Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ISBN: 978-607-8132-25-6
D. R. © Ediciones Navarra
Van Ostade núm. 7, Alfonso XIII,
04160, México, D.F.
www.edicionesnavarra.com
www.facebook.com/edicionesnavarra
www.edicionesnavarra.tumblr.com
@Ed_Navarra
Introducción | 9
Bibliografía | 135
12
fiel de todo lo visible. Por otro lado, la voluntad de ocultación que con-
cibe a la imagen como símbolo intelectual, como representación crípti-
ca y hermética. Gubern ha propuesto llamar al primer tipo de imagen,
que ambiciona ser mímesis, simulacro y doble ostensivo e isomórfico
de lo real, imagen–escena, y a la segunda, que busca cifrar y encubrir su
mensaje, imagen–laberinto (Gubern, 2003).
Si la primera es una imagen icónica que apela a los sentidos, la se-
gunda es una imagen simbólica cargada de opacidad y densidad polisé-
mica. Si la primera desemboca en la imagen virtual, mímesis hiperreal
del mundo, la segunda se alimenta en permanencia de la fantasía y la
hiperbolización. Ambas modalidades de la imagen, la figurativa y la
abstracta, la representativa y la no–representativa, están presentes en
todas las sociedades y son el producto de la poderosa pulsión escópica
que caracteriza a la especie humana, que paradójicamente es el resul-
tado de la prematuración del ser humano al nacer, quien compensa su
insuficiencia biológica con una ilimitada capacidad imaginativa. Si la
artificiosidad de la imagen simbólica nos remite necesariamente al con-
texto cultural en la que es producida, la imagen icónica, aunque aspira
a reflejar la realidad, no es menos convencional y sujeta a los cambios
históricos y culturales.
La historia de la pintura demuestra que la percepción de lo real está
sujeta a convenciones plásticas que, sin ser completamente arbitrarias,
implican un canon icónico y una competencia visual tanto de los crea-
dores como de los consumidores de imágenes (la representación de per-
fil antecedió a la representación de frente, la representación delineada
a la detallada, el retrato de seres genéricos precedió al retrato de sujetos
singulares, las imágenes representadas en un mismo plano precedieron
a su representación en perspectiva). Sin embargo, nos interesa interro-
garnos aquí sobre el estatuto particular de la imagen fílmica, a medio
camino entre lo icónico y lo simbólico, lo documental y lo ficcional,
cuya naturaleza misma la distingue de otros tipos posibles de imágenes.
Al respecto, llama la atención el poco interés que la antropología
ha mostrado por el mundo de las imágenes fílmicas y las narrativas ela-
boradas a partir de ellas. Aunque existe una larga tradición de estudios
del cine desde la sociología, la historia, la semiótica, el psicoanálisis, la
narratología o la comunicología, los antropólogos se han interrogado
muy poco sobre el fenómeno cinematográfico en tanto que formación
cultural. El interés de la antropología en las lógicas culturales de las
14
es la vida pero sin sus partes aburridas” y Samuel Fuller afirmaba que “el
cine en blanco y negro es más real que el cine a color”). Si la ficción ci-
nematográfica puede ser experimentada como un doble de la realidad,
como una recreación del movimiento vital, si la ilusión óptica que ella
suscita puede atraparnos hasta el grado de provocarnos un efecto muy
vivo de realidad, con mayor razón debería hacerlo el registro cinema-
tográfico de eventos “reales”, es decir, el llamado cine documental, que
pretende reproducir sin alteraciones la realidad exterior.
Sin embargo, también es cierto que tanto las producciones docu-
mentales como las de ficción no dejan de depender de un efecto de
artificialidad más o menos inevitable que, resultado de la simple edi-
ción de sus imágenes, parasita sus pretensiones realistas. En cualquier
caso, desde sus orígenes, la producción de la imagen fílmica conllevó
el desarrollo de dos regímenes de articulación, de dos dispositivos para
conjugar imágenes, el dispositivo ficcional y el dispositivo documental
o de no–ficción, los dos polos entre los que se debate toda la reflexión
sobre la naturaleza del cine y que opone dos tradiciones, la científica,
que surge con los hermanos Lumière, y la artística, que nace con Geor-
ges Méliès.
Este doble lenguaje del cine, ficcional y no ficcional, expresivo
y mimético, es un rasgo distintivo que hace del cine una formación
cultural y una tecnología mediática compleja, en la que confluyen
múltiples aspectos encontrados que explican el carácter paradójico y
contradictorio de la misma; en efecto, el cine es magia y ciencia, es a
la vez un arte (el séptimo) y un gran negocio, es una industria cuyas
máquinas, en lugar de producir bienes materiales, producen sueños,
es un instrumento al servicio de la investigación científica pero tam-
bién del puro entretenimiento y la evasión, es un arte que se basa
en la ilusión de movimiento, continuidad y visibilidad generada por
la sucesión de imágenes fijas pero que también explora lo invisible
y lo discontinuo a través de la descomposición del movimiento, es
un medio para la manipulación ideológica pero también para la
sublimación estética, es un arte de excepción porque no es elitista
(como las artes clásicas) sino de masas, es una industria interesada
en los beneficios económicos pero es también una noble empresa
cultural, en fin, es un arte que antes de ser clásico fue vanguardista
(Russo, 2008).
17
20
21
3 Viene al caso recordar la anécdota según la cual, después de ver Moi, un noir (1958)
de Jean Rouch, el cineasta Jean Luc Godard afirmó que este film demostraba que
“todas las grandes películas de ficción tienden hacia lo documental y todos los
grandes documentales tienden hacia la ficción”. Una prueba de esta contaminación
22
porque desde cierta perspectiva puede pensarse que todo film tiene un
valor documental, incluyendo los de ficción, y que ningún documental
retrata o refleja las cosas como son realmente porque en el fondo, por el
simple hecho de estar sometido a la manipulación que deriva del encua-
dre o del montaje, es ficcional. Asimismo, si es posible considerar que
en el fondo todo film es de ficción, también podemos pensar que todo
film posee un alcance y un valor etnográfico, y no solo aquél producido
por los antropólogos.
¿Qué es lo que define a un film como etnográfico? ¿El contenido,
la intención del autor o el uso y la apropiación del film por parte de
su público o sus críticos? Como señala Delgado, si definimos el valor
antropológico de un film por el uso que se puede hacer de él, “no cuesta
demasiado llegar a la conclusión de que si por cine etnográfico tuviéra-
mos que entender aquellas películas que pueden ser usadas para expli-
car la vida de una sociedad dada, nos encontraríamos con que todas las
producciones cinematográficas que se exhiben en las salas comerciales,
así como la totalidad de elaboraciones amateurs llevadas a cabo con
cámaras domésticas de cine o video, serían dignas de tal consideración”
(Delgado, 1999: 67).
Si todo film es en última instancia antropológico es porque cual-
quier film refiere a la cultura, la propia o la de otros, aunque no haya
sido producido en un contexto de trabajo etnográfico o con una in-
tencionalidad antropológica. Por este motivo, una antropología de la
imagen cinematográfica no sólo puede, también tiene la capacidad de
abordar a los productos fílmicos como materiales etnográficos. Los fil-
mes, tanto de ficción como de no ficción, desde el cine de autor hasta el
de entretenimiento, pueden ser tratados como documentos etnográfi-
cos en la medida que remiten invariablemente a estilos de vida, hábitos
y costumbres, formas de lenguaje, ideologías, cosmologías y mitologías
23
4 Michel Ciment compara un documental de Joris Ivens, Song of heroes (1932) sobre
la construcción de la ciudad industrial de Magnitogorsk en la URSS, que pasa
por alto los campos de prisioneros de donde salían los trabajadores forzados, a los
que se retrata líricamente como comunistas voluntarios, con un film de ficción,
Ninotchka (1939), de Lubitsch, en el cual el director hace decir a su protagonista,
Greta Garbo, a su llegada a París desde Moscú: “habrá menos rusos pero serán los
mejores” en alusión a las purgas de Stalin en esos años. Con ello da un ejemplo de
cómo una comedia hollywoodense pudo ser más fiel a la realidad que un documen-
tal supuestamente objetivo (Sand, 2015: 15).
24
5 Por lo demás, el argumento del hombre que pierde a la mujer amada y la reemplaza
por otra muy parecida no es nuevo, se remonta a una obra de Ciconi, un drama-
turgo italiano del siglo xix, que fue llevada a la pantalla en Italia dos veces, en 1921
y en 1942, con el título La estatua viviente. Jacques Feyder retoma el personaje de
una mujer que cambia de apariencia y de la que se enamora el mismo hombre,
quien cree encontrar un doble de su amada desaparecida, motivo que será retoma-
do por Hitchcock pero en el contexto del cine de suspenso. Si el filme de Feyder
se despliega en un escenario colonial y exótico, en el Magreb africano, región muy
en boga en los años en que fue filmado, el de Hitchcock se sitúa en un contexto
urbano y moderno.
31
6 El serial es, de todos los géneros fílmicos, uno de los que mayor arraigo han en-
contrado en la televisión desde sus orígenes, debido a su formato episódico. Hoy
en día las series por televisión conocen un excepcional boom, y su oferta, calidad
y duración se ha multiplicado enormemente a raíz de la aparición de la televisión
por cable. La privatización del consumo de televisión no sólo ha propiciado la pro-
ducción de series de nueva generación, que abordan abiertamente temas polémicos
que estaban vedados en las series tradicionales transmitidas a través de la televisión
abierta (el abuso del poder, la corrupción política, el tráfico de drogas, el terroris-
mo, los negocios ilícitos, la manipulación mediática, el adulterio, la prostitución,
la guerra, la locura, la enfermedad o la homosexualidad son temas comunes en
las series actuales, teñidas invariablemente de violencia y sexualidad explícitas).
También se han convertido en el formato televisivo más favorable al lenguaje y
la experimentación cinematográfica (con la ventaja adicional de que su duración
permite explotar y desarrollar con más detalle tanto los personajes como las situa-
ciones involucradas en las tramas), alentando que un creciente número de cineastas
de renombre incursionen en este terreno.
32
35
interior de una trama de vínculos sociales. Por ello, la práctica del re-
make de los grandes éxitos del cine norteamericano, muy extendida en
la industria de Bollywood, requiere de la adecuación de dichos filmes
al gusto y las expectativas del público hindú, lo que supone inyectarles
grandes dosis de motivos sociales (conflictos, venganzas, romances,
traiciones y rupturas entre familiares, parejas, amigos, colegas o veci-
nos), motivos que están ausentes en las versiones americanas originales
(Ganti, 2002).
En la China continental, por su parte, el cine occidental tiene una
muy escasa incidencia, por lo que la expansión de la lógica del mercado
no toma la forma de la occidentalización cultural. Por el contrario, lo
que se constata es la difusión de una identidad transnacional asiática
vehiculizada por una cinematografía (pero también por producciones
televisivas y discográficas) en la que se funden cada vez más los modelos
culturales y los ideales cosmopolitas provenientes de Hong Kong o Tai-
wán con los valores de la China comunista (Mei–Hui Yang, 2002). Ello
demuestra que el imperialismo cultural no es el privilegio del occidente
europeo o norteamericano y que existen otros tipos de imperialismos
culturales en el mundo. En este sentido, el impacto cultural de la cine-
matografía hindú o de China en los países de África, Asia Central o del
sudeste asiático es muy grande y merece el mismo interés académico
que el del cine hollywoodense.
Los estudios recientes sobre el cine contemporáneo revelan la forma
en la que éste explora y procesa las mutaciones culturales y los imagi-
narios que caracterizan a la era postmoderna, privilegiando narrativas,
temas y géneros en consonancia con el ethos de la era del vacío y la
globalización (Imbert, 2010; Orellana y Martínez, 2010). Su análisis
es uno de los terrenos más estimulantes para una antropología de lo
contemporáneo. Muchos son los temas que están en el centro del cine
actual y sobre los cuales la antropología del presente viene reflexionan-
do y trabajando desde hace tiempo: la plasticidad y la fragilidad iden-
titaria ( individual o colectiva, masculina y femenina), la exhibición de
la violencia en todas sus formas, la centralidad del sexo y los nuevos
ordenes eróticos y amorosos, las incontables formas de la soledad, la
marginalidad y la exclusión, el hiperindividualismo, el culto al cuerpo,
el narcisismo y el hedonismo, la crisis y las recomposiciones de la fa-
milia y de la pareja, las adicciones, los nuevos desordenes mentales o el
multiculturalismo, la migración y el choque cultural.
37
56
que habla de relaciones sociales urbanas, sea cual sea la época o el lugar
en que transcurra” (Delgado, 1999: 72).
La popularidad y la atracción del cine, su carácter democrático y
su magia, derivan en buena medida del tipo de realidad y del tipo de
placer que los filmes ofrecen a su público. Méliès afirmaba que lo que
el cinematógrafo trae de nuevo al campo de la representación es “el
movimiento de la hojas del árbol”, es decir, la experiencia de una ima-
gen viva y orgánica. Pero el cine no sólo restituye la realidad, también
la prolonga, la amplía y la enriquece, la abre a nuevas experiencias. La
cámara cinematográfica hace visible lo invisible a través de una mirada
emancipada que supera al ojo y remite a lo que Benjamin llamó el
inconsciente óptico, una mirada que puede captar lo inobservable, lo
desapercibido.
En este sentido, el arte del cine nos ofrece más que una representa-
ción o una negación de la realidad su fragmentación y su recombina-
ción bajo un nuevo ángulo, creando mundos nuevos que nos procuran
un tipo de placer único, hecho de alteridad y cercanía, evasión y proxi-
midad, olvido de sí e ingreso a “otra realidad” cuyo parecido con la
nuestra es tal que puede reemplazarla. El análisis antropológico del cine
no puede prescindir del recorrido y la exploración de este mundo y sus
lazos con los “otros mundos” del film.
61
66
68
que amenaza los tabúes sociales, mantis religiosa que despierta los te-
mores masculinos más arcaicos, mujer sin escrúpulos cuya sexualidad
animal lleva a los hombres a la perdición (Tuñón, 1998). En contraste
con la hermana, la madre, la novia o la esposa, que suelen hablar co-
rrectamente, armonizar y preservar el orden, recogerse el pelo, no usar
escotes o vestir discretamente, la mala mujer, la mujer devoradora,
viste provocativamente y utiliza sus atractivos físicos abiertamente,
emplea un lenguaje vulgar y directo, destruye y desequilibra todo a
su paso.11
En este contexto, la figura de la prostituta es un estereotipo que cum-
ple una función simbólica esencial en el imaginario fílmico mexicano.
En la medida que representa la sexualidad transgresiva, una sexualidad
al margen de las constricciones de la familia monógama tradicional
(que permite definir por contraste los límites de la feminidad moral-
mente aceptable), la cabaretera, la mujer “perdida”, es un personaje li-
minal que cuestiona la doble moral del sistema patriarcal y contribuye a
su reproducción, que encarna a un tipo de mujer empoderada y rebelde
pero también victimizada y degradada cuya conducta pecaminosa sub-
vierte las jerarquías establecidas, pero que a su vez justifica su sumisión
al poder masculino. El aura que emana de este personaje, la fascinación
que ejerce, la centralidad que tiene en la cinematografía mexicana, nos
obligan a interrogarnos sobre el significado cultural y psicológico de
este símbolo dominante.
69
70
71
72
73
74
75
12 Pueden distinguirse tres tiempos fuertes en el cine sobre prostitutas en México, que
responden a condiciones históricas específicas y a modelos narrativos contrastantes.
El primer periodo, que es en el cual hemos centrado nuestro análisis, es el que va
de los años cuarenta a los años cincuenta, y está asociado al género melodramá-
tico, en el que la prostituta es generalmente una bailarina o cantante, no existen
desnudos más que parciales, la sexualidad es implícita y las historias se despliegan
en el mundo del cabaret y los prostíbulos. El segundo periodo se desarrolla a fines
de los sesenta y la primera mitad de los años setenta y corresponde al género del
cine erótico, basado en historias más o menos retorcidas que pueden ser dramáticas
o en tono de comedia, no necesariamente asociadas al mundo del cabaret, y en él
predominan los desnudos y las escenas sexuales explícitas. Destacan en este género
actrices como Meche Carreño, Isela Vega, Maritza Olivares o Pilar Pellicer. El tercer
periodo va de la segunda mitad de los setenta a inicios de los ochenta y corresponde
al género de la comedia sexual o sexi–comedia. Conocido como cine de “ficheras”,
este tipo de cine se caracteriza por los desnudos y las escenas sexuales, números de
música tropical en ambientes de cabaret, historias románticas elementales y una
comicidad basada en el albur y las palabras altisonantes. Sasha Montenegro y Jorge
Rivero destacan como los íconos de este cine, junto a una legión de comediantes
y de voluptuosas desnudistas (Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux, Angélica
Chaín, etcétera).
77
13 Las canciones del músico y compositor Agustín Lara ocupan un lugar vertebral en
la construcción y en la exaltación de la mitología asociada al universo de las prosti-
tutas, la bohemia y la vida nocturna en el cine mexicano. Con una poética román-
tica que recurre en muchos casos al lenguaje religioso del sacrificio y la redención,
Lara crea una imagen idealizada de la prostituta como un ícono que encarna la sen-
sualidad, el glamour, el fatalismo y el infortunio femenino pero también el desafío
a las convenciones y la denuncia de la hipócrita moral de la sociedad burguesa.
79
83
la percepción de la mujer como un ser dual, una mujer que resulta ina-
tractiva en tanto que es esposa devota pero que es enloquecedora e irre-
sistible en tanto que amante (y doblemente enloquecedora si es cuñada).
Los desdoblamientos o las identidades ocultas están también muy
presentes y juegan un papel central en varios filmes clásicos en donde
los referentes incestuosos son menos evidentes como en Aventurera, en
donde Ninón Sevilla es una prostituta que aparenta ser una decente
novia para un joven millonario que es el hijo de una perversa lenona
de la que ignora sus actividades y a la que cree una madre virtuosa y
moralmente intachable. En el universo del melodrama cabaretero, las
apariencias, la simulación y el camuflaje son recursos del que se valen
frecuentemente sus protagonistas, y los hombres suelen ser personajes
que creen saber pero que ignoran todo sobre las mujeres que los rodean,
hasta que llega el momento, como en este film, en el que la verdad se
revela y las cosas cambian radicalmente.
Es el caso de la historia de Un cuerpo de mujer, en el que Javier, el
joven discípulo de un famoso pintor, Raúl, ignora que éste es su padre
y que uno de sus cuadros, una mujer desnuda pero cuyo rostro ha sido
arrancado, es el retrato de su progenitora, a quien él considera una
santa. Al investigar la historia del retrato, por el que está obsesionado,
él se entera que Raúl vivió con una tal Rosa, quien aparentemente lo
abandonó por Aguilar, mecenas del pintor, y terminó de cabaretera.
Javier descubre que Aguilar no anduvo con Rosa, y que ésta dejo a Raúl
para que él pudiera triunfar como pintor. Pero Javier ignora que Rosa
es su propia madre, que ésta le oculta la verdad sobre su pasado como
rumbera, y que ella destruirá la pieza faltante del cuadro que está por
recibir su hijo, a fin de que no se entere de la realidad de las cosas.
En algunos casos, la identidad, más que ocultarse o aparentarse,
puede perderse y recuperarse, como en Aventura en Río, donde Ninón
Sevilla es Alicia, una mujer felizmente casada y con una hija, que viaja
con su marido a Río de Janeiro. Allí, a causa de un accidente, ella queda
amnésica y un proxeneta que la encuentra la convierte en cabaretera y
la obliga a trabajar para él, haciéndole creer que ella se llama Nelly y
que es una prostituta. Su marido la cree muerta, pero un amigo de éste
reconoce a Nelly en el cabaret y le avisa al esposo. Cuando se encuen-
tran, Alicia no lo reconoce, pero al ver a su hija se desmaya y al volver
en sí recuerda todo, menos su vida de cabaretera. El olvido de su epi-
sodio como cabaretera, que resulta por demás absurdo, tiene aquí una
89
15 Detalle curioso, la protagonista del film Lola Casanova fue la actriz Mercedes Bar-
ba, figura consagrada del cine de rumberas, quien realiza aquí un excepcional papel
dramático y con un fuerte contenido político, en un entorno ajeno por completo
al mundo de la prostitución y el cabaret.
91
en Perdición (Billy Wilder, 1948), la mujer fatal puede ser una mujer
fría, malvada y sin escrúpulos, dominante e irresistible, que manipula
a los hombres y representa un riesgo para su vida, pero rara vez es una
prostituta, una cabaretera o una “callejera”.
En el cine mexicano de cabareteras, si bien las protagonistas po-
seen algunos de los atributos de la mujer fatal, como la ambigüedad,
la simulación o el carácter enigmático, el énfasis está colocado en su
condición de prostituta y bailarina, en el goce erótico que su cuerpo
provoca al bailar, en su desenfreno y libertad sexual o en la amenaza
que representa para las instituciones burguesas (la familia, la iglesia, el
orden judicial). Como la mujer fatal, el personaje de la prostituta en
el cine mexicano desafía las normas y el control masculino, da rienda
suelta a sus deseos, y al final recibe un castigo (la muerte, la cárcel o la
enfermedad) convirtiéndose en víctima de sí misma y pasando de una
condición activa a una pasiva.
Sin embargo, la mujer fatal es un personaje que resulta más aceptable o
con el cual puede identificarse más fácilmente una mujer, a diferencia de la
prostituta, un sujeto estigmatizado y menos atractivo. En el cine negro, por
lo demás, la mujer fatal es un personaje entre otros, y no todos los filmes de
este género se centran en ella, mientras que en el cine mexicano de cabare-
teras éstas son, en casi todos los casos, el personaje principal.
En nuestro país el gusto por los bajos fondos, las prostitutas, el bur-
del y el ambiente nocturno no es sólo una obsesión popular, como lo
hemos destacado, también es un interés culto que se remonta a la litera-
tura decadentista mexicana que florece a fines del siglo diecinueve y co-
mienzos del veinte (Julio Ruelas, Rubén M. Campos, Efrén Rebolledo,
Jesús Contreras, Federico Gamboa). Dicho interés está muy relaciona-
do con un esquema ideológico decimonónico pero que ha sobrevivido
a su tiempo, el cual oponía el mundo civilizado de la corrección y las
buenas maneras al mundo salvaje del prostíbulo y la disipación, y que
concebía al hombre como un ser autónomo y racional, capaz de contro-
lar sus instintos, por oposición a la mujer, habitada por el deseo animal
e inclinada por naturaleza a la lujuria. El personaje de Santa, arquetipo
de la mujer caída y referente mayor del cine prostibulario, encarna a
esta mujer inocente pero habitada por el deseo y un instinto animal
incontrolado, que una vez que es seducida y despierta a su sexualidad,
queda condenada a perderse en el placer asociado a la misma, más allá
del remordimiento y la culpa (Vázquez Mantecón, 2005: 47).
93
95
96
97
16 La tradición del cine documental sobre el mundo indígena está muy relacionada
con el cine etnográfico realizado bajo el patrocinio de las instituciones indigenis-
tas. En la mayoría de los casos, se trata de filmes que cuentan con la asesoría de
antropólogos, que siguen el canon realista y objetivista y que se ajustan, salvo es-
casas excepciones, a los modelos expositivo y observacional del cine documental.
Entre los filmes más destacados de este género podemos mencionar, por solo citar
algunos títulos, Él es Dios (Alfonso Güemes, 1965), Etnocidio (Paul Leduc, 1976),
María Sabina (Nicolás Echeverría, 1979), Jicuri Neirra (Carlos Kleimann, 1980)
Laguna de dos tiempos (Eduardo Maldonado, 1982) y El pueblo mexicano que ca-
mina (Francisco Urrusti, 1995). Una obra reciente en que se antologan y reseñan
algunos filmes de ficción y de no ficción de corte antropológico es Cine antropoló-
gico mexicano (González Rubio y Lara Chávez, 2009).
99
17 Aunque el indigenismo es un discurso ideológico que tiene una larga historia y una
influencia notable en muchos campos (literario, plástico, musical, etcétera) su ins-
titucionalización y aplicación práctica se remonta a 1948, con la fundación del Ins-
tituto Nacional Indigenista. Las políticas indigenistas de asimilación e integración
cultural que se implementarán desde esta institución cristalizan en 1950, cuando se
crea el primer Centro Coordinador Indigenista, en Chiapas, al que sucederán otros
centros en distintas regiones indígenas del país.
102
103
19 Por lo demás, el cine del “Indio” Fernández, en general, se caracteriza por una es-
tilizada belleza plástica y una notable grandilocuencia visual, atributos que afectan
a sus personajes, incluidos los indígenas, los cuales son representados como seres
hieráticos, majestuosos, solemnes y poco expresivos, dotados de un aura sublime,
dispuestos como esculturas o monumentos en armónicos encuadres. El recurso
deliberado a esta suerte de mitificación icónica no hace más que reforzar el carácter
fantasmático de la imagen del México profundo que este cineasta plasmó en su
104
obra, una imagen afectada y en el fondo irreal y exotizante. Para un estudio sobre
el cine de Fernández, y en particular la imagen patriarcal y machista de la mujer en
su obra, remitimos al excelente trabajo de Julia Tuñón (Tuñón, 2000).
20 Sobre la obra de esta excepcional cineasta se puede consultar el trabajo de Julianne
Burton–Carvajal, que ofrece una panorámica de la vida y la producción fílmica de
Landeta (Burton–Carvajal, 2002).
105
21 Roberto Gavaldón y Emilio “el Indio” Fernández son los representante más des-
tacados del cine mexicanista de la época de oro. Sus obras abordan con un gran
talento lo mismo, el México indígena, el México de la revolución, el México rural
y el México urbano. En varias de sus películas indigenistas, no obstante, los pro-
tagonistas son en menor medida los indígenas que héroes mestizos, que buscan
transformar las condiciones de vida de aquéllos (como la profesora de primaria en
el film de Fernández Río escondido, de 1947, o el médico rural en El rebozo de So-
ledad, film de Gavaldón de 1948). Para un estudio sobre el cine rural de Gavaldón
se puede consultar el trabajo de Fernando Mino Gracia (Mino Gracia, 2011).
107
22 Un film que podría ser considerado otro ejemplo de cine independiente con tema
indigenista es Yanco, una obra de 1960 de Servando González, realizada también
en formato no industrial y con mínimos recursos. Relata la historia de un niño
nahua que vive en Xochimilco y aprende a tocar el violín con un anciano lugareño
que le transmite sus conocimientos. Al morir éste, el niño saca por las noches el
violín de su maestro, que fue a parar a la tienda del abarrotero, y lo toca en un para-
je al que acostumbra ir. El día de muertos se escucha la música a lo lejos y la gente,
imaginando que es alguna clase de brujería, se dirige al lugar de donde proviene
el sonido, pero el niño, que toca su violín parado en un montículo que es arras-
trado por el río, se ahoga en un remolino. Con un mínimo de diálogos (muchos
en náhuatl), actores no profesionales y una profusión de bellas imágenes, el film
registra los paisajes de esta célebre zona lacustre y las actividades de los habitantes
109
110
23 A este respecto merecen una mención especial las películas de la India María, per-
sonaje cómico surgido de la televisión (en donde se desempeñaba como patiño del
conductor Raúl Velasco) y encarnado por la actriz María Elena Velasco, que tendrá
un éxito comercial notable en la década de los setenta. La India María es un perso-
naje que se inspira en una representación bastante estereotipada de las mujeres in-
dígenas migrantes, de origen Mazahua y Otomí, que comenzaron a proliferar en la
ciudad de México en esta época. Bautizadas como Marías por los citadinos, se trata
de mujeres dedicadas a la venta callejera de frutas, dulces o semillas, que conservan
una fuerte identidad indígena y son reacias a asimilarse a la cultura urbano–mes-
tiza. El trabajo de Lourdes Arizpe sobre este tema demostraba que la causa de esta
resistencia a la aculturación radicaba en que estas mujeres migraban estacional y no
permanentemente a la ciudad, pues regresaban a sus comunidades de origen y solo
recurrían al trabajo en la ciudad como una actividad económica complementaria
para el ingreso familiar (Arizpe, 1980). La India María encarna al buen salvaje en
versión femenina, la india pobre pero honrada, astuta, ingeniosa y noble, alegre y
generosa, que en tono cómico se burla en sus películas de los mestizos y criollos
poniendo en evidencia la discriminación y la corrupción imperantes en México.
113
116
117
118
27 Entre los filmes recientes situados en el presente indígena podría mencionarse Rito
terminal (Oscar Urrutia, 2000), una obra desigual que trata de un camarógrafo y
fotógrafo mestizo que viajan a la Mixteca oaxaqueña para participar en la filmación
de la fiesta patronal de una comunidad indígena. En el transcurso de la misma
muere un lugareño y durante su velorio el camarógrafo sustrae la foto de una mu-
jer con su hija que estaba en un altar y comienza a tener extrañas visiones. Poco
después el protagonista constata que ha “perdido su sombra”, regresa al poblado y
comienza a tener más visiones, que no entiende hasta que averigua que el espíritu
de una mujer indígena lo poseyó (la mujer de la foto) y que ésta fue asesinada por
su madre, una anciana bruja. Opuesta a su hija, a quien le reprochaba haber aban-
donado la tradición y convertirse en una “extranjera”, impedirá que ella se lleve a su
nieta a la ciudad y por ello la asesinará. Sin embargo, la nieta, aunque educada de
acuerdo a la tradición, ya adulta seguirá los pasos de su madre, y la abuela también
provocará su muerte a través de la brujería. Al final, una vez que el camarógrafo
comprende su situación y se confronta con la anciana sirviéndose de una máscara
mágica que le da un curandero, se libera de su mal y puede retornar a su vida
normal. Hablada en parte en mixteco por actores profesionales y no indígenas, la
película de Urrutia está plagada de todos los clichés sobre los poderes mágicos y
las fuerzas místicas que supuestamente pululan en un mundo indígena imaginado
como poblado de brujos, lo que hace que el film sea en menor parte una visión
sobre los indígenas que sobre los miedos que los mestizos albergan respecto a los
poderes esotéricos y las creencias sobrenaturales que les atribuyen a aquéllos.
120
28 Cabe mencionar a este respecto el trabajo del colectivo Ojo de Agua, que en los
últimos años se ha dedicado a impulsar un cine hecho por indígenas y vinculado
con la realidad y al punto de vista de los pueblos nativos.
123
Salvo los dos últimos, los modelos aquí propuestos operan en función
de representaciones que estigmatizan al “otro” indígena de múltiples
y sutiles formas, que lo inferiorizan, lo naturalizan o lo esencializan a
través de diversos clichés (el “otro” como festivo, lujurioso, ocioso, cán-
dido, supersticioso, violento, conservador, perezoso, instintivo, políti-
camente inmaduro, resignado, ignorante, amenazante, invisible, necio,
astuto, insumiso, idólatra, etcétera) que en el fondo tienen como fin
justificar la superioridad de la cultura del hombre occidental, criollo o
mestizo, sobre la cultura indígena.
Al interior de estados multirraciales y multiculturales como Méxi-
co, Perú, Bolivia, Brasil o Norteamérica se encuentran construcciones
ideológicas similares en el interior de los universos cinematográficos,
discursos colonialistas que pretenden dar cuenta de las relaciones y las
126
127
Conclusiones
133
136
137
138
139