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Malaria
Malaria
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el 2017 se estimaron 219 millones de casos
de malaria en todo el mundo, en comparación con 239 millones de casos en 2010 y 217 millones de
casos en 2016. La muerte por paludismo en todo el mundo fue de 435 000, en comparación con las
451 000 muertes estimadas en 2016 y 607 000 en 2010. Los niños menores de 5 años son el grupo
más vulnerable afectado por la malaria. En 2017, representaron el 61% (266 000) de todas las muertes
por malaria en todo el mundo.
La mayoría de los casos de malaria en América del Sur ocurren en la región del Amazonas, Perú y
otros países de la región registraron un aumento de la malaria en 2017, lo que indica un mayor riesgo
de reintroducción en áreas de eliminación. (Jaramillo-Ochoa et al., 2019)
En el Perú, la malaria es una enfermedad de vigilancia obligatoria para cualquiera de las tres especies
(P. vivax, P. falciparum y P. malariae), además de las defunciones por malaria. Siendo las más
comunes las afecciones por P. vivax comparada a las otras dos especies conforme al reporte de dado
en el 2018 por el Centro Nacional de Epidemiologia, Prevención y Control de Enfermedades (CDC
Perú). (Uchuya, 2018)
Tabla 2. Características de la transmisión de malaria en las regiones endémicas del Perú. (Adaptado
de Rosas-Aguirre et al., 2016)
Los parásitos Plasmodium pertenecen al grupo Apicomplexa de protozoos, que incluye otros
patógenos, como Babesia, Toxoplasma y especies de Cryptosporidium. Los Apicomplexa se
distinguen morfológicamente por la presencia de un complejo especializado de organelos apicales (es
decir, micronemas, roptrias y gránulos densos) involucrados en la invasión de la célula huésped.
(Morrison, 2009)
El género Plasmodium consta de más de 200 especies, generalmente descritas en base a su aparición
en frotis de sangre de vertebrados infectados. Dentro de estas especies, cuatro especies de
Plasmodium se clasifican como parásitos de la malaria humana: P. falciparum, P. vivax, P. ovale y
P. malariae. Algunos parásitos de la malaria de otros primates (por ejemplo, P. knowlesi, P.
cynomolgi y P. simium) también pueden infectar a los seres humanos en condiciones naturales.
De hecho, con la reciente extensión de las infecciones humanas por P. knowlesi, un patógeno natural
de los monos macacos, ocasionó que en el 2008 la OMS lo propusiera como el “quinto parásito de la
malaria humana”, siendo responsable de los significativos valores de morbilidad y mortalidad en
Malasia.
Cada una de estas especies de parásitos pasa por varias etapas en la fase eritocítrica, durante su ciclo
de desarrollo (48 horas), los parásitos adoptan una apariencia visual diferente que se puede observar
bajo el microscopio. En orden cronológico, estas etapas son la etapa de anillo, la etapa de trofozoíto,
la etapa de esquizonte y la etapa de gametocitos. La figura 2 muestra ejemplos típicos de todas las
etapas para cada especie. (Poostchi, Silamut, Maude, Jaeger, & Thoma, 2018)
Figura N° 2. Lista de las cinco especies de plasmodium causantes de la malaria en humanos y sus
etapas de vida vistas bajo microscopio.
En la figura 2 se resume las características de que presentan cada especie plasmodium en las distintas
etapas del parásito al momento de infectar a las células rojas, observándose diferencias en la forma y
tamaño que presentan las células parasitadas, ya sea el agrandamiento de la célula en la etapa del
anillo (para los casos de P. vivax y P. ovale) o el cambio de forma de la célula infectada cuando el
parásito llega a su etapa de trofozoíto (formas ameboides, de banda y oval puntiaguda para células
rojas infectadas P. vivax, P.malariae y P. ovale respectivamente), además que en ciertas especies de
plasmodium, los parásitos presentan predilección ya sea por células rojas jóvenes (P.vivax) o maduras
(P. malariae). (Poostchi et al., 2018)
Se trata de un ciclo indirecto y complejo que involucra a dos huéspedes: uno es el ser humano, en el
que tiene lugar la reproducción asexual, y distintas especies de mosquito del género Anopheles, que
actúan como vectores y, además, son esenciales para el ciclo del parásito, ya que en ellos se completa
su reproducción sexual y se da lugar a la esporozoitogénesis, siendo la multiplicación asexual que
conduce a la formación de los esporozoítos, forma infectante para el hospedador vertebrado.
La infección en humana comienza cuando un mosquito del género Anopheles hembra infectada pica
a una persona e inyecta saliva infectada con esporozoítos en la circulación sanguínea de la persona.
Shortt y Garnham demostraron en 1948 que los esporozoítos primero deben invadir y replicarse en
los hepatocitos antes de que puedan diferenciarse en merozoítos y así ser capaces de entrar en el ciclo
intraeritrocítico. Los esporozoítos inyectados suelen tardar varias horas en viajar a través de los
tejidos dérmicos y migrar a través de las barreras de la célula huésped antes de entrar en los sistemas
sanguíneos y linfáticos y alojarse en el hígado. (Sinnis & Coppi, 2007)
Con el pasar de los minutos, los parásitos dejan la piel, circulan en la sangre y entran a los hepatocitos,
para poder salir del torrente sanguíneo, un motor molecular instalado entre la membrana plasmática
y el complejo de membrana interna del esporozoíto potencia la motilidad, mientras que las proteínas
de la superficie del esporozoíto que están vinculadas a este motor proporcionan tracción para
deslizarse y cruzar las barreras celulares y de esta forma invadir los tejidos del hígado.
La invasión de los esporozoítos a los hepatocitos conforma una serie de pasos, donde primero
penetran y atraviesan las células de Kupffer y, en menor medida, a las células endoteliales. Se ha
reportado como uno de los primeros pasos previo a la invasión con los hepatocitos a la interacción de
la proteína circumsporozoíto (CSP), que es la proteína inmunodominante del plasmodium que cubre
la superficie del esporozoíto, y los heparán sulfato proteoglicanos (HSPGs) ubicados sobre el
endotelio sinusoidal. (Langhorne & Duffy, 2016)
Focos de interacción reportados es de los esporozoítos con las glucoproteínas CD 68, las cuales son
moléculas receptoras de la célula de Kupffer y la interacción con los receptores CD 81 de del
hepatocito, para ello el esporozoíto secreta proteínas de manera ordenada a partir de sus organelos
llamados micronemas y roptrias siendo este proceso conocido como exocitosis, el cual es promovido
por la movilización de calcio intracelular del parásito. (Langhorne & Duffy, 2016; Sinnis & Coppi,
2007)
Figura N° 4. Puntos de interacción del esporozoíto en el hígado
Tras este reconocimiento inicial se piensa que los esporozoitos penetran la barrera sinusoidal a través
de las células de Kupffer, en cuyo interior se forma una vacuola que rodea al parásito pero que no lo
destruye, lo cual le serviría tanto de vía de acceso al hígado como una forma de evasión de la respuesta
inmune. De esta forma los esporozoitos desaparecen de la circulación, en una media hora tras la
picadura del Anopheles, y se disponen a invadir las células hepáticas. Sin embargo, parece ser que no
lo hacen de forma inmediata, sino que necesitan un “periodo de maduración”, migrando a través de
varios hepatocitos antes de infectar uno de forma definitiva . (Lindner, Miller, & Kappe, 2012)
Tras la invasión, en el interior de una vacuola parasitófora, el parásito sufre varias rondas de
divisiones nucleares que culminan en una esquizogonia (hepática o exoeritrocítica), formándose miles
de merozoítos capaces de invadir los glóbulos rojos. Para ello deben volver al torrente circulatorio, y
lo hacen en grupos rodeados por restos de la membrana del hepatocito (conocidos como extrusomas
o merosomas), pasando desapercibidos para el sistema inmune del huésped. (Figura 5)
Figura N° 5. (A) Maduración y replicación de los esporozoítos (verde) en los hepatocitos y (B) la
liberación de los merozoítos (verde) hacia el torrente sanguíneo.
De esta forma se consigue una amplificación “silenciosa” de la carga parasitaria, pasando de unas
decenas de esporozoitos a miles de merozoitos sin generar manifestaciones clínicas (asintomática).
La duración y productividad de esta fase exoeritrocítica del ciclo es variable según la especie, siendo
para P. falciparum la que la completa en menos tiempo (6 - 9 días) y la que genera mayor número de
merozoitos por célula hepática (en torno a 30000-40000), lo que sin duda contribuye a su mayor
virulencia. En el caso de P. vivax y P. ovale algunos esporozoítos no sufren la esquizogonia hepática,
sino que quedan en un estado latente, conocido como hipnozoíto, que será responsable de las recaídas
y de la recrudescencia (Figura 6). (Paul, Ariey, & Robert, 2003; Prudêncio, Rodriguez, & Mota, 2006)
Luego del proceso anterior comienza la fase eritrocítica, responsable de las manifestaciones clínicas
de la enfermedad y consistente en esquizogonias eritrocíticas sucesivas. Se cree que los merozoítos
se liberan de los merosomas en los capilares pulmonares e invaden los glóbulos rojos.
Tras varios ciclos, como alternativa a la esquizogonia, algunos trofozoítos se diferencian en micro- y
macro-gametocitos, que son las formas infectantes para el vector. Así, cuando una hembra de
Anopheles pica a una persona infectada ingiere dichos gametocitos y en su interior se completa la
gametogénesis y la reproducción sexual. (Angrisano, Tan, Sturm, McFadden, & Baum, 2012)
Figura N° 7. Invasión del merozoíto al eritrocito: contacto inicial, reorientación, formación del
ensamblaje móvil y entrada
V. Drogas antimaláricas
Las drogas antimaláricas pueden ser clasificadas de distintas maneras: composición química,
mecanismo de acción o a la etapa del ciclo de vida del parásito en el cual es activo. Acorde a la etapa
en que la droga es activa, el informe está centrado en drogas que tienen como objetivo la membrana
del eritrocito infectado, entre los diversos fármacos que tienen como objetivo la membrana del
eritrocito infectado por el micrometacriptozito del Plasmodium se destaca a la mefloquina y sus
derivados metalo-orgánicos como el [2,8-bis(trifluorometil)quinolina-4-il] ferroceno metanol y el
[2,8-bis(trifluorometil)quinolina-4-il] rutenoceno metanol como agentes inhibidores de la actividad
de la Plasmodium falciparum erythrocyte membrane protein 1 (PfEMP1). (D’Orchymont et al., 2018)
Este efecto se logra mediante el reemplazo del cofactor Acyl-CoA (coenzima que metaboliza los
ácidos grasos en ATP) mediante una fuerte afinidad electrostática e hidrofóbica mediante sus anillos
aromático sobre los residuos cargados del bolsillo proteico de la PfEMP1 que inicialmente debería
alojar al cofactor mencionado. De esta manera, se inhibe la interacción de la coenzima Acyl-CoA y
se restringe el suministro de energía, el crecimiento y la proliferación del P. falciparum. (Kumar,
Ghosh, Ali, & Ranjan, 2019)
Figura N° 8. (A) Estructura química de la mefloquina y sus derivados metalo - orgánicos, (B)
proceso de inhibición ocasionado por la mefloquina
Durante la fase intraeritrocítica del ciclo de vida del P. falciparum, el parásito madura a través de las
etapas de anillo, trofozoíto y esquizontes que se caracterizan por el aumento de la fosforilación del
aminoácido tirosina en la membrana del eritrocito. Esta fosforilación debilita dramáticamente la
membrana, llevando a la formación de vesículas en los eritrocitos, la eventual ruptura de glóbulos
rojos y permitiendo así su propagación. Entonces uno de los fármacos contra la actividad antimalárica
es Imatinib, el cual inhibe la tirosina quinasa eritrocítica interrumpiendo el ciclo de vida de P.
falciparum evitando su salida de los glóbulos rojos. (Kesely, Pantaleo, Turrini, Olupot-Olupot, &
Low, 2016)
Otros fármacos desarrollados tales como el ácido betulínico (triterpenos) y sus análogos (aldehído
betulinico, lupeol, betulin, betulinate metílico y amida del ácido betulinico) causan alteraciones en la
membrana eritrocitica, formando estomatocitos o equinocitos de acuerdo a sus propiedades de enlace
de hidrógeno. Estos triterpenos pentacíclicos inhiben la proliferación y el crecimiento del plasmodium
falciparum in vitro debido a que presenta una estructura que similar al colesterol, lo que le permite
incorporarse a la membrana eritrocítica por medio de enlaces puente de hidrógeno, de esta forma
modifica la composición y la forma de la membrana, evitando que el parásito interactúe con ella y
pueda crecer. (Ziegler et al., 2004)
Figura N° 9. Estructura química del imatinib (A) y del ácido betulínico (B)
REFERENCIAS
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