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Todo era armonioso hasta la llegada del pecado.

Aunque no es componente de la
naturaleza, no es creacional, es por ello que existe la confianza del restablecimiento, es
refutación de Dios que tiene como consecuencia la experiencia inmediata de miedo, tristeza,
violencia, incomunicación, odio y muerte. Desde el principio el pueblo de Israel se ha rebelado
contra Dios, es decir que siempre la humanidad se ha inclinado al pecado, querer ser como
Dios. La caída llevo a que lo expulsaran del paraíso, cumpliendo la advertencia, sacándolo de
allí donde hay muerte. El pecado, como perversión del corazón humano, lo llevamos con
nosotros y en nosotros, o sea, nos autodestruimos como imagen de Dios, es decir no
ofendemos a Dios con nuestras iniquidades y mal uso de la libertad, e incluso podemos
ofender a Dios en el hombre, herir y afectar a los que Él ama, por eso la libertad es un don y
servicio.

Es necesaria la existencia y estar bajo la gracia de Dios en nuestras vidas para la comunión
con el prójimo, e incluso con nuestras familias mantener esa vida social no el pensamiento
errado de egoísmo que lo pone ciego y sordo y no permite que su corazón cambie y termina
cayendo en tristeza y a la vez priva a la persona de la capacidad para gozar y reposar en el bien
y sus rizas son huecas, en efecto nos conduce al camino errado, esclavitud y enfermedad.
Ahora bien, como el pecado trastorna la relación de Dios con el hombre, no lo abandona, pues
‘’el amor vence el mal’’; desfigurada la relación de la creación llega el nuevo comienzo que es
Jesucristo enviado por Dios para abrir nuevamente el paraíso. ¡Gracias sean dadas a Dios, que
nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Co 15,54-57; Rm 5,19-20; CEC 55; 385; 410-
412)

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