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Narrador:

La acción se desarrolla en Jujuy, en mayo de 1812, en el patio de una modesta


casa que sirve a Belgrano como un cuartel general. En ese lugar se encuentran
Remigio, cadete del general, y Luciano, soldado a las órdenes de Manuel
Belgrano. Estos se están discutiendo sobre un asunto muy importante.

Escena.
Remigio: - ¿Así que el General está contrariado?
Luciano: -Bastante. Más que nada deprimido. El gobierno de Buenos Aires no quiere
reconocer la bandera azul y blanca que él creó.
Remigio: -¡Pero si ni siquiera la vieron!
Luciano: -No importa; ellos quieren que se mantenga la bandera realista.
Remigio: -¡La bande...! (Impresionado, no puede seguir hablando.)
Luciano: -Sí, Remigio, la misma que flamea entre nuestros enemigos.
Remigio (confundido): -Pero entonces ustedes, los soldados, ¿cómo saben a quién
atacar?
Luciano: -Fácil: al que se nos acerca mostrando los dientes; usualmente ése es el
enemigo. Cuestión de sentido común.
Remigio: -¡Y de gozar de una buena vista!

Belgrano (saliendo de la casa con aire pensativo): -¿Hay algún mensaje para mí,
Remigio?
Remigio (reverencial): - No, general Belgrano. (Duda; luego se decide a preguntar.)
General Belgrano... ¿puedo preguntarle algo?
Belgrano: -Desde luego, adelante.
Remigio: -¿Por qué nuestro ejército debe tener la bandera igual a la del enemigo?
Belgrano (soltando un suspiro): -¡Ojalá yo supiera! Según parece, el gobierno considera
que ya que gobierna en nombre del rey de España, Fernando VII, no puede usar otro
pabellón que no sea el suyo. ¿Entendiste, Remigio?
Remigio: -No. Quiero decir, tengo otra pregunta.
Luciano (aparte de Remigio): -Dejá tranquilo al general.

Belgrano: -Preguntá tranquilo, Remigio.


Remigio: -Sí, gracias. Lo que no entiendo es por qué si los dos bandos tenemos la
misma bandera, luchamos tan furiosamente.
Belgrano: -Por la libertad, Remigio. Queremos ser independientes, dueños de nosotros
mismos.
Remigio: -Creo que sí. Pero, tengo otra preguntita...

(Luciano, fuera de la vista de Belgrano, le muestra los dientes a Remigio en forma


amenazante)
Belgrano: Te sigo escuchando, Remigio, preguntá lo que te preocupa. A ver, ¿cuál es
la pregunta?
Remigio: -¿Si queremos ser dueños de nosotros mismos, como usted dijo, no tenemos
que ser también dueños de nuestra propia bandera?
Belgrano: -Por supuesto.
Remigio: -¿Y entonces?
Belgrano: -Para contestar este "entonces" tendríamos que comenzar toda la discusión
desde el principio. Yo creé la bandera celeste y blanca porque nuestros hombres tenían
necesidad de alzar la vista y encontrar un sentido a esa lucha, un sentido que la
bandera realista compartida con el enemigo no puede dar nunca.
Luciano (apasionado por estas palabras): -¡Y ha resultado!
Belgrano (sonriendo algo triste): -Sí, sí que ha resultado. Me alegro que lo diga uno de
esos hombres.
Remigio: -Entonces no hay que preocuparse, general.
Luciano (a Belgrano): -Permiso, mi general, no queremos seguir molestándolo.

(Toma del brazo a Remigio y lo saca de escena hacia la casa, mientras lo reprende.)
¡Desconsiderado, preguntando y preguntando al pobre general sobre el tema que lo
agobia y deprime! ¡Esperá a que estemos solos...! (Salen de escena.)

María Catalina (entra por otro costado del patio. Lleva dobladas unas banderas
celestes y blancas. Belgrano se alegra de verla): -General Belgrano...
Belgrano: -¡Catalina! ¿Cómo está usted?
Rocío: -Emocionada, como todo el pueblo, con su creación hecha en Rosario. Por eso
me permití coser éstas, a imitación de la que vimos flamear. (Despliega dos banderas
iguales.) Las hicimos varias mujeres del pueblo, con todo entusiasmo.
Belgrano (feliz): -¡Se ven preciosas...!
Rocío: - Es una para su ejército y otra para que mande a Buenos Aires.
Belgrano: -¿A Buenos Aires?
Rocío: -Sí, general. Estoy segura que cuando la vean, el espíritu patriótico los va a
iluminar. Le profetizo hoy, en este mes de julio de 1812, que no va a pasar un año para
que su bandera celeste y blanca sea oficialmente adoptada. (Le entrega las banderas.)
Belgrano -Gracias. Muchas gracias. Me ha levantado el ánimo.

Narrador 2:

La Bandera Argentina fue oficializada recién el 26 de julio de 1816 por el Congreso de


Tucumán, luego de declarar la Independencia. Los patriotas la establecieron como
símbolo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La incorporación del Sol del Mayo en el centro del emblema llegó -también por ley- el
25 de febrero de 1818.

Las últimas palabras que pronunciaría Belgrano en sus últimos momentos de lucidez
debido a su estado de salud serían, “Pensaba en la eternidad donde voy y en la tierra
querida que dejo (…) ¡Ay Patria mía!

Gracias.

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