¡Memento! No podías latir porque eras de hierro... mas poseíste la forma; ¡conténtate con eso! y húndete bajo el verde légamo, en busca de tu gloria de fuego, aunque te llamen tristes las torres desde lejos y oigas en las veletas chirriar tus compañeros. Húndete bajo el paño verdoso de tu lecho, que ni la blanca monja, ni el perro, ni la luna menguante, ni el lucero,