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Me llaman Los Mangos

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Muchos me conocen. No es por alardear pero me considero alguien famoso. Ellos
vienen a mi todos los días, no se cansan de verme ni de contarme sus historias
más alocadas, les gusta lo que les digo cuando se sienten tristes y decaídos
porque la pareja los dejó, cuando eso pasa por lo general les invito un traguito, sé
que está prohibido pero es lo de menos, yo siempre veo que aquí hacen de todo:
legal, ilegal, lo que sea, a nadie le interesa si me echo un trago con los panas,
hasta con los que cuidan esto (esos que tienen disfraz de policía) me he bebido
mis cervecitas. Pero lo importante es que ellos me quieren. Nunca se olvidan de
mí y eso hace que nunca muera y que mi vida sea eterna. Aunque sé que algún
día ellos se irán, sus nietos vendrán por mí a confesarme sus temores, así mi vida
siempre seguirá.

Mi nombre es lo de menos, todos me llaman como una fruta, Los Mangos, quizás
es porque desde mis inicios en esto les daba manguitos a los chamos para que no
pasaran hambre. Si usted supiera cuantos frutos de estos les he brindado a la
gente que viene acá se acabarían los números para utilizarlos en la cuenta. Debe
ser por eso que me llaman así, aunque sí le soy sincera, me gusta, eso hace que
no me sienta sola, porque si algo es verdad es que me encanta la compañía, no
soy nadie sin ella, me aburro y me pongo fea.

Nunca me he ido lejos de aquí. Desde que nací mi mamá me crió justo en este
lugar, no éramos ricos pero tampoco pobres. Al principio mi casa era un peladero,
pero la cosa empezó a cambiar porque mi mamá le sacó plata a mi papá para que
me mantuviera y hasta tenía un parquecito donde jugar pelota y columpios, pero
con el tiempo eso se oxidó y a mi casi no me gusta el beisbol, así que como yo ya
era más grandecita decidí cambiar la misma vaina yo sola. Me fui busqué a mi
papa y le dije me hiciera una casita donde pudiera comer hamburguesas y
chucherías todo el día, como a ése viejo no le importaba mi barriga pues me lo
hizo, es que él siempre ha sido platudo y pues yo me supe aprovechar de la
situación.

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Un día mi mamá se murió, ya casi no me acuerdo, pero lo que fue peladero en
algún momento lo convertí en mi castillo, a la gente le gustaba tanto que
empezaron a venir y a venir todos los días, desde entonces yo soy la reina de todo
esto. Cuando ya entré a la adolescencia me di cuenta que me estaba saliendo
mucha panza por todas las golosinas y comida chatarra, así que decidí decirle a
adiós a la Operación Hamburguesa que me había construido el viejo millonario y
me volví amante del medio ambiente, de ahí empecé a sembrar arbolitos y más
arbolitos, cuando crecieron brotaban mangos por montón, y desde ese entonces
los chamos me dicen Los Mangos. Esos carajitos si inventan vainas, pero soy feliz
así, me gusta mi sobrenombre, aunque ya es más mi nombre de pila que cualquier
otra cosa.

Una vez le pregunté a mi mamá porque me había llamado María del Carmen, si
ese nombre era tan común, entonces se sentó a mi lado, me miró fijamente y me
dijo:
“Ese es el orgullo más grande que puedes llevar en tu vida, tu nombre”.
Yo como era una pelada que casi ni sabía atarme los zapatos le contesté:
“Pero mamá, es que mi nombre no me gusta parece de señora”.
Su mirada se tornó molesta pero sabía que son ideas propias de una pequeña por
lo que me sentó en sus piernas, acarició mi cabellera y contestó:
“Hace tiempo estas tierras tachirenses tuvieron una heroína llamada, María del
Carmen Ramírez de Briceño, tu abuela siempre me hablaba de ella como la mujer
más fuerte que caminó el Táchira. Desde ahí sentí que debías llevar este nombre,
porque sabía que ibas a ser especial”.
Yo, callada sin entenderle mucho, pero sintiendo sus palabras con amor de madre,
sonreí y anticipé a lo que ella hacía referencia, eso de ser alguien “especial”.
Nunca olvidé sus palabras y por esa respuesta es que he decidido seguir los
pasos de aquella heroína tachirense. Ser fuerte y cuidar a mi pueblo, en este caso
quienes todos los días me acompañan en mi plaza, la Plaza de Los Mangos.

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El otro día me puse a pensar porque tantas personas me acompañan, no sé si es
que no tienen otro lugar donde les traten tan bien como lo hago yo o si
simplemente se entretienen con mi compañía. Bueno, ahora resulta que no puedo
dormir porque siento la necesidad de saber si en verdad vienen porque me
quieren o porque les da igual. Así que he decidido hacer un pequeño experimento
con mi gente para sacarme esta espinita.

Varios de mis amigos me dicen que son una cuerda de interesados, pero yo les
digo todo lo contrario. Siento que los que vienen lo hacen porque les gusta pasar
tiempo a mi lado, además los malcrío más que sus propias madres, y eso les
encanta. Siempre les dejó quedarse hasta tarde por la noche, les permito que
traigan amigos y que esos amigos traigan más amigos, los dejo ser como ellos
quieren ser. Por eso estoy segura que vienen porque son felices estando en mi
casa.

“Los Mangos, oye chica pero tú sí que eres alcahueta hermana, estás pasada,
porque no sólo estás dejando que traigan gente sino que esa gente traiga
marihuana y vainas raras, por eso que te ven como la propia malandra”.

Así dicen los que no me conocen, de prostituta en adelante es lo que piensan de


mí, pero es que ellos no saben nadita de lo que pasa en estos lares frutales.
Primero estoy segura que ni se acuerdan de quien es María del Carmen Ramírez
de Briceño, ojalá mi difunta madre viviera para que les aplicara la misma que a mí
con aquella historia sobre la heroína. Si la oyeran dejarían de insultarme todos los
días, cónchale vale, es por eso que me siento tan bien cuando vienen los chamos,
los niños, hasta los abuelitos a contarme de cómo la mujer le sirvió la cena 10
minutos tarde. ¡Eso me da tanta vida!

El otro día conocí a un señor como de 70 años, un tal Angeledecio, recuerdo su


nombre por lo largo que era. El es de los primeros que me conoce, porque hasta

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recuerda cuando yo era una chamita al lado de mi madrecita. Me contó que antes
de que llegáramos nosotras, esto era de una familia medio ricachona.

“Aquí había tanques de donde comían las vacas y eso. Esto eran cañales hace 60
años. Le pertenecía a una familia adinerada de ese entonces, Cárdenas… Esto
era muy bonito antes”.

Al hombre se le aguaban los ojos cuando echaba el tiempo atrás, como si el amor
se le hubiese escapado por culpa de un padre que no quería que su niña se fuera
detrás de un hombre con poca plata. Quizás estuvo enamorado de la hija del
capataz de lo que fue mi plaza en ese entonces.

Seguí conversando con aquel señor, que ahora recuerdo tenía 80 años, el debe
saber toda la historia de San Cristóbal desde la raíz hasta el cabello. Muy amable
el viejito, pero cuando le cambie el tema y le puse sobre la mesa lo bien que me
caen los chamos que vienen a hacerme compañía, inmediatamente relinchó como
caballo rabioso.

“Sabe que si es maluco, los muchachos, hacen espectáculos y todo. Los


muchachos tienen un proceder diferente, son vulgares, groseros, fatales y
entonces hablarles es pecado”. Y seguía refutando lo malo que son los jóvenes
para él, porque le molestan cuando viene a relajarse y la cosa, pero hay que
entenderlo, es un señor mayor con otra escuela en la vida.

Aunque no pensaba lo mismo que él, decidí mostrarme de su lado para no perder
su compañía, porque también es importante tener a alguien que eche cuentos de
hace sopotocientos años atrás, me entretiene pues.

“Sí señor, tiene usted razón, a veces me dan ganas de decirle que se vayan y que
no molesten, porque se ponen como falta de respeto y piensan que todo esto es
de ellos y ya, vamos a ver hasta qué día de estos me los aguanto”.

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Nos despedimos muy cordialmente, como todo tachirense tiene que ser y le
recordé que me visite todos los días, para seguir con la costumbre de lo cotidiano
y por supuesto para no perder a mis queridos seguidores.

A pesar de que el señor Angeledecio para mí no tenía razón, me puso cabezona lo


de los chamos, pensar si en realidad vienen porque me quieren o porque les
conviene, no soy muy amiga de las hipocresías, por esa visita del viejito es que he
estado ansiosa de hacer mi experimento. Quiero verlos detalladamente y saber
por qué realmente vienen tan seguido a mi plaza: por amor y empatía hacia mi
morada o por aprovecharse de las ventajas ilimitadas que mi espacio les brinda
todos los días.

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Cada día desde muy temprano la gente viene a hacerme compañía, la edad es
indiferente, pero en las noches es cuando todos mis queridos jóvenes acuden a mi
Plaza. Pero la ciudad, San Cristóbal, se siente perturbada por todo lo que aquí
sucede, a excepción de quienes conocen el ambiente de mi humilde hogar, del
resto piensan que lo que hago es cultivar marihuana y venderles alcohol a mis
panas.

Los Mangos, como la conocen es muy tranquila, le gusta dar amor a todo el
mundo, no importa la edad, raza, sexualidad o clase social, ella prefiere quitarse el
pan de la boca para alimentar a cualquiera que tenga hambre, sin embargo, la
ciudad que la rodea, la critica todos los días, esto hace que algunas veces se
sienta tan desconsolada que se olvide de su apariencia personal y esté todo el
tiempo desarreglada, porque ella vive de lo que digan los demás.

Yo soy como la madre de todos los que vienen aquí, si andan por el mal camino
no les puedo decir nada porque ellos son así, yo los acepto, quizás no sea la
mejor persona por dejarlos meterse en cosas raras, pero los amo de la misma
forma que ellos me quieren por ser así. Ellos me trasmiten su buena energía para

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querer seguir brindándoles un lugar donde llegar, para eso está la Plaza, mi Plaza
de Los Mangos.

Con ojos achinados, gorra de marca hacia atrás o hacia delante dependiendo de
su pinta, pantalones pegados y a veces suelto, lentes de pasta negro, cabellera
larga, actitud rebelde pero sin intenciones de dañar a una mosca y por lo general
con una lata de cerveza en la mano, camina Tokio todas las semanas en Los
Mangos.

“Hay un chamo que me encanta, lo único es que siempre se la pasa bebiendo,


pero no es problemático, porque es el más jovial y social de los que me vienen a
visitarme. Yo lo quiero un montón, sé que si me pasa algo en algún momento –
Dios no lo quiera- ese va a estar ahí protegiéndome, porque sé que él también me
quiere”, admite con alegría Los Mangos sobre el joven Tokio de 18 años de edad,
una de las personas que más se siente identificado en el territorio de la plaza.

Muchos conviven junto a esta mujer, quien siempre tiene su cédula escondida
porque no quiere revelar su edad, nadie la deja sola ni en la madrugada, siempre
duerme acompañada y abrazada, pero a su cómplice Tokio le desespera esto, por
eso cuando se pone celoso despotrica a Los Mangos como la peor persona de
San Cristóbal.

Con rabia y desconsuelo el joven achinado se desespera. Cerveza tras cerveza


pierde la paciencia y se le olvida del amor que le tiene a esta mujer, se adentra en
su ira y hace con ella lo que le plazca para decir sólo una palabra sobre Los
Mangos:

-“Esa es una puta”.


No dice más. Calla, piensa y busca un argumento en su cerebro lleno de alcohol.

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-“Una puta cualquiera para mí, porque hay momentos que lo echa a uno horrible
de aquí, entonces uno queda… Wow. Me han pasado cosas aquí ladillas como
que te lleven preso cosas así”.

Sí. Los Mangos le ha fallado a su Tokio, una vez lo dejó sólo y no pudo hacer
nada para evitar que se lo llevaran lejos los opresores de la libertad incondicional
en la plaza. Pero ella no puede estar atenta todo el tiempo, no puede cuidar a
todos los que llegan a estar un rato en su casa. Ellos también deben andar con
cuidado, porque hay momentos en que los policías tienen hambre y buscan un
muslo de cualquier presa fácil que ande cerca.

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Una vez estuve sentada largo tiempo mirando cómo iban y venían, me pareció tan
curioso verlos. Me di cuenta que al sentarse en su lugar preferido no se levantan
de ahí hasta la hora de decir, “hasta luego”. Hay otros que sólo recorren la plaza
un rato, se están algunos minutos y luego se van cuando el teléfono les suena.
Hay unos en especial, mis preferidos, ellos los veo durante toda la semana cada
uno de esos días, parece que nunca se van porque siempre se sientan en el
mismo lugar, me parece que lo han marcado a tal punto que sólo ellos están ahí, a
menos que por alguna extraña razón no hayan venido y algún desconocido ocupe
el puesto momentáneamente.

Quise hacer algo, sentarme todas las tardes, desde las 5 hasta las 8 de la noche,
para observarlos detenidamente, a veces ellos sólo venían a sentarse a mí lado
para contarme sobre su día, algunas otras yo iba a inmiscuirme un poco más con
ellos, ya saben, siendo Los Mangos puedo darme el lujo de estar en su grupo sin
que se asusten o se intimiden.

Justo en el centro de mi protuberante árbol de mangos, se conglomeran los


jóvenes que siempre me hacen compañía, en especial un grupo de chamos con
patinetas, a esos les llamo Skaters, son tranquilos y relajados, siempre visten

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pantalones cortos para hacer sus piruetas. Ellos se la pasan en una tarima donde
a veces montó espectáculos en honor a mi tierra San Cristóbal, pero el resto del
tiempo eso es prácticamente de ellos, porque siempre están presentes, bueno,
excepto los domingos, cuando tengo el día solo para mí y nadie más.

Al lado de estos chamos skaters, están unos que cuando empezaron a llegar me
dieron como miedo, pero luego de que los empecé a conocer supe que su rostro
de chico malo y rebelde es sólo para defenderse de los demás. Ellos se sientan en
una banca debajo de otro de los enormes árboles de mangos. La verdad ahora
que lo recuerdo ni siquiera me sé sus nombres, sólo sus apodos que ellos mismos
se han colocado para que nadie conozca su verdadera identidad. Para mí ellos
son como mis cuates, mis panas, son especiales pero tienen un detalle que a toda
la ciudad le desagrada: consumen marihuana. La gente los identifica como seres
peligrosos por su adicción, pero son inofensivos, son perros bravos que ladran,
más nada.

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Es una plaza pequeña, de cuatro esquinas como cualquiera, popular entre la
sociedad juvenil, conocida por los adultos como un sitio donde vive lo dañino,
donde los jóvenes van a consumir drogas y alcohol. Antes fue verde, hoy está
teñido de marrón. Los árboles de mangos no han muerto ellos parecen ser
eternos. Cada acera en la plaza es distinta. Una llena de pequeños negocios, otra
vacía donde personas se sientan entre 15 y 30 minutos, una repleta de grupos de
chamos de todas las edades y colores y la última es donde los autobuses reciben
a sus pasajeros. Esto es la Plaza de Los Mangos, así ella se muestra a primera
vista, pero muy pocos saben quién es, de dónde viene y que verdaderamente
sucede dentro de su territorio.

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-Oye, Los Mangos, ¿te importa qué hablen mal de lo que pasa en tu plaza?

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-Pfff… Eso es lo de menos. Toda San Cristóbal casi siempre ha hablado mal de
mí. Antes era por los columpios chillones que no dejaban dormir a los vecinos y
ahora es que dejó meter pura gente rara que no dejan ni caminar por las aceras.
Es lo de menos. No me interesa. Ellos nunca sabrán lo que pasa detrás de las
cámaras como quien dice.

“Esta vaina sí que está descuidada y lo peor es que nadie ayuda a cuidarla, está
muy fea”, refuta uno de esos jóvenes que de vez en cuando viene a saludar a la
Plaza de Los Mangos.

-No vale, tu si eres bravo, te la pasas aquí metido y dices que mi casa está
descuidada, bueno chico culpa tuya que tampoco ayudas, si vas a hablar mal no
vengas entonces chamo-

El problema es que si van a hablar mal de mí porque hay pura droga aquí adentro
o porque la gente sólo viene a beber licor, bueno que lo hagan, pero me duele que
la misma gente que he dejado vivir conmigo todo este tiempo, me vengan a
insultar, porque gracias a mí tienen un espacio donde llegar sin gastar dinero por
postrarse en mis bancas, aceras y monte. Eso es lo único que me duele.

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La Plaza de Los Mangos es un lugar para la relajación de los san cristobalenses,
bajo ese estatuto fue fundada en 1952, cuando el Ministerio de Agricultura y Cría
para aquel entonces, sembró 300 árboles de mangos, dándole un regalo a la zona
de Barrio Obrero, lugar al cual pertenece esta plaza. Desde aquel momento, este
territorio brindaría libertad a sus visitantes, espacios para la diversión de los niños
y un lugar donde sentirse tranquilo lejos del caos de la ciudad.

Para el año 2010 la Plaza de Los Mangos mantiene sus mismos árboles, repletos
de los frutos que obtiene, con grandes diferencias con respecto al año de su
creación 1952. Actualmente los jóvenes se han adueñado de este espacio para su

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uso propio y cotidiano, es un lugar político para la oposición al gobierno nacional
actual, los postes de luz no alumbran con la misma intensidad, el comercio es un
pilar importante del sitio y sobre todo sucede algo que va más allá de lo pensado,
esos jóvenes que siempre rondan la plaza han recreado un concepto
determinante para la explicación de su existencia en este espacio, algo que se
denomina como: Territorialidad.

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A veces solo me siento a verlos hablar entre ellos, como actúan, como visten,
como se comportan y como son, porque la gran mayoría de las veces me pregunto
si ellos realmente son quienes son, o sencillamente llegan a montar una de chico
malo y bravucón. Hay un grupo que al solo verlos provoca preguntarles
directamente: ¿En serio son así? Porque a veces se visten de una forma a veces
de otra, esos son los Cabezas Rapadas o Skin Head. Son personas que rechazan
la droga, el amor, los homosexuales, la derecha, la economía, bueno a ellos no les
gusta casi nada, solo la izquierda, creo que ni giran a la derecha.

En estos días, con el estómago en la garganta, me les acerque a preguntarles por


qué se consideran de izquierda y si realmente eran nazis, porque la última vez que
supe Hitler mataba a todo lo que no se le parecía a él. Así que debía saber si
estas personas eran peligrosas para los demás, porque no quiero que algo feo
vaya a pasar aquí.

Era una viernes en la tarde, uno de ellos estaba tomando un refresco de Subway,
cosa que me llamó la atención, porque si van en contra el capitalismo para que
van a un lugar nacido en Estados Unidos, el país más capitalistas de todos. En fin,
me calmé, les entré con calma y como ya me conocen fue sencillo hablarles.
-Qué más mi gente, cómo andan. Bueno yo aquí pasando a saludar a mis panitas.
Oye, me estaba preguntando yo aquí como loca, ¿qué es un Skin Head?

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Eran dos chamos, uno blanquito y el otro medio moreno, ambos con ropa similar a
la de aquella película de Stanley Kubrick, “La Naranja Mecánica”. Tenías zapatos
de militar, jeans ajustados, camisas de colores apagados y tirantes. Los dos se
sintieron medio invadidos con mi pregunta, pero sin pensarlo dos veces se unieron
a darme una respuesta.

“Una de las raíces de porque nos rapamos el coco, por muchas razones pero una
de ellas es porque en aquellos tiempos –en los 60- cuando empezó el movimiento.
En ese tiempo había una crisis en Jamaica, había una crisis económica, entonces
los jamaiquinos empezaron a viajar a Europa y uno de esos países fue Inglaterra,
cuando llegaron a Londres conocieron como a los chicos rebeldes, las raticas y
vaina. Llegaron, conocieron a los otros chicos rebeldes y se unieron y entonces
ellos eran negros obviamente, los “Rude Boys”, entonces al ellos ser negros para
unirse a la unión era que los blancos querían parecerse a ellos, por eso se
rapaban la cabeza. Y de ahí viene cabeza rapada. Totalmente anti racista”, dijo el
moreno que nunca me quiso dar su nombre pese a su camaradería.

Luego, fui a lo que más me preocupaba, no quería que alguno de ellos le fuera a
dar un golpe a uno de los chamos homosexuales que andan siempre por la plaza.
Así que fui al grano y les pregunté qué piensan de ese grupo que ronda las
mismas zonas que ellos.

“No es que estemos en contra de los homosexuales. Yo sí lo digo yo soy


homofóbico pero respeto, si me faltan el respeto ahí actúo”, aseveró el de piel
blanca, Mateo, con un rostro de que no le importaría meterle un „tatequieto‟ a
personas de esta sexualidad, desagradable para ellos y amigos para mí.

Me despedí y les agradecí su amabilidad al responderme, porque realmente pensé


que me iban a lanzar un zapato o juzgarme ante la ley de los Cabezas Rapadas,
pero nada extraño todo en orden. Pude darme cuenta que son unos jóvenes
cualquiera, con ganas de llegar a la plaza a pasar el rato en compañía de otros

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similares a ellos, yo sé que no serán capaces de golpear a un homosexual, pero
igual siempre tendré esa duda en mi cabeza.

Algo similar siento que son los panas que consumen marihuana, ellos siempre
andan aislados de la gente de la plaza, echando broma entre ellos fumándose su
porros, pero abnegados a lo que pasa a su alrededor, por lo que decidí hacer lo
mismo que hice con los Skin Head, debía entrar a la boca de este lobo lleno de
mucha marihuana, sabía que no iba a ser nada fácil aunque fuese yo Los Mangos,
quien debía entrar a su cerrado espacio.

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Lo importante en la Plaza de Los Mangos son las libertades que tienen las
personas que acuden a este lugar, pueden hacer lo que a ellos les provoque:
consumir alcohol, fumar marihuana o cualquier otra acción prohibida por la
sociedad. Por estas mismas acciones reciben rechazo de las personas adversas
al territorio, pero inclusive ciertos grupos juveniles de la plaza no están de acuerdo
con esas actividades. Gran parte de los jóvenes están en desacuerdo con la
territorialidad forjada por un grupo de personas considerados como consumidores
de marihuana, ellos tienen casi 10 años ubicándose en ese mismo lugar.

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Me les acerqué, sabía que su mirada iba a ser intimidante porque casi nunca
personas de afuera llegan a hablarles, pero sabía que a mí, Los Mangos, no me
iban a hacer nada, sin embargo, me tragué la valentía y les pregunté desde hace
cuánto venían acá, y por qué a simplemente fumar esa droga color verde que
hace reír y pone los ojos chiquitos.

“Desde hace mucho tiempo atrás este point ha sido boleta, fumando
marihuana, somos marihuaneros natos y pues aquí es el point, cada quien vive
por aquí y pues este es el centro de reunión de nosotros. Los policías nos atacan

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a cada rato, normal, estamos acostumbrados a eso”, me contaba un chamo de
nombre Jesús (21 años).

Yo siempre los veía, por eso sé que su tradición es en serio, es decir, no es


cuento. Ellos acuden a la plaza por motivos más que territoriales, lo hacen por ser
parte de su cultura, porque protegen su lugar al sentarse prácticamente todos los
días de la semana.

Una banca desteñida por los años, a su alrededor tierra grama y muchas
hormigas, algunas pepas de mangos tiradas y un árbol que los arropa para
adornar su hogar. 15, 20 y 30 años. Pantalones cortos, camisas largas sin colores
chillones. Algunas novias para continuar con el adorno. Música rapera para
agudizar los pensamientos cuando la yerba les trastoca la cabeza y muchas
oraciones repetitivas, sin olvidar risas consecutivas y palabras que el diccionario
no enseña por respeto a la madre del castellano.

Los consumidores de marihuana son quienes más me visitan, ellos jamás ni nunca
se han olvidado ni se olvidarán de mi, de eso no me cabe la menor duda, ellos son
mis hermanos e hijos, más que simplemente amigos, pero debo mantener la
distancia para que no se fastidien o me la quieran montar como cualquier joven
rebelde. Lo que quiero saber es si detestan tanto a los homosexuales como los
cabezas rapadas lo hacen, no quiero odio en mi hogar, sólo paz y mucho amor.

“Uy no, donde veamos homosexuales le vamos a tirar pati puño y mano pa’
que se abran, no queremos homosexuales aquí”, comenta Toner, uno de los
representaste del círculo de marihuana sobre el grupo que menos quieren en la
Plaza.

Odio, una palabra muy pesada. Homofobia, otra palabra horrible. Pero para ellos,
lo detestable son los homosexuales. No se puede hacer nada, ellos piensan así.

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¿Será que todo este odio podría lastimar algún hombre que ame a otro hombre
dentro de la Plaza de Los Mangos? ¿En mi hogar?

“Nosotros no vamos a parchar por lo menos con los homosexuales, porque


somos gente seria, respetamos a cualquiera, pero no aceptamos esa
faltadera de respeto de dos personas besándose de un mismo sexo”, me dijo
Pablo, determinado a pensar que ningún homosexual debe recorrer las aceras de
la plaza.

Sí, ellos pueden pensar como mejor les convenga. Pero su ira contra el mundo
quedará siempre y nada más plasmado en sus mentes. Más allá de la importancia
que tiene la plaza para ellos por cumplir sus sueños prohibidos, está la sensación
de armonía entre todos los visitantes, algo que sólo yo les sé brindar. Sin esta
característica, los golpes fuesen el pan de cada día.

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Esta es mi plaza

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Mi mamá nunca le gustó que la plaza estuviera llena de gente rara, ella siempre
los echaba a la calle porque decía que esto no era de ellos sino solamente de
nosotras. Años después de su muerte cuando ya era mayorcita, decidí hacer todo
lo contrario, lo que ella siempre renegó. La verdad sólo lo hice porque me sentía
bastante sola, y los árboles eran mi única compañía, necesitaba algo más de
emoción y alegría en mi vida, algo más que sólo mangos y hormigas.

No es que la Plaza siempre haya estado abandonado cuando mi mama


deambulaba por aquí, pero la energía era muy distinta a como es hoy en día.
Antes las personas venían más que todos los fines de semana con la familia a
disfrutar de la sombra de los árboles y la brisa del lugar. Los niños corrían y
jugaban en el pequeño campo de béisbol que hubo una vez y algunos con sus
padres disfrutaban de los columpios que luego iban a ser molestosos porque les
hacía falta aceite tres en uno. Era otro ambiente propenso para otro tipo de
sensaciones.

Como yo era una niña también, disfrutaba de cada una de las actividades que mi
mamá había dejado construir en la plaza. Me encantaba comer todos los días
golosinas hasta ponerme hiperactiva en “Operación Hamburguesa”, pero mi mamá
se cansó de no saber que hacer con mis monadas que no paraban porque el freno
de mano se lo había comido el dulce. Eran tiempos perfectos, yo era una princesa
en el reino de mi madre.

Sin embargo, todo empezó a cambiar, esas personas que asistían a la plaza a
estar tranquilos con sus familias se fueron alejando. Yo ya era mayor y mi mamá
ya no estaba. Me juntaba con gente de mi edad, gente que no era apreciada por
los vecinos de la comunidad ni por los visitantes que de vez en cuando venían. La
plaza se estaba convirtiendo en lo que es hoy en día, un lugar donde los jóvenes
hacen su vida, sin importarles que la fastidiosa policía les quiera quitar plata o
sacarlos de allí por hacer lo que yo les doy permiso que hagan: lo que quieran.

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Sé que por eso aquellos simpatizantes que venían cuando era pequeña se han
alejado, también sé que mi madre si me mira de arriba no estaría orgullosa con lo
que le he hecho al lugar donde me crió, pero aunque no siempre lo admita ante
todo el público ni ante mis amigos, me encanta las cosas como son ahora, creo
que San Cristóbal tiene un lugar más que especial aquí en mi hogar, además no
me cansó que me llamen Los Mangos, mi nombre de pila nunca me gustó a pesar
de aquella charla que me metió mi mamá en la cabeza cuando era tan sólo un
retoño.

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¿Saben qué es lo hermoso de este lugar? No, no son sus variados árboles de
mangos y arbustos de otros colores. Tampoco la cantidad de personas que se
aglomeran en el lugar, ni mucho menos lo tierno que se ven los niños corriendo de
aquí para allá. Ninguna de las anteriores. Lo hermoso que tiene esta Plaza es que
todos y cada uno de los jóvenes y adultos aceptan compartir el mismo territorio
que el otro.

Sí es cierto que los consumidores de marihuana y los cabezas rapadas no son los
mejores amigos de aquellos que prefieren amar a alguien de su mismo sexo, es
cierto, siempre lo he sabido. Pero me he dado cuenta luego de verlos por tanto
tiempo en la plaza, que es un sentimiento que sólo comparten cuando hablan
entre los de su mismo grupo, o cuando les toca defender su cultura, ideología o
simple gusto. Porque si realmente odiasen tanto a una persona como ellos dicen
hacerlo, no estarían a escasos metros de distancia de aquellos que les disgustan,
y sucede todo lo contrario.

Decidí pasar una semana completa viéndolos, es más, ni quería comer, ni siquiera
el típico mango que me como todas las mañanas. Estuve varios días a punto de
cerveza para conocerlos un poco más a fondo. Pero todo valió la pena porque me
pude percatar de tantas cosas que a simple vista uno ni se lo imagina. Por eso
esta plaza cada día me gusta y sorprende un poco más.

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No sólo comprendí que es incierto ese odio que sienten los grupos que ya
mencioné, pude notar, que además de los muchachos que siempre conviven en la
plaza hay otros tipos de personas y grupos que no solo se alejan de aquí para irse
a dormir.

Me gustaría presentarles a unas señoras, muy amables ellas, aunque a veces un


poco fastidiosas porque andan con un mismo discurso cada vez que las saludo,
pero son buena gente, ellas son Testigos de Jehová, una de estas “nuevas”
religiones que andan de moda por aquellos cuentos del fin del mundo y la cosa,
pero lo importante no es si son católicas o evangélicas, sino lo que ellas vienen a
hacer acá, en la Plaza de Los Mangos.

Como lo hice con los que fuman marihuana todos los días de la semana y con los
chamos que juran adoración a la ideología de izquierda, decidí hacer lo mismo con
estas señoras, una pregunta no estaba de más, total, ellas no intimidan como los
demás. Así que fue sencillo:

-Buenas tardes, le gustaría oír la palabra del señor, venga acérquese y escuche lo
que el señor tiene para usted-
-Buenas señoras, cómo les va. La verdad con todo el gusto del mundo me
quedaría a charlar sobre el señor de arriba pero pasaba para hacerles una
preguntica, ¿será que tienen tiempo?

Inmediatamente que oyeron la pregunta fuera del contexto del Dios Jehová, dos
de las tres señoras que estaban sentadas en una de las aceras más llamativas de
la plaza, se voltearon aparentando que no habían oído lo que dije, como si yo
hubiese sido grosera y les hubiese dicho: No, yo soy atea. Sin embargo, otra de
las señoras que estaba sentada en la mitad, se sonrió entusiasmada porque
alguien fuera de su grupo quería conversar con ella y sin pensarlo me contestó:

-Claro, señorita Los Mangos, dígame que es lo que necesita-

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-Bueno, sabe que yo estaba viendo como ustedes se sentaban allá abajo en la
acera de la parada de transporte y pues me di cuenta que hoy están aquí, cerca
de los chamos y eso, cosa que me pareció rara y quise saber el porqué de su
visita a esta parte de la plaza.
-Nosotros venimos a predicar las buenas nuevas del reino, somos Testigos de
Jehová, estamos predicando las nuevas del reino aquí, y me parece un sitio muy
apropiado porque pasa gente pa‟ allá y pa‟ acá y es bien-. Siempre firme a su
religión pero con amable voz y un toque de pudor contestó la señora Aura, quien a
sus 65 años de edad prefiere estar en la plaza que durmiendo en su casa.

Hablamos un rato más sobre religiones y la vida de los chamos en Barrio Obrero y
en la plaza, pero no había comido en todo el día por lo que me tuve que despedir
luego de una larga hora de conversación con la señora fiel a su religión. Las otras
dos se quedaron como si nadie a su lado existiera, muy contrario a la señora Aura.

Joven o mayor, siempre había una persona que se encerraba en su pequeño


mundo para alejarse de mi interés en saber un poco sobre su vida en mi hogar, la
Plaza de Los Mangos.

“La señora dijo que había cambiado de lugar. Quieren expandirse para llegar a
otras personas. No solamente se sientan ahora en un solo sitio, no, ahora lo hacen
en cada acera de la plaza, en cada espacio donde haya alguien distinto a ellas
para ver si consiguen atrapar a un pez que no sepa en qué aguas estar”, pensé y
sospeché al darme cuenta del plan que habían puesto en juego estas señoras
enviadas por Jehová.

---
Es tan fresco como sentarse una noche en las orillas de una playa llena de
palmeras, la única diferencia es que en vez de cocos, arena y mar, aquí hay puros
mangos, chamos y hormigas, pero el viento te hace olvidar todos los problemas

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que tienes. Si la novia te dejó por uno más fornido, o si sacaste 01 en el parcial de
la universidad: esa es otra de las ventajas que tiene la plaza, muchos me dicen lo
mismo cuando pasan a saludar.

“Por el aire, es libre, es como más viento aquí”, me comentó una mamá de cinco
muchachos, Ludaris. Le gusta irse donde casi no hay gente, un rinconcito donde la
brisa es su único confidente, para eso también está la plaza, para echarse un rato
a agarrar aire y respirar con más calma.

Al igual que la señora Ludaris, Héctor, quien viene a la plaza desde que era joven
y traía a su novia a darle besos a escondidas de sus padres, también le gusta
convivir un rato con Los Mangos para aprovechar el saludo del viento con los
árboles y demás arbustos en la plaza.

“Aquí están los aires, hay frescura, aire puro. Con la familia nos sentamos aquí en
el ambiente familiar”, con un tono de alegría me dijo el hombre de 50 años, quien
al parecer nunca se va a olvidar de este lugar, porque siempre ha venido y lo
seguirá haciendo para inculcarle el mismo amor que él tiene por la plaza a sus
pequeños.

-Oiga señor Héctor, usted es todo un pícaro porque me había contado que antes
traía a una novia que tuvo y ahora trae a toda la familia, al parecer tiene una
historia larga usted aquí, ¿no?-
-Toda una vida, con la muchacha por aquí. La novia mía cuando era bachiller, yo
la traía para acá y la agarraba, era una gordita así, gordota. La agarraba y la metía
por ahí en el pasto-

Me estortillé de la risa cuando se puso a decir que su novia era “gordota”, y ponía
así las manos alrededor de la cintura como si fuera agarrar un hula hula para
ponerse a hacer ejercicios, una actividad que el mismo debería empezar a hacer,

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ya que, siguió los pasos con respecto a los kilitos de más de aquella enamorada
del bachillerato.

Tantas historias, tantos sentimientos. Esta plaza es un mundo, es más, es como


una ciudad, con gente de todo tipo, comercios en las esquinas, transporte público
en las aceras, taxis esperando a clientes, alcohol y marihuana para los mal
portados, besos y amoríos en los espacios más cerrados, en fin, de todo tiene la
Plaza de Los Mangos, otra de las razones para que San Cristóbal sepa que no es
un espacio común y corriente, sino todo lo contrario y mucho más.

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Mi casa es su casa

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Lo inusual que hace a mi plaza tan diferente a todos los demás lugares que se
llaman igual, va más allá de los paseos llenos de vientos refrescantes o de
muchachos de múltiples culturas sentados en un mismo lugar. Yo y mi
personalidad le damos el toque mágico, no es por tirármela la última coca cola de
San Cristóbal, pero sin mi presencia, nombre de pila María del Carmen Ramírez
de Briceño (ese último apellido fue un matrimonio que nada bueno me dejó) y
apodo Los Mangos, esto fuera un terreno cualquiera donde quizás poca gente
asistiera o los comerciantes lo hubiesen tomado y hecho trizas de él.

---
Hay un hombre de 65 años que se sienta uno de los árboles de mango. Él siempre
está solo, junto a un radiecito oyendo “Radio Mundial”. La bulla, los carros, los
gritos de los niños, el incesante carcajeo de los muchachos, todo puede suceder a
la vez, pero él está concentrado en su estadía mientras lee una y otra vez los
pasajes de la biblia.

Su presencia todo el mundo la conoce porque llega a eso de las 4:00 de la tarde a
sentarse en ese mismo banco natural, nadie se le acerca, porque ya saben que
ese es su sitio, de él y nada más. Así sucede con todos aquellos que conocen mi
plaza, ellos como animal común, demarcan su territorio y acuden a ese exacto
punto una y otra vez hasta que por cuestiones del destino, tengan que movilizarse
hacia otro rumbo.

El hombre que lee la biblia junto a su viejo radio se llama José. Tiene dos años
compartiendo con su árbol y su rutina, algo que no le cansa o aburre, es parte de
su cotidianidad y le entretiene. José llega todos los días a la misma hora, como a
las 4:30 de la tarde, y dos horas más tarde sencillamente se marcha a continuar
con su vida. Al día siguiente sucede lo mismo, en el mismo lugar, a la misma hora,
bajo el mismo árbol, prácticamente con la misma ropa: traje de vestir y lentes
oscuros, como quien asiste a una cita romántica por primera vez.

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“Yo me dedicó a estudiar la biblia. A veces me siento ahí porque es más tranquilo
y más fresco, pero últimamente llegan unos de esos que toman licor y eso,
entonces me corren prácticamente”, cuenta como su velada es interrumpida por
los jóvenes, quienes controlan a su antojo mi plaza, y es que es así, ellos son más
dueños de esto que yo, pero me gusta que sea así porque no estoy sola, nadie me
olvida si ellos están.

Aunque el señor José se queja de los chamos que lo molestan con sus visitas a la
plaza a tomar licor, él nunca deja de asistir a su puesto. Siempre lo he visto ahí
desde que empezó a llegar hace unos dos años atrás, desde entonces siempre
está bajo su arbolito, sentadito muy callado, sólo se escucha el lema de “Radio
Mundial”, mientras se pasea por los versículos religiosos una y otra vez.

A diferencia del personaje adepto a la Biblia, hay otro adulto mayor que también
acude a la plaza en las horas de la tarde, pero prefiere caminarla y echar cuentos
y bromas con los jóvenes, todo lo contrario a José, quien le teme y se aleja de sus
vecinos.

---
80 años, sombrero de pescador, barba blanca larga lo suficientemente a la medida
para no parecer un loco, traje de antaño para no pasar desapercibido, ánimo
juvenil, memoria no aplacada por la edad, cuenta cuentos a todo el que se le
acerca y siempre mantiene la cordialidad de un colombiano por delante.

Así es Juan de Dios, a sus largos 80 años todavía siente la chispa de ser joven
una vez. Cualquier persona que tenga tiempo yendo a la plaza conocerá a este
hombre, ninguno lo ignora, excepto la cámara, esa prefiere no enfocarse en su
rostro porque él no es amigo de ellas, pero sí le gusta lanzarle algunas sonrisas a
todos los vecinos y amigos que este señor guarda en la plaza, en especial a las
chicas que le ponen la mano en el hombro para darle el respectivo saludo.

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Rey, así le conocen, porque es el Rey de la plaza. A veces me pongo celosa,
porque si él se considera Rey yo soy la Reina de todo este lugar, a fin de cuentas
es mío, pero yo dejo que él se dé su crédito porque quiere a los muchachos tanto
como yo, además, sé que busca protegerlos y aconsejarlos sobre todo lo que él ya
sepa que está bien o está mal.

-Epale Rey, como está la vaina-, le gritan los muchachos cuando lo ven pasar o si
son mujeres quienes le quieren saludar, con picardía él se acerca para recibir su
merecido beso por ser el patrono de todos los jóvenes que ya lo conocen y buscan
hacer migas con él.

Su historia es una de las más curiosas entre los habitantes de Los Mangos, a
ratos cuando él mismo la cuenta parece escalofriante, porque al parecer antes de
llegar a San Cristóbal no era una de las mejores personas en su tierra natal,
Medellín, Colombia.

“Estos policías saben que el hombre más malo aquí soy yo… Yo dejé de ser malo
hace muchos años… Yo era el dueño de Medellín en el año 50 hasta el 69 que fue
cuando lo entregué”, relata porque los policías le tienen respeto y ya no buscan
meterse con él para sacarle alguna extra quincena.

Su maldad se quedó en aquellos paisajes colombianos, porque cualquier situación


complicada y peligrosa que tenía en aquel tiempo, ya no parece ser parte de su
vida, ahora acude tranquilo a las calles de Barrio Obrero para luego terminar la
jornada del día sentado junto a los jóvenes que hacen diariamente uso de este
cuadrado geográfico.

-Oiga, Rey y usted sólo se la pasa aquí metido o hace otras cosas antes de pasar
por la plaza-

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- El donde llegar aquí no ha sido la plaza para mí, el donde llegar aquí ha sido la
capilla de los santificados, porque yo todos los días voy a la capilla y de ahí vengo
a dar una vuelta por aquí-
-Ya entiendo. Mire y otra cosa. ¿Usted desde cuándo viene para acá? Desde hace
mucho me imagino yo, ¿verdad?
-Desde el 70. Aquí antes en la plaza había una urbanización muy bien organizada,
había cuatro vigilantes, era aseadísimo, todo era verdecito, aquí no dejaban a
nadie pisar la grama-
-Sí, lo sé, me acuerdo en aquel entonces, eso era cuando mi mamá estaba viva,
pero dirá usted que desde que llegué yo todo cambió, pero es que ya es muy difícil
decirle a los chamos que no me pisen la grama que yo soy la que tiene que
arreglar después no ellos-
-Bueno, esos son así, pero yo les tengo mucho aprecio, ellos me respetan mucho
a mí-
-No pues dígame, prácticamente es al único que le hacen caso, bueno Rey, lo
dejo, tengo que irme a hacer diligencias, lo veo en la semana-
-Adiós mijitica, cuidao por ahí-

Nos despedimos, pero siempre nos andamos viendo, él nunca se va y yo mucho


menos, es necesario que él este aquí, porque le pone el control a los chamos y
eso me ayuda, muchas veces me desespero porque se ponen como locos, pero
bueno, yo dejé que vinieran a hacer vida aquí, ya es muy tarde para correrlos y
tampoco quisiera hacerlo.

---
Cuando la luz se acongoja y se va a su casa, los árboles llenos de mangos de
todos los colores: amarillos, verdes, algunos rojos y otros anaranjados, se llenan
de un brillo fino con la luz que los trastoca, es un encuentro de maravilla natural,
nada molesta y todo es perfecto, inclusive los sonidos del tráfico, los gritos de los
pequeños cuando corretean, el olor a marihuana del vecino, las latas siendo
destapadas por los chamos alegres. Todo es mágico cuando el atardecer empieza

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a cubrir los cuerpos que visitan a la Plaza de Los Mangos, todo se conjuga en una
perfecta oración, propia de un espacio donde nada está de más sino acumulado
en una medida precisa: no hay muchos jóvenes o pocos adultos, no hay mucha
yerba o poca seguridad, todo está nivelado y por eso la calma siempre puede
reinar, hasta que un día el rey o la reina ya no puedan contener más a todas las
distintas personalidades que hacen uso cotidiano de los espacios de la Plaza de
Los Mangos.

---
He estado pensando hablar con los policías, ellos no son los más agradables que
se pasean por la plaza. El otro día los vi de los más panchos sentados por la acera
de busetas, me parece que es como su nuevo sitio ahora, tienen como una
especie de alcabala en ese lugar, y quiero saber qué es lo que andan tramando,
porque aunque de todas formas muy pocas veces cumplen su trabajo, sólo buscan
sacarle algunos reales a los chamos que ellos ya tienen pillados o porque
simplemente les provoque molestar a alguien.

“Es más si pudiera sacar a alguien de mi territorio sería a esos personajes, porque
muy pocas veces hacen lo que tienen que hacer”, piensa con rabia Los Mangos al
cada vez que mira a quienes resguardan la plaza. “Jah, resguardar es una palabra
un poco grande para ellos”.

-Buenas tardes oficiales, ¿cómo les va en esta bella tarde? Espero todo les trate
bien-
-Pues aquí haciendo el trabajo, es difícil pero alguien lo tiene que hacer-, contesta
el más alzado de todos.
-Y usted que nos cuenta, tiempo tenía que no pasaba por este lado a saludarnos,
por lo general se la pasa allá adentro con esos malvivientes, uno de estos días…-
-¿Uno de estos días me va a brindar un fresco? Ay, pero que amabilidad mi
queridísimo oficial, cuando quiera usted puede pasar por mis prados a brindarme
lo que quiera-, responde Los Mangos con una fina mirada de ironía y picardía.

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-Bueno, cuéntenos, ¿se le ofrece algo o nada más que podamos hacer por usted
en esta bella tarde?-, pregunta con algo de cortesía el otro policía, quien era
nuevo en la zona.
-Pues sí, la verdad que sí se me antoja una cosita. Quisiera saber por qué
molestan tanto a mis muchachos-, Los Mangos sabía que no le iban a dar una
respuesta real, pero quiso incomodarlos un poco.
El altanero se rió a carcajadas, tosió para recuperar la voz y contestó.
-Usted sabe que esa gente es drogadicta, tenemos que andar siempre pilas de lo
que hacen, hasta deberíamos revisarla a usted por si acaso…-
-Me puede revisar cuando quiera y como sea-, interrumpió rápidamente al oficial
dándole un tono de sensualidad a su respuesta-
El más callado sin ganas de responder salió y tomó la palabra para sorprender a la
Los Mangos con su argumento.
-Yo siempre estoy pendiente porque veo mucho homosexualismo ahí metido, y
pues eso para mí es como ilegal, y sí se ponen cómicos me les acerco y les digo
sus cuatro vainas-

Los Mangos, terminó la conversación inventando alguna excusa barata para irse
rápidamente de ahí, aunque días después se volvió a encontrar con el policía que
veía a la homosexualidad como algo ilegal, y queriendo fomentar más su
respuesta prosiguió:

“Eso son cosas que no se deben hacer aquí, porque por aquí pasan niños y pasan
abuelitos y todo eso. Si ellos son así eso son cosas de ellos, pero son cosas que
no deben hacer en la luz pública, o sea, deben ser más reservados”.

Su nombre era Carlos y jamás me había quedado tan atónita al oír algo similar,
ahora había tres grupos que desautorizaban a cualquier hora y de cualquier forma,
a los grupos juveniles de gais y lesbianas que se la pasan sentados dentro y fuera
de la plaza, pero a pesar de todas estas ideas, como la del oficial, la de los skin
heads o consumidores de marihuana, nadie sale herido, no hay confrontaciones,

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pueden existir rivalidades, pero no al extremo como si chocasen un par de trenes
a 300 kilómetros por hora. Esa situación me maravilla e insisto: es lo mejor que
puede tener la plaza.

---
Era momento de darles una visita a los más coloridos, sonoros y abiertos
personajes que habitan la plaza. Sus atuendos siempre los identifican, no por caer
en estereotipos, pero al verlos con pantalones pegados, franelas de colores y de
marcas conocidas, bolsos terseados, lentes oscuros, zapatos que gritan soy Gay –
sobre todo si andan en cholas- y algún accesorio con colores del arcoíris (símbolo
icónico de la homosexualidad), sé que estoy mirando a un hombre que gusta de
otros hombres, aunque en el caso de las mujeres es más complicado: algunas
pueden vestirse muy femenino y otras lo harán buscando sacar su masculinidad
con su pelo corto y actitudes que las diferencien de la mujer “chic”.

-Nosotros nos sentamos en la acera frente a Subway porque es más seguro, haya
dentro hay puro bicho raro-, me dijo Wilmer, uno de los homosexuales que acude
al lugar.
-Pero yo veo que adentro también hay gente como ustedes, aunque un poco más
jóvenes-, les dije con seguridad.
-Sí, pero nosotros no andamos con ellos, aunque les respetamos su vaina-,
aseveró otro joven que estaba sentado al lado de Wilmer.
-¿Cómo así? ¿Respetar su vaina?-
-Es que ellos son muy fuertes y a nosotros no nos gusta andar fuerteando por ahí,
pero les aceptamos lo suyo pues-

Los Mangos no tuvo idea cuando el joven le dijo “fuerteando”, lo que se imaginó
fueron hombres musculosos mostrando lo fuerte que eran al apretar sus enormes
bíceps y tríceps, pero el concepto era muy distinto al pensado por ella.

-A ver, achante un pelo, ¿qué es eso de fuertear?-

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Entre risas pícaras y sarcasmos entre ellos por la incredulidad de Los Mangos,
uno de los del grupo le contestó:
-Mira chica, eso es cuando una hombre gay mariquea mucho, a eso le decimos
fueeerte, y aunque se nos salga la mariquera a veces, no somos fuertes y los de
adentro sí-
-Oh, ya ya, que divertido ya aprendí algo gay nuevo el día de hoy, bueno mis
amores bellos y preciosos los dejó para que sigan en lo suyo-

Los Mangos dejó que el grupo de homosexuales siguiera cuchicheando sus


chismes, agradecida con los muchachos por enseñarles otra palabra a su
vocabulario, pero la visita con ellos no había terminado, quería inmiscuirse un
poco más en la vida de estos jóvenes, de ellos y de todos los demás que ella viera
cada día sentados en la plaza, quería conocer las razones por las cuales algunos
dicen odiarse tanto y de todas maneras visitan el mismo lugar, cerca de quienes
visten todo lo opuesto a sus creencias.

---
Estaba lleno de horror, se veía en su mirada como si nunca en su remota vida
hubiese imaginado que algo así tan grotesco, pudiese existir. Dio varias vueltas
alrededor del lugar, para ver si era un objeto de su imaginación lo había acabado
de mirar. Una, dos, tres vueltas, pero nada, la situación todavía se presentaba,
llegó a pensar que Dios lo había castigado al ponerle eso en sus ojos, porque no
había razón para que él, un pobre anciano, haya observado como dos hombres se
tomaban la mano estando sentados en la Plaza de Los Mangos.

Al igual que el señor, el policía Carlos sentía lo mismo, para él la homosexualidad


debía ser puesta tras las rejas, pero no es algo que se pueda hacer, aunque la
policía puede hacer lo que le venga en gana en la plaza, ellos buscan derrocar a la
Los Mangos, sacarla de ahí, para que todo lo que haya construido basado en la
buena vibra de sus habitantes, sea puesto por el piso y borrado de la historia de
San Cristóbal.

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“Como siempre en el centro se sientan los punks, los marihuaneros, entre otros,
siempre hay como discriminación con la gente gay, el homosexualismo, entonces
como para no chocar entre ellos, para no mezclar los grupos”, esta es la razón,
según Yelitza (amiga del grupo de jóvenes gay que asegura ser heterosexual), del
por qué, los grupos juveniles homosexuales se alejan del gran árbol ubicado en el
centro de la plaza, por miedo, ellos prefieren estar en las aceras, especialmente
cerca de un aviso verde con el nombre de “Subway”.

-Mira, a mí me gusta por lo general sentarme en Subway, hay están todos mis
amigos, y ese es como nuestro sitio ya, pero cuando salimos de ahí nos sentamos
en la acera de la plaza, no sé porque, pero nos gusta ahí-, dice Jonathan, otro de
los protagonistas del grupo de “ambiente”.
-Ah no ya sé, todo es por culpa de Chacha, ella hace que siempre vengamos para
acá, aunque ya casi no se la pasa por aquí y pues nos sentamos más cerca de
Subway, pero antes siempre era en la famosa esquina caliente-, reafirmó Wilmer.

“Chacha… sí claro, yo sé quién es, se me había olvidado hablar con ella”, pensó
Los Mangos para sus adentros. En ese momento recordó lo popular que ha sido
esta mujer para los homosexuales en la plaza, sin ella quizás ellos nunca
hubiesen empezado a hacer su pequeño mundo aquí.

-A ver mis amores, ¿y por qué la Chacha, ah?-, Los Mangos puso ojitos de gato
para que la pregunta no fuese pasada por alto.
-Ella es lesbiana, y alquila teléfonos desde hace un montón. Es lo máximo, aunque
no le gusta mucho fiarnos las llamadas, pero ahí podemos ser nosotros, ¿me
entiende?

La esquina de Chacha es un lugar simbólico para los muchachos que son gais o
para las mujeres que son lesbianas. Esta persona, conocida como Chacha, es
como la reina entre sus presentes, sí está ella, los chamos pueden agarrarles la
mano a sus novios, o las chamas pueden coquetearle a la señorita que les

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parezca más hermosa. Esto no es algo nuevo, es similar al tiempo que tienen los
consumidores de marihuana, aunque réstenle 5 años. Desde el 2005 ella ha
formado vida en la plaza, y aunque ya no cumple su misma rutina como antes, ha
dejado un espacio donde los homosexuales pueden llegar a ser ellos mismos sin
miedo a ser intimidados.

Pero no todo fue pan y mantequilla en aquel 2005 para Chacha, ella tuvo que
ganarse su territorio y demarcarlo una y otra vez, para que San Cristóbal en
general, supiese que ahí la homofobia no podía existir, porque en ese pequeño
espacio el amor entre personas del mismo sexo podía existir, a pesar de las miles
de miradas como la de aquel anciano o la del oficial Carlos.

Aunque con el paso del tiempo, ella misma se dio cuenta que quienes le habían
dado vida a su trabajo (alquilar celulares o vender tarjetas), luego terminarían
fastidiándola porque fuerteaban, y eso le quitaba clientes que eran necesarios
para prosperar.

“A veces era imposible trabajar con ellos alrededor. Me ayudaron mucho porque
creo que el 80% de mis clientes son ellos. La gente no tiene pena de salir con sus
novias, o los chamos con sus novios y darse un beso, o de repente en el léxico de
nosotros que es “fuertear”, que sería ser amanerado. Yo creo que por eso ellos
toman eso como un escape, venir para acá, “Yo soy marico y me paro aquí y no
me da pena, a mí no me importa que me miren porque estoy parado con la
Chacha”. Lo que pasa es que con el tiempo se han descarado mucho, y tampoco
me sirve porque mucha gente de repente no le gusta que dos hombres estén
sentados uno en las piernas de otro. Entonces me toca que correrlos, o decirles
que no sean tan fuertes”, con sinceridad y una voz que trasmite respeto dice
Chacha.

Ella es lesbiana, es muy agradable, tremenda persona, de vez en cuando me


lanza unas miradas que me ponen la cara como un tomatico, pero ella le gusta ser

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así con muchas mujeres, no digo que le eche los perros a todas, bueno, quizás sí,
pero eso no le quita lo carismática que es.

Se viste sin armar alboroto sobre su sexualidad. Luce siempre un pelo corto. Su
rostro no porta ningún tipo de maquillaje, por lo que sus días rabiosos se le ven
como un mapa en su rostro. Una franela sencilla sin lucir su pecho, jeans de corte
normal que no luzca mucho su comportamiento de atrás y zapatos que pasan
desapercibidos por no llamar la atención. Manos pesadas, estatura alta para una
mujer y siempre a la orden de cualquier persona que ande urgida de una llamada
telefónica, eso y un mano amiga para sus compañeros (as) de su misma
sexualidad, casi como un “Harvey Milk” (luchador por los derechos de los
homosexuales en Estados Unidos), pero tachirense.

Chacha no le teme a nada. Ella es como el alfa, macho y hembra al mismo tiempo,
toda su manada se mantiene a su lado para no sentir peligro ante posibles
embestidas de peligrosos rivales en la cadena alimenticia. Gracias a su poderío, y
a que ni le para al qué dirán de las sociedad de San Cristóbal, es que sus cuates
homosexuales, lesbianas, bisexuales y hasta heterosexuales que de vez en
cuando quieran probar, han permanecido en la Plaza de Los Mangos, aunque ya
con su ausencia era de esperarse que se fueran.

Sin embargo, Los Mangos ha detallado algo nuevo, un tipo de fresca comunidad
de chamitos de esta misma sexualidad, que han llegado a vivir diariamente a la
plaza. Ellos son completamente distintos a los que resguarda el brazo de Chacha.
Son mucho más jóvenes, más “fuertes” y más escandalosos que los otros,
además que lo que más los distingue dentro del territorio, es que ellos no se
sienten en la acera frente al local de comida rápida-ligera, sino cerca de sus
predadores: los consumidores de marihuana.

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---
Me les quedé mirando tan fijamente que de repente una de las chicas, se acercó a
mí, como con ganas de formarme alboroto por eso. Llegó a mi lado con otra
señorita que portaba uniforme de liceo color azul celeste. Yo le sonreí como
insinuando con la mirada “por favor no te molestes”, pero eso no evitó que me
preguntará: ¿Qué estás haciendo, por qué nos estás viendo y tomando fotos?

Bajé la mirada e inmediatamente la subí, aunque sin pocas palabras en la


garganta para que se calmaran y no malinterpretaran mis acciones.

-Hola, no se preocupen, sólo las estoy observando, no hay motivos para


alarmarse-
-Tú eres gay o qué. Mucho cuidado con esas fotos, por si salen en La Nación, mira
que sus padres no saben que ella es de ambiente-, y señalaba con el mentón a
quien parecía ser su novia.

Me acaloré, las mejillas inmediatamente se tornaron de otro color, lo sé, porque


las sentí caliente. Volví a sonreír, pero esta vez bajé la mirada más lento y tarde
otros segundos en subirla.

-No vale, estás loca, cómo se te ocurre que voy a poner eso en la prensa, es que
se veían tiernas juntas y me llamaron la atención- “caray, qué es eso de me
llamaron la atención, ahora si van a pensar que quiero con ellas”, pensaba Los
Mangos mientras terminaba su respuesta.
-O sea, que sí eres gay. Bueno, si eres lesbiana no tenemos ningún problema con
que nos mires, yo me llamo Cris-, picó su ojo e hizo que el rubor adquiriera un
color no humano-
-Me alagas, pero no soy lesbiana, sólo aprecio la belleza y el amor donde lo hay,
yo me llamo María, pero me puedes decir Los Mangos-

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-¿Amor? Uy no te me apresures, paso a paso se pisa con más gusto, solamente
estamos saliendo. Por cierto, lastima no seas de ambiente, pero bueno, te dejó
nos vemos cuando quieras-
-Vale-, se rió levemente y ni un adiós le pasó por la mente, se apenó que una niña
de tan sólo 15 años le hubiese echado los perros y ella se había quedado como
congelador nuevo, súper fría.

Días más tarde la volvió a ver, y aunque quería saludarla, prefirió pasarle por un
lado. Cris, se dio cuenta que Los Mangos se hizo la loca, y de una salió
nuevamente a la conquista.

-Hoola, pero tú ya no saludas, te me quedas mirando un largo rato y después de


haces la de Mérida, ¿cómo estas?-
-Je, no vale, es que te vi entretenida con tus amigos y no quise interrumpir, yo
estoy bien, y eso ¿qué haces por aquí?-
-Yo tengo un mes más o menos viniendo todos los días acá, me encanta el lugar y
pues bueno, me lo vaciló, además que están todas las nenas más bellas de San
Cristóbal-, miró con sutileza y agresividad al mismo tiempo a Los Mangos, para
que le quedara claro que el piropo era sólo para ella.
-Bueno, a ver, yo estoy muy vieja para ti, y pues ya he probado ese lado y no me
terminó gustando del todo, así que en vez de echarme los perros, podemos
conversar sobre otras cosas, no sé-
-Lastima, pero cómo se le hace. ¿Qué “otras cosas” son esas?-

Los Mangos quiso saber porque ellos, siendo homosexuales se sentaban dentro
de la plaza, cerca de los consumidores de marihuana, quienes afirmaron que
donde vieran hombres con otros hombres los golpearían, además, que era un
grupo que no se relacionaba con el grupo de ambiente (término para hacer
referencia a la homosexualidad) protegido por Chacha.

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“Es uno de los mejores sitios donde uno puede sentarse a hablar sin tener tantos
inconvenientes con aquellas personas que toman y se emborrachan, más o menos
como los que se encuentran en la plaza bolívar”, contestó la señorita pícara de
todo el lugar.

Cris es una ferviente asidua a la Plaza de Los Mangos, sin embargo, hay
pensamientos que parecen perderse en su mente de quinceañera, con respecto a
temas que la juventud debería estrechar abiertamente, por aquello de la rebeldía
del joven por siempre, así como, parece señalar que la plaza guarda peligros
como su afirmada homosexualidad.

“En ella se relaciona la homosexualidad, la marihuana, el licor… La plaza es


dañada por la forma en que la gente fuma marihuana, por eso la plaza es dañada,
simplemente por eso”.

Estos niños míos cada día inventan más locuras. Pero hay que entenderlos, a su
edad uno también era así de chiflado, yo también me contradecía, pero creo que
Cris la vio venir y se enmarañó con sus propios pensamientos. La plaza como que
es mala para todo el mundo, hasta para ella que es lesbiana, la plaza no es buena
porque hay homosexualidad en ella, o al menos eso fue lo que le entendí. Sino es
la marihuana, son los gais, sino son ellos, les echan la culpa a los hippies, nadie ni
nada los satisface, pero nunca se van. Esa palabra, territorialidad les queda como
anillo al dedo.

37
La historia de sus vidas

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La territorialidad conduce a una delimitación del espacio que generalmente es
respetado por los grupos que los frecuentan y su elección tiene diversos orígenes
que abarcan desde la espontaneidad hasta la seguridad personal… Son muchos
conceptos que los habitantes de la plaza tienen sobre su territorialidad,
dependiendo en toda instancia del aprecio que cada ser le tenga a su “esfera
privada”, aunque, simplemente represente un común lugar donde van a
encontrarse con sus amigos y “salir de la cotidianidad”, que según ellos, profesan
fuera de la Plaza María del Carmen Ramírez.

---
Mi mamá me decía cuando estaba creciendo que si seguíamos dejando entrar
tanta gente, iba a llegar a un día que aunque ellos mismos quisieran irse, no lo
iban a poder hacer, porque algo más allá de sus mentes y cuerpos, los iba a
encerrar para siempre en la plaza.

Todos los que vienen, parecen nunca irse, ellos siempre están ahí. Sólo los dejó
de ver por horas, pero ellos siempre están donde les gusta estar. Es algo que no
tiene mucho sentido a decir verdad, yo sé que los veo y nunca los dejó de ver.
Miren a Chacha, los que consumen marihuana o a los skaters, lo mismo en algún
momento le pasará a la coqueta Cris.

---
La territorialidad es un proceso en el que un individuo o grupo toma posesión
durante cierta cantidad de tiempo en un día y seguidamente procederá a asistir de
manera cotidiana al mismo lugar en otras ocasiones, en otros términos es el
sentimiento de sentirse identificado y de apropiación por un espacio específico el
cual se mantendrá como propio en las siguientes visitas que tendrá la persona al
lugar, de la misma manera, este espacio será valorado en formas distintas por
otros disimiles usuarios. En similar proceso la cotidianidad es un componente
preciso del uso que estos seres le dan a su respectiva territorialidad. No se puede

39
ser protagonista de una determinada ubicación si no se hace empleo de ella de
manera cotidiana.

---
“Es una maldición, soy claro y sincero y para el que escuché eso le digo que es
una maldición, que el que quiera venir a esta plaza está corriendo un riesgo
enorme, no por quedarse metido en algo, porque nada es un atrape, uno mismo
se hace el atrape”. Esto me lo dijo Pablo, un chamo que forma parte del grupo
adepto a la marihuana. Quizás al decirme esto, me estaba dando a entender, que
mi mamá siempre tuvo razón. El que llega aquí para quedarse, jamás podrá irse.

Se la pasan en su mundo alejados de todos los demás, abnegados a mantenerse


lejos de esas personas, pero no se percatan que recorren los mismos espacios
que sus “desconocidos”, y si les pregunto ¿qué piensan de la plaza? ¡Jah!, dirán
que es una porquería o que es dañada como lo dijo Cris. Es como un amor y odio
o como un matrimonio de muchos años, que ya ni saben por qué están juntos,
pero siguen ahí, profesándose “amor” todos los días.

-Yo creo que nos tienes hechizados, toche, porque la verdad a veces ni sé qué
carajos hago aquí-, con sus ojos achinados habló Tokio.
-No sé si a todos los demás, pero a ti si me gustaría tenerte siempre hechizado-,
Los Mangos puso mirada de lunática para mostrarse seductora ante el joven
príncipe de la plaza.
-No te vengas con mariqueras, mira que todavía es temprano y ni una curda nos
hemos echado. A ver, ya vengo, voy a dar una vuelta-

Los Mangos, siempre sentirá una especial atracción por Tokio, pero ambos nunca
podrán estar juntos, aunque el cariño sea mutuo, son almas viajeras en busca de
todo, menos estabilidad.

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---
Todas las noches me siento a mirar que nadie me mire. Me siento distante de
aquellos que hagan bulla, pero cerca de esos que acurrucan los labios con los de
otros. Prefiero estar en un lugar donde nadie me vea, pero donde yo pueda verlos
a todos. Estoy tranquilo aquí. El aire es puro, la noche es fresca y veo como las
relaciones sociales coexisten y se terminan.

Yo prefiero ser el centro de atención. A mi me encanta la pachanga y donde esté


el miche ahí estaré yo. Me gusta una cervecita bien friita, siempre que veo algún
conocido le echo el grito para pegármele y que me brinde una curda. Eso de estar
como lobo solitario no va conmigo, necesito la gente a mí alrededor, y de eso aquí
lo hay por montón, pero zape con esa cuerda de homosexualismo, esa vaina sí
que no va conmigo.

Es mi deber estar aquí metido. Desde hace un buen tiempo que me la paso
vendiendo perritos aquí, ya van como unos diez años. A mi me da igual si los
chamos joden o no, mientras no lo hagan con uno pues todo chévere. Pero sí
debo decir algo: la plaza está muy abandonada, las autoridades sólo se acuerdan
de ella cuando vienen a buscar votos entres los asiduos a Barrio Obrero, pero del
resto, mire nada más, esa vaina parece un peladero de chivo.

Si Chacha no estuviese aquí, yo ni loco me la pasaría por aquí. Hay mucha gente
que siente odio hacia nosotros y eso no es buena nota. Por eso es que me la paso
más con mis amigos en Subway, ahí tu pagas y puedes mariquear cuantas veces
quieras. Nosotros solo mariqueamos entre nosotros, tampoco es que vamos a
caer en estereotipos no que va, tampoco me gusta cuando una loca muy fuerte
anda manoteando por ahí, pero es problema de cada quien y pues lo respeto, pero
nosotros no somos así, solo cuando estamos en grupo.

Yo vengo a predicar las buenas nuevas del Señor Jesucristo. Nos sentamos en
casi todas las aceras, nunca andamos solas y tampoco nos quedamos hasta muy

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tarde, uno no sabe si se pone peligrosa la cosa. Los jóvenes siempre andan por
ahí, pues sí, pero ellos no nos molestan a nosotras, es más de vez en cuando
alguno se acerca a sacarnos conversa y eso nos emociona, porque demuestra
que la fe religiosa aún está presente.

Nosotros no somos nazis, pero estamos con la izquierda, somos un movimiento


antifascista y detestamos todo lo que tenga que ver con la derecha, inclusive al
amor, porque eso es un invento del capitalismo para hacernos comprar y comprar:
si amas a tu mama cómprale esto, si amas a tu novia cómprale aquello. Estamos
en contra de los que se meten vainas en la plaza y no me gustan los
homosexuales, pero tampoco soy homofóbico.

Yo vengo con mi novia porque nos gusta pasear por aquí, a veces nos sentamos
cerca de la fuente porque casi nadie pasa por ahí. Lo que me molesta son los
pacos, porque ellos saben que uno se la pasa por aquí, que es sano y es de aquí,
pero igual le piden la cédula para rastrearlo, pero nos gusta mucho del resto. La
naturaleza, la gente, no nos molesta si hay homosexuales, cada quien tiene
derecho de amar a quien quiera.

Este point tiene un buen rato, hace como unos 10 años tú no te hubieses podido
acercar a nosotros, porque de one te hubiésemos corrido. La marihuana nunca la
vamos a dejar, es un placer para nosotros. No marico, para mi la marihuana es
como mi segunda mujer. Sí, de pana. Este es el point de siempre, y pues somos
vecinos de la plaza, no nos vamos a ir, ni por los pacos esos que siempre lo andan
fastidiando a uno. Este es nuestro point pues.

El piso, este piso es lo que nos hace venir acá con la tabla. Yo por lo menos vengo
a la plaza desde chamito, más o menos desde los 7 años, y ahora vengo casi
todos los días a patinar y la vaina, pero nos la pasamos aquí es sólo por el piso.
Nosotros casi no le paramos a los demás, estamos en nuestra onda y listo, lo
demás es problema de cada quien.

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Yo aquí me he tripeado unas vainas que ni te cuento. Por lo menos una vez, era
de madrugada y estaba una parejita haciendo el amor escondidos por ahí, y en
eso pasó la policía los cachó y se los llevó presos, esa es la ventaja de cuidar
carros por aquí, uno se vacila unas vainas comiquísimas.

Yo también fumaba cuando era joven, ahorita casi no vengo pero sigo siendo
vecino de la plaza, vivo aquí mismo en Barrio Obrero. Recuerdo cuando crearon
como un cafetín, se llamaba “Operación Hamburguesa”, era una nota, también
una vez hicieron como un diamante de béisbol amateur, los chamos venían y
tripeaban un montón, yo venía y fumaba marihuana, en aquel entonces, eso era
como en el 70 y pico.

---
Son todas historias de los personajes que hacen vida cotidiana en la Plaza de Los
Mangos, o Plaza María del Carmen Ramírez de Briceño. Ellos son quienes le dan
vida constantemente al mundo que coexiste en este lugar. Si ellos se van, lo que
vive aquí morirá, pero el transcurso de los años ha demostrado que es poco
probable que las territorialidades se olviden de este lugar. Algunos se irán, pero a
su vez llegarán nuevos personajes, listos para apropiarse de un pequeño lugar, y
crear, escenificar y demostrar el concepto de la territorialidad en este espacio
simbólico de la ciudad de San Cristóbal.

---
He visto pasar de todo por aquí, desde loquitos sin un tornillo en la cabeza, hasta
señoras súper refinadas que vienen a esperar algo sentadas en la plaza. Nada me
sorprende a estas alturas. Una vez un joven, me invitó a probar drogas extrañas,
fue un momento de intriga y miedo, lo rechacé, me basta ya con los chamos que
fuman todo el día la tal marihuana. Ellos ya ni molestan, cada quien anda en su
nota aquí, es un gran mundo de aceptación… Ojalá todos fueran así no sólo aquí,

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sino también en San Cristóbal, y por qué no en otras ciudades del país, pero es
algo lejano y difícil de soñar.

Sólo están hechos para criticarla, porque nada más hablan mal de lo que se hace
en ella y ya, pero porque tienen que ser tan encajonados, ¿no pueden abrir los
ojos y salir de ese closet lleno de puras discriminaciones? Si voy pasando
agarrada de la mano con chico dicen: “Uy, pero que prosti esta mujer”. Si me ven
conversando toda risueña con una mujer con mucha testosterona dirán: “Pero
mírala, ahora se metió a cachapera”. Me tienen hasta la coronilla con sus
criticaderas, porque si ellos ni se la pasan o viven por aquí, para que les importa
tanto lo que hagan o dejen de hacer aquí… Definitivamente.

-Buenas tardes mi primor-, dijo un mechudo con aires de artesano o hippie, a Los
Mangos quien estaba sentada deshojando la margarita frente al edificio Tiyiti.
-Hola mi Miguelito, tiempo que no te veía, ¿como está la vaina?-
-Llevándola como quien dice, estaba en un baretto hace ratico y de repente me
tope contigo aquí toda solita sentadita como mirando pa‟ allá pal‟ infinito-
Una risa melancólica prosiguió el habla de Los Mangos:
-A veces me gusta sentarme aquí sola, justo aquí en este puestico, nadie molesta
y hay silencio entre los carros-
-Uy pero mira que bonito te salió esa poesía, deberíamos ir a quemar un
chicharrito por allá lejos de estos amigos tuyos- y señalaba al “Dispositivo de
Seguridad Bicentenario” ubicado debajo de la tarima de la plaza.
-Va si es, qué te pasa pues, esa gente no es amiga ni pana mía, tu sabes que con
ellos la hipocresía por delante-
-A esos chamos hay que decirles las vainas como son, pero si me pongo todo
happy frente a esos locos me la montan y me quiero muchito pa‟ dejar de andar
por aquí. La dejó mi primor, voy a buscar platica pa‟ otro barettico-, la miró dos
segundo con alegría y luego siguió su paso.
A unos 3 metros de distancia, Los Mangos le lanzó un beso y se despidió:
-¡Muah! Nos vemos al rato bello.

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---
Nada podía ser así como lo pensaba, esa paz total solo existía en las canciones
como “Imagina que no hay fronteras” y etc. etc. Pero así como los humanos tienen
alma, o bueno, algunos, así este lugar también llevaba una en su interior, algo que
hacía que todo lo llenó de mala vibra se fuera para otro a lado, porque a pesar de
que la cerveza, la marihuana, la homosexualidad, el sexo y cualquier otro tabú de
la sociedad viviese en la plaza, había una sensación de comodidad y calma, que
hacía que tantas personas asistieran tan seguido y siempre al mismo lugar.

La marihuana tiene su sitio, la homosexualidad se ubica en un espacio


determinado, los skaters no abandonan su piso, las parejas les gusta sentarse
lejos de todo el mundo para enamorar sus labios, los skin head forman su
comunidad, Chacha no falta ni mucho menos Tokio. Ellos siempre vienen y se
sientan en esa única banca hasta cualquier hora de la noche. Nada cambia,
siempre es la misma conducta, y si ellos se van volverán sus sucesores a
suplantarlos.

Es un territorio que ellos ocupan por un sentimiento social, y esto le da oxígeno


todos los días a este pequeño recuadro geográfico, que toda San Cristóbal
observa, pero ni les va ni les viene por creer que es solamente una estructura
creada para adornar al centro de Barrio Obrero: hasta ahí es suficiente, cualquier
otro adjetivo para esta plaza sería exagerado e irreverente. No todos saben que es
la Plaza de Los Mangos, aunque se sepan el nombre de pila.

---
Mi mamá siempre me dijo que no importaba si era el ser más amable del mundo,
siempre el desagradecido iba a venir a darme la mano para luego ponerme el
cuchillo en la espalda. Como toda niña pues ni caso le hice, hasta le decía: “Ay
mamá deja de estar inventando, no todo el mundo es mala gente”. Y ella como
buena madre me decía: “Sí, pero tampoco no todo el mundo es buena gente”.

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Años y años, y la palabra de madre no falló, es que parecía psíquica, bueno eso lo
veo es ahorita, porque si no le hubiese preguntado que hacer para volverme
millonaria y conseguir el hombre de mis sueños, capaz me hubiese salido con algo
como: “Ay muchacha del carajo, vete a lavar los platos y deja de estar soñando
con pajaritos preñados que ya estas grande pa‟ la gracia”. Uno nunca escucha el
consejo de madre, y ahora es que vengo a entenderlo, pero más que entender, a
creer.

Siempre me he caracterizado por ser cordial con quienes visitan y conviven todos
los días conmigo y la plaza, soy una completa san cristobalense, cordial hasta la
raíz de los pies, no sé porque, pero es un sentimiento de llenura, así como uno
queda después de atragantarse por completo, tanto que después queda pidiendo
perdón por pecar y comer sin hambre.

Yo invito e invito a todos, pero ahora veo que nunca dejarán de criticarme, ni
siquiera mis propios amigos. Cris me criticó, Tokio… también, quizás los que no se
quejan tanto son los que se la pasan fumando marihuana, pero eso debe ser
porque andan en otra nota todo el tiempo, que los imposibilita buscar algo para
lanzarme críticas como trastes en la cabeza. Uno que otro salva la patria, como
humano y como visitante de la plaza.

“Un pana, que es una persona bien, una buena persona que nos deja siempre
patinar y eso”, eso piensa el skater de corazón, Ángel de 21 años de edad. El
viene a la plaza desde que era tan sólo un bebe, y desde ese momento se
enamoró del lugar, tanto que todavía me puede apreciar por darle el chance de
que venga a practicar su deporte, y eso es bueno para los chamos, aunque a
diferencia de él, para Manuel (también skater) soy todo lo contrario.

“Es una mierda por las cosas malas que hay siempre, la gente así como que daña,
que se droga y esas cosas, de una vez lo enfocan hacía uno”. Pero él tiene razón
en algo: por los consumidores de marihuana mucha gente fuera de la plaza,

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piensa que cualquiera que esté por aquí, sólo está para fumarse un porro o
cualquier otra cosa relacionada con drogas o alcohol, no es duda para nadie que
la cerveza (a veces ron o vodka pero siempre lo más barato) es la bebida favorita
de la plaza, y por eso me declaro culpable, yo dejé que pasará.

Años atrás sólo pensaba en acomodar todo para que estuviera lindo para el uso
de quienes venían. Después de que mi madre se fue, perdí las ganas de cuidar la
plaza, no me apetecía hacerle un cariñito. Poco a poco fueron apareciendo los
padres de quienes vienen hoy en día por acá, ellos vieron todo esto medio
desolado y quisieron tomarlo, hacerlo suyo pues. Desde entonces es lo que es:
chamos siempre sentados en cada una de las aceras y bancas de la plaza, y en la
noche, ni se diga, es un vaivén de sensaciones juveniles llenas de licor y otras
sustancias prohibidas por la sociedad, pero por mí no.

“Siempre estamos en este lado (frente a Subway). Primero que nada, adentro de
la plaza están fumando marihuana o metiendo perico o bazuco. Aquí estamos
tomando cervecita”, dice una de las mentes izquierdistas con su cabeza
totalmente rapada.

“Para mí la marihuana es algo para pensar, más que una droga. Más dañino es un
cigarro. No hay porque discriminar a nadie por eso. Yo no le hago daño a nadie”.
Pablo respalda su gusto infinito por la hierba verde, admitiendo que al hacerlo no
molesta a nadie, inclusive, sabe que cuando hay niños alrededor, los “cigarros
verdes” deben apagarse para que los pequeños no se interesen.

Cada una de estas actividades es cierto que entorpecen la vida en la plaza, pero
tampoco es que las autoridades hacen algo al respecto, ellos sólo observan. No es
un mito para nadie, es una realidad que todos los visitantes y habitantes están
conscientes al respecto, pero si los guardaespaldas de la sociedad perfecta no
hacen nada, ¿qué otra cosa se puede hacer? No seamos hipócritas, que a nadie
le gusta las falsas caretas, aunque de vez en cuando usemos máscaras para

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convertirnos en súper héroes y salvar nuestras culturas y subculturas en las que
poco creemos.

---
En contraste a este tipo de jóvenes alertas de su cultura y capacitados para
defender su identidad, existen muchos estereotipos sociales que recrean una
masa de disfraces y uniformidad en las personalidades de la juventud e inclusive
en los individuos y grupos adultos. El protagonismo que ejerce llevar la batuta de
un movimiento cultural es predominante para sus seguidores, pero ¿Es realmente
este líder un verdadero representante de su ideal? Puede que haya decidido
utilizar un disfraz y lo haya pasado a cada uno de sus partidarios estructurando un
falso prototipo cultural.

---
Cuando la cerveza aparece las mentes brillantes de los jóvenes se regocijan de
una energía extra para darle fuerza a su personalidad. Ellos dicen que son
quienes son a cada momento, con cerveza o sin cerveza. No van a cambiar por
ninguna política pirata, y tampoco lo harán si se enamoran de cualquier fantasía
carnal. Los disfraces son falsos, ellos admiten su única cara, esa que se lavan
todas las noches cuando se van a dormir sanos, y la que se maquillan por la
mañana para quitar sus ojeras creadas por la borrachera y el sueño perdido. No
hay disfraces sólo caras reales.

Cris no tiene máscaras, es ella misma en todos lados:

“Yo soy lo que soy enfrente de mi mamá y de mi papá igualmente, porque ellos ya
saben mi condición sexual y pues yo no tengo nada que ocultarle a ellos, por el
simple hecho no voy a ser doble cara y nada por el sentido, yo soy en mi casa al
igual como yo soy aquí, claro en mi casa no fumo, en mi casa respeto más a mi
familia, en mi casa soy total diferente en mi forma de ser aquí en la plaza, no te

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estoy diciendo que me trato mal, no, para nada, aquí soy igual que en mi casa
pero aquí uno consigue más libertad”.

Es quien con cigarro mano, tal cual como es, pero eso no lo sabe mamá y papá
(otra curiosidad sin sentido por parte de la enamorada y coqueta Cris).

Los Mangos nada oculta. Ella es así. Con sus pelos greñudos sin color de raíz
luego de tantos tintes aplicados. Porta un vestuario que la presenta como joven y
adulto al mismo tiempo. Fuma y bebe como niño con juguete nuevo, nunca suelta
ni el cigarro ni la botella o cerveza. Lleva un radio con disco compacto para todos
lados, porque eso de MP3 le parece muy sifrino para sus gustos. Tiene uno que
otro tatuaje que sólo muestra cuando se emborracha, y se pone a contar la historia
de cada uno de ellos, los llama: Mis amores fallidos. Ella es así, sin
complicaciones ni nada, completamente relajada como hippie en protesta por la
guerra de Vietnam. Eso sí, muy distinto a sus muchachos, esos chamos que usan
la plaza, ellos cambian de empaque como producto publicitario.

“Yo diría que esto es una especie de laboratorio de subculturas. Porque aquí por
lo menos ves a un carajito de 15 años todo murcielaguito, así que se pone el
disfraz con las puyas hasta para ir a comprar el pan. Ves el de 17, 18 años que
está empezando a superar esa etiqueta por la que todos pasamos, ya lo ves más
relajados. Y ves chamos de la edad de nosotros que ya tienen las mechas porque
le gusta y de resto hacen los que les dé la gana, o sea, ya no tienen una regla en
sus vidas, entonces aquí ves de todo”. Así piensa Alberto, un joven de esos
conocedores de mundo que les gusta enseñar sobre cualquier detalle que tenga
en su cerebro, para él así funcionan las cosas en la Plaza de Los Mangos.

-Somos lo que somos, el qué tenga un peo con eso nos sabe a mucha mier...-,
dice uno de los que fuman marihuana en ese específico cuadrante de la plaza.
-Así es como dice mi pana, la marihuana nos define pero tampoco sólo hacemos
eso ¿ve?, también tenemos una vida aparte de fumar, tampoco es que somos

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unos pegados idiotizados todo el día aquí en Barrio Obrero-, añade otro de los
integrantes del point.

Hay algo que poco tiene sentido, pero que es más lógico que la lógica pura. Los
jóvenes son jóvenes porque tienen la facilidad de ser como un camaleón…

Yo venía un día por la calle y de lejos vislumbre a un cabeza rapada, de esos que
se la pasan en la plaza. Ya dije que vestían como preparados para escenificar una
nueva película de “La Naranja Mecánica”. Resulta que el chamo iba de lo más feliz
caminando con una ropa completamente distinta a lo que su ideología profesa:
Shorts tipo playero y una franelilla blanca. Pero creo que por que era domingo, se
estaba tomando un descanso de su trabajo como propulsor de los derechos de los
Skin Head en San Cristóbal. Sí… Podría ser eso.

---
Lleno de gente, a veces vacío. No importa si no se ven todos los días. San
Cristóbal sabe que nunca está del todo solo. Se sientan a oír el pasar de los
carros. No se van, esperan a ver si llega alguien. Se toman una soda para pasar el
rato mirando las hojas de los árboles caer. Van de noche para acariciar lo
prohibido de beber en áreas públicas, lo vuelven un sitio de predespacho: lugar
donde se reúnen las personas para luego irse a “discotequear”. No importa lo que
hagan, lo importante es la presencia inminente que marcan cotidianamente, como
un perro macho diciendo con su orina, ¡esto me pertenece!

Los recuerdo diariamente, ellos no se han ido de mi mente. Son mis niños, como
es posible que los olvide. Quizás les he lanzado un hechizo para que nunca se
alejen de aquí, como lenguaje de bruja: los he amarrado a la plaza para nunca
jamás estar sola en la vida.

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---
Seguí indagando. No se me había olvidado la tarea de preguntarles a todos
aquellos visitantes, ¿por qué vienen tan constantemente para acá? Sigo
pendiente, no crean que lo olvidé. Luego de darme cuenta lo que pensaban los del
clan de los cabezas rapadas, así como los chamos que aman la marihuana, los
que no distinguen entre hombre y mujer para amarse, la chica lesbiana que parece
ser más paradójica que la propia paradoja y Chacha, quise llegar a ese novio mío
que nunca me va a querer como yo lo quiero a él: mi amado Tokio.

Sé que a cada rato lo nombro. Sus ojos de chinito criollito me vuelven loca. Me
pierdo en su mirada que parece no tener infinito. Él ya me dijo una vez prostituta,
pero aún no sé porque se la pasa tanto tiempo por aquí, no es que me queje, al
contrario, él es uno de los emblemas en la plaza, aunque últimamente anda tan
enamorado que se le ve poco, pero su perfume nunca abandona el lugar.

Cada vez que lo veo, anda rodeado de gente distinta, a ese si que no le importa
con quien esté, aunque él diga que no anda con desadaptados, pero yo lo he visto
con chamas lesbianas, consumidores de la yerba prohibida, metaleros, en fin, con
cualquier tipo de persona. Es uno de los que define más el concepto de “no
discriminación” aquí en la plaza.

Una de las cosas que sí prefiere Tokio, es sentarse lejos del centro de los
mangos, para él la marihuana no le simpatiza, y se aleja de sus compañeros de
grupo social. El podrá ser un lo que sea, pero no apoya las drogas… Aunque una
vez me contó que de vez en cuando…

-Subway, frente de ese sitio es que me siento yo, dentro no porque hay puro
malviviente y a mi esa vaina no me convence, así que estoy más tranquilo afuera,
porque la gente de adentro me da mucho maltripeo-, con su voz de chico rebelde
Tokio confesó su lugar ideal.

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El heavy metal y lo que suene más duro que el metal es lo que le interesa. A
veces lo veo sentado con sus panas emitiendo una especie de sonido que para él
es canto. Lo produce con su garganta como un pequeño demonio saliendo a la
luz. Asusta, pero atrae la forma tan sencilla con que lo logra.

Él hizo suya la Plaza de Los Mangos. Así como todos los demás toman un
pedacito para hacer del sitio un segundo hogar. En caso de que no tengan donde
ir, siempre podrán llegar a esta plaza, aquí ellos son los jefes y líderes de su
comuna. Eso define aquella palabra de “territorialidad”.

---
Los días son símbolos importantes que ayudan a demostrar la territorialidad y
cotidianidad con que los jóvenes utilizan los espacios de la Plaza de Los Mangos,
pero no solamente dependen los días para su uso, también las horas son
determinantes en su comodidad. Las horas en que los jóvenes se presentan a sus
actividades diarias en la Plaza están comprendidas entre las 5:00 p.m. y 8:00 p.m.,
aunque después de esta hora aún se mantienen presentes. La hora más
importante en los fines de semana (viernes-sábado) es la 7:00 de la noche, donde
se puede apreciar la mezcla de grupos juveniles aceptando la compañía de otros
sin molestias. En estos días también se puede apreciar el destacado consumo de
bebidas alcohólicas, aunque, los miércoles, domingos y lunes no quedan alejados
del calendario etílico de estos jóvenes venezolanos.

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Hay un lugar para todos

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Sale el sol. Cada quien se marcha a su trabajo esperanzado porque el jefe no le
pida que se quede horas extras hoy. Los que aún estudian van corriendo a clase
porque hay un examen importante y van retrasados. Las hormigas siguen su
paso. Los ancianos que gustan hacer ejercicio temprano, se levantan por el
resplandor en las ventanas, listos para darle más vida al corazón. Los mangos
huelen a primavera. Todos empiezan su rutina, y así lo hace también la Plaza
más representativa de la ciudad de San Cristóbal.

-Nosotros venimos a eso de las 4:00 de la tarde a echar una caminadita por la
plaza. A mi esposa le gusta mucho, le entretiene el movimiento que ahí alrededor,
yo a veces soy medio flojo pero tampoco me gusta que venga sola-.

Una pareja de casados, la edad no parece especificada, pero diría que tienen 70 y
pico de años. Ellos siempre vienen en las tardes a caminar, dan unas cuantas
vueltas y luego siguen con su vida. Es su rutina, es lo cotidiano. Es el enlace que
comparten todos los días con la plaza. Siempre me gusta verlos, me recuerdan
que debo hacer ejercicio, porque de tanta cerveza con los chamos ya estoy
pasadita de peso.

-Pero tú dices que no te gusta dejarme sola y varias veces terminó caminando
sola. Usted sabe, es bueno para la salud, eso dicen, que ayuda a la circulación,
pero ese hombre es medio flojo-

Ropa deportiva, zapatos para la ocasión, nada de maquillaje, todo como debe ser.
A darle movimiento a esas piernas. No importa si la bulla de la calle molesta a los
pensamientos, ellos ya tienen su propio gimnasio al aire libre por donde hacer los
40 minutos respectivos. Luego que terminan su deporte diario u ocasional,
dependiendo de las ganas, se sientan unos minutos, cada quien en su mente,
mirando las personas y carros pasar.

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-No siempre venimos, pero usted sabe como son las mujeres, sino les dice que no
después andan todas bravas con uno por rechazarlas, pero sí es verdad, es
bueno, me gusta el ambiente-.

---
No sólo la plaza se ha vuelto un lugar pa‟ que los chamos echen vaina y jodan un
rato. Hoy conocí a un joven, amigo de Chacha por cierto, que se para a eso de las
7 de la noche en la misma esquina de ella, pero en un carro a vender pasteles
andinos. ¡Uy y son más buenos! Lo hace junto a su pareja, porque bueno, ellos
también son homosexuales, así como la reina del lugar: Chacha.

-Vendemos pasteles de todo tipo, de pollo, de carne, de queso, de bocadillo, y


pues con su respectivo fresquito-, me contó uno de ellos.

Me dio curiosidad que estuviesen justo ahí al lado de Chacha, porque no todo
territorio puede ser perturbado de esa manera, pero ella es buena gente, y como
lo dije en un principio: cuida a los suyos, por algo le ha ido bien con su trabajo, los
que más llaman ahí en la “esquina caliente”, como le dicen, son los homosexuales,
aunque esa palabra no me gusta, suena muy pesada y grande, prefiero decirles
gais.

-Nosotros hicimos un estudio del lugar, y pues supimos que este era un buen
punto para pararnos a hacer lo nuestro. La empresa se llama “Pastelitos” y hasta
el momento nos va muy bien, pero todo se lo agradecemos a Chacha, ella nos
prestó la esquina como quien dice-, cuenta Freddy uno de los dueños del negocio.

“Nos prestó”. Peculiar.

Todo aquí en la plaza depende de quien ocupa el lugar que ocupa, es decir, la
banca de los que fuman marihuana es de ellos. La tarima de la plaza es de los que
patinan. La esquina de Chacha es de ella y de los demás compañeros que

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comparten el gusto por personas de su mismo sexo. “Nos prestó”. Eso lo
demuestra todo.

---
Durante 7 días, de lunes a domingo, se realizó una exploración metódica y
sistemática para indagar como es el comportamiento territorial de los grupos que
utilizan la Plaza de Los Mangos. La observación fue el elemento principal para
poder demostrar la realidad en el uso de este espacio público. La hora elegida fue
de 5:00 p.m. a 8:00 de lunes a sábado y el domingo de 3:00 p.m. a 6:00 p.m. Se
escogió estos horarios debido a que durante este período de tiempo los
movimientos juveniles se apropian de la Plaza con mayor determinación, objeto
necesario para asegurar la obtención de datos correctos en torno al tema principal
de la investigación: la territorialidad manifestada por los personajes que hacen
vida en el lugar.

---
El anochecer es perfecto para verlos a todos sentarse donde prefieren. En ese
momento ocurre la magia. Todo comienza a suceder como quiero que lo vean. Es
ahí cuando el corazón de la plaza late con más fuerza. Todos los grupos juveniles
que prácticamente viven su cotidianidad en este lugar de San Cristóbal, acuden al
anochecer para alegrarse la vida o lamentarse por los amores fallidos. No importa
lo que sea, lo esencial es verlos juntos sin complicaciones. Ahí en ese instante, a
ninguno le importa la raza, clase social, religión, sexualidad o ropa que tengan
como identidad, todos echan cuentos al ritmo de guitarras y cantos de rock
pesado. Eso es vivir la Plaza de Los Mangos.

El alcohol quizás los una, pero hay más situaciones que los hacen sentirse en
familia, y no sólo es que sean jóvenes y entiendan ese sentido de rebeldía que
tienen tatuado en el alma. Sus costumbres, culturas pensamientos, son más
parecidos de los que ellos podrán creer. Es ahí cuando me percato que todo ese

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montón de tonterías sobre odiar al otro, sólo lo usan para defender a su grupo y
por supuesto, a sus propios ideales, porque del resto son muy similares.

---
Todos dicen que se odian y que no tolerarían estar al lado del otro porque ese
tiene los pantalones muy negros y pegados al cuerpo. “Oye pero que emo, uy no”.
Si no es así es porque tienen muchos colores encima y ni hablar los insultos que
dirían… En caso que no sea ninguno de los anteriores, se voltearán a criticar el
que fuma marihuana, y si no, pues terminan echándole tierra a los que se comen a
besos en la plaza. Son jóvenes, no viene al caso que critiquen todo lo que vean,
ya que esa es su naturalidad, así como ir al baño.

-Y que si los critico, no me gustan, es una ofensa para la naturaleza, como es


posible que dos hombres vayan agarrados de la mano, eso ofende todo lo que se
considera como normal-, me contó un día Pablo.

Tiene lentes, es tremendo gallo. Camina en cholas, madre ----. Anda todo llevado
por la vida, pero que de lo último. No tiene novia, que ----. Anda con novia, madre -
---. No hay similitud más obvia que el hecho de que critiquen todo lo que ven. Es
más, los homosexuales, quizás por defensa propia, son uno de los que más
critican, es fascinante verlos desnudar con sus palabras a cualquier persona que
camine frente a ellos.

-Ay pero miren a esa loca-, señalando a un hombre con pantalones pegados pelo
churrito y sandalias que pasó justo frente a ellos, dice uno de los gay del grupo de
la plaza-.
-Jah, eso no es nada, mira aquel que esta parado en el muro… Ay no es que es
una machorra-, risas aplacan el comentario, e inmediatamente la mirada atenta
encuentra alguien más para burlarse-.

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-Ese tiene el pelo como si mi abuela se lo hubiese cortado, y peor aquel que
parece haber salido del closet tan rápido que se le olvidó vestirse fashion, o sea
de lo último esta gente-.

Para eso no es necesario ser heterosexual, casado; homosexual, divorciado;


bisexual, arrimado; transexual, soltero. Sea quien sea, las críticas están a la hora
del día. Primera similitud trascendental.

---
“He recordado que todos los días que pasan ellos nunca se van siempre están. Me
recuerda cuando mi mamá me decía que quienes fuesen a llegar iban a ser unos
completos desagradecidos. Pero yo le dije a mi mama que no iba a pasar, se lo
reproché tantas veces que el de arriba me castigó. Siempre tuvo la razón”.

---
Ninguno se expresa muy bien de la plaza. Cualquier mínimo detalle les desagrada.
Que si la basura, los policías, el olor a monóxido de carbono, los niños gritando
como desaforados, el olor a yerba quemada, en fin…

En aquella oportunidad que charlé con el señor Angeledecio, me demostró que lo


único malo de la plaza eran los chamos, se quejó hasta que se le hizo tarde para ir
a cenar. “Esos muchachos, uy eso sí es malo, hacen mucha bulla, y no pueden
estar después de las siete aquí pero lo hacen”, decía. Yo no sé quien le dijo a él
que no podían estar hasta esa hora, no sé si salió en gaceta y nadie le paró.

El señor se queja de los chamos y ellos mismos se quejan de sus compañeros de


misma edad, y si no se quejan de los integrantes del núcleo social, pues se quejan
de lo que les brinda a todos este cuadrado geográfico, cuyo nombre ya está
bastante sonado por estas calles de San Cristóbal.

58
Cris lo hizo, el señor que vende perros, Wilmer, lo hizo, Tokio ni se diga (ay pero
es tan bello ese señorito, lo quiero sólo para mi). Chacha, el chamo que vende
Donas, Fernando, el que vende pasteles, Freddy. Todos vienen a la plaza, pero
como les gusta quejarse de ella.

“Mi mamá tenía razón, es tanto mi remordimiento que cuando me voy a dormir la
oigo diciéndome: hija, nunca dejes que la gente se acostumbre a venir, ya verás
que te van a dar tu palazo en la espalda. Así fue”.

Ellos no hablan bien de este lugar, pero gracias a ellos, hoy puedo contar esto: La
territorialidad que asumen en la plaza simbólica de Barrio Obrero, representa
como personas tan opuestas entre sí, pueden convertirse en una especie de
familia, sin que ellos tengan la más remota idea de que es así.

Eso de que los Cabezas Rapadas no se llevan bien con los homosexuales por su
propia ideología de izquierda, es una cuestión que habita solo en la conciencia de
ellos, porque en la plaza ocupan (en distintas horas claro está) el mismo lugar:
sentados frente al gran cartel de comida supuestamente ligera.

“Siempre estamos en este lado (frente a Subway)”, así lo dijo uno de los
representantes del movimiento izquierdista, quien nunca quiso darme su nombre
por miedo a enseñar su verdadero rostro.

En aquel momento, cuando conversé con ellos, su pinta de hombres hechos y


derechos me dejó ciertas dudas. Sobre todo porque el joven quien no quiso
decirme cómo se llamaba, llevaba en la mano un vaso de otro local cercano a la
plaza: Wendy‟s. Si mal no recuerdo, eso del anarquismo tirándole a la izquierda,
dice que nada de capitalismo o consumismo, bueno, entonces, ¿por qué el joven
de camisa blanca de cuadros, jean desteñido, botas de militar, tirantes y cabeza
rapada, cargaba en su mano un vaso con líquido gaseoso obtenido de este lugar,

59
un lugar que representa todo lo distinto a sus raíces de “izquierda”? Otra
contradicción de las mentes juveniles en la Plaza de Los Mangos.

La plaza los expone a todos. Así no quieran ser vistos por nadie, o deseen pasar
desapercibidos, cada uno de ellos está viviendo su vida al desnudo, además,
manifiestan sus gustos y sentimientos dependiendo del lugar que tomen como
suyo. El ejemplo más claro de esto: El sitio donde se ubican los consumidores de
marihuana, ese espacio los define tal cual se demuestran ante los transeúntes de
la zona.

---
Oscuro, gris, verde, lleno de grama, aislado, cerrado, alejado. El lugar es así,
palabras similares a su comportamiento con la sociedad. Distantes, encerrados,
llenos de grama por dentro, se ríen solo con los de su grupo, el lugar es la marca
de nacimiento dentro de la Plaza de Los Mangos.

(…Una vez me asusté, estaba pasando por la acera que da a Subway. De repente
vi como uno de los jóvenes que consume marihuana, estaba hablándole gritado a
otro chamo, en lo que quise voltear a otro lado sentí un golpe, sonó como un
estruendo sacado del centro de la plaza. Me percaté que el joven, quien era como
un Shaquille Oneal venezolano, le había dado tremenda cachetada al otro, que
era una miniatura en comparación al grandote...)

Su lugar los define. También los skaters actúan de acuerdo a su territorio. Ellos
adoran ser el centro de atención, sin eso no serían nada. Necesitan la mirada
atenta de quien sea, sobre todo si las novias están presentes, eso los hace ser
más machos entre los suyos. Es más, ese lugar es tan, pero tan propio de ellos,
que sólo ellos lo utilizan, al menos que vaya ocurrir algún evento en particular,
como un día que vi un show de Payasos, eso también vive en la plaza, los
espectáculos culturales, y de vez en cuando algún mitin político, sólo cuando los
votos son necesarios.

60
No solamente los skaters y consumidores de marihuana se exponen a través de
su espacio territorial, los homosexuales, parejas, personas solitarias, Chacha,
Tokio, ellos también hacen lo propio.

---
Yosmar, aún recuerdo su nombre. Que niño tan ubicado, tiene 15 años, pero sabía
donde estaba parado. Me lo encuentro casi todos los días con su novia. Ellos no
tienen un lugar en particular, simplemente, caminan toda la plaza y se sientan
donde les provoque. Se les ve en el puentecito, cerca de la esquina de Chacha, lo
importante es que donde estén, siempre están agarrados de sus jóvenes manos.
Es uno de los pocos jóvenes, que sabe cuál es la característica que lo une a él
con todos los demás visitantes a este lugar simbólico de San Cristóbal.

Cuando le pregunté, luego de varios minutos sentados conversando, qué lo unía a


él con todos los demás aquí en la plaza, sin pensarlo dos veces, firmemente me
contestó: “en que estamos en el mismo lugar”. Él ya lo había averiguado antes que
yo. Inteligente el pelado.

---
Nadie cree que ellos comparten algo especial, algo que va más allá de sus gustos
por la comida, por la ropa o por las creencias. No. Para ellos esto no es así, y si
para ellos no es así, mucho menos lo va a ser para los demás integrantes de la
sociedad san cristobalense.

Sólo ven un lugar, con cuatro esquinas, arboles, grama y por supuesto mangos.
Además, con puestos de revistas, trabajadores ambulantes y mucha gente parada
esperando buseta. De ahí, no ven más nada, sólo un lugar, quizás abandonado
por sus fundadores, lleno de gente “indeseable”, como tantas veces se les
considera con ese término. No ven nada más sino eso.

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La madre de Los Mangos tenía razón. Su hija podría ser la más alegre de todos en
Barrio Obrero, hasta en toda San Cristóbal, pero nadie le iba a valorar lo que
había creado por su ciudad. Para ellos, Los Mangos, es alguien que se droga
todos los días, no le presta atención a la policía, irrespeta a sus mayores y lo peor,
mete homosexuales y marihuana en la plaza más simbólica de la capital
tachirense.

Ella es todo lo contrario a lo que dicen que es. No discrimina ni a Testigos de


Jehová ni a personas que gustan de personas de su mismo sexo. Poco lo importa
si fuman o no esa yerba verde, y siempre le da la bienvenida a la popular cerveza.
Para ella, estas cosas son sólo parte de su cotidianidad, una que ella misma fundó
luego de la muerte de su madre, pero le ha sido difícil ser respetada por los
ciudadanos de San Cristóbal, y eso ha sido su piedrita en el zapato a lo largo de
muchos años.

Los Mangos está cansada de que la vean mal, de que al pasar al lado de un grupo
de personas, sólo oiga cuchicheos negativos hacia ella. Pero esto es irrelevante
en comparación al dolor que siente cuando oye que sus amigos, visitantes y
moradores de su plaza, se refieren a ella como la peor persona de toda la ciudad
andina.

Tokio lo dijo, Chacha también, y demás jóvenes comentan solo frases peyorativas
sobre ella. Nadie se salvó, todos asumieron que piensan mal del lugar, así sea
para ellos una segunda casa, donde cada uno de estos puede hacer lo que quiera
sin ser corrido, a menos que los policías quieran hacer su trabajo.

Desolación, apatía, tristeza, son sentimientos constantes que vive Los Mangos,
ella quiere que quienes comparten todos los días a su lado, dejen de pensar de
una vez por todas mal sobre ella. A fin de cuentas, ¿por qué lo hacen? Porque si
en algo se parecen cada uno de ellos es que discriman a diestra y siniestra todo lo
que hace el vecino.

62
---
El joven Tokio aparenta ser el alcalde de la plaza, a él lo conocen todos, nadie se
queda sin saludar al chino tachirense. Le da la mano a quien el considere como
“buena nota”, si no pa‟ fuera, por eso casi no le gusta estar dentro de la plaza,
para él los “malvivientes” que están por ahí acaban con toda la tranquilidad de su
territorio.

Pero si algo tiene mal el líder de los movimientos juveniles de la plaza, es en lo


que el joven Yosmar sacó 20 puntos:

“No me relaciono con ninguna persona, porque son muy diferentes a mí. Algunas
pero panas muy apartes que vienen aquí a veces, no siempre, que son amigos
panas, panas, que tengo una amistad con ellos fina, pero del resto no”, piensa el
joven achinado.

Tokio deambula en su mar de melodías rockeras, el solo asiste a este lugar de


Barrio Obrero para esperar que una buena rumba salga, o alguien invite las curdas
de la noche. Por ser tan bochinchero y estar siempre metido en una fiesta, es que
es tan popular entre sus panas de la plaza, panas que sólo existen para una
noche, así como una noche de copas, una noche loca.

Yosmar, podría ser el más aislado de los habitantes de la Plaza de Los Mangos, a
diferencia de Tokio quien conoce a todos y todo lo que sucede en el lugar, pero el
joven de 15 años, sí está seguro que la similitud entre cada uno de los que pone
un pie en este territorio san cristobalense, está en el simple hecho de que
cohabitan un mismo espacio.

---
Esta Plaza reconocida por las actividades ilegales que realizan los jóvenes en ella,
se encarga de demostrar la versatilidad del término geográfico y social: punto de
encuentro, que en esta investigación se ha categorizado como territorialidad,

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porque representa exactamente lo que sucede con todos los recintos en los que
se ubican los grupos, además que teóricamente se relaciona con lo que realmente
ocurre en estos variados posicionamientos, de acuerdo con lo que se ve
demostrado en las actividades rutinarias desarrolladas en este espacio público de
alto renombre de la ciudad.

Yo nunca tuve padre, y si lo tuve pues verdaderamente no importó conocerlo,


quizás por eso ansío tanto el contacto humano, conocer a los chamos, reírme con
ellos, hablar con los mayores del comienzo de la plaza o de la vida en general.
Siempre he estado dispuesta a recibir más y más gente, quien sabe, si hubiese
conocido al hombre que dio la semilla para yo nacer, esta plaza no fuese lo que
hoy en día es: llena de gente.

---
Luego de conocer a la mayoría de los que hacen vida territorial en la plaza, quise
indagar un poco más, pero en aquellos que utilizan el espacio para llenarse los
billetes, o sencillamente para darles el pan a su familia. Algunos son grandes
peces que nunca se satisfacen, y otras personas comunes que luchan por ganarse
la vida en este lugar de Barrio Obrero.

Antonio. No es delgado, pero es feliz así rellenito. Siempre he pensado que


heterosexual no es, pero tampoco es algo que voy a preguntarle de la nada. No sé
si ama a los animales, pero siempre trata con ellos, específicamente los perros, él
es un vendedor de cachorros, y lleva un largo rato haciéndolo… Desde que era
una adolescente recuerdo que lo veía, aunque con más pelo en la cabeza. Sigue
siendo el mismo hombre, un poco desconsolado por la situación económica, pero
bien sabemos que la plaza no tiene la culpa.

El negocio no es de él solo, tiene varios compañeros en el trabajo. Un hombre,


bastante delgado, que parece su pareja, pero de nuevo, me da pena preguntarle,
no quiero que me vea con mala cara. Además, trabaja con una mujer, de pelo

64
amarillo fuego, bastante alegre y cordial, así como el lema de los san
cristobalenses.

Antonio está toda la semana, en el mismo sitio, sentado de la misma forma,


mirando a los lados, siempre frente a un restaurante de comida italiana llamado
“Massimos”, que en otro tiempo no hace mucho, fue una panadería bastante
popular entre los jóvenes. Mira, espera y piensa la misma frase, cuando le
preguntan cuánto cuestan los perritos, o uno en especial. Por lo general venden
“poodles”, antes vendían otras razas como chihuahua, pero las cosas cambian,
todo depende de como ande el negocio, y como anden las perras que montan el
negocio.

-¿Y cómo ha estado la venta hoy?-


-Pues ahí vamos, usted sabe que la cosa no está bien, pero nos mantenemos al
menos, además hay perras que no han parido y pues estamos esperando-
-No les pueden meter una pastilla para que agilicen la vaina, porque hay comer
mijo, hay que alimentar a la panza-
Se rio sin pocas ganas y se detuvo como para analizar si en realidad podía hacer
algo así.
-Ay chica tu si inventas cosas raras, ojalá se pudiera darle una cosa para que
pujara esos perritos lo más rápido posible, porque la cosa está arrecha-

Cuando habla me recuerda al grupo de los jóvenes homosexuales, pero no lo digo


por juzgarlo, sólo porque me intriga saber su sexualidad, así conocerlo un poco
más a fondo.

A diferencia de este vendedor de mascotas, hay otras personas que tienen su


comercio a lo largo de las cuatro aceras de la plaza: los que alquilan celulares,
venden cds de películas y música, algunos llegan en sus carros a vender donas,
tortas o pasteles y están también los artesanos hippies que de vez en cuando
recorren la plaza para vender sus prendas personalizadas al público del lugar,

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tampoco se me puede olvidar el kiosco de revistas también ubicado frente al
restaurante de comida italiana, Massimos.

Además, los domingos, el día más desierto de la plaza, se pueden ver hombres
mayores vendiendo raspados, sin olvidar uno que otro alquiler de celulares, esos
siempre andan presentes. Chacha también acude los domingos, aunque tarde en
la noche como a eso de las 8:00.

Hay comercios que son cooperativas, como el alquiler de celulares (Chacha lo


hace por su cuenta), y existe uno en específico que es como un pequeño
monopolio, la venta de cds de música y películas.

Venía pasando y me tope con Jackson de 23 años de edad. Siempre había jurado
que esos carros llenos de música y película en la maletera eran de quien atendía
el puesto, pero no, todo lo contrario, resulta que hay un dueño en general en este
específico comercio de la plaza.

-¿Ustedes hacen competencia con el otro que vende cds en la otra esquina?-,
pregunté con intriga porque era algo que no tenía ni la más remota idea.
El joven arreglando su mercancía, muy pendiente a todo momento de contar
cuantos hay y cuantos quedan me dijo muy tranquilamente:
-No, todo esto es del mismo dueño-

Es un tipo tranquilo, sólo pendiente de su trabajo, con una personalidad similar al


otro joven que trabaja en la otra esquina. Jackson lo hace diagonal a Massimos y
Gibrán, también de 23 años, hace lo propio frente a otro sitio de comida, en este
caso rápida llamado “Baseball”.

Pero Gibrán no sólo es feliz vendiendo películas y música de todos los tipos, el
también forma parte de la cooperativa que alquila teléfonos celulares y vende
tarjeta para la misma telefonía móvil en la plaza. Como todo un comerciante, lleva

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dos negocios al mismo tiempo que hace el otro, todo lo hace en la misma esquina,
además, también vende los respectivos cigarros detallados para los viciosos del
lugar.

“Nosotros formamos un tipo de asociación civil igual que los taxi, uno aquí está
tranquilo sin meterse con nada ni nadie y pues los chamos también se hacen pana
de uno”, contó Gibrán.

Al igual que Jackson, es un joven metido en su mundo, dedicado a lo que debe


hacer, ponerse a trabajar y ya. Así como estos dos, están otros trabajadores,
aunque ellos no son tan estrictos a la hora de laboral y de poner una cara serie
frente a los usuarios. Ellos son Carlos y José Luis, los cuidadores de vehículos, la
nueva moda del comercio venezolano.

El primero es un morenito, más simpático que la mitad de los visitantes de la


plaza. Cada vez que lo saludo me lanza un piropo que hace que los cachetes se
me sonrojen más que un tomate madurito. Es maracucho, de ahí su habladuría
con todo el mundo, y su coquetería con las mujeres, quien sea, como sea y donde
sea, sacará la frase más novedosa que pondrá esa mujer a pensar a mil cosas. Es
el propio poeta de la calle diría yo, más bien el poeta de la plaza.

Carlos cuida todos los carros que están en la acera frente al popular subway, pero
no lo hace todo el día, su horario es cuando el sol comienza a ponerse, el resto de
las horas anteriores a su trabajo, es del otro cuidador de carros, el colombiano
José Luis.

Ese es el lugar de ambos, toda esa larga acera, de ahí sacan el dinero para
mantener a su familia y darle a su comida a su propio estomago. Ambos son muy
distintos, pero eso sí, son honrados y carismáticos, les gusta conversar con la
gente, y hacer de su trabajo algo más que estar parado. Si alguien no les da ni dos

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bolivaritos, pues no importa, ellos saben que otro cliente llegará y les dará un
billete con otro número más llamativo.

El colombiano trabaja toda la tarde, siempre con su acento que lo caracteriza y su


cordialidad por delante. Por lo general va a trabajar con toda su familia, lo que
hace su labor más interesante, pues esposa e hija lo acompañan a esperar las
propinas de los dueños de esos carros.

A diferencia de José Luis, Carlos prefiere andar solo, aunque una vez lo vi con
quien él afirmaba era su mujer, una señora con aires de juventud, que se la pasa
casi todos en la plaza vendiendo golosinas junto a su hija, aunque más que vender
lo que hace es pedir algo para la comida, a cambio les da un caramelito, pero con
el tiempo ya lleva otras chucherías en esa cajita, y su pequeña hija ya ha
aprendido a regatear y proveer comida para ambas.

Pero eso no le quita Carlos lo coqueto, esté con quien esté, le lanzará un piropo a
cualquier cenicienta que ande por ahí, así atrae más clientes y se gana otro
numerito a la propina de la jornada, algo que en sus tres años de vida en la plaza,
ya le es costumbre: manejar las palabras para ganarse el dinero.

Para el maracucho, uno de los momentos más divertidos e inolvidables en su


recorrido por la plaza a lo largo de los años, fue aquel momento en que cachó a
una pareja de novios, dándose más que los respectivos besos, por eso el loco ese
me describe como una alcahueta, pero poniéndole la “r”: arcahueta.

“Una vez estábamos sin luz en la madrugada, y estaba una parejita en el murito
ahí (debajo tarima) haciendo el amor. Ese fue uno de los vacilones más tremendos
que yo me he vacilado, por eso yo digo que Los Mangos es la propia arcahueta,
porque aquí me he vacilado los mejores vacilones de mi vida”.

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José Luis es todo lo opuesto a Carlos. Es tranquilo, callado y tímido, no busca
enamorar a nadie para ganarse unos billetes extra y siempre sonríe para no
mostrar su pena ante los demás. Una vez que el sol se oculta él se va para su
casa lo más temprano que pueda, eso de parranda y cervezas gratis no lo
convence, algo que el maracucho si anda cazando, que sus clientes le regalan
aunque sea una gota de alcohol para que la noche no se ponga tan fría.

Por algo el colombiano trabaja a la luz del día, su personalidad se manifiesta mejor
con el horario que tiene, y así como el sol va de la mano con él, la noche y la luna
hacen lo mismo con las características carismáticas del bochinchero Carlos,
siempre dispuesto a echar broma a la par de estar pendiente que carro se marcha
para salir rápido a buscar su efectivo.

---
Al convivir constantemente con un espacio determinado, va a ocurrir una afección
por el mismo, pero nada más para aquellas personas que han tomado como
propio un determinado lugar, a diferencia de quienes sólo concurran una vez cada
cierto tiempo. Luego de crear ese afecto por su metro cuadrado, procede a
establecerse un serio uso del término territorialidad ya descrito anteriormente. Ese
posicionamiento grupal o individual por la zona que demarcan, creará una
representación simbólica en sus propios imaginarios, la misma que utilizaron
Tokio, Chacha y los demás para referirse a la ubicación que han tomado desde
hace varios años atrás, lo cual –el tiempo que tienen viniendo al lugar de estudio-
pasa a convertirse en otra característica representativa de la creación imaginaria
de la Plaza de Los Mangos.

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Me criticas pero me amas

70
Yo tengo mucho tiempo aquí, ya perdí la cuenta, cuántos años, meses y días, es
algo que no recuerdo, sólo me llega de repente, aquellos momentos cuando
estaba la “Operación Hamburguesa” y estaba más gorda que una vaca, o cuando
que me la pasaba balanceándome en los columpios pero estaba tan grande para
la gracia que de broma no los rompí todos.

Hay algunos así como yo, que tienen tanto tiempo aquí que ni recuerdan cuando
fue el primer día que vinieron a la plaza más emblemática de la ciudad de San
Cristóbal, y no lo digo por aparentar egocentrismo, sino porque realmente es así,
puede que la plaza Bolívar sea un símbolo de la ciudad, pero yo he me
caracterizado por tener ese toque de “territorialidad” junto a las relaciones y
comunicaciones que han formado los jóvenes sin siquiera haberse dado cuenta.

Uno de esos vecinos que nunca se han ido es el señor Angeledecio, el parece
haber nacido en el pleno de los mangos, porque como lo mencionó se conoce
toda la historia de este lugar, hasta cuando la plaza pertenecía a aquella familia
adinerada, los Cárdenas.

Pero así como él, hay otros que también han estado desde hace mucho y se les
olvida la cantidad de años que han caminado estas mismas aceras, estos mismo
terrenos, adulterados con el tiempo para ganar votos y no olvidar el centro juvenil
de Barrio Obrero.

Chacha, Antonio, Cris, el señor que oye el radio, Juan de Dios, todos los que
forman parte de esta sociedad ya tienen más de un año aquí, inclusive la joven
Cris, ella pronto formará parte de esa cantidad. Inclusive María, quien alquila
teléfonos, ella desde pequeña acude a corretear por el lugar. Ahora es su lugar de
trabajo, así como para Fernando o Freddy, ellos utilizan la plaza para vender sus
productos (donas y pasteles), pero antes venían a disfrutar de la brisa y ver el
tiempo pasar junto a un cono de helado o alguna novia que los hiciera alucinar, o
novio en el caso de Freddy.

71
Tokio algún día podrá decir que ya tiene 5 o 10 años viniendo al lugar, y quizás no
lo demuestre pero se sentirá orgulloso en decir que conoció a Los Mangos, más
que a su propia familia, porque era el lugar donde siempre prefirió estar a la hora
de la cena y al momento de irse a la cama a soñar con los angelitos.

Ellos no sólo se han adentrado el corazón de Los Mangos, sino también sucede al
revés: los jóvenes cuyos corazones y almas parecen de hierro han dejado que ella
y su lugar los enamore con el tiempo convivido. Ese territorio les ha dado algo más
que una banca donde sentarse los fines de semana, les ha regalado un lugar en la
zona VIP, por así decirlo, ellos guardan un secreto entre ella, que nadie de San
Cristóbal lo sabe, a menos claro, que sean visitantes cotidianos del lugar y más
que eso, amigos y compañeros fiables de María del Carmen Ramírez de Briceño.

El constante paseo junto a los años, meses y días, les ha abierto una posibilidad a
valorar y querer el centro de Barrio Obrero (la plaza) como quieren las sabanas de
sus respectivas camas. Muchos podrán pasar de vez en cuando, sostener una
conversa corta de al menos cinco minutos con Los Mangos, pero, no serán parte
de esa familia que ella tanto protege, a tal punto de defenderlos a capa y espada,
de la Guardia Nacional y la policía del estado.

Y es que realmente todos son bienvenidos, nadie pone peros, y eso es lo mejor. Si
la plaza no quedará en Venezuela, sino en otro país como en Argentina, esas
llamadas tribus urbanas o movimientos juveniles, ya hubiesen hecho del lugar una
trinchera para batallar y defender sus ideologías. Aquí se critican, se gritan y hasta
pueden ofrecerse algún tipo de disputa física, pero hasta el momento, sólo queda
en palabras y nada más.

Eso es algo que los años o meses, le han enseñado a todo aquel que visita
diariamente o cada otro día la plaza, a ser sinceros consigo mismo y estar seguro
de su personalidad, si son homosexuales o cabezas rapadas, no importante lo que
sean, pero sí interesa que esa conducta y característica que forma parte de su

72
cultura, sea cierta, para siempre defender ese ideal, esa sexualidad o su sencilla
personalidad.

He visto de todo aquí, mi madre siempre me decía que si dejaba entrar gente,
tenía que ser mente abierta. Ella, para la época en que vivíamos, no era para nada
homofóbica, hasta llegó a tener amigos homosexuales, y los protegía cuando
estos llegaban asustados porque la policía los quería golpear. Creo que al verla
ser así, quise hacer lo mismo con todas aquellas personas que la sociedad
considera como “descarrilados”, me pareció justo y necesario protegerlos, y es lo
que he hecho y seguiré haciendo, así ellos no sean del todo agradecidos conmigo,
porque el de arriba será el que me juzgue cuando toda historia haya terminado.

---
Todos me saludan, algunos con gran emoción porque soy como su madre o su
gran amiga, otros sólo levantan la mano porque saben obviamente quien es Los
Mangos, y hay unos que aunque hayan vividos años y años en San Cristóbal no
tienen idea de quien soy, pues sólo vienen a la plaza a tomar el transporte público,
aunque no lo crean, ellos también forman parte de esa territorialidad, eso que
hace tan especial a mi queridísima plaza de Barrio Obrero.

Hay algo curioso dentro de esto mundo del territorio de la plaza. Cada acera tiene
su historia, ninguna se asemeja a la otra y viceversa, mucho menos el centro,
donde está el enorme árbol de mangos se le parece a las aceras. Cada lugar tiene
su razón de existir y sus únicas y propias características. Por ejemplo, quien llega
a sentarse en la acera que está frente al edificio Tiyiti, esa popular edificación de
Barrio Obrero, son personas que poco tienen química con la plaza, porque
sencillamente llegan, se sientan, esperan unos 10-20 minutos y se van. Eso
sucede desde la mañana hasta la noche.

Algo similar sucede en la acera donde las personas se sientan a esperar el


transporte público, pero quienes se ubican de este lado, lo hacen con mayor

73
rapidez que las del lado del edificio Tiyiti, esto porque andan apurados por llegar a
sus casas o trabajos. Eso es lo más común que se ve de este lado, aunque
también se utiliza para el comercio, como para el alquiler de celular, algunos
artesanos les gusta vender de este lado por el flujo peatonal, y justo en la mitad de
esta acera -donde están las escaleras para entrar al centro de la plaza- se ubica la
policía del estado, los más temidos y menos respetados por los jóvenes del lugar.

Así, como estos lugares están llenos de gente que pasa rápido y se queda por
poco tiempo, las aceras restantes son donde conviven los jóvenes y adultos que
más se identifican con la plaza.

Subway: comida rápida aparentemente saludable, llena de jóvenes desde que


abre hasta que cierra, es preferida por los grupos homosexuales para
simplemente tomar un café y charlar hasta que el gerente los haga desalojar, se
suele ver más mujeres que hombres, por eso de “comida baja en calorías”, ellas
piensan que al engullir un enorme pan lleno de embutidos, carne salsas y algo de
vegetales no aumentarán ni un kilo, pero, por eso la publicidad lo vende todo.

Yo siempre me siento frente a ese lugar, porque los chamos están por doquier, y
me gusta que me saluden a cada rato. Por ahí se la pasan los homosexuales,
cabezas rapadas, mi amado Tokio, universitarios, metaleros, algunos emos, de
vez en cuando punketos, pare de contar, son demasiados los muchachos que se
sientan frente a Subway, o bueno no necesariamente exactamente frente al local
de comida, sino a lo largo de toda la acera. Comenzando por la esquina de
Chacha (frente a Librería Sin Limite) hasta donde Gibrán vende CD‟s y alquila
celulares (de cara al local Baseball).

Aquí fue donde los conocí a todos, realmente no sé porque les gusta tanto esta
acera, porque si quieren privacidad no la van a tener, están completamente
expuestos a que sepan todo y cada uno de los detalles que hacen… Son jóvenes
les gusta atención, por eso están donde están si quieren estar solos, pueden

74
hacerlo dentro, ahí donde todo el tabú nace, cerca del gigantesco árbol que a mas
de uno le ha pegado un mango en la cabeza.

Así como los homosexuales, prefieren ubicarse frente al local de comida rápida
verde porque les gusta llamar la atención y que quienes pasen sepan quienes son
ellos, los consumidores de marihuana hacen lo propio pero alejados de toda esta
puesta en escena. De esa manera ellos se sientan lejos de todos, lo más lejos
posible para que nadie sepa, lo que todo el mundo sabe, que van a fumar
marihuana, porque así lo hagan a “escondidas”, todos los que caminan las aceras
de la plaza saben que en ese exacto lugar se fuma algo rechazado dictado así por
la sociedad.

En el centro de la plaza ocurren mil situaciones, todos se mezclan como una


perfecta obra de arte, aquí no importa si van a sentarse en grupo, novios,
casados, adultos de 60 para arriba o si van a patinar en la pista personalizada.
Alrededor del enorme árbol de mangos todo se asocia y nada sobra, cada uno de
los que ahí se sientan son como parte de una familia. A diferencia de las aceras
que en cada una sucede algo distinto, en el centro es como una aglomeración de
las características territoriales de las demás esquinas y lados, aquí se encuentra
todo lo que sucede afuera pero en un mismo espacio.

De un lado se patina y justo detrás se besan los enamorados. En otro el loquito


habla consigo mismo sobre la Harina Pan, y en frente una madre aconseja a su
hija a dejar el novio que está loco por ella. Debajo de las ramas cargadas de
mangos, perros conversan los sitios que aún no están marcados, mientras sus
dueños se coquetean sin saber que sus mascotas ya están procreando. Cerca de
las palmeras el grupo de Cris habla acerca de lo fastidioso del liceo, y ella con su
carácter de “mini” Chacha, intenta conquistar a otro prototipo para hacerla su
amante por una semana. El olor a marihuana los encierra y todos son cómplices
del pecado, la policía llega y los mira a todos como sospechosos de un crimen de
asesinato, en ese momento, los niños corren y gritan, los besos no se asustan por

75
las pisadas de los “azules” o marrones o el color que el gobierno les imponga
utilizar. Es un mundo dentro de otro mundo.

---
Los sábados me encanta acercarme al centro de la plaza, creo que la brisa es
más fresca esos días. Me alimento de la energía de todos y paso a saludar a los
más serios, pero más simpáticos del lugar, los que fuman la yerba verde. Me
ofrecen pero les digo que no, que quizás en la noche cuando las cervezas se
complementen con este otro delito. La policía pasea y a ellos no les interesa ya
saben que hacer, así me dijo una vez Pablo, solos les dicen que no tiene nada
encima, sólo en el cerebro y así no los molestan, se van por su lado los oficiales.

Yo estoy en la plaza y estoy en mi casa, aunque si lo pienso mejor se le asemeja


más que todo a una ciudad anexa a San Cristóbal, donde todos vienen a mostrar
sus verdaderas caras y a hacer lo que se les impide en la sociedad normal. Todo
lo que pasa aquí es lo real, es lo tangible que hace a la vida un poco más humano,
así como el policía ya tiene todo manipulado con las drogas o cuando las parejas
se esconden detrás de paredes para hacer algo más que darse un beso, eso es lo
real y vivo que hace a la plaza algo más que un terreno lleno de bancas, tierra,
grama y gente.

Cada espacio es de cada quien. Unos lo toman por media hora, lo dejan y luego
otro vuelve y lo toma suyo por una hora más, y así va la movilidad de la cuestión
territorial. Aunque hay posiciones indelebles, que pocos usan, porque tienen una
firma invisible que afirma le pertenece a alguien más, así pasa con la tarima y la
banca donde se sientan los jóvenes consumidores de marihuana.

Así como estos sitios ya están delimitados, hay unas bancas lejos de todos de
todos, ubicadas exactamente detrás de la tarima, donde solamente se ven a
parejas o personas que acuden a estar solas. Es perfecto para el amor: nadie
molesta, las escaleras que dan a las bancas casi no son utilizadas lo que crea una

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especie de confinamiento apropiado para los toques carnales, entre los jóvenes
enamorados.

“Ahí es donde me gustaría llevar a mi amado Tokio, pero él siempre se la pasa


lejos de ahí, es más si le preguntan estoy segura que dirá que jamás se ha
sentado en ese lugar. El prefiere llamar la atención frente a sus simpatizantes y
amigos, eso es lo suyo, ser el centro de atención, el rey de la plaza”, piensa Los
Mangos enamorada del achinado galán, quien piensa todo menos palabras
bonitas sobre ella.

---
Para mí esto es un mundo. Mi mundo. Yo soy la dueña pero como en toda
sociedad, las personas no le prestan atención al gobierno ni a las reglas, aunque
yo no me parezco a ningún gobierno porque me la paso concediéndoles libertades
a todos los usuarios de la plaza. Chicos, adolescentes, adultos y personas
mayores, soy servicial con todos, por eso cada uno puede hacer en su asiento o
en su sitio lo que les plazca. Es una cuestión de principios básicos de eso que
llaman territorialidad.

Quise seguir buscando quienes son aquellos jóvenes o adultos que se acuden
constantemente a la plaza. Ya sea por media o varias horas. Entre ellos encontré
un metalero, bastante descontento con que le digan así: “metalero” o “rockero”,
pero es una figura, así como Cris y Tokio lo son.

Estaba rodeado de su misma tribu urbana, pero un momento, esa palabra también
le disgusta al joven Daniel. Realmente casi todo le disgusta a él, es una persona
bastante llena de emociones rencorosas, y no quiere que nadie le ande poniendo
sobrenombres, por eso su discordancia con ambos términos.

-Esa vaina de tribu urbana es una ridiculez nosotros no somos parte de nada de
eso y tampoco somos metaleros, porque me guste esa música no tiene nada que

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ver con esa palabra inventada por la sociedad ignorante-, con agresividad en sus
palabras confiesa el joven.
Los Mangos intenta bajarle la ira a Daniel pero este continua con su manera de
expresarse.
-Bueno, pero yo no te estoy diciendo que eres parte de una tribu, sólo preguntaba
que si te la pasabas aquí como las demás tribus urbanas, o sea, que si acudes a
la plaza así como ellos-
-Esa es otra vaina que me arrecha, lo del parche, la gente que viene para acá se
quedan como pegados con la nota de venir todos los días, y de decirle al lugar “el
parche”, honestamente a mi eso me parece una total ridiculez-, sigue sin cambiar
el tono.
-Y entonces si no eres parte del “parche” qué haces por aquí-, le preguntó Los
Mangos queriendo demostrar que la idea del joven carecía de fundamentos.
-Yo vengo de vez en cuando, casi que cada mes, pero no suelo venir todos los
días pero si lo hago desde hace varios años, pero no es tradición-
-Así lo hagas por un momento, igual eres parte de todos los que vienen-, objetó
Los Mangos con un rostro pausado y calmado, a la espera del tono altanero de
Daniel.
-Pero igual yo no soy parte ni de tribus urbanas, ni de ninguna cuerda de
metaleros ni de la plaza, sólo vengo de vez en cuando, ¿o es que tengo que ser
parte del parche para venir?-.

Los Mangos no quiso seguirle la cuerda al joven, que no se considera parte de un


lugar al que acude, no importa si lo hace una vez cada mes o semana, pero ya
está creando esa determinada territorialidad, que en ese momento hizo cerca de la
banca de los consumidores de marihuana, junto a un grupo de varios chicos con
su mismo gusto al rock y metal.

El problema de aquellos que asisten a la plaza, es que no se dan cuenta que al


hacerlo crean una especie de cotidianidad, no necesariamente para hacerlo deben
estar presente todo el momento ni asistir todos los días, pero integran esa

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actividad al horario diario de sus vidas, convirtiendo esa acción en algo cotidiano,
y al añadir el uso del territorio, profesan una territorialidad.

Ellos mismos (los jóvenes) son los que han hecho que este lugar sea entendido
como algo más relevante que un punto donde se encuentran para charlar sobre
las actividades realizadas en el día, la territorialidad es ahora quien los define por
haber demostrado que no es algo fortuito la ubicación que toman, ya sea, por una
corta fracción de tiempo (metalero Daniel) o por tres horas durante toda la
semana, ejemplo de esto los consumidores de marihuana y los skaters,
defensores de su recurrente espacio situado en las cercanías del árbol ubicado en
todo el centro de la plaza.

No sólo Daniel es una de las personas que profesa su territorialidad dentro de la


plaza pero no lo ven así. También tuve la oportunidad de conocer a una señorita
que formaba parte del grupo de homosexuales, ese donde Wilmer fue atento lo
suficiente para responder mis preguntas, aunque bueno, quien no me quiera
contestar, a mi, Los Mangos, es porque realmente es peor encarado que el ya
mencionado rockero.

Carolina, lesbiana de 18 años de edad. Con una sonrisa pícara puede enamorar a
cualquiera, aunque no es como Cris, quien me atacó sin piedad y me dejó más
roja que un tomate maduro a punto de empicharse. Carolina es una joven
completamente femenina, viste como lo haría una señorita cualquiera, pero su
mirada es peligrosa ya que anda a la caza, en este caso, de alguna presa fácil de
su mismo sexo.

Ella acude de vez en cuando a la plaza, y nunca lo hace sola, siempre anda
acompañada de su mismo grupo y si es posible al lado de una mujer que ya haya
caído bajo su encanto. Carolina es algo callada, pero cuando se le quita la pena
puede hacer migas con cualquiera.

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-Yo prefiero es sentarme en un café, no me gusta venir mucho a la plaza porque
después empiezan a hablar mal y eso sí que no va conmigo, por eso me la paso
más que si en Subway cuando vengo para acá-, al mismo tiempo que va
moldeando sus labios para hablar, Carolina mueve sus ojos como listos para cazar
alguna cara triste que esté a la vista.

Aunque Carolina haya dicho que casi no viene, luego de que charle con ella, pude
verla en días posteriores en el centro de la plaza, estaba rodeada de muchas
personas, de su misma tendencia sexual. No le gusta llamar la atención estando
sola, por eso se resguarda entre sus compañeros y así, sí se siente cómoda en la
plaza.

Así como a la bella señorita le gusta venir “de vez en cuando”, conocí una pareja,
que estaban experimentando su amor por primera vez en la plaza. Ellos se
incomodaron por completo cuando los saludé, pensé que iban a salir corriendo, o
que la novia iba a decirle: “¡No me gustas eres feo!”, en fin algo así, pero la ternura
de su primer momento juntos en la plaza se reflejaba.

Los encontré sentados en cerca de los consumidores de marihuana, por unas


escaleras que dan al sitio de los reyes de la territorialidad. Andrea y Franklin, así
se llamaban. Ambos admitieron que no era la primera vez que venían al lugar,
pero sí el primer momento que lo hacían como novios. Qué mejor lugar que la
Plaza de Los Mangos para agarrarse de las manos, mirarse a los ojos fijamente y
confesar el gusto que se tienen, ninguno, bueno sí, sus casas.

Avergonzada, Andrea confesó:


-Sí, es la primera vez que venimos juntos-, sus cachetes se tornaban color rosa,
una ligera pena pernoctaba en su rostro.
-La verdad pues quisimos venir porque uno aquí se sienta y se aleja de todo,
sabíamos que nadie nos iba a molestar y pues vinimos luego de comernos un

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helado-, habló el novio Franklin sabiendo que debía utilizar su voz para que la
señorita se sintiera resguardada.
-Les digo que es el mejor lugar al que pueden venir, es más, siempre que lo
hagan, vengan a saludarme y les daré datos donde pueden estar tranquilos-, dijo
Los Mangos tras picar el ojo para argumentar su respuesta.

Me alejé y los dejé tranquilos, no quise interrumpir alguna química precisa del
momento. Eran los propios enamorados, esperanzados de ese amor del que todos
hablan pero muy pocos llegan a tener.

A diferencia de estas personas que conviven por poco tiempo en la plaza, pero
que al hacerlo crean de todas formas su territorialidad. Hay otros que viven del
lugar, que son los primeros que te saludan al llegar y quienes al parecer realmente
nunca se van. Uno de los casos más similares a esto, es la estadía del jovencito,
Edgar, quien con apenas 13 años de edad, se la pasa vendiendo golosinas en las
aceras de la plaza para ayudar a su familia.

“Siempre que lo veo me lleno de sentimientos que preferiría no explicar. Es un


buen niño, ya es todo un hombrecito. Todas las veces que me ve me pide algo de
dinero para comer. Una vez le brinde unos pasteles, de esos que vende Freddy en
la esquina de Chacha, me llenó de alegría al verlo llenarse la panza pues no sabía
cuando iba a volver a comer”, piensa Los Mangos.

Su niñez parece olvidada. A sus 13 años de edad sabe lo que es importante, el


dinero para ayudar a su mamá. Eso de robar no sé si va con él, pero para eso
tiene sus chucherías en una caja, para que cualquiera le compré algo, lo cual hace
siempre con una rogada extra, es todo un comerciante, sabe lo que hace, pero
más allá del conocimiento que tiene al respecto, desilusiona saber las razones por
las que todos los días sale a trabajar.

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“Vengo a la plaza desde que tengo seis años, y pues vendó para ayudar a mi
mamá, porque mi papá no está con nosotros, él le pegaba mucho a ella y se fue
de la casa”.

Su voz tampoco es la de un pequeño ni la de un adolescente. Habla con un


hombre, ha visto tanto mundo que no cae preso de ilusiones utópicas, vive en la
realidad más real que cualquier otro habitante de la plaza. No le da miedo ni pena
decir porque vende golosinas: “para ayudar a la familia”. Es el hombre de la casa y
así lo asume, sin miedo y sin debilidades.

El pequeño Edgar ya ha convertido a la plaza en su parque de diversiones.


Siempre saluda a todo el mundo cuando llega, sobre todo se la pasa en la acera
frente a Subway y otras veces lo hace dentro, en cualquier lugar donde estén sus
conocidos.

-No te da miedo estar solo por aquí y llegar tan tarde a donde tu mamá-, le
pregunta Los Mangos, desahuciada por la situación del joven hombre.
Edgar la ve con cara de incertidumbre, mira hacia abajo como intentando descifrar
la respuesta y luego contesta:
-Yo siempre me la he pasado solo eso de miedo es para las niñas. Mi mamá sabe
que estoy bien porque desde pequeñito me la pasaba en la calle-
Los Mangos quiere seguir escudriñando en el corazón duro del pequeño:
-¿Pero ni un poquito de miedo?
-No-.

Así de seco es el hombrecito, a menos que esté cerca de sus amigos, que por lo
general son personas mayores que él, aunque tampoco pueden describirse como
la mejor junta para el joven que ya no le queda una gota de inocencia, ni en su
alma ni en su cuerpo.

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Edgar no es el único que de su edad que viene a la plaza a vaguear. Porque el
maduro jovencito no le gusta ir a la escuela, en una oportunidad me lo afirmó,
porque yo siempre lo veo por ahí, vendiendo sus golosinas o echando cuento con
los de la plaza

“A mi la escuela no me gusta mucho, es que me fastidia, siempre me terminó


saliendo, prefiero pasármela por aquí”.

De la misma forma que Edgar a su corta edad, se la pasa en la plaza, hay otro
hombrecito que hace lo mismo, aunque este si acude a consumir marihuana, y lo
comparte abiertamente, porque hasta la policía lo conoce, por eso no le gusta
andar con nada encima porque cada vez que los “azules” lo ven lo registran
inmediatamente.

Su nombre es Abraham y tiene un año más que Edgar, 14. Este tampoco va a la
escuela, aunque no hace lo que el otro joven: vender para ganarse algunos
realitos que puedan ayudar a su familia. Él es parte del grupo que consume
marihuana en la plaza, pese a que no todos los días se le ve con ellos.

Vestido siempre con una gorra, jeans de cualquier color y la franela más próxima
que haya encontrado al momento de vestirse, así se la pasa Abraham. Se le ve
siempre alegre quizás por la misma yerba verde que lo puso en tal estado. La vez
que lo conocí fue muy abierto conmigo, de una vez me dijo: “Sí yo fumo
marihuana”.

-Todos esos son panas míos, yo siempre fumo con ellos-, dice al referirse al grupo
que se ubica por la tarima para hacer lo que ya se conoce.

Al igual que Edgar, Abraham tampoco le gusta eso de estudiar. Lo hizo una vez
pero desde ahí no le gustó más, prefirió tomar el camino del chico rebelde que
sólo tiene un propósito en la vida: ser más malo que la misma maldad, aunque

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Abraham es tranquilo, o eso es lo que demuestra cuando llega a la plaza, pero al
salir de aquí su vida quizás pueda tomar un rumbo peligroso.

Asimismo, de la misma forma que Edgar, Abraham también prefiere sentarse


frente a Subway o dentro de la plaza, a él le da igual, porque en cualquier lugar lo
conocen. “Soy un chico popular, donde llego me saludan”. Una visita que hace
periódicamente desde hace cuatro años a este lugar, ha hecho que ya sea
conocido entre la mayoría de los habitantes de la plaza.

---
Se me ha olvidado mencionar a alguien muy importante, alguien que siempre que
me saluda hace que me sienta la más bella de todas, él si agradece todo lo que
hago por cada uno de los muchachos, porque hasta me considera un ser
“educativo”, debería olvidarme de Tokio y prestarle atención a todos los piropos
que me lanza el único e inigualable: “Chacarrón”.

San Cristóbal lo conoce, Barrio Obrero lo ve todos los días y la plaza es uno de
sus lugares favoritos para estar y hacer sus shows de baile al ritmo del
Regueatton. Parece un loco a primera vista, muchos se asustan al verlo, pero su
intención es entretener a todos, especialmente a las mujeres que pasen frente a
él. Así como la Plaza de Los Mangos es un símbolo para la ciudad, él y su
personalidad lo son de la misma manera.

Cada vez que lo veo pasar voy a saludarlo porque sus cumplidos me hacen sentir
divina. Lo mejor es que nunca me dice la misma frase siempre me sale con algo
distinto y por eso me gusta tanto, aunque no en el mal sentido, me gusta como
persona, yo no salgo con personas que asistan a la plaza, por cuestiones de ética,
además que si termino con ellos los tendrían que seguir viendo una y otra vez,
cosa que sería bastante incomoda.

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Chacarrón le da un sentido distinto a la plaza, la transforma en un lugar popular
para el disfrute de todos. Es como una especie de arlequín que saluda a todos los
presentes y los invita a adentrarse en el mundo de este lugar tan especial. Cada
vez que el asiste (porque no lo hace todos los días) transforma el espacio dándole
un poco más de alegría.

Siempre con una canción que desconcentra a quienes van pasando a pie o en
carro. Con unos lentes oscuros tipo “The Matrix”, ropa algo vieja pero que no
demuestra pobreza, aunque a veces se le ve como una gata parida, toda llevada
por la vida. Al cantar menea sus manos como si cantara rap, siempre sonríe.
Algunos dicen que aún consume drogas, de esas fuertes y peligrosas como la
piedra, la droga más barata del mercado negro. Sea así o no. Su energía le da un
toque fresco a la plaza, es como si se combinara con la brisa que recorre el
espacio para traerle una mejor sensación a quienes están deambulando por la
plaza.

-Aquí en Los Mangos me la paso muy chévere. Lo que más me gusta es cantar y
bailar Regueatton, se siente bien porque entretengo a la gente y ellos se ríen
conmigo cuando lo hago-, cuando habla su sonrisa habla por sí misma, lo que
hace más agradable la conversa.
Los Mangos se sonroja cuando Chacarrón le sonríe, le da pena y simpatía al
mismo tiempo.
-Me vas a tener que dar tu teléfono para cuando la plaza este sola te pegue un
grito y me vengas a acompañar-
-No, no, yo no uso nada de eso-
-Nada de qué chico-
-Yo no utilizo celulares, libertad plena, así no tengo que estar pendiente de nada, y
si me consigo una jeva no tengo que estar respondiendo nada de mensajitos ni
nada por el estilo, libertad plena-
-Y si pasa una emergencia en tu casa que se yo algo así, no es mejor andar con
un aparato de esos, yo creo que sí mijo-

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-No vale, ando relajado, las malas vibras lejos de aquí, yo con mi música tengo y
alejo todo lo feo-
-Bueno, entonces dejaré de usar el mio para hacer lo que tú haces-
-Hazlo, serás más feliz y mucho más bella de lo que ya eres-, pica el ojo se
levanta y se pone a cantar un Reggueaton de esos románticos-
Los Mangos se avergüenza y sus mejillas se tornan un poco más rojas que lo
normal, pero se deleita del espectáculo hasta que Chacarrón termina, se despide
con un suave beso en el cachete y se marcha a seguir la fiesta metros más arriba.

El tiempo que el popular Chacarrón tiene en la plaza parece eterno, son unos
nueve años de tradición alegrando y también asustando a los transeúntes del
lugar, porque no todos conocen al personaje y quienes no saben cómo es él, se
desconciertan a tal punto de que pueden pensar que es una malandro loco.

Una se las cosas que quise saber, es por qué le dicen así, Chacarrón, su
verdadero nombre es Jhonny, y no tiene nada que ver con el nombre de pila, pero
le pregunté, y la respuesta fue más sencilla de las ideas locas que imaginaba para
dar con el porque del extraño sobrenombre.

“Me dicen así, porque cuando pusieron la música aquella de „oh yeah chacarrón,
chacarrón‟, yo me puse a bailarlo así bien fino y a la gente le gustó la vaina y pues
agarraron el nombre desde ese momento”, cuenta la historia.

Así como Chacarrón es el timón de la alegría en la plaza, cada personaje actúa de


igual forma dentro de su grupo cultural o sexual. Chacha lo hace dentro del grupo
de los jóvenes gaisque visitan la Plaza de Los Mangos, o como Tokio lo es para
todos los jóvenes de su edad. Cada quien cumple un papel igual de importante en
esta sociedad que está siendo creada sin la necesidad de tener planos de
arquitectura para armarla, la gente todavía no sabe la situación tan peculiar que se
suscita todos los días aquí, en todo el centro de Barrio Obrero.

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Yo les quiero decir que la Plaza no es un lugar de drogadictos. Mi mamá siempre
me dijo que tuviera cuidado, sé que a veces me paso de la raya, pero eso
tampoco basta para que la gente de San Cristóbal vea con mala cara este lugar,
por eso estoy aquí para decir abiertamente que el lugar donde mi mama me crió,
es hoy en día un baluarte de esta ciudad, desde el punto de vista social, juvenil,
territorial, comercial y de disfrute para aquellos que sólo quieren venir a estar
tranquilos sin la obligación de gastar un céntimo. Yo les voy a decir…

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Sin rencor ni odio andamos todos

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Lo he repetido una y otra vez, la Plaza no es lo mismo sin todos los jóvenes que
vienen a hacerme compañía todos los días. Todo empezó gracias a mi mamá,
aunque ella no lo decía cuando estaba viva, porque no quería que la gente
empezara a decir que había pura chusma en Barrio Obrero. En aquel entonces
todo era distinto, la alta clase en San Cristóbal era importante, hoy en día eso ya
ha quedado un poco atrás.

Yo quise seguir sus pasos y demostrarle que podía hacerlo mejor que ella, pero no
por soberbia, sino para que ella estuviese orgullosa de mi. Sé que desde donde
esté, si ve la plaza hoy como está me regañaría hasta decir basta, pero alejando
un poco las travesuras ilegales que hacen los muchachos aquí, el ambiente que
existe con ese constante olor a mangos y la alegría que le trasmiten las personas,
como Chacarrón, la plaza nos enseña a convivir con los demás, a aceptarnos
mutuamente tal como somos, así con nuestros errores o cualidades que los de
afuera no entienden.

Sé que en algún momento esa tolerancia no existirá, pero si sigo abriéndole las
puertas a los jóvenes perdidos que no tienes a donde ir; a los homosexuales
frustrados que no pueden decirle a sus padres quienes son en realidad, si sigo en
esa línea esta pequeña plaza, podrá seguir creciendo, y abriéndose espacios en la
ciudad de San Cristóbal, así podré demostrarle a mi madre que no lo hice tan mal
después de todo, y que todavía hago lo que ella empezó: recibir a cualquiera sin
discriminar a nadie por su color, edad, etnia, clase social o sexualidad.

---
Cuando las luces están a un 90% en funcionamiento, el alcohol se pasa de vaso
en vaso, la música proveniente de algún extraño mundo fantasioso aún no
descubierto y las constelaciones bailan al movimiento del agua de la fuente, ese
es el momento idílico para ver la claridad cultural de la Plaza de la heroína del
Táchira, María del Carmen Ramírez de Briceño, y de sus heroicos jóvenes
combatientes por su especie y por la gota etílica de su único Dios, Dionisio.

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Cuando cada espacio está territorialmente tomado por el gusto que le tienen a ese
preciso puesto, se entiende que está ocurriendo la versatilidad de la cultura
juvenil, hay pequeños mundos existiendo en un mismo sitio, respirando el mismo
aire, y por más que esas culturas no sean similares sino completamente
contrarias, viven la una cerca de la otra, todos al tono de la guitarra de un joven
pasajero que busca unos reales para su cena y trago nocturno.

---
Cuando quiero olvidarme de mis problemas solo me basta con ver los colores
humanos que invaden la plaza, es uno de los momentos más alegres de mi día.
Una noche me di cuenta de todo. Estaba sentada, siempre de lejitos, los
muchachos me saludan pero tampoco es que se relacionan mucho conmigo, creo
que porque me ven como una vieja, pero ni tengo tanto, bueno, el punto es que
estaba cerca de un montón de jóvenes, al menos más chamos que yo. Uno de
ellos era como hippie y tocaba la guitarra, hay no había distinción, nadie era
distinto, todos eran iguales. Vi homosexuales, lesbianas, bisexuales, metaleros,
raperos, artesanos, cabezas rapadas y estaba Tokio, quien era como el anfitrión
de la pequeña reunión que tenían.

Si alguien quería un cigarro se lo pedía a cualquiera, ese no se lo iba a negar. Era


el verdadero apogeo del tan famoso lema de los años sesenta: “Amor y Paz”.
Parece increíble y un invento más de mis locas ideas, pero justo en ese instante,
al ver cada uno de esos detalles juntos en un mismo lugar, me cayó la idea en la
cabeza así como la manzana a Issac Newton, me percaté que la plaza era lo que
siempre había soñado mi mama con crear: Un espacio donde San Cristóbal se
olvidara de sus prejuicios y pudiese formar una comuna donde todos son panas y
nadie es odiado, la utopía perfecta.

Era el sueño de mi madre hecho realidad, sabía que debía seguirlo y promoverlo
todos los días, por eso quise preguntarles a todos los que veía que sienten sobre
la plaza, saber si el sentimiento es consciente o es algo que pasa desapercibido

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para todos. Supe que tan sólo uno sabía la situación que se daba en la plaza, del
resto todos afirman lo contrario a la realidad… Ese fue Yosmar.

“Me gusta venir a la plaza porque me parece un lugar tranquilo donde uno puede
hacer cualquier cosa sin que nadie lo esté molestando. El puente es donde más
nos gusta estar, pero cuando la fuente está funcionando, porque a ella le gusta
casi que mojarse, pero a mí el agua me relaja y por eso también. Adentro también
nos sentamos, por donde están las palmeras”, cuenta el joven enamorado, uno de
los más sencillos y abiertos visitantes de la plaza.

Una de las distinciones que tiene Yosmar, de 15 años de edad, con los demás
miembros de la plaza, es que comprende que su única relación con todos aquellos
que acuden a compartir el mismo espacio es “en que estamos en el mismo lugar”,
a diferencia de quienes profesan en que cada quien por su lado, eso de
relacionarse lo ven como un conjuro maléfico, algo a lo que no pueden pertenecer
porque su cultura se lo tiene prohibido en el libro de las reglas.

Quizás todavía no han entendido a que se debe esto de compartir distintos


pensamientos en un mismo lugar, aunque, el reflejo de lo que se vive en la plaza
lo refirió Alberto, quien no forma parte de ningún bando en específico, pero se la
pasa con los metaleros y podría describirse como un joven que le gusta explicarse
a través de circunstancias históricas o filosóficas.

“Una de las cosas que me gusta de San Cristóbal y de la Plaza de Los Mangos es
que aquí hay una interacción general. No es como Bogotá o Argentina, por lo
menos en Argentina, la misma Buenos Aires me han dicho panas que han vivido
allá que no se sientan a hablar un metacho con un punk. Aquí todo el mundo habla
con todo el mundo y eso es algo que me gusta, tenemos interacción con todo el
mundo, lógicamente siempre hay un grupo que se excluye pero es por cuenta de
ellos mismos, por ejemplo, los que la gente llama sifrinos, esos panitas pasan y
nos miran raro, si nos hablaran les hablaríamos también”. Para el joven artista de

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fuego, pues hace malabares con artefactos cubiertos en llamaradas, lo que más
destaca en esta plaza, es eso: la aceptación y respeto de los otros, quizás
denigren de la boca hacia afuera, pero no buscan alejar a esas otras culturas.

Una de las frases que más me gusta oír entre las conversaciones de los chamos
en la plaza es: “Aquí todo el mundo habla con todo el mundo”. Me recuerda a ese
sueño que tuvo mi madre, y que siento que se está cumpliendo. Esa frase es
cierta, sobre todo cuando en ese momento que ya expliqué, en donde la guitarra
era el tema de fondo y todos hablaban entre todos sin importarles de que color
eran… Así es como la sociedad en general debe ser, y aquí no le guardamos ira,
rencor ni discriminación a nadie, aunque ellos siempre critiquen a quien sea, pero
a fin de cuentas, eso es algo que todo humano realiza y prohibirlo sería ilógico y
sin sentido.

En este lugar se profesa un vínculo de unión social, así la cultura los haya creado
en distintos patrones, es la misma cultura quien se encarga de demostrar que
pueden convivir juntos respetando la otredad, y si estos jóvenes demostrasen
abiertamente sus gustos que los identifican, se comprobaría que su relación va
más allá de simplemente compartir el espacio, ese que les da morada en las
tardes y noches en que la nostalgia por no comprender su existencia juvenil, los
golpea.

Los veo de todas formas con ropas similares y pensamientos de la misma talla. Se
sientan en los mismos lugares a charlar de temas relacionados con el hecho de
ser joven, que si la novia dejo a Luis, que la universidad me tiene obstinado, que
mis padres no me dan plata suficiente, temas que los relaciona por ser parte de un
mismo grupo social. Obviamente todos son distintos vistos como individuos, pero
si oímos sus pensamientos y sabemos sus gustos: tipo de música, amor o sexo,
dinero o estudio, al saber sus características se sabría aún más cuanto se parecen
estos personajes que hacen vida cotidiana y territorial en la Plaza de Los Mangos.

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---
Las aceras, las bancas, los montes verdes, todos son territorios tomados por
personas distintas, porque no todos son exactamente iguales, la creación lo dicta
así. De la misma manera en que poseen variaciones en su conducta también se
asemejan en sus condiciones sociales, como el hecho de ser jóvenes entre
edades comprendidas de 15 a 23 años, acudir a un mismo lugar, sentarse en los
mismos espacios, pero siendo seres opuestos en cuanto a su identidad. Sus
relaciones parten desde los aspectos que forman las bases recreativas del mundo,
como la música, el símbolo de comunicación universal, o el sexo, acto básico
animal y amorosa actividad. En estos temas, los jóvenes de la Plaza de Los
Mangos, también se relacionan, así detesten la cercanía que comparten con sus
opuestos.

Esa palabra que les mueve algo por dentro y los altera cuando la escuchan. Esa
palabra que al oírla por la noche con la luz apagada provoca cerrar los ojos y
olvidarse del mundo. Esa palabra que en las escuelas no se dice porque los
directivos tienen miedo que sea tomada en serio. Esa palabra la discuten todos los
días: consumidores de marihuana, skaters, homosexuales, pero que el fervor de
las señoras del grupo religioso, Testigos de Jehová, se les tiene prohibido siquiera
pensarlo por llegar a ser pecado: El Sexo.

---
No tuve miedo cuando los fui a encarar. No importaba quien fuese, pero cada uno
de ellos al oír esa palabrita se retorcía de la risa o se llenaba de una pena
enmascarada con la misma carcajada.

Pablo sonrío pero fue serio. Tokio como todo galán supo llevar su paso y no
mostrar apuro para contestar. Carolina con su mirada de mujer exótica propuso
con su mirada un cierto coqueteo, pero fue directo al grano sin llamar la atención.
Cada uno de ellos aparento que la palabra ya era algo usual en sus vidas, y sin

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llegar al egocentrismo de haber recorrido un largo trecho en su corta edad,
contestaron:

El joven consumidor de la yerba algo alucinante, dijo: “Es lo máximo, pero hay que
saber disfrutarlo”. Recordó eso de protegerse antes de salir a la acción.
Igualmente así lo dijo pero con más tecnicismos Carolina. “Es algo básico en una
persona, en una relación de pareja, es algo que las personas buscan, que quieren.
Pero en sí me parece algo bien que toda persona debería tener, y que obvio
cuando se entra a la pubertad las hormonas se empiezan a desarrollar y algunas
personas cometen errores teniendo sexo muy temprano, pero si lo tienes con
seguridad con cuidado y eres muy responsable referente al tema pues bien”. Tokio
con distinción, elegancia, sutileza y picardía respondió: “Fino, excelente, nadie
viviría sin sexo, no existiría felicidad o moral sin eso. El sexo es parte de la vida en
sí, no habría humanidad si no existiera el sexo creo yo”.

Ellos pueden negar que su relación entre todos es indiferente, es una ofensa
compararlos con sus vecinos, así tengan una variedad de ideas similares en
cuanto a casi todo el concepto de la vida y sus ramas, como el sexo.

Pblo, Carolina y Tokio manejan una idea muy parecida, en cuanto a esa palabra
que refiere al apareamiento entre humanos. Pero así como ellos quisieron
demostrar la madurez en sus respuestas, otros fueron por lo carnal y básico, como
Cris, quien no la pensó sino sintió la respuesta a través de su cuerpo: “Es lo más
bueno que hay en la vida. El sexo depende de cómo uno lo utilice, si es para pasar
el rato buenísimo, si es para hacerlo con aquella persona que a uno le gusta
también muy bueno, pero en sí a todos nos gusta el sexo, para todos es genial el
sexo”. Fácil, lo que el cuerpo pide ella lo dice con sus palabras.

En las ideas expresadas por Pablo, Carolina y Tokio enseñan que sus
pensamientos llegan a ser similares, aunque a simple vista no se parezcan en lo
absoluto: El primero consume marihuana y es completamente adepto a esta

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yerba, la chica es lesbiana y no pasaría ni 10 minutos con ambos muchachos,
mientras el último no toleraría estar cerca del primero por considerarlo
“malviviente”, no a él como persona sino por lo que hace con su vida, y en cuanto
a la señorita como todo galán juvenil le coquetearía hasta darse cuenta que es
lesbiana, y de ahí optaría por seguir con su camino.

Retomando la idea. De la misma manera que estos tres personajes que acuden a
la plaza, otros tienen entre si ideas semejantes en cuanto al sexo. Como Alberto y
el siempre adecuado, Yosmar, quien no me termina de sorprender.

Como el chamo me tenía aprecio, y yo por obviamente ser Los Mangos –eso me
da derecho a muchas cosas dentro de la plaza-, no me enrollé y fue al grano:
¿Qué es para ti el sexo?

El señorito sin siquiera pensar, qué hace esta loca mujer preguntándome eso, y
sin poner una mirada desconcertada por lo que acaba de escuchar, él también fue
directo a su respuesta:

“El sexo para mi es una necesidad que puede tener cualquier ser humano, es algo
natural, nos crearon con ese instinto del sexo, estamos uno para el otro para eso,
al igual que tampoco opino nada del sexo opuesto, cuando las personas son gay,
es algo natural, si vinieron así, vinieron así, si se hicieron así es decisión de cada
quien. Después de que una persona llega a tener sexo se convierte en su
necesidad, porque es algo como un vicio que el cuerpo lo pide”.

Yo sí quede completamente boquiabierta como si él me hubiese hecho a mí la


pregunta. Realmente jamás hubiese pensado que un niño de 15 años me iba a
salir con algo tan maduro e inteligente, en cuanto a un término que a su edad lo
que cualquier otro hubiese contestado se relacionaría con las ganas de hacerlo en
el instante con cualquier mujer, eso quizás sí no me hubiese extrañado.

95
Es que en la plaza hay puros chamos con ganas de buscar eso donde sea,
cuando sea y como sea, y al conocer a Yosmar, me di cuenta que no todo estaba
perdido en el jardín de los pecados, digo, en la Plaza de los Mangos, porque
además de él, Alberto también contesto algo similar, claro que la diferencia entre
uno y otro es superior, primero en cuanto a la edad y el nivel de conocimientos,
por ejemplo Alberto tiene más de 21 y parece un filosofo de calle, mientras
Yosmar apenas está conociendo el mundo y tiene 15 años de recorrido por la vida.

“Una necesidad más como comer o dormir. Como todos los placeres de la vida es
algo maravilloso, siempre y cuando se haga con responsabilidad sin lastimar a
nadie”, piensa Alberto sin tapujos sobre el tema.

Sí, ojalá todos pensaran eso: no lastimar a nadie antes de llegar al sexo o como le
dicen más formalmente, hacer el amor. Lo importante, aparte de que casi todos
han demostrado seriedad en sus respuestas, es que me enseñaron lo mucho que
se parecen en cuanto a sus opiniones de la vida, porque podrán ser distintos en
cuanto a personalidad, pero al compartir el mismo espacio, querer las mismas
cosas y pensar muy similar respecto a temas de la vida… En ese momento se cae
todo su odio nuevamente y demuestran una vez más que se parecen más a una
familia que a una sociedad cualquiera. Es que así los considero… Mi familia.

---
Así como el sexo formó parte de la relación que se guardan si siquiera saberlo,
con respecto a otros temas también demostraron lo mismo, como al opinar sobre
el arte, la música, pero también sobre la política, espacio que puede tener muchas
diferencias entre las mentes jóvenes. En el punto en donde más alzaron su voz al
unísono fue en relación a los policías que resguardan su espacio, mi espacio: la
Plaza de Los Mangos.

Si algo tengo entendido es que ellos están ahí para proteger y brindarle el servicio
de seguridad a los visitantes, no solamente de la plaza sino de toda la comunidad

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de Barrio Obrero, pero para ellos esto no es así, aunque los ladrones en la plaza
no persisten gracias a la presencia de los “azules” o “verdes” cuando es la Guardia
Nacional quien hace el trabajo, para los jóvenes el único problema que tiene su
casa de Los Mangos, son únicamente ellos.

En una de las oraciones expuestas por el joven Alberto, destaca lo que hace
particular a la Plaza de Los Mangos como un espacio para todo el mundo, donde
las discriminaciones entre grupos juveniles son muy pocas y han disminuido en
comparación a otros tiempos como lo planteó el consumidor de marihuana
Jonathan. A pesar del reproche que tiene la gran mayoría contra los
homosexuales y los jóvenes que consumen diariamente la yerba ya mencionada,
en el mismo lugar y a la misma hora, existe un respeto y cierta tolerancia hacia
todas las actividades que ocurren en este lugar, pero las únicas recriminaciones
van en contra de la seguridad policial.

Ninguno se queda en silencio en cuanto al tema, en especial Alberto. Para él


deberían venir policías de otros países para entrenar a los de aquí, porque según
él, en muchos casos los mismos protectores de la seguridad, le han ofrecido
golpes a este muchacho, pero claro, Alberto no es tranquilo ni indefenso, si éste
piensa algo lo dice sin que le quede nada por dentro, es uno de los habitantes de
la plaza que más valora y cuida su derecho a la libertad de expresión.

-Yo conozco a algunos policías que de verdad hacen su cuestión por vocación,
pero aquí la mayoría creo que deberían traer asesores de la policía alemana para
reformar esta vaina-
-Pero chico, tan malos crees qué son, yo veo que ellos se la pasan todo el día
aquí cuidando y resguardando la zona-
Torna sus ojos para expresar intriga en cuanto a mi respuesta.
-¿Estás loca? Te fuiste a fumar un porro con los de adentro. Esa gente no cuida
nada aquí, ellos sólo le pasan achantados sin hacer nada, para eso les pagan,
porque del resto no hacen nada-

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-Mínimo algo deben hacer-
-Sí, matraquear a los pelados que consiguen sin papeles o que ven fumándose un
baretto, porque si les viene un choro con una pistola ahí salen corriendo. Aquí hay
puro payaso, es más una vez uno municipal me dijo “Usted está arrecho chamo,
usted porque me mira así, si quiere cuando no cargue el uniforme nos damos unos
coñazos”-

Me dejó perpleja, no supe que decir, quizás su razonamiento sí era valido, pero no
debo juzgarlos, ellos al menos son un símbolo de protección para la plaza, o hasta
este momento lo veía así.

Nadie se salva en la plaza de los guardines de la seguridad. Cualquier persona


haga lo que haga está a merced de que uno de estos se le acerque a ver que está
haciendo. Es normal y lógico para un lugar donde se fuma marihuana y se bebe
cerveza toda la noche. Ojo, no es por desprestigiar, pero la realidad es así y no
está oculta para nadie, es mas, quizás los policías y guardas nacionales son
flexibles con los chamos, porque pase lo que pase, ellos siempre van a estar a la
luz del día o de los reflectores, haciendo esas actividades consideradas como
ilegales por la sociedad.

Inclusive el joven Yosmar ha sido presa fácil de los policías. Él cuenta como estos
llegan a pedirle la cédula y ver si se está portando como Dios manda, y realmente
no es que haga nada malo, quizás es el más sano de todos los jóvenes de la
plaza, pero puede que verlo con su uniforme de bachillerato llame la atención a los
“guardianes” de la seguridad.

“Lo que no me gusta es a veces el fastidio de los policías porque ya


supuestamente uno prácticamente vive aquí en la plaza, entonces ya lo han visto y
lo conocen, pero siempre andan con la misma estupidez… Se la viven pidiendo
cedula, cuando ya saben que uno es de aquí, se la viven radiándolo, coño es algo
fastidioso.”

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A pesar de que estén preparados para llevarse tras las rejas a cualquiera, o para
causar algún susto y quitar algunos billetes, nadie les tiene miedo, ni siquiera los
que consumen marihuana abiertamente. Ellos saben como funciona todo, no
andan con cuentos con estos personajes, son directos y admiten lo que hacen sin
que sus piernas tiemblen cuando estos pasan.

-Ellos ya saben como es todo, nosotros somos sinceros y les decimos que ya no
tenemos nada, que lo tenemos todo en la cabeza, y pues ahí no nos pueden
registrar-, cuenta muy calmado su experiencia Pablo.
-¿Cómo es qué le dicen ustedes a los policías?-, pregunta Los Mangos con
curiosidad, pues se le olvide el nombre popular entre los muchachos.
-Pacos, cerdos, o cualquier otra palabra que nos provoque decirles, pero la más
común es paco-
-¿Y qué es eso, un paco?, porque ni idea-
-Pues la verdad no lo tengo claro, pero la de cerdos sí se porque-, y se ríe
pícaramente por la expresión que todos saben que representa.

Hay muchas versiones del significado de la palabra “Paco”, y no solo proviene de


los espacios territoriales venezolanos, ni mucho menos san cristobalenses.
Aunque hay muchas historias de su origen, uno de ellos viene de la época de la
masiva emigración a las ciudades y al auge de la minería del siglo 19. El término
"paco", vendría entonces, de una deformación de la palabra quechua "p\'aku" que
hace referencia al color verde de los uniformes. Ni siquiera lo asemejan con
referencias denigrantes a lo que representan, pero los jóvenes al utilizarlo esperan
que sea para ofender y no para saludar con simpatía.

A diferencia de estos jóvenes que tienen su punto de vista radicalizado en cuanto


a los policías de la Plaza de Los Mangos, para Chacarrón y el señor Juan de Dios,
las cosas son distintas. Aunque parezca extraño, el jocoso bailarín y cantante de
las noches y tardes de Barrio Obrero, afirma que nunca los policías han llegado a
molestarlo, lo cual es curioso, porque el personaje referido tiene un antecedente

99
popular con problemas a los estupefacientes, pero esto no parece importarles a
los “verdes” ni “azules”.

“A veces es el mismo nervio que los traiciona, porque acuérdate que usan
uniforme, y caminar por toda la calle cuidando a las personas como está la cosa
ahorita es un riesgo. A mí nunca me han matraqueado, nunca. A mí no me han
hecho nada”.

Ahora, de acuerdo al popular “Rey” o Juan de Dios, la policía no se mete con él


por respeto a éste, algo que no se sabe con hechos, pues según la historia del
personaje de gorro de pescador y traje de galán, él era el dueño de toda Medellín
en alguna fecha de los años sesenta, y ahora al llegar estar aquí en San Cristóbal,
nadie se mete con él, porque según “Rey” le tienen miedo.

“No, ya no molestan, pero si lo miran a uno mal porque estos policías, ellos saben
que el hombre más malo aquí soy yo… Porque las malas lenguas…Yo dejé de ser
malo hace muchos años… Yo era el dueño de Medellín en el año 50 hasta el… lo
entregué en el 69.”

Un frío se mete en el cuerpo y llegamos a pensar que Pablo Escobar llegó a ser el
mejor amigo del “Rey”, el más bravo de toda esa ciudad colombiana. Pero un
momento, como saber algo que existe en la mente de un hombre que viste casi
todos los días de una misma manera, además, es innegable, hasta dan ganas de
abrazarlo y decirle que sea el abuelo de todos en la plaza, aunque ya muchos lo
consideran como tal.

Aquí existe un secreto de estado. Todos saben lo que pasa con ellos y porque no
ahuyentan a quienes deben ahuyentar y porque sí ahuyentan a quienes no deben
ahuyentar. Ellos también forman parte de esta sociedad rechazada por San
Cristóbal, rechazada por las narices estiradas de las familias más adineradas de la
ciudad. Lo que pasa aquí solamente nosotros lo sabemos, ellos también guardan

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el secreto, porque si no lo hacen, de puntitas en la calle estarían al día siguiente…
¿O es que todos lo saben y somos parte de su jardín del edén protegido? Eso no
lo había pensado.

---
Los veo una y otra vez. Ellos tienen la palabra de decir me voy o me quedo aquí
para siempre. Tokio, ¿qué harías tú? estoy segura de que no abandonarías tu
privilegio de ser el chico famoso de este espacio tan popular, eres como un Brad
Pitt tachirense. Por ejemplo, Chacha, ¿qué harías tú? Sé que estuviste un par de
años fuera, pero volviste, a tu tierra a tus raíces, aquí eres la dueña de esa
esquina, es tuya, ya ni siquiera es del resto de San Cristóbal, es más tuya que de
la alcaldía. ¿Y tu Cris? Qué harías sin el reconocimiento que le haces a todas las
mujeres para luego ver quien tiene potencial de ser tu chica de la semana. No se
me pueden olvidar los consumidores de marihuana, esos que les dicen
“marihuaneros”, así sílaba por sílaba, o mejor letra por letra. Ustedes no se irán, ni
porque los metan presos, porque eso ya ha pasado más de una vez y hay siguen.
Todavía los veo todos los días…

101
Una historia sin fin

102
Cuando era tan solo un lugar algo abandonado yo miraba a mi mamá y la veía
llorar a escondidas, la miraba por el filo de las hojas de los árboles de mangos.
Era muy pequeña tenía como 8 años. Quizás por eso me dio el nombre de María
del Carmen Ramírez, porque para ella yo iba a ser su heroína, y aunque se haya
ido sin ver lo que he levantado con la plaza, sé que desde donde esté, estará
orgullosa con lo que he hecho por acá.

No todos los jóvenes son rebeldes sin causa como lo aparentan. Tampoco buscan
hacerle daño al otro al fumar o beber licor. Sé que está mal, no me cabe la menor
duda, pero quien soy yo para criticar, si todas las autoridades de la ciudad lo
saben, porque sé que es así, ellos tampoco hacen nada, y si ellos tienen a sus
“vigilantes” evitando que eso pase, pero sigue pasando… Para que voy a decirles
que no lo hagan. Yo les di este lugar para su disfrute, y ellos lo utilizan como
quieran, porque ya es más de ellos que de la misma ciudad de San Cristóbal, ya ni
siquiera es mía, yo sólo guardo el nombre del lugar para mi beneficio y
popularidad, y sin embargo, a pesar de eso, hay muchos que me ven y ni se
acuerdan de mi existencia.

Ellos están para hacer del lugar algo especial, por eso he dejado que estén aquí.
Me gusta cuando toman un pequeño espacio y lo hacen suyo, así sucesivamente,
viene otro lo toma y lo hace suyo. Son situaciones que intrigan la formación de la
plaza, porque al verlos a ellos silenciosamente y fijamente, encuentro como
resaltan la particularidad de mi querido hogar, la Plaza de Los Mangos.

Esto no sería nada sin Tokio, Chacha, Chacarrón, el señor que oye la radio en un
mismo árbol todos los días, Yosmar y sus ideas maduras, los vigilantes de carros,
los comerciantes y sus pequeños monopolios, la marihuana y sus admiradores, la
cerveza y sus seguidores, los homosexuales y sus críticas a todo lo que pasa
frente a ellos, Cris y sus coqueterías, las patinetas haciendo piruetas… Ellos
hacen todo eso que enmarca la territorialidad, pero no sólo se queda en ese
concepto geográfico, sino también influyen en la creación de nuevos espacios

103
para la sociedad, o bueno, para ellos mismos, quienes la usan todos los días a su
hora específica y cotidiana.

Los jóvenes que utilizan la famosa plaza para sus vivencias ociosas, charlas
diarias y los fines de semana la cerveza que nunca falta, conviven de manera
jovial y tranquila con los demás componentes que abordan la zona –inclusive con
los policías o pacos como coloquialmente se les conoce-. Cada grupo juvenil tiene
su espacio ya posicionado al momento de su llegada, especialmente quienes
viven constantemente en ella. El viento también forma parte especial de sus
actividades cotidianas, ya que, muchos –sobre todo las parejas- vienen a sentirlo
chocar contra sus cuerpos. En fin, es un lugar de agrado para la población en
general y es aquí donde las culturas juveniles (metaleras, punketas, cabezas
rapadas, jóvenes sin bando, etc.) pueden convivir entre ellas y manifestarse contra
la sociedad que les domina, a través de su mera presencia.

Cuando empecé a ver a los jóvenes por primera vez venir todos los días, me
empecé a ilusionar, y recordé aquel momento cuando mi mamá lloraba porque
esto parecía un basurero. No lo dije, pero cuando el señor Angeledecio se puso a
contarme sus vivencias en la plaza, una lágrima me quería salir por la mejilla, eso
me transportó a cuando mi pobre madre se deprimía casi todos los días porque no
sabía que hacer con el lugar.

Sí me pongo a recordar la gente fue llegando de la nada, porque intenté de todo.


Con los columpios, la “Operación Hamburguesa”, pero nada hacía que viniese
gente como hoy en día, y cada día vienen más. Cada día las noches se llenan de
alegría con el compartir de los chamos, es como si estuviesen en la orilla de la
playa, todos relajados y felices de estar vivos echando broma mientras sueltan
carcajadas entre ellos. Eso va más allá de la territorialidad que han implantado,
aunque siempre esta palabra será determinante para como eligen las personas
donde sentarse a consumir el tiempo como un cigarro.

104
Habían empezado a venir cada vez más frecuente. Ya no había nada de lo que
Angeledecio me había comentado, todo eso era parte del pasado, era cuestión de
comenzar de cero y esperar nuevos tiempos. Algo que poco a poco iría
sucediendo, pero no de la mejor manera, pues por alguna razón, ese consumo de
yerba verde siempre ha estado presente, no es algo nuevo tampoco lo del licor,
son circunstancias que no han podido ser removidas, pero que hacer si ellos son
lo más importante en cuanto al posicionamiento de su espacio, muy bien saben
que ese pedacito que tienen ahí es para su uso, ya lo han marcado y todos los
demás moradores lo tienen muy claro.

Fui esperando que el tiempo pasara, a ver si era un realismo mágico o una historia
de verdad. Los fui adaptando poco a poco a mi hogar, ellos se fueron
acostumbrando a venir diariamente, nos fuimos convirtiendo en una familia un
poco más grande. Aún recuerdo a quienes iniciaron el proceso, fueron jóvenes
muy distintos a los de hoy, no andaban con cuentos de películas baratas, vieron el
espacio, lo tomaron y de ahí lo hicieron suyo. Ese fue el mayo francés de la plaza.
Los números y las fechas son un cierto desconsuelo para mí, quizás en alguna
fecha de los 80 y 90. Toda esa territorialidad se la deben al pasado, así como lo
había explicado, Jhonatan: “Hace 10 años usted no podía pasar por aquí”.

Con la modernidad, llegaría la tolerancia y la aceptación entre todos. Si en aquel


momento un jovencito común no podía pasar cerca de los consumidores de
marihuana, hoy un homosexual puede sentarse en esa banca, a menos
obviamente que no haya ningún forjador de la yerba verde ocupando el lugar.
Realmente no es extraño observar personas sentadas ahí, que sea el sitio
simbólico de ellos, no significa que estén siempre sentados allí. Cuando esa banca
está vacía, alguien más puede hacer su territorialidad allí. Todo es parte de una
nueva generación de la plaza.

Es cierto, antes nada era igual, frase más trillada no puede haber, por supuesto
que nada es igual que el pasado pues estamos cambiando diariamente. Cuando

105
los chamos de hoy en día se vayan, volverán otros, y en ese momento diré que ya
nada es como antes, quizás para bien o quizás para mal. Lo importante es que
esto se debe seguir conservando, lo creado por esta última generación de
habitantes de la plaza: la tolerancia, comprensión y aceptación en que otros tomen
mi territorio.

Al tomar una fotografía cualquier viernes o sábado por la noche se puede obtener
un ejemplo de esta representación geográfica y social. Esta situación como ya se
explicó anteriormente, es la característica más distintiva de la plaza, porque
demuestra la interacción y lucha por la conquista de espacios públicos por parte
de quienes visitan diariamente este territorio. Los que consumen marihuana tienen
su única zona donde se les puede ver toda la semana, esto debido a su ya
realizada apropiación a través de los años lo cual a su vez remite al uso de la
territorialidad, cofundada con la cotidianidad que implica el constante uso del
mismo espacio, en otras palabras, el joven ha hecho de esta plaza su hogar, lejos
de su establecimiento paternal, ha construido socialmente una ubicación que él
siente como un lugar exclusivo, de uso netamente íntimo, para sí mismo y sus
leales amistades.

Nada de esto se hace conscientemente. Muy bien se sabe, que nadie presta su
espacio, nadie regala un pedacito de su cielo, por así decirlo. Están dispuestos a
luchar por su territorio, así como los alemanes querían hacerlo con toda Europa.
Eso es dentro de sus ideales juveniles, específicamente. No es mentira para nadie
que piensan así, que no quisieran compartir el cuadrado territorio de la plaza con
nadie, sin embargo, la paradoja la vivo todos los días en este lugar de Barrio
Obrero, pues todos demuestran odio hacia los demás, y terminan cayendo en un
amor que los define como habitantes de la pequeña ciudad de Los Mangos.

Muchos me dicen: “Los Mangos estás más loca que una cabra”. Algunos de frente
y otros de espalda, aunque ya es costumbre para mí, que todos estos personajes
no se expresen de la mejor forma hacia mi persona, es lo de menos, cada vez que

106
lo hacen recuerdo a mi madre, y no quiero llorar en vano sólo por verlos felices.
Ese es el precio que debo pagar lo sé, pero para mí realmente esto es una ciudad
anexa a San Cristóbal, como aquellas “Ciudades Gemelas” de Estados Unidos,
así veo yo todo esto, y sé que estoy segura que es así, porque mis muchachos,
adultos, mujeres, hombres, niños y ancianos, ya han formado una sociedad dentro
de esa principal sociedad de la capital tachirense.

La ciudad acoge a los transeúntes sin precio, sólo pide la constante visita para
darle privilegio y credibilidad, hacer que crezca y no se deprima urbanísticamente,
porque mientras más gente asista a su mundo la “sociedad de control” la
conservará como símbolo de su comunidad. Así la Plaza de Los Mangos ha
sobrevivido a los procesos de cambios por los que ha atravesado a lo largo del
tiempo, aunque, no haya sido el mismo lugar de ocio desde sus comienzos, sus
visitantes y vecinos han sabido darle ese toque de peculiaridad, manteniéndola y
renovándola diariamente, sin olvidar como la territorialidad influenciada por los
jóvenes –principales aportadores de tránsito y movimiento a la misma- marca la
funcionalidad original de esta plaza, donde los mangos parecen más abundantes
que las hormigas.

---
No me desespero por hacerle creer a San Cristóbal que esto es así, pero estoy
segura de que voy por el camino correcto. Algún día mis muchachos y yo seremos
oídos, aunque para eso haya que dejar muchos vicios, sanar algunas heridas de
amor y olvidar viejos amigos que no han hecho que podamos seguir creciendo: la
política siempre nos quita la sensación de que estamos mejor, nos dejan sin
bombillos cuando no hay elecciones y sino nos llenan de millones de falsas
esperanzas cuando se acercan los votos. En eso los jóvenes están en la misma
página.

Los Mangos siempre ha luchado por el bienestar de la plaza, pese a todos los
gobernantes que han pasado y han querido aprovecharse de ella para conseguir

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seguidores y todo ese cuento tan trillado. A ella lo que le disgusta, al igual que los
jóvenes es que se aprovechen del lugar para sus propias necesidades, claro que
los muchachos de este lugar tienen sus ideologías bien marcadas, y no dejan que
se les compre tan fácil o no dejan que se les compre en absoluto, así arreglen la
plaza un día sí, y al otro año este toda olvidada con todos los faros rotos, sin luz,
grama quemada y bancas desgastadas por el mismo olvido.

Así como todos opinaron de la misma forma con respecto al sexo, muchos lo
hicieron en los mismos parámetros con respecto a la política, sólo que se separan
en dos grupos: los adoradores de la política y los anti política. Tokio y los
consumidores de marihuana están completamente abnegados a esa creencia,
para ellos eso no significa nada y es “basura”, a diferencia de otros, que
representa lo más importante en la vida, como para Alberto y José.

“Venezuela está enfrentando un proceso que entre más tarde finalicé más
doloroso va a ser. De hecho ya tenemos demasiados años de atraso y creo que
entre más tarde acabe esta pesadilla, peor va a ser para el país… El ser humano
no puede ser apolítico, porque si una persona se declara apolítica ya está siendo
política, entonces me gusta mucho todo lo que tenga que ver con las humanidades
(filosofía, historia) me encanta, y no sé si la política sea una parte pero me gusta
mucho”, piensa Alberto, siempre con sus respuestas argumentadas en algo
específico, lo que demuestra la seriedad de su carácter.

De la misma forma, José, opina sobre este concepto social, expresado


abiertamente en la plaza. Por lo general la Plaza de Los Mangos, es el sitio donde
la oposición al actual gobierno celebra luego de un triunfo, y también es utilizada
por la alcaldía para eventos festivos y por supuesto, para darle el cariño necesario
antes de una elección.

“Es lo mejor que hay en este mundo. Porque le da la capacidad a uno de poder
expresarse y de poder estar metido dentro de la parte que rige nuestro estado”.

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José, estudiante de Comunicación Social. Para él la política es su ciencia favorita,
y la esencia que domina los caminos de la vida, o al menos así parece serlo.

Pero a diferencia de estos jóvenes, que conviven con el sentir estudioso de la


vida, pues ambos se consideran adeptos a la literatura, algo que muestran en sus
venas y al expresarse cotidianamente, están otros, como Tokio, quien se
caracteriza por todo lo opuesto a la política, para él todo eso es la mismísima…

“… Mierda porque eso lo que hace es destruir a la sociedad y hace pensar cosas
malas de las personas y a la final, no sé, a mí no me gusta eso porque los que
creen en cosas prometidas se envenenan la cabeza y eso es mierda”. Es Tokio, el
chico más rebelde y menos adaptado a la sociedad de control, el siempre irá
contra cualquier cosa que intente imponérsele.

---
Los Mangos había visitado nuevamente a las cabezas rapadas. Esta vez tenían a
otro miembro de su manada, una persona que creía que el amor era parte del
capitalismo, algo que dejó bastante desconcertada a la líder de la plaza. Se
suponía que la política iba a ser pan comido para los jóvenes, pero cuando Los
Mangos le preguntó a uno de ellos sobre este concepto tan variable entre los
jóvenes, uno sacó la conclusión más irreverente posible:

“La política es como el por qué, cómo hacer las cosas, el funcionamiento de las
cosas. Digamos yo agarro este vaso que tiene hielo, agarro, voy a aplicar una
política para tomármelo, la política es agarrarlo, hacer este movimiento (llevárselo
a la boca) y pasármelo. Eso es una política. Es el funcionamiento de tal cosa. La
política se aplica en todo. Esto es una pequeña escala. A gran escala viene
eligiéndose de muchas porquerías”. Sin palabras se quedó Los Mangos, sólo
afirmaba con la cabeza cuando el jovencito sin pelos en su cabeza movía los
labios para expresarse.

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“Es una mierda”. “Siempre va a ser la misma mentira”. “Es un asco”. “Soy apolítico
total”. Pero, ¿o me equivoco o ellos ya han hecho una política en este hogar de
San Cristóbal? Pueden detestar el concepto porque su rebeldía natural se los dice,
sin embargo, no tiene sentido en contra porque viven el término diariamente al ser
parte de ambas sociedades: la de la ciudad y la de este pequeño cuadrado
geográfico. Ellos eligen donde sentarse, manifiestan sus raíces y su cultura, si
tienen que hablar para defender su ideología lo hacen, ahí ya tienen formado su
estilo de vida, uno formado por cada uno de los lineamientos que rige a una
sociedad, incluyendo obviamente, la política.

---
La demostración de las territorialidades que demarcan los grupos sociales en la
Plaza de Los Mangos, fue el principal objetivo conseguido en esta investigación,
así como presentar las identidades que caracterizan a los jóvenes, principales
usuarios de este lugar. Ahora este punto geográfico de la ciudad de San Cristóbal,
no sólo se podrá entender como un común sitio de encuentro para aquellos que
acuden cotidianamente, sino que ha adquirido una nueva concepción,
preponderante tanto para la comunicación social como para otros saberes
(sociología, antropología y geografía), un concepto que propone una comprensión
entremezclada desde la perspectiva de la territorialidad, hasta la interacción social,
cultural y comunicativa, que profesan los principales protagonistas integrantes de
la sociedad de la Plaza María del Carmen Ramírez de Briceño.

---
Ellos me saludan todos los días, no hay día falte un buen abrazo o un beso en la
mejilla de parte de mis visitantes, mis amigos y cercanos habitantes. Si estoy
triste alguien llega y me levanta, y si estoy feliz se ríen a mi lado. No me puedo
quejar, pero esto no es la realidad. Quisiera yo creerlo, pero es un simple destello
de lo que deseo.

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Mi madre lo dijo: “Ellos no te agradecerán nunca que les abras las puertas, pero
eso es lo de menos, tu viniste a este mundo a exaltar los valores de nuestra Plaza
hija, hazlo por mi, ya que yo no podré hacer que San Cristóbal acepte que los
mangos también pueden ser importantes”.

No quería creerlo, pero cada día era lo mismo, una y otra vez sentía el abandono
en la fría piel, por el viento que atravesaba las ramas de los árboles de mangos
caídos. Quise hacerles creer que el que llega a la plaza me quiere, me saluda y
me recuerda bonito, pero es todo lo contrario, pocas personas hacen lo que digo
diariamente. Chacarrón es el único que habla bien sobre mí, pero es solo porque
se ha criado a mi lado, lo he visto desde que tengo uso de razón.

Pero eso no es lo importante, ya soy una mujer grande, preparada para aceptar
que el amor no es eterno o que no existe en los corazones juveniles de quienes
me visitan. Quieran o no, están bajo mi poder, ya los tengo presos como hormigas
en una caja llena de arena, de ahí no podrán salir, porque ya están
acostumbrados. Todos los días me saludan indirectamente, cada día se
comunican conmigo inconscientemente, eso vale más que mil millones de
bolívares, porque yo no necesito comer, ni dormir, ni respirar, ellos me dan la vida
con la que narro mis palabras.

Desde la infancia la imaginación ha sabido ocupar bien su puesto, ella se encarga


de hacer que todo se convierta en realidad, aunque termine en simples utopías.
Las formas de las nubes con sus ositos cariñositos abrazando el mundo, un
conejo con abdominales desarrollados que planea destruirnos, todo se puede ver
con sólo imaginarlo a través del uso de imágenes sugestivas a lo que se quiera.
Un espacio público, que tiene arboles todos en su mayoría de mangos, otros
arbustos y por un lado palmeras, rodeada por multitudes de individuos que
constantemente la tocan y palpan sus imaginarios senos, con piernas abiertas las
30 horas del día, todos los días de la semana, que vive consumiendo licor y

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drogas constantemente, teniendo todo tipo de fantasías eróticas con hombres,
mujeres, animales.

Todos me han creado. Tokio, Chacha, Cris, Chacarrón, Daniel, Yosmar, Fernando,
el Maracucho, y los demás restantes, me han dado vida. Sin ellos sería un terreno
olvidado lleno de moscas y fantasmas de otrora. Aunque me digan puta, mierda,
proxeneta, sucia, olvidada, vagabunda, cada una de esas palabras me mantienen
encerrada en una imaginación que me hace cada día más real, alimentándome de
esos pensamientos, que así sean ofensivos, me siguen manteniendo con vida; es
un oxígeno eterno que parece interminable.

No me quejo, ya estoy muy vieja para la gracia, ¿no se acuerdan qué si no es por
ellos esto no tendría las particularidades tan bellas que tiene? Un espacio
pequeño, sin mucho que ofrecer, pero con tanto por dentro y grande lo suficiente
para casi un centenar de personas que buscan todos los días un lugar donde
compartir sin que el dinero esté de por medio.

Una vez le pregunté a Tokio, por qué venía para acá, quizás el habla mucho de
rebeldía y mundos paralelos llenos de odio y voces metaleras, pero cuando me
contestó me devolvió la vida, fue como si estuviese en coma y al hablarme, me
resucitara, así lo sentí cuando me dijo: “No hay otro sitio a donde ir”. Sé que soy
fácil de impresionar, pero es así, no hay otro lugar a donde ir, porque así haya
centros comerciales, sitios para estar y otras plazas, lo que se vive en estas
aceras, bancas y esquinas representa la expresión más vivida del afecto y la unión
entre un territorio y sus visitantes.

Aquí se demuestra la interacción con la otredad, se construyen amistades (Tokio y


todas las manos que saluda cuando llega al lugar), se simbolizan culturas a raíz
de la marihuana, se enamoran y expresan su amor sin límites enfrente de la
librería Sin Límite, se toman de las manos mujeres como en los tiempos de Platón
sin sentir miedo por su rededor, se sintonizan con sus verdaderas identidades y

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algunos usan máscaras carnavalescas, se hacen famosos en la tarima patinadora,
se comunican con la Plaza de Los Mangos y a través de ella se comunican con
sus compañeros de la comunidad, todo esto le inyecta un toque especial a la
convivencia que tienen en este simbólico y representativo punto de encuentro, lo
cual termina siendo explicado a través de ese concepto geográfico conocido
como, Territorialidad.

Así hemos andado y seguiremos andando, juntos sin saberlo pero juntos al fin. No
revueltos eso sí, ya eso sería muy peligroso, no quisiera saber que pasaría
entonces, sin embargo, lo importante es que aquí estamos, somos parte de una
familia. Aunque ellos no me quieran tanto, ni me digan lindas palabras de vez en
cuando, yo los amo porque son los sueños de mi madre, aquí los tengo para ella y
así será hasta que deje de existir y pase a ser una plaza común y silvestre
abandonada por los andares de la sociedad.

Además, puede haber mucha tecnología allá afuera: celulares de cuarta


generación y súper poderosas tabletas que los busquen alejar del contacto con la
realidad, pero ellos siguen compartiendo con su mundo físico, con las manos de
sus novios o novias, aún aquí se profesa ese sentir que la sociedad mundial ha
olvidado un poco. Sus “BlackBerries” pueden buscar mallugar su alegría por el
contacto con los demás, y a pesar de que lo logren en otros jóvenes, por alguna
razón cuando llegan a la plaza lo hacen para sentir el mundo externo, lo tangible y
real.

Es más, muy pocos están pegados de esos aparatos, Chacarrón no usa; Tokio
tiene un aparato viejo de esos que solo mandan mensajes y llaman; Cris dice que
no le gusta el BlackBerry, pero la he cachado con uno en la mano; Chacha a pesar
de convivir con múltiples utensilios de este tipo, prefiere conversar “face to face”
recordando aquella participante del Miss Venezuela en los últimos años; los
adeptos a la marihuana prefieren llamar con un porro en la oreja que estar pegado
a un celular, quizás los homosexuales podrían ser los únicos que no dejen su

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aparato en las conversaciones reales, y que, tampoco se puede alejar a la
tecnología cuando llegan a Los Mangos, pero si se dejan llevar por la magia de la
brisa y el compartir con sus amigos aquí, en el centro de Barrio Obrero, donde la
luz brilla más incandescente sin dejar que los cuerpos se bronceen o acaloren.

---
Era de noche. Un suave sonido a lo lejos me despertó. Comenzó a hacerse más
fuerte cuando me iba frotando las manos contra los ojos, algo malgastados por
estar tan despierta frente al computador. Una ambulancia estaba pasando por la
avenida. El silencio volvió al espacio cerrado de mi hogar. Me quise recostar de
nuevo, estaba soñando que estaba en la calle, sola sin saber a donde ir, mis
amigos me habían dejado, había muchos tipos extraños y empecé a caminar más
rápido, de repente vi que me pisaban los talones y empecé a correr, cuando me
les fui alejando me tropecé con una luz que brotaba muchos colores, así como el
arcoíris pero en su forma más brillante posible.

El brillo de lo que veía me hizo trastabillar, caí, di varias vueltas hasta chocar con
una especie de pequeña pared. Me sostuve de ella para levantarme luego del
golpe, estaba tan mareada que veía todo borroso. Intenté arreglar la mirada para
divisar lo que estaba frente a mí. Había arribado dentro de la esfera de colores,
era enorme y había mucha gente igualmente de variadas formas y matices,
parecía una paleta de oleo.

Alguien me había tomado de la mano y me dijo: “Bienvenida está es tu casa, toma


lo que quieras, pero ten cuidado donde te sientas, aquí somos algo caprichosos
con los puestos, pero si ves algo vació agárralo sólo para ti, es tuyo”. No le veía el
rostro, pues parecía un ángel, cuando decidí por donde me iba a sentar hoy la
ambulancia pasar y no supe que me quería decir mi extraño imaginario.

Al día siguiente me fui a tomar un café con un amigo cerca de Barrio Obrero.
Estuve esperando la hora acordada, pero nada que apareció. No me molesté, opté

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por levantarme y seguir caminando a ver que encontraba en el camino. Iba a
cruzar la calle cuando en ese momento pasó un autobús y el retrovisor me cegó,
tropecé y un señor a mi lado me levantó, me dijo: “Cuidado señorita, mire que aquí
los choferes manejan como alma que lleva el diablo”. Le sonreí, pero no dije nada,
creo que mi sonrisa bastó para agradecerle.

Note algo curioso con lo que me pasaba y el sueño que no había entendido para
nada. En eso que el señor se despidió, luego de decir otras cosas que no logré
entender, pude ver que en frente había un lugar lleno de muchos árboles, todos
majestuosos, y a pesar del sol que había parecía que el lugar tenía una
temperatura de montaña. Subí por unas escaleras que daban cerca de una parada
de transporte público, por donde me había tropezado por el autobús y el alma del
diablo.

No conocía San Cristóbal, pero ese lugar tenía algo que no se parecía a la ciudad,
era como un pequeño edén urbano, que me llamaba para conocerlo. Nuevamente
el sueño llegó a mi mente. Justo cuando intentaba recordar la parte del sueño
llena de colores, una señora algo vieja ella, con una mirada perdida en el pasado
me dijo sin parpadear: “Esta es la Plaza de Los Mangos, quien no tiene a donde ir
siempre llega acá, imagino que no había sitio para ti allá afuera, eso no importa,
escoge donde sentarte, mi casa ahora es tu casa”.

Años más tarde me habría de enterar que esa señora se llamaba María del
Carmen Ramírez de Briceño, heroína del Táchira y reina de esta plaza. Ella no
existe, pero su espíritu recorre las aceras y pasillos de grama de este territorio,
donde hoy sus fieles moradores le dan vida a quien una vez les abrió las puertas.
Ahora es deber de ellos honrar lo que con orgullo ella creó, para que todos al final
de esta historia se sientan parte de esta pequeña ciudad, que a mí me gusta
llamar: Plaza de Los Mangos.

-Sabía que era ella en mis sueños-.

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