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Un policial cinematográfico

NOVELA

CUADRO DE UNA MUERTE DUDOSA

VLADY KOCIANCICH

(BUENOS AIRES, SEIX BARRAL – BIBLIOTECA BREVE, 2010)

Cuando abordamos una novela policial, como en este caso, aunque la autora declare que no
se lo propuso, sabemos de qué se trata el juego. Nuestra función es hilvanar conjeturas.
Adelantarnos con nuestra imaginación a la imaginación de la autora y, a veces, llegar a
pensar que lo hemos logrado.

En Cuadro de una muerte dudosa nos sentimos cómplices del juez Turner desde la primera
página. Rápidamente llegamos a conocer sus preocupaciones y sus dudas, y nos
identificamos con él. La trama comienza en el segundo capítulo, cuando llega a la pensión
donde se aloja el juez Turner, una bella mujer, Miranda Wilde, afirmando que vio un
cadáver que ha desaparecido. En los capítulos siguientes, conoceremos una media docena
de personas que habitan un pueblo olvidado de la llanura bonaerense, Las Rosas, que, a
pesar de estar a sólo 60 kilómetros de la capital, tiene todas las connotaciones de un pueblo
chico, con su carga de habladurías y supersticiones, que nos irán mostrando un mundo
aparentemente insignificante, donde nada parece suceder.

Desde Miguelito, el loco del pueblo, hasta Aminta, la dueña del almacén; pasando por el
padre Roberto, un cura bastante singular; Flora, la dueña de la pensión, y Martín Shomberg,
propietario de El Castillo (un lujoso spa con una importante clientela capitalina) todo está
configurado para mantener la intriga hasta último momento. Precisamente, dos clientes de
Shomberg, Hilda Stein y Miranda Wilde, serán las responsables de la investigación que
emprenderá el juez Turner. Cada uno tiene una mezcla importante de penas, miedos y
ambiciones. Son los hilos que tejerán la trama de este policial cinematográfico, donde no
estarán ausentes el amor, la nostalgia y los remordimientos.

Kociancich ha configurando a cada personaje con pinceladas exactas y una prosa


deslumbrante que nos permite adentrarnos en la psicología de los mismos y llegar a pensar
que los conocemos de toda la vida. Nos sentimos involucrados y éste, creo, es el mayor
mérito de esta novela.

Julio Ricardo Estefan

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