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DE MODELO EN CIENCIAS
En el estado actual de la investigación en enseñanza enraizada en el contexto histórico y cultural de su
de ciencias, la opinión acerca de la relevancia de las época. Sobre la base de la adhesión a esta perspecti-
cuestiones epistemológicas ha cobrado un consenso va, en el presente artículo se intentará poner de
prácticamente unánime. Numerosos trabajos desta- manifiesto que la carencia de una adecuada forma-
can la necesidad de suministrar a la educación ción epistemológica por parte del docente -caren-
científica una sólida fundamentación filosófica cia que conduce a una concepción simplista y
basada en las principales teorías epistemológicas acrítica de la actividad científica- puede originar
vigentes en el panorama de la filosofía de la ciencia profundas dificultades a la hora de la práctica
contemporánea. En general, los autores coinciden en efectiva de la enseñanza de ciencias. En particular,
señalar la importancia de reemplazar la visión se destacará el papel central que cobra la noción
simplista de la ciencia como disciplina objetiva, de modelo en el pensamiento científico desde la
ascética y productora de verdades definitivas, por Modernidad, subrayando la relación entre la com-
una concepción mucho más compleja pero, a la vez, prensión de este concepto y la superación de
más rica, según la cual la ciencia, en tanto actividad posiciones anacrónicas tanto en el ámbito de la
profundamente humana, procede por caminos que historiografía de la ciencia como en el de la episte-
distan de ser rectos y se encuentra fuertemente mología.
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES Así como pueden detectarse ideas precientíficas en el área de la física
o de otras disciplinas científicas, también puede comprobarse que los alum-
nos se enfrentan al aprendizaje de ciencias desde ciertos preconceptos acer-
ca de la propia actividad científica, su evolución y sus resultados. Este "senti-
do común epistemológico" combina elementos del empirismo-inductivismo
del siglo XIX con aspectos del positivismo lógico de principios del siglo XX;
pero, en general, se manifiesta como una concepción mucho más ingenua
que las doctrinas epistemológicas en las que encuentra sus raíces. Según
esta perspectiva acrítica, la observación imparcial de los hechos es la fuente
de todo conocimiento; tales hechos constituyen la base neutral sobre la que
se funda la ciencia; la actividad científica consiste en la aplicación sistemática
del "método científico", comúnmente asimilado al método inductivo, que per-
mite obtener generalizaciones empíricas a partir de los datos observados;
dichas generalizaciones se convierten en leyes al ser verificadas empírica-
mente, y a partir de ese momento permiten, por vía deductiva, la predicción de
fenómenos particulares. A su vez, la ciencia es concebida desde una posición
realista ingenua: las teorías científicas describen el mundo tal como es en sí
y, por tanto, son descubiertas y no creadas ni construidas; en consecuencia, la
ciencia es objetiva y neutral, independiente de factores histórico-sociológicos;
su evolución es lineal y acumulativa, y progresa siempre hacia su meta, que
consiste en el descubrimiento de las teorías verdaderas (una discusión crítica
de esta posición puede leerse en Palma (1997), en el Vol.I, Nª3 de esta misma
publicación).
La disolución de estos preconceptos epistemológicos en favor de una
concepción mucho más rica y compleja de la actividad científica no es tarea
fácil, dados los múltiples estímulos que concurren a generarlos. Pero, sin
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y uno de los mayores expertos en mecánica del siglo XVII. Del Monte insistía
que los péndulos, en realidad, no son isócronos: los más livianos y los más
pesados no tienen el mismo período, como así tampoco los de diferente
longitud; además, todos los péndulos terminan por detenerse luego de un
número suficiente de oscilaciones. Galileo replicó que tales resultados se
referían únicamente a péndulos reales, pero que si se estudiasen los péndu-
los ideales, donde la fricción, la resistencia del aire y el peso de la cuerda no
existen, entonces ciertamente se encontraría que son isócronos. Tal argu-
mento nunca fue aceptado por del Monte, convencido de que la física debía
versar sobre el mundo real y no sobre un supuesto mundo ideal sin resisten-
cias ni rozamientos.
Este episodio de la historia de la ciencia puede servir para reflexionar
acerca del problema aquí planteado: en qué medida la carencia de una ade-
cuada formación epistemológica por parte del docente de ciencias puede
originar profundas dificultades en la enseñanza. Numerosos trabajos acerca
de preconceptos en física (por ejemplo, cfr. Driver et al., 1985) ponen de mani-
fiesto que una de las ideas precientíficas más profundamente arraigadas en
los estudiantes es la que se refiere a la estrecha relación causal entre fuerza
y movimiento: la acción de fuerzas es lo que causa el movimiento de los
cuerpos. Algunos autores presentan tal preconcepto bajo la forma “movimien-
to implica fuerza” (Dykstra, 1992) a fin de expresar la idea según la cual, si
existe movimiento, cualquiera sea su tipo, es porque ha existido necesaria-
mente una fuerza que lo ha producido. A partir de este preconcepto básico de
fuerte resonancia aristotélica, los estudiantes, en general de un modo espon-
táneo e incluso inconsciente, suelen extraer diversos corolarios respecto de la
relación entre fuerza y movimiento, como, por ejemplo: a) si no hay acción de
fuerzas, no hay movimiento; b) la fuerza tiene la misma dirección y sentido que
el movimiento en la medida en que es su causa; c) los cuerpos pesados caen
más rápido que los más livianos; d) los cuerpos que se dejan caer desde un
móvil, caen siempre "verticalmente".
¿Con qué recursos cuenta el docente que, con una visión acrítica de la
ciencia, debe enfrentarse a tales preconceptos?, ¿cómo intentará lograr la
comprensión, por ejemplo, del principio de inercia? Desde su ingenuidad
epistemológica pretenderá que sus alumnos “observen” la manifestación em-
pírica del principio y, a partir de la paciente observación, consigan inferirlo
inductivamente. Pero el mundo de nuestra experiencia cotidiana es demasia-
do reticente a brindar tales resultados: como Aristóteles, vivimos en un plenum
donde los cuerpos más pesados caen efectivamente más rápidamente que
los más livianos; los objetos que observamos diariamente requieren una fuer-
za para mantener su movimiento y acaban por detenerse cuando retiramos tal
fuerza; jamás observamos movimientos lineales que duren indefinidamente.
Frente a tales dificultades, el docente pondrá en funcionamiento todo su arse-
nal de aparatos especialmente diseñados para la ocasión; así los estudian-
tes se internan en un extraño mundo de carriles de aire y tubos de vacío, donde
las cosas comienzan a comportarse aproximadamente, pero sólo aproxima-
damente, como sostiene el profesor. Finalmente, y en el más favorable de los
casos, el docente logrará convencer a sus alumnos de la validez del principio
de inercia en las experiencias realizadas en el laboratorio. El estudiante se
convierte, así, en el habitante de un mundo escindido en dos ámbitos estan-
cos entre sí: el mundo cotidiano donde siguen siendo válidos sus
preconceptos, y el mundo de la física, del laboratorio, donde con mucho es-
fuerzo es posible “observar” las manifestaciones de los principios newtonianos.
En otras palabras, el estudiante de física termina por adherir a una nueva
versión de la vieja doctrina medieval de la doble verdad, donde ahora la fe no
es ya el camino a la verdad revelada, sino debe conducir a las verdades defi-
nitivas de la ciencia que escapan a la experiencia cotidiana.
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del término correspondiente. Para esclarecer el panorama, conviene comen-
zar recordando que una teoría científica fáctica es un conjunto de enunciados
articulados deductivamente de modo tal que todos los enunciados pertene-
cientes a la teoría pueden derivarse lógicamente de ciertos enunciados adop-
tados sin demostración, las hipótesis de partida, con la ayuda de ciertos enun-
ciados singulares, las condiciones iniciales, que brindan la información indis-
pensable sobre el material de trabajo. Las hipótesis de partida identifican la
teoría, y de ellas se deducen las llamadas “consecuencias observacionales”,
enunciados singulares cuyo testeo empírico permite la contrastación de la
teoría (cfr. Klimovsky, 1994, Cap.10).
Pero el sistema real al cual la teoría supuestamente refiere siempre
involucra una enorme cantidad de factores, de modo tal que resulta demasia-
do complejo para su tratamiento pormenorizado, e incluso en algunos casos
se torna imposible en la práctica determinar las características de los elemen-
tos que lo constituyen. Además, muchos factores suelen ser irrelevantes a la
luz de las hipótesis de partida adoptadas, por lo cual pueden ignorarse en el
tratamiento del sistema real sobre la base de la teoría en cuestión. Por estos
motivos los científicos trabajan con sistemas simplificados e idealizados, que
no son más que entidades abstractas en las cuales se consideran como
variables sólo los factores relevantes en el sentido indicado, o se suponen
ciertas características de los objetos inobservables que componen el siste-
ma. Tales sistemas abstractos son los que suelen denominarse “modelos”
del sistema real, por ejemplo, modelo físico o modelo biológico en el caso de
corresponder a un sistema físico o a un sistema biológico respectivamente.
Así, pues, se “construye” el modelo de un péndulo observable como un péndu-
lo sin rozamiento y con hilo inextensible; o el modelo de un gas empírico como
un conjunto de esferas macizas que interaccionan de acuerdo con las leyes
del choque elástico.
Esta elucidación del concepto de modelo en ciencias fácticas pone de
manifiesto que una teoría científica tendrá como referente directo, no al siste-
ma cuyo comportamiento pretende describir, sino a un modelo de tal sistema.
Pero aún cuando la teoría responda correctamente al modelo, su adecuación
para ser aplicada al sistema real bajo estudio se evaluará en función de que
los resultados deducidos para el modelo se aproximen, dentro de un margen
de error considerado aceptable, a los resultados obtenidos empíricamente en
el sistema real. Si tal es la situación, se considerará, no sólo que la teoría, en
términos popperianos, ha quedado corroborada, sino además que el modelo
ha resultado adecuado para describir el fenómeno de interés en el sistema
real considerado.
Pero la situación se complica cuando los científicos tienden a utilizar
una noción sintáctica de modelo, aún en ciencias fácticas. Una teoría científi-
ca fáctica, en tanto conjunto de enunciados, puede ser despojada de su con-
tenido semántico; de tal operación resulta, precisamente, un sistema axiomá-
tico. Cuando, como suele suceder, los cuasi-enunciados están constituidos
por términos y operaciones provenientes de la matemática y las articulaciones
deductivas se basan en razonamientos utilizados en ese mismo ámbito, el
sistema axiomático se presenta como una estructura cuyos axiomas son
ecuaciones: si los cuasi-enunciados que juegan el papel de condiciones ini-
ciales permiten adjudicar valores a ciertas variables involucradas en la
ecuaciones axiomáticas, los teoremas del sistema axiomático permitirán ad-
judicar un valor a cada una de las variables incógnita. Tales teoremas son,
precisamente, los cuasi-enunciados correspondientes a las consecuencias
observacionales de la teoría, y el valor obtenido para cada variable incógnita
representará, a través de una adecuada interpretación semántica, la magnitud
cuantificada de una cierta propiedad del sistema bajo estudio. Esta estructura
sintáctica es aquello que, principalmente los físicos -habituados a trabajar
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en la descripción del sistema real, así como de las relaciones establecidas
entre ellas.
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empírica que implica la física newtoniana en particular y la ciencia en general.