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HISTORIAS PARA CONOCER

Mi vida en el mar: estas son las razones por


las que no quiero volver a vivir en tierra firme

Constanza Coll

5 de junio de 2019  • 12:20

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N unca decimos nunca, pero el plan no es volver a (la) tierra. Así, entre paréntesis,
porque de tanto en tanto nos despertamos con cierta angustia, preguntándonos si esta
vida es real o si un día de estos nos vamos a caer de las nubes. Llevamos nueve meses en
el mar, navegando a vela por la costa de Brasil y durmiendo a bordo cada noche desde
que zarpamos.

La tripulación somos Juan, yo y nuestro hijo Ulises. Él psicólogo y yo periodista, hace 8


años hicimos el curso de timonel buscando contacto con el río, con la naturaleza, sin
saber nada de náutica, de viajes a vela o de casas-barco. Ese mundo se nos reveló como
el plan perfecto para el viaje largo que tantas veces habíamos postergado.

La llegada del primer hijo los decidió a emprender la travesía.
Crédito: Constanza Coll

Pero nunca llegaba el momento perfecto, hasta que Ulises dio vuelta la ecuación.
Acababa de cumplir dos años cuando renunciamos al trabajo, alquilamos nuestro
departamento y armamos cuatro mochilas: una por cada uno, más una de juguetes. Nos
mudamos al barco, ajustamos lo necesario para vivir dentro y zarpamos. Hoy contamos
mil millas navegadas y muchos motivos para seguir llevando esta vida,

9 razones para vivir en el mar


Coni, Juan y su hijo Ulises, de tres años, viven y viajan en velero por la costa de Brasi hace 9 meses. Desde
Búzios, cuentan por qué les fascina vivir en el mar.
Crédito: Constanza Coll

1. Vivir en una máquina de viajar. El Tangaroa navega a unos 10 km/h. Vamos


despacito, pero como los caracoles, llevamos la casa a cuestas y eso nos hace sentir
cómodos y seguros en cualquier lugar. Al mismo tiempo, la vela es una forma de viajar
ecológica, sustentable y con muchísima autonomía: mientras haya viento vamos a poder
seguir avanzando.

2. Horizontes 360. Sea que estemos navegando o fondeados, siempre estamos


rodeados de mar y cubiertos por cielos abiertos e infinitos. Entonces aprovechamos los
amaneceres y atardeceres, las noches estrelladas y de tormentas, los morros verdes, las
playas. El paisaje nos envuelve y nos hace parte, sentimos que crecemos, que vivimos la
naturaleza inmensa. Y lo mejor es que esa postal paradisíaca se renueva cuando
cambiamos de bahía en bahía.
Crédito: Constanza Coll

3. Ser dueños del tiempo. Amanecemos con el primer sol que entra por los


tambuchos y nos dormimos cuando cae la noche, especialmente Ulises que no hace
siesta. En el medio llevamos cierta rutina de mar que nos hace bien, con remadas a la
playa, juegos en la arena, con las olas y con nuestra perrita Lula, pesca con arpón, series
de yoga, lectura, dibujo y contemplación: "Estoy mirando el mar" o "Mirá qué lindo
atardecer", son frases espontáneas de Ulises.
Más momentos para conectarse con el otro
Crédito: Constanza Coll

4. Estar para nuestro hijo, y viceversa. Estamos juntos todo el día, todos los días.


Eso fue un gran cambio especialmente para Juan, que sólo compartía el desayuno con
Ulises y casi nunca lo encontraba despierto al llegar de trabajar. Lo vemos crecer, le
enseñamos, aprendemos, jugamos. La infancia de Ulises no se nos pasa volando.
Crédito: Constanza Coll

5. La dosis justa de aventura. No hacemos nada extremo, pero al vivir en el mar


convivimos con ciertos riesgos. Tenemos que navegar atentos; ser precavidos en
relación al clima; y siempre estamos explorando lugares desconocidos, a veces con muy
poca infraestructura. Todo esto nos hace sentir vivos, mucho más presentes.

También viaja con ellos su perrita Lula.
Crédito: Constanza Coll

6. La clave minimalista. El barco tiene una cama doble, dos cuchetas, un baño, un


fuego, un placard minimo para los tres. Dejamos atrás nuestro auto y nuestra casa con
todo lo que tenía dentro, y 9 meses después no extrañamos absolutamente nada. Esta es
una vida austera, de no consumo, lo mejor pasa por otro lado.
Crédito: Constanza Coll

7. La vida natural. A bordo llevamos 200 litros de agua (más o menos lo que se gasta
en una ducha de 10 minutos), que nos duran 15 días. Separamos la basura, lo orgánico
vuelve al mar y lo reciclable a la ciudad. Navegamos a vela, y si acaso precisamos el
motor, éste consume apenas un litro y medio por hora. Y por sobre todo, hacemos más y
compramos menos hecho.

8. El mérito del esfuerzo. Todo cuesta un poco más en el barco: cargar agua en


cascadas o juntar lluvia para lavar la ropa, y hacerlo a mano; remar para desembarcar la
basura o hacer las compras; pescar para comer o amasar panes y tortas; izar velas; levar
el ancla; navegar al próximo destino. Pero cada tarea realizada nos hace sentir plenos.
Crédito: Constanza Coll

9. La dulce incertidumbre. Al principio nos asustó, hoy creemos que no saber lo que


vamos a hacer en los próximos años nos hace sentir libres y entusiasmados por lo que
puede venir. ¿Y la jubilación? ¿Y la educación de Ulises? ¿Y sus carreras? Sin ataduras y
en un círculo de relaciones y espacios que se renueva día a día, surgen respuestas a
preguntas que nos hacíamos en tierra, y preguntas nuevas.

Más info: seguí el viaje a vela de esta familia en @el_barco_amarillo

Por: Constanza Coll

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