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de los ecos.

Yaces bajo una acacia.


¡Memento!
No podías latir
porque eras de hierro...
mas poseíste la forma;
¡conténtate con eso!
y húndete bajo el verde
légamo,
en busca de tu gloria
de fuego,
aunque te llamen tristes
las torres desde lejos
y oigas en las veletas
chirriar tus compañeros.
Húndete bajo el paño
verdoso de tu lecho,
que ni la blanca monja,
ni el perro,
ni la luna menguante,
ni el lucero,

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