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; ■ KarlNY
~~y~G e n / Stoker teds.)
t e o r í a y métodos
de la ciencia política
KarlNY
David Marsh y Gerry Stoker (eds.)
Teoría y métodos
de la ciencia política
Versión española
de Jesús Cuéliar Menezo
Alianza
Editorial
Titulo original: Theory and Methods in Political Science. Publicado originalmente en 1955 pot Macmillan
Press Ltd
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la T.ey, que establece penas
de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quie
nes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra lite
raria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo
de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
A partir de los años cincuenta la teoría de la elección racional com enzó a representar
un papel muy importante en la ciencia política. A nthony D ow ns (1957; compárese con el
de 1991) fue el pionero en aplicáresta teoría al com portamiento electoral y a la com pe
tencia entre partidos. E l individuo vota por el partido que, en caso de llegar al poder, cree
q ü eserá más útil. Se p á ñ e d e l supuesto de que la ümca"motivación de los partidos es el
deseo de llegar al poder, disputándose los votos por m edio de cambios en sus programas
de acción. Los estudios empíricos acerca de la influencia de la situación económ ica en los ~~
resultados electorales, que com enzaron en Gran Bretaña y los Estados U nidos a com ien
zos de los setenta, son herederos directos de la obra de D ow ns (para un análisis, véase Le-
wis-Beck, 1990, cap. 2), a pesar de que votar con el bolsillo sólo sea una de las formas po
sibles de expresar el interés personal. E l trabajo de D ow ns revolucionó los estudios
electorales, aunque rnásadelante verem os lo controvertido que ha sido este enfoque.
¿Por qué m uchos de nosotros seguim os causando daño al m edio am biente si sabe
m os que lo que hacem os es perjudicial? U n a explicación plausible sería que creemos
que cambiar nuestras costum bres influirá poco o nada en el problem a global, m ien
tras que vivir de otra m anera tendría costes m onetarios y de otro tipo. E l resultado es
que fracasa la acción colectiva y el interés personal hace que la situación sea peor
para todos (Hardin, 1969). Mancur Q150 i l £1965) form alizó este tipo de argumento,
m ostrando que los individuos que sé m ueven por su propio interés no siempre parti-
ciparían en acciones colectivas que favorecieran un ob jetiva.com ún..Su obra constitu
ye 'úna crítica_fundamental tanto del pluralism o com o del marxism o ortodoxo, q ue.-
presuponen que ün interés com ún es suficiente para que haya m ovilización política, y
ha generado trabajo em pírico en áreas tan diversas com o el estudio de las revolucio
nes sociales (por ejem plo, Popkin 1979) y la cooperación entre Estados con el fin de
luchar contra la degradación del m edio am biente (por ejem plo, Young 1989).
E n términos generales, los prim eros trabajos de la teoría de la elección racional
los llevaron a cabo econom istas, utilizando m étodos sim ilares a los de la m icroecono-
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mía clásica. Sin duda, el instrumento más importante es la teoría de juegos, que entra
en contacto con la eleccíoñ'racional allí dónde hay interdependencia estratégica, esto
es, donde la elección de la estrategia óptima por parte de un individuo se hace en fun
ción de lo que elijan los demás, y viceversa. La teoría de juegos há transformado no
tablemente la de la acción colectiva, permitiéndonos explicar cómo los fracasos de
esta acción pueden evitarse a veces si el número de individuos que decide es pequeño
(por ejemplo, Taylor, 1987). La teoría de juegos ha sido muy utilizada para construir
modelos de disuasión nuclear, de la carrera de armamentos, de desarme, y en otros
fenómenos de relevancia para los especialistas en relaciones internacionales (véase
Nicholson, 1989). También ha sido crucial para intentar explicar la formación de coa
liciones parlamentarias (Laver y Schofield, 1990).
La subárea de la teoría de la elección social se desarrolló cuando los. economistas
se plantearon si era posible encontrar alguna forma satisfactoria.y. suficientemente
democrática de agregar las preferencias de cada ciudadano con el fin de alcanzar una
ordenación social de las alternativas. Se puede utilizar el gobierno mayoritario como
ejemplo de este procedimiento, colocando X por encima de Y si X puede obtener la
mayoría frente a Y, pero hace tiempo que se sabe que este método conduce a una pa
radoja si existen múltiples alternativas (McLean, 1987, cap. 8). El teorema clave, que
Kenneth Arrow fue el primero en verificar (Arrow, 1951), es que no existe un méto
do de agregación democrático satisfactorio, de forma que este problema no es priva
tivo del gobierno mayoritario simple. Esta conclusión ha tenido como consecuencia
que se plantearan nuevas preguntas fundamentales acerca de la democracia (véase,
por ejemplo, Sen, 1970). Para algunos autores conclusiones como la de Arrow, junto
a otras afines, relativas al voto estratégico y a la manipulación de la agenda (por
ejemplo, Gibbard, 1973), ponen en cuestión la idea de que la democracia emane de la
voluntad popular, tal y como se representa en una ordenación social de las preferen
cias (Riker, 1982).
La preocupación central de la subárea de la elección pública es que las interven
ciones de los gobiernos democráticos con el fin de enmendar los errores del mercado
suelen crear más problemas de los que resuelven. Una de las explicaciones sería que
la combinación del interés personal de los burócratas por maximizar su presupuesto y
del control que ejercen sobre la información referida a la estructura de costes de la
provisión estatal de bienes públicos produce un suministro excesivo de los mismos, a
costa de los ciudadanos (Niskanen, 1971). Otro de los asuntos importantes es la bús
queda de rentas, es decir, la provechosa presión que ejercen grupos de interés organi
zados para lograr monopolios u oligopolios, así como subvenciones de los Estados,
con la consiguiente merma en la eficiencia del mercado y la disminución del creci
miento económico (véase Olson, 1982). La bibliografía sobre el ciclo de las transac
ciones políticas indica que la búsqueda de! éxito electoral mediante la manipulación
de la economía conduce a la inestabilidad de la misma y a un nivel de inflación supe
rior al deseable (por ejemplo, Nordhaus, 1975). La teoría dé la elección pública tiene
un componente normativo que la inclina tanto hacia la limitación constitucional del
tamaño y de la autonomía del Estado como hacia la desvinculación respecto a las
complejas relaciones corporativas. La elección pública, tal como la filtraron los gru
pos de expertos neoliberales, fue crucial para el desarrollo del «thatcherismo» y de la
economía «reaganista» (Self, 1993).
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L a te o ría d e la e le c c ió n ra c io n a l
plicación accesible de los materiales que se incluyen en este apartado, véase Iíargrea
ves-Heap et al., 1992, pp. 3-26 y 93-130). Aunque reconoce quejas motivaciones hu
manas son complejas, la principal variante de la elección racional presupone qüé~iós
individuos se guían por sülñterés personal. El concepto de interés personafpuSíie ser
extremadamente flexible. ¿Contempla el caso del individuo que se presenta volunta
rio para ir a la guerra por un «ardiente deseo» de hacer lo que sus iguales dicen que
es correcto? Hay quien señala que tales «motivaciones morales» no deberían incluir
se en los modelos de elección racional. Más tarde volveré a este asunto.
Muchos teóricos de la corriente principal de la elección racional-aceptajj el princi
pio del individualismo metodológico; que propugna que las explicaciones _<¿de foijdo»
de los fenómenos sociales de.berían partir de las creencias y objetivos de ¡os-indlvi-
duos. Como veremos, la crítica sociológica a la elección racional cuestiona esta afir
mación.
La com ente que nos ocupa presupone que todo individuo tiene la capacidad ra-
ciona!7 el tiempo y la independencia emocional necesarias para elegir la.mejor-línea
de conducta, cualquiera que sea la complejidad de la elección. Conceptualmente, el
caso más sencillo es la decisión «paramétrica» sin incertidumbre, en la que toda ac
ción tiene un resultado conocido (de ahí que no haya riesgo de incertidumbre) y las
acciones de otros individuos no afectan a la relación entre acciones y resultados (por
lo que las acciones ajenas pueden tratarse como «parámetros» fijos). Se presupone
que los individuos son capaces de dar un orden de prioridades a los resultados o, lo
que es lo mismo en este caso, a las acciones. D e este modo, por cada par de alternati
vas a y b, pueden precisar si a es mejor que b, si b es mejor que a, o si los dos resulta
dos son indiferentes. Así mismo, las preferencias responden a la propiedad transitiva:
esto supone que si a es mejor que b y b es mejor que c, a es mejor que c. Decir que a
se prefiere a b significa únicamente que a se elegiría antes que b, no siendo esenciales
las referencias a la utilidad o a otros fenómenos mentales «no observables» que pu
dieran apreciarse. Los individuos racionales eligen, dentro de lo que es factible, una
de las acciones o uno de los resultados que están en los puestos más altos de la lista
de que disponen.
La primera complicación que se plantea es que las acciones pueden tener resulta
dos diversos a consecuencia de un acontecimiento aleatorio o que los individuos pue
den no estar seguros de las consecuencias de sus acciones. Ya se ha demostrado que,
si se aceptan ciertas condiciones, los individuos eligen como si estuvieran maximizan-
do la utilidad («media») que esperan, teniendo en cuenta los diversos resultados que
puede tener la acción y las probabilidades de que éstos se produzcan. Las utilidades
que se precisan para representar aquí estas decisiones pueden desprenderse, al menos
en principio, de los experimentos en los que los individuos eligen los resultados ai
azar, y es posible interpretar que dichas utilidades contienen información sobre la in
tensidad de las preferencias, lo cual no es esencial para prever la elección paramétrica
cuando hay certidumbre. -------------- ---
La idea más importante de la teoría de juegos £s.la~dei'equilibrio estratégico? En
aquéiróá'juégos'eñ“lds“qüe"es'imposible un acuerdo vinculante entre jugadores el
equilibrio constituye un conjunto de estrategias, una por jugador, en el que, al no
producirse cambios en las estrategias de cada uno, nadie puede aumentar sus ganan
cias de este modo. La interdependencia estratégica plantea el problema de un posible
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retroceso infinito según cálculos estratégicos d el tipo: «si el otro cree que yo voy a
elegir a él elegirá b, pero si elige b yo elegiré c, pero si yo elijo c él elegirá rf, y así su
cesivam ente». Esto no ocurre cuando las estrategias están en equilibrio. Supongamos
que la estrategia s de A y la estrategia í de B están en equilibrio y que se sabe que los
dos son racionales. E ntonces, si A espera que B elija t, lo mejor que puede hacer es
elegir s, y si A cree que B piensa que elegirá s, entonces B elegirá r, cum pliendo las
esperanzas de A. E l argum ento tam bién funciona en el sentido contrario, de B a. D e
este m odo, en un equilibrio, la elección de estrategias de los jugadores concuerda con
sus esperanzas. A dem ás, los equilibrios son auto-im puestos, mientras que las eleccio
nes estratégicas no de equilibrio no lo son: incluso si los jugadores afirman que se
atendrán a las estrategias que no sean de equilibrio, siem pre habrá incentivos para
que, al m enos, un jugador las abandone. E l concepto de equilibrio se ha extendido y
m atizado de diversas maneras, por ejem plo para dar cabida a la posibilidad de que
los jugadores utilicen estrategias mixtas, por las que las acciones elegidas dependen
del resultado de algún suceso aleatorio com o lanzar una m oneda al aire; tam bién se
ha am pliado para tener en cuenta la posibilidad de que coaliciones de jugadores pue
dan llegar a acuerdos vinculantes.
En Jos pasados años han aparecido una serie de com entarios críticos sobre la teo
ría de la elección racional, tanto en obras colectivas com o en monografías (por ejem
p lo, Barry, 1970; H argreaves-H eap et al., 1992; H in d ess, 1988; Lew in, 1991; M oe,
1979; Self, 1993). Para que sirva de guía, analizo cuatro tipos de críticas: (a) la interna
de los «herejes» de la elección racional, que quieren insistir especialm ente en la racio
nalidad vinculada; (bVla crítica sociológica, que se centra en cóm o la teoría de la elec-
cioiT facionarpajece quitar importancia a la estructura social y a las formas de expli
cación holística; (c) el" argum ento p sico ló g ico según el cual, con frecuencia, los
individuos no actúan racionalm ente en efsen tid o habitual y son com plejos en cuanto
a sus m otivaciones y psicológicam ente, y (d)Ja_crít.ica que procede de la ciencia polí
tica n^yojjterí.a, basada en la inverosimilitud de los presupuestos y en ios faDos'lHé
predicción del m odelo. La teoría de la elección racional puede contestar a muchas de
estas críticas y seguirá m anteniendo su importancia en la ciencia política y la teoría
social. Sin embargo, señalaré que la variante principal de la elección racional debería
m odificarse a partir de estas críticas.
Los herejes
Cabría esperar que, al m enos, la teoría de la elección racional informara sin ambi
güedades de lo que significa com portarse de form a racional en contextos importan
tes, pero no es así. La teoría de juegos presenta ciertos problem as aunque la decisión
cuando hay incertidum bre es otra de las áreas de interés. En primer lugar, a pesar de
que hay un acuerdo general respecto al hecho de que algunos equilibrios carecen de
sentido, no lo hay apenas respecto a cóm o «matizar» el concepto de equilibrio con el
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fin de limitar las alternativas (Hargreaves-Heap et al., 1992, cap. 7). El problema es
que la existencia de equilibrios múltiples reduce la capacidad predictiva del modelo y
hay que servirse de otras teorías para acotar más las posibilidades (Johnson, 1993).
Schelling, por ejemplo, propone que algunos equilibrios son cualitativamente supe
riores y que se diferencian de otros porque son «evidentes» psicológica o normativa
mente (Schelling, 1960). Consideremos el juego «divide el dólar», en el que dos juga
dores compartirán un dólar sólo si la suma de lo que solicita cada uno es exactamente
esta cantidad; lo cual es una simple metáfora de las políticas distributivas. Cualquier
par de solicitudes positivas que sume un dólar constituye un equilibrio: si A solicita x
centavos, lo mejor que puede hacer B es solicitar 100 menos x, porque si solicitara
otra cifra obtendría cero. La idea de equilibrio no limita en absoluto el número de re
sultados posibles. Sin embargo, una división del dólar en dos partes iguales es una so
lución plausible porque, a falta de diferencias evidentes en cuanto a la necesidad, es
superior en cuanto a su capacidad normativa. En segundo lugar, hay muchos concep
tos que pugnan por solucionar juegos entre más de dos jugadores en los que los
miembros de una coalición pueden llegar a acuerdos vinculantes (Ordeshook, 1986,
cap. 9). Cada uno de estos conceptos da lugar a una comprensión diferente del com
portamiento racional en contextos como la formación de coaliciones parlamentarias.
Algunos teóricos de la elección racional creen que el modelo predominante plan
tea presupuestos poco plausibles acerca de la racionalidad de los individuos. La obra
de Herbert Simón (1982; 1985) sobre la racionalidad vinculada ha sido especialmente
influyente. En situaciones en las que tanto la información como el tiempo y la capaci
dad cognitiva para procesarla sean limitados este autor prevé que los individuos utili
zarán procedimientos operativos comunes a modo de mecanismos heurísticos y guías
de bolsillo para la acción racional. Moseley, por ejemplo, señala que, entre los años
cuarenta y los primeros setenta, el Ministerio de Hacienda británico se enfrentó de
forma extremadamente simple a unas condiciones macroeconómicas cambiantes, en
friando la economía cuando la cotización del dólar se veía amenazada y forzando la
marcha de la misma cuando la cifra de desempleados sobrepasó el medio millón (M o
seley, 1976).
Desde esta perspectiva, es mejor considerar a los que deciden más como los que
satisfacen a los demás que como maximizadores de su propio beneficio. En realidad,
continúan su actividad hasta que las ganancias caen por debajo de un nivel satisfacto
rio, para buscar después una alternativa que les ofrezca rendimientos mejores; sin
embargo, lo habitual es que esta búsqueda tenga un alcance limitado y que se suela
guiar por procedimientos heurísticos, de forma que finaliza en cuanto se alcanza un
nivel satisfactorio, aunque no sea el óptimo en absoluto. Algunos autores han señala
do que esta clase de proceso decisorio que, en general, da lugar únicamente a una
evolución gradual de las medidas que se toman en los contextos políticos, es normati
vamente defendible si hay una incertidumbre radical (Braybrooke y Lindblom, 1963).
Sin embargo, sus resultados pueden ser realmente menos que óptimos y, sin duda,
ésta no es una buena forma de tomar «grandes» decisiones respecto a las políticas,
aunque sí funcione en la vida cotidiana (véase Etzioni, 1967).
Cuando se hace hincapié en los procedimientos y en los grados de ambición que
definen lo que es satisfactorio y lo que no lo es surgen problemas de explicación por
que ¿de dónde proceden las normas? Los modelos que presuponen una racionalidad
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vinculada también tienen el inconveniente de ser, en general, más com plejos y difíci
les de utilizar a la hora de hacer predicciones útiles. La parquedad del enfoque pre
dom inante aún atrae a m uchos teóricos de la elección racional y, sin embargo, las
cuestiones que aquí se plantean son importantes. Por ejem plo, ¿es verosímil presupo
ner que los partidos políticos quieran maximizar su voto en vez de obtener un núm e
ro de sufragios satisfactorio, cuando sabem os que tanto su conocim iento de los efec
tos del cam bio de políticas en la intención de voto com o su capacidad de procesar la
información son im perfectos? (Kollman et a l, 1992).
Los sociólogos
Los sociólogos suelen afirmar que el com portam iento individual está, en gran m e
dida, determinado por las estructuras sociales. La capacidad de elección que tienen
los individuos es ilusoria y, por tanto, la teoría de la elección racional, que se basa en
ella, es inútil (Hiñdess, 1988, cap. 6). A lgunos señalan, por ejem plo, que el enfoque
de IDowns es peor que una explicación del voto que se base en la posición del indivi
duo en la estructura social. Ya se sabe que la clase social, la ubicación geográfica, el
género, el lugar en el que se consum e y se produce, y la religión, entre otras variables,
se correlacionan, en mayor o m enor m edida, con el com portamiento electoral (Ha-
rcop y Miller, 1987). L os que critican la elección racional pueden aceptar que, en al
gunos casos, el voto se base en el interés personal pero afirman que lo que genera los
intereses del individuo es su ubicación en la estructura, factor que constituye la prin
cipal explicación en el m odelo de D ow ns.
En realidad, la ubicación estructural de un individuo no suele explicar com pleta
m ente lo que hace. Por lo que respecta al voto, las variables estructurales no aclaran
en absoluto las diferencias entre los individuos y es de gran importancia la percepción
que éstos tienen de la situación económ ica (por ejem plo, Sander y Price 1992). Pon
gamos otro ejemplo: es frecuente que los neoinstitucionalistas (véase el capítulo 1)
hagan hincapié en cóm o las estructuras institucionales de la administración configu
ran la visión d el m undo de los políticos y de los burócratas, cóm o m oldean sus prefe
rencias, definen las opciones que barajan cuando eligen sus políticas y marcan las
pautas de las decisiones que se basan en procesos de deliberación contrapuestos (véa
se Hindess, 1988, cap. 5). Casi siempre, los individuos, más que elegir, siguen las nor
mas y el proceso de decisión individual se aparta del m odelo principal (véase el si
guiente apartado). L os estudios de caso clásicos, com o el de A llison sobre la crisis de
los misiles en Cuba, dem uestran que la estructura de las organizaciones es muy im
portante pero que los que tom an decisiones individuales — com o lo fue el presidente
K ennedy— todavía tienen suficiente autonomía para influir notablem ente en el resul
tado (A llison, 1971, caps. 1 y 3). En general, no parece verosímil que los individuos
sean com pletam ente autónom os y tam poco qué sus acciones estén del todo condicio
nadas por la estructüra social (H ay, cap. 9 en este libro; Hollis, 1977, cap. 1).
A unque la estructura social condicione el conjunto de creencias y preferencias
viables para el individuo, la eleccióa racional puede mejorar la explicación haciendo
predicciones cuando no resulte evidente la forma más racional de actuar. E sto es es
pecialm ente probable si el proceso decisorio tiene lugar en una situación de interde
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cerlas más sólidas al favorecer que tales temas se discutan por separado. Por ejemplo,
se puede interpretar que lo que pretende la derecha conservadora británica respecto
a la U nión Europea (U E ) es poner este gran tema en primera línea del debate políti
co, para así romper la coalición electoral que se basa en políticas centristas, apartan
do de ella a algunos de los euro-escépticos. Esto podría generar un vacío de tipo polí
tico que un proyecto thatcheriano reformado podría llenar. Aunque Riker considera
que estas estrategias expresan el propio interés de una elite y que son antidemocráti
cas, otros las han visto com o formas del arte de gobernar que pueden llevar al bien
común (N agel, 1993). E l argumento de Riker puede desarrollarse — no necesaria
mente com o él mismo lo haría— para indicar que detrás de la manipulación de las di
mensiones de los grandes temas está la creación o movilización de las ideologías que
organizan «hacia dentro» o «hacia afuera» ciertas cuestiones y también las intercone
xiones que hay entre ellas. El argumento de Riker deja claro hasta qué punto tales
m ovimientos ideológicos pueden estar vinculados a la suerte electoral de los partidos
y a la de las políticas durante una legislatura.
A m enudo se ha mantenido que la elección racional representa a los individuos
com o átomos sociales aislados, com o fuentes autónomas de causalidad en el proceso
social. Gran parte de la sociología, por el contrario, se centra en la interrelación entre
individuos. Esto no quiere decir que las relaciones se establezcan entre individuos
completamente constituidos sino que modifican esencialmente las identidades de és
tos. Se dice que el cuadro atomizado que pinta la teoría de la elección racional se co
rresponde con ideologías individualistas que, al negar la realidad existencial de los
grupos sociales, comunidades, clases, e incluso sociedades, mantienen el statu quo. Al
mismo tiempo, se niega la certificación de racionalidad a las formas de acción política
que confirman la identidad social del individuo y que no se basan en el interés perso
nal (véase Sen, 1977). Se considera que el mismo concepto de racionalidad que la teo
ría de la elección racional alaba es propio, histórica y culturalmente, de las sociedades
capitalistas y que su lógica excluye otras racionalidades y formas de comprensión, es
pecialm ente toda idea de racionalidad que haga más complejos los objetivos hacia los
que se orienta la acción (Dryzek, 1990, cap. 1). En pocas palabras, la representación
que del mundo político hace la elección racional es un reflejo distorsionado de una
realidad a la que sólo se ha acercado el capitalismo, y que genera formas de compren
sión de la esfera'política que im piden fótfa crítica profunda del statu quo (MacPher-
son, 1970).
Me parece que la teoría de la elección racional no tiene por q u é apegarse a la vi
sión del individuo com o átomo social aislado ni a la idea de que se guía por el interés
personal: los m odelos de la elección racional parten de creencias y preferencias da
das, cualquiera que sea su origen. Es probable que la idea de que la racionalidad ins
trumental apareció por primera vez con la econom ía capitalista de mercado no pueda
defenderse desde el punto de vista histórico ya que, al igual que otras formas de ac
ción humana, ésta siempre ha sido im portante fuera del inmediato círculo familiar
(por ejemplo, Sahlins, 1972, pp. 191-204). Anteriormente indiqué que la elección ra
cional ha sido una herramienta utilizada por los marxistas, que critican abiertamente
la sociedad capitalista (por ejemplo, Przeworski y Wallerstein, 1982), y no me parece
que estas críticas sean m enos afiladas por utilizar m étodos de la elección racional,
más bien, éstos han alcanzado una m ayor claridad dentro del marxismo.
L o s psicólogos
lizarse así. Existe, por ejemplo, una «tendencia a la sujeción», o adaptación insufi
ciente de los cálculos de probabilidad iniciales a los nuevos datos (Tversky y Kahne-
man, 1982, pp. 14-18). También hay un efecto formulación por el que el impacto de la
misma información depende de forma determinante del m odo en que se presenta
(Tversky y Kahneman, 1986, pp. 73-9). El enfoque de los individuos es crucial para
explicar su comportamiento ya que no suelen tener en cuenta aspectos esenciales de
la realidad (Simón, 1986, p. 31). Los individuos confian en ciertos principios heurísti
cos y en datos limitados para calcular los riesgos y, en general, esto les lleva a juzgar
los deficientemente (Tversky, 1982). Estos problemas son cruciales para explicar las
decisiones en áreas como la política exterior (Jervis, 1976).
El comportamiento se aparta ampliamente, de forma sistemática y fundamental,
de las predicciones que se basan en el modelo de la utilidad esperada (Hargreaves-
Heap etal., 1992, cap. 3). Por ejemplo, descripciones alternativas de problemas entre
decisiones dan lugar con frecuencia a elecciones diferentes, aunque desde la perspec
tiva del enfoque convencional se consideren la misma. En comparación con las pre
dicciones que haría el modelo de la utilidad esperada, la gente suele verse excesiva
m ente atraída por las posibilidades reducidas de obtener enorm es ganancias y
repelida, también en exceso, por las pocas posibilidades de obtener malos resultados
(Hargreaves-Heap et a l, 1992, p. 38). En vez de favorecer cálculos de probabilidad
subjetivos, análogos a los cálculos de riesgo obtenidos con criterios objetivos, a los in
dividuos la incertidumbre suele producirles sentimientos difusos e indefinidos, de for
ma que eluden la ambigüedad de los verdaderos riesgos a los que se enfrentan (Ein-
hom y Hogarth, 1986, pp. 43-7). Los deseos que suscitan las opciones pueden influir
en la percepción que se tiene de las posibilidades de que ocurran — como en el fenó
meno de hacerse ilusiones— o la probabilidad de que ocurran puede influir en los de
seos que suscitan —como en el fenómeno de rechazar aquello que no podemos tener
(Einhom y Hogarth, 1986, p. 42; Elster, 1989a, pp. 17-20).
La idea de que estamos habitados por múltiples «yoes» en pugna parece explicar
ciertas formas observables de comportamiento irracional, aunque sólo sea de forma
metafórica (Elster 1985, introducción). Esta idea tiene una larga tradición en filosofía
y ha sido muy importante para la psicología, especialmente en los trabajos de Sig-
mund Freud. E s muy habitual el incumplimiento del presupuesto de transitividad,
aunque sea fundamental para los modelos de decisión principales. Esto puede vincu
larse a la idea de que los individuos tienen «yoes múltiples» que abordan las decisio
nes desde diferentes puntos de vista, lo cual conduce a la imposibilidad de actuar ra
cionalmente en el sentido convencional (Steedman y Krause, 1985). Aunque puede
haber una lista de meta-preferencias que nos indique qué yo debe dominar en un
contexto determinado (Sen, 1977), el conflicto entre decisiones puede deberse a una
lucha interna entre yoes diferentes. Quattrone y Tversky señalan que engañarse a
uno mismo de forma inconsciente —lo cual supone que un yo engañe a otro— puede
explicar por qué se utiliza la cabina electoral (Quattrone y Tversky, 1988). El enga
ñarse a uno mismo surge de la creencia de que si tú votas, otros como tú también se
verán animados a hacerlo, de forma que tu propio acto de votar se revela instrumen
talmente racional. Se puede considerar la debilidad de la voluntad como una incapa
cidad del «yo superior» para controlar los deseos impulsivos, incluyendo el aplazar la
gratificación inmediata para disfrutar de ganancias mayores en el futuro. La idea de
L a te o ría d e la e le c c ió n ra c io n a l 99
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que tenem os tanto un yo instrumentalmente racional, guiado por el interés personal,
com o un yo orientado a lo social, guiado por las normas, es una forma de abordar las
tensiones individuales que se generan cuando el interés personal choca con lo que es
normativamente correcto.
E l econom ista, frente a los indicios empíricos de que existe una aparente irracio
nalidad, tradicionalmente se ha defendido indicando que, en un am biente com petiti
vo, los agentes tienen que actuar «com o si» fueran maximizadores racionales para so
brevivir, y que el com portam iento irracional será descubierto y se le sacará partido,
conduciendo esto a un arbitraje en el mercado que, a largo plazo, expulsará lo que
haya de ineficiente. Este argumento también parece aplicable a la poh'tica. Por ejem
plo, un partido puede saber poco o nada sobre cóm o maximizar su voto, padecer pa
tologías organizativas respecto al desarrollo de un programa que lo conduzca a la vic
toria y no actuar de forma coordinada. Sin embargo, a largo plazo, la incapacidad
para satisfacer los gustos d el electorado puede conducir a la extinción del partido
(Elster, 1989c, p. 80). En cualquier caso, los argumentos que se oponen a la defensa
del econom ista son igualm ente válidos, o aún más, en política. D e forma que en un
entorno que cambia rápidamente puede que nunca se llegue al equilibrio; en muchas
áreas, incluyendo la pugna entre partidos, las presiones de tipo com petitivo se ven
muy atenuadas por las barreras que se im ponen a la entrada de actores más raciona
les, y el argumento de la selección no es válido si el nivel de racionalidad es, de forma
uniforme, relativamente bajo.
Los datos analizados en este apartado indican que los m odelos de decisiones pre
dominantes con frecuencia describen de forma imprecisa y sus predicciones sólo son
correctas en ámbitos más lim itados de lo que algunos teóricos de la elección racional
creen. Por supuesto, todavía se puede afirmar que los m odelos predominantes apor
tan un patrón de com portamiento con el que comparar el que realmente se produce y
que algunas decisiones se acercan a dichos m odelos. Siguiendo los argumentos del
enfoque de la racionalidad vinculada podem os decir que es muy necesario llegar a un
m odelo más exacto de descripción del m odo en que los individuos manejan la infor
mación y la incertidumbre.
que por convicción o preocupaciones sociales (por ejemplo, Lewin, 1991, cap. 3). En
muchos casos parece falsa la predicción de que los gobiernos manipulen la economía
para ganar elecciones (véase por ejemplo, Lewis-Beck, 1990, cap. 9). En este sentido,
Downs predice un alto grado de convergencia ideológica en los sistemas de partidos,
que pueden correctamente definirse como una simple alineación a derecha o izquier
da en la que los votantes se agrupan dentro de este espectro. Sin embargo, esto no
cuadra con los datos recogidos en países como los Estados Unidos y Gran Bretaña en
los que durante períodos prolongados ha habido considerables diferencias ideológi
cas, aunque en otras épocas se haya registrado convergencia (véase Budge et al.,
1987, cap. 3).
La cuestión es que los teóricos de la elección racional participan activamente en la
modificación de sus modelos para que den cabida a tales problemas y esto es todo lo
que, sensatamente, se les puede pedir. Tomaré un ejemplo de las publicaciones «post-
downsianas», que han evolucionado mucho (véase Enelow y Hinich, 1990). Donald
Wittman, en su trabajo sobre competencia de partidos (Wittman, 1983), indica que
sus elites están apartándose de sus políticas ideales para ganar más votos. Sin embar
go, lo hacen únicamente para aumentar sus posibilidades de poder aplicar políticas
que, en sí mismas, les parecen relativamente deseables, y no por alcanzar el poder
como tal. Wittman señala que, si los partidos no están seguros de quién va a votarles,
normalmente los equilibrios en la competencia entre ellos serán divergentes. Tam
bién tiene en cuenta las consecuencias de que varíe el tamaño de los grupos de votan
tes que ejercen el sufragio guiándose por la identificación con un partido más que con
una política y pone de manifiesto cómo logra equilibrios esta tendencia. Existen mu
chos más ejemplos de esta constructiva intención de manejar datos empíricos contra
puestos en subáreas tan diferentes como la burocracia (por ejemplo, Dunleavy, 1991,
segunda parte), la teoría de la acción colectiva (por ejemplo, Dunleavy, 1991, caps. 2
y 3) y la teoría de las coaliciones parlamentarias (por ejemplo, Laver y Schofield,
1990).