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UNIDAD 3

Cavarozzi. Autoritarismo y democracia

En 1955 una insurrección cívico-militar puso fin al gobierno peronista. Tuvo éxito en desmantelar el
modelo político prevaleciente durante los 10 años anteriores. El modelo peronista tuvo como efecto que los
canales parlamentarios y partidarios fueran permanentemente relegados y perdieran relevancia en la escena
política. El peronismo en el poder tendió a considerar las actividades de los partidos de oposición como
manifestaciones de intereses sectoriales ilegítimos.
Los líderes del golpe de Estado de 1955 caracterizaron al régimen peronista como una dictadura
totalitaria, levantaron entonces los estandartes de la democracia y la libertad, con el objetivo de restablecer
el régimen parlamentario y el sistema de partidos. Objetivo frustrado recurrentemente. En 1962 los militares
derrocaron al presidente Frondizi, en 1966 volvieron a intervenir para derrocar a otro gobierno
constitucional, el de Illia. Tanto en 1955-58 como en 1962-63, los interregnos entre gobiernos
constitucionales fueron ocupados por administraciones militares. Estas, no se propusieron reemplazar la
democracia parlamentaria por un régimen político alternativo ni posponerla para un futuro distante. El
principal y autoproclamado objetivo de estos gobiernos temporarios fue la imposición de mecanismos
proscriptivos del peronismo, mientras intentaban erradicarlo.
Durante esos años se configurarán nuevos modos de hacer político que implicaron una profunda
redefinición de los patrones de procesamiento de los conflictos y relaciones socio económicas. Los nuevos
modos dejaron un legado político-ideológico con el cual tuvieron que lidiar necesariamente los diferentes
actores políticos, viejos y nuevos, cada vez que se esbozaron fórmulas políticas alternativas a partir de 1966.
Argentina post 55, una comunidad política desarticulada. El derrocamiento del peronismo fue
promovido por un amplio frente político que incluyó a todos los partidos no peronistas, los representantes
corporativos e ideológicos de las clases medias y las burguesías urbana y rural, las fuerzas armadas y la
iglesia. El peronismo sobrevivió a la caída de su gobierno y se constituyó en el eje de un vigoroso movimiento
opositor. El corolario de la exclusión del peronismo fue particularmente complejo. Los mecanismos
parlamentarios coexistieron, de manera conflictiva y a veces antagónica, con modalidades
extrainstitucionales de hacer política. Los dos bloques principales de la sociedad rara vez compartieron la
misma arena política para la resolución de conflictos y el logro de acuerdos basados en mutuas concesiones.
El sector popular, y especialmente la clase obrera, que se había expresado principalmente a través del
peronismo, quedó privado de toda representación tanto en las instituciones parlamentarias semi
democráticas como en la maquinaria institucional del Estado. Sus adversarios sociales tuvieron la posibilidad
de recurrir tanto a los mecanismos parlamentarios como a los extra institucionales. Las presiones ejercidas
por el sector popular fueron de carácter extra institucional. El movimiento sindical peronista se transformó
progresivamente en la expresión organizada más poderosa de aquel sector.
Los militares “democráticos” de 1955 fueron perdiendo progresivamente su “vocación democrática”,
para concluir respaldando el establecimiento de regímenes de carácter autoritario. La otra causa que
complicó las relaciones entre militares y políticos fue que los partidos no peronistas se transformaron en el
principal canal de expresión de una compleja interacción entre dos controversias que dominaron la escena
política argentina luego de la caída de Perón. La primera de estas controversias se definió en torno al rol del
gobierno con respecto a la erradicación del peronismo, desde el integracionismo hasta el gorilismo que
buscaba extirpar completamente el cáncer peronista de la sociedad argentina. La segunda controversia
estuvo vinculada al modelo socio económico que reemplazaría al que había prevalecido durante el periodo
45-55.
A partir de 1956 fueron emergiendo gradualmente tres posiciones divergentes en el campo del
antiperonismo: la del populismo reformista, la desarrollista y la liberal. La primera no cuestionó las premisas
básicas del modelo impulsado durante la década peronista. Sostuvo que las políticas de perón habían
desalentado la producción agropecuaria y había fracasado en la promoción de la industria pesada. Las
consignas del populismo reformista fueron promovidas por el radicalismo. En 1956 se dividió, un ala, la
radical intransigente o Frondizista, era partidaria de una gradual legalización del peronismo, la otra, los
Radicales del pueblo, permanecieron cercanos a la posición proscriptiva, más dura, de los militares. Los
desarrollistas, sostuvieron que el estancamiento económico de la Argentina se debía principalmente a un
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retardo en el crecimiento de las industrias de base, esto solo podía superarse mediante un proceso de
profundización que abarcara la expansión de los sectores productores de bienes de K e intermedios, y de la
infraestructura económica. El desarrollismo sostuvo que, dado que los recursos locales de K eran
insuficientes para lograr esta profundización, se requería una incorporación masiva de K extranjero a la
economía. No cuestionó aspectos centrales del proceso de ISI inaugurado en los años 30. Los políticos
desarrollistas impulsaron tanto la aceleración como la ampliación cualitativa del proceso de industrialización.
La última de las posiciones, la liberal, fue mucho más lejos en la crítica del proceso de industrialización
iniciado en la década del 30 y de las prácticas sociales y políticas asociadas al mismo. Los liberales no sólo
criticaron el modelo de conciliación de clases; cuestionaron también la premisa según la cual el desarrollo
industrial debía constituir el núcleo dinámico de una economía cerrada. La imagen del mercado pasó a
constituir la piedra fundamental de la posición liberal.
La presencia del proscripto movimiento peronista se expresó de un modo muy especial en la escena
política. Fue uno de los factores determinantes de los modos en que las organizaciones políticas y sociales
que encarnaron las tres posiciones descriptas anteriormente definieron y resolvieron los conflictos surgidos
durante este periodo. Excluido el peronismo, los dos partidos radicales agotaban el espectro de fuerzas
electoralmente significativas de fines de la década del 50 y principios de la del 60. La posición liberal carecía
de la posibilidad de expresarse a través de un partido conservador fuerte. La coherencia interna de los
programas liberales se equiparaba a su tremenda debilidad electoral. Si bien liberales y desarrollistas
coincidieron en la necesidad de aplicar programas de estabilización basados en fuertes devaluaciones y
congelamiento de salarios, no alcanzaron el mismo grado de acuerdo con respecto a la estrategia económica
de largo plazo. Las negativas del gobierno frondizista a desmantelar la CGT y las idas y vueltas con respecto
a la proscripción del peronismo en los comicios legislativos y provinciales agudizaron la tensión entre
liberales y desarrollistas.
El régimen militar fracasó rotundamente en sus intentos de erradicar al peronismo de la clase
trabajadora. El régimen no logró imponer su proyecto de crear un sistema de afiliación y representación
sindical múltiple, destinado a reemplazar las pautas establecidas por la ley peronista de los años 40. El estilo
de control político de la clase obrera fue radicalmente modificado. La naturaleza del vínculo de Perón con las
masas populares cambió, ya que Perón dejó de tener la posibilidad de satisfacer sus demandas y de apelar
periódicamente a ellas en forma directa. La figura de Perón emergió como el principal símbolo del retorno.
Perón perdió, en parte, su poder de controlar a los líderes peronistas. Un peronismo menos subordinado a
la autoridad de Perón, y reflejando más directamente el peso relativo de las fuerzas sociales que lo
constituía, se transformó en un peronismo crecientemente proletario. El voto de los trabajadores se
transformó en un instrumento de presión y negociación, comparable a los paros y huelgas. El poder del
movimiento sindical peronista se amplió después de 1955. Los sindicalistas peronistas de la época posterior
a 1955 actuaron en una sociedad que cada vez se pareció menos a la Argentina del 45-55. A partir de 1959 la
economía fue gradualmente transformada por la expansión de los sectores industriales productores de
bienes intermedios y de consumo durable.
Las prácticas políticas del movimiento sindical combinaron dos elementos: un patrón de esporádicas
penetraciones en los mecanismos de representación parlamentaria que se manifestó a través de la limitada,
aunque significativa, capacidad de los líderes sindicales para influir sobre la conducta electoral de los
trabajadores; y una acción de desgaste a largo plazo que se ejerció contra regímenes políticos que
excluyeron al peronismo, al costo de ser altamente vulnerables a ataques cuestionadores de su
representatividad y legitimidad. El movimiento sindical peronista se tornó una fuerza subversiva. Tal carácter
subversivo reflejó que el sindicalismo recurrió al quebrantamiento de las reglas formales del sistema. Los
sindicalistas contribuyeron a crear circunstancias que indujeron a los militares a deponer a las
administraciones civiles, o frustraron los objetivos de los regímenes militares, induciéndolos de ese modo a
abandonar el poder para evitar situaciones que hubieran requerido como solución la aplicación de medidas
de represión masiva.
A principios de la década del 60, importantes sectores de las fuerzas armadas comenzaron a darse
cuenta de que los beneficios obtenidos mediante la intervención tutelar eran inferiores a los costos
ocasionados por ésta. La invocación militar a un respaldo de las organizaciones políticas “democráticas”
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había forzado a las fuerzas armadas a restringirse a las alternativas políticas que ofrecían los partidos así
calificados. La fragmentación militar alcanzó su punto más crítico entre los años 59 y 63, a raíz de
confrontaciones entre facciones opuestas que, en dos ocasiones, culminaron en enfrentamientos armados.
Uno de los principales corolarios de la doctrina emergente fue que las fuerzas armadas deberían asumir la
responsabilidad única en el manejo de los asuntos públicos, con la consiguiente exclusión de los partidos
políticos y la abolición de los comicios y los mecanismos parlamentarios. Un acuerdo político con los
militares golpistas se convirtió en una tentación cada vez mayor para dirigentes sindicales vinculados a un
movimiento político cuya proscripción electoral renovada por los gobiernos semi democráticos previos al 66,
se estaba transformando en un dato estable de la política argentina. La presencia de militares que, por una
parte, condenaban el juego partidario in toto, y son simplemente al peronismo, y, por la otra, parecían
responder a consignas de tono nacionalista, estatista y contra el gran capital fue, entonces, vista por los
sindicalistas peronistas como el posible agente catalizador de un régimen político no parlamentario que
sirviese para cimentar la alianza entre fuerzas armadas y sindicatos que, supuestamente, se había frustrado
en 1955.

Rougier. El proceso económico

La economía argentina tuvo un magro desempeño en la segunda mitad del siglo XX y se alejó
considerablemente del patrón de crecimiento seguido por la mayoría de los países del mundo. Es indudable
que el país transitó una acentuada decadencia. El incremento del PBI per cápita, un indicador más preciso
del crecimiento económico, fue aún menos favorable, apenas superior al 1,5 % en el mismo periodo. El
rezago de la Argentina respecto al resto del mundo fue en esta etapa mayor a cualquier otro periodo
histórico, con excepción del ocurrido antes de 1870, cuando algunos países avanzaron decididamente en el
desarrollo industrial. Ese mal desempeño macroeconómico reconoce periodos o etapas claramente
diferenciadas, marcadas por las grandes orientaciones de la política económica; las políticas desplegadas
cobran relevancia a la hora de explicar la dinámica de la economía argentina en las últimas 4 décadas del
siglo.
Es posible identificar 2 grandes momentos, aunque no homogéneos temporalmente: el primero
tiene su origen en las políticas desarrollistas implementadas en la Argentina desde fines de los años 50, y
culminó de modo abrupto con la crisis que tuvo lugar de 1975 a 1976 y la política económica implementada
a partir de ese último año por la dictadura militar; y un segundo periodo que transcurrió a partir de
entonces, y cuyo final se ubica hacia el cambio de siglo con la mayor crisis económica de la historia
contemporánea argentina en 2001. Estos momentos son parte y reflejan los cambios en la dinámica del
capitalismo en el mundo, cuyas transformaciones a mediados de la década de 1970, y en particular la crisis
del modelo de acumulación basado en la producción en masa, implicaron el abandono de las políticas
keynesianas y del “estado del bienestar” que habían predominado hasta entonces. La etapa 1960-76 se
caracteriza por un crecimiento sostenido del producto aunque con fluctuaciones, mientras que el periodo
posterior está signado por un claro estancamiento económico. La política se orientó a lograr el desarrollo por
medio de una estrategia basada en la industrialización por sustitución de importaciones, la equidad
distributiva y la inclusión social a lo largo de toda la primera etapa. 1976-2000 primaron las definiciones
tendientes a desmantelar esa estrategia, a abrir la economía y a favorecer los sectores financieros y de
servicios sobre el conjunto de las actividades productivas, la concentración, el crecimiento del desempleo, la
marginación y la pobreza fueron también rasgos centrales de este proceso.
Economía Argentina 1960-76: en este periodo las condiciones del crecimiento de la economía
argentina quedaron determinadas por la dinámica de un ciclo de contención y arranque en el marco de un
modelo centrado en la ISI. Inicialmente, la economía de divisas generada por la sustitución de importaciones
había permitido enfrentar la declinante capacidad de realizar pagos externos y crecer; pero, una vez que se
logró producir localmente una gama variada de bienes finales, el crecimiento quedó vinculado al nivel de los
abastecimientos de insumos y maquinarias importadas y, consecuentemente, a la capacidad de realizar
pagos externos. Esto dio lugar al surgimiento de desequilibrios crónicos y recurrentes de balance de pagos
cada vez que la expansión económica interna impulsaba las importaciones. Las alternativas de superación
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eran relativamente acotadas. Luego de 1964 la economía argentina pudo resolver de manera relativamente
exitosa la principal restricción que trababa su crecimiento (el estrangulamiento del sector externo) si bien
ese problema siempre estaba latente, y su resolución continuó siendo la guía de la estrategia económica a
largo plazo en toda la etapa, aunque ésta estaba limitada por la restricción política, que condicionaba las
posibilidades de implementación y éxito de las definiciones de largo plazo.
La CEPAL criticaba el exceso del intervencionismo peronista, pero sostenía que el Estado debía
asumir un papel rector clave en la promoción de este desarrollo industrial a través de la planificación y
promoción de ciertas actividades. El gobierno de Frondizi pronto manifestó la decisión de atraer sin ambages
el capital extranjero, profundizando así las medidas que el peronismo y Prebisch habían esbozado o
intentado explicar. La estrategia desarrollista colocaba el énfasis en el área petrolera con el propósito de
reducir el gasto de divisas en ese sector, en la producción de maquinarias y en la industria química; era
necesario integrar “hacia atrás” al sector industrial y reducir las importaciones, confiando escasamente, al
igual que Prebisch y la CEPAL, en las posibilidades del agro para incrementar la entrada de divisas. En 1962 y
63 la crisis golpeó nuevamente, consecuencia de los problemas de insuficiencia de divisas por el bajo nivel de
exportaciones, crecientes importaciones y una falta de confianza en la estabilidad de la moneda local que
promovió en ese escenario una importante fuga de capitales. Una conciencia “industrial-exportadora” fue
consolidándose en el periodo y terminaría por hacerse dominante hacia el final del mismo. Las propuestas
tendían a concentrar el esfuerzo económico en un conjunto reducido de industrias que permitieran el pleno
aprovechamiento de las economías internas al desarrollarlas a gran escala, posibilitando la exportación
manufacturera a otros mercados y a aquellos países latinoamericanos con los que se propiciaban convenios
en el marco de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).
El plan nacional de desarrollo elaborado por el CONADE incluía la necesidad de una mayor
integración regional y de expandir la oferta de bienes industriales para la exportación. Pero fue el plan de
Vasena, el que recogió más claramente esos lineamientos al atacar el problema inflacionario como una
condición necesaria para el crecimiento económico y reconocer la existencia de una estructura económica
en la que convivían sectores con marcadas diferencias de productividades. Pretendía modernizar el sector
industrial para hacerlo eficiente. Estabilizar la moneda, alentar la producción local de insumos intermedios y
de bienes de capital e impulsar las exportaciones manufactureras. El sector público inició una política de
amplias inversiones en infraestructura energética y de caminos tendientes a mejorar la eficiencia global de la
economía. La estrategia era lograr una mayor integración económica promoviendo las industrias de base y la
descentralización regional, al tiempo que se estimulaban las exportaciones industriales. Las medidas iniciales
buscaban también la estabilidad como condición primera: empresarios y obreros debían llegar a un acuerdo
de salarios y precios refrendado por el Estado. Se incluyó el estímulo de la inversión pública y privada como
motor del crecimiento. Se proponía profundizar la sustitución de importaciones en la producción de insumos
estratégicos tales como el acero, los productos químicos, el aluminio, logrando una mayor integración del
sector industrial y por lo tanto un menor consumo de divisas. La tendencia al estrangulamiento del sector
externo se revertiría con una mayor oferta de bienes industriales, pero también con una mayor oferta de
productos rurales. La alternativa requería transformaciones productivas importantes en el agro.
El conjunto de incentivos de política económica estuvo orientado a promover las manufacturas y
discriminó al sector agropecuario, cuyos precios relativos fueron bajos en términos generales. El agro revirtió
su virtual estancamiento previo y encontró un nuevo piso en su volumen de producción merced a la
incorporación de maquinarias que las políticas públicas incentivaron de diversas maneras en los primeros
años de los 60. Esta mayor producción compensó el estancamiento de la extensión total de la superficie
cosechada. También la incorporación de nuevas semillas y agroquímicos imprimió un mayor dinamismo a la
producción. En la producción ganadera se observó una mayor utilización de sistemas de inseminación
artificial y de técnicas sanitarias en la ganadería de cría, así como el reemplazo de la alfalfa por praderas de
pastoreo rotativo. El proceso fue acompañado por cambios en la dimensión de las parcelas, que permitían
un mejor uso del suelo y de las maquinarias. Las manufacturas fueron en estos años el sector productivo más
dinámico de la economía nacional, y la principal fuente de empleo y riqueza. Junto con el proceso de
sofisticación técnica y productiva del sector manufacturero se observa una creciente importancia de las
exportaciones industriales sobre el total, aun cuando la producción fabril continuó orientada
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fundamentalmente al mercado interno. La madurez y competitividad alcanzada por las empresas del sector
cobra una mayor significación si se considera el avance en la exportación de bienes más complejos como
maquinarias y productos metal-mecánicos e incluso de plantas “llave en mano” e ingeniería, especialmente
destinados al ámbito latinoamericano. Como resultados de estas políticas y transformaciones, las actividades
dinámicas y más intensivas en capital, correspondientes a la denominada segunda fase de la ISI, fueron
líderes dentro del proceso de crecimiento manufacturero; entre éstas destacan la industria automotriz, la
siderurgia, etc.
En la Argentina de la inmediata 2da posguerra, el Estado extendió su intervención y presencia
empresarial. Se caracterizó por la nacionalización de las principales empresas de servicios de transporte y
comunicaciones. En las décadas siguientes esa presencia sería aún mayor aunque inicialmente, durante la
gestión de Frondizi, se privatizaron numerosas empresas. Durante el gobierno de Onganía se establecieron
nuevas formas legales que se suponía que podían mejorar el desempeño estatal. La injerencia del “Estado
empresario” no se limitó a la conformación de empresas públicas. El proceso de creciente intervención instó
incluso a algunos funcionarios a proponer la creación de un holding estatal que controlara los paquetes
mayoritarios de un conjunto de empresas públicas de servicios e industriales, y que tuviera capacidad para
impulsar la fusión y reconversión de las firmas de acuerdo a las directivas gubernamentales. El estado, a
través de distintas reparticiones y empresas, se encargaba de la totalidad de la producción y distribución de
energía eléctrica y de gas natural, de las 2/3 partes de la producción de petróleo y de su refinación. También
el Estado controlaba el sistema de comunicaciones y todo el sistema ferroviario, la mitad del tráfico aéreo
nacional e internacional y marítimo, y la totalidad de los puertos. Estaba en manos del Estado una porción
significativa del sistema bancario, de seguros y de reaseguros. El BCRA establecía tasas de interés
diferenciales para ciertas operaciones o regiones que se deseaba promover de acuerdo a los lineamientos
más generales de la política económica e industrial. La creciente intervención y ampliación de la esfera
estatal en el proceso económico comentado fue realizándose pragmáticamente y con un alto grado de
incoherencia administrativa y de superposiciones burocráticas. Como consecuencia, el desempeño de las
empresas públicas resultó heterogéneo con niveles de eficiencia y calidad de las prestaciones muy diversas.
A través de regímenes políticos y gobiernos diferentes y de demandas sociales múltiples, la tendencia al
incremento de la intervención estatal bajo una enorme complejidad de formas jurídicas e instrumentos
persistió y un particular “Estado empresario” alcanzó su cenit hacia la segunda mitad de los 60.
La Argentina fue un país con una alta inestabilidad institucional en el periodo 60-76. Ello
necesariamente afectó el desempeño económico global al modificar los equipos económicos e incorporar
elementos propios de la dimensión política que erosionaban fuertemente la consolidación de las estrategias
definidas y truncaban numerosos proyectos. Ante cada situación de estrangulamiento del sector externo la
respuesta inmediata consistió en la modificación cambiaria, la restricción de la oferta monetaria, la
reducción del gasto público y el aumento de tarifas, políticas que modificaban los precios relativos y
revertían el proceso expansivo anterior. La recesión y la contracción del consumo interno, provocadas por las
medidas de ajuste, permitían elevar los saldos exportables de productos agropecuarios y, en consecuencia,
reposicionar al sector rural frente a otros definidos como prioritarios para la consecución del desarrollo.
Además de esta inestabilidad macroeconómica, la inestabilidad política se manifestaba en los cambios de
orientación económica y la crítica a los diseños de política económica anteriores que en nada contribuían a
generar confianza, tal es el caso de la anulación de los contratos petroleros con las compañías extranjeras
durante la gestión de Illia a comienzos de los 60. La crisis política dominó el escenario siguiente (Cordobazo).
Poco después el propio presidente Onganía fue reemplazado por Levingston; en ese contexto, las medidas
económicas llevadas a cabo por los sucesivos ministros fueron fluctuantes y sólo tendieron a solucionar los
problemas más urgentes reclamados por los empresarios y los sindicatos movilizados. A partir de 1970, la
política económica intentó promover el desarrollo de las industrias de capital nacional y abandonó la
búsqueda de la estabilidad monetaria como condición para el crecimiento. Pero esas definiciones a largo
plazo fueron condicionadas por las medidas que reclamaban una coyuntura dominada por los problemas del
sector externo y la puja distributiva desatada luego de las manifestaciones populares. El programa
económico a más largo plazo del peronismo en 1973 quedó también sujeto a los avatares de la dinámica de
la coyuntura. Luego de la muerte de Perón las posibilidades de llevar a cabo una estabilización controlada
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desaparecieron rápidamente. El caos político posterior impidió el éxito de cualquier medida tendente a
estabilizar las variables macroeconómicas y aceleró el golpe militar a comienzos del 76. La inflación se
constituyó en el modo de reacomodar los aumentos salariales. Para empeorar la situación, los planes de
ajuste y de estabilización contribuían a incrementar el proceso inflacionario en tanto se producía un
incremento de los precios de los bienes de exportación y de los insumos necesarios para el sector industrial;
además, la presión de los sindicatos por recuperar el salario real realimentaba el proceso. Al atenuarse las
restricciones externas el crecimiento pudo manifestarse más plenamente y permitió acortar la distancia con
los países líderes.

Neffa. La transición hacia el régimen de acumulación parcialmente intensivo y tercera fase ISI

La crisis del régimen de acumulación extensivo y de las formas institucionales, que se manifestó en
1952, obligó al gobierno a adoptar un severo plan económico (ajuste y estabilización) y a reformular los
objetivos iniciales del Segundo Plan quinquenal. Se propusieron pasar a un régimen de acumulación de
carácter más intensivo y para ello tuvieron que cambiar ciertas formas institucionales y reglas en cuanto al
funcionamiento de la economía y del mercado de trabajo. La tercera ISI, del 53 al 76. La industria dirigida al
mercado interno se expande de manera heterogénea y constituye el motor del crecimiento a pesar de los
rápidos y profundos cambios institucionales. Se produce un cambio importante de connotaciones regresivas,
seguido luego por un período de estancamiento y fuertes desequilibrios.
La inserción institucional: Desde los primeros años de este periodo y en un contexto de “guerra fría”,
se consolida la hegemonía de los EEUU, reforzándose su influencia sobre la economía argentina, y la
emergencia de los “nuevos países industriales”. Los elevados montos de importación de bienes de capital e
insumos intermedios requeridos por las empresas trasnacionales durante el período desarrollista, unido a la
rigidez de la oferta agropecuaria y a dificultades en el comercio exterior, provocaron una crisis de balanza de
pago en los años 1961-62. Pero a partir del 64 se inició un ciclo de expansión económica, que se benefició
con el fuerte crecimiento de los países industrializados y del comercio mundial, y durará una década
aproximadamente. Se incrementó la demanda de exportaciones argentinas. Este ciclo fue estimulado a nivel
nacional por un fuerte incremento de la producción agropecuaria y de las exportaciones, que se dio junto
con una mejora de los precios, esencialmente de carnes, granos, y manufacturas de origen agropecuario.
Cambios en la forma institucional Estado: luego de las nacionalizaciones y confiscaciones, el Estado
jugó un papel determinante en su múltiple rol de planificador y promotor de las actividades industriales,
proveedor de créditos fáciles y baratos, y particularmente como prestador de servicios públicos, productor
de bienes de consumo final y de ciertos insumos intermedios requeridos por las nuevas industrias, cuyos
costos y precios estaban subsidiados gracias a políticas de promoción, especialmente si se trataba de
“industrias de interés nacional”. Por diversas razones, y en comparación con lo sucedido en el periodo 43-52,
a medida que transcurría el nuevo periodo y se consolidaba el nuevo modo de desarrollo, hacia el final de
esta etapa se fue haciendo menos dinámica la intervención directa del Estado como productor de bienes, y
como promotor, mediante políticas activas, del proceso de industrialización. Los excedentes económicos y la
renta de origen agrario disminuyeron substancialmente debido al estancamiento de la producción
agropecuaria exportable, al crecimiento vegetativo de la demanda interna de dichos productos y a la
reducción de los saldos exportables; todo esto unido a las nuevas relaciones de fuerza entre los actores
sociales, fueron limitando el margen de acción que tenía originalmente el IAPI hasta su desaparición, para
apropiarse y transferir renta agraria con el propósito de apoyar la actividad industrial. El creciente déficit
fiscal redujo las posibilidades de crédito oficial barato y a mediano plazo para las pequeñas y medianas
empresas industriales. Debido a las dificultades para obtener divisas y créditos internacionales y a la débil
oferta tecnológica local, la nueva legislación en materia de inversiones extranjeras dictada en 1958, significó
un cambio, pues se orienta en definitiva a transferir desde el Estado a las empresas trasnacionales la
responsabilidad en cuanto a la producción de insumos intermedios para la industria y a la explotación de
recursos naturales muy demandados por el comercio internacional. Se pasó así de los monopolios estatales a
una estructura oligopólica con fuerte presencia de capitales privados. Los objetivos del 2do Plan Quinquenal
(53-58), constituyen un ejemplo de los cambios deseados. Los pronunciamientos explícitos del Poder
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Ejecutivo Nacional en el momento de reformarse en las Constituciones provinciales para adecuarlas a los
cambios introducidos en la Constitución Nacional modificada en 1949, fueron muy claros en la misma
dirección.
Cambios en la relación salarial: el proceso de industrialización sustitutiva se dio conjuntamente con
un fuerte crecimiento del empleo, de la productividad aparente del trabajo y de los salarios. Se da un
crecimiento significativo del valor bruto de producción así como el incremento de la dimensión promedio de
los establecimientos industriales, medidos según el número de trabajadores. Esto coincide con un fuerte
crecimiento del PBI de los países industrializados y del comercio mundial, y con el desarrollo de un proceso
de exportaciones industriales argentinas, incluso de bienes de capital y de insumos intermedios de uso
difundido. Durante los primeros años del periodo, debido a que el mercado de trabajo funcionaba en
condiciones de casi pleno empleo, se pagaban salarios relativamente altos y la distribución del ingreso era
favorable a un sector de los trabajadores asalariados y se había acumulado una demanda interna solvente de
bienes manufacturados de consumo durable. Los salarios reales evolucionaron de manera cada vez más
heterogénea en función del crecimiento de la productividad y de la correlación de fuerzas sociales, teniendo
en cuenta la irregular vigencia de la libertad sindical y del sistema de relaciones de trabajo estructurado
sobre la base de las negociaciones colectivas. Fueron muy pocos los años en que se pudieron realizar
Convenios colectivos de trabajo y, en consecuencia, los mismos quedaron rápidamente desactualizados en
materia salarial y prácticamente obsoletos en cuanto a las clasificaciones de puestos o categorías. Después
del golpe de estado militar de junio del 66, las decisiones fueron adoptadas de manera unitaria por parte del
Ministerio de Economía o del Ministerio de trabajo y seguridad social, de manera más espaciada,
acentuando el deterioro del salario real. Si bien nunca se lograba un incremento salarial que compensara
totalmente la tasa de inflación pasada, los fuertes incrementos salariales que se lograban al reanudarse las
negociaciones colectivas, tenían a corto plazo efectos inflacionarios.
Desde el 64 al 74, a pesar de ciertas coyunturas desfavorables, la economía registró ciertas
coyunturas desfavorables, la economía registró ciertos progresos: se incrementa la tasa de inversión y se
incorporan nuevos procesos productivos; el producto bruto interno crece a tasas elevadas; la mayor escala
de producción industrial permite aumentar la productividad y una reducción de los costos unitarios y de los
precios relativos; el desempleo comienza a ser reabsorbido; crece la productividad aparente del trabajo y
como resultado vuelven a incrementarse los salarios reales y la participación de los asalariados en la
distribución del ingreso. Durante el periodo 50-73, se incrementaron las inversiones y hubo al mismo tiempo
un incremento de productividad y del empleo industrial. A partir de esa fecha comenzaron a disminuir al
impulso del crecimiento económico. Las variaciones coyunturales del PBI en la fase recesiva del ciclo
tuvieron poco impacto sobre el empleo tanto en el número de trabajadores como de las horas trabajadas,
debido a la rigidez de la relación salarial provocada por la influencia de la CGT y el poder de los sindicatos
con alta tasa de afiliación y una fuerte capacidad de movilización. La relación salarial dentro de las empresas
estaba regulada por los convenios colectivos vigentes a nivel de la rama de actividad; era rígida y adoptaba
una forma conflictiva cuando se trataba de modificar el nivel de las remuneraciones. Las ramas de actividad
más capital-intensivas y con mayor productividad, fueron precisamente las que más crecieron y más empleos
crearon. Como esa evolución se dio conjuntamente con el incremento de los salarios, aumentó la demanda.
Los salarios evolucionaron según la rentabilidad de las empresas. Creció el ausentismo de los asalariados,
que podría considerarse como un rechazo a la organización del trabajo predominante, aprovechando la
mayor protección otorgada por la nueva ley de contrato de trabajo; eso contribuyó a reducir el número total
de días y horas trabajadas. Los trabajadores presionan para incrementar sus salarios reales, a pesar de la
caída de la productividad, provocada porque por diversos medios se resistían a la intensificación del trabajo
y la racionalización. El empleo se hace inelástico, y su nivel no se ajusta rápidamente al nivel de actividad,
entre 1972 y 75 creció rápidamente la parte de los asalariados en la distribución funcional del ingreso.
En consecuencia, hacia fines del periodo estudiado, cayeron las tasas de ganancia y, a término,
también las inversiones y la producción. Debido a las dificultades para importar, las imperfecciones del
mercado y a la poca experiencia de subcontratación, la producción estaba fuertemente integrada dentro de
las empresas a nivel vertical, incluso en buena parte de las PYME.
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Alan Healey. El interior en disputa

Entre 1955 y 1976, el centro de gravedad de la política argentina se desplazó hacia el interior. Fue a
partir de la crisis azucarera tucumana y fundamentalmente del Cordobazo en mayo de1969 que las
complejas y variadas problemáticas del interior pasaron a ocupar un lugar central en la vida política de la
nación. Córdoba fue el epicentro no solo de los proyectos de desarrollo sino también de inéditos
movimientos de protesta protagonizados por obreros y estudiantes que motivaron temores en la derecha y
produjeron esperanzas en la izquierda. Al poner énfasis en la variedad de situaciones emergentes, no se
busca negar el importante sentido de unidad compartido entre estas protestas, sino mostrar cómo se fue
tejiendo un frente amplio de cuestionamientos al poder, especialmente entre 69-73, y cómo esa frágil
unidad de protesta se fue fragmentando y perdiendo para terminar siendo olvidada después.
El peronismo no quebró la estructura espacial de poder heredada pero sí produjo transformaciones.
Evidente en el fortalecimiento del sindicalismo, las extensas inversiones en salud y educación, la expansión
del mercado interno y la amplia red de proyectos y actores que se conformaron en torno a los intentos de
planificación económica. La renovación producida por el peronismo fue ambigua, ya que la incorporación de
las clases populares del interior no significó un desplazamiento de las elites del interior, sino que, al
contrario, articuló una nueva alianza basada en la oposición compartida a la “oligarquía” liberal del litoral
agroexportador. El mayor protagonismo del interior llevó a que su subdesarrollo se convirtiera en un asunto
político y cobrara renovada importancia. El derrocamiento de Perón evidenció las profundas fracturas
políticas, económicas y sociales que atravesaban no sólo a la sociedad argentina, sino también a la propia
alianza antiperonista. Más allá de las divisiones entre peronistas y antiperonistas, radicales y conservadores,
nacionalistas y liberales o terratenientes e industriales, también había una división geográfica entre la
próspera región pampeana y las empobrecidas provincias extra pampeanas, o entre el litoral cosmopolita y
moderno y el interior criollo y tradicional. El esquema de las 2 argentinas explicaba poco. Pero su impecable
linaje sarmientino, paradójicamente reforzado por el nacionalismo revisionista, lo dotaba de una notable
fuerza retórica que le permitía llegar desde perspectivas muy variadas a conclusiones bastante parecidas
sobre la urgencia de superar esta fractura, de consolidar una sola Argentina.
Fue Frondizi quien mejor articuló mejor este incipiente proyecto con los términos “integración” y
“desarrollo”. Ambos remitían a la compleja cuestión de cómo enfrentar y resolver las políticas, estructuras y
lealtades heredadas del peronismo. Dejaban entrever las realidades regionales que se habían asomado al
debate político nacional después de la caída del peronismo. Para el desarrollismo, el futuro de la nación
pasaba por la exitosa incorporación de todo el espacio nacional al proceso de modernización. Este proceso
sería impulsado, planificado y dirigido por el Estado y daría como resultado un país más consolidado hacia
dentro y más fuerte hacia afuera. El desarrollismo presentó a la industrialización como una herramienta
fundamental de la integración. Sin embargo, este programa se asentaba sobre bases poco integradoras.
Proponía la concentración económica como un paso previo necesario destinado a acelerar el crecimiento, un
enfoque que terminaría por reforzar el centralismo en vez de diluirlo. El énfasis dado a las industrias
consideradas estratégicas tuvo un importante corolario geográfico. Al margen de su proclamado
federalismo, el desarrollismo concentró sus esfuerzos en la industria pesada de Bsas, Sta. Fe y Córdoba en la
explotación de recursos de energía en Mendoza, Salta y la Patagonia. En la práctica el gobierno seguía una
estrategia de “Polos de desarrollo”. Las demás provincias ocuparon lugares marginales en el proyecto
nacional del desarrollismo.
Las acciones del gobierno nacional que tuvieron más impacto en las provincias fueron importantes
justamente por no haberlas tomado en cuenta. La “reforma agraria” del desarrollismo se centró en pregonar
la concentración, la capitalización y la modernización como métodos para mejorar la eficiencia del agro.
Mientras se desmantelaban los mecanismos de regulación y fomento del mercado ensayados durante los
gobiernos conservadores y consolidados con el peronismo. Esto produciría una serie de crisis de precios y
sobreproducción en las economías regionales que alcanzaría su máxima expresión hacia mediados de los 60.
Fue en las provincias donde la derrota de los candidatos de Frondizi en 1962 a manos de los candidatos
peronistas a quienes él mismo había permitido postularse, sellaría el destino de su partido y aceleraría su
UNIDAD 3

derrocamiento. El desarrollismo trazó las líneas maestras para las políticas económicas y sociales de los 60 y
70 (grandes obras de infraestructura). El desarrollismo fue crucial para la conformación de una red de
expertos, intereses y empresas que impulsaron la proyección y construcción de grandes obras, sobre todo
represas, como política prioritaria del Estado y como eje de políticas regionales. Los legados más notables de
estas obras fueron el fortalecimiento de las empresas contratistas, el endeudamiento externo, la
concentración del poder en Bsas, y no precisamente la consolidación de nuevos “Polos de desarrollo” de
mayor autonomía, eficacia e igualdad.
Al llegar al poder, el gobierno de Illia tenía escasa credibilidad política y menos margen de maniobra
que su antecesor. A grandes rasgos, su estrategia de desarrollo siguió a la de Frondizi, aunque con un viraje
nacionalista en materia petrolera y una política monetaria y crediticia bastante más abierta. También otorgó
importancia a las problemáticas del interior, tanto por su propio origen cordobés como por los resultados de
iniciativas desarrollistas anteriores. Convencido de la necesidad de superar los “desequilibrios
interregionales”, creó el consejo nacional de Desarrollo. La contracara fueron serias crisis económicas y
políticas en varias provincias (Tucumán). Esta crisis se potenció por el retorno de un sindicalismo poderoso,
orientado por el dirigente Vandor, y su búsqueda de una salida política. Fue justamente en el ámbito
provincial (elecciones 65), donde se dirimió la disputa entre Vandor y Perón por el control del justicialismo.
El interior en la Revolución Argentina: la meta fundamental del gobierno de Onganía apuntaba a
lograr una modernización brusca y contundente. Representaba una culminación lógica de la estrategia
desarrollista, esto es, la asignación forzosa de recursos al sector moderno y trasnacional de la economía
supuestamente con el objetivo de producir un salto cualitativo en la vida argentina. Esta estrategia privilegió
a las grandes industrias y a las fuertes inversiones, tanto extranjeras como estatales. Atentó contra el amplio
y heterogéneo conjunto de actores económicos, sobre todo del interior del país, les quitó poder y recursos a
los trabajadores y, de manera selectiva a sus sindicatos. También incorporó a sus filas a muchos políticos del
interior, de peronistas a conservadores, que terminaron ocupando puestos importantes en el sector político
del gobierno. La revolución argentina intentó profundizar los procesos de modernización económica en
curso, a la vez que recortar o frenar la modernización cultural y política que podría acompañarlos. El
proyecto militar impulsó la modernización económica reivindicando su vocación regional, pero rechazando la
innovación cultural y vaciando el espacio político. Otro aspecto fundamental fue la activación política del
catolicismo. La iglesia logró consolidar el avance institucional que había sostenido desde los 30, además de
conseguir una meta fundamental con la legislación y el establecimiento de universidades católicas. Este
proceso también tendrá notables efectos sobre las clases populares, al construir toda una red de alianzas y
amistades que pronto servirían para encauzar proyectos políticos.
El esfuerzo secular de ganar a los hombres de la clase alta para la iglesia también vería frutos
(cursillos de cristiandad). La iglesia se vería fuertemente tensionada por dos movimientos dinámicos que
iban en sentidos contrarios: la consolidación de un catolicismo de elite, que tendría una influencia central en
la Revolución argentina, y la expansión de un catolicismo popular, cada vez más peronista, que tendría una
participación fundamental en la oposición a la dictadura. De esta manera, los intentos de cristianizar la
sociedad tuvieron el resultado de politizar nuevamente a la iglesia, con fracturas más fuertes que las
producidas por el peronismo. El contacto con las problemáticas del interior fue central en el proceso de
radicalización de otros grupos católicos. La revolución argentina tuvo entonces un curioso doble efecto en
materia de desarrollo regional. A corto plazo, su abierta vocación por planificar una Argentina futura
absorbió las instituciones y los saberes que se habían expandido a la sobra del proyecto desarrollista. A
mediano plazo, sin embargo, esa vocación planificadora comenzaría a perfilarse a la marcha de discursos
alternativos que aparecerían en dos lugares. Fuera del estado, se hicieron evidentes en la creciente
radicalización del campo intelectual y técnico que no por azar se condensó en la muestra “Tucumán arde”. Y
dentro del estado, produjeron el resurgimiento de una fuerte vocación estatista en los organismos de
planificación. Después del Cordobazo esa estabilidad se desvaneció. La masiva ola de protesta, tan
inesperada por el gobierno como por muchos de los propios protagonistas, cambió notablemente el lugar
del interior en la política argentina. Después del Cordobazo, el rumbo económico del gobierno se modificó
de manera significativa. Se aceleraron profundizaron las inversiones públicas de envergadura, como el
proyecto de El Chocón, y la planificación a largo plazo tomó una marcada orientación regional.
UNIDAD 3

Operativo Tucumán: el Tucumán moderno surgió a la sombra de las chimeneas de los ingenios
azucareros. La industria azucarera nació y se consolidó al amparo del Estado Nacional. Pero si éste fue al
principio el garante del poder de la elite, con el tiempo pasó a ser artífice de un modelo original del ascenso
social para la clase media cañera y urbana y finalmente terminó siendo aliado crucial de los trabajadores
para la obtención de derechos e ingresos. El estado nacional estuvo involucrado de manera constante,
aunque poco coherente, en el conflicto cada vez más amplio por definir el rumbo y el perfil de la economía y
la sociedad tucumanas. La contracción del sector empezó antes de la revolución libertadora y se aceleró a
partir de entonces. Los ingenios cambiaron las condiciones de empleo y la mayoría absoluta de trabajadores
permanentes de los años 40 se convirtió en una pequeña minoría hacia los 60. En la década posterior al 55,
los distintos gobiernos nacionales impulsaron políticas de desregulación que avanzaron, esporádica y
desigualmente, en la reducción de los subsidios a la industria y en la reorientación de estos hacia los sectores
de ingenios y cañeros más concentrados. La situación se agrava pues los altos costos hacían imposible
cualquier intento de exportar el excedente. Se produjo entonces una abierta puja por obtener subsidios para
mantener a flote los ingenios, mientras el Estado provincial en bancarrota enfrentaba huelgas de empleados
públicos y trabajadores azucareros. La FOTIA asumía un liderazgo importante, pues conservó su lugar en el
escenario tucumano no solo como representante de los trabajadores, sino también como representante
eventual de la patronal, presionando para que el gobierno pagara a los ingenios y estos, a su vez, abonaran
los salarios a sus trabajadores. En medio del intento del sindicalismo vandorista por construir un “peronismo
sin perón”, los dirigentes combativos de la FOTIA se alienaron con el peronismo ortodoxo, presentándose
como candidatos del partido neoperonista acción provinciana, que ganó las elecciones.
La provincia le ofreció a la revolución argentina una primera oportunidad para demostrar la
eficiencia y la visión estratégica que pregonaba. La larga crisis de la década anterior, llegada a su ápice en los
últimos días de Illia, dio lugar a un proyecto de reconversión radical. La provincia sería un nuevo “Polo de
desarrollo”, todo un ejemplo que se debería seguir en las nuevas técnicas de planificación y desarrollo
regional. El gobierno apuntaba a racionalizar tanto a los cañeros como a los ingenios, eliminando los
subsidios y fortaleciendo a los productores más eficientes y concentrados. El ministro de economía del
gobierno militar proponía cerrar los ingenios en bancarrota. Prometía una transformación industrial, con la
instalación de múltiples fábricas que habrían de generar nuevos y mejores puestos de trabajo para los
sectores castigados por la “racionalización” del azúcar. Las promesas oficiales de eficacia, transparencia y
crecimiento fueron desmentidas desde el comienzo, y la proyectada reorientación de la economía derivó en
un claro fracaso. Después de que el gobierno anunciara los primeros cierres, otros dueños hicieron lo mismo
con sus ingenios. El intento de reglamentar la producción cañera produjo un registro de productores que
excluyó a miles de pequeños cañeros, empujándolos a la producción en negro. Aunque algunos intentos de
diversificar los cultivos tuvieron éxito, especialmente tabaco y soja, las nuevas fábricas atraídas por los
programas oficiales crearon escasos empleos y los programas de trabajo temporario del gobierno alcanzaron
a pocos más y generaron mucho repudio. Aunque el programa fue un gran éxito para los dueños de ingenios
más poderosos, los grandes cañeros y los amigos del poder, fracasó en alcanzar sus propias metas. Esta
destrucción de la economía provincial, y sobre todo de la industria azucarera, provocó una resistencia
fragmentada, latente y difícil de sostener.
En la dirigencia, se produjo una fuerte puja entre un grupo más conciliador y cercano al vandorismo
dispuesto a dialogar con el gobierno a toda costa, un sector más ortodoxo que reivindicaba la autoridad de
Perón y proponía soluciones algo más combativas y una franja minoritaria más radicalizada y abierta a
planteos de izquierda. El colapso de la actividad gremial de la industria azucarera tuvo varios efectos. Por un
lado, fragmentó la acción obrera en luchas de ingenios individuales y, a veces, en conflictos internos dentro
de esos ingenios entre distintas tendencias políticas y entre trabajadores de fábrica y de surco. La rivalidad
histórica entre esos dos grupos de trabajadores fue potenciada por un intento de los vandoristas de dividir
los sindicatos y desplazar a los ortodoxos. Estos conflictos derivaron en actos de violencia ya hasta
provocaron enfrentamientos armados y muertes. Por otro lado, la fragmentación de la FOTIA también
unificó a la resistencia dentro de algunos ingenios. Los sectores más combativos se acercaron a otros
sindicatos que se sentían excluidos y reprimidos por la dirigencia sindical nacional, confluyendo casi todos
ellos en la CGTA. Tucumán pasó a ocupar un lugar central en la oposición nacional. El acercamiento de la
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CGTA a ciertos sectores intelectuales que se radicalizaban produjo como resultado “Tucumán arde”, una
obra colectiva de denuncia hecha por una franja importante de la vanguardia artística porteña y rosarina. Si
el resultado más destacado del gobierno de Onganía en Tucumán fue la desarticulación de un notable
movimiento de protesta social fragmentando los intereses de sus integrantes, en otros lugares consiguió
justamente lo opuesto. En términos macroeconómicos Córdoba fue el escenario de su mayor éxito, pero
pronto sería también el teatro de su más importante derrota política.
El Assuán argentino: si el estado nacional desempeñó un papel crucial en la formación del Tucumán
moderno, en la Patagonia su rol fue aún más decisivo. Tanto la presencia tutelar ocupando el territorio como
las riquezas de recursos naturales disponibles, y especialmente el petróleo, hicieron de la Patagonia un
escenario privilegiado para intentos estatales de planificación regional. No hay duda de que la Patagonia fue
la región donde hubo más propuestas y más proyectos de desarrollo regional. El objetivo principal de este
Assuan Argentino era proveer mayor cantidad de electricidad para los consumidores y la industria del Litoral.
El crecimiento económico producido por las obras no benefició al gobierno, sino que mostró su incapacidad
para articular alianzas duraderas. El rápido avance de la obra, todo un símbolo de la supuesta eficacia militar,
estuvo fundado en un autoritarismo cotidiano que provocaría un conflicto obrero de grandes resonancias
nacionales. La empresa otorgó escasa atención a los problemas sociales. Así, las condiciones de trabajo eran
sumamente duras tanto como las condiciones de vida. Los reclamos laborales puntuales pronto llevarían a
los obreros a un enfrentamiento generalizado con el gobierno, con las empresas contratistas y, en especial,
con la burocracia sindical. La alianza de Estado, empresa y burocracia sindical contra los trabajadores
insurrectos era clarísima. En medio de un clima de terror, alentado por los matones sindicales que se habían
infiltrado en la obra, la huelga se fue debilitando.
El nordeste: a diferencia de Tucumán y la Patagonia, las provincias del nordeste no fueron una
prioridad del gobierno nacional. La política de concentración del gobierno y la caída de precios agrícolas
tuvieron un fuerte impacto negativo en la región. La escasa eficacia de las organizaciones agrarias
tradicionales para amortiguar los efectos de la crisis y el oportunismo de ciertos grupos poderosos
provocaron una serie de rupturas en las estructuras políticas y económicas provinciales. En la apertura de
ese espacio de conflicto, surgieron las Ligas Agrarias. Estas mostraron una gran capacidad para articular
grupos e intereses antes dispersos en movilizaciones aparentemente inéditas en una región olvidada por la
política nacional. La crisis general del agro afecto a las distintas regiones de forma concreta y de manera
diversa. A lo largo de los años sesenta, hubo expulsiones masivas en las provincias, acompañadas por la cada
vez mayor diferenciación entre pequeños productores aislados y grandes productores integrados al circuito
comercial. Las protestas se concentraron sobre los problemas generados en el sistema de crédito,
comercialización y distribución. Las ligas emergieron en un momento de repliegue y rearticulación del
gobierno nacional. El rápido crecimiento de estas se explica por el retroceso del gobierno. Además, la
organización que históricamente los había representado, la Federación Agraria Argentina, se alineaba con
el gobierno, y el gobierno estaba tejiendo alianzas con grupos monopólicos.
El fracaso rotundo de la huelga de la FOTIA en junio de 1968 marcó el eclipse del sindicato como
articulador de protesta social. En Mayo de 1969 se inauguró un nuevo ciclo de movilización. Aunque los
trabajadores de varios ingenios cerrados tendrían una participación importante en este ciclo, el motor de
esas protestas fueron los estudiantes universitarios y secundarios y su escena fundamental fue la ciudad de
San Miguel de Tucumán. Esta protesta fue la primera de una serie de movilizaciones estudiantiles que a
menudo incluyeron la participación de obreros de ingenios cerrados y también de las nuevas fábricas. Las
organizaciones estudiantiles dirigieron la protesta, desplazando a la fragmentada e intervenida FOTIA, sobre
todo entre 1969 y 1973.

Smulovitz. La eficacia como crítica y utopía.

La incapacidad para mantener el orden interno y la ineficacia para defender la soberanía frente a los
peligros externos fueron los temas centrales del argumento de la ineficacia gubernamental en su forma
crítica. La acusación de ineficiencia encubría una confusión. Ya que si la eficacia de un régimen se refiere a su
capacidad para encontrar soluciones a los problemas básicos que enfrenta cualquier sistema político,
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entonces, el gobierno radical más que ineficaz se mostró poco efectivo; esto es, incapaz de alcanzar con sus
políticas los resultados deseados. La crítica generalizada a los mecanismos electorales (cuestión peronista) y
al sistema constitucional era acompañada por comentarios que señalaban la necesidad de constituir un
liderazgo fuerte capaz de provocar un cambio hacia un país moderno. El argumento de la oposición era que
ante la ineficacia del sistema de partidos para hacer frente al liderazgo de Perón era necesario construir un
contraliderazgo a fin de confrontarlo con éxito. Sin embargo, la experiencia había mostrado que el
antiperonismo no podía ser el argumento convocante del nuevo liderazgo. El nuevo liderazgo no podía ser
planteado como una solución abiertamente antiperonista. Por el contrario, su éxito dependía de la
posibilidad de aparecer desligado de las partes de la tradicional antinomia. Solo si conseguía constituirse
como un tercero con independencia de los polos de la antinomia podría, el nuevo liderazgo, aparecer como
una instancia superadora de ésta y resolver por elevación la vieja cuestión peronista.
Desde la perspectiva de la oposición, además de la cuestión peronista, el gobierno presentaba otros
flancos débiles que mostraban su incapacidad para mantener el orden interno: la inacción frente a la
presunta infiltración comunista y la inoperancia frente al peligro de la explosión social. Ambas acusaciones se
complementaban con aquellas que señalaban su inefectividad para enfrentar el avance del comunismo a
nivel continental. La verosimilitud que adquirió el problema fue reforzada por el temor a los efectos
expansivos de la revolución cubana. Ante la coincidencia de las acusaciones acerca de la extensión y
ubicuidad de la infiltración comunista en el aparato del Estado y en la universidad y ante la diversidad de los
acusadores, las respuestas del gobierno aparecieron como reacciones ingenuas y ajenas a los tiempos que le
tocaba enfrentar. Ya sea por ingenuidad o por desaprensión, el gobierno terminaba siendo cómplice de la
presunta infiltración. Fue el conflicto azucarero en Tucumán, el argumento más convincente de la acusación.
La percepción era que la política nuevamente se había constituido en un freno para la toma de decisiones
eficientes. Cuando a principios de 1966 el conflicto social volvió a estallar en Tucumán, no faltaron
comentarios referidos al peligro subversivo.
A fines de 1965, cuando la crisis tucumana aún no había concluido, surgió un nuevo frente de
conflicto (cuestión de las fronteras indefensas). Un grupo de carabineros chilenos irrumpieron en Santa Cruz
e izaron la bandera chilena. Onganía ordenó el traslado de efectivos a la zona. Antes de que los gendarmes
arribasen a la zona los presidentes de ambos países acordaron un plazo para el retiro de los carabineros del
lugar. Ya entonces era posible advertir diferencias entre las FFAA y el gobierno. El presidente Illia se
interpuso a la iniciativa militar y ordenó frenar cualquier tipo de movimiento. Más alá de la opinión de las
FFAA es indudable que el gobierno logró controlar el incidente. Al conseguir encuadrar el caso por vías
diplomáticas obturó el margen de acción militar y evitó la escalada del conflicto. Sin embargo, los beneficios
de esta forma de resolución del conflicto no alcanzaron para contrarrestar las críticas. Para las FFAA su
desplazamiento de las decisiones claves del conflicto eran nuevas evidencias de la ineficacia gubernamental:
desde su perspectiva una vez más los que “sabían” eran alejados del problema.
En abril de 1966 debían tener lugar los comicios para elegir gobernador en Mendoza. El hecho era
significativo. Su resultado definiría varios destinos: la suerte del intento gubernamental de integrar al
electorado peronista en forma independiente del liderazgo de Perón, la suerte del intento de Vandor de
formar un partido peronista con cierta autonomía de dicho liderazgo, la suerte de seguir gravitando en la
escena local y la fortaleza de los argumentos antigubernamentales para demostrar la ineficacia del sistema
de partidos como mecanismo de control del electorado peronista. Además de Perón y Vandor existía otro
actor interesado en el resultado de esta disputa: el gobierno. Para el gobierno de Mendoza también
constituía un test importante. Debía demostrar que era posible derrotar electoralmente al peronismo, que
éste ya no era el mismo, que su líder histórico había perdido la capacidad para controlar con firmeza a sus
seguidores y que en su lugar habían surgido otros con capacidad para conducirlos en el escenario local. El
objetivo central del gobierno en Mendoza era mostrar que el peronismo podía ser derrotado electoralmente
pero que además en el futuro iba a participar en la arena electoral a través de políticos independientes del
liderazgo personal de Perón.
La persistencia de la lealtad de la base peronista a las decisiones de su líder mostró que el proyecto
de creación de un partido peronista autónomo era poco factible. Esto afectó en distinta medida al gobierno y
a Vandor. Ante la evidencia de que no era posible escapar a las decisiones del “gran elector”, al gobierno le
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quedaron solo dos estrategias para las futuras y cada vez más cercanas elecciones del 67: la proscripción
abierta o la renovación de la gran coalición antiperonista. Si bien el gobierno y sus candidatos parecieron
optar por la segunda alternativa, la elección era riesgosa ya que sus resultados eran inciertos y en
consecuencia era probable que los militares intentaran un golpe preventivo antes que volver a protagonizar
el “desastre institucional” del 62. Otra de las consecuencias de las elecciones mendocinas fue la
reorientación de la estrategia vandorista. No pudiendo ganar en el plano electoral, sólo podría intentar
subsistir si consolidaba su alianza con los militares. La alternativa golpista parecía ofrecer un refugio
institucional a sus potenciales impugnadores, quienes si conseguían reforzar su poder vía la incorporación
corporativa podían terminar marginándolo, a pesar de su reciente triunfo.
Para los militares Mendoza fue la señal. Fracasada la salida institucional que el gobierno intentaba
promover, los escasos cuadros legalistas se vieron superados por los golpistas. En ese omento y desde el
punto de vista militar, el gobierno podía ser acusado no sólo por su ineptitud para combatir al comunismo,
por su ineficacia para despolitizar al sindicalismo, para fijar objetivos de política exterior y para conducir la
economía, sino también por no ofrecer soluciones para resolver la cuestión peronista.
El agotamiento de las posibilidades de maniobra dentro del sistema partidario se volvió
definitivamente evidente cuando los resultados de las elecciones mendocinas frustraron la posibilidad de
incorporación de un peronismo autónomo del liderazgo de Perón. Sin embargo, este hecho por sí solo no fue
causa suficiente para la realización del golpe. A diferencia de golpes anteriores, esta vez se aspiraba a
“reformular los principios mismo de acuerdo con los cuales se ejercía la autoridad gubernamental”. La
argumentación tuvo dos partes: la primera estaba orientada a justificar el golpe en sí, la otra intentaba
fundamentar la construcción de un nuevo orden. Los argumentos para legitimar al golpe derivaban de un
diagnóstico, por el cual la debilidad e ineficacia de la democracia así como la ineficacia de los partidos
políticos aparecían como factores causales de la anarquía social, del mal funcionamiento de la economía y de
la consecuente paralización del país. La cuestión de la ineficacia gubernamental no fue sólo consecuencia de
la escasa capacidad del gobierno para dar respuesta a problemas específicos, también fue producto de un
malentendido acerca de la naturaleza e identidad de los mismos. El juicio de ineficacia se refería al hecho de
que sus respuestas no se adecuaban a los resultados específicos esperados por los demandantes. Al aparecer
las demandas bajo la forma de un reclamo de mayor eficacia, la oposición pudo transformar el carácter
particular de sus reclamos en demandas generales y abstractas. En el nuevo discurso el logro de la eficacia,
vía modernización y desarrollo, se convertía en la llave maestra para la solución de los problemas nacionales.
La nueva utopía no resolvía el problema de la construcción del régimen político ampliado que en los últimos
tiempos había caracterizado al sistema político argentino; sin embargo, al modificar el orden de los factores,
anteponiendo la cuestión de la modernidad a la del régimen político, conseguía transformar en manejable
un problema que en los últimos años se había mostrado indomable. La impugnación global al sistema de
partidos dio lugar a una fórmula alternativa: el desarrollo y la modernidad se convirtieron en las
precondiciones para la construcción de un orden político estable. El sistema de partidos casi no tuvo
defensores porque cada uno de los actores, fueran sindicalistas, políticos o empresarios, creyó posible
controlar y/o cooptar a los nuevos militares gobernantes.

James. Sindicatos, burócratas y movilización. “Ni vencedores, ni vencidos”

Con sus palabras, Lonardi tenía como objetivo tranquilizar a las masas de trabajadores peronistas
preocupados por el destino de las conquistas sociales y económicas alcanzadas con Perón. Él y sus
partidarios admitían la supremacía peronista en el control de los sindicatos, pero esperaban que ese
peronismo sea purificado de los vicios que lo habían conducido a su derrota. El ala Nacionalista de la
oposición a Perón creía que el peronismo representaba un baluarte contra el comunismo. El ministro de
trabajo adoptó una política de avenencia con la conducción gremial peronista, la CGT quedó en manos de
ésta, como en un inicio muchos sindicatos. Lonardi fracasaría en esta política a mediados de noviembre
siendo remplazado por Aramburu, líder antiperonista y militar férreo, este sector de los que llevaron a cabo
la Revolución Libertadora pensaban al peronismo como una calamidad que era necesario exorcizar de la
sociedad argentina, preocupados por la autoridad peronista sobre la clase obrera. En concordancia con
UNIDAD 3

grupos antiperonistas llamados “comandos civiles” compuestos por activistas socialistas y radicales que
luchaban contra el resurgir del peronismo, atentaban con los Sindicatos que se encontraban en manos de
estos últimos. En este con contexto, la CGT comenzó a dudar de la capacidad de Lonardi de cumplir sus
promesas, lo cierto es que Lonardi no contaba con la autoridad suficiente dentro de las FFAA o la policía. En
un contexto de tensión las bases gremiales peronistas, con una demostración de resistencia el 17 de Octubre
produjeron huelgas espontaneas, esto alarmó a las FFAA que al poco tiempo dieron con la destitución de
Lonardi. La CGT convocó paro general para el 14 de noviembre con el fin de protestar contra la asunción del
nuevo régimen, el gobierno reprimió la medida y el 16 del mismo mes intervino en la CGT apresando muchos
dirigentes de los sindicatos miembros. Esto dejaba ver como la clase obrera peronista exhibía una firme
voluntad de defender su sindicato, factor crucial en el desarrollo las relaciones entre gremio, trabajadores y
régimen militar en el periodo siguiente.
El Gobierno de Aramburu, la resistencia obrera y la supervivencia del Peronismo: El nuevo gobierno
se dispuso a abordar el “problema nacional decisivo”: la persistente influencia peronista en todos los
niveles de las sociedad Argentina. En el nivel más concreto, las autoridades intentaron proscribir a toda
una generación de funcionarios gremiales peronistas. Quedaron proscriptas todas las actividades políticas
peronistas. Esta ofensiva antiperonista se extendió a la base fabril. La CGT estaba bajo el control de un
interventor militar. Hacia 1957 el gobierno terminaría por reconocer que no había logrado borrar la
influencia peronista. La industria argentina se caracterizaba por una situación de hecho que daba a las
comisiones internas un amplio margen de control del proceso productivo. Éste era el legado de la posición
singular del movimiento sindical dentro del peronismo y se había incorporado a los convenios colectivos
firmados entre el 46 y el 48. Este poder de la base fabril impedía eficazmente la implementación de nuevos
ordenamientos laborales racionalizados que podían incrementar la productividad del trabajo. Para
defenderse a sí mismos del ataque, los trabajadores iniciaron el proceso de reorganización espontánea y
localizada que la cultura política peronista conocería como “la resistencia”. Tuvieron una diversidad de
formas de accionar que iban desde el sabotaje hasta las huelgas salvajes y el trabajo a desgano en distintos
sectores, esta lucha confirmó la dominación peronista. Las luchas defensivas de 1956 y 57 pusieron en
primer plano una nueva camada de dirigentes gremiales más jóvenes que llenaron el vacío generado por la
proscripción de la generación anterior a 1955. La creciente división de la sociedad argentina encontraba
expresión institucional dentro del movimiento sindical. Las 62 organizaciones representaron para los
gremialistas peronistas la primera organización justicialista completamente legal desde el derrocamiento de
Perón, y la utilizarían para coordinar su accionar y presionar al gobierno tanto en el campo sindical como en
la esfera política más general. Este era un gran desafío que enfrentaba la nueva generación de dirigentes
gremiales. La resistencia fabril estaba estrechamente asociada a la resistencia en otros terrenos. En la
conciencia popular peronista la resistencia fabril estaba estrechamente asociada a la resistencia en otros
terrenos. En la conciencia popular peronista la resistencia evocaba un conjunto diverso de respuestas que
iban desde la protesta individual, a través del sabotaje personal y actividades clandestinas más organizadas,
hasta el intento de levantamientos militares. Para muchos militantes, el dilema radicaba en el hecho de que
el éxito mismo de la resistencia en los sindicatos estaba cambiando el contexto dentro del cual debía actuar
el movimiento.
Los años de Frondizi: el gobierno de Frondizi disfrutó de una tregua inestable con los sindicatos
durante sus primeros meses en el poder. Las bases peronistas habían salido del régimen militar con una
confianza muy robustecida en sus propias fuerzas, fundada en su comprobada capacidad de sobrellevar la
represión militar y recuperar los sindicatos. La nueva ley de asociaciones profesionales sancionada abolía la
representación de las minorías en la conducción sindical, otra característica de la política gremial del
gobierno militar. Además permitía el reconocimiento de una sola entidad negociadora en cualquier rama
industrial. Las elecciones realizadas en muchos sindicatos de acuerdo con las disposiciones de la nueva ley
dieron por resultado el triunfo de las listas peronistas en todos los gremios industriales de importancia.
Luego de negociaciones con el FMI se anunció un plan de estabilización que reducía de manera drástica las
protecciones arancelarias, devaluaba el peso, aumentaba la mayoría de los precios controlados y prometía
un virtual congelamiento salarial. A corto plazo, las medidas gubernamentales envenenaron las relaciones
laborales. Tanto los sindicatos peronistas como los no peronistas se encontraban en una situación
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desventajosa al enfrentarse con un gobierno respaldado por las FFAA y dispuesto a usar el poder del Estado
para sostener su política económica. Para muchos peronistas, la “traición” de Frondizi era una prueba de que
su renuencia con respecto a la decisión original de apoyarlo estaba bien fundada. Frondizi pasaría la mayor
parte del tiempo que le quedaba en el gobierno tratando de convencer a los dirigentes gremiales peronistas
de su buena fe y su compromiso permanente con las ideas de desarrollo “nacional y popular”.
La retórica desarrollista e industrialista de Frondizi abrevaba en una tradición de larga data del
nacionalismo económico argentino que incluía al peronismo. El desarrollismo también compartía con el
peronismo ciertas concepciones básicas sobre los beneficios de la armonía social y la humanización de las
relaciones entre K y L. La línea dura sindical conservaría una mayoría formal dentro de las 62 organizaciones
durante los años de Frondizi. Creía que la participación en la negociación, el compromiso y la defensa de lo
que se vería como una apuesta por el sistema implicarían inevitablemente la postergación para algún vago
futuro de las aspiraciones fundamentales que habían sido la base de la lucha obrera desde 1955. La política
de Frondizi consistía precisamente en divorciar a Perón del movimiento y en especial de su rama gremial. La
lógica del pragmatismo terminó por imponerse. Se da así un cambio en la relación entre los dirigentes y las
bases y en las actitudes de los propios líderes sindicales. Las conducciones gremiales nacionales también
ejercían un control mucho más férreo sobre los dirigentes fabriles locales. Finalmente el plan CONINTES
destruyó eficazmente la estructura clandestina de la resistencia peronista.
Los gremios se habían convertido en la principal expresión del peronismo en la Argentina y, como
tales, tenían a su cargo la negociación de las demandas del movimiento con otros actores del sistema político
institucional. Los dirigentes sindicales debían negociar dentro del peronismo con otros sectores del
movimiento. Cualquier campaña justicialista dependería indudablemente de la capacidad de los sindicatos
de movilizar a su electorado justicialista. El propio Frondizi apostaba sin duda a limitar el éxito de cualquier
participación peronista. Esto dejaría a los sindicatos con pocas alternativas salvo seguir adaptándose a los
movimientos del presidente. Los sindicatos también debían comprender lo que podrían perder si su
participación electoral provocaba una respuesta militar. El resultado electoral fue una resonante victoria
peronista, y Frondizi anuló las elecciones e intervino, pero esto no fue suficiente para salvar su presidencia.
El 29 de marzo juró José María Guido quien formó un gabinete decididamente antiperonista. El líder que
surgió de la campaña electoral como figura dominante dentro del sindicalismo peronista fue Augusto
Vandor.
Los años vandoristas: Vandor llegó a simbolizar el proceso de integración del aparato sindical al
sistema político institucional argentino y su corolario de burocratización y uso creciente de métodos
autocráticos para controlar la vida interna de los sindicatos. Vandorismo se convirtió en sinónimo de
negociación, pragmatismo y aceptación. Personificó la transformación del peronismo y sus sindicatos, que
pasaban de una postura de antagonismo con respecto al statu quo posterior al 55 a una actitud de
aceptación de la necesidad de acomodarse a él y encontrar un espacio dentro de sus límites. El vandorismo
implicaba el uso del poder y la representatividad que los sindicatos debían a su posición de fuerza dominante
dentro del peronismo a fin de negociar con otros “factores de poder”. Con la reciente recuperada CGT en
funcionamiento y su base de poder en las 62 organizaciones ahora consolidada, la conducción sindical
peronista lanzó una campaña para buscar soluciones a las penurias económicas y sociales de sus afiliados.
Con la mejora de la situación económica en 1963 y principios del 64, la CGT intensificó su campaña para
recuperar el terreno perdido. Se restablecieron los lazos con sindicatos extranjeros y organizaciones
laborales internacionales. Durante la secretaría general de Alonso, la CGT cultivó asiduamente la imagen de
una central obrera avanzada y con capacidad técnica que podía discutir el futuro de la nación.
La ley de asociaciones profesionales daba a la conducción sindical un poder considerable. También
habría que decir que era un poder ambiguo, característica que radicaba en el papel del Estado en las
cuestiones del trabajo. La legislación laboral argentina otorgaba al gobierno el control de la mayoría de los
asuntos internos de un sindicato. La ley laboral se ocupaba de todos los aspectos del funcionamiento
sindical, desde la realización de elecciones hasta la contabilidad de los recursos económicos. El hecho de que
una parte tan grande del funcionamiento sindical normal estuviera sujeta a esa estrecha supervisión
potencial del gobierno de turno implicaba una inevitable “Politización” de los asuntos gremiales en la
Argentina. Los sindicatos peronistas también cumplían una función más específicamente política que se
UNIDAD 3

deducía de su papel como principal fuerza organizadora del movimiento justicialista en su conjunto. Esto
implicaba su participación en el “doble juego”, consistente en representar a sus afiliados en la lucha por las
demandas económicas y al movimiento peronista en sus conflictos y maniobras con otras fuerzas políticas
argentinas. Para Vandor el problema fundamental en juego no era una cuestión filosófica sobre la
representación laboral sino, antes bien, el equilibrio interno de fuerzas dentro del peronismo. La capacidad
de movilizar a la clase obrera en nombre de Perón era un arma importante que podían emplear para
presionar al gobierno de turno con el fin de obtener beneficios económicos concretos.
El pragmatismo de Vandor implicaba una actitud oportunista cuando se trataba de tácticas y formas
políticas. Los vandoristas se enorgullecían de decir que tenían la opción táctica de alcanzar el poder a través
de elecciones o, si los triunfos electorales provocaban una reacción militar, encabezar la resistencia popular
contra la dictadura castrense. La conducción sindical era muy consciente de que su capacidad de alcanzar el
poder y ejercer influencia dentro del sistema político provenía de su aptitud de movilizar a sus afiliados. Los
sindicatos iban a ser territorio cada vez más hostil para los activistas de base que trataban de criticar y
oponerse a la conducción gremial. La armonía de clases seguía siendo un objetivo retórico, pero en realidad
las relaciones entre sindicatos y empleadores estaban lejos de ese ideal armonioso. En una situación
económica que luego del 55 fue testigo de frecuentes ataques contra los salarios y las condiciones laborales,
Vandor y sus compañeros de la conducción sindical eran muy conscientes de la necesidad de ser vistos como
adversarios de la patronal y el Estado en esta cuestión fundamental.
Dirigentes sindicales y la revolución argentina: en un comienzo, la conducción sindical había recibido
con muchas esperanzas el nuevo régimen de Onganía. El apoyo mayoritario que dieron al golpe de junio se
basaba en una profunda antipatía hacia el gobierno de Illia, que consideraban ilegítimo y hostil a sus
necesidades. El régimen militar hizo dos cosas que socavaron el poder de la jerarquía sindical. En primer
lugar, suspendió toda actividad y organización políticas. De ese modo esperaba abolir el complejo sistema de
negociaciones políticas a través de las cuales los grupos sociales antagónicos intentaban lograr que el Estado
satisficiera las demandas de sus integrantes. El nuevo régimen impuso férreos controles a los incrementos
salariales y suspendió las negociaciones colectivas habituales. También se propuso erradicar las áreas
improductivas de la economía, ante todo en distintos ámbitos del sector público y de las economías
regionales subsidiadas. La prioridad de la nueva política sería el desarrollo del sector más dinámico de la
economía. La respuesta de la conducción sindical a la crisis fue variada. Para los sindicatos que habían sido
más golpeados por la política económica y sufrían la intervención gubernamental de sus organizaciones, la
franca oposición tenía un atractivo inicial. En las circunstancias del momento, la tradicional política sindical
de movilización y negociación era claramente insostenible.
Para numerosos sindicatos más pequeños con una posición tradicionalmente vulnerable en el
mercado laboral, la oportunidad de construir un nicho dentro del nuevo régimen y lograr gracias a la
protección estatal lo que habían sido incapaces de hacer por medio de la negociación parecía una alternativa
igualmente lógica, una vez demostrada la ineficacia de la estrategia vandorista en la cual se habían apoyado.
Conocidos como “participacionistas”, estos dirigentes gremiales aceptaron la retórica corporativista del
régimen sobre la necesidad de que los sindicatos concertaran una estrecha alianza con el Estado. Los
principales sindicatos peronistas agrupados alrededor de Vandor trataron de evitar alternativas tan
drásticas. Sostuvieron la necesidad de adoptar una estrategia cauta, con el objetivo de recuperar la fuerza
sindical y al mismo tiempo mantener abiertos los canales de diálogo con el gobierno. Este debilitado y
dividido movimiento obrero daría al presidente la “paz social” crucial para la implementación del “tiempo
económico” del régimen. Si bien las implicaciones del Cordobazo fueron calamitosas para el régimen militar,
también fueron ominosas para la jerarquía sindical. Aun la CGTA tuvo un papel relativamente marginal. En
los acontecimientos cordobeses. Los años que siguieron al Cordobazo presenciaron un agravamiento de la
crisis de la dirigencia gremial peronista, ya que nuevos sectores comenzaron a poner en tela de juicio su
posición. La oposición laboral florecida luego de 1969 quedó esencialmente confinada al interior del país
(SITRAC-SITRAM, etc.). En buenos aires, con anterioridad al 73, el movimiento obrero se mantuvo
virtualmente inmune al levantamiento del interior. La nueva militancia obrera centrada en éste se distinguía
por una serie de características. Recurría con frecuencia a la acción directa y a otras formas no
convencionales de movilización sindical. También tenía una naturaleza fundamentalmente antiburocrática.
UNIDAD 3

El clasismo implicaba para sus seguidores una identificación del movimiento obrero con la
eliminación del capitalismo y la creación de una sociedad socialista. El sindicato tenía una función vital de
despertar las conciencias con el fin de preparar a los trabajadores para lo que sería en última instancia una
batalla política contra la patronal y el Estado. La vehemente insistencia antiburocrática del clasismo en la
democracia interna y en la participación masiva planteaba para la jerarquía sindical peronista una clara
amenaza en términos de influencia y ejemplo.
En los años posteriores al Cordobazo, las FFAA trataron de cerrar la caja de pandora del a insurgencia
social y política desatada por el levantamiento cordobés. El GAN, con la guía de Lanusse, pretendía
reinstaurar las instituciones tradicionales de la vida cívica y política a fin de desactivar la insurgencia social
que inundaba la Argentina. El alto mando de las FFAAA también se propuso incluir al peronismo en el
consenso nacional que intentaba construir. Las autoridades militares suponían que tanto el radicalismo
como significativos sectores del peronismo lo aceptarían como un costo necesario de la transición hacia la
democracia. Los sindicatos peronistas cumplirían el vital papel de proporcionar la base social del plan. Los
líderes gremiales eran conscientes de que cualquier apertura política fortalecería la posición de Perón y
debilitaría la suya propia. La sensación de vulnerabilidad de la dirigencia sindical se debía a su inquietud por
la influencia delas nuevas fuerzas dentro del movimiento. La juventud peronista y las formaciones
guerrilleras eran un desafío a toda la trayectoria del movimiento sindical dentro del peronismo y a la
identidad que los dirigentes gremiales daban a éste como movimiento. El nacionalismo reformista que
identificaban con el peronismo, y el pragmatismo y compromiso que éste había llegado a implicar luego del
55, sufrían un asalto con características de cruzada moral emprendido por advenedizos sin antigüedad con el
movimiento. A medida que se acercaban las elecciones del 73, los sindicatos adquirían creciente conciencia
del menor peso que ahora tenían en el movimiento.

Del Riz. La política en suspenso.

Una vez que asume el gobierno de Cámpora, no cesa el clima de campaña. Ya el clivaje político no
era entre partidarios y opositores a perón. La disputa ahora estaba adentro del peronismo entre la derecha y
la izquierda peronista. La negativa a institucionalizar la fuerza política que había creado y el destierro de
Perón le permitió el éxito en la operación de volver a ser gobierno. El caudillo encarnaba la patria socialista y
la patria peronista, refiriéndose a la juventud y las organizaciones armadas peronistas y la burocracia sindical
que había defendido la ortodoxia peronista. Entre ambos se disputaban la dirección del movimiento, no se
traducía en diferentes programas. La relación entre los jefes sindicales y Perón irá variando. Hasta la llegada
de Cámpora, los jefes sindicales fueron postergados y el viejo se apoyó en cuadros políticos y la juventud
peronista. La violencia fue tolerada durante el gobierno de Cámpora fue tolerada pensada como un
fenómeno pasajero. El gabinete de Cámpora reflejaba el intento de equilibrio entre estas dos tendencias. Los
Montoneros habían concedido una tregua pero la juventud seguía movilizada, habiendo ocupación de
lugares de trabajo y estudio, crearon un clima de crisis de autoridad.
El plan de Perón de organizar el nuevo gobierno sobre la base de un acuerdo parlamentario entre el
peronismo y el radicalismo, y de un pacto social entre empresarios y sindicatos, se enfrentaba a las acciones
desestabilizadoras que él mismo había estimulado. Dispuesto al diálogo con los partidos, defensor de la
democracia, el Perón de 1973 aparecía como un nuevo Perón, enriquecido por su experiencia de exilio. Los
partidos políticos y las asociaciones profesionales salían del prolongado letargo a que los habían condenado
las prohibiciones y los castigos. La política se había nutrido de la protesta contra un sistema institucional que
excluía a las mayorías. Fue el poder político que el sindicalismo logró acumular lo que hizo que su capacidad
de ejercer presión no estuviera estrictamente ligada a la coyuntura económica y sí a la trama de acuerdos
que estuvieran en condiciones de articular. En contextos recesivos, las políticas de estabilización fueron
resistidas por la alianza entre el sindicalismo y el empresariado mediano.
A comienzos de Junio, el gobierno anunció la firma del “compromiso para la reconstrucción nacional,
la liberación nacional y la justicia social”, conocido como el “Pacto Social” y basado en el compromiso
previamente asumido por la CGE, la CGT y el Ministerio de economía, en mayo del 73. La nueva política de
ingresos establecida otorgó un aumento salarial del 20%, suspendió las negociaciones colectivas por dos
UNIDAD 3

años y congeló los precios de todos los bienes por un periodo similar. La firma del Pacto social no encontró
demasiada resistencia en el empresariado. A cambio del congelamiento de los precios recibían el
compromiso de limitación salarial. Obtener el apoyo de los sindicatos fue una tarea más difícil. Perón
necesitó la lealtad del secretario general de la CGT, Rucci, para imponer su autoridad. Los sindicalistas
debieron aceptar una política que los privaba de la libertad de negociación, porque no contaban con la
fuerza política necesaria dentro del movimiento justicialista para imponer un rumbo distinto a la política
económica de corto plazo. El objetivo de Perón de sentar a los empresarios y a los sindicalistas en la misma
mesa se había cumplido. La concertación de la política de ingresos era un componente clave de un programa
de reformas entre cuyas medidas figuraban la nacionalización de los depósitos bancarios, la nueva ley de
inversiones extranjeras, el control del comercio exterior, una reforma impositiva y una ley agraria. la alta
tasa de inflación y los efectos de la crisis económica internacional de 73-74 contribuyeron a colocar a la
política de corto plazo en el centro del debate público.
Con las palabras en su regreso, Perón ampliaba el modelo de la comunidad organizada para dar
cabida en pie de igualdad a los grupos de interés y a los partidos políticos. Su acercamiento a las FFAA dejó
en claro que volvía con ánimo de conciliación. El peronismo no se había limitado a organizar la clase obrera;
había sido la alianza entre el Ejército y el pueblo. Perón había fundido en su persona la representación del
pueblo y el ejército unidos. La firma del Pacto social había devuelto a los jefes sindicales a la ortodoxia
peronista. La CGT se convirtió en el eje de la nueva campaña electoral y volcó en ella los recursos financieros
de su poderosa maquinaria burocrática. Perón fue consagrado presidente con el 62%.
El Pacto social trascendía el significado de una política de precios y salarios. Es un convenio colectivo
al más alto nivel, explicó Perón en un mensaje de diciembre del 73. El retorno de Perón al poder era la
garantía para atenuar el impacto de las transformaciones sobre los salarios y la seguridad de consolidar su
lugar entre los factores de poder. El pacto social venía a reconstruir un sistema político en el que los partidos
y no solo las organizaciones de interés, tendrían cabida; una alternativa amenazadora para los jefes
sindicales acostumbrados al monopolio de la representación política del peronismo. Las reformas al código
penal introdujeron para las actividades guerrilleras penas más severas que las existentes bajo el régimen
militar. Sin embargo, los Montoneros no fuero proscriptos. Perón prefirió marcar las diferencias ideológicas
que lo separaban de la violencia insurreccional. Postuló la necesidad de crear un Estado de preeminencia
social, quienes no tuvieran cabida en el marco de la democracia integrada, habrían de ser aniquilados. El
pacto social había provocado, en sus comienzos, un cambio impresionante en las expectativas. El
descontento de los sindicalistas, a los que el Pacto social había congelado su poder de presión institucional,
creció alimentado por el estado de movilización de los trabajadores que la instalación del gobierno peronista
no había podido detener. Los conflictos se multiplicaron a nivel de empresas alrededor de la equiparación de
los estatutos, la reclasificación de las tareas, los premios a la producción.
Desde la firma del Pacto social hasta comienzos del 74, los salarios reales habían caído, y la confianza
en este comenzó a decrecer. El desabastecimiento en ciertos productos y el creciente mercado negro,
restaban crédito a la interpretación del gobierno de que la producción no daba abasto debido al crecimiento
de la demanda. Bajo la presión de la movilización obrera se llamó a una Gran Paritaria. Los empresarios
quedaban autorizados a aumentar los precios de acuerdo con los montos que establecería el ministerio de
economía. Cuando en abril fueron anunciados los nuevos niveles de precios, con un margen de beneficio
inferior al que pretendían los empresarios, estos optaron por desconocer el compromiso. Las mejoras
salariales se esfumaron, Perón optó por ganar tiempo y otorgar medio aguinaldo adicional. Con el precio del
dólar fijo, la suba del valor de los productos extranjeros no fue suficiente para contraer su demanda.
Con la desaparición de Perón, surgieron dudas de que sus sucesores lograran llevar a cabo los
objetivos de reconciliación política y cooperación social que defendía el líder de los peronistas. La muerte de
Perón impidió que los Montoneros rectificaran sus ilusiones sobre el líder. Si Perón vivo había estado
“ausente”, muerto habría de estar, como evita, “presente”. Este razonamiento les permitió proclamarse
legítimos herederos del general emblemático del pasado peronista, sin tener que revisar su proyecto
político. La creciente militarización de los Montoneros abrió una enorme brecha entre éstos y las luchas de
los obreros industriales.
UNIDAD 3

Ignorando la debilidad de su origen, el gobierno de Isabel se dedicó a desmantelar el ya maltrecho


equilibrio diseñado por Perón. Surgen los primeros indicios de la tormenta que se avecinaría. Uno de esos lo
proporcionó el congreso realizado por la CGT para renovar a sus dirigentes. El consejo directivo quedó
integrado por sindicalistas de la línea dura. La nueva cúpula se dispuso a renegociar su cuota de poder en el
nuevo gobierno. Solicitaron a Isabel la renegociación del pacto social. La decisión de Isabel de armar un
gabinete con los miembros del círculo de hombres que la rodeaba, clausuró toda esperanza de retomar los
acuerdos partidarios que Perón había propiciado en su modelo de la democracia integrada. Los jefes
sindicales fueron los principales aliados del gobierno en la destitución de los gobernadores acusados de
“infiltrados” en el peronismo. La sanción de la ley de Seguridad Nacional, destinada a combatir a la guerrilla,
proporcionó al Ministerio de Trabajo un poderoso instrumento para poner en marcha su proyecto
normalizador de las relaciones laborales. López Rega en su calidad de secretario personal de Isabel, era la
figura más visible del poder, y fue construyendo a través del desvío de fondos de los recursos de Bienestar
Social su enorme poder en el nuevo gobierno.
Los Montoneros decidieron reanudar la guerrilla contra un gobierno del que ya no tenían dudas no
era ni popular ni peronista, y volver a la clandestinidad. El gobierno decidió decretar el estado de sitio, una
herramienta que le sirvió para reprimir la actividad de los partidos políticos de izquierda. Los Montoneros
comenzaron los secuestros y asesinatos de gerentes de empresas. Los sectores moderados del peronismo
político, críticos de la gestión oficial, quedaron reducidos al papel de espectadores de la violencia. Comenzó
el enfrentamiento entre los jefes sindicales y el gobierno de Isabel. El balance que los sindicalistas habían
hecho del primer tramo del gobierno era positivo, sin embargo esto cambió. La CGT criticó la política
económica y pidió un aumento de emergencia para compensar la pérdida del poder adquisitivo. El panorama
económico era sombrío. Las exportaciones, negociadas con una tasa de cambio inmodificada, estaban en
franco retroceso, mientras que las importaciones se incrementaban aprovechadno la sobrevaluación del
peso.
El programa que el gobierno ofrecía para ganarse la confianza de las jerarquías militares y de los
círculos económicos poderosos, prometía la represión de la subversión en todos sus frentes. En el plano
económico, el vuelco hacia el K extranjero y hacia una economía de mercado, con la reducción de los
salarios, el restablecimiento de la disciplina industrial y el desplazamiento de la CGT de la estructura del
poder. Para el logro de este drástico giro a la derecha, el apoyo de las fuerzas armadas era decisivo. Con el
Rodrigazo los conflictos laborales se intensifican como consecuencia de la legislación represiva y la parálisis
de las negociaciones en las paritarias. El estallido laboral no se hizo esperar y la CGT no tuvo otra alternativa
que convalidar la huelga general. El resultado fueron las renuncias de López Rega y de Rodrigo. Los
sindicalistas fueron los vencedores indiscutidos de la crisis política desatada por el rodrigazo. Isabel se había
quedado de esta manera sola, era ella la derrotada. Videla, defensor de la no participación en el poder
político, se convirtió en comandante en jefe del Ejército.
A mediados del 75, la economía estaba transitando hacia una fase de recesión. la producción
industrial había caído y el desempleo crecido. La situación de pagos era crítica. La deteriorada situación
económica no había atenuado los conflictos laborales. La lucha laboral tenía como telón de fondo la acción
de la guerrilla en las empresas y la de los grupos paramilitares. La depreciación del valor de los bienes y
salarios desató el comportamiento especulativo. Las grandes empresas se entregaron a la manipulación de
las diferencias entre el dólar oficial y el del mercado negro, entre el interés que redituaban los títulos
públicos y la tasa de inflación. La situación hacía difícil mantener la expectativa optimista. La conflictiva
convivencia entre sindicalistas y políticos moderados hacía cada vez más lejana la perspectiva de lograr la
estabilidad de la economía. El déficit fiscal estaba fuera de control. Cuando en marzo del 76 el golpe militar
desplazó del poder al justicialismo, nadie se sorprendió. Entraron sin que nadie les ofreciera resistencia. El
golpe del 76 fue hecho en nombre de una identidad que no era ya el resultado del viejo clivaje entre
peronistas y antiperonistas, ni consecuencia de dilema de cómo comportarse con el peronismo, sino la
consecuencia de la responsabilidad que habían asumido en la guerra interna. Las FFAA se percibieron como
corporación militar por encima de la sociedad. La democracia integrada que impulsaba Perón había
fracasado.
UNIDAD 3

Servetto. De la Córdoba combativa a la Córdoba militarizada.

A fines del 73, Perón había lanzado una ofensiva contra los sectores de la izquierda peronista para
“depurar” los cuadros del gobierno. Las autoridades de la provincia fueron cuestionadas en su accionar
gubernamental desde las órbitas nacionales en un contexto de crecientes conflictos internos. En el 74 Perón
calificó a Córdoba como un foco de infección, creando así un clima de incertidumbre acerca del futuro
político de la provincia. En cada conflicto que se asomaba, resurgía la posibilidad de una intervención
federal. El jefe de Policía Navarro fue acusado de conspirar contra la continuidad institucional de la provincia
por lo que el gobernador ordenó su relevo. La respuesta de Navarro fue el acuartelamiento. Un grupo de
policías tomó la radio y transmitieron comunicados policiales en los que anunciaban su adhesión a Navarro y
exigían la renuncia del gobernador y sus colaboradores. Se inició la persecución a dirigentes peronistas y
gremiales que habían apoyado al gobierno de Obregón Cano. Las 62 organizaciones ortodoxas, en un gesto
de evidente apoyo al levantamiento policial, declararon un paro general. En tanto legalistas, independientes
y clasistas, llamaron a la movilización y resistencia contra los usurpadores fascistas. Las autoridades
nacionales depusieron al gobernador, la intervención debía restablecer la forma republicana de gobierno,
decretar la caducidad del poder ejecutivo y proceder a su reorganización. La condena a la subversión no
recaía sobre el accionar del jefe de policía, sino sobre las autoridades gubernamentales que habían
“tolerado” la presencia de elementos perturbadores y fomentado situaciones conflictivas.
Es explícito el apoyo que tuvo el levantamiento policial por parte de los grupos civiles peronistas
opositores al gobierno de Obregón Cano. Existió también un aval implícito de las autoridades nacionales y el
proyecto de intervención al poder ejecutivo de la provincia como evidente ratificación de todo lo actuado
por la policía provincial, por los grupos civiles que lo sustentaron y por las decisiones de su equipo
ministerial. El proyecto de intervención operó como un mecanismo de legitimación al golpe policial, un
fenómeno que puede interpretarse en la lógica del funcionamiento del sistema político argentino: la
aceptación de la intervención militar para la resolución de los conflictos políticos. El peronismo de base
acusó directamente a Perón de legalizar el “navarrazo” con su proyecto de intervención.
La ocupación de las radios locales permitió a las fuerzas policiales difundir el mensaje apelando al
uso recurrente de los términos “lealtad” y “justicialismo”, combinados con la emisión de la marcha peronista
y los comunicados de adhesión a Navarro. Cabe destacar la influencia que ejercieron los medios de
comunicación para generar determinadas interpretaciones y significados acerca de los problemas políticos y
sociales del momento.
La quiebra del orden constitucional, el desplazamiento de los sectores radicalizados, la consolidación
de la burocracia sindical, la persecución de dirigentes gremiales, son sólo algunas de las aristas de la Córdoba
de los 70. La división de la política en dos campos antagónicos, enfrentados en una lógica de exclusión,
resultaba incompatible con las reglas propias del sistema democrático.

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