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Colección homoerótica
COLECCIÓN
HOMOERÓTICA
Sergio Vallejo
Ana Prego
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ADVERTENCIA
Este libro no es apto para menores de dieciocho
años.
Reservados todos los derechos. El contenido de
esta obra está protegido por la ley, que establece
penas de prisión y/o multas, además de las
correspondientes indemnizaciones por daños y
prejuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren,
distribuyeren o comunicaren públicamente en todo
o en parte, una obra literario, artística o científica, o
su transformación, interpretación o ejecución
artística fijada en cualquier tipo de soporte o
comunicada a través de cualquier medio, sin la
preceptiva autorización.
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Índice:
Sinopsis Pag 6
La compañía Pag 45
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Sinopsis:
“Un abogado egocéntrico y superficial que, tras perder
la vista, aprende a valorar el interior de las personas y se
enamora del hombre más bueno que ha conocido nunca.
Un joven recién salido de la universidad que aspira a un
puesto de trabajo, pero que se niega a jugar sucio para
lograrlo y, en su lugar, consigue algo mucho mejor: a su
jefe.
Un estudiante que mantiene una tormentosa aventura
con un maduro casado.
Dos hombres involucrados en un complicado y letal
triangulo amoroso.
Un chico que busca la verdad sobre la muerte de su
hermano y, en el camino, se encuentra a sí mismo y a su
alma gemela.
Dos adolescentes que se fugan para vivir juntos sus
últimos días felices.
Seis relatos cortos muy diferentes entre sí, pero que
tienen una cosa en común: todos hablan sobre el miedo, la
esperanza y el amor”
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Días de penumbras
En la sala vip de una de las discotecas más elitistas y exclusivas, en la zona
más pija de la ciudad, la vida se percibía de un modo diferente, transfigurada a
través de los ojos de aquellos que lo tenían todo y no eran conscientes de
ninguna otra realidad que no fuera la suya. Allí, los cánones de belleza estaban
muy claros, hasta el punto de que casi parecía que los habían fabricado a todos
en serie, el atractivo físico más artificial y las meras apariencias constituían la
única carta de presentación válida. Las mujeres excesivamente delgadas,
operadas en su mayoría, y ataviadas con vestidos y joyas de diseño. Los
hombres muy musculados a base de horas de gimnasio, con bronceados de
bote y trajes caros. Ese era el mundo de David, sus amigos pijos y su llamativa
e insoportable novia.
Sabiéndose joven, rico y guapo, medía a los demás por el mismo baremo,
eligiendo a sus amigos, parejas y amantes en función de su clase social y
apariencia física. Estaba acostumbrado a tener todo lo que le apetecía al
instante de pedirlo y, con frecuencia, se aburría poco tiempo después.
Presumía de contar con una interminable lista de amantes de ambos sexos,
pero lo cierto es que él no se consideraba bisexual. Simplemente, decía
apreciar el gran atractivo exterior de sus conquistas. Quizá por eso nunca se
había enamorado de nadie, ni siquiera de la que por aquel entonces era su
novia oficial, Ainara, una de esas chicas indiscutiblemente espectaculares que
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tienen mucho que enseñar, pero muy pocas cosas interesantes que decir; ella
sólo era otro más de sus complementos, una novia florero.
Mientras Ainara charlaba animadamente con una amiga, que bien podría ser
perfectamente la versión Española de Paris Hilton, David jugaba a las
“miraditas intencionadas” con Juanjo, uno de sus amigos y amante habitual.
En un momento dado, le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que lo
esperaba fuera, y los dos se levantaron de sus asientos con mucha discreción
para que ninguno de los presentes fuera capaz de reparar en lo que estaba
pasando, lo cual tampoco les resultó demasiado complicado porque, para
aquel entonces, la mayoría ya estaban completamente borrachos.
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bragueta del pantalón, sujetó al otro por el cuello y lo empujó hacia abajo con
cierta brusquedad.
Con las primeras lametadas en el glande, un sabor muy familiar invadía toda
su boca. A David le gustaba que le lamiesen insistentemente la cabeza y el
tronco, y él procuraba hacerlo a conciencia. Mientras que con una mano le
acariciaba los testículos, deslizaba la otra sigilosamente por debajo de la
camisa Armani, a lo largo de su musculado abdomen, para finalmente
pellizcarle los pezones. Cuando David empezaba a removerse impaciente en su
asiento, sabía que era el momento de meterse todo aquel palpitante trozo de
carne en la boca, pero muy pocas veces lo dejaba a él marcar el ritmo. Lo más
habitual era que el joven abogado empujase frenéticamente la cabeza de su
sufrido amante, empalándolo hasta el fondo. Aquella noche en concreto,
Juanjo estuvo a punto de atragantarse cuando, por sorpresa, un potente chorro
de semen salió disparado hacía su garganta.
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Te mereces una buena gratificación por un trabajo tan bien hecho, así que pide
lo que tú quieras por esa boca tan experta.
–¿Qué tal se conduce ese coche? ¿Me dejas probarlo? –preguntó, forzando
una sonrisa.
El otro lo miró con una ceja levantada, dudó unos instantes y, finalmente,
accedió: –De acuerdo, pero una vuelta corta… ¡Y yo voy de copiloto para
controlarte, que no me fio de ti! –repuso.
***
Mientras tanto, al otro extremo de la ciudad, en una pequeña y humilde
cervecería, su clientela la componía gente mucho más corriente, la mayoría
eran mileuristas que dedicaban casi todo su tiempo a trabajar para poder
alimentar a sus familias, pagar las facturas y la hipoteca. Allí, el orden de
prioridades cambiaba de manera radical, por lo que la importancia del culto al
cuerpo y la apariencia se diluía bajo una serie de preocupaciones más
mundanas e inmediatas como intentar llegar a fin de mes. Para aquellas
personas, la ropa cara y las joyas de diseño eran lujos muy alejados de sus
posibilidades que rara vez se permitían. Evidentemente, el aspecto físico
también tenía cierta importancia, pero no era la principal prioridad, ni el
requisito imprescindible para entrar en un círculo de amistades y, desde luego,
no lo era para Mateo.
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A pesar de manifestar de forma abierta su condición de homosexual, Mateo
era muy respetado y querido por todos los que lo conocían. Aunque lo cierto es
que las relaciones sentimentales nunca se le habían dado demasiado bien.
Principalmente, porque volcó la mayor parte de su tiempo y energía en cuidar
de su hermana Blanca a la que estaba muy unido, pero, también, porque era
un hombre bastante introvertido y retraído en esos temas. Además, no se
sentía demasiado seguro con su físico y se veía a sí mismo como alguien muy
normal, con una cara corriente y un cuerpo pasable que, en ningún caso,
podría competir con los músculos de gimnasio tan sumamente sobrevalorados.
La vida de Mateo había sido condicionada por dos sucesos muy trágicos: con
sólo cinco años, su hermana sufrió una grave enfermedad que le produjo una
pérdida total de visión y, para colmo de males, la prematura muerte de sus
padres los dejó prácticamente sin apoyo familiar, a excepción de unos abuelos
maternos que, aunque hicieron todo lo posible por ellos, ciertamente se vieron
muy sobrepasados por las complicadas circunstancias. No cabe duda de que
aquellos habían sido unos tiempos muy difíciles para los dos hermanos, pero
en especial que, con sólo 20 años, tuvo que convertirse en un improvisado
cabeza de familia, ponerse a trabajar para ayudar con los gastos familiares y
ocuparse del cuidado de una hermana ciega de 15 años.
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Desde hacía algunos años, Mateo y Carlos mantenían una peculiar relación
que resultaba del todo incomprensible para la mayoría, puesto que habían
logrado combinar el sexo sin compromiso ocasional con una sólida y sincera
amistad. Una mezcla poco frecuente y más que difícil de hacer funcionar. Al
parecer, todo el mundo pensaba que podrían formar una buena pareja,
solucionado de paso sus respectivas carencias afectivas, menos los propios
interesados que, pese a estimarse mucho mutuamente, no se sentían atraídos
de un modo sentimental.
No llevaba allí ni una hora cuando su teléfono sonó. Se disculpó con todos
los presentes por tener que marcharse y se despidió de su hermana,
advirtiéndole que no llegase muy tarde a casa y que fuese acompañada, a lo
que ella le respondió con un sarcástico: «¡Lo mismo te digo!». Carlos lo recibió
en la entrada de su apartamento con un cariñoso abrazo, se dedicaron una
sonrisa cómplice y se fundieron en un beso largo y pausado, propio de dos
amantes que ya se conocen desde hace mucho tiempo.
–Sí, he picado algo con los chicos de la Asociación ¡No sabes la juerga que
tienen montada! A ver a qué hora vuelve Blanquita a casa.
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palmas de las manos, más travieses, palpaban y exploraban todos los
recovecos de caderas y nalgas.
***
Las vidas de David y Mateo, tan diferentes e incompatibles entre sí, de
ningún modo parecían predestinadas a encontrarse y, de no haber sido por
aquella terrible noche que marcaría un antes y un después para ellos, es muy
probable que sus existencias hubiesen continuado inalterables a lo largo de los
años, sin que llegasen a conocerse jamás o a reparar el uno en el otro. Sin
embargo, el destino incomprensible y caprichoso quiso que, en el mismo
instante en el que Mateo estaba llegando al orgasmo, Juanjo estrellase el Audi,
con su amigo dentro, contra un inmenso camión de transportes.
***
Si las semanas de convalecencia en aquella cama de hospital fueron duras
para David, contra todo pronóstico, su regreso a casa resultó funesto para él,
puesto que era incapaz de dar dos pasos sin tropezarse con algo o caerse al
suelo. Encerrado entre las cuatro paredes de su habitación e inmerso en su
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propio autodesprecio, se negaba a salir a la calle. Sus padres, desbordados por
la situación y viéndose incapaces de poder vigilarlo constantemente,
decidieron contratar a Catalina, una enfermera particular con mucha
experiencia, para que cuidase de él.
–Si quieren yo les puedo recomendar una Asociación que sería muy
adecuada para David –les comentó Catalina–. Conozco a uno de los
trabajadores sociales voluntarios en el centro: Mateo es un gran profesional y
una persona muy humana. Siempre se vuelca en ayudar a chicos en situaciones
difíciles como su hijo. Podría hablar con él y comentarle un poco la situación…
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ser ciegos. En su opinión, eran simples perdedores que difícilmente podrían
echar de menos algo que nunca había sido suyo; ellos jamás comprenderían
cómo era tener el mundo entero entre las manos y perderlo todo, en un
instante, contra la parte trasera de un estúpido camión.
***
Para Mateo la Asociación no era sólo una actividad más. Estaba realmente
sensibilizado con el tema y se desvivía por colaborar en todo lo posible,con
aquellos jóvenes invidentes. Éstos le inspiraban un inmenso respeto y
admiración porque, a diario, los veía enfrentarse con obcecación a todos los
pequeños o grandes obstáculos que les imponía su discapacidad y, con cada
victoria, se volvían más fuertes e independientes. La mayoría de ellos había
nacido o sido invidentes casi toda su vida, como su hermana Blanca. Otros
pocos perdieron la vista, en la adolescencia o la edad adulta, por causa de
alguna enfermedad degenerativa o un desafortunado incidente. No obstante,
en cada circunstancia particular, siempre había una sobrecogedora historia de
autosuperación y ganas de vivir.
–Buenas tardes, Mateo, este chico es David. Perdona que vengamos tarde,
pero es que nos ha costado un poco llegar hasta aquí… –se disculpó Catalina
agotada, ya que literalmente había tenido que ir arrastrándolo por la calle,
desde el aparcamiento hasta el edificio de la Asociación.
–¡No te preocupes! –la tranquilizó Mateo, que por fin había logrado
reaccionar–. Aún no ha llegado nadie. Hoy os pedí que vinieseis una hora
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antes porque quiero hablar un poco con David antes de presentárselo a los
demás.
–No, no hace falta, ya me ocupo yo. Con que estés aquí a las ocho para
recogerlo es suficiente –dicho esto, lo tomó del brazo y se despidió de la
sufrida enfermera, quien salió del edificio resoplando–. Ahora nos vamos a
sentar y te cuento un poco de qué va esto, ¿te parece? –El otro no respondió–.
A ver, lo más importante es que tenemos una dinámica de grupo semanal,
donde podéis comentar y debatir cualquier cosa que os preocupe. Y, dentro de
lo posible, entre todos intentaremos encontrar una solución adecuada.
Además, también organizamos otras actividades que…
–Por desgracia, no, David. Pero tus compañeros pueden ayudarte de muchas
otras maneras para que aprendas a llevar una vida normal.
–¿Vida normal? ¿Cómo cojones voy a hacer una vida normal así? –gritó
David indignado y con los ojos empapados en lágrimas.
–¿Tú eres ciego acaso? ¿Cómo coño vas a entender como me siento? –le
increpó a grito pelado–. Sólo por darnos la charla, una vez a la semana, no
puedes saber lo que significa vivir en penumbras… ¡Así que te puedes meter tu
lástima por donde te…!
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silla en silencio, le puso un pañuelo de papel en una mano y permaneció a su
lado durante varios minutos, esperando a que se calmase.
–¿Te pagan por ver llorar a hombres adultos? –repuso el otro gimoteando.
–¡Pues si que debe gustarte! –exclamó sin poder contener una medio
sonrisa, mientras se secaba las lágrimas de la cara–. Mira, pareces un tipo
bastante ocupado, así que voy a serte muy franco para que no sigas perdiendo
el tiempo conmigo: yo sólo he venido aquí porque mis padres me obligaron y
amenazaron con internarme en un centro si me negaba. Pero no tengo ningún
interés en escuchar los lamentos de una pandilla de ciegos.
–¡Lo que están es más que hartos de cargar conmigo! ¿Por qué te crees que
han contratado una niñera para que se ocupe de mí y me saque a pasear?
–No voy a entrar a discutir eso contigo. Pero te propongo un ejercicio para
cuando vuelvas a casa: trata de reflexionar detenidamente sobre cómo te
sentirías tú y qué harías si estuvieses en el otro extremo. Es decir, si fuese uno
de tus padres el que hubiese perdido la vista y estuviese desmoralizado.
Piénsalo bien y, el próximo día, me cuentas cuáles son tus conclusiones.
–¡Casi siempre!
–Pues para embaucarme a mí, vas a necesitar algo mejor –repuso David.
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–¡Cómo se nota que eres abogado! –exclamó Mateo, dándole una palmada
en el hombro.
–Pues voy a dejar que sean ellos quienes te lo cuenten porque, además, ya
deben estar a punto de llegar.
–¡Creo que cómo vendedor de coches usados no tendrías precio! –se burló
David con una amplia sonrisa–. Pero sí que debo reconocerte cierto mérito: es
la primera vez, en estos dos meses, que alguien consigue hacerme sonreír.
***
Algunos días después de su primer encuentro con David, Mateo aún no
había logrado sacarse al chico de la cabeza. Aquella expresión de autentico
pánico cuando llegó del brazo de Catalina y ese llanto desgarrador lo
impactaron muchísimo. Aunque no era la primera vez que veía sufrir a una
persona por su discapacidad, nunca había conocido a nadie tan triste y
aterrorizado como él.
Llevaba un buen rato tratando sin éxito de concentrarse en el libro que tenía
entre las manos, pero aquella tarde su cabeza estaba en otro sitio. Mientras
tanto, Platón, el perro lazarillo de Blanca, un bonito ejemplar adulto de golden
retriever, dormitaba plácidamente a sus pies, sin hacer mucho caso de lo que
sucedía a su alrededor, hasta que la joven entró en la salita y Platón se puso de
pie de un salto para ir al encuentro de su ama.
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–Mateo, te estoy escuchando resoplar desde mi dormitorio. ¿Qué te pasa? –
preguntó Blanca con una expresión divertida.
–Ya, es que no paro de darle vueltas al caso de David. ¿Tú qué opinas de él?
–No lo comentes con los demás, pero trató de suicidarse hace poco. Aún
lleva los brazos vendados.
–Sí, es un caso muy delicado. Creo que voy a necesitar mucha paciencia y
mano izquierda con él porque, además de confuso y frustrado, está totalmente
desmotivado. ¿Puedo contar contigo para que me ayudes a orientarlo un poco?
***
Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, David se revolvía inquieto
en la cama, inmerso en una recurrente y angustiosa pesadilla que siempre
volvía para turbar sus horas de sueño. En la más absoluta de las penumbras,
podía notar como todo el suelo se estaba rompiendo y derrumbando a su
alrededor. Mientras, él trataba de resistir sobre un pequeño e inestable trozo
de tierra que también amenazaba con caerse en cualquier momento, pero ya
no quedaba nadie a quien pedir ayuda, todos habían desaparecido y estaba
completamente solo. Cada noche, el suelo se despeñaba bajo sus pies y él se
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precipitaba por un interminable vacio. Ese era el momento en el que siempre
se despertaba aterrorizado, gritando y empapado en un sudor frío.
Sin embargo, aquella noche el sueño cambió. Cuando creía que estaba a
punto de caer, escuchó una voz reconfortante que le decía que iba a salvarse.
Pero, por mucho que David se esforzaba en ver el rostro de aquel hombre, era
incapaz de distinguirlo en la oscuridad. Al momento, se despertó un poco
desorientado, pero con una sorprendente sensación de calma, la cual no había
experimentado en mucho tiempo, e inevitablemente pensó en Mateo: estaba
seguro que la voz que había oído en el sueño era la suya.
***
David llevaba un buen rato sentado en aquella sala de reuniones,
escuchando en silencio las opiniones e inquietudes varias de sus compañeros
de la Asociación. Sin embargo, a pesar de que no podía negarles cierto merito
por su terca determinación, no alcanzaba a imaginar ni de manera remota
cómo podrían ayudarle todas esas charlas, y no paraba de repetirse a sí mismo
que estaba perdiendo el tiempo. Cuando por fin se terminó la reunión y oyó a
Mateo despedirse de todos, resopló aliviado. «¡Menos mal, un poco más y o
me tiro por la ventana!», pensó.
–¿Tan mal?
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–Sinceramente, no le encuentro ninguna utilidad a todo esto.
–Pero sólo es la segunda vez que vienes. Por lo menos intenta darles una
oportunidad…
–Sí, bueno. Como sabes, tampoco es que tenga otro remedio. Mis padres no
me dejaron más opción que esta.
–¡Al contrario, me has dado una muy buena respuesta! ¿Te das cuenta de
que para tu familia tampoco es fácil?
–Es normal, eres humano –dijo Mateo dándole una reconfortante palmada
en la espalda–. He estado pensado en cuál podría ser la mejor forma de
ayudarte y, en vista de que no les encuentras utilidad a las reuniones, quiero
proponerte una estrategia distinta.
–¡Esta vez no! Te cuento, he hablado con mi hermana Blanca, que es uno de
los miembros más veteranas en la Asociación, y le he pedido que te enseñe un
poco a desenvolverte por ti mismo. No conozco a nadie más independiente que
ella, por lo que creo que sería una gran mentora para ti. Tendríais que poneros
de acuerdo para venir los dos más días al centro, pero esta es una decisión que
sólo te corresponde tomar a ti. Debe ser algo totalmente voluntario. Dime,
David, ¿no te gustaría poder ir y venir tú solo sin tener que estar pasando
siempre de un brazo a otro?
–Supongo que no pierdo nada por intentarlo… tampoco es que tenga otra
cosa mejor que hacer… –contestó encogiéndose de hombros.
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***
Durante los meses siguientes, Blanca se empleó a fondo para enseñarle sus
pequeños trucos al joven abogado. Recorrieron el edificio de un extremo a otro
en repetidas ocasiones, contando todos los pasos que daban, memorizando
cada objeto y cada obstáculo existente para que, de este modo, pudiese
formarse una especie de mapa mental del lugar en el que estaban, y supiese
hacer lo mismo en su propia casa o en cualquier otro sitio. Mientras, Mateo los
observaba con mucha atención, gratamente sorprendido por sus avances.
Aunque David se había mostrado muy inseguro al principio, luego resultó que
el joven aprendía con más facilidad y rapidez de lo esperado.
A ese paseo le sucedieron muchos otros a lo largo de las semanas, en los que
el joven fue ganando en desenvoltura y confianza en sí mismo. Esto repercutió
en sus ánimos y, poco a poco, fue abandonando aquel estado depresivo con el
que había llegado a la Asociación el primer día. Un poco más animado y
optimista, David comenzó a participar cada vez más en las reuniones de la
Asociación que ya no le parecían debates interminables y tediosos, sino una
buena oportunidad de intercambiar opiniones y, sobre todo, de aprender lo
máximo posible de sus compañeros, mucho más experimentados que él. Por
primera vez en su vida, el joven abogado trataba de detenerse a escuchar todo
aquello que los otros tenían que decir, se interesaba por las opiniones y
circunstancias de los demás, y no sólo de las suyas.
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parte de su anterior vida que ya no echaba de menos porque había aprendido a
valorar la humildad y sencillez de la gente de la Asociación, a los que ya
consideraba sus amigos, tal vez los únicos que había tenido nunca. Sin
embargo, si hubo una persona que logró calar más profundamente en David,
ese fue Mateo. Ya desde su primer día en la Asociación, cuando llegó allí
totalmente desmoralizado, le llamó la atención la forma en que éste había sido
capaz de captar su interés con una simple conversación, infundiéndole una
pequeña chispa de esperanza.
Desde entonces, debía reconocer que aquel hombre estaba volcándose por
completo en ayudarlo, incluso cuando él no se lo ponía nada fácil. Y, por más
que pasasen las semanas, David no podía dejar de sorprenderse y maravillarse
a la vez por la humanidad que Mateo siempre demostraba, su increíble
generosidad y su inmensa empatía hacia el sufrimiento ajeno.
Estaba seguro de que nunca había conocido a otra persona como él. Desde
luego, no en su anterior círculo de amistades. Es más, antes del accidente, ni se
le habría pasado por la cabeza que pudiese existir alguien tan extraordinario.
Independientemente de la gran admiración que le inspiraba, durante esas
largas charlas que mantenían y de las que David no se cansaba nunca, también
comprobó que era una persona muy interesante e inteligente, con un gran
sentido del humor y un extraordinario magnetismo que lograba atraer a todos
los que estaban a su alrededor.
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David sonrió emocionado. Ninguno de los halagos que había recibido, a lo
largo de su vida, por sus ojos bonitos o su cuerpo perfecto, habían logrado
llenarlo de tanta satisfacción y hacerlo tan feliz como aquellas sinceras
palabras de Mateo. Entonces, se dio cuenta de que la opinión que éste tenía de
él le importaba mucho más de lo que nunca se hubiera podido imaginar y ese
descubrimiento lo confundió. «¡Sólo somos amigos!», se repetía
constantemente.
–¿A ti que te pasa? Te has quedado mudo de repente –le espetó Blanca,
devolviéndolo a la realidad.
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–Vamos fuera… –le propuso ella, tomándolo de la mano y conduciéndolo
hacia el exterior. David no respondió, simplemente se dejó ir–. ¿Estás así por
Mateo?
–¿Qué dices? ¡Pero si te acabo de contestar que no! Mateo sólo es un amigo,
me cae bien y me parece una gran persona, pero que noo…
–Aunque eso fuera cierto (que no estoy diciendo que lo sea), creo que él ya
tiene novio…
–¿El Pablo que te tira los trastos a lo descarado en las reuniones y tiene voz
de cantautor afónico?
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–¡El mismo! Mañana por la noche dan un pequeño concierto y le he pedido
a Mateo que me lleve, ¿te apuntas?
–¡Ahh, muy buena idea! Así en vez de estar rodeados por los miembros de la
asociación, lo estaremos por un grupo de gente que sí puede vernos y contigo
de carabina… ¡Un planazo!
***
A la noche siguiente, David asistió al concierto con los hermanos y, además
de disfrutar de su deseada compañía, quedó maravillado por la experiencia de
poder recrearse por completo en la música. Puesto que al no existir ninguna
distracción visual, notaba como era capaz de agudizar al máximo su sentido
del oído para prestar suma atención a cada nota y melodía. Sólo algún casual y
cálido roce del brazo de Mateo contra el suyo logró hacerle perder la
concentración y abstraerlo del concierto. Al terminar, Blanca se excusó ante su
hermano, diciéndole que tenía planes con Pablo y sus amigos de la banda y,
antes de que éste pudiese reaccionar, ya lo había dejado solo con David.
–¡Pero qué morro tiene esta mujer! Primero me lía para que la traiga y,
ahora, se larga –exclamó Mateo indignado, mientras David trataba de reprimir
una sonrisa–. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a tomar algo o quieres que te lleve a tu
casa?
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–Me parece una buena idea… –respondió Mateo, tomándolo del brazo para
indicarle el camino–. ¿Qué te ha parecido el concierto? –Mientras caminaban
hacia la playa, David le explicó esa experiencia tan sorprendente e intensa que
acababa de tener con la música–. Es normal. Cuando se pierde un sentido, los
otros se agudizan para suplir esa carencia de algún modo y, cuanto más los
ejercites, más podrás desarrollarlos –le explicó Mateo–. Te propongo un
ejercicio: mientras caminamos por la orilla, quiero que trates de afinar tus
sentidos lo máximo posible y que me describas todo lo que estés percibiendo.
–¡Amm, vale…! Pues, a ver, noto la arena debajo de los pies, la brisa en la
cara, el ruido de las olas…
–¿Qué más?
–¿Algo más?
–Sii, una voz muy bonita, pero también muy pesada que no para de
repetirme «qué más, qué más…», el olor agradable de tu perfume, el calor de
tu brazo alrededor del mío, tu forma de removerte incomodo mientras hablo
ahora mismo… –le susurró David–. Y ahora que ya he cumplido como conejillo
de indias, soy yo el que quiere probar otro experimento contigo: Blanca me
contó que ella es capaz de hacerse una idea de cómo es una persona sólo con
tocarla… ¿Puedo tocarte a ti?
David soltó su brazo y se colocó frente a él, con una sonrisa triunfante en los
labios, quedándose a escasos centímetros el uno del otro. Buscó la cara del
trabajador social a tientas, y colocó las manos sobre sus mejillas, ascendiendo
muy despacio hasta la frente y rodeando los ojos, para volver a bajar de nuevo
por la nariz, acariciando muy detenidamente sus labios con las yemas de los
dedos. A pesar de lo inocente de aquellas caricias, David sentía como un
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abrasador calor iba adueñandose de todo su cuerpo, incendiando cada poro de
su piel, mientras que un desconocido hormigueo le recorría el estomago y,
entre sus piernas, comenzaba a endurecerse irremediablemente. Mientras
tanto, Mateo permanecía rígido y con los ojos cerrados, esforzándose en
respirar con normalidad para que el chico no percibiese lo tremendamente
nervioso que lo estaba poniendo aquella inesperada situación.
–¿Funciona? –preguntó el otro con un hilo de voz–. ¿Ya te has hecho una
idea de cómo soy?
***
Algún rato después, ya en su habitación, al joven abogado no podía parar de
darle vueltas a lo sucedido en la playa. Nunca lo habían rechazado antes,
aunque lo cierto es que también era la primera vez que intentaba hacer algo
desde que perdió la vista. Sin embargo, le costaba mucho creer que Mateo lo
marginase por su discapacidad, eso no tenía ningún sentido. Tal vez, Blanca se
había equivocado al decirle que Carlos era un simple amigo y, en realidad,
había algo mucho más serio entre ellos de lo que la chica creía. O quizá no
fuese su tipo. De cualquier modo, estaba convencido de que acaba de hacer un
ridículo espantoso. Y, para colmo de males, aún podía percibir el olor de Mateo
en sus manos. «¡Puñeteros sentidos agudizados!», maldijo él, mientras notaba
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como al llevarse la mano a la nariz y aspirar profundamente aquel aroma, todo
su cuerpo volvía a electrizarse y el calor lo invadía de nuevo.
***
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Mateo, aún muy nervioso, no
paraba de dar vueltas por su salita de estar, igual que un león enjaulado, ante
la atenta y confusa mirada de su perro Platón, que no estaba acostumbrado a
tanta actividad nocturna.
–¿Me vas a explicar qué coño le has dicho? –la interrogó Mateo molesto.
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–Pues sólo le he dicho la verdad: a David le gustas mucho y yo le he
comentado que a ti te pasa lo mismo con él, ¿o me lo vas a negar?
–¿Pero cómo coño puedes ser tan irresponsable? –gritó Mateo alterado–.
Sabes perfectamente que David está pasando por una situación muy delicada y
no creo que tenga nada claros sus sentimientos. Las personas que vienen a la
Asociación son mi responsabilidad… yo no puedo hacer algo así porque no
sería ni ético, ni moral, ni profesional por mi parte. Y con esta tontería tuya, le
podemos hacer mucho daño… ¡Me has puesto en una situación muy incómoda!
***
Mateo caminaba cabizbajo y con paso lento, tratando de retrasar el mayor
tiempo posible su inevitable encuentro con David, debía hablar con él, pero no
quería hacerlo. Todavía confuso, repasaba con incredulidad, una y otra vez, lo
ocurrido en la playa, mientras las palabras de su hermana resonaban en su
cabeza como un atronador eco. No podía negar que las intenciones de Blanca
eran nobles, había actuado movida por la preocupación y el inmenso cariño
que le procesaba, pero, en ese momento, no podía evitar culparla de verse
envuelto en un lío del que aún no tenía muy claro cómo iba a salir.
Sin embargo, Mateo sabía muy bien que su obligación era anteponer el
bienestar de los miembros de la Asociación a sus propios intereses personales.
No podía permitirse hacer nada que perjudicase a David porque, aunque era
cierto que éste ya había recorrido un largo camino, creía que aún le faltaba
mucho para llegar a recuperarse del todo. «No es ético, ni moral, ni
profesional por mi parte», se repetía para convencerse de que hacía lo
correcto.
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rostro se combinó con una extraña sensación de frio a lo largo de toda su
espina dorsal. «¡Eres un profesional, contrólate!», se recriminó a sí mismo. El
portal se abrió y Mateo tragó aire. Con el pulso muy acelerado, atravesó el
jardín por un camino pavimentado que llevaba a la puerta principal, donde lo
esperaba el joven abogado con una postura tensa y el semblante serio. Una
visión que no ayudaba en nada a calmar sus crispados nervios.
Definitivamente, aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había pensado
en un principio.
–¡Lo dices como si me hubiese puesto una pistola en la cabeza o algo así! –
repuso David divertido–. A mi Blanca no me obligó a nada, intenté besarte
porque yo quería hacerlo, pero resultó que tú a mi no… ¡Así de simple!
–Lo que necesito que entiendas es que yo no puedo hacer nada que te
perjudique. En los últimos meses, has pasado por cosas muy duras y yo no
quiero que…
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–Ah… pues… me alegro de sólo fuese un malentendido –repuso el otro
boquiabierto–. Tienes razón, lo mejor es olvidarlo.
Cuando los dos hombres se despidieron y aquella puerta se cerró por fin,
David, en la soledad de su hogar, no pudo evitar que los ojos se le
humedeciesen y lloró en silencio, obligándose a sí mismo a conservar la poca
dignidad que le quedaba. Resultaba muy irónico que hubiese tenido que
ensayar tanto aquellas palabras para engañar a Mateo, cuando unos meses
atrás le habrían salido de forma natural. Sin embargo, ahora, se le antojaban
tan sumamente dolorosas y crueles, que tuvo que hacer un esfuerzo enorme
para mantenerse sereno y no desmoronarse frente a su amigo.
Se dijo que estaba haciendo lo correcto, había esquivado una situación que
podría haberse vuelto realmente incómoda para Mateo. David estaba seguro
de que el trabajador social no le correspondía, pero, debido a su forma de ser
tan humana y empática, no soportaba ver sufrir a otra persona y menos si era
por su culpa. Por eso, el joven abogado pensó que era inútil que los dos
sufriesen por algo que no podía ser. Por primera vez en su vida, casi sin darse
cuenta, David había sido capaz de anteponer el bienestar de otra persona al
suyo propio. Mientras en el exterior de la casa, Mateo caminaba cabizbajo y
pensativo, recriminándose el sentirse tan decepcionado, en lugar de estar
aliviado.
***
Las semanas que sucedieron a aquel encuentro estuvieron definidas por una
calma aparente, una normalidad fingida, una disimulada indiferencia y el
firme propósito de ambos por olvidar aquella noche en la playa, pero a
ninguno de los dos le dio resultado.
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–Últimamente, estas de cuerpo presente, pero de mente ausente –repuso
ella, entre sonoras carcajadas–. ¿Se puede saber qué te pasa? Y no me digas
que “nada”, como siempre, porque ya no me lo creo.
–¡Tienes razón, eres idiota! Pero no por lo que tú piensas –repuso ella,
dándole unas condescendientes palmadas en la espalda–. ¿De verdad te creíste
ese cuento?
Mateo llevaba demasiado tiempo evitando tomar ningún riesgo. Por eso se
aferraba tanto a su amigo Carlos porque aquella era una relación segura e
inofensiva de la que difícilmente saldría herido, puesto que no se procesaban
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ningún sentimiento romántico, ni siquiera una autentica pasión, lo suyo sólo
era una buena amistad que ayudaba a aplacar la inmensa sensación de soledad
que experimentaban los dos hombres. Sin embargo, lo que le sucedía con
David era algo muy distinto y nuevo para Mateo, parecía como si cada
centímetro de su cuerpo y cada rasgo de su personalidad estuviesen provistos
de un irresistible magnetismo que lo atraían hacia él sin remedio, y aquellos
sentimientos lo aterrorizaban.
***
–Tengo que decirte una cosa –le contaba, algunos días después, un Carlos
muy serio a un sorprendido Mateo–, he conocido a alguien… bueno, en
realidad, ya lo conocía. Es un compañero de trabajo con el que solía tomar una
cerveza al salir de la oficina, pero, hace unas semanas, nos liamos…
–Es que no sabía cómo te lo ibas a tomar tú. Desde entonces, hemos estado
quedando de vez en cuando, pero ayer hablamos de empezar algo en serio. No
sé si durará, pero la verdad es que me apetece intentarlo… –contestó Carlos,
preocupado por la reacción de su amigo.
–¡Me alegro mucho por ti, te mereces ser feliz! –repuso el otro eufórico, y
Carlos respiró aliviado.
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firmemente que las cosas saldrían bien, aun cuando existía la posibilidad de
que no fuese así. No fue el miedo a su inminente soledad, sino ese nuevo
descubrimiento lo que impulsó sus actos aquel día. Tras pagar y despedirse de
su amigo, decidió que ya era hora de empezar a apostar por su felicidad, por lo
que realmente quería, apostar por David, y recorrió el camino que ya había
hecho semanas atrás, aunque por motivos muy distintos a los de la vez
anterior.
–¿Estás solo?
–¿Por qué? –preguntó David, con los ojos humedecidos por la rabia–. ¿A
qué viene esto ahora?
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–Quería pensar que era porque tú estabas pasando por un momento muy
delicado y yo podía hacerte daño, pero la verdad es que lo que realmente me
daba miedo era bajar la guardia y que tú me lo hicieses a mí.
–Mateo, yo no… tienes que saber que no actuaba por un calentón… eso te lo
dije porque…
–¡Ah, esa es una gran solución! Así podrá pillarnos en la cama y no harían
falta más explicaciones –protestó el trabajador social, que lejos de oponer
resistencia, se afanaba en introducir una mano en el interior del chándal y la
ropa interior del joven abogado.
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–Entonces, supongo que deberías enseñarme tu habitación porque, como
esto siga así, acabaré follándote sobre el felpudo de la entrada.
–No es eso, sí que quiero, es sólo que esta va a ser mi primera vez… –le
confesó–. No importa, confío en ti.
Era la primera vez que David quería a alguien de verdad hasta el punto de
estar dispuesto a entregarse por completo, de dar todo lo que le pidiesen sin
dudar. Mateo consiguió algo que hubiese sido imposible de imaginar algún
tiempo atrás, que aquel joven tan egoísta y superficial del pasado fuese ahora
capaz de anteponer el bienestar de otra persona al suyo propio. Pero no sólo
Mateo cambió a David, porque éste último también había logrado una
autentica hazaña con Mateo: sacarlo de su hermética coraza de fingida
seguridad para que, de una vez por todas, asumiese riesgos y se obligase a sí
mismo a vencer los límites que le imponían sus propias inseguridades para ser
feliz. Desde que se conocieron, ambos eran mejores personas, más completos.
Por eso, no es de extrañar que cuando su ropa voló por los aires y cayeron en
la cama, uno sobre el otro, ya no hiciesen falta palabras para decirse lo que
querían, bastaron las caricias y los besos. David no necesitaba ver para sentir
el calor de Mateo, su agradable olor, la suavidad de su piel, la humedad de sus
labios, los latidos acelerados de su corazón, su respiración entrecortada, una
mano acariciándole la mejilla, sus músculos tensándose, la dureza de su
miembro entrando en él con delicadeza, sus movimientos rítmicos, un largo
suspiro al correrse, su aliento en la cara y, finalmente, aquel líquido caliente
que salió disparado hacia sus entrañas.
–Quería comentarte una cosa… –le dijo David, algún rato después–. Verás,
antes del accidente, yo tenía mi propio apartamento de soltero. Sin embargo,
cuando perdí la vista, tuve que volver a casa de mis padres porque era incapaz
de cuidar de mi mismo, pero, ahora, creo que ya puedo. Lo he pensado mucho
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y, por fin, me siento preparado para volver a vivir solo. Me gustaría saber tu
opinión antes de comentárselo a mis padres.
David sonrió pletórico. Por primera vez en meses, había una luz brillante
entre sus penumbras que le marcaba el camino y ya no se sentía perdido. El
miedo y la frustración habían desaparecido por fin y, ahora, su lugar era
ocupado por una indescriptible felicidad y una gran esperanza. Resultaba
irónico que hubiese tenido que perder la vista y volver a aprenderlo todo de
nuevo para ser capaz de valorar lo que realmente era importante, todo aquello
que define a una persona y que no puede verse con los ojos, reconocer la
auténtica amistad y enamorarse por primera vez. Fue entonces cuando
comprendió que, en realidad, había pasado la mayor parte de su vida ciego y
que era ahora cuando de verdad empezaba a ver el mundo tal y como era.
***
Los días siguientes transcurrieron entre el ajetreo de la mudanza y lo
preparativos para acondicionar el apartamento a las necesidades de una
persona invidente. David y Mateo disfrutaban del tiempo que pasaban juntos y
eran felices, parecía que ya ninguna preocupación lograría sacarlos de ese
idílico estado de dicha constante en el que vivían inmersos. Pero, entonces,
sucedió algo que los cogió totalmente desprevenidos y sembró el desconcierto,
desenterrando algunos miedos en ambos que ya creían olvidados, marcando
un punto de inflexión y una autentica prueba de fuego en su incipiente
relación.
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muchos especialistas que vio a David les habló de una clínica extranjera que
contaba con un nuevo tratamiento experimental, el cual ya había logrado
devolver la vista alguna gente, vieron una puerta abierta a la esperanza. La
noticia fue recibida con los vítores y suspiros de alegría de sus padres, que de
inmediato contrastaron con el silencio sepulcral del hijo.
–No voy a hacerlo –dijo por fin el joven abogado, ante el desconcierto del
doctor y la desesperación de sus padres–. ¡Ya estoy harto de que me arrastréis
de clínica en clínica como si fuese un bulto sin voluntad! Sé que os preocupáis
por mí y os lo agradezco mucho, pero ya es hora de que dejéis de hacerlo
porque yo estoy bien y soy feliz. Tenéis que asumirlo de una vez por todas:
estoy ciego y así me voy a quedar.
***
La madre de David conocía muy bien a su hijo, sabía que siempre había sido
un chico cabezota y testarudo que se afanaba en mantener sus decisiones hasta
las últimas consecuencias y, por mucho que ellos tratasen de convencerlo, no
lograrían hacerlo cambiar de idea. También, era consciente de que sólo había
una persona a la que David escuchaba: Mateo. El trabajador social era su
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última esperanza para hacerlo entrar en razón y, movida por la desesperación,
acudió a él.
–No hay garantías de que vuelva a ver, Mateo. Sólo es una pequeña
posibilidad, un clavo ardiendo al que se aferran mis padres. ¡Pues claro que
quiero recuperar la vista! Y me operaría si supiese con absoluta seguridad que
eso me va a ayudar a hacerlo, pero me ha costado demasiado aprender a
aceptar mi destino y, ahora que por fin soy feliz, no quiero ilusionarme para
después volver a llevarme otra decepción, no sé si podría soportarlo.
–¡Ya salió el psicólogo que llevas dentro! –repuso David, entre carcajadas–.
De acuerdo, tu discurso elocuente me ha convencido, pero sólo lo haré con una
condición…
–¡Te prometo que allí estaré! –le susurró al oído, antes de besarlo.
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Aquella noticia fue recibida con desbordante alegría e infinita esperanza, y
no sólo por los padres de David que por fin podían respirar aliviados, sino
también por todos sus compañeros de la Asociación, que ya se habían
convertido en mucho más que buenos amigos para él, eran como su segunda
familia.
***
Los días que precedieron a la operación y los que la sucedieron estuvieron
dominados por un constante desasosiego para Mateo, que se debatía entre el
deseo de que David lograse recuperar la vista y aquel miedo irracional a
perderlo por no ser lo bastante bueno para él. Y, sin embargo, allí estaba,
plantado delante de él con una rosa en la mano, obligándose a sí mismo a
sonreír, tratando de mantener la calma, mientras un concentrado doctor le
retiraba las vendas de los ojos con una parsimonia insoportable. Mientras
tanto, David vivía su propia angustia, preguntándose si de verdada la
operación había sido un éxito como les habían anunciado días atrás. No sabía
muy bien por qué, pero notaba a Mateo bastante inquieto y tenía miedo de que
existiese alguna complicación que no le habían contado para no preocuparlo.
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David abrió los ojos muy despacio. Al instante, una insoportable ráfaga de
luz atropelló sus retinas y tuvo que volver a cerrarlos, repitió el procedimiento,
en varias ocasiones, hasta que sus ojos lograron acostumbrarse. A su
alrededor, sólo percibía un vertiginoso juego de luces y sombras, borrones
difusos que se mecían de un lado a otro y lo mareaban. Un rato después, las
manchas comenzaron a tomar forma, volviéndose cada vez más nítidas, más
concretas, hasta que finalmente fue capaz de ver con asombrosa claridad, casi
como si aquellos meses en las penumbras no hubiesen sido más que un mal
sueño y, ahora, por fin había podido despertar. Delante de él, había un hombre
con una sonrisa nerviosa en los labios, una rosa en la mano y un aroma muy
familiar que esperaba impaciente a que los ojos de David por fin se
acostumbrasen a ver. Y ese hombre era, sin lugar a dudas, la persona más
atractiva que había conocido en toda su vida.
–¡Gracias por estar aquí! –susurró David, mirándolo fijamente con una gran
sonrisa.
-Fin-
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Colección homoerótica
La compañía
Miguel Pazos caminaba con paso firme y decidido, la cabeza alta, la mirada
desafiante. Impecablemente vestido, iba enfundado en un traje caro y portaba
un maletín de piel. Entró en aquella sala como si todo y todos en su interior le
perteneciesen. Casi parecía que las baldosas se iban a astillar bajo sus pies de
un momento a otro. Todos los presentes lo observaron expectantes y en
silencio. Sin duda, era un hombre que inspiraba temor, no sólo por su aspecto
severo, bastaba con escuchar su nombre para helar la sangre y cortar la
respiración, le precedía la fama de ser uno de los ejecutivos más crueles e
implacables de La Compañía. Tal vez era por eso que había conseguido llegar
tan alto con solo 35 años. Fue él quien pronunció las primeras palabras y,
cuando lo hizo, su voz sonó segura y autoritaria.
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–Me parece que nadie la ha escuchado. ¿No sabe hablar más alto? ¿O es que
le cuesta respirar con esa blusa que lleva de tres tallas menos que la suya?
Aitor era uno de los siete supervivientes que aún permanecían dentro de
aquella sala, donde la tensión y los nervios podían cortarse con unas tijeras.
Tenía 23 años, estaba recién salido de la universidad y no contaba ni de lejos
con la experiencia laboral necesaria para el puesto al que se presentaba. Había
enviado su currículo por probar, sin ninguna esperanza de que lo contratasen
y, por algún extraño motivo que aun no alcanzaba a comprender, lo
preseleccionaron para el trabajo. Después de algunas entrevistas y de varias
pruebas, lo habían llamado para presentarse, junto con otros nueve aspirantes,
a una entrevista final, donde el propio Miguel Pazos elegiría a una persona
para el puesto.
Aitor había oído muchas cosas sobre ese hombre, que era brillante, que su
carrera había despegado vertiginosamente en muy poco tiempo, y también que
era extremadamente cruel y prepotente. «¡Joder, me parece que todos los
rumores que he escuchado sobre este individuo se quedan bastante cortos, es
un autentico hijo de puta!», pensaba para sí mismo, mientras lo observaba con
un mal disimulado desprecio. Los ojos de Miguel se encontraron con los suyos
durante unos segundos, en los que Aitor tuvo la absoluta certeza de que le
había leído el pensamiento y, con su mirada de superioridad, le daba a
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entender algo así como: «Ya sé que no te gusto, pero no me preocupa porque
tú para mí eres insignificante».
–¿Y qué ha hecho usted para ganarse nuestro respeto, aparte de entrar aquí
tan tieso que parece que lleva un palo metido en el culo? –Algunos de los
presentes trataron de ahogar unas carcajadas socarronas, otros permanecían
con la boca abierta e incapaces de asimilar lo que acababan de escuchar.
Miguel se quedó en silencio con una mueca que recordaba ligeramente a una
sonrisa, mientras Aitor lo miraba contrariado. Desde luego, esa no era ni de
lejos la reacción que esperaba.
–¡Sí, será que me hacen gracia los payasos! Sólo necesito a tres inútiles, así
que usted y usted también se quedan –respondió señalando al azar a dos
personas más, otro hombre y una mujer–. El resto pueden volverse por donde
han venido y dedicarse a otra cosa. –Abandonó la estancia dejando a los
presentes boquiabiertos una vez más.
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–Encantado, yo soy Aitor. Hay una cosa que no entiendo: se suponía que
sólo iban a contratar a una persona. ¿Por qué nos ha elegido a los tres?
–Seguro que nos hacen competir entre nosotros por el puesto –comentó
Jaime–. Ya tengo cierta experiencia con las prácticas de La Compañía, buscan
personas muy competitivas que sea capaces de ganar a cualquier precio.
–En otras palabras, quieren gente como Miguel Pazos –respondió Aitor con
el ceño fruncido–. ¡Pues no estoy dispuesto a actuar así…!
–Yo sí. No es nada personal, como te he dicho me caes bien, pero haré lo que
haga falta por conseguir el trabajo, así que procura no interponerte en mi
camino.
***
Una semana después, Ángela, Jaime y Aitor seguían, a través de las
instalaciones de La Compañía, a una secretaria visiblemente estresada que los
guiaba hacia el despacho de Miguel Pazos. Aitor tuvo la sensación de que, allí
dentro, el aire era muy denso, había demasiado silencio y las personas con las
que se cruzaban casi parecían autómatas más que seres humanos, sus miradas
frías e inexpresivas le recordaban ligeramente a la de Miguel, y se preguntó si
era La Compañía la que les hacía eso a todos sus empleados. Una enorme
sensación de vértigo le recorrió el cuerpo y, por un momento, estuvo tentado a
salir corriendo de aquel lugar. Luego, se dijo a si mismo que él nunca se
volvería así. Para cuando regresó de sus propias cavilaciones internas, ya
habían recorrido todo el pasillo y estaban de pie frente a la puerta del
despacho de Miguel Pazos, quien los hizo entrar de uno en uno.
–En esta carpeta, hay una nómina con muchos ceros o una carta de despido.
Quiero este proyecto listo sobre mi mesa antes de que termine el mes, o no se
moleste en volver –anunció el ejecutivo sin tan siquiera mirarlo y Aitor sintió
que la sangre comenzaba a hervirle dentro de las venas, aquel hombre
detestable le producía auténtica repulsión–. El que me presente el mejor
proyecto se queda, los otros dos se van a la calle. ¿Me he explicado con
claridad?
–Sí, señor.
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–Una cosa más –dijo levantando la vista del portátil para quedárselo
mirando directamente a los ojos–, ya sé que usted cree que el enemigo está
dentro de este despacho, pero sus competidores están ahí fuera. Cúbrase las
espaldas, haga bien su trabajo y, si tiene tanto arrojo para los negocios como
para retar a sus superiores, tal vez tengamos un lugar para usted aquí. –Aitor
asintió boquiabierto. ¿Era amabilidad lo que había notado en sus palabras?
¡No podía ser! «Nos dice lo mismo a todos para que nos enfrentemos entre
nosotros», pensó mientras abandonaba la estancia. Miguel no pudo evitar
sonreír cuando lo vio alejarse. «¡Mucho me temo que esas fieras lo van a
destrozar… y es una pena porque me cae bien!», se dijo a sí mismo antes de
volver al trabajo.
***
Los tres aspirantes a “la nómina con muchos ceros” tenían que compartir
despacho, por llamarlo de alguna forma, porque más bien era una especie de
cubículo minúsculo sin ventanas, donde el espacio y el aire fresco brillaban por
su ausencia. El mobiliario se reducía a tres mesas de trabajo, cada una con su
propio ordenador y sus respectivas sillas, que resultaron ser tremendamente
incómodas.
–¡Vaya locura! –exclamó Ángela frustrada, a la vez que dejaba caer una pila
de documentos sobre su escritorio–. ¡Nadie puede terminar esto en un mes!
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–¡Claro que no! Tú no tienes nada de especial para que Miguel Pazos se
moleste en tratar de ponerte obstáculos. La Compañía siempre actúa así. Nos
están probando –repuso Jaime con cierta superioridad.
***
«…estresado es quedarse muy corto. Llevamos casi tres semanas metidos
en este agujero. Apenas duermo unas pocas horas al día, estoy agotado y,
todavía, no he hecho ni la mitad del trabajo. Mis compañeros se están
tomando muy en serio esto de la competición y se respira un aire de tensión
constante e insufrible dentro de esta ratonera. Sólo he visto a Miguel Pazos
en dos o tres ocasiones más y no ha sido precisamente para darnos ánimos.
Aunque la verdad es que lo prefiero así, ese hombre redefine la palabra
tirano en muchos aspectos y, desde luego, no para mejor. Empiezo a
preguntarme si todo esto merece la pena, no he estado todos estos años en la
universidad para convertirme en un esclavo de La Compañía, tiene que
haber algo mejor que hacer con mi vida…».
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trabajo, aquella situación lo conducía directamente al despido y se sintió
extrañamente aliviado. Después, volvió a hundirse en un profundo sueño.
***
Cuando el chico volvió a abrir los ojos, descubrió sorprendido que ya no
estaba recostado sobre su escritorio, sino tumbado sobre una cama en algún
lugar que su cerebro no lograba reconocer. El sol se filtraba entre las
persianas, ya era de día. Se incorporó y comprobó que todavía llevaba la ropa
puesta, sólo se había quitado los zapatos, o quizá alguien se los había sacado,
no lo recordaba. Miró a su alrededor. Definitivamente, no conocía aquel sitio.
Era una estancia elegante, pero pequeña: sólo tenía la cama en la que había
dormido; un armario empotrado sin puertas del que colgaban una serie de
trajes, camisas y corbatas, todo muy pulcramente ordenado por colores; y un
espejo de cuerpo entero, en el que el joven se vio reflejado con su cara
extremadamente pálida y sus marcadas ojeras moradas. “¡Parezco un
cadáver!” se dijo, mientras buscaba una salida.
–¡Mierda, yo tendría que estar trabajando desde hace horas! ¿Por qué no me
ha despertado antes? ¿O es que ya estoy despedido y esto ha sido algo así como
el último regalo de cortesía? –preguntó Aitor, dejándose llevar por los nervios
de aquella surrealista situación. Miguel fue incapaz de reprimir una sonora
carcajada, abandonó los documentos que estaba revisando sobre el escritorio y
fue al encuentro de su empleado.
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–Aún no, pero lo despediré sin dudarlo como salga ahí fuera con esas fachas.
Está pidiendo a gritos una ducha y un traje que no parezca un trapo arrugado.
Sígame que no tengo todo el día para perderlo con usted –ordenó, mientras lo
llevaba de nuevo a la habitación en la que Aitor se había despertado, y abría
una puerta que conducía a un pequeño cuarto de baño–. Dentro hay toallas y
le dejaré ropa limpia sobre la cama para que se la ponga.
–No, no, por supuesto que no, ya voy…! –exclamó poniéndose tieso, al más
puro estilo militar y saliendo disparado hacia el cuarto de baño. Miguel sonrió
y negó con la cabeza, mientras lo observaba desaparecer tras la puerta del
aseo. «¡Esta juventud!», exclamó para sí mismo. Luego, volvió a sus
quehaceres.
***
Aitor caminaba distraído hacia su cubículo, recién duchado y enfundado en
un traje caro, que él n0 podría permitirse ni trabajando un año entero al ritmo
de las últimas semanas. Miguel ni siquiera lo había mirado cuando salió, se
había limitado a decirle: «Cierre la puerta al marcharse». Ese hombre lo
enfurecía hasta unos límites que nadie más había conseguido antes, pero debía
admitir que se había portado francamente bien con él. Su actitud lo confundía
y le producía una inevitable curiosidad «¿Será que en realidad no es tan malo
como quiere aparentar?». Iba ensimismado en esos pensamientos, cuando
levantó la vista y se dio cuenta de que ya había llegado al despacho y sus
compañeros lo miraban boquiabiertos, preguntándose dónde se había metido
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todo el día y cómo era posible que, a esas alturas, no estuviese ya de patitas en
la calle.
***
Cuando Aitor cruzó aquella puerta al final de la jornada, Miguel continuaba
en la misma posición en la que lo dejó varias horas antes, casi sin moverse y
ensimismado en sus documentos. Había tenido que esperar a que sus
compañeros se marchasen a casa para que no se diesen cuenta de que iba a su
despacho. Lo último que quería era darles más motivos para hablar y especular
sobre su ausencia de aquella mañana.
–Muy bien.
–¿Y ayer?
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bastante violento de explicar –comentó Miguel con una amplia sonrisa–. Le
daré un consejo gratis: descansé más. A La Compañía no le resultará útil si
muere por agotamiento.
–De todas formas, sólo falta una semana para finalizar el plazo y no me va a
dar tiempo a terminar todo el trabajo. Así que supongo que esta va a ser mi
última oportunidad de darle las gracias por lo que hizo por mí ayer y por lo que
escribió en ese correo. La verdad es que me levantó bastante la moral.
Aitor asintió y le dedicó una sonrisa sincera a su jefe. Luego, salió del
despacho y cruzó el pasillo con su ropa pulcramente doblada en los brazos.
Tenía que admitirlo, ese hombre no era el monstruo que todos pensaban y que
él mismo creyó al principio. Bajo aquel disfraz tan bien elaborado de vanidad y
prepotencia, se escondía una persona con un buen corazón que, tal vez, había
encontrado así el modo de sobrevivir en La Compañía tanto tiempo, e incluso
de hacerse un nombre. «¿Pero que tengo yo de especial para que se porte tan
bien conmigo?», se preguntaba a sí mismo. «¿Y por qué coño llevo todo el
santo día pensando en él?». Tan ensimismado iba en sus propios
pensamientos que no se dio cuenta que alguien lo observaba desde la
oscuridad de una oficina vacía, acechándolo, vigilando cada uno de sus
movimientos.
***
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Algunos días después, Aitor llegó a su cubículo un poco antes de la hora, con
un café para llevar en una mano y su montón de carpetas en la otra, como
hacía cada mañana desde que trabajaba en La Compañía. Cuando iba a
encender su ordenador, descubrió horrorizado que el pendrive con el trabajo
de las últimas cuatro semanas había desaparecido. Normalmente, solía
llevárselo a casa consigo, pero los días anteriores habían sido muy extraños
para él. Era incapaz de sacarse a su jefe de la cabeza. Cada día, estaba
deseando cruzárselo por el pasillo o tener un motivo para ir a verlo a su
despacho, pero, desde que le devolvió su traje, no pudo encontrar más
ocasiones y esa necesidad lo estaba volviendo loco. Tenía la cabeza en otra
parte y, por eso, se le había olvidó el pendrive la noche anterior. Miró alterado
a los escritorios vacios de sus compañeros que todavía no habían llegado y,
luego, salió disparado hacia el despacho de Miguel Pazos.
–¡Te advertí de que te cubrieras las espaldas, Aitor! –respondió por fin, tras
un prolongado silencio–. Esas personas con las que compartes “ratonera” no
son tus amigos, ni siquiera tus compañeros.
–¿Por qué crees que ha sido uno de ellos? –preguntó. Estaba tan nervioso
que ni siquiera reparó en que, de pronto, habían comenzado a tutearse sin
ningún motivo.
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–Te repito que no debes fiarte de nadie aquí, ya puedes volver al trabajo.
–Sabes que me das un miedo terrible, ¿no? –acertó a decir Aitor mirándolo
fijamente.
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–¡Demonio de niño, yo con tu edad no era tan espabilado! –exclamó Miguel,
mientras el chico ejercía presión sobre su entrada–. Tengo una cosa muy
importante que contarte esta noche… ¡Y luego te daré tu merecido por
torturarme así! –anunció, antes de darle un último beso y volver acalorado a
su escritorio.
***
Aitor miró satisfecho aquella pila de papeles, fruto de un mes de duro
trabajo. Se sentía muy orgulloso del que, a su parecer, era un proyecto
minucioso y brillante. Lo cierto es que ni siquiera le importaba demasiado
conseguir o no el puesto, había llegado a la conclusión de que no estaba hecho
para trabajar en La Compañía y, por lo que a él respectaba, Jaime podía
quedarse con el ansiado trabajo. Lo único que Aitor deseaba de verdad era no
decepcionar a su jefe y la confianza que este había depositado en él. Tenía la
sensación de que ya había ganado porque había conseguido algo mucho más
importante: conocer al auténtico Miguel.
Esperó a que las oficinas se vaciasen. Hacía un buen rato que no veía a
Jaime, por lo que supuso que este también se habría marchado a casa. Estaba
tan excitado e impaciente por estar con Miguel y entregarle el proyecto que
salió corriendo hacia su oficina, con la pila de folios debajo del brazo, y entró
sin llamar. Después de lo que había pasado allí aquella misma tarde, pensó que
bien se podía permitir el atrevimiento en su último día de trabajo. Entonces,
los vio: su jefe sentado en la silla y a Jaime de rodillas tratando de abrirle la
bragueta del pantalón. Aitor tiró el informe al suelo y salió corriendo,
sintiéndose un completo imbécil. «¡El puñetero cabrón hace los mismo con
todos! ¡He sido un ingenuo por creer que yo era especial para él!», pensó.
–¡Aitor! ¿Se puede saber a dónde vas? –gritó Miguel a su espalda. El joven
dudó unos instantes y, por fin, se dio la vuelta para dedicarle una mirada
fulminante.
–Ahora entiendo eso que decías de que aquí no puedo fiarme de nadie.
Aunque nunca pensé que estuvieses hablando de ti mismo… ¿La entrevista
final es en la cama de tu oficina?
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Colección homoerótica
–¡Yo no he hecho nada! Ese individuo entró en mi despacho y se arrodilló
delante de mí, ni siquiera me dio tiempo a reaccionar porque tú entraste en ese
preciso momento y de repente… ¿Nadie te ha enseñado a llamar?
–¡Da igual, Miguel! Yo ni siquiera quiero el trabajo, esto no es para mí. Así
que vuelve ahí dentro para que Jaime te la chupe y dale el puesto a él, que se lo
merece, ambos os merecéis estar en La Compañía.
–¡Claro que no! Precisamente, eso era lo que quería explicarte hoy: al
principio, me llamó la atención tu forma de enfrentarte a mí en la entrevista.
Era la primera vez, en años, que alguien se atrevía a hablarme de ese modo.
Me recordaste a mi mismo cuando tenía tu edad. Es verdad que, por un
momento, pensé que podías ser apropiado para La Compañía, pero lo descarté
poco tiempo después porque te negabas a jugar sucio, trabajabas más duro que
nadie…. Y, cuando leí aquel correo, algo se removió dentro de mí, me vi a mí
mismo con tus ojos y no me gustó nada lo que encontré. Por eso, voy a
renunciar, he pedido trabajo en otra empresa, una mucho más joven y
pequeña, con una política totalmente distinta a la de esta. Ayer, me llamaron,
me ofrecieron un puesto inferior y con menos sueldo del que tengo aquí, pero
lo he aceptado sin dudar y sólo he puesto una condición: poder llevarte a ti
conmigo.
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Colección homoerótica
–Por lo menos, vuelve ahí dentro para escuchar lo que ese idiota tiene que
explicarte.
***
–Perdona, Aitor –se disculpó Jaime, momentos después–. Como el otro día
estuviste desaparecido toda la mañana y, luego, te vi saliendo de este despacho
con tu ropa del día anterior en la mano, pues creí que te estabas acostando con
el jefe para conseguir el puesto, y yo sólo quise igualar mis posibilidades…
–Eso es todo, puede irse. Vuelva mañana a firmar su nuevo contrato… ¡Pero
ahora haga el favor de sacarse de mí vista! –Jaime asintió nervioso y, luego, se
fue dando saltos de alegría por todo el pasillo.
–¿A mi apartamento?
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miramientos, y se metió su pene en la boca, chupándolo con gula, recorriendo
cada centímetro con su lengua, mientras el otro se retorcía y suspiraba.
–¡No eres tan inocente como pensaba! –acertó a decir, justo antes de que
Aitor se tragase todo su miembro, alojando gran parte de él en la garganta.
–¡Aún no has visto nada, señor ejecutivo implacable! –repuso el chico con
malicia.
–¡Puedes apostar a que si! –admitió el chico, mientras lo empujaba para que
se diese la vuelta y volvía a hundir la boca entre las nalgas de su amante.
–¡Porque tú ya has me dado mucho por culo y, ahora, me toca a mí! –repuso
Aitor, entre carcajadas–. ¡Tranquilo! Te va a gustar, voy a hacerlo muy
despacio para que sientas cada centímetro enterrándose en ti… –dijo, mientras
empujaba un dedo ensalivado en su interior.
–Lo sé, pero yo también quiero estar dentro de ti. No he pensado en otra
cosa desde la vez que me retaste en aquella entrevista y me dijiste que tenía
“un palo metido en el culo”.
–¡Y lo harás, todo a su tiempo! Pero, ahora mismo, no vas a tener un palo
precisamente… –susurró, mientras le ayudaba a ponerse boca arriba y se hacía
un hueco entre sus piernas para, acto seguido, comenzar a presionar suave,
pero firmemente. Mientras, Miguel trataba de relajarse y concentrase en
disfrutar, pero una punzada de dolor le hizo soltar un pequeño quejido.
Aitor asintió y continuó moviéndose muy lentamente hasta que, por fin, sus
testículos tropezaron contra las nalgas de Miguel. Entonces, se inclinó para
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Colección homoerótica
darle un beso y empezó a moverse cada vez más rápido. Un rato después,
ambos jadeaban cubiertos de sudor y era el propio Miguel quién atraía el
cuerpo del chico hacia sí, para enterrarlo cada vez más profundo dentro de él.
-Fin-
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Labios compartidos
Otro amanecer, otra mañana que me despierto a tu lado, los dos
completamente desnudos, con nuestros cuerpos entrelazados, las huellas de
nuestra pasión aún siguen latentes, aún siento tus labios en mi boca, tus
manos en mi piel… ¡Qué cerca te tengo ahora mismo y, sin embargo, qué lejos
estamos! Otra vez he faltado a mi promesa. Me había jurado no volverte a ver,
olvidarte, ignorarte, sacarte de mi vida y de mi corazón de una vez por todas.
Sin embargo, he vuelto a caer, me has engatusado de nuevo con tu cara de niño
bueno y con esos ojos que son capaces de hacerme olvidar el mundo.
Esta situación ya lleva así demasiado tiempo, cada vez nos hacemos más
daño, cada vez las separaciones son más dolorosas y, sin embargo, aquí
estamos una mañana más, los dos tratando de hacer ver que no pasa nada,
fingiendo felicidad para no preocupar al otro, tú me sonríes enseñándome esa
dentadura perfecta, yo me limitó a darte el último beso para luego fingir que
vuelvo a dormirme de nuevo. Te levantas sigiloso tratando de hacer el menor
ruido posible, sacas un traje y una corbata del armario, te vistes deprisa, has
hecho el remolón hasta el último minuto, como siempre, y ya vas con el tiempo
justo, te quedas unos instantes quieto junto al umbral, no puedo ver lo que
haces, pero sé que me estás mirando, tratando de retener mi imagen hasta el
próximo encuentro. Luego, sales corriendo.
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Colección homoerótica
estás volviendo demasiado imprudente y eso no es propio de ti. Hago la cama y
recojo un poco. Ayer, con tanta pasión, lo pusimos todo patas arriba y, con lo
desordenado que eres, sé que si no lo hago yo se quedará así hasta el próximo
día. Después, me marcho. Esta mañana, no tengo clase hasta las diez, pero me
resulta insoportable quedarme aquí solo, le echo un último vistazo a nuestro
escondite y cierro con mis llaves.
Yo siempre he sabido que había algo diferente en mí, pero me daba miedo
reconocerlo. A menudo, me conectaba a algún chat, pero nunca me atrevía a
darle mi número de teléfono a nadie y, mucho menos, a quedar. Entonces,
apareciste tú, me pareciste especial desde el principio, a ti podía contarte mis
dudas y preocupaciones, me escuchabas pacientemente y me hablas de tus
propios problemas. Me intimidaba tu edad, 34 años, y el hecho de que fueses
un hombre casado y con familia, pero ni siquiera eso impidió que te pidiera
conocernos en persona. Sí, lo admito, yo fui el culpable, yo lo empecé todo,
pero necesitaba verte, ponerle voz y rostro a ese hombre que tanto me había
ayudado; y tú aceptaste en seguida, también te morías por quedar conmigo.
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Colección homoerótica
vez eso hubiera sido lo mejor. Entonces, yo no sabía que sufrías de
impuntualidad crónica y que siempre llegabas tarde a todas partes, apareciste
quince minutos más tarde de la hora acordada. Me dejaste impresionado, eras
mucho más guapo de lo que aparentabas en las fotos, tu sonrisa y tus ojos me
hipnotizaron al momento, fue un flechazo, me enamoré de ti nada más verte,
nunca llegaste a confesármelo, pero creo que a ti te pasó lo mismo.
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caricias. Claro que lo mejor aún estaba por llegar. Cuando sentí tu lengua en
mi polla, casi me desmayo, la saboreaste como si se tratase de un helado,
succionando, lamiendo y chupando según te iba dando la gana. Luego, bajaste
hasta mis testículos y creo que ahí ya perdí toda noción de realidad, no paraba
de gemir, y tú simplemente chupabas sin dejar de mirarme ni un solo
momento, no pude evitarlo y me corrí en tu boca. Ni siquiera fui capaz de
avisarte, pero a ti no te importó. Simplemente, me abrazaste con fuerza y me
diste un apasionado beso, compartiendo conmigo el sabor de nuestro primer
encuentro sexual, el primero de tantos.
***
Tardamos una semana y dos días en volver a vernos, aquel tiempo se nos
hizo interminable a los dos, pero tú debías buscar el momento adecuado para
no despertar sospechas en casa, teníamos que ser prudentes. Esa vez fuimos
directos a la habitación del motel, no había ni un solo segundo que perder, me
abalancé sobre ti nada más cruzar el umbral, te deseaba más que a nada en el
mundo, tu traje y tu corbata volaron por los aires, al igual que tu ropa interior.
En esa ocasión, fui yo quien devoró cada rincón de tu cuerpo, no tenía
experiencia, pero sí muchas ganas de hacerte feliz, me metí tu polla en la boca,
y la devoré imitando tus caricias de la vez anterior, tú te retorcías de gusto
mientras no parabas de repetirme lo mucho que me deseabas.
«Me gustas mucho Adri –dijiste de repente–, quiero que lo nuestro sea
especial, que nos lo demos todo, necesito estar dentro de ti y que tú me hagas
lo mismo a mí, enseñarte todo lo que sé, que descubras el mundo conmigo...».
Tiraste de mí hacia arriba y nos fundimos en un apasionado beso.
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En aquel momento, éramos las dos personas más dichosas sobre la faz de la
tierra.
***
No todo podía ser felicidad, claro, me di de morros con la triste realidad la
primera vez que no te presentaste a una de nuestras citas. Tu hijo pequeño se
puso enfermo y tú tuviste que llevarlo al hospital. Por suerte, se quedó en uno
de esos sustos que dan lo niños, sin mayores consecuencias. Sin embargo, a mi
me sirvió para comprender el lugar que ocupaba en tu vida, yo siempre sería
algo secundario, secreto, prohibido, oscuro, nunca pasaría dos noches seguidas
contigo, jamás pasearíamos cogidos de la mano a la luz del día, no conocerías a
mis padres ni yo a los tuyos, tampoco cenaríamos juntos en navidad y fin de
año. Porque los tuyos siempre serían unos labios compartidos y yo ocupaba el
último lugar en la cola. Esa fue la primera vez que me propuse olvidarte y la
primera de tantas que no lo conseguí.
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Al final, tus esfuerzos empezaron a dar resultado, conseguiste vencer la
resistencia de mi virginidad y, poco a poco, me fuiste metiendo aquel trozo de
carne. No sé cuánto tiempo duró, a mi me pareció una eternidad, tú
bombeabas muy despacio dentro de mí, y yo me aferraba a tus hombros con
desesperación. Nunca me había sentido tan cerca de ti como aquella vez, por
eso no quería que parases, te necesitaba dentro. Después, aumentaste el ritmo
y tuviste que taparme la boca para que mis gemidos no se escuchasen en todo
el edificio, hasta que por fin no pudiste más y caíste exhausto sobre mí.
***
Los días han ido pasando y, con ellos, nuestros encuentros furtivos. Los
remordimientos y el sentimiento de culpa nunca se van, al igual que el gran
amor y deseo que siento por ti, pero la carga me resulta cada vez más pesada.
Tú me haces inmensamente feliz, pero anhelo otro tipo de vida, no tener que
esconderme, no tener que mentir a mi familia y amigos. Ahora, sentado en esta
cafetería, observo a otras parejas que disfrutan de su amor sin miedo a ser
descubiertos, yo también quiero eso para nosotros, pero es imposible, ya he
perdido la esperanzana y sé que nunca seremos como esa pareja joven de
enfrente que se cogen la mano por encima de la mesa, sonriéndose el uno al
otro, sin reparar en la gente que está a su alrededor. Por eso, no lo soporto
más, te llamo, sé que no debo hacerlo y que siempre tengo que esperar a que lo
hagas tú, pero ya estoy harto de esas estúpidas reglas que has levantado entre
nosotros, como barreras inquebrantables, y me las salto por primera vez. Tú
me respondes casi al momento, mi interrupción no parece gustarte demasiado.
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«¡Estoy cansado! –interrumpo tu discurso de siempre–. Cansado de
esperar, de tus excusas, de que no me dejes en paz cuando intento romper…
¡Así que decide o yo o el resto del mundo!».
«Adri, yo… de veras que lo siento, pero tengo una familia…». Cuelgo el
teléfono, tú ya has hecho tu elección; desgraciadamente, yo también he hecho
la mía.
Ni siquiera me llamas, supongo que crees que este es otro de mis enfados,
habrás pensado que ya lo arreglarás más tarde. Ahora, tienes una mujer y dos
niños de quienes ocuparte, pero, esta vez, te equivocas, he llegado al tope de
mi paciencia. Es curioso, creía que me sentiría mal y lo único que noto es un
profundo alivio, como si por fin respirase aire fresco. Recojo mis apuntes, pago
el café y me voy a la universidad dando un paseo, necesito andar. Veo a mi
grupo de amigos a lo lejos, apuro el paso y voy a su encuentro. De repente,
suena el teléfono, un mensaje tuyo diciendo lo mismo de siempre: me
necesitas, me quieres, soy lo mejor que te ha pasado en tu triste vida…
¡Cuéntaselo a quien le interese! Cojo el móvil y lo arrojo bajo las ruedas de un
autobús que lo hace volar por los aires en mil pedazos. Esta vez, se acabó de
verdad… ¡Por fin soy libre!
-Fin-
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Para los demás, éramos unos bichos raros. La verdad es que en cierto modo
tenían razón, nos habíamos convertido en un grupo hermético y exclusivo;
siempre, estábamos lo cuatro solos, no nos relacionábamos con nadie más,
pero tampoco lo necesitábamos. Nos pasábamos los fines de semana tirados en
el piso de Diego, viendo películas y charlando hasta las tantas; incluso, si
salíamos de fiesta, era como si no hubiese nadie más a nuestro alrededor. No
nos hacía falta otra gente para divertirnos, los cuatro formábamos una
ecuación perfecta. Y, entonces, nuestro idílico mundo se desmoronó…
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2-JULIO
Todo pasó muy rápido, volvíamos de una fiesta a la que ni siquiera nos
apetecía ir y de la que nos retiramos temprano. Lorena y yo íbamos en el
asiento trasero, mi novia se había quedado dormida sobre mi hombro, Mónica
viajaba en el lado del copiloto y jugueteaba con la radio, fingiendo que
ignoraba a su chico, mientras este conducía en silencio. Llevaban todo el día
peleados y habían vuelto a discutir en la fiesta, aunque no nos habían querido
explicar la razón de ese extraño comportamiento. Se trataba de un trayecto
corto por una carretera bien iluminada, nada debería haber salido mal…
3.-DIEGO
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4.-LORENA
Mónica era algo más que mi amiga, era como una hermana para mí, con
quien lo había compartido todo desde la infancia. Y, por culpa de aquel
descuido imperdonable, ya no estaba, la había perdido para siempre. Sé que
suena muy cruel, pero ya nunca pude volver a mirar a Diego a la cara.
Inconscientemente, lo culpaba por lo sucedido y, aunque había sido un trágico
y desafortunado accidente, no pude evitar odiarlo. No lo quería cerca de mí y
aún menos de mi novio.
5.-JULIO
Aquella tarde tenía un mal presentimiento. De repente, supe que algo iba
mal y debía ir a su casa enseguida. Llamé a la puerta, pero nadie respondió,
sabía que estaba allí, casi no salía de casa desde el accidente. Usé mi copia de
la llave para abrir la puerta y entré en el piso a toda velocidad. Corrí hacia la
habitación de Diego, tan rápido como me lo permitieron mis piernas, y me lo
encontré sentado en la cama, sosteniendo un frasco de pastillas, tenía los ojos
cerrados y la cara empapada en lágrimas.
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–Aún nada... –respondió con voz cansada.
–¿Aún? ¿Te has vuelto loco? –le reclamé yo, arrebatándole el bote de la
mano con violencia–. Ya hemos tenido bastante drama como para que encima
ahora tu también… –Me detuve, ni siquiera me atrevía a decirlo, perder a
Diego me parecía algo impensable.
6.-DIEGO
Era la primera vez que conseguía pegar ojo tras muchas noches de insomnio
y, aunque solo fue por un instante, apretado contra el cuerpo de Julio y
sintiendo su calor contra el mío, me sentí calmado.
7.-LORENA
Julio empezó a descuidar nuestra relación por vigilar a Diego, algo que yo no
podía entender, puesto que consideraba que con la muerte de Lorena se
habían roto todos los lazos que nos unían. De hecho, si nosotras no los
hubiésemos presentado, ellos nunca se habrían conocido. Y así se lo dije en
medio de una de nuestras ya frecuentes discusiones, relacionadas siempre con
el mismo tema y con un único culpable: Diego.
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Colección homoerótica
–Tienes razón –admitió–. Al principio, ni siquiera me caía bien y, en otras
circunstancias, es muy posible que nunca hubiésemos llegado a hacernos
amigos. Es decir, no teníamos ningún interés común y nuestras vidas la verdad
es que eran muy distintas: él siempre ha tenido todo lo que ha querido, sus
padres se lo han pagado todo, la carrera, el piso, el coche… mientras que yo
tuve que buscarme la vida cuando he necesitado algo… pero, vosotras os
empeñasteis en juntarnos a pesar de nuestras diferencias, nos forzasteis a
relacionarnos el uno con el otro. Yo me resigné porque sabía que para ti era
importante pasar tiempo con Mónica… –me miró esperando una respuesta,
pero, como yo no sabía qué objetar, continuó hablando–: Cuando lo conocí
mejor, me di cuenta de que me había equivocado al prejuzgarlo, creo que al le
pasó lo mismo conmigo y nos hicimos buenos amigos. Quizá el único que
tengo ahora porque, por estar contigo, he perdido el contacto con muchas de
mis anteriores amistades.
–¿Me estás culpando por haber perdido a tus amigos? –pregunté indignada.
8.-JULIO
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todos los días, me pasaba por su piso después de trabajar y le ayudaba a
limpiar, a cocinar, o simplemente le daba un poco de conversación para que no
se sintiese solo. Con el tiempo, empecé a notarlo un poco más animado y
abandonó aquellas ideas catastrofistas que tanto me asustaron al principio. Sin
embargo, mientras que, por un lado, conseguía sacar del agujero a mi amigo;
por otro, la relación con mi novia se hundía cada vez más a pesar de mis
esfuerzos por intentar ayudarlos a los dos.
9.-DIEGO
–¿En qué quedamos? ¿Te ayudo o no? –preguntaba yo, fingiendo enfado.
–Pase por la empresa a entregar el parte de baja y tomé un café con unos
compañeros. ¿Sabes? Es muy curioso que lleve dos años trabajando allí y,
hasta ahora, nunca me había dado cuenta de lo divertidos que son. Aunque
tampoco los había tratado fuera del trabajo. Luego, fui a dar un paseo, llamé a
mi padre, pero estaba reunido…
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Colección homoerótica
–¡Tu padre siempre está reunido! –exclamó con ironía, pues conocía
bastante bien mi situación familiar y sabía que mis padres me habían
abastecido muy bien de recursos materiales, pero se les había olvidado la parte
afectiva–. ¡Me alegra que salgas! No es bueno para ti que te quedes todo el día
encerrado en casa.
–Creo que es una buena idea, así nos aireamos un poco los dos, que buena
falta nos hace…
–¡Pues claro! Además, aunque lo encontrases, no sabrías que hacer con él,
estás demasiado pedo…
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Colección homoerótica
con la camisa, en la que iba ganándome ella por goleada, cuando me di cuenta
que Julio me observaba desde la puerta y se estaba partiendo de risa a mi
costa.
–No te cabrees, "escayolas", que solo es una broma –susurró, poniendo las
manos sobre el botón del cuello de mi camisa–. Anda, deja que te ayude.
10.-LORENA
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que ejercía su amigo. Aquel día lo llamé varias veces y no me respondió. Estaba
preocupada y, a la vez, rabiosa.
–¡No puedo creerlo! –exclamó indignado y hecho polvo por lo que acababa
de oír. Me dio pena tener que mentirle de esa forma, y más aún involucrar a
Mónica, pero no tenía otro remedio, debía salvar mi relación como fuese.
–¡Por favor, Julio, tienes que creerme! Diego no es una buena persona –
sollocé abrazándolo, el correspondió a mi abrazo, pero se quedó callado y
pensativo. Aquel día, no fue a verlo, estuvo toda la tarde conmigo y, luego, se
quedó a dormir en mi casa. Por primera vez, tuve la esperanza de que las cosas
por fin volverían a la normalidad entre nosotros… ¡Qué equivocada estaba!
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11.-JULIO
Lo que me contó Lorena fue un jarro de agua fría para mí, yo confiaba en
ella, pero me costaba mucho creer que Diego fuese capaz de hacerme algo así.
Había algo que no me cuadraba. Y, por otra parte, no podía dejar de pensar en
la noche anterior y en todo lo que pasó.
–¡Las digo porque las siento! –objeté, mientras me acercaba un poco más a
él.
¡Parece que estés huyendo de mi! –exclamé, al tiempo que seguíamos con
aquella peculiar persecución, yo avanzaba y él retrocedía hasta que se
tropezó con la pared y ya no pudo seguir escabulléndose.
–¡No sé, igual es que me tienes miedo o algo! –contesté, a la vez que
colocaba los dos brazos contra la pared y lo dejaba atrapado entre ésta y mi
cuerpo.
Diego me correspondió con timidez, pero seguía notando muy tenso, así
que me aparté de él y lo dejé tomar una posición de distancia prudencial, en
la que se sintiese más cómodo.
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–Es tarde –dijo, queriendo fingir que no había pasado nada–, lo mejor es
que nos vayamos a dormir ya.
12.-DIEGO
–Diego, lo de ayer fue una total estupidez por mi parte, pero tienes que
entenderme, no pretendía que te sintieses amenazado…
–Lo sé, pero no quería hacerte daño. ¡De verdad! Fue el alcohol el que me
hizo perder los papeles…
–¡Sí, la bebida siempre ha tenido ese efecto en ti! –ironicé–. ¡Debí tenerlo
presente!
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–Vale, me lo merezco –reconoció apenado–, soy un gilipollas. ¡Perdóname,
por favor!
–¡Tú y yo siempre estamos igual! Creí que, después del accidente, habías
cambiado, pero ya veo que me equivoqué…
–Escucha, Diego: he venido a preguntarte una cosa y quiero que seas sincero
conmigo. Ayer Lorena me contó algo y necesito saber si es verdad.
–Me dijo que habías intentado ligar con ella y, por eso, tú y Mónica estabais
enfadados. –Me quedé mirándolo un instante con incredulidad, pensando que
mis oídos me estaban jugando una mala pasada y, luego, no pude aguantar
más y me eché a reír a carcajadas.
–¡Todo!
Ninguno de los dos dijo nada, nos quedamos mirando en silencio. Mi mente
voló casi un año atrás, cuando empezó "todo" entre nosotros. Yo sabía que
Julio engañaba a Lorena con hombres desde el principio de su relación. No
estoy seguro de que alguna vez la haya querido, pero la verdad es que lo dudo
mucho. Creo que siempre la ha utilizado para mantener las apariencias y por
puro interés, ella le pagó parte de los estudios y, cuando terminó la carrera, el
padre de Lorena lo enchufó en su empresa. Sin embargo, yo sí que quería a mi
novia, la amaba de verdad. Pero eso no fue suficiente cuando Julio irrumpió
sin permiso en mi vida y la cambió para siempre. Cuando me quise dar cuenta,
ya había echado a perder mi relación con Mónica.
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13.-JULIO
–¡Uff, estoy muy mareado! Hacía bastante tiempo que no bebía tanto… –
exclamó Diego, apoyándose contra la pared del salón para no perder el
equilibrio–. El sofá es muy incomodo, pero tengo una cama grande. Puedes
dormir conmigo si quieres.
–¿Por qué no? –pregunté, fingiendo decepción. Pero no me iba a dar por
vencido tan fácilmente. Yo también había bebido bastante, pero toleraba el
alcohol mucho mejor que él y aún conservaba las ideas muy claras. Por eso,
me aproveché de las circunstancias–. ¡Pues a mí no me importaría! –De
repente, la sonrisa se borró de su cara y se me quedó mirando muy serio,
tratando de decidir si hablaba en serio o le estaba tomando el pelo.
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–Intento besarte.
–¡No me gusta perder el tiempo cuando quiero algo! –Él no dijo nada,
estaba tenso, pero no parecía asustado o incomodo. No oponía resistencia y
esa fue la única señal que necesité para seguir adelante. Rodee su cintura con
los brazos y lo atraje hacia mí, frotándome contra su cuerpo hasta que le
arranqué un suspiro. Nos miramos fijamente a los ojos y lo besé. Tardó unos
segundos en reaccionar, pero, al final, también me correspondió.
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–¡Sácamela, me duele! –suplicó, pero no lo hice. Simplemente, me quedé
unos segundos quieto y, luego, empecé a moverme muy despacio.
–Pues tu culo se está abriendo para mí como una flor… ¡Creo que has
nacido para tragar polla! –repuse, acelerando aún más el ritmo de mis
embestidas.
–¡Imbécil!
14.-DIEGO
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–¡Buenos días! –exclamó Julio, pasando un brazo por mi cintura–. ¿Cómo
estás?
–¡Eres un cabrón!
–¡Lo sé, me lo dijiste ayer! Aunque, también decías que te estaba violando,
mientras me abrazabas y jadeabas en mi oído… ¡Así que perdona si no me lo
trago del todo! –replicó con ironía.
–¿Y qué pasa con las chicas? ¡Nunca antes le había sido infiel a Mónica!
–¿Así de fácil?
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15.-JULIO
–La noche del accidente Mónica me dijo que hablaría con Lorena, yo le pedí
que no lo hiciese, pero estaba dispuesta a desenmascararte. Sin embargo,
nunca llegó a hacerlo, ella murió antes y tú salvaste el culo…
–Espera un momento –lo interrumpí, presa del pánico ante la idea que
acaba de surgir en mi cabeza, pero no podía ser, tenía que estar equivocado–,
tú no provocaste el accidente a propósito, ¿O sí?
–¡Diego! –exclamé, mirando a unos ojos que ahora parecían vacios, carentes
de vida, casi inhumanos.
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Colección homoerótica
–Pero… ¿Por qué?
–Mira a donde nos han llevado todas esas mentiras, les hemos destrozado la
vida a personas que no se lo merecían… ¡Hay demasiada mierda sobre nuestra
relación!
16.-DIEGO
–¡No puedo seguir así! –le dije, unos días antes del accidente–. Tenemos
que contárselo, hay que terminar con esta farsa de una vez por todas…
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Colección homoerótica
–Pues mantener una relación normal, sin tener que escondernos para
estar juntos…
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Colección homoerótica
derrumbar mis defensas, pero lo quiero tanto que me duele y no puedo vivir
sin él, aunque el precio sea demasiado alto.
17.-LORENA
Ahora, mientras la sangre brota de los cortes de mis muñecas y tiñe de rojo
el agua de la bañera, por fin comprendo que no estaba enfadada con Diego, ni
siquiera con Julio, sino conmigo misma por no haber tenido el valor necesario
para reconocer la verdad y luchar por el amor de mi vida, por esperar
demasiado tiempo para confesarle mis sentimientos y perder la oportunidad
de hacerlo en este mundo. Por eso, voy a seguirla al siguiente. Espero que
Mónica pueda perdonarme por mi estúpida cobardía. Adiós.
-Fin-
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Colección homoerótica
El secreto de Iván
Ernesto Salazar levantó su copa con orgullo y dedicó unas palabras de
felicitación y afecto a los futuros esposos, a su hijo pequeño Pablo (único
heredero de su fortuna y próximo sucesor en la presidencia de la compañía,
puesto que Ernesto había decidido retirarse para dedicarse a su carrera
política), y por su nuera Helena (primogénita de su socio y gran amigo
Leandro Herrera), todos los invitados aplaudieron con entusiasmo. Los novios
se limitaron a sonreír y asentir, con una emoción más fingida que real.
–¡He dicho que no quería interrupciones! –rugió Ernesto, cuando una de las
doncellas le dio el aviso de que tenía una llamada telefónica.
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Colección homoerótica
hermano muerto? No podía ser, tenía que haber un error. La relación de los
dos hermanos se había enfriado mucho en los últimos años porque ambos
tomaron caminos muy distintos: mientras que Iván siempre había sido un
chico rebelde que decidió vivir su vida lejos de su autoritario padre, Pablo hizo
todo lo contrario, quedándose al lado del patriarca y convirtiéndose en su
mano derecha y hombre de confianza.
Sin embargo, las cosas no siempre habían sido así. De niños y adolescentes,
estaban muy unidos y, al ser tan poca la diferencia de edad que los separaba,
sólo un año y medio, eran también grandes amigos y confidentes. Pablo no
sabría decir en qué momento perdieron aquella bonita amistad para
convertirse en completos desconocidos. Pero, ahora, eso ya no importaba, su
hermano estaba muerto y lo peor de todo era que él mismo se había quitado la
vida.
***
Se celebró un funeral privado y sólo permitieron la entrada a las personas
más cercanas a la familia. Ernesto había querido tratar el tema con absoluta
discreción, un escándalo como aquel podría manchar su buen nombre y
perjudicarlo de cara a las elecciones para la alcaldía de la ciudad. Pablo no
pudo contener la profunda tristeza que, por momentos, se apoderaba de él y
rompió a llorar, su padre lo miró con desaprobación, pero no dijo nada, debía
mantener las apariencias delante de los invitados.
–Lo lamento mucho, pero esta es una ceremonia privada. Tienes que irte
antes de que mi padre te vea.
–Verás, el día que murió, me llamó para comer juntos y estaba muy raro…
hablaba sin parar, pero decía cosas sin sentido… aunque yo nunca pensé que
llegaría a hacer lo que hizo… no paraba de repetir que no te había protegido
como debería hacer un hermano mayor… entonces me dio esto… –explicó
tendiéndole una pequeña llave antigua de color cobrizo–. Me hizo jurar que te
la daría si, algún día, le pasaba algo. Dijo que tú sabrías lo que significaba. –
Pablo sujetó la llave con la mano derecha y se quedó un instante mirándola
casi como hipnotizado.
–Sí. Cuando éramos críos, mi abuela nos leía un fragmento de "La isla del
tesoro", cada noche antes de irnos a dormir. Mi hermano y yo estábamos tan
obsesionados con las historias de piratas que nos pasábamos el día dibujando
mapas y enterrando cosas por el jardín. A la "Tata" le hicieron tanta gracia
nuestras ocurrencias que nos regaló un pequeño baúl de madera, como los que
aparecen en las películas de piratas. Esta es la llave. Metimos nuestros bienes
más preciados en esa caja: canicas, chapas, coches de juguete, cromos de
fútbol… –explicó con una sonrisa melancólica–. Y, luego, lo escondimos en el
desván y juramos no abrirlo hasta que fuésemos mayores. Lo había olvidado…
–Pues parece que tu hermano no. Hay algo allí que quería que vieras.
–Desde que murió la abuela, perdimos el contacto por completo, ella era la
única que sabía mantenernos unidos… ¡Si le hubiese prestado más atención,
esto no habría pasado!
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–No creo que Iván te culpase de nada. Él siempre hablaba de ti con mucho
cariño.
–Gracias.
***
El desván seguía tal y como Pablo lo recordaba. Casi parecía que, en aquel
lugar, no habían pasado los años. Todavía estaba la alfombra roja en la que su
hermano y él se tumbaban para mirar al techo, mientras contaban historias de
miedo. Si no recordaba mal, el baúl estaba escondido dentro de una alacena
antigua, y enterrado debajo de un montón de periódicos y libros viejos. Buscó
con impaciencia para descubrir que, efectivamente, seguía allí. Sujetó el cofre
con mucho cuidado, depositándolo sobre la alfombra para, acto seguido,
arrodillarse a su lado, igual que en su tierna infancia. Dudó unos instantes. Allí
dentro podía estar la explicación a la extraña muerte de su hermano y le
aterraba lo que pudiese encontrar. Finalmente, introdujo la llave en la
cerradura y la giró, sintiendo como el corazón se le encogía por momentos.
Observó su contenido con calma, eran sus tesoros de la niñez: las canicas,
los cromos, las chapas… Pero también había un objeto nuevo, algo que Pablo
no recordaba haber puesto allí: un cuaderno azul. Lo sacó con mucho cuidado,
como si temiese que éste pudiese desintegrarse al entrar en contacto con sus
manos, y lo observó con atención. Alguien había escrito una especie de
dedicatoria en su portada, con un rotulador negro. En seguida reconoció la
letra, era la de Iván.
«Querido Pablo: Si estás leyendo esto, es que al final lo he hecho. Siento que
las cosas sean así, sé que últimamente no nos veíamos mucho y que fue culpa
mía que nos alejásemos tanto. Pero necesito que sepas que nunca me olvidé
de ti. Hay cosas de mí que tú no sabes y que lo explican todo, un secreto que
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no me atreví a confesarte antes, pero que no puedo callar por más tiempo,
necesito advertirte para que no termines como yo. Lo que estás a punto de
leer es un fragmento de mi historia, el diario del año más horrible y
tenebroso de mi vida. Léelo. Después lo comprenderás todo. Te quiero mucho,
hermano. Iván».
Pablo, tragó saliva y, acto seguido, abrió el cuaderno con cierto recelo
¿Cómo podía un diario de hacía diez años arrojar alguna luz sobre su muerte?
¿Y qué había escrito en aquellas hojas que fuese tan terrible como para
explicar un suicidio? Estaba a punto de averiguarlo.
Sólo faltan dos días para mi cumpleaños, pronto cumpliré los quince, estoy
muy contento porque la abuela me ha dicho que puedo celebrar una fiesta en
casa, pero lo mejor es que se lo he dicho a Juan y ha aceptado venir. Ahora
solo tengo que pensar la forma de darle esquinazo al pelmazo de mi hermano
para que no se pegue a nosotros durante toda la tarde. Tengo muchas ganas
de estar a solas con él, esta será la primera vez que podemos vernos sin gente
alrededor».
He hablado con Juan sobre el tema y dice que le da miedo, pero que
también tiene muchas ganas, me parece mentira que al final estemos juntos.
Mañana nos iremos al desván, lo tengo todo preparado, hasta he subido unas
mantas para estar más cómodos…».
Pablo era incapaz de dar crédito a lo que leía, recordaba a Juan, era el mejor
amigo de su hermano, un chico delgaducho y pecoso que siempre llevaba ropa
de deporte y una gorra puesta del revés, pero jamás había llegado a imaginarse
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que pudiera existir algo más que amistad entre ellos dos, estaba claro que Iván
guardaba muchos más secretos de los que imaginaba.
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llegué a su polla que ya estaba completamente dura. Entonces, el buscó la
mía y nos pajeamos el uno al otro hasta que nos corrimos.
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Pablo se limpió las lágrimas de la cara con el dorso de la mano. La imagen
de su hermano, encogido sobre aquella misma alfombra, desnudo y
maltratado, le rompía el corazón. Recordaba el semblante serio de Iván cuando
regresó solo a su fiesta de cumpleaños, parecía triste, como ausente, y sus
caminos comenzaron a separarse en aquel mismo instante. Ahora comprendía
por qué. También coincidió que justo por esas fechas la estrecha amistad entre
Juan e Iván se rompió extraña y repentinamente. Nadie conseguía explicarse
por qué esos dos chicos habían pasado de ser inseparables a ni tan siquiera
saludarse cuando se cruzaban por la calle.
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«25 de agosto de 1996
Me he pasado todos estos días con los chicos… ¡No hemos dormido nada!
Toño y yo nos estamos haciendo muy amigos. Siempre está muy pendiente de
mí y habla mucho conmigo. Hoy me ha enseñado a liar un canuto y, luego,
me dejó fumar unas caladas, pero acabé mareándome y echando la pota de
nuevo. A ver si aprendo de una puta vez… ¡Vaya mierda, seguro que piensa
que sólo soy un crío! ».
«5 de septiembre de 1996
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broma y, de repente, se abalanzó sobre mí y me plantó un morreo. Besa muy
bien, muchísimo mejor que Juan que siempre me llenaba de babas.
–No –mentí, no quería que creyese que era un niñato y pasase de mí.
–A uno.
–Sabía que tenías un secreto desde la primera vez que te vi… –comentó,
apretándome el culo con fuerza.
–¿Tanto se me nota?
–No es eso. Lo que pasa es que los que estamos acostumbrados a mentir y a
fingir delante de los demás nos olemos a otro mentiroso a kilómetros de
distancia… –susurró, mientras me besaba el cuello y restregaba su paquete
contra el mío.
–¿Estás loco? ¡Si se enteran, me rompen las piernas! Sólo lo sabes tú y, por
la cuenta que te trae, espero que mantengas la boca cerrada.
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mi nalga. No pude reprimir un grito de dolor, seguido de otro de placer al
notar su lengua en mi culo. Era una sensación muy extraña, pero placentera.
Después, colocó su polla entre mis nalgas, me agarró de la cintura y comenzó
a empujar sin compasión, provocándome un dolor indescriptible.
Cuando por fin se corrió y me soltó, caí al suelo de rodillas, sintiendo como
si el culo me ardiese por dentro, no sé si fue por los efectos de los porros o
qué, pero empecé a llorar.
–¡No seas crío! Lo has disfrutado tanto como yo –exclamó, entre risas,
mientras se arreglaba la ropa–. ¡Y de esto ni una palabra a nadie! –añadió,
antes de marcharse y dejarme allí solo.
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Pablo soltó el cuaderno como si, de repente, le quemase ente las manos. No
podía seguir leyendo. Tenía que ser una broma macabra, era incapaz de dar
crédito, Iván relataba una violación en su diario, y lo peor de todo es que ni
siquiera fue plenamente consciente de la gravedad de esos hechos.
***
Algunos días después, Pablo estaba sentado frente a la mesa de su despacho,
con una pila de informes para revisar, pero era incapaz de concentrarse, no
dejaba de pensar en la repentina muerte de su hermano y en el cuaderno que
éste le había legado, pero no entendía qué sentido tenía que le dejase ahora un
diario de hacía diez años.
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al que le confió su última voluntad. Estaba claro que confiaba en él.
Seguramente, era quien mejor lo conocía. Después de mucho dudar, descolgó
el teléfono y lo llamó, necesitaba saber más sobre la muerte de Pablo y Hugo
era el único que podía ayudarlo.
***
Pablo caminaba cabizbajo, absorto en sus preocupaciones, todo estaba
sucediendo demasiado deprisa y le costaba mucho asimilarlo. El suicidio, el
reciente descubrimiento de la homosexualidad de su hermano, la inminente
boda con Helena, todo aquello le venía demasiado grande. Entró en la cafetería
que el otro le indicó por teléfono. Estaba muy concurrida, demasiado para su
gusto. Sobre todo, teniendo en cuenta el tema que había ido a tratar. Buscó a
Hugo con la mirada y lo encontró cerca de la barra.
–¡No, qué va! Acabo de llegar ahora –respondió Hugo, con una sonrisa–.
¿Te parece bien que demos un paseo? Aquí hay demasiada gente…
–Bueno… ¿No me vas a decir que te preocupa? –le preguntó Hugo, tras unos
minutos de silencio.
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–Sí, me lo contó. ¿Ya lo has leído?
–Voy como voluntario dos veces por semana. Allí nos hicimos muy buenos
amigos. Luego, abandonó el centro y dejó el tratamiento a medias, pero
seguíamos quedando de vez en cuando. La última vez fue el día que me dio la
llave, quedamos para comer juntos porque siempre se deprimía mucho por
esas fechas.
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–Dime una cosa: ¿Sabes por qué me dejó su diario?
–Pablo, yo en eso no puedo ayudarte. Creo que es algo que debes descubrir
por ti mismo. Lo único que puedo hacer es estar ahí si algún día necesitas
hablar…
–Gracias, Hugo.
***
Estaba anocheciendo. Pablo miró el reloj sobresaltado, ya casi eran las ocho
de la tarde. Se le había pasado el tiempo volando mientras hablaba con aquel
hombre al que ya consideraba un amigo.
–A mi también.
***
Pablo introdujo la llave en la cerradura del pequeño baúl del tesoro, ante la
atenta mirada de su amigo. El viaje en coche hasta la casa de la abuela se le
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había hecho interminable, la impaciencia lo atormentaba. Buscó la página en
la que se había quedado la última vez, y tomaron asiento en un viejo y
desgastado sofá.
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tobillos y me sacó la camiseta, fue descendiendo con su boca por mi espalda
desnuda…».
–¡Esto mejor nos lo saltamos! –exclamó Pablo algo nervioso, no quería que
Hugo se diese cuenta de que la historia lo estaba turbando de una forma
realmente extraña, ahora que lo tenía a él tan cerca.
–¿Qué?
–Pero…
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–¿De qué hablas? ¡Eso lo leí en el diario, yo no vi nada!
***
Diez años atrás, un niño travieso y curioso había seguido a su hermano y a
su mejor amigo hasta el desván de la abuela. Escondido entre unas cajas,
observó el espectáculo totalmente sorprendido y fascinado. Aún no entendía
demasiado bien qué era lo que estaban haciendo, pero no tuvo la impresión
de que fuese nada malo o sucio.
***
–Mi hermano se volvió muy rebelde. Cada vez, se metía en más problemas y
mi padre no paraba de darle palizas… –masculló Pablo, aun de rodillas en el
suelo–, y yo estaba tan asustado que era incapaz de contradecirlo en nada, no
quería que me pegase a mi también. Así que siempre hacía todo lo que él me
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ordenaba… ¿Sabes qué es lo más gracioso? Tengo veintiséis años y todavía le
obedezco. Voy a casarme con una mujer que no me quiere y a la que no quiero
sólo por satisfacerlo.
–Eso mismo era lo que Iván quería para ti. Por eso, te dejó el diario.
–Nos hizo creer que ser gay es una enfermedad y que por eso mi hermano
era tan infeliz. Pero la causa de su desgracia no fue la homosexualidad, sino
nuestro propio padre… ¡Ahora lo entiendo! –dijo, poniéndose de pie–
.¡Vámonos de aquí, por favor, no soporto más este sitio!
***
Hugo no le dijo a dónde iban, simplemente giró el contacto y arrancó el
coche. Tampoco Pablo preguntó. No hacía falta. Por fin había logrado
comprenderlo todo. Por primera vez en diez años, se sentía en paz consigo
mismo. Recostándose en el asiento del copiloto, cerró los ojos, apretó con
fuerza el cuaderno azul contra su pecho y se quedó dormido.
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–¿De qué se trata?
–Vale. Pero iremos muy despacio. Poco a poco. No hay ninguna necesidad
de correr, tenemos mucho tiempo por delante…
–Tócame –le susurró al oído y Pablo obedeció al momento con una mano
temblorosa–. ¡Dios, esa jodida timidez tuya es tan caliente!
–¿Te gustan los chicos tímidos? –preguntó, apretando su agarre con una
mirada pícara.
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–Me gustas tú cuando lo eres –murmuró, mientras se deshacía de la ropa
interior de ambos–, y también cuando no.
***
Pablo se despertó en una cama que no era la suya. A su lado, dormía
plácidamente otro hombre, los dos estaban abrazados y completamente
desnudos. Entonces, sintió pánico y remordimientos por lo que acababa de
hacer. La seguridad de la noche anterior se había esfumado. Ahora solo podía
pensar en salir corriendo de allí lo antes posible y no volver nunca. Buscó su
ropa, desperdigada por toda la casa, y el diario de su hermano que se quedó
tirado en la entrada. El cuaderno estaba abierto casi por el final. Iba a
recogerlo para marcharse cuando se percató de algo diferente, la página estaba
escrita con el mismo rotulador negro de la portada, la observó con atención y
se dio cuenta de que era otra carta.
«Querido Pablo:
Ahora que has leído mi historia, espero que comprendas un poco mejor la
decisión que he tomado. Mi vida ya no tenía remedio, pero la tuya sí. Por
favor, hermano, trata de ser feliz, intenta dejar atrás el miedo y los
prejuicios, olvida aquella tarde en el desván y haz lo que te dicte el corazón:
lo que tú quieres realmente y no lo que te impongan los demás.
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embargo, tú aún estás a tiempo de ser feliz, no desperdicies tu oportunidad.
Te quiero mucho.
Iván».
-Fin-
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Cerré los ojos y me esforcé en sentir su calor, el calor que todavía la muerte
no había sido capaz de llevarse. Algo se rompió en mi interior, destrozándome
las entrañas, desgarrándome el pecho, quemándome la garganta, lloré y los
sollozos dieron paso a los gritos de desesperación. No recuerdo cuanto tiempo
estuve así, no sé si fueron segundos, minutos o tal vez horas, fue casi como si
mi mente se hubiese separado de mi cuerpo. Cuando recuperé la cordura, me
di cuenta de que ya no estábamos en el hotel, sino en la cama de un hospital.
Mi hermana Helena me observaba desde una butaca, con el rostro
desencajado, parecía triste y consumida por la preocupación.
–Dani –dijo tragando aire y cogiendo una de mis manos entre las suyas–,
Ángel ha muerto. ¿No lo recuerdas? ¡Lo siento mucho! –afirmó, entre sollozos,
mientras me apretaba con fuerza; y no fue hasta esos instantes, en los que mi
hermana me abrazaba, cuando comencé a ser realmente consciente de que lo
había perdido para siempre–. ¿Qué vas a hacer? ¿Volverás a casa?
–No –respondí tajante–. Este es el único lugar donde los dos fuimos felices.
Le prometí ser fuerte y seguir adelante, sólo aquí podré lograrlo.
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***
Mi historia comienza casi un año y medio antes de ese trágico
acontecimiento que marcó mi vida para siempre. Empezaba un nuevo curso,
segundo de bachillerato, nunca había destacado demasiado en los estudios,
más por falta de motivación que por carecer de capacidad.
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un poco al andar. Llevaba unas gafas muy anticuadas y vestía ropa oscura, lo
que todavía acentuaba más su extrema palidez.
Recuerdo que, entre risas, les comenté a mis amigos que debía de venir de
otro planeta. Lo clasificamos como "pardillo" desde el primer día y, debido a la
ropa oscura y a su piel blanca, lo apodamos "el vampiro". Esa era la clase de
personas que éramos, lo juzgamos sin conocerlo de nada y pronto pasó a
nuestra lista de apestados. Con el transcurrir de los días, nuestras burlas iban
en aumento, pero nada de lo que le dijésemos parecía afectarle. Su cara era
siempre como la de una escultura esculpida en mármol que jamás cambiaba de
expresión, ni dejaba aflorar la más mínima emoción. Debo admitir que, en
secreto, eso me intrigaba, pero, obviamente, no me acercaba a él.
Pasó más de medio curso antes de que cruzásemos la primera palabra y fue
debido a un trabajo de clase. El profesor nos emparejó por orden de lista y nos
tocó juntos. Recuerdo las risas burlonas de mis amigos y lo avergonzado que
me sentí yo por sus gracias. Le supliqué al profesor que me cambiase de
compañero, éste por supuesto se negó y me recomendó que madurase. Ángel
ni siquiera me miró, me imagino que él tampoco se sentiría demasiado feliz
por tener que trabajar conmigo, pero su rostro seguía sereno e impasible.
***
–¿Quien ha hecho este trabajo? –le preguntó el profesor unos días después.
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–Daniel y yo –respondió Ángel con total tranquilidad. Me quedé perplejo,
no podía creer lo que estaba escuchando, pensé que mi imaginación debía
estar jugándome alguna mala pasada.
–Sí –afirmó sereno. El profesor frunció el ceño y, luego, fijó sus ojos en mí,
creo que me puse rojo como un tomate.
–Pues han sacado la mejor nota de toda la clase: un nueve –nos comunicó
poco convencido–. Pero yo de usted no me pondría demasiado contento –me
dijo, mirándome con suspicacia–, el examen final de la asignatura es dentro de
dos meses y, entonces, no tendrá a Ángel para que le saque las castañas del
fuego. Y, a juzgar por cómo lleva mi asignatura, me temo que volveremos a
vernos el año que viene…
Él se volvió sin soltar palabra, por toda respuesta se limitó a mirarme, sus
ojos se clavaron en los míos a través de sus gafas. Me sentí algo incomodo y
bajé la vista, pero él no apartó la mirada, casi parecía que me estuviese
retando.
–¡Espera! –él se volvió–. ¿Por qué lo has hecho? Quiero decir... ¿Por qué no
contaste la verdad?
–No sé si hay algún motivo razonable para que yo te caiga mal. Más bien me
parece un complejo de inferioridad, tus amigos y tú necesitáis ridiculizar a los
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demás para sentiros superiores… ¡Es una lástima que además de guapos y
populares no seáis también inteligentes!
–¿Por qué? ¿Tienes miedo de que me vaya de la lengua? Por mi puedes estar
tranquilo, yo no voy a decir nada. Pero ahora no hace falta que te hagas el
simpático conmigo porque no te pega nada, se te ve el plumero demasiado...
***
Uno de esos días en los que llegaba a casa después del colegio y encontraba a
mis padres discutiendo, volví a coger mi mochila y me monté en mi
ciclomotor, acelerando tanto como éste me permitía, tratando de dejar las
penas atrás y, aunque por un instante, me parecía conseguirlo; luego, éstas
siempre volvían a encontrarme.
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Pisé a fondo, mientras las lágrimas lo volvían todo borroso, brillante, casi
bonito. Entonces, escuché una voz familiar que me gritaba advirtiéndome del
peligro. Volví en mí y traté de frenar, pero fue demasiado tarde, me estampé
contra el suelo y rodé. Un dolor punzante recorrió todo mi cuerpo,
recordándome que aún seguía vivo. Abrí los ojos y me encontré con un rostro
que conocía bien, al que tantas veces había mirado a escondidas, del que me
había burlado y que, en ese momento, me observaba con una mueca de sincera
preocupación.
–¿Por qué? –preguntó, lleno de confusión–. ¿Por qué querría morir alguien
como tú? ¡Pero si lo tienes todo!
–Te equivocas, no tengo nada, estoy solo… –confesé, mientras sentía que los
ojos me pesaban cada vez más.
–No te duermas, háblame, cuéntame por qué crees que estás solo…
–Estoy cansado.
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su voz tratando con desesperación de mantenerme despierto y la sirena de la
ambulancia al fondo, pero era como si nada de eso fuese real para mí. Después,
me desperté en la cama de un hospital. Él seguía a mi lado, no se había movido
de allí. Al ver que volvía en mi, respiró aliviado.
–Unas horas, te pondrás bien. Los médicos dicen que no tienes nada grave,
pero… ¡Dani, eso que has hecho ha sido una auténtica barbaridad! Quiero que
me prometas que no volverás a intentarlo.
–¿Por qué te preocupas tanto por mí con lo mal que te hemos tratado?
–De acuerdo –accedí por no discutir, pero no pude evitar sonreír, su sincera
preocupación por mi me enternecía. Es la primera vez que le importo a
alguien.
Los días siguientes, en el hospital, fueron felices. Lejos de mis padres y sus
gritos. Lejos del instituto y las conversaciones banales. Sólo estaba él, quien no
se separó de mí en ningún momento. Hablamos mucho aquel tiempo, de
nuestras vidas, del instituto, de lo terriblemente idiotas que eran mis amigos,
de mi familia, de su enfermedad, del tratamiento y las pocas posibilidades que
tenía de vivir.
–Cáncer –repetí en voz baja, como temiendo que si lo decía más alto se
volvería real.
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Tenía tantas ganas de vivir que he peleado con todas mis fuerzas… ¡Hay tantas
cosas que me gustaría hacer!
–¡Ufff, muchas!
–Dime una.
–¡Mucho! –admitió.
–¿Y si yo te llevase?
Me vestí con ropa de calle y, luego, salimos del hospital sin que ningún
médico o enfermera se diese cuenta de mi fuga. Metí alguna ropa en una
mochila. Luego, lo acompañé a su casa. Esperamos a que sus padres se
marchasen para entrar a hacer las maletas y, finalmente, compramos dos
billetes para el primer vuelo a la isla que encontramos.
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no me había parado a pensar en lo que sentía yo por él. La verdad es que su
aspecto misterioso me había intrigado desde el primer día. Supongo que, si las
cosas no hubieran llegado a precipitarse tanto, nunca habría admitido que esa
curiosidad fue creciendo en mi interior hasta convertirse en mi pequeña
obsesión.
–Es la primera vez que alguien me besa –me confesó–. Me he pasado toda la
vida sometiéndome a tratamientos que sólo me agotaban, recluido en
hospitales, pero ya no quiero volver… ¡Prométeme que tú nunca me llevarás a
ninguno!
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mi propia vida se consumía en ello. Quería hacerlo gemir, suspirar, retorcerse
entre mis brazos, pero, sobre todo, quería hacerlo feliz.
–No, no me pidas disculpas. Soy tuyo para que hagas conmigo lo que
quieras… ¡Puedes correrte dónde te dé la gana!
***
Pasamos juntos las semanas más felices de nuestras vidas hasta que, una
mañana, él no se despertó. Han pasado ya muchos años desde aquellos días.
Ángel me obligó a prometerle que seguiría adelante cuando ya no estuviese, y
yo cumplí todas y cada una de las promesas que le hice. Sigo viviendo en
Lanzarote y he rehecho mi vida con una gran mujer que conoce y comprende
mi historia. Sin embargo, cada vez que visito el Tymanfaya, no puedo evitar
pensar en él y sonrío mientras se me escapa una lágrima.
-Fin-
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