por entonces se dijo,
determinaron la enfermedad excesos á que le habían arrastrado complacientes cortesanos» (Silvela, 1885: 85).

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FUENTES CONTEMPORÁNEAS (1602-1665), abadesa y escritora de la Or-


A LA MUERTE DE BALTASAR den de la Inmaculada Concepción, le pro-
porcionaba paz espiritual, pues la religiosa
CARLOS le aconsejaba sobre las inquietudes formu-
ladas por él y sus deberes. Expresó así Felipe
IV el abatimiento por la muerte de su hijo:
Baltasar Carlos murió en Zaragoza, pero los
ceremoniales funerarios fueron celebrados Pues no movieron el ánimo de Nuestro Se-
a lo largo y ancho del territorio controlado ñor las peticiones que se le hicieron por la
por la Corona. La primera ocasión en que salud de mi hijo, no le debió convenir á él
el pueblo tiene la posibilidad de desfilar ni á nosotros; anoche […] espiró, rendido
ante el cadáver real tiene su antecedente en cuatro días de la más violenta enferme-
dad que dicen los médicos han visto nunca:
en aquella Zaragoza de fines de 1646 (Se-
yo quedo en el estado que podeis juzgar,
bastián, 1985: 87) que lloró ante el cuerpo pues he perdido un solo hijo que tenia, á tal
inerte de Baltasar, con el ataúd dispuesto como vos le vísteis, que me alentaba mucho
sobre un montículo.2 En 1665, los miem- en medio de todos mis cuidados. Todo lo
bros de la Corte obtendrán el privilegio de que he podido he hecho para ofrecer á Dios
ver a Felipe IV en su lecho fúnebre. este golpe, que os confieso, me tiene tras-
La enfermedad del príncipe duró varios pasado el corazón […] (Silvela, 1885: 85)
días, y, con ella, la angustia de Felipe IV y
la Corte. Diversas fuentes de la época dan Una de las elegías más elaboradas de
información sobre el fatal acontecimien- todo lo publicado es el poema del Coronel
to. Andrés de Uztárroz relata en una carta García Salcedo, fechado el 23 de octubre de
al Consejo de su Majestad, luego impresa, 1646. Habla de lo mucho que se esperaba
toda la evolución de su dolencia. Destaca del incipiente monarca –figura en la ante-
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un pasaje en el que narra cómo el prínci- portada: Spes erat in puero […], [la esperanza
pe, emocionado, evocó a su fallecida madre. estaba en el niño]–, sus glorias futuras, y la
Y ante un estado tan doloroso y difícil, se brusquedad con que el inflexible sino se lo
elogia la fe y piedad del príncipe, reprodu- llevó de este mundo, aún en la frescura de
ciendo sus palabras, tras haberse confesado, su juventud:
cuando afirmó:
El pelo de su Imperio soberano,
dixo de modo que lo oyò el Rey Nuestro Yaze despojos de la tierra fría
Señor, y quantos estauan en la Camara. Y en humo embueltas las humanas glorias,
MIL VIDAS QVE TVVIERA PERDIERA Que fueron de dos Orbes alegría.
CON MVCHO GVSTO EN DEFENSA DE (García de Salcedo, 1646, 1v.)
NVESTRA SANTA FE, y añadió, Y QVISIE-
RA QVE ME FVERAN HAZIENDO PEDACI- Muy similar en el contenido es Anto-
TOS, PARA MERECER MAS […] (Uztárroz, nio Payno en su Oración fúnebre… (Madrid,
1646 b: 7r.). 1647) cuando presenta al príncipe como la
promesa rota de una restauración que la
Tenemos constancia del testimonio del Monarquía hispánica necesitaba. El prínci-
Rey, que quedó sumido en una infinita pe muere justo cuando iba a contraer ma-
tristeza. La frecuente correspondencia que trimonio con su prima Mariana de Austria,
mantuvo con la monja sor María de Ágreda e iba a entrar en la definición de la edad

2. La exposición del real cuerpo no fue frecuente en los primeros Austrias y en sus retóricas funerarias, aunque
sí lo será después, cuando las aglomeraciones en la capilla ardiente no dejen de acarrear problemas, como cuando
se impedía la celebración de los oficios.

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Imagen e iconografía en las exequias del príncipe Baltasar Carlos en Zaragoza en 1646

Fig. 1. Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un Príncipe Político… Empresa I.

adulta. Se hace una analogía con la dolen- en una voraz ave de cetrería, que también
cia, según las Sagradas Escrituras, de un sabe volar a las ventanas de los espacios
príncipe hijo del Rey David, mítico monarca áulicos. El príncipe Baltasar, vasallo de la
de Israel, haciendo un símil con la misma Casa de su padre, mostró durante su vida
tristeza por la pérdida del heredero español –destaca Salmerón– humildad, veneración
y la pena que se vive en palacio. En el An- y temor a su progenitor; por ello, tan sólo
tiguo Testamento, era realmente su primer se diferencia por su mortalidad del Príncipe
vástago, y su muerte fue ordenada por Dios, eterno, Cristo.
antes de que naciera el futuro rey Salomón. Múltiples referencias al «Hércules his-
Y se desea algo al rey: «que esta sea la ulti- pánico», personificación que proclamaba la
ma calamidad que le assalte, y que a ella le grandeza y poder del Rey español, aparecen
siga el descanso, y dicha de la paz» (Payno, en la obra de Antonio Fernández de Gueva-
1647: 22). ra. Así, encontramos que se utiliza la fuente
La Rapsodia fúnebre… de Marcos Salme- de la Empresa I de Saavedra Fajardo [fig. 1],
rón (Valencia, 1646) insiste en las virtudes con mote «Hinc labor et virtus», para hablar
inaugurales del príncipe, que desde su na- del príncipe, y cuya pictura mostraba a un
cimiento –afirma– fue «gozo universal de la «niño Hércules» en su cuna dando muestra
Christiandad» (Salmerón, 1646: 2v.). Aquí, de su virtuosa fortaleza: «Hispaniarum Prin-
la muerte es personificada simbólicamente ceps Balthassar / Carlous Infans / Herculea in

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cunis tenella manu forties, / […]» (Fernández obeliscos eran monumentos que conmemo-
de Guevara, ¿?: 2r.). También encontramos raban las hazañas y victorias de los empera-
aquí referencias al «espejo» del comporta- dores romanos, como todavía dan fe sus rui-
miento paterno. nas. De la misma manera, afirma que: «[…]
los Hiberos, que son los españoles, solian po-
ner en las sepulturas de sus naturales tantos
obeliscos, quantos enemigos avian muerto
EL TÚMULO DE BALTASAR en batallas» (Andrés de Uztárroz, 1646a:
CARLOS DE ZARAGOZA (1646) 4). Y aunque el príncipe no haya muerto en
batalla alguna –prosigue el autor– sí bastará
[…] estas memorias de dolor renouarà la que haya acompañado a su padre a apaci-
ternura, y conuertida en llanto, manifes- guar las revueltas en Cataluña… El libro se
tarà sus afectos por los ojos, siruiendo cada divide entre el obelisco denominado históri-
lagrima de Panegirico eloquente, de las vir- co, es decir, el que existió efímeramente en
tudes de tal Principe. (Andrés de Uztárroz, el funeral del heredero, y el honorario –como
1646a: 2r.) llamó Suetonio a la hoguera donde quema-
ron a Calígula, apunta Uztárroz–, que narra
Según las palabras de un sermón pronun- los méritos de su corta vida. En Zaragoza se
ciado en la Cofradía de San Jaime de Valen- hicieron dos capillas ardientes: una en la Ca-
cia el 22 de diciembre de 1646, en decoro tedral –que en 1646 todavía no era el tem-
a las honras fúnebres del hijo de Felipe IV, plo barroco actual, sino una iglesia gótico-
«grande obligación de vasallos fieles [es] ce- mudéjar, finalizada a inicios del xv– y otra
lebrar honras, o exequias por la muerte de su en la Plaza del Mercado, donde era habitual
Príncipe jurado y a por ellos Rey en futura realizar las exequias reales. El túmulo que
sucession de su padre […]» Por ello al mo- nos interesa [fig. 2] es el del segundo esce-
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rir el príncipe, como obliga el protocolo de la nario: una construcción barroca de tres altu-
muerte en un miembro de la familia real, «en ras que combinaba orden dórico y corintio,
toda Zaragoça tristeza extraordinaria, honras, y a la que se accedía mediante una escalina-
túmulos en plaça publica, lutos, todas las ciu- ta.3 El pedestal lucía ricos artesonados y se
dades, y villas de sus Estados […]» (Alós y fingían en ellos, cual trampantojo, piedras
Orraca, 1647: 67r.). de mármol blanco y negro y de metal áu-
Como hemos dicho, el principal cere- reo. La base (el primer nivel), de cruz griega,
monial funerario sobre la muerte de Balta- se componía de ocho columnas. Sus fustes,
sar Carlos fue en Zaragoza, ciudad que vio presentaban en su primer tercio formas de
su muerte, donde se veneró al féretro que follajes con fingidas tallas de oro, y en los
contenía realmente su cadáver. El catafalco dos tercios restantes, formas geométricas
levantado, reutilizado en las exequias de Fe- de arpón. En la parte superior descansaba
lipe IV de 1665 (Sebastián, 1985: 108), des- el entablamento, con un clásico arquitrabe,
lumbra por su magnificente barroquismo y friso –con clásicos triglifos y metopas, que
belleza. La información sobre la ceremonia, alternaban sendos dibujos de calaveras con
así como la imagen grabada de esta arqui- fémures en aspa, y coronas regias– y corni-
tectura efímera, procede de un libro de Juan sa. En los ángulos de esta cornisa colgaban
Francisco Andrés de Uztárroz. La obra em- estandartes con el escudo de armas de la
pieza afirmando que en la Antigüedad los ciudad, y en cuatro esquinas de las uniones

3. Separadas de la construcción, existían cuatro pedestales que sustentaban esculturas femeninas que representa-
ban, según se aprecia en el grabado del túmulo, a Europa y a América, aunque desconocemos si se repetirían estas
mismas en la parte posterior, o bien se recurrió a aludir a las restantes África y Asia.

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ricas femeninas de Zaragoza, ríos aledaños,


y diferentes ciudades como Tarragona, Ná-
poles o la misma Jerusalén. Una hornaci-
na central albergaba un lienzo pintado por
el aragonés Jusepe Martinez (Sebastián,
1985: 108): un trampantojo que simulaba
un marmóreo trono en el que descansaba
Zaragoza, como mujer apenada y triste, con
muchos blasones militares; con la mano iz-
quierda sustentaba un escudo rojo donde se
leía, en alusión al triunfo imperial romano,
SENATVS. P. Q. CAESAR AVGVSTANVS (An-
drés de Uztárroz, 1646a: 156), y a sus pies,
un grupo de niños que lloraban la muerte
de su Alteza. Coronaba además el primer
cuerpo –como el segundo– un corredor de
balaustres, con matronas en las esquinas,
que alzaban en uno de sus brazos un cirio,
mientras en el segundo había, en su lugar,
pacientes esqueletos, sustentándose en una
guadaña y con un reloj de arena en una
mano, como crudas representaciones de la
Muerte. El último cuerpo, de base circular,
mostraba diferentes personificaciones de
ciudades españolas y sobre éste, una cúpula
en la cual descansaba una triunfante alego-
ría de la Fama. Por último, en una tarima de
varias alturas superpuestas, y protegido por
el conjunto del baldaquino, se hallaba el fé-
retro de Baltasar Carlos, cubierto de paño de
Fig. 2. Grabado de José Vallés, en la obra de Andrés de brocado, almohada y corona, y rodeado de
Uztárroz, 1646a.
hermosos candeleros de plata. A los pies del
féretro real, en un estandarte negro bordado
de las alturas, ocho banderolas más destaca- en letras de oro, se leía epitafio.
das con el escudo del Príncipe de Asturias. Además de la construcción efímera del
En el techo que servía de dosel a este primer ceremonial funerario, en el grabado que
nivel de ocho columnas, se pintaron los es- nos ocupa hallamos un retrato del prínci-
cudos reales, y en las esquinas, de nuevo los pe de apariencia adolescente, situado en la
de Zaragoza. Los extremos superiores de los parte izquierda, con la filacteria: BALTHA-
tres niveles, incluida la cúpula superior, se SAR C. HISP. PRINCEPS. Y en la parte dere-
rodearon simétrica y proporcionadamente cha, vemos una representación del león que
de cirios y velones. Sobre el primer cuerpo personifica la ciudad de Zaragoza donde fi-
se alzaba otro más estrecho, del mismo tipo gura el nombre de la privilegiada ciudad, de
de columnas, y en los ángulos presentaba origen romano, como: TROPHAEUM CAE.
cuatro pilastras con las mismas órdenes. En SARAGVSTAE. Ambas figuras, sobre un cie-
este nivel se modelaron doce hornacinas lo bellamente nuboso, se enmarcan en me-
donde se cobijaban personificaciones alegó-

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dallones ovalados, sostenidos por ángeles que, sin embargo o precisamente por ello,
situados en posición simétrica. aprende de su padre la manera de gobernar
Del túmulo, más sencillo, del interior de de una manera provechosa y correcta.
la Catedral, no hemos hallado representa-
ciones gráficas, aunque sí su descripción.
Constaba de dos cuerpos. El primero, de
orden dórico, con ocho columnas, remata-
FUENTES
do por arquitrabe, friso y cornisa, alzaba el
segundo cuerpo, de orden jónico, en cuyos
Alós y Orraca, M.A. [1647]. Sacro par de
nichos, demostrativamente, «estaban pin-
sermones de la … victoria naual de Lepanto
tadas las virtudes que mas resplandecieron
… con la Invocacion … de la Virgen nuestra
en su Alteza» (Andrés de Uztárroz, 1646a:
señora del Remedio de Valencia…, Valencia,
187). Presentaba doce alegorías geográficas.
por Silvestre Esparsa, a costa de Crespin
Roman.
Andrés de Uztárroz, J.F. [1646 a]. Obelisco
CONCLUSIONES historico : i honorario, que la Imperial Ciu-
dad de Zaragoza erigio a la inmortal me-
moria del serenissimo señor don Balthasar
Finalmente, destacamos que la muerte de Carlos de Austria, principe de Españas, Za-
Baltasar Carlos, como todo acontecimiento ragoza, Hospital de Nª Señora de Gracia.
acaecido en la Corte, considerado volun- Andrés de Uztárroz, J.F. [1646 b]. Carta a Don
tad divina, fue presentada como motivo de Miguel Batista de Lanuza, del Consejo de su
prueba de la entereza del pueblo español: Magestad, y su Secretario en el Supremo Con-
La virtud de la paciencia, y constancia sejo de Aragon. Refierese en ella la enfermedad
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no resplandece en la prosperidad, sino en y muerte del Serenissimo…, Zaragoza, s.l.


la adversidad, padecer fracasos, desgracias, Fernández de Guevara y Adorno, A. [¿?]. Se-
adversidades, y en medio de esso la espe­ renissimo Hispaniarum Principi Balthassari
rança firme sin vazilar […] por este Cató­ Carolo, qua Herculis vltra fabulas, enixa vir-
lico Reino, entre confianças affligido por tus, venationis otio fulminavit aprum mar-
la muerte de tu Príncipe» (Alós y Orraca, mora, s.l.
1647: 71r.). García de Salcedo, C. [1649?]. Al católico, in-
Encontramos en la representación del victo, piadoso, y religiosissimo Rey de las Es-
heredero al trono, la perpetuación y garan- pañas D. Felipe IV nuestro señor, en la muerte
tía de los ideales de su progenitor. Prueba de nuestro Principe D. Baltasar Carlos…, s.l.
palmaria de esto, es el hecho de que, para Payno, A. [1647]. Oracion fúnebre que consa-
las exequias de Felipe IV en la Plaza del Mer- gra al rey nuestro señor Filipe IIII el doctor
cado de Zaragoza (1665), fueran utilizados don Antonio Payno, obispo de Orense, y de su
sin ningún problema los mismos elementos consejo. Dixola en la popa que la dicha ciudad
que en su día sirvieron para las exequias de hizo al […] príncipe […] don Baltasar Carlos
Baltasar Carlos (1646). Había, como hemos de Austria, Madrid, por Diego Díaz de la
visto, alegorías de continentes, ciudades e Carrera.
imperios, además de una representación de Salmerón, M. [1646], Rapsodia fúnebre, mo-
la Fama –tan recurrida en el Barroco. Este tivos de dolor, y exemplares de consuelo, a la
hecho demuestra el carácter impersonal de breve vida, y temprana muerte del Serenis-
los elementos y las virtudes representadas. simo Señor Don Baltasar Carlos, Vigesimo
Las Virtudes del Monarca podrían consi- Principe jurado de las Españas, Valencia,
derarse idénticas a las del propio Príncipe, por Bernardo Nogues.

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