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Soñé que le metía una bomba a Bolsonaro, y que volaba por los aires, al lado de

Macri. Y Macri también volaba por los aires, y Vidal, y Peña, y Larreta. Y también volaban
por los aires Trump, Paolo Rocca, Pérez Companc, Ratazzi, Magnetto, Majul y Cristine
Lagarde. Sus cuerpos se desarmaban por el explosivo, se retorcían y se transformaban en
una masa informe, en una bola de huesos, pelos, carne, grasa y, sobre todo, sangre. ¡Yo me
reía, saltaba, celebraba, aplaudía! "Esta es la única alegría que ellos son capaces de darme,
la de morir de una manera horrorosa", me dije, y luego "nunca nadie me dio una alegría tan
grande en mi vida".
Pensé en mi salario, y brindé. Pensé en los remedios que mi abuela no tiene, y bailé.
Pensé en mi universidad derrumbándose, y canté. Pensé en todos los que duermen en villas
y en la calle, en las mujeres y en los gays, y bebí. Pero también me soñé de que debía reunir
más explosivos, que no era suficiente. Y justo cuando estaba armando otra bomba,
desperté.
Esto no es una amenaza: jamás mataría a nadie. Aparte, no sé nada de explosivos.
Solo fue un sueño, un hermoso sueño.

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