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Una noche de invierno, mientras los dos compañeros estaban en su partida

diaria, desde la calle del pueblo se escuchaba el pito de un carro que se


aproximaba cada vez más. Un agricultor con la gorra roseada de nieve entró
apresuradamente a la habitación. Su anciana madre estaba agonizando, y el
cura debía darse prisa para que, para darle los santos óleos, sin dudarlo el curo
lo siguió. El agente de policía, que todavía no se había acabado su vaso de
cerveza, prendió una pipa de despedida, y se preparaba para ponerse sus botas
pesadas de piel de oveja, cuando se dio cuenta de la constante mirada de Mirko
en el tablero de ajedrez con el juego iniciado
— Bueno ¿Quieres terminarla? —totalmente convencido de que el niño
somnoliento no sería capaz de mover acertadamente ni una sola ficha. El
chico miro con timidez, luego afirmó con la cabeza y se sentó en el puesto
del cura. Después de catorce juegos el agente de policía había sido
derrotado, quien tuvo que aceptar que su derrota no correspondía de
ninguna manera a un movimiento erróneo que hubiera ser culpable de su
perdida. El segundo juego no fue diferente.
—¡El burro de Balaam! —exclamó el cura a su regreso, no sin explicar al
agente de policía, explicando la biblia que hace dos mil años había ocurrido
un milagro, que un ser silencioso había hallado de repente la voz de la
sabiduría. A pesar de lo avanzado de la hora, el cura no pudo resistirse a
retar a su semianalfabeto a un duelo. Mirko también lo derrotó con facilidad.
Jugó tenazmente, lento, sin quebranto. No levantó ni una sola vez su cabeza
inclinada sobre el tablero, pero jugaba con una seguridad impresionante. Ni
el agente de policía ni el cura pudieron ganarle una sola partida en los
próximos días. El cura, mas que nadie podía juzgar el retraso de su protegido,
se sintió entonces exaltado por la curiosidad de conocer hasta qué punto
podría resistir este extraño talento una prueba más rigurosa. Después de
llevar a Mirko al peluquero del pueblo para que le cortara sus cabellos
desgreñados y lo dejará más o menos presentable, se lo llevó en el trineo a
un pequeño pueblo vecino, donde conocía un lugar, en el café de la esquina
en la plaza principal, donde se encontraba con un grupo de jugadores de
ajedrez de quienes sabía que juagaban mejor que él .No provocó asombro
en el grupo cuando el cura empujó al quinceañero de cabellos pajizos y
mejillas sonrojadas , vestido en una chaqueta de piel de cordero y calzaba
unas botas altas pesadas. Donde el chico alienado con ojos tímidos se detuvo
en un rincón hasta que fue llamado a una de las mesas de ajedrez. En la
primera partida Mirko fue derrotado, puesto que en la casa del cura nunca
había visto la apertura siciliana En la segunda partida empató con el mejor
jugador. Después de la tercera y cuarta partida. los venció a todos, uno tras
otro.

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