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Hermanos y hermanas, amigos todos, demos gracias al Señor porque nos concede

la gracia de poder seguir reflexionando sobre su Palabra de Vida, Palabra que busca
ser actualizada y encarnada en nuestra vida ordinaria.

Mientras preparaba esta reflexión me encontré con la siguiente frase: El que


anuncia el mensaje del Señor debe, en primer lugar, haber sido un oyente intensivo
y radical (de este mismo mensaje), me hizo detenerme un momento y
cuestionarme si yo he sido, o soy, ese oyente intensivo y radical; para ser honestos
resolví que no, pero la frase me llevó a ubicarme sobre el lugar que ocupo al
compartir con ustedes estos audios. No soy ese oyente intensivo y radical, pero me
considero una persona que está en camino, que se esfuerza por adecuar su
voluntad a la de Cristo, y es que mi objetivo no es presentarme como maestro,
como autoridad, o algo parecido, no, no es así, mi intención, hermano (a), es
compartir contigo lo que el Señor me va mostrando, compartir contigo la
experiencia de fe, sintiéndome compañero, hermano y amigo, consciente de que
el Maestro de los dos, es solo uno, Jesucristo.

Bien, después de esta aclaración, nos ponemos de frente al Maestro, sin perder de
vista el contexto del evangelio, pues los versículos que continuamos leyendo siguen
siendo parte del discurso de la llanura que Jesús dirige a sus discípulos y al gentío
que había venido de muchos lugares PARA ESCUCHARLO.

1. ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? En el tiempo en que escribe san


Lucas, que es entre los años 80 y 90 d.C., al interno de las comunidades
comenzaban a surgir “lideres” que pretendían formar grupos con ciertas corrientes
de pensamientos que se alejaban de la doctrina cristiana, ya que la comunidad
lucana estaba formada por judíos y por paganos que simpatizaban con el judaísmo,
entonces se comenzó a hacer una especie de mezcla. Esto es lo que está detrás de
esta pregunta. Hoy a nosotros se nos invita a saber discernir y a saber elegir a
nuestro maestro, a nuestro guía. Cierto es que muchas veces no somos nosotros
los que los elegimos, y pienso sobre todo en nuestros párrocos, o sacerdotes que
el Señor nos ha puesto como pastores en nuestras comunidades, cada uno tendrá
su propia visión sobre él, pero si ya no está en nuestras manos elegir a la persona,
si está en nosotros elegir la enseñanza, es decir, ¿de lo que dice y hace, con qué me
quedo yo? Pero para fortuna nuestra podemos hacer una elección mayor, una
mejor opción, y es la de optar siempre por el Maestro de maestros, por Cristo que
no solo enseña de palabra o con la boca, sino que nos enseña con su vida y su
testimonio, tanto que, en Él, mensaje y persona se identifican. Como Maestro, con
M mayúscula, no sólo nos enseña, sino que se nos da en Cuerpo, Alma y Divinidad,
se nos da en la Eucaristía para que, ayudados por su gracia, podamos vivir con una
mayor plenitud su enseñanza.
Salgamos de nuestras cegueras espirituales y dejémonos iluminar por la luz de su
Palabra. Pidámosle a Dios que cada vez sean más los discípulos bien formados, no
sólo intelectualmente sino también formados desde la experiencia del encuentro,
de la escucha del Maestro y de la vivencia de su enseñanza. Pidamos por nuestros
sacerdotes y por todos nosotros laicos.

2. ¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga que


hay en el tuyo? Ya el domingo anterior se nos decía: “No juzgues y no serás
juzgado”, esta pregunta está en la línea de la misma enseñanza. El ejemplo que
pone Jesús es fuerte, pero lo hace en un sentido figurado, para preguntar: ¿cómo
es posible que veas y quieras corregir las pequeñas faltas de tu hermano cuando
no eres capaz de ver tus grandes errores? Hay que decir que pareciera que es algo
natural en el ser humano hacer juicios o prejuicios con mucha facilidad, pero
poniendo la mirada en los otros y no en nosotros mismos. Y es que, cuando se trata
de señalar al otro usamos una medida estricta y rígida; pero cuando se trata de
juzgar las propias acciones sacamos un metro flexible y elástico. Pero bien dice el
dicho: “lo que te choca te checa”, y ésta es una afirmación que se hace en la primera
lectura: las palabras que salen de la boca del hombre develan quien es él o ella, o
como dice el evangelio, el árbol se conoce por sus frutos, por aquello que está en
su corazón y sale a la vista de todos.
No juzguemos, porque cuando lo hacemos terminamos condenando y haciendo
esto, confundimos la realidad; tomamos un rol o un papel que no nos corresponde,
usurpamos el lugar de Dios, que es el único que puede juzgarnos, pero que no lo
hace, sino que, por el contrario, como dice la primera carta de san Juan 2, 1 “si
alguno peca, piense que tenemos a uno que abogue ante el Padre”. Jesucristo no
nos juzga ni nos condena, recordemos la escena de la mujer adúltera: “yo tampoco
te condeno, vete y no vuelvas a pecar”.
Quizás nos preguntemos, ¿entonces no puedo señalar un error o corregir a mi
prójimo?, la respuesta es sí, oye, pero ¿no te estás contradiciendo? No, porque la
respuesta la da el mismo Jesús, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver
con claridad y sacar la basura del ojo de tu hermano.
Cuando nosotros nos estamos examinando constantemente y procuramos ir
corrigiendo nuestras malas conductas, nuestra visión hacia los demás cambia,
nuestra manera de pesar de ellos cambia, nos hacemos más comprensibles, más
solidarios, pues sabemos y somos conscientes de que en nuestra fragilidad humana
es fácil caer en los errores. Cuando hemos quitado la viga de nuestro ojo, lo que
nos mueve a hacer una corrección fraterna es la caridad y no la incomodidad que
me causa tal o cual persona.
Hagamos como nos enseña nuestro Maestro, recemos por nuestros hermanos y
por nosotros mismos, para que tengamos el valor y el coraje de corregir nuestras
faltas; ejercitémonos en reconocer lo bueno de los demás; y pidamos a nuestra
Madre Santísima que nos ayude a mirar como ella, con ternura, con paciencia, con
caridad y con misericordia.
Te deseo un buen inicio de cuaresma, ya este próximo miércoles será el miércoles
de ceniza, acerquémonos al Señor conscientes de nuestra pequeñez y de la
necesidad que tenemos de él. Preparémonos con mucha alegría a la celebración de
la pascua. Dios te bendice. Te mando un abrazo fraternal. Animo.

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