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Svampa -“La sociedad excluyente.

Capítulo 6: la transformación y territorialización de los sectores populares.

La doble configuración de lo popular.

La teoría social clásica ha elaborado la noción de “clases obreras o trabajadoras” para designar al sector social
que ocupa una posición desventajosa en la estructura productiva, caracterizado por la no propiedad de los
medos de producción, y en consecuencia, obligado a vender su fuerza de trabajo en el mercado. A esta noción
estrictamente económica, el análisis sociológico suele añadir otras dimensiones igualmente constitutivas; por
un lado, la dimensión cultural, que incluye tanto los modelos de socialización como los estilos de vida; por otro
lado la dimensión política, que alude a las formas de organización y la acción colectiva resultante. El pasaje a
un nuevo modelo de sociedad supuso una fuerte transformación de las pautas de integración y exclusión social,
lo cual se tradujo en la desvinculación de amplios contingentes de trabajadores y la rápida puesta en marcha de
un modelo caracterizado por la precarización, la inestabilidad laboral y una alta tasa de desocupación.

Peronismo, integración y sectores populares

Lo “popular” en la Argentina, se definió efectivamente en oposición a otros grupos sociales. El peronismo, en


1945 y 1946, llevo a cabo este proceso de configuración de las clases populares, mediante la integración socio-
económica y simbólica en términos del “pueblo trabajador”, visible en la extensión y reconocimiento de los
derechos sociales, asociados al trabajo asalariado. Este proceso conllevó la legitimación de la acción sindical,
así como la valorización del mundo del trabajo, y de manera mas precisa, de los valores obreristas.

Pese a que la experiencia concreta y central del “pueblo” estuvo anclada en la figura del trabador, ésta no
encontró una expresión política completamente “clasista”. Es que, en el lenguaje político del peronismo, el
trabajador era tanto un “trabajador” como un “descamisado”, esto es, a la vez un explotado y un humillado. El
peronismo histórico presenta dos vías heterogéneas pero en gran parte complementarias, de integración social:
la primera se apoya sobre la figura del trabajador, mediante la afirmación de los sectores obreros como fuerza
social nacional y de la consolidación de valores como la justicia social y la dignidad del trabajo; la segunda
apuntaba a la figura del pobre, históricamente desposeído, por medio de las políticas sociales compensatorias.
La figura del pobre se constituía como una prolongación casi natural de la imagen del “pueblo-trabajador”, pues
ahí donde la intervención social del Estado se manifestaba como insuficiente, la beneficencia emergía con el fin
de colmar tales vacíos sociales.

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Durante los 90, el peronismo dejó de ser el principio de articulación entre una identidad obrera, un sentimiento
nacional y una conciencia popular. La identidad obrera, relativamente débil en la argentina, entró en crisis con
la transformación del mercado laboral, la precarización y la inestabilidad de las trayectorias laborales.

Descolectivización y transformaciones de la subjetividad popular

A partir de los años 70, la dinámica desindustrializadora y el empobrecimiento del mundo popular originaron
un proceso de descolectivización, que fue traduciéndose en profundos cambios dentro del tejido social popular.
Este proceso, que afectó a las clases trabajadoras argentinas, no ocurrió en una secuencia única, sino en
diferentes fases: en primer lugar para un sector de los trabajadores menos calificados de la clase trabajadora
formal, el proceso de descolectivización arrancó en 1976, con la última dictadura militar y se fue acentuando
durante los gobiernos democráticos, en este período muchos trabajadores se vieron excluidos del mercado
formal, y comenzaron a desplazarse hacia actividades propias del sector informal, a partir del trabajo por cuenta
propia o en relación de dependencia. En términos de acción colectiva, este proceso de pauperización de las
clases populares aparece ilustrado por la toma ilegal de tierras (asentamientos), que se desarrollaron desde fines
de la dictadura militar y durante los primeros años del gobierno de Alfonsín, los asentamientos expresan la
emergencia de una nueva configuración social que pone de manifiesto el proceso de inscripción territorial de
las clases populares. En segundo lugar a partir de 1990-1991, a raíz de una serie de reformas para abrir la
economía, se privatizaron las empresas públicas, se descentralizó la administración pública y se controló la
mano de obra mediante la flexibilización laboral. Los individuos tendieron a buscar un refugio en las
actividades informales y precarias, acentuando con ello la inestabilidad de las trayectorias laborales. En tercer
lugar, en 1995, con el efecto “tequila”, se inició una nueva etapa de crisis económica y desempleo.1 Sin
embargo, la recesión económica se instaló sobre todo a partir de 1998 lo cual terminaría por acelerar el proceso
de expulsión del mercado de trabajo y el aumento de la inestabilidad laboral.

La desaparición de los marcos sociales que definían al mundo de los trabajadores urbanos y la emergencia de
nuevos procesos, profundamente marcados por la desregulación social, la inestabilidad y la ausencia de
expectativas de vida, así como la gran difusión de las nuevas subculturas juveniles, producto de la
globalización de las industrias culturales y la influencia de medios de comunicación masivos. Los modelos de
subjetivación que fueron cobrando importancia en los procesos de construcción de las identidades se distancian
de los roles sociales y profesionales y remiten cada vez más a nuevos registros de sentido centrados en el
primado del individuo, en la cultura del yo y en los consumos culturales.

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Intensas movilizaciones colectivas encabezadas por empleados del Estado, los docentes y jubilados.
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Las nuevas relaciones laborales: juventud y límite de la inserción

En la sociedad actual, los jóvenes constituyen el sector más vulnerable de la población, pues vienen sufriendo
los múltiples efectos del proceso de desinstitucionalización (crisis de la escuela, crisis de la familia), así como
la desestructuración del mercado de trabajo que caracteriza a la Argentina en los últimos 15 años. El mundo
laboral en el cual deben insertarse los jóvenes aparece sacudido por diferentes transformaciones económicas,
laborales y sindicales. El proceso de subjetivación se realiza en un escenario atravesado por la incertidumbre y
la inestabilidad, prontamente naturalizado, que impulsa a los jóvenes de los sectores populares a desenvolverse
como verdaderos cazadores en una ciudad cada vez mas caracterizada por la multiplicación de fronteras
sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin posibilidad alguna de planificación
reflexiva de la vida. Una de las consecuencias de nueva dinámica laboral es que los modelos de subjetividad
emergentes se construyen a distancia del mundo de trabajo, y remiten cada vez más a nuevos registros de
sentido centrados en las dimensiones más expresivas del sujeto. El trabajo continúa siendo factor de integración
social, pero lo que aparece relativizado es su importancia como principio de individualización y como espacio
de construcción de un colectivo social2. Los jóvenes reorganización su subjetividad en función de otros ejes, q
le procuran mayor realización personal, x ej la identificación con algun vestuario, grupo musical,

Cultura popular y estigmatización de la juventud: el horizonte de la exclusión.

El declive y la desagregación del mundo de los trabajadores urbanos coincide con el fuerte avance de la
industria cultural y de la influencia de los medios masivos de comunicación en un mercado cada vez mas
globalizado, de esto forman parte los jóvenes. Los jóvenes de los sectores populares aparecen como la
ilustración mas acabada de un conjunto de procesos: por una parte, devienen los destinatarios privilegiados del
nuevo modelo de relaciones laborales (más flexibles, con pocos vestigios de un pasado de integración social y
laboral); por otra parte aparecen como la expresión por antonomasia de la “población sobrante” (la clase
peligrosa). Entre esos dos polos que definen tanto el límite de la inserción como el horizonte de la exclusión, se
van configurando los nuevos marcos de referencia de las conductas juveniles, donde conviven
desorganizadamente y a veces en tensión, diferentes principios y valores; la naturalización de la situación
alterna con el talante antirrepresivo; el rechazo a los políticos, con una actitud antisistema, pocas veces
politizada; la conciencia del horizonte de precariedad duradera, con una necesidad de descontrol de las
emociones y sensaciones.

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En la medida q la deseada capacidad de adaptación juvenil encuentro su correlato en la escasa resistencia y la falta de organización
político sindical, los jóvenes constituyen el target ideal de la política de flexibilización y precariedad laboral, ya q los derechos
sociales tienden a desdibujarse aceleradamente en estas condiciones.
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La mutación organizacional: hacia el mundo comunitario de los pobres urbanos.

En la Argentina, el nuevo régimen de acumulación terminó de liquidar la estructura salarial anterior, que ofrecía
protección social, estabilidad laboral y derechos sociales. Durante este período de grandes mutaciones, la
sociedad argentina no contó con centros de formación o de reconversión laboral, al tiempo que fue notable la
ausencia de políticas estatales en la materia, todos mecanismos que hubieran compensado, en parte, los efectos
de las progresivas medidas de flexibilización laboral o los despidos masivos que acompañaron a los procesos de
privatización y de reconversión de empresas en el nuevo contexto de apertura comercial. Las redes de
reciprocidad y las organizaciones de bases existentes, orientadas a la gestión de las necesidades más básicas,
fueron ciertamente insuficientes. Las nuevas estrategias de intervención territorial fueron produciendo un
entramado social en el cual se insertaron loas organizaciones comunitarias, fuertemente dependientes de la
ayuda del estado. Trabajosamente, en medio de la crisis y de la desaparición de las instituciones típicas de la
sociedad salarial, estas redes territoriales se fueron densificando y orientando cada vez más a la gestión de las
necesidades básicas, configurando de manera incipiente de los contornos de un nuevo proletariado, multiforme
y heterogéneo, caracterizado por la autoorganización comunitaria.

Mundo peronista, brechas culturales y nuevas militancias


Las mutaciones del mundo popular urbano ocurridas durante los 90 conllevaron también una
transformación del peronismo, no sólo en el nivel organizacional, sino en el plano de la subjetividad. La
transformación del peronismo en los sectores populares encuentra tres grandes inflexiones: una primera se
produce durante la etapa inicial del gobierno de Menem (1989-1995), y aparece asociada al debilitamiento del
peronismo en términos socio-culturales; una segunda inflexión arranca en 1996/97, y está directamente
vinculada al desarrollo de formas de (auto) organización de lo social y nuevas figuras de la militancia territorial,
por fuera de y confrontadas con la estructura del partido peronista. Por último, una tercera inflexión se produce
a partir de 2002, como producto de la masificación de los planes sociales en el empobrecido mundo popular.
Los planes conllevan un fortalecimiento de la matriz asistencial del modelo neoliberal. Por una parte, la entrega
de subsidios compensatorios, planes sociales, muestra la continuidad con políticas anteriores, se tiende a fijar su
inclusión como excluidos. Esto se ve complementados con el otorgamiento de subsidios para los
emprendimientos productivos, q exige la autoorganizacion de los pobres, lo cual complejiza y transforma el
modelo de ciudadanía asistencial participativa q el neoliberalismo reserva a los excluidos.

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La transformación y territorialización de los sectores populares
La desindustrialización, la informalización y el deterioro de las condiciones laborales aumentaron la
distancia entre el mundo del trabajo formal y el mundo popular urbano.

La doble configuración de “lo popular”


Según la teoría clásica, las clases obreras son el sector social en posición desventajosa en la
estructura productiva ya que están obligados a vender su fuerza de trabajo. A esta noción
estrictamente económica, se le suman la cultural (modelos de socialización y estilos de vida) y la
política, que incluye las formas de organización y la acción colectiva. Los sectores subalternos
constituyen un conglomerado amplio y heterogéneo.
Asimismo, la condición dependiente de las sociedades periféricas en relación con los países
centrales complejiza el carácter de este sector. Las luchas suelen ser multidimensionales. Esto es,
no están determinadas únicamente por el conflicto de clase sino también por la integración nacional
y contra la dominación extranjera.
Estas quejas encontraron su expresión política en el populismo, fenómeno estructurado
institucionalmente en torno a un líder carismático y un proyecto nacional basado en una coalición de
las clases sociales.
La heterogeneidad no fue muy tenida en cuenta en el modelo de acumulación sustitutivo, puesto que
en un contexto de pleno empleo se consideró al país cerca de la sociedad asalariada.
Sin embargo, el proceso de desmantelamiento del modelo nacional-popular significó la entrada a la
precariedad. La política de flexibilización laboral apuntó a la reformulación de las fronteras del trabajo
asalariado, afectando la capacidad de representación y de reclutamiento del movimiento sindical.
Asimismo, se agravó por el comportamiento de los grandes sindicatos que apoyaron el modelo
neoliberal a cambio de la negociación de ciertos espacios de poder. En consecuencia, se
desvincularon amplios contingentes de trabajadores y se puso en marcha un modelo caracterizado
por la precarización, la inestabilidad laboral y una alta tasa de desocupación.

Peronismo, integración y sectores populares


Lo popular en Argentina se definió en oposición a otros grupos sociales y el encargado de su
configuración fue el peronismo, mediante la integración socio-económica y simbólica, visible en la

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extensión y reconocimiento de los derechos sociales. Esto conllevó la legitimación de la acción
sindical al igual que la valorización del mundo del trabajo. Hay que agregar la idea del progreso del
país a uno industrial.
En el peronismo, el trabajador también era un descamisado, término utilizado con mucho orgullo. No
obstante, la conciencia clasista se obtuvo más en la plaza que en la fábrica, lo cual implica que el
trabajo no desempeñó un rol determinante. En consecuencia, la noción de pueblo adoptó un registro
político, por la articulación entre los sectores sindicales y los urbanos.
Por un lado, la definición por oposición condujo a una polarización política entre peronismo y
antiperonismo, desembocando en una fuerte esencialización de las identidades sociales. Se trata de
una identidad laxa, definida a la vez por lo político (la identificación con el peronismo) y por el
consumo, la vinculación con el estilo de vida de las clases medias. Esto hizo improbable la primacía
de la conciencia clasista sobre las otras dimensiones.
La lógica igualitaria encontró eco en las clases trabajadoras integradas, las cuales tendieron a
autoposicionarse dentro del colectivo heterogéneo de los sectores medios. Asimismo, la inmigración
extranjera y la usencia de verdaderas familias obreras, no permitieron su verdadera consolidación.
Además, una importante movilidad geográfica y social impidió el nacimiento de una verdadera
comunidad popular, la constitución de un grupo social cerrado y altamente combativo.
Por último, presentaba dos vías heterogéneas pero complementarias de integración social: una
apoyada en la figura del trabajador, al tomar a los sectores obreros como fuerza social nacional y la
consolidación de valores; y la otra apuntaba a la figura del pobre, desposeído, por medio de las
políticas compensatorias. Esto ponía en ejercicio activo los derechos del trabajador y el seguro
social, como el mantenimiento de principios asistencialistas y clientelares. Sin embargo, la segunda
era una extensión del pueblo trabajador dado que allí donde el Estado no llegaba, la beneficencia
emergía para colmar los vacíos sociales. Pero mientras el Estado sea el mecanismo impersonal de
redistribución, la beneficencia tenía un carácter personalizado y discrecional. La posterior crisis de
las bases industriales potenciaron los elementos asistencialistas.
El peronismo permitió desactivar la verticalidad del vínculo social. Sin embargo, durante los 90, el
mismo dejó de ser el principio de articulación entre una identidad obrera, un sentimiento nacional y
una conciencia popular. Cada uno fue debilitándose y desasociándose: la identidad obrera entró en
crisis con la transformación del mercado laboral, la precarización y la inestabilidad. El sentimiento
nacional se diluyó en tanto las demandas no encontraron correlato en un programa de políticas
públicas. La conciencia popular se desdibujó con la heterogeneidad social, la desigualdad y la
reducción de las divisiones ideológicas. En fin, el peronismo fue perdiendo la capacidad de articular

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las diversas dimensiones de la experiencia social y política. De esta manera, dejó gradualmente de
ser un mecanismo activo de comprensión de los social para reducirse a un dispositivo de control y
dominación política de los sectores populares.

Descolectivización y transformaciones de la subjetividad popular


Desde un punto de vista objetivo, la descolectivización arrancó con la última dictadura militar por
trabajadores excluidos del mercado formal que se desplazaron a actividades propias del sector
informal, por cuenta propia o en relación de dependencia. Este proceso de pauperización se ilustra
mediante las tomas ilegales de tierras, expresando la emergencia de una nueva configuración social.
Una de las principales consecuencias es que el barrio surge como el espacio natural de acción y
organización y e el lugar de interacción entre diferentes actores sociales reunidos.
Con el gobierno de Menem le siguió una segunda ola desindustrializadora, basada en la
privatización, descentralización de la administración pública y control de la mano de obra a través de
la flexibilización laboral. Esta vez afectó a los trabajadores del cordón industrial como a los
empleados del Estado. Los individuos, entonces, tendieron a buscar refugio en las actividades
informales y precarias, acentuando la inestabilidad de las trayectorias laborales. En parte, la
dinámica descolectivizadora fue contenida por el aumento del empleo público y la distribución
discrecional de recursos provenientes de los ATN. Hubieron intensos procesos de movilización
colectiva, donde la mayor expresión fue el santiagueñazo, que promovió la intervención activa del
Estado para la distribución de recursos y creación de empleos públicos.
Por último, en 1995, hubo una tercera ola que terminó por acelerar el proceso de expulsión de
mercado de trabajo y el aumento de la inestabilidad laboral al igual que la emergencia de nuevas
formas de resistencia colectiva, dando origen a un conglomerado de organizaciones de
desocupados.
Asimismo, el conjunto de transformaciones muestra el aumento de la productividad, producto de la
modernización tecnológica y la reducción de los costos de mano de obra, a través del deterioro de
las condiciones de trabajo. Así, los nuevos empleos se caracterizan por la precariedad, por su
escasa cobertura social y desprotección frente al despido.
En términos de subjetividad política, la subordinación de los sindicatos a las orientaciones del
gobierno justicialista generaron desorientación en los individuos; incluso muchos resultaron
abandonados por sus sindicatos a la hora de enfrentar el desmantelamiento.
Por otro lado, la desinstitucionalización produjo una fuerte crisis de las identidades políticas,
sumadas las consecuencias que tuvo la expansión de las industrias culturales como portadoras de

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nuevos modelos de subjetivación anclados en la identificación con nuevas pautas de consumo.
La experiencia de los jóvenes pone de manifiesto la desaparición de los marcos sociales y culturales
que definían al mundo de los trabajadores urbanos y la emergencia de nuevos procesos, marcados
por la desregulación, la inestabilidad y la ausencia de expectativas de vida, así como por la difusión
de la nuevas subculturas juveniles, producto de la globalización y la influencia de los medios. Las
identidades remiten a nuevos registros centrados en el primado del individuo, en la cultura del yo y
en los consumos culturales. El resultado son las identidades culturales más volátiles y débiles,
menos definidas por la pertenencia si bien marcadas por una matriz conflictiva.

Las nuevas relaciones laborales: juventud y límite de la inserción


Los jóvenes son el sector más vulnerable de la población pues sufren tanto de desinstitucionalización
(crisis de escuela y familia) como de la desestructuración del mercado de trabajo. Asimismo, a la
falta de calificación laboral se le suma la ausencia de oportunidades educativas, reflejando una
integración más lejana y teniendo como resultado altos niveles de deserción escolar.
Este nuevo mundo laboral solo ofrece vulnerabilidad. Por ello, la juventud presenta escasa
resistencia y falta de organización político-sindical y son el target ideal para la flexibilización y la
precariedad laboral.
Consecuentemente, la noción de derechos sociales se desdibujó al igual que se produjo una
fragmentación salarial y una gran cantidad de desempleados, obrando como disciplinador. Por
último, la inestabilidad laboral ya abarca a dos generaciones y no constituye una novedad para los
jóvenes, quienes naturalizan la situación de inestabilidad.
En fin, la época es una de debilitamiento del peronismo coexistiendo una afirmación de una cultura
de masas comandadas por un mercado globalizado. El escenario es de incertidumbre e
inestabilidad, ambas naturalizadas, que impulsa a los jóvenes de los sectores populares a
desenvolverse como verdaderos cazadores en una ciudad caracterizada por la multiplicación de
fronteras sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin posibilidad de
planificación reflexiva de la vida.
Los efectos de la nueva política empresarial se ven a través de las fábricas automotrices y los
supermercados. Ambos dificultan la emergencia de una subjetividad popular anclada en la
identificación con el mundo del trabajo.
El sector automotor, rama de la metalúrgica, se constituyó como el eje central del peronismo. Pero,
frente a las nuevas condiciones, los jóvenes suelen definirse a distancia de los tres ejes de la
identidad del trabajador tradicional: distancia política (peronista) y sindical (desprestigiado) al tiempo

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que se distancia del trabajo mismo, con el cual mantienen una relación instrumental. Así, la fábrica
deja de ser el lugar en el cual se inscriben las expectativas de vida y se desvaloriza el espacio
laboral como fuente de dignidad y orgullo.
Según un estudio de caso sobre una fábrica, la masa despolitizada, apática y difusa tampoco se
identifica con el colectivo “trabajadores”. Por ello, el sindicato busca proyectar un modelo identitario
definido por la adhesión al peronismo, el orgullo de ser metalúrgico y la apelación al legado sindical.
Así, las estrategias de persuasión y discursos pedagógicos giraron en torno a los derechos del
trabajador. No obstante, el desajuste entre el discurso normativo y la realidad laboral es tan grande
que no se lo puede seguir.
Por otro lado, el neoliberalismo parece haber borrado los resultados de esa edad de oro peronista.
Los jóvenes tienden a reorganizar su subjetividad en función de otros ejes, obteniendo una mayor
sensación de realización personal, por ejemplo, la identificación con un tipo musical. Asimismo,
desarrollan una solidaridad expresiva, que demuestra la importancia de los lazos afectivos. En suma,
la acción expresiva de los jóvenes señala un abismo entre dos universos sociales y culturales,
manifestando la profundidad del cambio vivido, pues desaparecieron los marcos sociales y culturales
que definían al mundo de los trabajadores urbanos.
La figura más acabada del nuevo modelo laboral es ejemplificada por los supermercados, donde la
individualización llegó a su máximo. Esto trajo aparejada la caída del pequeño comercio y una
creciente concentración del mercado. El mismo es más flexible y poco organizado, facilitando la
implementación del nuevo modelo. Asimismo, coloca en el centro del dispositivo de control al
consumidor, quien permite ampliar la dominación social del capital sobre el trabajo. Se le agrega
también la tradición pragmática y empresarial del sindicato para explicar la dificultad de la
emergencia de una identidad colectiva al igual que las escasas posibilidades de una subjetivación
positiva.
En definitiva, el trabajo es más precario e inestable, dejando de ser el principio organizador en la vida
de las personas. Una de las consecuencias es que los modelos de subjetividad se construyen a
distancia del mundo del trabajo y se centran en dimensiones más expresivas del sujeto. El trabajo
sigue siendo un factor de integración social pero se relativiza su importancia como principio de
individualización y espacio de construcción de un colectivo social.

Cultura popular y estigmatización de la juventud: el horizonte de la exclusión


Esto es más importante si se tiene en cuenta que los jóvenes han sido socializados en un medio
urbano ya que sus demandas de consumo se asemejaran a las de los que tienen mayores

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oportunidades de vida. Sin embargo, pese a esta homogeneización producto de la difusión
transversal de los consumos, los modos de apropiación son diferentes y dependen del grupo de
pertenencia.
Sin duda, la oposición a la policía es una experiencia común de persecución y rechazo. Tiene su
origen en la última dictadura pero encuentra continuidad en las fuerzas policiales. Su rechazo
posibilita una identificación de base entre los jóvenes, más allá de la diversidad de los orígenes
sociales o de los círculos de pertenencia.
La represión y el ensañamiento para con los jóvenes se cristalizó en un ethos antirrepresivo, cuyo
paradigma es el rock barrial y la cumbia villera. Los tópicos de la última se refieren a la muer,
denigrada como efecto del trastocamiento de lo masculino, identidad anclada al trabajo, y a la
policía.
Entre los dos polos establecidos por los adaptados al nuevo modelo de relaciones laborales y la
población sobrante, se define el límite de la inserción y el horizonte de la exclusión, configuradas en
la naturalización de la situación alterna, el rechazo a los políticos y la precariedad duradera.

La mutación organizacional: hacia el mundo comunitario de los pobres urbanos


Durante este periodo, no existieron centros de formación o reconversión laboral al tiempo que se
notó la ausencia de políticas estatales. Asimismo, los grandes sindicatos no se opusieron a las
reformas sino que negociaron con el gobierno su supervivencia material y política.
En primer lugar, el Partido Justicialista se caracterizó por desarrollar y sostener una multiplicidad de
organizaciones heterogéneas dentro del mundo popular. En segundo lugar, el proceso de tomas de
tierras originó también un conjunto de organizaciones territoriales, cuyas demandas estarán
orientadas hacia el Estado.
A partir del año en que Antonio Cafiero asumió se multiplicaron las formas de intervención políticas
en el mundo popular, que se expandieron con Menem. La asistencia alimenticia fue seguida por una
política más sistemática de ayuda social, incluyendo la salud y la infancia. La política en los barrios
tendió a recluirse en su dimensión más asistencial, despojándose de sus lazos tanto con la militancia
como con lo sindical.
El nuevo modelo de gestión se basa en tres presupuestos centrales: la división del trabajo político
por medio de la profesionalización de las funciones, la política de descentralización administrativa y
la focalización de la ayuda social. Así, el pasaje de la fábrica al barrio se articuló entre la
descentralización administrativa, políticas sociales focalizadas y organizaciones comunitarias, lo que
reorientó las organizaciones locales, fuertemente dependientes del Estado. En rigor, muy pocas

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organizaciones contaban con los instrumentos necesarios para insertarse dentro del nuevo campo
político-social.
La nueva figura de mediador era el militante social. La nueva división de trabajo terminó por ampliar
y reproducir los efectos desmovilizadores. Así mientras que el trabajo específicamente político
quedaba en manos de los “profesionales”, la acción del nuevo “militante social”, de carácter
asistencial, quedaba encapsulada en el territorio.
Sin embargo, desde arriba, la política de focalización fue acompañada por una recentralización de la
ayuda social.
Con Duhalde como gobernador del Conurbano, se decretó una ley que estipulaba que el 10% de la
recaudación del impuesto a las ganancias fuera destinado al fondo de financiamiento de programas
sociales en dicho territorio. Estos fondos, controlados por un ente autónomo, dependiente
directamente del gobernador, se destinaron a la realización de obras públicas. Así, el FRHCB se
convirtió en el productor de intervenciones estatales.
En efecto, permitió a Duhalde afianzar su liderazgo a partir del disciplinamiento y la reorganización
de las relaciones políticas.
El Partido Justicialista, por intermedio de las nuevas estructuras de gestión y de los viejos estilos
centralizados, comandó la reorientación organizacional del mundo popular. Así, el mundo se
caracterizó más por un conjunto de redes y organizaciones territoriales, con formas de clientelismo
afectivo. Éste, entendido como un tipo de relación que expresa la convergencia aleatoria entre la
dimensión utilitaria de la política y la dimensión afectiva, manifestada en la identificación con los
lideres. Se convirtió en un vinculo político desde abajo en el periodo populista. Éste triunfó donde el
peronismo fue debilitándose a partir del abandono de políticas públicas integradoras.
En resumen, estas redes territoriales se densificaron y orientaron a la gestión de necesidades
básicas, configurando un nuevo proletariado, multiforme y heterogéneo, caracterizado por la
autoorganización comunitaria.

Mundo peronista, brechas culturales y nuevas militancias


La transformación del peronismo se encuentra en tres grandes inflexiones: en la etapa inicial de
Menem, asociada al debilitamiento socio-cultural; en 1996/97, vinculada a la autoorganización de lo
social; y a partir del 2002, producto de la masificación de los planes sociales.
La primera presenta dos aspectos interrelacionados: el debilitamiento en términos identitarios y la
difusión de culturas alternativas, que conducirá a la multiplicación de los grupos de pertenencia. La
primera brecha se manifiesta en la dificultad de transmisión del peronismo en el marco familiar. Más

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allá de reorganización alrededor del consumo, el desapego creciente de los jóvenes hacia lo político
se relaciona con que el peronismo dejó de ser el núcleo de una vivencia social, coincidiendo también
con el fuerte avance de la industria cultural.
Por otro lado, la segunda brecha, también de orden socio-cultural, fue introducida por las religiones
alternativas. Desde sus orígenes, el peronismo estuvo asociado a los valores de la cultura católica,
más allá de los enfrentamientos. En primer lugar, la represión desarrollada por los gobiernos hacia
los sacerdotes fue seguida de una embestida institucional, realizada por el Vaticano. La Teología de
la Liberación, caracterizada por su opción por los pobres, fue perseguida y sus principales teólogos
disciplinados, coincidiendo con la llegada de Menem al poder.
Lo notorio fue el crecimiento de las religiones pentecostales y evangelistas dentro de los sectores
populares, lo que quebró la ilusión del monopolio de lo popular por parte del peronismo, asociado al
catolicismo. En resumen, las nuevas religiones fueron constituyendo otros focos de pregnancia
significativa.
Si las religiones-movimiento aparecían como portadoras de la posibilidad de recomponer el lazo
social como comunitario, frente al avance de una dinámica privatizadora, también ilustraban una
determinada visión de lo comunitario que implicaba la resignificación desde la esfera privada.
La segunda inflexión se inserta en el registro organizacional-político. Aparece ejemplificada por el
surgimiento y expansión de las organizaciones piqueteras en confrontación con el Partido
Justicialista. Las mismas tuvieron como punto de partida la resignificación política de la militancia
socio-territorial existente.
El trabajo territorial fue adquiriendo una autonomía relativa respecto del sindicato y la militancia
política tradicional. El discurso oficial apuntó a proyectar que el nuevo militante social ofrecía un perfil
más profesional, menos contaminado por el mundo de la política. Así, se dio el predominio de las
mujeres. La figura del militante social tenia la ventaja de ser una despolitizada y menos problemático,
en un contexto de transformaciones del peronismo desde arriba y de creciente empobrecimiento
desde abajo.
A mediados de la década del 90, se genera un nuevo ethos militante, protagonizado por las
organizaciones de desocupados. En el origen, cobra relevancia el carácter abusivamente clientelar y
manipulador, así como la escasez de recursos, en un contexto de descolectvización y pauperización
masiva. En ese escenario, se muestra la convivencia entre un sistema clientelar múltiple, impulsante
de las conductas oportunistas y un discurso anticlientelar que se difundía en el ámbito barrial y que
apuntaba al Partido Justicialista.
Finalmente, la redefinición vendría de la mano de los militantes de izquierda, quienes encabezaron

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las primeras marchas junto con las mujeres. Erigieron un escenario de confrontación a la vez que
uno de reconocimiento y negociación, con los punteros barriales del Partido Justicialista y las nuevas
estructuras de gestión del Estado. Las organizaciones reconocen como fuente originaria el trabajo
territorial sobre un modelo de representación, sintetizado en la figura del delegado de base o
dirigente comunitario.
En un doble registro, la acción barrial, ligada a las necesidades básicas, se irá dotando de
significación política. Continuidad: porque la militancia social va a consumir buena parte de la
energía de las agrupaciones. Ruptura: la politización del modelo de intervención territorial hará surgir
la emergencia de un nuevo ethos militante, cuyas marcas serán la acción directa, la
autoorganización y la dinámica asamblearia.
En consecuencia, el peronismo se desdibuja aceleradamente al tiempo que diferentes
organizaciones territoriales vehiculizan fuertes apelaciones a la dignidad y la lucha. El surgimiento de
las nuevas organizaciones puso en evidencia el deterioro de la relación entre el peronismo y el
mundo popular, al igual que la posibilidad de politización de lo social. Además, se apropia de las
apelaciones más plebeyas como expresión autentica de la gente de abajo.
Ahora bien, los nuevos planes conllevaron un fortalecimiento de la matriz asistencial del modelo
neoliberal. Por una parte, la entrega de subsidios compensatorios muestra una continuidad con las
políticas anteriores, pues tiende a fijar su inclusión como excluidos. Esto se complementa con el
otorgamiento de subsidios para los emprendimientos productivos, que exige la autoorganización de
los pobres, lo cual complejiza y transforma el modelo de ciudadanía asistencial-participativo.
En definitiva, el peronismo se vacía de contenidos fundacionales y dejó de ser una contracultura
política, transformándose en una lógica de dominación. Tocaría a las organizaciones de
desocupados posibilitar la emergencia de nuevas políticas, a través de la resignificación de la
militancia, centradas en ejes de criticas al clientelismo y la afirmación de la dignidad. El peronismo
retomó la iniciativa en la tarea de recomponer las relaciones con los sectores populares con la idea
de recuperar y cerras el espacio abierto por las nuevas organizaciones territoriales. La crisis del 2001
otorgó al peronismo la capacidad de masificación de los planes asistenciales. Por otro lado, se
fortaleció por la reperonización de importantes organizaciones piqueteras. En definitiva, el peronismo
logró legitimar su vinculo con los sectores populares.

En Argentina, la reconfiguración de la matriz popular apareció como una exigencia para contener el
conflicto social. Así, la nueva matriz popular indica tanto el declive del mundo obrero (la dificultad de
construir un nosotros desde la esfera del trabajo), como la emergencia de un conjunto heterogéneo

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de organizaciones territoriales.
El nuevo tejido territorial abarca un conjunto muy vasto y heterogéneo de organizaciones, desde
ONG fuertemente disimiles, organizaciones religiosas, agrupaciones piqueteras.
En suma, surge un nuevo proletariado, multiforme, plebeyo y heterogéneo, ligado al asistencialismo
y al clientelismo afectivo, promovidas por el locus de nuevas formas de resistencia y prácticas
políticas

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