Está en la página 1de 115

1 e\

(
'· '
(
C'•. ,_j
(
('\
(
( '-·-·
;
(
C_)
1
!
!
(
j (\
( 1
(
( 1
(_1
1
1
( 1 ( -,
1
( ! (
e-.
(
·e(,·) Rincón del Diablo
e\-­
(
c
(
C
( ..')
( ·:
( (
,
__
\

e
( (
'· ')
IC
1

(\,.__.>
(
( 1
'· .
.

(_, GRUPO
'
f .. EDITORIAL

(l
norma
(
(l
c-
(
( www.norn1n.com
r'· .··:i
(

,
l. _
(
·)._><
'
,.. .

/ /
Herecli.1, Víctor
Ri11r.ó11 del Dinblo • I' ed. • Bt1c11os Aires:
Grnpo Editorial Normn, 200G.
232 p.; 21 x !1 cm. · (El dorado)
ISIIN 987-5•15-387-0
J. Nnrnuiva Arge11ti11a • l. Tí111lo
CDD A8li3
Dios no jugó al conven"rme, el demonio no jugó al
lentanne, ni jugué yo al hunclirn1e como en un abismo
sin fondo, cuando las aflicciones del infierno se ajJoderaron
de mí; tamjJoco debo jugar ahora al contarlas.
JüHN BuNYAN, "Grace Abounding to che
Chief of Sinners"; The Prejacc.

©200(i. Víctor Hc,·cdb


©200ti. De cm, cdidón:
t:rnpo Editorial Nor111n
S:111.José 8!11 (1076) B11cno.1 Aires
Rcp1íhlic.1 Argentina
Empresa aclhcridn :, la c�;111nr.1 Argc11ti11:1 ele P11lilicncionc�
Disd1n de tnpa: Mngali Cannle

Impreso e11 In Arge11tilla


i'ri11lttl i11 A 1¡:i,11/i11rt

Pri111er-n cclicicí11:j1111io clt' 200(i

1i:: 72022
ISIIN: 987-51:"1-)\87-0
l'rnhibicl:1 In rcprncl11cció11 lol:11 o parcial por
rnalr¡uier medio sin pi:nnisn «sr.ritn ele In edi1t,1fal

Hecho t:I cl1:pósito r¡11e 111:iffa b ley 11. 72:1


Lihrn ele c1tid1í11 nrgc11ti11a

..
1

-Dijo que lo primero que iba a hacer cuando llegara


a la fábrica de tanino era verificar que Manuel mero­
deaba por allí y gue, de ser así, no pararía hasta matar­
lo. Que a él no le preocupaba que fnera sirviente de Sa..
tanás o del mismo cliabln. Hizo ese comentario porque
todos pensaban que Manuel Olivera -al igual que Sll .'.i­
nado padre-, tenía protección maligna. Pero Cannona
no era hombre ele temerle a nada.
-¿Vos lo escuchaste esa noche en La Tablita, cuando
contó que iba a buscar a ese tal Manuel?
-Sí, en el saloncito donde la Chupona suele dar los
masl\jes. Pero eso fue hace más de dos ai'los y medio, co­
misario. ¿Por qué?
-Porque acabo de llegar a este pueblo y recibí la he­
rencia de un inepto, crímenes sin investigar, robos de
animales, historias de aparecidos, y una lista entera de es­
tupideces a las que pienso ponerles fin; ¿estamos?

9
Vi<:TOR I-IEREDI,\ Rinr.ón riel Diablo

-¿Y yo qué tengo_ qt1e ver con eso? Unas horas antes lo habían sacado a empujones ele su ca­
-Alguien dijo que vos sabés bastante de esas cosas y sa de Puente Blanco, ubicada frente a uno de los cami­
que también conocías a Carmona. nos que rodean la estancia de los Moliné, un poco antes
-¿Y por eso me golpearon? de la laguna. También lo maltrataron en el viaje hasta el
-Para que sepas que de ahora en adelante cambió el pueblo. "Unos coscorrones, nomás", había ordenado
viento: viene huracanado. ¿Cómo dijiste que se llamaba el comisario Di Paola, quien había caído en.,,Rincón del
el otro? Diablo por un hecho de violencia policial en el que estu­
-Pertusi. vo envuelto, tiempo atrás, en la capital <le Santa Fe.
-¿También estaba? A Cipriano lo habían golpeado más de lo debido, y
-No puedo asegurarle, pero donde iba Carmona, de una c�ja le chorreaba un hilo lle sangre. No estaba
Pertusi también. acostumbrado a e.�as agresiones y ni siquiera: levantó los
-¿Lo viste ó no? brazos cuando llegó el primer cachiporrazo; el segundo
· -Est<>)' seguro ele que andaría p�r allí. ¿Se f!ió en esa lo tumbó en el asiento de la chata y despertó en la co­
estrella que acompaña siempre a la luna? Así son esos misaría. Repasó con la .mirada la habitación y dejó qu�
dos. O por lo meno,,, así eran. el silencio hiciera lo suyo.
-¡Seguí! -¿Y ahora qué pasa? ¿Te quedaste mudo?
-¿Por d6nde sigo? -Me siento mal.
-¡Que hnblés, carajo! A ver si sacamos algo en claro -Te vas a sentir peor si no desembuchás lo que sabé.s.
de todo esi-o. Me tienen harto con muertos y asesinos -¿Tiene un vasito ele algo?
que desaparcce11. ¡Pueblerinos! -¡Pero lo único que faltaba! ¿Querés que te mela
-Lo que usted ordene, comisario. ·Pero éntienda que preso por desacato?
lo que empieza por el final rio tiene senda: allí termina. -Con la garganta seca no puedo.
· -¿Qué decís, Priano? ¿Qué decís? -¿Y qué mierda querrá el se11orito?
-Cipriano. Ése es mi nombre. -Un vaso de agua, el vino me levanta la presión. Lo
-¿Quó? ¿Te hacés el cocorito? tengo prohibido, menos los sábados a la noche.
-No, se110r. Le aclaro para los papeles, mida más. Nr. -Mirá vos, Cipriano Airala. Tocio tm gaucho maiicón.
quise.: faltarle el resptto a un lego. -No ofenda, comisario.
-¡Ah! Así est,1 bien. Me gusta cuando entitnden. -¡Hablá ele una vez!
Ahora conlá. ¡Y no me adules! N.o es necesario. -Si mal no recuerdo, Manuel Olivera vino con la
Cipriano Airala sonrió a hurtadillas mientras acomo­ gente del ferrocarril francés, los de Portalis, Carbonier
daba el cuerpo en la silla de paja donde atestiguaba. y compai'tía, en el a110 treinta o treinta y cinco. Por
'
. 10
VÍCTOR HEREDIA
Rincrí1i cll'l Dútblo

yo soy peloluc1o? En dos


aquel entonces, su padre, Joaquín Olivera, estaba con­ -¿Pero vos Le pen sás r¡ue ua y
cabeza en el tanq ue de ag
c_habado en la empresa c¡ue plantaba los durmientes. seg undos te melo el e Priano.
tragar. Decime la verdad,
Tenían c¡ue llevar un ramal hasta la frontera con Santia­ va� a saber lo que es
go del Estero, la Portalis Fréres estaba metida en la ex­ Más te vale.
plotación de extracto de quebracho y habían fundado -Ésa es la pura verdad. .a
traga los sonidos? ¿Pero
una fábrica por esos atios en Fivcs-Ville; pensaba ir con -¿Una sombra que se
.? .
ellos pero, cosa del destino, terminó trab,:janclo para la quién se lo vas a hacer.. 1x._o
_ os nad más. Y todo se lJ_
a
�Ie iggs y compai'lía, los ingleses a los que el gobierno de -Así fue. Unos segund cu and-0
' ele lo que es habitual
.., ·10 · M·ás
Santa Fe les encargó el ramal que va hasta las colonias perver so, cmTil·•ar
chillado.
de l Norte. El primer campamento lo lcvanlaron a ori­ un hombre muere acu
llas del Salado, allí se reunie ron con los ingenieros que -Bueno,dale. n-
edido, Manuel se lanzó co
hicieron los cálculos para la construcción del puente. -Al ver lo que había suc os o y se
atizador, pero era un moc
Manuel Olivera debía tener apenas trece años y andaba tra Carmona con u n recom­
pasó bali nd o el aire mientras los dem ás, y�
c on la cuadrilla de un lado a o tro c omo si fuera un o de la e
al c.:r­
reírse. Carmona p odna h '.
ellos. Usted se preguntará qué bacía un chico allí, en puestos, no paraban ele }' clohclo
m ta o pero , calc ulo que como lo vio _jov en
medio de esa caterva. La respuesta es sencilla: l a madre lo a d
la vida. De cu�l­
re, le perdonó
murió cuando él tenía seis años y.Joaquín Olivera asu­ por la muerte del pad p ero sm
dos o tres cuchilladas,
mió que Manuel debía acompa11arlo a tod as partes. Era quier manera, le am agó
.
tan alto como su padre y aparentaba más edad de la que intenci6n el e lastimarlo la
estupidez de la noche de
tenía. Estuvo presente la noche en gue Carmona, por -¿Estás hablando d esa e

cuestion es de faldas, le metió una cuchillad� fatal a Toa­ Sombra?


da.
quín. Hubo un rehtmpago o algo .parecido c ua�do -Así es. Ahí nació la leyen
cómo lo sabés?
aquel gigante cayó herido y quedó ap oyado en el tron­ -Superstici ones. ¿Y vos era.
caballos. En esa ep oca
co de un p araíso. Los hombr es se echaron para atrás y -Mi padre cuidaba los llad a a
_ s le alquilaban la_ caba
miraron boquiabiertos el resplandor. Después, una som­ peón de los Moliné y ello todos 1�­
arril. Me llevaba con el a
b� nuís oscura qu� la noch e circundó las fogatas, se po­ los ingleses del ferroc hab1a
las tareas del camp o . Me_
so al lacio del moribundo y se trag6 todos lo� sonid os. dos para que aprendiese amig o d:
ón de edad, bastante
Algunos juraron que había gritado o graznado o algo h ech o, por una cuesti espera­
an uel, y e sa noche estábamos juntos mientras
por el estilo. Pero yo le aseguro que fue una ·sensación M
estuviera listo el asado.
equívoca, comisario. No gritó ni graznó, se· tragó hasta bamos, como todos, que
ahí?
el chirrido ele l os grillos. -¿Entonces vos esLabas
13
12
w::.

VíC:TOR HJ::REDIA

-¿Qué acabo de decirle? Lo vi todo. Y le aseguro que 2


todavía se me eriza la piel.
-Dejate de pavadas, che. Si querés meternos miedo
a nosotros estás errando el tranco, Priano. Yo me hice
de abajo en este oficio, y me enfrenté con tipos como
_Miifo y Peralta. ¡Aparecidos! Te quiero ver metido en
los algodonales del Chaco buscando a esa gentuza.
Cuando se te aparecía Mate Cosid'a había que tener los
huevos bien puestos. Y ni hablar de los malones, si te
agarraba la indiada te desollaban vivo. Así que... Por
otra parte: ¿qué pasó con el chico cuando se dieron
cuenta de que no estaba el cuerpo del padre?
-Ése es otro misterio, comisar!o. Algunos dicen que
lo vieron por última vez cerca de donde se había produ­
cido e l resplandor, y que allí se esfumó. Otros aseguran Como todos los sitios verdaderos, al buen decir de
que_ Carmena alcanzó a herirlo y que después aconteció Herodoto, Rincón del Diablo no figura en los mapas.
lo mismo. A mí me pareció verlo con la cuadrilla que Un pueblo Lan pequei'lo es irrelevante para los cartó­
buscaba el cuerpo de Joaquín én las barrancas. Después grafos o para quienes pretenden llegar a las coloni::s
de eso no lo vi más, pero... Dicen que de vez en cuando del Norte o seguir vi�je hacia Reconquista. Está meti­
Manuel aparece por el pueblo como ánima en pena y do entre cualro estancias a!'l)(Jrde del Salado, a ciento
reclama a Carmona. cincuenla kilómetros al oeste de La Gallareta, y tiene
-¿Seguís con las. e stupideces? apenas seiscientos habitantes. Llamarlo. caserío tam­
-Usted me p'reguntó y yo le respondo. poco sería justo. Los primeros coloi1os reprodttjeron
-Te voy a poner en remojo esta noche á ver si se te las construcciones que les dictó la evocación de sus vi­
aclara un poco más ·1a memoria. Esto es se1io, Priano. llas europe�s, y hasta podría asumirse que tiene cierto
Te hice buscar para que aclares este_ entuerto y me salís encanto. Comerciantesjudíos, turcos e italianos, lacó­
con cuentitos de_ fantasmas. Te asegur·o que conmigo nicos alemanes y ríspidos ingleses se entremezclaron
no se jode. ¡Te me vas para el calabozo y a otra cosa! co� indios y criollos en esa insólita babel, entusiasma­
-No tiene derecho a encarcelar a un testi... dos por el auge económico de la zona. De cualquier
-Tomate el agua y mañana la seguimos. forma, el pueblo no d�ja de ser l�.tl..Q,.-y nada se
puede agregar a eso. Pero es un alivio entrar por la

14 15
VÍCTOR HEREDIA Rinr.rin -rlel Diablo


calle principal, sobre todo después de sortear baches Sobre la c�ja, cubierta con una lona ele la vieja comp
durante dos horas en el polvoriento camino que atra­ ñía Fives Lilles, aD!urÓ una camilla ortop édica impa r•
viesa las estancias de Aurelio Moliné y Benito Carra�­ tada desde Fran�ia'. 'Aii'f llevaban a la criatura a la far­
y
cosa y enterarse ele que, aun cuando al�jado de aque­ macia dei pueblo para que recibiera tratamieqto,
llas ciudades a las que consideramos civilizadas, allí se también -para eso sirven los in ven tos- aprovechaban
tejió una historia cuya fama trascendi6 la del propio la ductilidad del vehículo para rastrear el ganado per­
pueblo, como suele ocurrir en los lugares donde los dido en los barrizales.
hombres disponen del tiempo necesario. La otra par':ja, formada por Emiliano Moliné y Ama-
Ambas familias dividieron aquellos campos-cuando lia Carras.cosa, recibiú a su turno La Nochera, ·que,
sus h\jos se casaron, y de los dos latifundios primitivos aunque tenía cerca ele tres mil hectáreas rodeadas de
hicieron cuatro. Los muchachos se y
entrecr"uzaron a esteros y baii.ados, disponía de buenos montes ele que­
cada pareja les correspondió una parte igual: diez mil ·bracho para industrializar tanino. La conflagración
hectáreas. Con lo que los patriarcas se reservaron para mundial hizo que el extracto ele la madera se cotizara
sí unas treinta mil de monte y campo flor. como el oro y se vieron favorecidos con el regalo. Con­
A Belinda Moliné y a Braulio Carrascosa les tocó La tntjeron matrimonio una tarde de julio ele 1944, en
Mimosa. Allí tuvieron dos hUos: Paula y Cristiano, es­ medio ele un viento huracanado que se llevó la carpa
te (1ltimo con una insuficiencia renal, lo que los obli­ }' los manteles de hilo blanco dispuestos en las mesas
gó a disponer de un vehículo especial para trasladarlo hasta el aserradero que los Carrascosa compartían con
al pueblo cada vez que llovía y el médico de Resisten­ los Moliné. Ambos patriarcas eran, como es lógicp, due-
cia no podía llegar h ,:i.sta el casco por el barrial. Lo 11os ele la economía de Rincón del Diablo y sus alrede­
construyó un mecánico que atendía sus tractores, con dores. No había transacción ni venta que no pasara
una inventiva ejemplar, y quien -de no tratarse de un por el tamiz ele los contadores y abogados que trabaj:i.­
asunto aledaño- merecería un capítulo especial. Pero ban para ellos. Aun cuando dependían de las imposi­
bastará, espero, la siguiente descripción para dejar ciones que los Tornc¡uinst y otros empresarios aplica­
sentado que cuando la naturaleza pone trabas hay ban al mercado, manejaron el precio del qúehracho y
hombres capaces de resolver cualquier problema con del ganado de manera tal c¡ue pudieron sobreponerse,
imaginación: con cuatro ruedas de sulky, un viejo mo­ por bastante tiempo, a los embates de las compañías
tor Deutz y un camión desvencijado, Dionisio Dague­ inglesas y alemanas que devastaron el territorio santa­
rre armó un aparato capaz de sortear el más viscoso fesino y las provincias de Santiago del Estei-o y del Cha­
de los pantanos. Los paisanos lo bautizaron ''Yacaré" y co, asociadas a La Forestal. Podría decirse que el
a él no le pareció mal el apelativo, dados sus atributos. ochenta por ciento de los habitantes de Rincón ��l

16 17
Vic:TOR Ht::REDl;\ Rinr.ón del Diablo

Diablo trahajaba para las dos familias. Hasta el párro­ aceptar que los zapallos y los tomates formaran parte
co ele la capilla existía por un pedido especial de los del follaje. Pero como dicen que la naturaleza es pró­
caudillos a la curia capitalina. Cipriano Airala no era diga -y ellos debían creerlo o fallecer arite aquella im­
la excepción: el padre fue empleado de Aurelio Moli­ batible terquedad-, de unas pocas semillas que planta­
né hasta el día de su muerte y él creció en la casa de ron se hizo un vágel tan generoso que era increíble
Puente Blan�o, levantada junto a un grupo de palme­ ver las hojas verdes arrastrarse hasta vencer las malas
ras y cuatro enormes �- Era la única con flores al hierbas y dar enormes frutos. Así, zapallos y tomates
.frente aunque, en honor a la verdad, lo fue sólo mien­ crecieron sin cuidado, al amparo de la '� broza, mucho
tras vivió la madre, pues, tras su muerte, el jardín devi­ mejor que en una prolija sementera. El único inconve-
no baldío salvaje. Chircas y espartillos ganaron terreno niente que se les presentaba -sobre todo a Cipriano­
hasta ahogar los rosales y los almácigos que tanto afán era que cada vez que le requerían un zapallo o una
costaron. Al fondo de la casa se alzaba un �ó, que simple verdura para los menesteres culinarios debía
en otro tiempo había sido centro de los almuerzos fa­ salir a buscarlas machete en mano para defenderse ele
miliares. Un enorme tajo partía el tronco ennegrecido, las víboras. Las yararás encontraban en el calabacero
muestra indudable ele que había recibido la descarga un sitio fresco y húmedo para dormitar. Y, por muy tí­
de un rayo tiempo atrás. midas y cobardes que parezcan, el hombre de monte
Allí'tuvo lugar la infancia del mentor de esta histo­ sabe que en ellas no se puede confiar. Más de una vez
ria, al final de un sepdero apenas demarcado que, des­ Cipriano tuvo que matar alguna para cumplimentar
pués de un recodo, ofrece el horizonte del monte tu­ aquellos pedidos. Pero no fueron ésas las {micas ocu­
pido y deja al viajero la se_nsación de est,u- ante el final paciones que tuvo. Al ser su padre el encargado de la
de todo lo benigno. Así In entendió el padre de Cipria­ caballada ele Aurelio Moliné, no tardó mucho en in­
no cuando Aurelic; MolinéJe mostró la casa donde iba corporar conocimientos y técnicas sobre el trato de
a empezar su vida de puestero. Y así 'también se l_o hi­ los nobles animales y, con catorce años apenas cum­
zo entender a Cipriano, que por aquel entonces ten­ plidos, era a todas luces uno de los mejores jinetes de
dría doce aüos, cuando extendió los brazos y le dijo: la zona. Pero t.empus edax rerum y, antes de que escriba
"Vamos a hacer 'capuera' allí, ese monte no es bue­ pronto, llegaron las desgracias y quedó huérfano de
no", y Je entregó un machete que encalleció sus manos un día para otro.
de tanto cortar malcza.'Pero la huerta soüada nunca se Fue a partir de ese trance que su única distracción se
sostuvo como hubieran querido. Ante la mirada abati­ circunscribió a la molici�_§ª_batina, cuando los peones y
da de su madre, 'ta selva se empecinaba en rebrotar y los capataces de lal-�'stancia;-;;�iirns se reunían en La
daba más trab".jo esa infnictuosa lucha coti(liana que Tablita, a la salida del pueblo, para beber y despuntar el

18 19
Vi<:HJR HERE.Dli\ Rincón del Diablo

ayuno con alguna de las mt�eres que Remigio Alde1:ete le regrcs<'> ochenta <=:jemplares. Tenía una memoria
-el duei'to del bodegón- regenteaba. Recorría a caballo prodigiosa y tal voracidad literaria que se transformó
los tres kilómetros que lo separaban de Rincón del Dia­ en la atracción de la regic'.in. Era realmente extraordi­
blo y se acomodaba allí hasta que el mediodía del do­ nario escucharlo narrar y también vedo escenificar,
mingo lo devolvía a su soledad.' en las disipadas noches de La Tablita, a Platcín, Car­
María Concepción Airala falleció efectivamente pentier, Salgari, Scorza, Horacio Quiroga, Shakespea­
-vencida por un dncer- cuando Cipriano fcst<:;jaba re y hasta Henry James, con soltura imptúable sólo ·a
sus dieciocho a11os. Al poco tiempo, también Justo un consumado actor.
partió a m<:;jor vida en un confuso encuentro con una Allí se diluía su caparazón de ermitaño y aparecía el
comisión policial en la capital de Santa Fe, sin que pu­ locuaz relator que habitaba en él. Las madrugadas de
diera ver el monte como había s011ado al llegar. Reti­ los domingos lo encontraban sentado junto a un corri­
raba un dinero por encargo de los Moliné y al salir llo alegre que alentaba sus historias. Muchos de los visi­
del banco lo confundieron con un delincuente. Lo tantes ocasionales, al verlo acorralado por aquellá pe­
mataron a golpes antes de que pudiera explicar quién (]Uei'la muchedumbre, se acercaban con curiosidad a
era. El médico forense dictaminó -a grnto de las auto­ indagar qué sucedía y olvidaban el laico deber que los
ridades- un paro cardíaco. Cipriano macere'> su triste­ había empttjado, con el consiguiente enc�jo de Remigio
za día tras día en el solitario refugio ele aquel páramo Alderete -el duetio del tugurio-, que ya había entrevis­
caliente y, como no había tenido escuela ni educación to en Cipriano a un enemigo que le quitaba la posibili­
alguna hasta ese momento, dedicó su tiempo libre a dad de ganar m;fa dinero con sus hembras.
instruirse, con el secreto afán de poder dar respuesta -¡D�jese de joder con tanto cuento, Priano! ¡Me está
a es� atropello. Cada noche, bajo una lámpara de que­ cagando la clientela! ¡Si quiere hagamos un convenio!
rosén, leyó tocio lo que llegaba a sus manos. Comen­ -le arr�jó ya vencido un día en que eran tantos a su al­
.zó primero con lecrnras senc:ilb�, al arnparo del abe­ rededor que hasta las prostitutas aburridas se habían
cedario que con paciencia infinita le había enseñado acomodado para escucharlo. Y Cipriano aceptó compar­
Belinda Moliné, quien, a diferencia de otros patro­ tir los dos pesos por cabeza que Remigio le propuso.
nes, prefería empleados alfabetizados. Ella lo proveía -Cobramos la entrada diez pesos, hembra incluida.
de los libros de la biblioteca que le había legado el Usted hace Jo suyo y ellas los abarajan después.
propio don Aurelio como regalo especial el día de su Fue tal el éxito de las tertulias que hubo que agre­
casamiento, con la promesa de que cuando terminara gar una tarima contra una de laJ paredes,. de esa mane­
de leerlos se los devolviese. Cipriano cumplía religio­ ra todo el mundo podría escuchar, cómo.da.mente, los
samente el acuerdo y s<.Slo en el transcurso de un aiio cuentos de Quiroga o las aventuras de Julio Verne que

20 21
Víc:TOR HEREDIA
Rincón det Diablo

Cipriano aderezaba a gusto. Pero no todo e�a apacible desconfiadas se atrevieron incluso, tras desafiar todo
. como. podría esperarse de un cenáculo literario. A ve­ formalismo, a ir hasta La Tablita para confirmar la
ces se suscitaban algunos inconvenie11tes, como una existencia de tales encuentros literarios. Laura Rípole,
noche en que la mayoría, preparada para escuchar los esposa de un capataz de los Carrascosa, se hizo famo­
prometidos cuentos de un joven llamado Borges, se sa en esos tiempos, y abrió promisorio aunque non
soliviantó contra un grnpo que exigía a los gritos la sancto camino a otras que, con menos suerte, la imita­
quinta repetición de la llíarla, de Homero -una ver­ ron. Primero fue como oyente al saloncito y, a los po­
sión compendiada que la vieja Billiken le había cos meses, enterada de lo que ganaban la¡¡ protegidas
encomendado a Lauro Palma-, que él se había encar­ de Remigio, abandonó al marido y se sumó al grupo
gado a su vez de reformar para solaz de sus indocu­ de meretrices. Los memoriosos dicen que fue una ele
mentados admiradores. Esa vez llovi'.!ron botellazos y las más solicitadas y que hizo fortuna desplegando be­
el comisario, que estaba, como era obvio, de parte de lleza. Afirman que aquel bendito cornudo, Paulino Rí­
los homerianos, se llevó a quince de los borgeanos a pole, lejos ele dolerse, se enamoró más todavía. De he­
dormir al calabozo. De hecho, cualquiera que pase cho, era uno de los primeros en llegar a pedir turno.
por Rincón del Diablo hoy, a más de cincuenta ai'los Algunos dedttjeron -no sin cierta malicia- que su pre­
de e,stos sucesos, podrá descubrir, en la única pared tensión era ocupar la mayor parte del tiempo de la jo­
que queda en pie del viejo local de La Tablita (clecla­ ven y evitar así el desfile ele hombres que concitaba.
rada lugar histórico por una comisión vecinal), una Lo cierto es que dilapidó durante años todo el dinero
chapa ele bronce deslucida en la que se puede leer el que ganaba para convencerla de que regresara, pero
nombre de Cipriano Airala y deb".jo, en letras ribetea­ tal devoción fue inútil. Laura nunca volvió con él y
das, "Ma�stro Relator", un homenaje post mortem que, . Paulina tuvo que conformarse con esos fugaces en­
treinta ai1ós después, le dedicara un moderno "conc�jo cuentros. Lo repugnante, si enc".ja el apelativo, es que
deliberante" �onformado por algunos ele los ya encane­ con afán de evitarlo Laura le exigía el triple que al res­
cidos testigos de aquellas veladas. to de sus clientes, pero Paulino no sólo aceptaba silen­
Lo extraordinario del caso fue que las esposas y las ciosamente la afrenta sino que se hundía más y más en
novias de los concurrentes entendieron que era prefe­ la desdichada pasión y compraba costosos regalos cada
rible que sus hombres perdieran el tiempo allí antes vez que iba a visitarla. Cuentan que su fidelidad fue un
que en el Cuatro de copas, otro tugurio donde el juego ejemplo para nadie. Murió una madrugada a la salida
de ban�jas y los ciados eran la atracción furidamental, del local corneado por un toro fugado del matadero
hecho que ponía en peligro los sueldos que sudaban que los Moliné tenían cerca de allí. Muchos dijeron que
tan arduamente en los quebrachales. Las más sagaces y había buscado su muerte adrede, pero es de suponer
22 23
Rincón del Diablo
VÍCTOR HEREDl1\

.. los hombr�s ele paja,


que nadie e nfrenta las astas de un toro si está e n su sa- lo ignoraban, pero allí estaban
cia pueble rina q ue los
no juicio. Lo más seguro fue que, borracho y desahu­ divirtiéndose q uizá de la inocen
to preparaban terre-
ciado, no se diera cuenta de aquella mole que se le amonLonaba en las mesas en tan
abalanzó desde la niebla: Como no había muchas co­ no para los buitres.
sas que hacer por ese entonces, el velorio fue multitu­
dinario, aunque no. precisamente llorado. Rosa Leiva, la
chismosa del pueblo, d\jo en voz alta durante ·el entie­
rro: "A los q1ernos, cuernos". El cura no pudo conti­
nuar con el serm6n y acusó a los presentes de sacríle­
gos cuando estallaron en carc�jadas al descubrirse la
lápida: "Aquí yace Paulino Rípole, corneado por un
toro". Y deb�jo, aunque pintado a mano: "Por varios".
La única raz6n de bienestar para Paulino, de existir,
como dicen, la posibilidad de verlo todo desde el otro
mundo, es que lo de spidieron con aplausos . La misma
Rosa Leiva comentc'i luego que nunca había estado en
un entierro tan divertido, y pidió que, en cuanto pu­
dieran, hicieran otro igual.
La Tablica se prestigió con esa e infinitas anécdotas
y al saloncito primitivo hubo que agregarle un ala.
Allí se sentaban los notables: abogados, patrones de
estancia, intendentes y hasta algún gobernador que,
atraído por los comentarios, se animó a probar el mal
vino que servía Remigio. La leyenda cuenta que por
allí pasaron Dagnino Pastore, Krieger Vasena, Alsoga­
ray, Emilio Van Peborgh y tantos infortunados como
tuvo la patria desde entonces. Fue en esos territorios
que se forjó la Alianza anglo-argentina, y no sería ex­
traño que José Alfredo Martínez de Hoz, uno de los
miembros de La Forestal entre 1946 y 1947, haya es­
cuchado a Cipriano también. El relator y sus oyentes
25
24
Rincón del Di((.úlo

3 -¿So1i.aste conmigo, sorete?


-¿Para qué? A usted lo sufro despierto. SoJi.é con que
yo era Horado Quiroga.
-¿Algún pariente tuyo?
-Más quisiera. Quiroga era un escritor que se pegó
un tiro hace unos aJi.os, abrumado por el cáncer y, su­
pongo, por su monomanía.
-¿Su qué?
-Delirio, comisalio. Extravagancia. Obsesión. Ama-
ba la belleza de lo cruento y calculo que, con ese último
gesto, honró su sino familiar. No fue el único suicida
entre los Quiroga.
-¿Y vos, qué so11aste?
-Que estaba sentado en medio del monte y trataba
-Ya es de día, comisario. de escribir la historia de un hombre que quería vengar
-¿Y vos, cómo estás suelto? la muerte del padre. Pero cada vez que comenzaba, el
-Anoche se olvidó de ponerle tranca al calabozo. lápiz se transformaba en serpiente. Era realmente ho­
-Bueno. Metete �dentro, que en cuanto desayune la nible sentir la bicha entre los dedos, para peor las po­
seguirnos. cas palabras que conseguía plasmar en el papel se con­
-Mire que tengo que ir hasta Puente Blanco a dar­ vertían en tarántulas y.. :
les de comer a los perros. -¿Aparte del agua, vos tomaste algo anoche?
-Vos de aquí no te vas has�a que no me digas exacta- -¿De dónde?
mente lo que pasó esa noche. -Porque más que una pesadilla parece la confesión
-Pero voy y vuelvo. Tiene mi palabra. de un borracho, Priano.
-Mirá que te voy a buscar y va a ser peor. -Buscar busqué, no se lo niego, pero por la sencilla
-Olvídese. No suelo jurar en vano. razón de que no podía conciliar el sue110. Lo único que
-Más te vale. Venía eso de las siete. encontré fue unjarro con mate cocido.
-A las siete estoy aquí, no se preocupe. Pero es me- -¡Y me cagaste el desayuno!
jor que me reponga, anoche dormí bastante mal en ese -Ni ahí. Lo dejé tal cual estaba. El tereré me afl�ja
catre. Encima tuve pesadillas. las tripas y aquí, por lo que alcancé a chusmear, no hay
ni siquiera letrina.

26 27
Ví<:Wll! HERElll,\

-Ustedes no merecen nada más que el tacho, el ba- 4


110 está en el fondo. Y es_para las autoridades. Ahora an­
d,í a darle de comer a los perros y acordate ele volver
cuando te dUe. No te vas a librar así nomás.
Y Cipriano Airala salió con una enorme sonrisa de la
comisaría. A mitad del trayecto, taconecí a su caballo.
Un viento caliente le aplastcí el ala del sombrero y l_e ta­
pó los c�jos. Entonces se quitó el "panza ele burro" y lo
dejé, caer sobre su espalda. AílcijcS el galope cuando su
casa estaba a escasos cien metros. Ya veía la fronda flo­
rida del timbcí y percibía el batir de las hc�jas desfleca­
das de las pairrieras. Cuando desrnon tó, los perros agi­
taron sus rabos de felicidad.

-Me prometiste que vendrías a la� siete -lo golpe<'>


con el talero en la cabeza.
-Me qu�dé dormido, comisario.
-Ya vi cuando entré lo bien que la estabas pasandó,
Priano.
- '-Es que estuve casi toda la noche en vela, Di Paola. Y
recuerde que mi nombre es Cipriano.
-Te voy a recordar que el que manda aquí soy yo.
-Tiene razón, comisario. Pero no pude despertarme.
-¡Dame un mate!
-Me parece que está preocupado con la historia, mi
amigo.
-Yo no soy amigo tuyo ni ele nadie. ¿Entendés?
-Eso lo tengo daro. Fue un decir, nada más.
-Guardate tus decires para La Tablita. A mí lo que
me interesa es descubrir lo que pasa en este pueblo de
mierda -y apoyó el talero sobre la mesa.

28 29
Vic:TOR HEREDl1, Rincón del Diablo

-¿Usted leyó algo de Quiroga?


_ -No, comisario. No lo tome a mal, pero esta conversa­
-Ni sabía que existía. ¿Pero no me dijiste que se suici- ción parece de locos. Yo trato de explicarle algo y usted
dó? ¿Cómo carajo hizo para escribir después de muerto? sospecha que lo estoy sobrando. Y al final, quien saca el
-Lo hizo antes de matarse, Di Paola. peor partido soy yo.
-¡Ah! ¿Y eso a qué viene? -No tengas dudas. Si seguís así, te parto la mollera
-Nada. Que cuando dijo que le gustaría descubrir lo de un rebencazo.
que pasa en este pueblo, me hizo acordar de "El hijo". -Entonces me callo.
-¿El hijo de quién? -¡Yo te voy a decir cuándo callarte! Seguí con lo que
-Es un cuento. me interesa.
-¿Y por qué no empezaste por ahí en lugar de dar -¿Dónde habíamos quedado?
tantas vueltas? ¿De qué te acordaste? -En la noche en que Carmona se trenza con Joaquín
-De que el protagonista tiene alucinaciones atroces y lo acuchilla.
respecto ele su hUo, al que le regaló una escopeta y a­ -Y aparece la Sombra.
quien, en distintas oportunidades, imaginó muerto por -Exactamente. ¿Pertusi estaba con Carmona ese día
culpa ele ese regalo. El temor a perderlo le producía también?
esas visiones. Al pasar las horas, después ele que el mu­ -Ya le dije, eran culo y calzoncillo.
chacho parte hacia una jornada de caza, escucha un dis­ -¿Qué sabés de Pertusi? Porque yo, como nuevo que
paro, espera lo que un padre puede esperar, pero al po­ soy en este pueblo, no lo conocí.
co tiempo se preocupa .Y sale a buscarlo por el monte -Alguna que otra cosa, pero esencialmente que era
suponiendo lo peo1� pero tras un recodo lo ve, sano y una r�
�alvo. Lo abraza llorando ele felicidad y regresan juntos. -¿Un qué?
Pero es sólo una ilusi6n, el chico está muerto desde las -Una.
diez ele la mai'tana. Él abraza el vacío. ¿Entiende? -¿Maricón?
-¿Me e.c;tás tomando el pelo? ¿Qué tiene que ver es­ -No, comisario. Le elije "una" porque rémora es fe-
Lo con lo de Carmona? menino.
-Saque sus cuentas. La realidad a vece.e; es tan dolo­ -¡Pero la puta madre! ¿Empezamos otra vez con los
rosa que necesitamc:s tetgive�. Algunos podemos enredos? ¿O me estás cargando, vos?
padecerla pero otros, 1mi_;'aé"biles, se inventan un mun­ -Mire, vamos a aclarar esto de una vez. Yo tengo un lé­
do para poder sobrevivir. xico ... , una forma de hablar que se corresponde con mis
-¿Te estás refiriendo a mí, sorete? ¡Yo no le rajo a na­ conocimientos, lo cual no indica supeli01idad ni ninguna
da! Tengo los huevos bien puestos y si querés te... otra cosa. No se ofenda, comisario, pero cuando cuento
:10 31
ViC:TOR HERE.DIA Rincón del Diablo

utilizo un vocabulario al que el común de la gente no es­ sus terrenos con sospechósa generosidad, porque las es­
t.'i habiluada. Belinda Moliné de Carrascosa se encargó de crituras -nunca volvieron del catastro y parece ser que,
mostrarme el prodigio de nuestro idio ma, que no es len­ de cualquier manera, son propietarios áe todo Rincón
gua, ni jerga, ni caló, ni jerigonza. Expresión. De eso se del Diablo.
trata. Me expreso bien. ¿Se entiende? A veces uso térmi­ -¡Eso no me interesa, vos seguí con Pertusi!
nos poco habituales como el que suscitó esta explicaci6n, -No se adelante. Le decía que los Carmona tenían el
coma, dos puntos: rémora. Puede ser entendido como almacén general pegado al campamento. Pero lo único
atasco, intermpción, atolladero. Aunque también refiere gue funcionaba era la ven.i:a de bebidas, ya gue a pesar de
a esos peces gue suelen acompa11ar a los tiburones. Pará­ que los del ferrocarril se los prohibían, los trabajadores
sitos gue aprovechan las sobras y viven ele arriba, para de­ querían tomar algo más que agua y se arrimaban como
cirlo vulgarmente. Por eso utilicé esa palabra. moscas a la miel. Los Pertusi trab�jaban para Isauldo Car­
-Bueno, dame otro mate. ¿Belinda te ense11ó todo mona, el padre ele Inspiración Carmona y...
eso? -¿Inspiración?
-Me indicó el camino. -Y Milagros: Inspiración Milagros Carmona. Así se
-Bueno, basta de boludeces, no quiero distraerme. .
l)a ma o se llamaba, usted nos dirá cuando investigue
Me interesan Carmona y Pertusi. ¡Esto está frío, che! su actual estado. La madre exigió en el registro que le
-Ya pongo la pava otra vez. ¡Y no se ponga ansioso, pusieran ese nombre. Ten'ía sobradas razones. Ella su­
estoy dispuesto a contarle todo con lt!io de detalles! _
ponía que no podía tener familia por un aborto gue
Desde chicos andaban pegados esos dos. Ni siguiera tuvo que hacerse cuando erajoven ... No me mire así,
eran parientes, pero está claro que actuaban como sia­ fue una operación legal, se les tumbó la carreta al ba­
.
meses. Los padres de Carmona tenían una proveeduría jar 'tma picada cuando venían a levantar el almacén y
donde se inició el pueblo, que no era tal como usted lo perdió su primer embar��º· Estaba de siete meses.
conoció cuando llegó. En aquella época el centro esta­ Creyó que nunca más tendría hijos. Imagínese el caso
ba pegado al río, los primeros campamentos ferrovia­ años atrás y en medio de estos montes. La atendió uno
rios atrajeron a los comerciantes y allí se fundó. Pero de los veterinarios que se ocupaba del ganado de los
cuando los ingenieros levantaron las torres de cemento Carrascosa. Era lo único parecido a un médko que ha­
armado para extender los rieles, el cauce se rebeló y se bía en la zona. Ella insistió, después de la cesárea, en
tuvieron que retirar por las crecientes. Los Moliné y los ver el feto. Quería saber si era varón. Con buen tino,
Carrascosa alentaron entonces por conveniencia el ac­ el veterinario le dijo que no, que no valía la pena ver fi­
tual trazado y "sugirieron" gue los comercios se empla­ nado lo que se había soi1ado para la vida. Entonces in­
zaran donde están ahora. Para ello donaron parte de tervino Isauldo, que tenía menos pulgas que t'.n perro

32 33
Víc:T<)I\ Hf.RElllA Rincón del Diablo

pila, y le puso una escopeta de dos caños en la cara -¿Quién?


mientras le espetaba sus derechos como padre. El tipo -Un filósofo, Di Paola. Opinaba que en el universo
no tuvo más remedio que ir en silencio hasta la pieza hay dos caras: una la de los objetos materiales, sus movi­
dónde la había operado y volvió con un frasco. Parece mientos, sus combinaciones y las leyes que rigen esas
que la criatura tenía una malformación ... Algo muy combinaciones y movimientos. La otra, la de las verda­
feo, Al verlo, Isauldo enloqueció y quedó como perdi­ deras realidades. La "existencia" en sí misma. Quería de­
do. Esto me lo contó mi padre, que en paz descanse. cir que lo que vemos, oímos y tocamos son sólo aspectos
Parece que el pobre hombre no habló con nadie des­ externos, las ideas confusas de una realidad mucho más
pués de aquello, ni siquiera con la Ruda, así le decían profunda. ¿Me explico? Por eso le digo que Carmena hi­
a Benedicta, la madre de Carmona. Ella y los Pertusi jo tenía un nombre adecuado a su circunstancia.
llevaron adelante el almacén a pesar de la locura de -La puta que lo parió, Priano. Después de eso ...
Isauldo. Al paso de los ai'ios, con ternura y paciencia -Kant.
de monja, le menguó el desequilibrio a w marido, -No iba a decir eso.
quien pareci(> volver en sí, aunque por poco tiempo: -Pero merecería. Porque Kant fue el de la hazai'la.
el suficiente para "inspirar" la semilla de un nuevo hi­ -¿De qué hazaii.a me estás hablando?
jo. Fue un "milagro" a todas luces para ella, pero no -La de dar por finiquitada la idea del "ser en sí". Con
para Isaulclo pues, apenas supo del nuevo embarazo, eso liquidó al idealismo y dio pie al materialismo de
se colg6 ele una ele las vigas del puente. Mi padre con­ Marx. Pero indudablemente tuvo suerte, por decirlo de
taba que la Ruda lo bajó sin ayuda ele nadie y que lo alguna manera. Cuando comenzó a filosofar, en el mun­
enterró también, ella y su alma, sobre un promontori0 do existían tres grandes corrientes de pensamiento: el
que ahora se conoce como Loma del Ahorcado. Al­ empirismo de Hume, el racionalismo de Leibniz y la
guien, hace muchos ai'los, cjüiso ubicar el cementerio ciencia positiva físico-matemática de Newton, Kant fue
allí, a partir de esa primera cruz, pero tanto Aurelio una barca mecida por esas corrientes, Un hombre que
Moliné como Eusébio Carrascosa decidieron que fue­ tuvo en sus manos, providencialmente, los hilos de la
ra al lado de la capilla que mandaron a construir para ideología de su tiempo. ¿Y quiere que le diga algo para­
iniciar el propio, y la tumba de Isauldo Carmona sigue dójico, Di Paola? Este genio vivió en una ciudad perdida
solitaria. Inspiración Milagros Carmona, el h\jo de ese en lo m,ls remoto del oriente europeo, allá en los límites
pobre hombre, tiene un nombre adecuado a su cir­ de Rusia y de Finlandia: en Koenisberg, bajo el reinado
cunstancia. Podría agregar, sólo para su enriquecimien­ de Pedro el Grande. Kant nació en esa ciudad en 1724 y
to, que el racionalismo de Leibniz hubiera aplaudido allí vivió sus ochenta ai'ios ¡sin salir una sola vez! Como
a rabiar la decisión de la Ruda. nosotros aquí, en medio de la nada, entre Santiago y el

34 35
VJCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

Chaco, en este pueblo diabólico y olvidado por todos. Kant y Belinda, en tocio caso, a mí. Puede mat�rme a ta­
Era hUo de un talabartero, ¿.se da cuenta? Un hombre lerazos si quiere, pero mi obligación es ser fiel con esos
mocle.�tísimo y de familia humilde que, a pesar de eso, le­ preceptos sagrados para que usted o cuantos me pre­
gó al mundo uno de sus libros mfL� extraordinarios: Crí­ gunten tengan, aunque más 110 sea, un pedazo ele la
tica dt! la Razón J>ttra. Ése es el mayor legado que... verdad universal en las manos. Incluso yo, que empiezo
-El mayor legado te lo voy a dar yo con mi talero si a desasnarme, necesito hilar desde el principio para no
seguís esquivando lo de Pertusi y te vas por las ramas. perderme ¿sabe? Ya se lo elije el otro día: lo que empie­
Andá al grano y cebaLe otro. za por el final 110 tiene �eá(l�-- Tenga paciencia y cuan­
-Lo que usted mande, pero se está perdiendo cosas do termine se va a sentir feliz de un servidor. ¿Est,í. más
muy jugosas por apurado, hágase cargo. calentito ahora?
-De lo único que me hago cargo es de qüe hace más -Está mejor, pcr'o ú esta hora sería bueno tener unos
de una hora estamos en el mismo lugar. Así que, si no choricitos secos. Tengo un hueco en el est6mago que
me querés tener de inquilino por el resto de tus días, no se llena con palabrería.
apurate con el cuentito. ¿Estamos? -La casa es pobre, pero eso aquí no falta. Cada chan­
-Como quiera. Cuando nació Inspiración Milagros cho que agarro termina en el ahumadero que inventó
Carmona, la Rudá decidió seguir adelante con d nego­ mi·padre. Con él metíamos dt:: todo, ciervo, tatú, carpin­
cio. Ahí es donde los padres de Pertusi entran a tallar cho, y hasta potro si cuadraba. Salíamos a cazar lo que
en la hisLoria. Hasta ese momento habían sido simplei· hubiera en el monte, aparte ele los zapallos de mi ma­
empleados pero, durante la crianza de Inspiración, se dre. Algún día tengo que mostrarle esas enormidades,
ocuparon con Lanto ahínco del almacén que la Ruda no existe nada comparable en este mundo a esas calaba­
decidió asociarlos. Tres afios de�pués nació Laureano zas. Yo solía pensar que dentro de ellas habitaban los
Pertu.si, la futura rémora ele Carmona. duendes de esta selva, tanto creía que me cuidaba de sa­
-¿Desde ahí vas a contarme lo de esos dos? lir a buscar alguna de noche y, cuando no había más re­
-Mire, comisario. Las cosas son como son. Y no le con- medio y la santa insistía, iba metiendo bulla con el ma­
té lo de Kant y lo de Leibniz porque sí, le quise dar a en­ chete para espantarlos... ¿Por dónde andaba? ¡Ah, sí! Él
tender que de la realid_acl tenemos apariencias, no se me me enseñó a pialar un pecarí con sólo enterrar el ·lazo
ofenda. Yo era como usted: al pan, pan y... , ya sabe, lo en la aguada. Había que estar toda la noche, claro está,
que venga. Pero con el tiempo descubrí que existe una y a veces días enteros metido en el barro hasta el cogo­
razón superior, imperceptible si usted quiere, pero que te, pero nunca fallaba. En cuanto el bicho pisa la tram­
signa a los individuos, los define con tanta inteligencia pa hay que tirar con ganas y enredarlo, después es cues­
como puede te_ner la naturaleza. Newton se lo pasó a tión de huevos y cuchillo. Y a mi padre eso le sobraba...

36 37
VíC:TOR HEREDIA Rincón del Diablo

Puesto frente afrente y en igualdad de condiciones con­ padre decía que le hubiera gustado trabajar para ese
tra un hombre no había dudas de quién iba a morir. hombre y no para estos mal paridos -salvando a Belin­
Con esas bestias era igual. ¿Y sabe qué ilusión tenía? da, que es una bendición-, porque se preocupa del
Quería agarrar alguno vivo para encerrarlo en el corral bienestar de sus peones como nadie. Pero ese paisano
con las chanchas. Decía q:ue esa crnza Lenía que dar una judío fundó Weisburd, un pueblo en el que no hay un
carne especial y ya lo tenía medio convencido a don Au­ solo rancho. Hizo construir las casas con ladrillo y te­
relio de que ése era un buen camino para hacer más pla­ jas, les regaló una escuela, distribuyó agua corriente
ta. Porque para el charqui y la factura no había como él. gratis y edificó un hospital, Hasta el hijo de Belinda se
Tengo un tacho con grasa que debe de ser de esa época... atiende a veces allí, ya que es el mejor de la zona. ¿Ese
Ah, si queda algún costillar o salame, se lo traigo. latifundista tiene algún parecido con los que usted co­
-¿Con galleta? noce? Por eso le digo que es distinto. Lo único malo
-Ya está pidiendo mucho, pero voy a fijarme. ¿Sabía es que no permite prostíbulos en su territorio. ¿Qué
que esta casa es copia fiel de las que hizo el viejo Israel sería de mí sin La Tablita?
Weisburd en El Bravo? -Según tengo entendido, vos vas a La Tablita única­
.-Vos tenés cada historia, P1iano. ¿Y quién es ése? mente a contar cuentos, ya me informaron que no an­
-Un latifundista como los patriarcas, pero distinto. dás con ninguna de las hembras de Remigio. Me pre­
Muy distinto. gunto si no serás medio raro, Priano.
-Explicate. -Primero, me llamo Cipriano, y segun el o: no me gus­
-Es largo pero vale la pena. Llegó ele chico con la co- ta la mercadería en alquiler. Eso es todo. Por otra par­
lonización del Barón Hirsch a Moisesville y, cuando Ju­ te, lo que se ofrece no me llama la atención. Salvo una
lius Hasse se fue para el de.partamento Mariano More­ que perdió parte ele su belleza con la elección que hizo,
no, lo siguió. Fue su administrador durante un tiempo. pero todavía puede traer locura a cualquiera.
Las malas lenguas dicen que pudo comprarse un terri­ -¿Quién es?
torio enorme que llamó El Bravo no muy lejos de aquí, -Menos pregunta Dios y...
en el chaco santiagueño, con una plata que hizo con la -Dios será lo que quieras pero yo soy el comisario,
venta de diez mulas que le robó a los Hasse. No puedo insolente.
asegurarlo, ya que me parece exagerado, pero lo cierto -El respeto no _se decreta, Di Paola, se gana. Si yo
es que hizo un imperio con los quebrachales vírgenes quisiera ganarme el respeto ele alguien, lo único queja­
de la zona. Cuarenta y cuatro mil hectáreas, Di Paola. más haría sería apurarlo. ¿Entiende? La autoridad la da
¿Qué le parece? A.�í y todo, es distinto. Siempre pelea el saber, no la cachiporra.
por lo nuestro. El campito hasta tiene un ferrocarril. Mi -¿Me estás acusando?

38 39
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Dialilo

-Los hechos denuncian a los hombres, Di Paola. Usted -¡Tiene razón, ya se me había olvidado! Suele pa­
o yo podemos decir aquí lo que se nos cante, pero nues­ sarnos a los hombres cuando queremos ignorar cosas
tras acciones nos definen . Son ellas en definitiva las que molestas.
nos presentan y, téngalo por seguro, tampoco nada de lo -¿Y qué querías ignorar dejándome plantado?
que hagamos después alcanzará para borrar las malas. La -No hablo de mí, sino en forma genérica, Di Paola.
memoria de los damnificados perdura y no encuentra so­ Pero no me va a negar que entre la celda de una comi­
siego; a eso se le suele llamar venganza y, aunque no soy saría y el catre propio hay bastante distancia.
demasiado proclive a los revanchismos, entiendo que dan ...:.Puede ser, pero co.rho te d\jc ayer: vos conmigo
cierta paz mientras se los sueña. Cumplirlos es otra cosa. comportate, porque te meto preso.
Conozco hombres que viven en un completo desasosiego -¿Ve? No puede quitarse de encima el autoritarismo.
por haber llevado adelante sus represalias. Aunque no Eso se lleva adentro. ¿Quiere otro mate?
· sé..., si yo tuviera algo contra usted capaz que me desdigo. -Mejor, así me olvido.
-Me parece que vos estás para el circo, Priano. Dejá -Ya estamos aprendiendo.
de hablar y traé una caña para acompañar esos salames. -¿Querés quedarte siempre con la última palabra?
-Bueno, pero antes del desvío que tomó nuestra -La última palabra será igual a la primera, comisa-
charla le decía que esta casa es igual a las de Weisburd. rio. Y no es ahora, espero, el momento de decirla.
Uno de los que trabajó allá le trajo una copia de los pla­ Cuando este mundo termine y las cucarachas tengan el
nos a Moliné e hicieron una prueba para vivienda de los planeta para ellas solas, algún sobreviviente la dirá.
puesteros. ¿Le dije que mi padre fue puestero de Moli­ -¿Y cual sería esa palabra, Priano?
né antes de ser capataz? -Habrá que esperar ese momento, comisario, no soy
-No, ni sé cómo se llamab_a tu padre. tan viejo como para conocer la primera que le habrá di­
-No tiene importancia y... , como le decía, construye- cho Adán a su costilla en el paraíso, ni tan sabio como pa­
ron la nuestra como modelo, pero les pareció demasia­ ra imaginar qué decir llegado el caso, pero supongo que
do costosa y aquí está. Es la única. sería algo así como un enorme signo de interrogación.
-Bastante maltrecha la tenés. -Para mí sería "¿qué mierda hicieron?".
-Ya me voy a encargar de hacer los arreglos necesa- -Así serían tres palabras en lugar de un signo y t�n su-
rios. Ya me voy a encargar. jeto equivocado. Usted debería incluirse y asumir res­
-Si es como tu promesa de ayer, se te va a caer encima. ponsabilidades, es decir "¿qué mierda hicimos?". Pero yo
-¿Qué promesa? me inclino por el signo. _Un signo es un signo. Es el_ si­
-La que me hiciste en la comisaría de que irías a las lencio entre dos_ personas que acaban de conocerse y es­
siete a seguir con la historia. tán solas en el nacimiento de una nueva era o, en caso

40 41
VíCTOR I-IE.REDIA

del final, un enorme silencio _asombrado aiúe la vaste­ 5


dad que lo motiva.
-¿Volvés'a tomarme por idiota? Estoy harto de que
pretendas corregirme, can�jo.
-No es mi intención, comisario. Considérelo un de­
bate entre dos intelectos. Einstein se preguntó, con mu­
cho más dolor que nosotros, "¿qué mierda hice?" cuan­
do le regaló su descubrimiento a los gringos. Al paso
que vamos, dentro de unos años una sola bomba va a
hacer desaparecer a la humanidad. Y tomándolo en
cuenta, quizá tenga razón, no suena mal eso de "¿qué
mierda hicieron?".
-¿Viste? Te encontraste con la horma de tu zapato.
-No se apresure, por ahí es al revés.
-No nació el hombre, Priano. Aquella noche, Cipriano acompañó a Di Paola hasta
-Olvídelo. A veces se me va la lengua. .el recodo que hacía el camino a trescientos metros de
-Está olvidado. su casa. Apenas habían recorrido unos doscientos me­
-Qué poca memoria tiene. tros cuando una de esas lluvias que horadan la tierra se
-D�jate de joder y traé de una vez esos salames y la ca- desmoronó sóbre la vieja Chevrolet, mientr�s Di Paola
11a. Tenés mas chifletes en esta casa que en la comisaría.· se devanaba los sesos preguntándose por qué Cipriano
había insistido en escoltarlo. Entonces, un relámpago
iluminó el cielo. Con los ojos doloridos. por el destello
se dio vuelta para ver dónde había caído el rayo: la luz
del incendio fue suficiente respuesta para el policía.
-¡La puta madre, Priano! ¡Vos sabías!
Pero Cipriano no miraba hacia la casa. Ni se había mo­
vido. Seguía con la vista clavada en el parabrisas de la ca­
mioneta, como si se11alara algo más allá ele la cortina de
agua. Di Paola miró a su vez y \fo lo mismo que Cipriano.
Eran tres. Uno parado en medio del camino, revólver en
mano; a su lado, urí hombre desnudo y otro que parecía

43
42
VÍCTOR HEREDIA Rinr.ón del Diablo

arrastrar una bolsa. Parecían suspendidos en


el aire y la -No se preocupe, comisario. Ma11ana temprano le
lluvia se dirigía a ellos, como si un viento circu
lar impulsa­ pido a alguno que me lleve y me ocupo. No creo qúe
ra las agt)jas de agua en esa dirección. Inme
diatamente, sea grave. A lo sumo, se van a rn<�jar algunas cosas. ¿Y sa­
una niebla oscura se tragó la visión y las luces
de la camio­ be qué? No hay mal que por bien no venga. Hacía'tiem­
neta iluminaron el vacío. El silencio se hizo tan
espeso que po que quería cambiar el entarimado. Debo tener un
ya no escucharon el repiqueteo de las gotas sobr
e el vidrio, nido de comadr�jas, de noche me desvela el ruido. Ras­
ni el estrépito que prodt!io al derrumbarse una
parte del can como si quisieran entrar al dormitorio.
techo de la casa de Cipliano, ni el mido del moto . .
r. . -¿Es otra el e sus lustonas o....�
-¡Válgame dios! Creo que me va a dar un ._
infarto, -¡Qué historial Usted ho sabe el batifondo ·que me­
Priano. ¿Qué fue eso?
ten las desgraciadas.
-Lo de atrás fue un rayo.
-¿Serán comadr�jas?
-No se haga el con1judo, Priano. Usted está tan
caga- -¿Y qué otra cosa, comisario? No sen susceptible, lo
do como yo.
que vimos es bien real, insistí en ello tocio el camino. Yo
-Los de adelante eran... Manuel Olivera,
Carmona no creo en aparecidos. Ahí estaban Manuel Olivera,
desnudo y la rémora de Pertusi con una bolsa
, supongo Carmona y Pertusi vivitos y coleando.
que llevaría la ropa de Carmona. Cuando
vieron las lu­ -¿Y el desnudo? ¿No le pareció que flotaba en el aire?
ces de la camioneta se metieron
en el monte. ¿Quier� -Llovía tanto que bien puede haber sido nuestra
que vayamos a ver?
imaginación. El miedo produce variaciones sustanciales
-¿Usted está en pedo?
en la percepci6n de ciertos sucesos ...
-Es la oportunidad de agarrarlos a todos.
-Enton ces yo tenía razón, usted estaba tan cagado
-M<:;jor volvemos mañana cuando amanezca. Con
es- como yo, Priano.
ta lluvia y la cerrazón no creo que convenga
. ¿Y su casa? -No le voy a negar que estaba atónito, pero preten­
¿No quiere que... ?
do ser realista. Todo tiene una explicación científic,1.
-D�jela ahí. Ya es el segundo que le cae este veran
o. El Incluso aquello que catalogamos como "desconocido".
timbó, como habrá visto, tuvo lo suyo años atrás
, es bastan­ -No sé. Yo, por si acaso, vaya adonde vaya, llevo la cruz
te común por est.1. zona. ¡Cuando yo no estoy
, por suerte! de oro bendecida que me regaló mi santa madre, aparte
Cuando llegaron al pueblo la lluvia había amainado
del chumbo que es como mi hermano. Pero creo que hoy
y Cipriano le pidió que lo dejara en La Tabl
ita. los perdigones hubieran sido inútiles. ¿Qué va_a tomar?

taQ,
-Me quedo con usted, Tomamos una copa y se
viene -Una cañita. Me lo permitiré aunque no sea sábado.
a dormir a la comisaría. Voy a destacar una cuad
rilla pa­ -Creo que yo también, a pesar de que en su casa ya le
ra que vean lo de su casa, Priano.
d; ,;n asco. Nunca pasé cacejo. Yaprnvechando
44
VíCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

la confianza, lo relevo· de sus obligacione� como testigo. el Bermejo y pod�r llevar a través de él los rollizos corta­
Después de todo, si me va a decir algo será por las bue­ dos y ahorrar cientos de kilómetros hasta Buenos Aires,
nas... Ahora que lo conozco hasta me da vergüenza haber­ se ganó la antipatía de todos los ladronzuelos que espe­
lo tratado mal. culan con nuestra riqueza, Di Paola. Es el único indus­
-¿Usted no me tuteaba, Di Paola? trial que quiere evitar los asentamientos trashumantes
-Tenés razón, debe ser por el julepe o que de pron- que provoca la devastación del bosque virgen, y constru­
to te desconocí cuando pasó eso. Como si fueras un ex­ yó un ramal ferroviario, para que a su vera se asienten de­
trai'io o... algo así, ¿cntendés? Y ya que estamos, y para finitivamente las familias de los obreros. Más de tres mil
cambiar de tema, aclarame lo de las mulas esas del vie­ quinientas personas trabajan allí, y dentro de unos años
jo Weisburd. no va a quedar nada, se lo aseguro: La Forestal se lo quie­
-¡Ah! Creo que ya le dUe todo, pero si quiere se lo am­ re comer crudo. Yo no predigo el futuro, pero empiezo
plío. No es relevante pero, cuando corren rumores, con­ a ver con claridad algunas cosas, y lo que tienen entre
viene siempre indagar de dónde vienen. Parece que éste manos esos bandidos con sus convenios no huele bien.
lo hizo rodarjorge Esteves H asse, que era nieto de don Es mierda pura para este país.
Julius Has.se, y, por ser una versión no confirmada, me -¿No estás exagerando, Priano?
despierta �iertas dudas. Este muchacho dice que Israel -Para nada, comisario. Para nada.
Weisburd robó diez mulas de propiedad de su abuelo, a -¿Pero de dónde sacaste eso vos?
las que terminó por vender en el chaco santiagueño, y -Belinda me dio unas revistas. Piimero me parecie-
que con ese exiguo capital comenzó el imperio nacional ron aburridas, pero como se trataba de esta zona me
más grande en la explotación forestal del quebracho. Pe­ empecé a interesar, y ahí tiene. ¿Sabía que los de La Fo­
ro yo creo que nadie puede levantar una de las más ricas restal pretenden imponer el extracto de la acacia negra
fábricas de tanino con el prodqcto de esa venta. Lo que ele África, del que disponen de cien mil -toneladas, so­
sí sé es que a este hombre -al viejo Weisburd..:.., Jo Lienen bre el quebracho? ¿Entiende lo que eso significa para
en la mira los de siempre. Así como a mí, que a raíz de esta zona? Que van a liquidar los obrajes en cuanto ba­
ser instniido ya empiezan a acusarme de bolchevique o jen el precio del mercado y que la industria nacional se
anarquista. Mi padre fue peón de campo toda la ,�da y te­ va a ir a pique, con la consiguiente desocupación que
nía un �jo clínico para esa clase ele gentuza: "Son ratas, afectará a miles y miles de trabajado�es, eso significa.
m'hUo -me decía-y a las ratas hay que matarlas con in­ -Yo creo que hagan lo que hagan, a este país no lo
teligencia". Tenía razón. Entonces, cuando Isi:ael Weis­ voltean así nomás. ¿Vos sos anarquista, Priano?
burd se declaró enemigo de las asociaciones espurias con -Yo soy un aprendiz, Di Paola. Pero me basta con mi­
las multinacionales y presentó un proyecto para canalizar rar la cara ele ciertos ministros y gobernadores cuando

-!6 47
VÍCTOR HERl!.DIA Rincón rld Diablo

entran aquí y se ponen en pedo con las putas, o arman es hombre de temerle a nada, ni sic¡uiera a lo fantástico,
tabaco con dinero, para saber dónde estoy parado. No a lo que yo, si creyera, sin lugar a dudas temería. Quizá
les interesa ni la patria ni nadie, van por sangre. Y es la por eso trato de darle una explicación cíentífica a esas
nuestra. Pero usted ya está comprometido, no me haga cuestiones. Si mted quiere, le pido disculpas.
caso. En su posición es difícil tomar partido justo. Don­ -No es necesario. Ahora te entendí. Pero lo del loh­
de pegue un talerazo menos lo echan. ¿O no es así? zón, ¿a qué vino?
-¿Querés otra caña? -Fue una estupidez. Mientras hablábamos me acor-
-No, para mí es suficiente. Y en cuanto a su revólver, dé de otro cuento de Quiroga donde hace mención ele
ya que cree tanto en esas cuestiones de aparecidos, cár­ una historia increíble, como tantás que puluian por
guelo con balas de plata. Con ésas tiene asegurado el esta zona. Y la tomé como referencia, pensando que
blanco, por lo menos contra los lobizones. Pero para los usted la había escuchado en La Tablita, para demos­
chanchos del monte le recomiendo las comunes de plo­ trarle que en cuestiones de aparecidos influye más el
mo, o con punta hueca. Usted sabrá distinguir si el que ánimo· que la veracidad. Se llama justamente "El Lo­
� lo encara es uno u otro, y cambiará la carga, si tiene bizón" y es la historia de un descreído como yo, a
tiempo, en cada caso. Porque por estas soledades mm­ quien le presentan un peón diciéndole que el pobre
ca se sabe. ·hombre sufre esa transformación de vez en cuando.
-¿Me estás jodiendo? El incrédulo se ríe de esas supersticionS!s e incluso
-No se me ocurriría, comisario. Fue usted quien ha- bromea con Cabina, así se llama el supuesto hombre
bló de la cruz bendecida de su madre. Pero no es Dios lobo, c¡ue festeja con él sus comentarios irónicos. Pe­
el que guía las balas, sino la puntería y, con lo que us­ ro la noche del casamiento de Gabino con una mü­
ted me d\jo acerca de su experiencia con los barididos chacha de la zona, se produce un hecho escalofrian­
en el Chaco, debe tener, y buena. ¿O me equivoco? te. Mientras todos se divierten en la fiesta, la pareja
-No te equivocás. Y también_ mala leche. se recluye en sus habitaciones. Al poco tiempo, los in­
-¿Se ofendió por lo que acabo dé decirle? vitados son conmocionados por los gritos de terror
-El hecho de que vos no creas no te amerita a reírte de la muchacha y, al entrar al cuarto, se enc:uentran
de nadie, compadrito. con ella desmayada y un chancho que gruñe a sus
-Pero no, comisario. No me malentienda, le quise de­ pies, sobre la c�ma.
cir que confíe en us·f�cl mismo y no en protecciones divi­ -¡No vas a compararme con un chancho!
nas. Los santos y los dioses a veces se distraen, pero noso­ -No estoy haciendo ningún tipo de comparación,_·
tros estamos en la tierra y sufrimos las consecuencias. comisario. Estoy en medio de un relato que no tiene ·...
¿Qué mejor consejo puedo darle? Se nota que usted no que ver con usted específicamente. ·

48 49
Víc:TOR HEREDl1\

-Pero se me ocurrió que si estoy recién casado sería (6


bic11 chancho y grufüría a los pies de la cama de mi mu­
jer, de eso no tengas duda.
-¿Quiere seguir en ese tono o continúo el relato?
-Seguí nomás, ya está bien de bromas.
-Entonces el chancho, al verlos, salta al suelo con
el pelo erizado y escapa, no sin antes echar una mira­
clá fmibuncla..sobre el descreído, como para indicai;-le
que lo reconoce. Él esboza una hipótesis al respecto y
piensa que quizá Gabino haya salido a realizar alguna
tarea y que por eso dejó sola a la novia unos momen­
tos pero, ante la desaparición permanente de Gabino,
no puede sostenerla.
-¿A la m'½jer?
-No, a la hipótesis, comisario. -Lo .bueno del saber es que la estupidez se torna en
-¿Entonces me das la razón? inocencia y la realidad nos reubica en el exacto lugar
-Es sólo un cuento, pero si prefiere le otorgo el be- que nos corresponde como hombres, Braulio. Hay
neficio ele la duda. Y si me caza un fantasma le doy la ra­ quienes piensan que este mundo es aburrido, yo creo
. zcín completa. que es fantástico y que con una pizca de gracia todavía
-No me faltés el respeto, Priano. se puede mejorar.
-No fue mi intención, comis·ario. Y recuerde que mi -Belinda dice que no puede creer todo lo que
nombre es Cipriano. aprendiste en estos pocos años -Braulio Carrascosa mi­
-Pero te queda mejor Priano. ¿Sabés otro? ró sin recelo a Cipriano. Sabía ele la devoción de su mu­
jer por ese hombre que discurría amablemente con él y
retenía el paso de su caballo, mientras cruzaban el ba-
11ado en busca de una ternera extraviada. Sabía y no le
molestaba; por el contrario, Cipriano Airala era uno de
esos hombres en quienes cualquier .índividuo siente
que puede confiar.
-Y todavía me falta lo mejor, Braulio.
-¿Y eso qué es?

50 51
VíC:TOR l-IEREDIA Rincón del Diablo

-Digerirlo -y largó una carcajada que resonó en el si­ visiones en pleno trance. El caso es que ésta, que debía
lencio de la tarde. ele vivir en una caverna de Cumas, se le presentó a Tar­
-No va a ser fácil, Cipriano. ¿Cuántos libros te co­ quino el Soberbio y le ofreció nueve libros con profe­
miste ya? cías a un precio que al monarca le pareció demasiado··
-No llevo la cuenta, pero cada día me entusiasmo más. alto. La sibila se ofendió y quemó tres de esos libros, y
Ayer estaba leyendo unas revistas y encontré una palabra le ofreci6 los seis restantes al mismo precio que antes
extraña que hacía referencia a un detenninado tipo de le propusiera por los nueve. El Soberbio se volvió a ne­
ganado: tarquino. Fui a la enciclopedia que me prestó Be­ gar pensando que podía conseguirlos más baratos con
linda para indagar un poco más y me encontré de pron­ otra sibila o vaya a saber dónde. La sibila entonces des­
to en medio ele la historia helénica. Allí me enteré de que truyó otros tres. Ahí se le quemaron los papeles a Tar­
Tarquino Piimero (Lucio), a quien llamaban el Antiguo, quina; temeroso de perder los-restantes, este rey de
reinó entre el seiscientos dieciséis y el quinientos setenta pacotilla tuvo que aceptar los tres últimos al mismo
y ocho antes ele Jesuciisto en Roma, y de que el segundo precio que todo el cor�junto. La leyenda cuenta que
Lucio (otro Tarquina), a quien llamaban el Soberbio, lo tueron guardados en el Templo de júpiter en la ciudad
sucedió después de haber asesinado a su suegro, llama­ de Roma, b�jo la custodia de diez sacer:lotes menores
do Servio Tulio. Fue el último rey del imperió. Pero llamados clecenviri. sacris faciunclis, donde, de vez en
quien las hace las paga: el pueblo romano -indignado cuando, se los consultaba para ver si las profecías que
porque su hijo Sexto Tarquino no sólo era díscolo y au­ encerraban se podían aplicar a la situación del m,)­
toritario sino que cometió la fechoría de violar a Lucre­ mento. En definitiva, Tarquino provocó la destrucción
cia- lo expulsó de Roma junto con toda su familia. Allí de piezas extraordinarias del único oráculo escrito en
comenzó a gestarse la República romana. Pero la peor hojas ele papiro de la época y dejó a la humanidad sin
cagada, para mí -si me perdona la expresión-, la come­ previsiones. Pero para quitarle un poco el peso de ta­
tió al negarse a recibir los Libros Sibilinos de manos de maña estupidez, debería agregar que tampoco el he­
la sibila de Cumas. cho de haber aceptado hubiera modificado lo que su­
-¿Los libros de quién? cedió ai'los después.
-De una sibila. Eran personajes de la mitología roma- -¿Qué fue lo que sucedió, Cipriano?
na. Los escritores griegos solían hablar de una sola, lla­ -En el año ochenta y tres antes ele Cristo, el fuego
mada Herófila, quien profetizó la Guerra de Troya. Pero acabó con los originales y se decidió formar una nueva
con el tiempo se fueron agregando otras. Parece que te­ colección, pero llegado el año cuatrocientos cinco se
nían poderes proféticos otorgados por el dios Apolo y, al destruyeron también. Como verá, Braulio, tarquina no
igual que nuestros chamanes Guaycurú, expresaban sus es sólo una cosa sino varias.

52 53
-�-- .. 4 • • • •

V[C:TOR HEREDIA Rincón del Diablo

-Lo que veo es que vos estás muy entusiasmado con que se dio cuenta de que estaba dopado y convino con
ciertas leyendas, Cipriano. don Kovasovitch que_ lo mejor era encerrarlo en su ca­
-Lo corrijo, Braulio: con los hombres que las prota- sa hasta que se compusiera. Pero el mezcal le disparó
gonizaron. algo en el cerebro y sigue igual o peor que antes. El
-Yo creo que más de uno debe.de haber estado un hecho es que ahora está incapacitado legalmente para
poco loco. ¿No? Parece un sesgo de la humanidad. firmar nada y el que lo asesora es el farmacéutico, que
-Conozco a algunos en Rincón del Diablo que con­ entrevió algún negocio, o simplemente por cariño, no
firman esa regla. sé, pero mandó los escritos a Santa Fe a que los revise
-¿A quién te referís? un sobrino suyo que está por recibirse de contador. Es
-Al viejo Daguerre, su mecánico. No va a instaurar tragicómico escuchar a Dionisia, un tipo tan inteligen­
una república ni a desmoronar una monarquía pero es­ te, diciendo que su padre fue un chamán indo-francés
tá más loco que una cabra. Dice que él es Dionisia Da­ que solía transformarse en tigre para curar a sus pa­
guerre Tercero, hijo de Dionisia el Sabio, y que su ma­ cientes en Vignes, el pueblo donde nació, y asegurar
dre era venusina. que él mismo es también un tigre.
-Explícame eso despacio, que me vas a marear con -¡No lo puedo creer!
tanto sexto, segundo y tercero. -Créalo, Braulio. Dice que toda su sabiduría con !a
-Creo que enloqueció por culpa ele su futuro socio mecánica proviene de sus ancestros venusinos y que su
m�jicano, un terrateniente de Jalisco que se enteró del relación astral con los maestros de los códices mayas lo
invento del Yacaré y llegó hace dos meses al pueblo, in­ capacita para predecir el tiempo. Lleva consigo un ca­
teresado en exportarlo. Pretende construir el vehículo lendario y un mapamundi y anda por todo el pueblo
a gran escala y trajo a dos abogados para las cuestiones . empui'lando un palito, con el que dibttja cifras y signos
legales; patentes, porcentajes y esas cuestiones. Están en la calle principal. Asegura que puede predecir cuán­
trabados en la negociación porque Dionisio no est<-í en do va a llover, ya 110 sólo la fecha sino el horario exacto,
condiciones de firmar nada. con minutos y todo. El otro día cayó por La Tablita en
-Yo siempre lo vi actuar normalmente. ¿Qué le pase'.>? medio de una reyerta entre dos paisanos que seguro iba
-Se le ocurrió probar mezcal, creo que inducido por a terminar en un hecho de sangre, con los ojos extravia­
el pícaro ele Filomeno Jiménez, así se llama el mejicano, dos y balbuceando en jerigonza. Se quedaron todos pe­
para que cuando estuviera atontado por _el alucinógeno trificados cuando lo vieron avanzar entre las cuchilladas
firmara cualquier cosa. Pero le salió el tiro por la cula­ y abrazarse con el Chino Ramírez, que estaba peo.r que
ta: cuando le dio la lapicera y le puso el contrato en­ él de tanto vino que tenía encima. Daguerre lo besaba
frente, Daguerre empezó a gruñir. Fue Zimmerman el y le decía: "¡Hermano tigre! ¡Espíritu del Orinoco!". ¿Se
54 55
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

imagina la cara de ese borrachín cuando Daguerre se le la baja ele precio no sé para qué nos matamos, ya le dije
ech6 encima? Por suerte todo termin6 bien. Lo sacó mil veces que es pan para hoy y... , pero no quiere enten­
Kovasovitch, que desde que llegó el m�jicano no le pier­ der, y mi padre tampoco, que hay que ampliar hacia la
de pisada. siembra y el ganado. El viejo Weisburd ya tiene proble­
-Voy a empezar a creer en todo, incluso en que Rin­ mas y si con ese imperio lo acogotan, imagínate a noso­
cón del Diablo está maldito como dicen. ¿Vos pensás tros. De cualquier manera, vos dedícate al puente que yo
que esas habladurías tienen asidero? me ocupo de los eucaliptos conjulián y el Seco. ¡Así que
-Viendo a Daguerre le diría que sí, pero sé que su ca­ mirá vos! Daguerre se nos volvió loco.
so es exclusivo, por lo tanto prefiero dudar, no me es fá­ -Si el loco sólo fuera Daguerre no sería nada, hay al­
cil dejarme llevar por fantasías. Esa cuota de insensatez gunos que no lo parecen y son los peores. Ésos sí que
la encauzo por la lectura. dan miedo.
-Ojalá Paulita y Cristiano aprendan de vos, Cipriano, -¿Alguno que yo conozca?
no me gustaría verlos crecer sin esa dicha. Belinda trata _-En el pueblo hay algunos nuevos que en cualquier
de que así sea y suele ponerte como ejemplo. ¡Mirá, ahí momento van a dar que hablar. No le va a resultar difi­
está la ternera! Cortale el paso por allá que yo me encar­ cil distinguirlos, están al alcance de la mano, Braulio.
go de arriarla para los corrales. En cuanto terminemos Pero usted nació aquí, debe tener catalogado a todo el
de encerrar a estos animales, voy a podar el monte de la mundo.
entrada, el Seco y Julián se ofrecieron. Quiero que el sol -No creas, mi padre nos tenía medio encerrados a
se encuadre allí, sobre la galería. Sopla muy fuerte cuan­ Amalia y a mí. No quería que nos relacionáramos dema­
do viene del Oeste y a Belinda la pone nerviosa que se siado, él pensaba que los Carrascosa debían mantener
nos vuelen los manteles durante la merienda y todo se su lugar y los demás ... , ya sabés. Los patrones con los pa­
enfríe. ¿Vas a venir a darnos una mano? trones. Así que recién de grande me empecé a enterar
-Tengo que reparar el puente del arroyo. El día que de algunas cuestiones. No te olvides de que me pasé la
lo necesite no va a poder cnizarlo; las chapas que se usa­ mitad de la vida afuera, estudiando en Buenos Aires.
ron para hacerlo ya están muy podridas. Llevo a dos No digo que viví mal, aquello es otro mundo, pero si tu­
muchachos del aserradero que son bastante duchos, viera que elegir diría que esto es lo mío, aquí se disfru­
después me espera La Tablita, si usted no manda algu­ tan otras cosas. Lo peor es que quieren que hagamos lo
na otra cosa. mismo con Paulita y Cristiano, p<::co con mi experiencia
..:..Tenés razón, Morales me dijo que había problemas dentro de un clan me basta.
con esa planchada y mi suegro 1ne mata si nos atrasamos -Su suegro no piensa distinto, quizá por eso acepta­
con la entrega de guebracho, aunque con los rumores de ron con tanto beneplácito que ustedes se unieran; Y

5li 57
VÍCTOR HEREDIA

ahora que lo dice, entiendo que buscar alguna mttjer 7


afuera debe haber sido difícil para usted, at;nque Belin­
da bien vale el encierro. Perdone el atrevimiento.
-Está bien, Cipriano. Ésa es la verdad. Nos cliamos to­
cios como si fuéramos ptimos. Belinda fue pirt-: de mi in­
fancia y te aseguro que sigo enamorado desde aquella
vez que le robé un beso en una navidad. Mucho más aho­
raque la conozco como mttjer y compañera. Y la llegada
de Cristiano con su problema nos apretó aún más. Ese
chico tiene la facultad ele unir a las personas y sacar lo
mejor de cada una. Entiendo que tu cercanía te dio un
lugar ele privilegio en la familia, creciste con nosotros, to­
dos te vimos madurar y, aunque a mi padre y a mi suegro
no les guste, vos tenés tu lugar a nuestro lado. No sé a
qué locos te ref�rías antes, pero ésos y los dem,1s están -¡Cipriano!
detrás del alambrado. -Mande, Belinda.
-Gracias Braulio. Tómese algo. -Mi padre está reclamando los manuscritos que le
-De verdad, Cipriano. Te consideramos, y nuestros dC::jó Richard Quint. Dice q _ ue esas traducciones al cas­
hijos también. Ya lo ·sabés, no es nada nuevo lo que Le tellano son únicas y no quiere perderlas.
confieso. -¿Los cuadernos sobre Henry James?
-De mi parte es igual, no me quedó más familia. La -Exactamente .
vida es así, viene con seca cuando quiere y después se -Los tengo en casa, mañana si quiere se los traigo.
disculpa, Brat;lio. ¡Allá se escapa la guacha de nuevo! -Hágame el favor, no quiero tener un problema con
¡Siga con éstas, que yo la alcanzo! papá.
-¡Echale un lazo, yo te aguanto la tranquern! ¿Y esos -No se preocupe. ¿Pero por qué son tan importantes?
locos de los que hablaste? ¿Quiénes son? -Por la senciila razón ele que Richard es un amigo de
-¡Un día de éstos le cuento! la familia que tradujo esos cuentos y, como papá no sa­
-¡Tuteame, carajo!
. Tenemos'·casi la misma edad. be inglés, se los pidió prestados. Halmí visto que están
dedicados.
-¿Es ese gringo que vino el verano pasado y terminó
postrado en el cuarto que ocupaba el Seco?

!i8 59
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-Sí. Pero ese gringo, como usted lo llama, es profesor -No se preocupe, mañana las traigo. Braulio me en­
de literatura inglesa y está preparando un ensayo sobre cargcí que pase por el taller de Daguerre tem. prano, des­
Henry James para una editorial de Barcelona. Ojalá le dé pués de eso vengo para aquí.
el cuerpo al pobre. -¿Pasa algo con el Yacaré?
-¿Por qué? -No, Belinda. Braulio quiere que le afile los dientes
-Porque está enfermo, Cipriano. Muy enfermo. De a la motosierra y ponga en condiciones el motor. D\jo
hecho, no pudo soportar la humedad de esta zona y que va a podar los eucaliptos de la entrada.
ahora le pidió a mi padre que le mande ese trabajo a -Sí, algo me comentó. En lugar de eso tendríamos
Córdoba. Se refugió en el centro para tuberculosos que que poner un paravientos, hay días que no se puede e.s­
funciona en Cosquín. ¿Oyó hablar de ese lugar? tar en la galería.
-Lo único que sé de Córdoba es lo que leí en los dia­ -Pero es un lugar muy agradable, y Cúrtando algunas
rios sobre la llegada de los tripulantes del submarino ramas el sol va a pegar más fuerte.
alemán. ¿Usted sabe algo sobre eso? -Ya lo sé, Cipriano . ¿Y usted lo va a ayudar?
-No. Ni me interesa, Cipriano. Entiendo que son -No. Ayer mismo hablamos de eso. Yo tengo que en-
cuestiones políticas y trato de mantenerme apa_rtada. cargarme del puente del arroyo. Las maderas están po­
-La comprendo y acepto que, tan lejos como esta­ dridas y los camiones con los rollizos van a terminar de
mos de todo, es difícil sacar conclusiones. Pero volvien­ derrnmbarlo. Me dijo que con el Seco y Julián se arregla.
do al tema anterior, ¿usted me dice que esas traduccio­ -Llévese a Cristiano, le va a venir bien salir un poco.
nes son únicas? Mientras ustedes hacen lo del puente, se puede entre­
-Sí, Cipriano. Se las di a hurtadillas. Conozco sus tener pescando.
gustos y creí que podían serle de utilidad esos cuentos. -Lo que usted mande.
Fue un impulso que mi padre -dadas las círcunstan­ -Y no se olvide de los cuadernos esos.
cias- no comparte. Él le prometió a Richard que lo ayu­ Belinda se quedó un rato hasta que la figura ele Ci­
daría económicamente para que pudiera terminarlos. priano se perdió a la distancia. Después entró a la casa y
Su familia hizó algunas inversiones en Santa Fe aconse­ recorrió una a una las habitaciones. Se e.lijo que era pa­
jada por nosotros, y no les fue bien. No sé si son buenas ra comprobar el trabajo de Bríg·ida. Pero no se trataba
traducciones, pero él se siente obligado y Richard las pi­ de eso, la buena mqjer era tan eficiente que nunca en­
dió para terminar ele corregirlas. Pero dudo que pueda contraría nada fuera ele su lugar. Su recorrida era casi
concluirlas. melancólica. En el cuarto de Cristiano acarició los lomos
-¿Tan mal está? de la Enciclopedia Británica c¡ue Braulio le había-regala­
-Así parece. do cuando cumplió sus doce m"los, repasó b colcha con

60 61
VíC:TOR HERE.DlA
Rincón del Diablo

mano maternal y comprobó que todas las toallas estuvie­ el ramo y Melisa lo atajó en el aire? La cara de tu primo
ran dobladas y guardadas. En el de su hija Paula acom.o­ lo decía todo. Nunca llegaron a nada, ¿no?
dó las muüecas ele porcelana y se detuvo a mirar el -¡Yno porque Melisa no lo haya intentado! Lo traía
campo desde el ventanal, sin saber qué buscaba exacta­ de las narices al pobre Ignacio. Pero ése quería quedar­
mente. Yya en el suyo sacó uno por uno los álbumes fa­ se soltero y por mucho ramo que atajara Melisa ...
miliares. Su vida entera estaba allí, pero tuvo la sensación -¿Yvos?
de ser una extraña indagando en lo ajeno. Braulio la en­ -¿Yyo, qué?
contró con el rostro transido por la angustia, en medio -¿Estabas seguro de lo que querías?
de la cama y rodeada de fotograñas. -¿No se nota? Tenemos dos hijos maradllosos, Belin-
La nombró con ternura, con miedo de romper esa da. ¿Y vos? ¿Tenés alguna eluda?
suerte ele hechizo en el que estaba sumida. -Ninguna. Pero después de tantos años conviene
-¿Pasa algo, Belinda? preguntar.
-Supongo que no, pero es uno ele esos días en que Braulio se sentó a su lado y la abrazó tan fuerte co­
necesito confirmar que todo está en orden, ·que formo mo pudo. Cuando la vio sonreír la besó en la frente y le
parte de una realidad, Braulio. Estoy inquieta por algo tom6 el mentc:ín.
y no sé qué es. Recién caminé por la casa y al mirar por -¿Pasó?
la ventana ele Paula desconocí el campo. Tuve la sensa­ -Voy a preparar la cena y a decirle a Brígida que lla-
ción de estar en un sitio extraiio, yo misma me sentí me a los chicos. Yvos ponete la camisa azul. Vamos a te­
una clesconocicla. Me preguntaba si esta felicidad que ner una noche especial.
compartimos será duradera. A veces siento miedo de
eso, ¿sabés? Hay gente en este mundo que se extingue
sin conocerla, pero nosotros ... digo, ¿agradecemos lo
que el destino nos regaló?
-¿Estás bien, Belinda? ¿Es algo que yo hice sin darme
cuenta?
-No, Braulio. No es eso. Pero de pronto entré y sen·
tí un escalofrío, quizá este atardecer encapotado, el
campo enmudecido, el silencio de la casa y la ausen�ia
de los chicos... No es con vos, ni con nadie. Soy yo. No
te preocupes, ya se me va a pasar. ¡Mirá! Encontré las fo­
tos ele nuestro casamiento. ¿Te acordás de cuando tiré

62 63
Rincón del Diablo

8 Belincla contó entre sollozos que Braulio había perdi­


do pi'e mientras talaba un eucalipto y que la motosierra
se le cayó encima, cort<"í.ndole el cuello. También le ha­
bía arrancado buena·parte del cuero cabelludo. Uno de
los peones de La Mimosa hizo lo que pudo e improvisó
un vendaje, pero el corte era complicado y pei"día mu­
cha sangre. Fue inútil el esfuerzo de Zimmerman por
detener la hemorragia. Braulio Carrascosa murió a la
meclia 1,ora, en medio de estertores y pataleos. Di Paola,
alertado por algün comedido, llegó justo para ver el fi­
nal . Cuando entró, casi al mismo tiempo que Cipriano,
Belinda estaba sentada en una banqueta, absorta en el
pequeüo lago que se había formado bajo la mesa. Na­
Cuando Belinda Moliné llegó ese ;,;arclecer a Rincón die se atrevía a pronunciar palabra, hasta que Cipriano
del Diablo, su cara estaba desencajada. Había ludrnclo se quitó el chaleco y lo colocó piadosamente sobre el
más de dos horas para salir ele La Mimosa en medio· del rostro de Braulio.
aguacero y tenía adherido el barro del camino a sus ro­ . �Voy a avisar a su familia, Belinda -dijo Di Paola.
pas. El extraüo vehículo que había fabricado Daguerre -Pongan el cuerpo en la camilla, yo lo llevo -respon-
logró la hazaña c¡ue ningún otro podía igualar en una dió la m1!ier.
situación similar. Belinda aprendió a man<::jarlo para -Pero seí'lora... -intentó Zimmerman.
poder transportar ella misma a su hijo Cristiano hasta el -Cipriano me acompa11a. Nadie más.
pueblo cuando fuera necesario. Pero no era él quien se Di Paola y el resto vieron cómo la noche se tragaba
desangraba en la camilla y provocaba ese tumulto en h el extraño carromato. Atado a la camilla ortopédica iba
calle principal frente a la veterinaria, sino su marido. Braulio en su último viaje; Belinda y Cipriano eran dos
Braulio Carrascosa tenía un corte profundo a la altura sombras en la cabina. La lona de Fives Lilles, que cubría
del cuello y parecía agonizar. Lo b,�jaron, con evidente la caja del Yacaré, flameaba bajo un viento norte que �e
esfuerzo, entre un policía y Augusto Zimmerman, el ve­ había empecinado tras la lluvia.
terinario de Rincón del Diablo. Lo colocaron boca arri­ Al atravesar el puente que da sobre el arroyo El Man­
ba sobre una mesa de mármol, en me::clio del cacareo de: so, una vieja pasarela construida con palos de palmera y
un gallo de raza que, cuando encendieron las luces, restos de la planchada del Vit1;jero, un buque del que to­
creyó que amanecía. davía emerge su torreta en la curva del Monje, Belinda

64 65
ViCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

le pidió a Cipriano que pasara atrás. Él la miró con ex­ -Pobrecita Belinda, Seco. Y pobrecitos los hijos. Per­
trañeza pero obedeció respetuoso. Y mientras el Yacaré der a un padre a �sa edad no es nada grato, se me ocu­
vadeaba el fango del camino, convertido ahora en pan­ rre pensar en el mío. Un dfa dijo hasta luego y ya no lo
tano, dejó que saliera la cong�ja. Primero un sollozo le­ vi más hasta el velorio. Pero no hay vuelta de hoja, la de­
ve, casi inaudible, luego un ronquido grave y lento que cisión está más allá de nosotros. No queda más que do­
terminó en un g1ito que fue a clavarse en la oscuridad lerse por los vivos, de los muertos se encarga ella, para
del monte. Después el llanto sacudió sus espaldas a tal eso los reclama.
punto c¡ue Cipriano dudó un segundo. Pero siguió bajo -¿De quién estás hablando, Priano?
la lona, a los pies de la camilla, con la mano apoyada so­ -De la muerte, ignaro. ¿De quién más? ¿Se te ocurre
bre una de las botas de Braulio, que parecía asentir con alguna persona que quiera reclamar a un muerto?
la cabeza a cada barquinazo del ,vehículo. -Ni se me había ocurrido, pero me figuro que los fu-
A mil metros de la estancia, vieron las luces de las an­ nebreros, ¿no?
torchas y Belinda detuvo la marcha. -¡Callate, allá viene Belinda!
-No quiero que Paula y Cristiano lo vean así, sería -¿Ya está?
muy cruel para ellos. No en estas condiciones. Espere -Sí, Belinda. Ya está. Puede llamar a los chicos ahora.
aquí, voy a mandar al Seco y a Julián con otra ropa.
Mientras tanto aséelo un poco con lo que tenga a ma­
no. ¿Poclní encargarse mientras les doy consuelo? Y en­
caminó sus pasos hacia las luces que parecían acercarse
junto con el ladrido lejano de los perros.
Cipriano desnudó lentamente el cadáver de Braulio
y d�jó la ropa ensangrentada a un costado. Quizá miró
a su patrún con cierta melancolía, después desabrochó
el pañuelo de su cuello y lo embebió en el bidón de
agua que siempre llevaban en el carromato, el mismo
que en los días calurosos servía para alimentar el radia­
·dor. Pasó la improvisada toalla por la frente y el cuello
de Braulio para quitar todo vesügio de sangre, y en eso
se entretuvo hasta que el Seco se asomó por la lona.
. -No hubo nada que hacer, ¿no? Ya lo sabía. Cuando
vi el t,'tjo me di cuenta de que se moría. Pobrecito.

66 67
Rincón del Diablo

9 -Pero no me dijiste dónde fue a parar el cuerpo.


-Porque cuando consiguieron calmar a Manuel, el
cuerpo había desaparecido. Nadie vigila a un muerto
cuando hay otro duelo en ciernes. Lo buscaron tres
días con sus noches. Primero rastrearon por los alre­
dedores, después arn pliaron la búsqueda hasta la la­
guna ele Aguará, y nada. pesapareció. Un paisano que
cazaba víboras en los haii-.aclos contó una noche en La
Tablita que había visto a un hombre de las caracterís-
. ticas de Joaquín deambular cerca de la laguna. Dijo
que tenía puesta la misma ropa que usaban los del fe­
rrocarril pero que, cuando se acercó a preguntarle si
estaba perdido, el tipo escapó dando alaridos. Tam•
bién agregó que un frío intenso le recorrió el cuerpo
-Nunca me terminaste de contar qué pasó con el y que tuvo que sentarse un rato junto al fuego para
cuerpo de Joaquín Olivera, Priano. componerse. Esto pasó al mediodía. Después comen­
-No se sahe, comisario. Sigue siendo un rnistetio. tó que lo más extraüo sucedió al atardecer, en e. l mo­
-¿Pero no me dijiste que estabas ese día? mento en que los pajaros ·regresan a sus nidos y la la­
.-Sí. Pero fue todo muy confuso. Ya le dije que era guna parece incendiarse con las bandadas de jabirúes
chico y cuando vi el cadáver de Joaquín Olivera contra y flamencos. Esa vez las aves no remontaron vuelo co­
el árbol se me aflojaron las piernas. Después lo de.l hijo mo es su costumbre; se amontonaron sobre un 'bajío·
contribuyó a la confusión general: Manuel se fue contra pantanoso y allí permanecieron hasta que ei sol se
Carrnona, que todavía tenía el cuchillo en la mano, ocultó. Entonces, corno si les hubieran impartido una
mientras la gente se ernptüaba de un lado a otro. Unos orden, comenzaron a graznar y a chillar al unísono.
querían ver, otros se refugiaban por temor a ser heri­ Dijo, incluso, que se amontonaron muchas alimaii.as
dos. Creo que alguien gritó que agarraran a Carmona, para unirse al coro del bajío hasta que, como si otra
pero era innecesario, se veía que no tenía intención de batuta lo indicara, todos callaron, y el silencjo fue tan
dañarlo. Ya había asesinado al padre y respetó, a mi en­ duro y cruel que no pudo contener el llanto. Eso con­
tender, el dolor de Manuel. tó, Di Paola. Aunque no sé si tiene que ver con lo que
-¿Y la Sombra? a usted le importa. Pero el cuerpo de Joaquín sigue
-¿Otra vez? Ya le �onté esa parte... sin aparecer.

68 69 "'
VÍCTOR HEREDIA Rincón clel Diablo

-Bueno, teniendo en cuenta los años, será osamenta. -La muerte no es estúpida, comisario. Es. Tanto co­
-Eso digo yo. ¡No sé por qué se preocupa! mo la vida y más. Le da razón de ser a nuestros suei'ios.
-No es eso. Lo que más me intriga es la leyenda. No Nos hace finitos y nos obliga a apurar el paso para con­
puede ser que un cuerpo desaparezca a la vista de tan­ seguir aquello que anhelamos pero, a la vez, acecha en
ta gente y después armen un cuento como el de la Som­ cada recodo y espera el error, la distracción que gene­
bra. Es evidente que allí hay algo sobrenatural. rará su entrada triunfal y nuestra despedida. Braulio
-¿Usted quiere discutir otra vez, comisado? Después Carrascosa seguramente pensó, en esas horas terribles
no se ofenda si me opongo. de agonía, que no tenía sentido morir así, que no era
-Es que estuve analizando lo que pasó en tu casa y justo el resbalón que lo derribó de ese eucalipto, ni
no sé qué pensar, Priano. Pero si vos me decís que en tampoco la elipse que dibujó la motosierra para cortar­
cuanto agarremos a Carmona se termina el entuerto, le la yugular, con tanto espacio para caer como había en
habrá que buscarlo. ese monte. Braulio habrá escuchado el llanto de Belin­
-Pero ése es peor que una anguila, aparece y desapa­ da a lo largo del barrial cuando trataba de llegar al pue­
rece como Manuel Olivera. Hasta se habla de un pacto. blo para que lo salvaran. Habrá visto con desesperación
-¿Pero quié11 te entiende, Priano? ¿Vos no sos un que cada brizna de pasto, los lapachos florecidos , la lu­
hombre leído, un científico? na empecinadamente bella que persiguió al Yacaré has­
-¡No exageremos! Le dije simplemente que todo ta el pueblo, los caiiadones y los arroyos eran todo
tiene una explicación científica, no que fuera un aquello que amaba desde chico, y que nada cambiaría
científico. Y no le estoy dando áédito a las habladu­ cuando se apagara definitivamente. Que no pasaría na­
rías, solamente le digo lo que la gente comenta. Algu­ da extraordinario alrededor, pero él ya no estaría. Habrá
nos son vecinos de prestigio y, cuando se los escucha intuido la inconmensurable indiferencia de la naturale­
hablar de pactos con el diahlc>, a mí se me eriza la piel za y la tristeza debe haberle dolido más que su herida, Di
como a cualquiera: Y aun cuando trate de sobtepo­ Paola: la enorme Lristeza de saber que no es el mundo el
nerme, frente a su insistencia respecw de lo sucedido que desaparece sino uno. La muerte no es estúpida. Es
ya no sé qué pensar, estoy tan atónito como el hom­ exactamente eso que sucede cuando se presenta inexo­
bre muerto. rable: la oportunidad de amar con verdadera devoción
-¿CwH hombre muerto? ¿Otro crimen misterioso? )' en unos pocos segundos todo aquello que a veces se
-No, Di Paola. Un cuento de Quiroga que conté en desdcii.a en la salud. Lo que uno considera fúlil, tan
La Tablita la noche posterior al accidente de Braulio. simple y convencional que no se valora. La muerte le da
-¡Qué feo!, ¿no? ¡Qu.é muerte estúpida para un Ca­ senLido a la vida.
rrascosa! -¿Y el cuento de Quiroga? ·

70 71
Víc:TOR HE.REDIi\ Rincón del Diablo

-Acabo de contárselo. Cambié el machete por una -¡Mirá vos! De peón a instruido y de allí a domador.
motosierra. ¿Y eso?
-So.� entreverado, muy entreverado, Priano. Y duran­ -Por lengua larga. Belinda quiso hacerle un regalo
te el vi,tje a La Mimosa, ¿Belinda te comen t6 algo? a Paula para sacarla ele la angustia por la muerte del ·
-Poca cosa. Estaba destrozada, eso puedo asegu­ padre, y yo le hice acordar que en uno ele los potreros
rárselo. había una yegua chúcara, blanca como la nieve. En­
-¿También estuviste en el entierro? tonces me pidió que la domara. Apenas la monté sa­
-Sí, fui uno de los pocos, fuera de la familia, que es- lió disparada para el a_lambrado y allí se espantó peor
tuvo presente. Ella no quería montar un espectáculo que mtecl la noche del rayo. Me sacó por el cogote
para la gente del pueblo. con apero y todo. Pegué contra uno ele los postes. Al
-¿El viejo Carrascosa? principio pensé que me había descaderado, pero me
-No fue. Dijeron que estaba en París gastando plata. pude enderezar. Volví a mc)ntarla y después de dos· o
Lo.s padres de Belincla le mandaron un telegrama, pero tres corcovos se entregó. Pero me cle,ió este recuerdo.
no sé si ya está enterado. Ayer, cuando terminé de acomodar los libros que te­
-No se llevan bien las dos familias, ¿no? nía que devolverle a Belinda, me dieron ganas y de,ié
-Creo que tienen problemas con el matadero y la fá- roja la chata.
brica de tanii10. El viejo Moliné le puso contadores a -¿Usás chata?
Carrascosa y eso significa que tiene alguna sospecha. -¿Qué quiere, que salga al pozo de noche en medio
-¿De qué? de la escarcha? El rayo hizo añicos el techo del ba110 y
-De que le están robando, comisario. ¿Qué otra cosa? lo tengo tapiado.
-A mí me dijeron que unos meses atrás se entrevistó -Che, ¿y Belinda te sigue dando clases?
con Vasena cuando vino a cazar jabalíes. -Es cosa mía, comisario. No se equivoque.
-Puede ser. Pero prefiero no enterarme. -No te hagás el melindroso.
-¿Esta noche vas a La Tablita? -Es que cuando usted pone ese tono, huele feo.
-:-Le debo una a Remigio, el sábado pasado me que- -¿Querés que volvamos al piincipio y te meta adentro?
dé arreglando el techo. Casi seguro voy, ¡si no me para -Ustedes los milicos no pueden olvidarse ele lo que son.
el riñón! -¿Y qué somos?, seré curioso...
-¿Estás enfermo? -Milicos. Eso son. Milicos.
-Ayer oriné sangre. Pero es un resabio de la caída -Deberías sentirte orgulloso de tratar con uno. No
que tuve en el potrero de los Moliné con la yegua que puedo hablar de cuentos ni de .esas boludeces a las que
domé para Paula, la hija de Belinda. te dedicás. Pero de lo que sé, te empacharías.

72 73
Rincón del Diablo
Ví<:TOR HlrnEDIA

primero fueron batidas experimentales y, como dicen


-No sé a qué se refiere.
ustedes, de reconocimiento. Fontana perdió un brazo
-A la gesta gloriosa de los que hicieron grande nues-
cuando peleó en La Cangayé, en su afán de abrir una
tra patria y le dieron la posibilidad a tipos como vos de
picada desde Resistencia a Salta y formalizar el Chaco
estar aquí sentados rascándose el culo. Los que defen­
como provincia. Le metieron un lanzazo en un enfren­
dieron a colonos y campesinos de los malones y ofren­
tamiento con los tobas. No tuvieron pruritos con la ma­
daron sus vidas. A eso me refiero.
tanza. Después mandaron a Benjamín Victorica, cuyo
-¿Y por qué no me cuenta? Sería bueno tener una
jefe ele estado mayor era Obligado y pr<'!tendía empar­
opinión objetiva.
dar el éxito de Roca en el Sur. Más adelante, aquí no­
-¡Cómo no! Un día, con tiempo, te entero de todo
más, en Santiago del Estero, por el río Tapengá marchó
lo que hizo Manuel Obligado por esta zona.
Uriburu y, después de él, el coronel Blanco. No deja­
-¿Y ahora por qué no?
ron toldería en pie. Hombres, mujeres, nii'ios y ancia­
-Porque no se me canta.
nos fueron asesinados. Eran personas, Di Paola, del gé­
-Le voy a aclarar algo para cuando venga a darme su
nero humano, hermanos nuestros. Due110s. Preten­
lecci®n de historia: Obligado no era un mal tipo. De
dían defender sus tierras de lo que consideraban una
acuerdo con sus opiniones, al indio había que darle la
invasión. Ocuparon sus territorios sin pedirles permiso
posibilidad de acercarse, "tolerarlos sin hostilizarlos",
y, cuando reaccionaron contra los pobres colonos, que
eso decía exactamente. Pensaba que ellos y sus descen­
tampoco sabían a qué se enfrentaban, los masacraron
dientes podrían llcga1� incluso, a formar parte de los
en nombre de la civilización. Lo espero cuando quiera
habitantes pacíficos ele la Argentina y así integrarse pa­
con su lección de historia, pero si hoy al volver a su ca­
ra llegar a ser buenos obreros e industriosos mecáni­
sa encuentra a un extrniio metido en su cama, piense
cos. Una mirada paternalista, �i me permite la opinic:ín,
en los magnánimos civilizadores y antes ele quejarse o
pero ciertamente opuesta .a la de quienes clamaban
echar mano al revólver pregúntele si está cómodo. Qui­
por el exterminio. Como le dije antes: milicos son mili­
zá se haya metido allí para darle una mano.
cus. ¿Qué quiere decir esto? Sencillo, Di Paola: que aun
-¡Lo coso a tiros!
cuando Obligado disintiera de las órdenes emanadas
-Como verá, es difícil aceptar que vengan otros a dis-
de I gobierno nacional, tenía que aceptar todo Jo que
_ frutar de lo que es nuestro.
ba_¡aha de su Comandante en Jefe, Domingo Faustino
-Al final tienen razón los que te acusan de anarquista.
Sarmiento. Un francesito que lo único que quería es
Dejá de leer que vas a terminar empalado como los indios.
que nos pareciéramos a Europa. La prueba me la da la
-No se equi�1oque, comisario. Pensar no hace mal,·
realidad. Los masacraron. En mil ochocientos setenta y
cura el insomnio.
nueve comenzó a acrecentarse la actividad del Ejército,
75
74
Víc:TOR HEREDI,\

-¿Y entonces por qué no te vas a dormir y


me clejás
de joder? 10
�Como usted quiera, pero no se olvide
de que me
debe una lección de historia.
-¡Renegado!

Belinda acaba de sentarse en la galería del casco ele La


Mimosa. Una ventisca impulsa las puntas del mantel ha­
cia arriba y hace peligrar los papeles que su empleada
acaba de llevarle. Debe recordar, seguramente, que mu­
chos años atrás Braulio discutió con el arquitecto y juró
que no le importaba una que otra tormenta, ni ese vien­
to hurm10 y seco que suele soplar desde el Oeste y zaran­
dea peligrosamente los eucaliptos en otoño. Insistió en
ubicar la galería en ese lugar y la transformó en el cen­
tro de las reuniones familiares: "Es bueno saber de dón­
de \�ene el viento, Belinda. Y desde aquí se ve la entrada.
Lo vas a agradecer cuando llegue la época de lluvias. Qui­
zá del otro lado sea más reparado, pero esta parte se va a
secar más rápido. ¡Y en verano ni te cuento! Cuando cai­
ga la tarde en medio ele esos eucaliptos, será una gloria".
Recuerda que consintió y, de alguna manera, se sien­
t,e culpable. Piensa que ele haberse opuesto entonces, el
76
77
VíC:T()R HEREDIA Rincón clel Diablo

accidente no hubiera ocurrido. También tiP.•�.::: :·:-.!,: ,. , don Ernesto que me haga un alero, allí es más reparaú.u.
Es un sentimiento ambivalente el que la contraría. De­ La espero en el dormitorio...
plora recordar. Porque no encuentra una razón since­ Colocó sobre la mesa de luz la correspondencia y la
ra para hacerlo. Salvo el rencor. Y entiende que pierde casualidad quiso que aquel sobre, cuya letra tanto cono­
sentido la minuciosa revisión de viejas escenas, puesto cía, quedara encima de todos los demás: "Estimada Be­
que no pueden modificarse. Pero insistirá también en linda". Abrió de un golpe la carta, quizá temiendo una
imaginar, en una lucha absurda contra las leyes del áni­ despedida y se acercó a la luz:
mo, que la rama no se quiebra, que la sierra cae hacia
otro lado y que pronto saldrá de esa pesadilla en la que No se puede olvidar cuando uno quiere.
Braulio se desangra entre sus brazos. Así suelen ser La memoria es un pez de escamas duras,
ciertos lutos. Luchará con su resentimiento hasta caer puede dormir como si hubiera muerto bajo el fango.
en la cuenta de que es su fragilidad lo que la enerva Estarse quieta en la melaza del légamo sombrío
cada vez que se sienta allí. Esa suerte de alivio que ri­ y congelarse allí toda una vida,
ge su vida desde entonces y al que se niega con temor. para parir un grito despiadado
Con aflicción. cuando menos queremos que respire.
-¡Brígida! No pretendan matarla, es invencible,
-¡Sí, seiiora! se alimenta de lágr imas y penas.
-Llame aJulián y al Seco para que nos ayuden a lle- Nos vendrá a visitar día tras día.
var estos sillones al otro lado.
-No sé si al... Todavía con el sobre en la mano salió a la tarde ven­
-¿Qué iba a decir, Brígida? tosa. Buscó inútilmente entre los caballos de los peones
-Nada, sefiora Belinda. Pero al se11or Braulio le en- el ele Cipriano, pero no estaba allí. Cuando decidió re­
cantaba ... gresar, se encontró de bruces con el Seco, que arrastra­
-Al se1i.or Braulio lo enterramos hace seis meses, ¿no ba las sillas hacia la salida de la cocina.
recuerda? -¿Y Cipriano?
-¿Quiere que los llame ahora? -la mucama baja los -¿Quiere que se lo llame , patrona? Está en el galpón
ojos, acaba de ver los de Belinda. ele atrás.
-Sí, Brígida. Mafiana no sé si seré capaz. Y vamos a sa­ -Dígale que venga.
car la ropa y las botas y las cosas del baño también. Hay Cuando la figura del hombre se recortó en el marco
gente a la que le vendría bien todo eso. Que lleven la de la puerta, sintió una extrafia calma.
mesa y las hamacas frente a la cocina, voy a encargarle a -¿Qué es esto, Cip1iano?

78 79
VÍCTOR HEREDIA Rinr.ón clcl Diablo

-Un poema, Belinda. Se me ocurrió que le haría a mi padre. ¿Se anima? Usted tiene buen ojo para eso.
bien leerlo. Paulila está feliz con la yegua. Necesito cuatro mulas pa­
-¿De dónde lo sacó? ra el monteciti) que vamos a talar en la aguada VÍ<':ja.
-De algún libro, Belinda. Ahora no recuerdo. -Delo por hecho.
-¿Acaso le di yo ese libro? -Respecto de Braulio.. , Usted estuvo con él unos
-Me lo debe de haber dado, patrona. Lo memoricé días antes de su accidente...
y lo escribí esta semana en que la vi Lan... abatida. -Es verdad, se había perdido una de las terneras y sa­
-¿Julián y el Seco saben de esto? limos a buscarla más allfi del bañado.
-No, Belinda. -¿Le hizo algún come11tario?
-¿Y usted, qué hacía en los galpones? -¿Sobre qué?
-Me pidió Brígida que cargara lei'la para esta noche.
' -En general, sobre los chicos, yo. No sé... ¿Alguna
-¿Y el alambrado de la picada? ¿Quién se está encar-
cuestión que lo tuviera preocupado?
gando?
-En absoluto, Belincla. Hablamos ele cosas sin impor­
-Ya me iba para allá, no se preocupe. tancia. Yo le estaba diciendo que la literatura me había
-¿Ya terminó de arreglar el techo de su casa?
redimido de la eslupidez y que ese sentimiento se había
-Casi.
trocado por el ele la inocencia frente a la realidad. Algo
-Bueno, termine primero en la•pícada y después tóme- así. Braulio era un excelente ser humano.
se los días que necesite. Yo conJulián y el Seco por ahora -Tuve un sue110, Cipriano. Hace tres noches se repi­
me arreglo. Y búsqueme ese libro, me gustatÍa tenerlo. te, un sueño recurrente, donde Braulio me suplica que
-Creo que salvo uno o dos se los devolví tocios, fue le encargue a usted el cuidado de nuestros htjos. Me da
justo después de... pudor decírselo así, ya que sé que no es Braulio quien
-Fijese. Me gustó mucho. lo pide: es mi cabeza la que funciona ?e esa manera y,
-Voy a revisar en los escombros. En una de ésas que- tal como están las cosas con mi familia, no veo otra po­
dó alguno. sibilidad. No pretendo que oficie de padrino, pero Pau­
-¿No sacó los escombros todavía? la y Cristiano están muy acostumbrados a verlo por
-En eso estamos. Pero lleva su tiempo. aquí. No se nos vaya a ir ahora que...
-Ni que lo diga. ¡Ah 1 ¿Me puede hacer un favor la se-
-No se preocupe, esa idea no está en mis cálculos
mana que viene? por el momento. Estoy bien como estoy, no necesito na­
-Lo que mande. da más. Las penurias unen a la gente y en nuestro caso
-Hay una venta en Sunchales y eso lo hacía Braulio. compartimos algunas. Por otro lado, sus hijos son en­
Yo no sabría ni por dónde empezar y no quiero pedirle cantadores. Aquí voy a estar.

80 81
VÍCTOR HERIWIA

-Bueno, vaya y... gracias. 11


-¿De qué? Si no 1-�ice nada tocla•,ía,
-Gracias de todos modos. ¡Ah, Ciprianol
-Mande, Belinda.
-No se vaya a olvidar de las mulas. Mañana venga a bus-
car el dinero. Quizá sería bueno que Cristiano lo ácompa-
11e. Para que salga un poco de este encierro, ¿le parece?
-Delo por hecho, que lleve la caña también. A la vuel­
ta me quedo unos días con él en el rancho de Sosa,
pruebo las mulas y veo qué pasa con el alambrado del
puestero ese, se nos está yendo algún ganado por allí.

-Hay alguno que anda que1ienclo jodernos a tocios, co­


misario -Remigio Alderete tiró una bolsa sobre el escrito­
rio de Di Paola, que trató ele ocultar la botella de ginebra
c¡ue io había acompaiiado toda esa noche, sin lograrlo.
-¿Y eso? -dijo el policía arrastrando las palabras.
-¿Usted está chupado, comisario?
-No me cuente las costillas, Remigio. Vayamos al gra-
no -y se1ialó la bolsa.
-Lo encontré esta maüana debajo ele la cama de la
Chupona.
-¿Qué tiene?
-Una faja colorada y una cuchilla.
-¿Y a mí qué me viene ... ?
-Se las mostré a Cipriano y, por las iniciales, dice que
son de Carmona.
-¿No las habrá dr=:jado... la última noche que estuvo
en el local? -apenas podía hilar sus pensamientos.

82 83
ViC:TOR I-I1!:REDl1\ Rincón del Diablo

-¡No me_joda! Reviso cada día para que esas desgra­ caso de Laura, por in Lerés y aburrimiento. No debe ser
ciadas no me roben. Son capaces de esconder un muer­ sencillo aceptar que un borracho se les meta e·n la ca­
to b�jo una estampita. ¿Quiere enterarse de algo? Lau­ ma y les eche a la cara la resaca. Pero a mí qué me im­
ra Rípole cobraba un sobreprecio }' guardaba la plata -porta, son sus problemas. Yo estoy para cuidar que nrJ
en el respaldar de bronce de la cama. Me lo cont6 el las lastimen}' que trabajen confiadas. Les aseguro el di­
cornudo de Paulino, que en paz descanse, una noche nero a fin de mes. Por eso me subleva que quieran pa­
en que ella no quiso atenderlo. Debe haber sido la única sarme. Si al fin de cuentas, las trato como un padre.
venganza que se tomó el pobre infeliz. No se imagina -A mí, si me permite una infidencia, me gustan las
la cara de esa cualquiera cuando desenrosqué la bocha mocosas. Cuando estoy sobrio -cosa que evidente1r1en­
y saqué los rollos de dinero. Se puso pálida y empezó a te no sucede hoy-, pocas mlueres me llaman la aten­
balbucear que era parte de la venta de un collar de per­ ción y, con su perdón, las vi<jas que tiene ahí están
las que le había regalado Paulino para su casamiento. méÍS secas que sapo aplaslado. Pero si me pongo una
Le dije que era una zorra y encima ladrona. ¿Y sabe botella me transformo, soy capaz de cualquier tonte­
qué hizo? Me empezó a manosear y a decirme que lo ría por un virgo. Pasto tierno para burro viejo. Ya tu­
compartiéramos. A mí, Di Paola, que nunca toqué a ve un problema en Santa Fe con una nena que traba­
ninguna de estas magdalenas por respeto a mi querida jaba. en casa.ele mi cuii.ada. Trece aii.itos. ¿Se imagina?
Eulogia, que descansa a tres metros de Paulino. No sé Yo siempre un duque, aunque crucé algunas miradas,
cómo me contuve. pero un duque. Fue para una navidad, estábamos me­
-Pero se tentó un poco. ¿Ah? -la somisa dejó entrever dio en pedo tocios y yo salí al patio a tirar unos cuetazos,
el pequeño hilo de baba que asomaba por sus comisuras. ella vino a ver y me saqué. Me pareció que también
-Como para no tentarme, comisario. ¿Usted vio quería. Potranquita ... Después lloró como una loca y
qué linda est,'í? Pero sigo fiel a mis preceptos. Donde me acusó de abusador. No le voy a negar que me cos­
se come... tó un poquito convencerla, pero metido como estaba
-¿Usted nunca... ? había que seguir. ¡Pija parada no tiene conciencia!
-LJam,'ísl Soy el patrón, el alcahuete, lo que quiera. Por suerte arreglamos todo en familia y la saqué bara­
Pero si me perdieran el respeto, estaría perdido. Y ésa ta. ¿Pero quién me quita lo bailado? Si llega a apare­
se salvó de que la ponga de patitas en la calle porque cer alguna de estreno avíseme, para eso soy mandado.
1inde. Si dejo de hacer cuentas, ni lo pienso. ¿Trajo lo mío?
-¿Y cómo las engancha? -Por supuesto. Y, ¿no va a mirar la bolsa?
-No soy yo, es la vida, Di Paola. Las empltja a veces -Déjeme ver -y con evidente esfuerzo asió la tela de
con su miseria, otras con la desilusión o, como en el arpillera.

84 85
Vlc:ToR Hlmrr.o1A Rincón del Diablo

Las cosas de Carmona estaban allí, pero Di Paola no veces en mi boliche y no me gustaría cruzarlo en ningún
se atrevía a tocarlas. ·Así que agarró uno de los extremos otro lado. Es un mal bicho. Recuerdo que una noche se
y la levantó para que el contenido se precipitara sobre trenzó con Gramajito, un chacarero que tenía naranja­
su escritorio. En ese preciso momento, pareció enten­ les a diez kilómetros de aquí. Fue por una cuestión de
der que la daga se desplomaría de punta, pero no alcan­ turnos con la Chupona: que me toca a mí, que yo esta­
zó a refrenar el gesto. Al tiempo que todo caía se echó ba primero, lo de siempre. Sacó la faca y le tajeó el som­
hacia atrás en la silla. La cuchilla pasó entre sus piernas brero. Le partió el ala al medio. Gramajito era esmirria­
e hizo un ruido secó al clavarse e� la madera del piso. do y parecía poca cosa, pero no se quedaba atrás con la
-¿Vio eso, Remigio? Si no me echo hacia atrás me charrasca y ahí nomás se le plantó: se envolvió el poncho
corta los huevos. en el brazo izquierdo y le escupió la jeta. ¿Y sabe qué hi­
-Me parece que estamos un poco afectados por to­ zo Carmona? Bajó la cabeza como si se estuviera entre­
das esas historias ele Cipriano, comisario. gando y le clavó el cuchillo hasta el hueso en un pie.
-Puede ser, pero casi me capa. Después lo cagó a talerazos. Gramajito estaba en un gri­
-Y, si me disculpa, me parece que Cipriano tiene al- to y sangraba como un chancho allí clavado. Pensé, w­
go que ver. dos pensamos, que iba a achurarlo, pero en lugar de eso
-¿Por qué lo dice? le cortó faja y rastra y lo cl�jó en calzones. Después se
-Porque se la pasa contando fábulas sobre apareci- metió al cuarto de la Chupona para hacer lo suyo tran­
dos y tiene a medio pueblo convencido de que ese tal quilamente. Al rato salió y desapareció. Gramajito vol­
Carmona y su amigo Pertusi buscan a un tipo que hizo vió a buscarlo noche a noche, pero nunca se cruzaron.
un pacto con el diablo. Como al año, alguiei1 avisó que había un estaqueado en
-A él también le pasan cosas extra11as, soy testigo de el camino que lleva al campo de los Krueguer, usted ni
una. ¿Se enteró del rayo sobre su casa? -sus ojos busca debe conocer a esos dos ermitaúos. Nos fuimos para
ban un horizonte inexistente donde apoyarse. allá con Zimmerman, que se ofreció a acompaúarme.
-Aquí caen rayos cada vez que hay tormenta, eso no Ahí estaba Gram<1jito, medio comido por- los caranchos.
me parece raro. Lo único e:xtra110, aparte de la muerte, claro, era que
-¿Y si le dijera que después del relámpago vimos a en la frente tenía grabado algo que nunca pudimos des­
Manuel Olivera con Pertusi y Carmona desnudo, en cifrar, porque ya había empezado a descomponerse y
medio del camino? estaba medio desfigurado por los bichos. Nunca tuve
-Tampoco. Ésos a mí no me meten miedo. En princi­ duelas: fue Carmena.
pio, dudo que existan, ni yo ni nadie en este pueblo se -¿Y por qué piensa eso?
acuerda bien ele ellos. De Carmona sí, a ése lo vi varias • -Porque era el t"mico enemigo que se le conocía.
86 87
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-Pero eso no aclara nada sobre la discusión que sos­ escuchó decir en La Tablita cuando lleg6 esa noche a
teníamos, m'hUo, ver a la Chupona, la que dicho sea de paso nunca se
-CIar acuerda con quién se encamó, borracha como suele es­
_ o que sí,_ Carmona lo mató a cuchilladas·, no
con maldiciones. tar, bendita sea. Ahora bien, tomando en cuenta que
-¡Entonces la maldición me cayó a mí, que lo vi pa- Carmona ya una vez le perdonó la vida a ese muchacho,
sar en bolas acornpai'lado por Olivera y Pertusi! me pregunto, ¿por qué matarlo ahora y repartirlo a lo�
-¿Lo está diciendo en serio? cuatro vientos? ¿Carmena es estúpido?
-Bromeo, pero la procesión va por dentro. -Supongo que debía estar preocupado. Era cons­
-¡Pero me extraii.a en usted, un hombre fogueado! ciente ele que Manuel lo perseguía para vengar la muer­
-¿Y si agregara que parecían flotar en la lluvia y que te de su padre. Lo que no me cierra es por qué Carmo­
todo pareci6 silenciarse como la noche de la Sombra? na se arriesg6 a salir a campo abierto. Lo cierto es que
-y un sonoro pedo pareció reafirmar sus suposiciones. nunca m,ís se lo volvió a ver, ni tampoco a Pertusí. Yo
-Insistiría en lo mismo: estamos afectados, influen- también estoy intrigado, Di Paola. Pero todo indica que
ciados por estúpidas leyendas y hay alguien que quiere allí hubo alguna muerte. Y si quiere una opinión, el
sacar provecho de esto. Hasta mi perro se daría cuenta muerto fue Manuel Olivera.
de eso. Pero vamos al punto._ ¿Por qué no busca y mete -¡Su madre, Remigio! ¿Cómo lo sabe? ¿Alguno en es­
presos de una vez a esos tipos? te pueblo me podría decir dónde está el cuerpo de Ma­
-Primero, porque como verá, hoy no estoy en condi­ nuel Olivera? ¿De qué murió? ¿Por qué razón todos pre­
ciones; Carmona mató a Joaquín Olivera en legítima de­ suponen que lo acuchillaron igual que a su padre?
fensa y eso sucedió hace más ele quince afios. Para col­ ¿Qué es éste? ¿El pueblo de los cuchilleros? Usted viene
mo, el cuerpo nunca apareció, según me dicen. Y si no y me trae una bolsa con la daga y la faja de Carmona, lo
hay cuerpo, no hay delito. Del crimen cie Gramajito, del acusa del asesinato ele un tal Gramajillo, Gramillo o co­
que acabo de enterarme, ni hablar, es una presunción mo mierda se llame el estaqueado ese, sin presentarme
suya. Segundo: no sé dónde carajo están Carmona y su pruebas, se pone suspicaz y me sugiere que soy un ca­
amigo Pertusi, y tal como usted dice no los conozco, ni gón o, al contrario, u11 creyente de las santas aparicio­
tampoco a Manuel Olivera, salvo esa ... aparición fantas- nes que inventa Cipriano.
.. magórica de la que fui testigo con Cipríano Airala. Pero -De las santas no, Di Paola.
en cuanto me tope con alguno de esos tres, fantasmas o -,-¿Y de cuáles, entonces? ¿A usted le parece que ten-
no, tendran que dar explicaciones, eso se lo aseguro. go que creerle a cualquiera que me presente un caso, y
Por otra parte, el que prometió que buscaría a Manuel salir a los tiros? Ya me degradaron una vez por equivo­
Olivera hasta encontrarlo fue Carmena. Cipriano se lo carme mandándome a este pueblo de mierda. La única

88 89
ViCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

limosna que recibo es la porquería que me paga usted -Será, porque labios le sobran. Pero lo que puedo
por su boliche inmundo. El resto se lo llevan los patriar­ asegurarle es lo del torniquete y la voltereta, Aúllan
cas y el gobierno. Y yo tengo que salir a la lhh:l:: :: ;:--::::­
seguir fantasmas con un testigo que recita versos y habla -¿Pero no le dicen la Chupona por la boca?
de filosofía y no sé qué... -Creo que tiene una confusión. Lo que la hace espe-
-Perdone, comisario. No fue mi intención. Pero us­ cial es otra cosa, acabo de sugerirlo.
ted acaba de quejarse de .lo que hizo el cuchillo de Car­ -A mí no me sugiera, no entiendo medias tintas. Há­
mona y defendió con argumentos lo sucedido la noche bleme claro y como un hombre, can�jo. Parece una in­
del rayo en casa de Cipriano. glesita tomando el té a las cinco. ¡Diga!
-Tiene razón, pero si usted hubiera estado allí... -Lo hace con el culo, agarra y aprieta, suelta cuando
¡me cago en Satán! Ahora, ¿quiere saber algo? El úni­ baja y vuelve a apretar cuando sube. Después se da una
co que me aconseja que piense y conserve la calma es vuelta y queda mirando hacia los pies del tipo y tira ha­
justamente quien usted acusa de inventar rumores: Ci­ cia ab�jo en el momento preciso: la voltereta. Ahí em­
priano. En el mismo momento en que su casa se venía piezan los aullidos, cuando el hombre larga las cabras
abajo y esos tres... no sé cc:ímo llamarlos, flotaban en el ella lo chupa como si fuera con su boca. ¿Está claro?
aire, me dijo que para todo hay una explicación cientí­ -¡Clarísimo! Esta semana no le cobro, pero me la tie­
fica. ¿Sabe lo que pienso? Que usted no tiene ninguna ne que mandar toda una noche. ¡Hoy mismo, si se puede!
simpatía por Cipriano porque le dislrae a la gente en
el boliche y gana menos dinero con süs putas. Sea co­
mo sea, esto me está haciendo mal, Remigio. Tengo
palpitaciones y ya no duermo_ d.:: noche, por eso nece­
sito emborracharme. ¿Le puedo pedir un favor? Vaya y
escuche. En cuanto tenga algo interesante, venga y lo
vemos juntos. ¿Estamos?
-Seguro, comisario.
-Y. .. la Chupona... ¿Es cierto lo que dicen?
-¿Respeclo de qué?
-De sus habilidades, m 'hUo, ¿De_ qué va a ser?
-¿Del cuento del torniquete y la voltereta y todo eso?
-Y de la boca. Eso me interesa más que cualquier
otra cosa, Remigio.

90 91
Rincón del Diablo

12 b,�jc'> del barco, ya que nunca se encontró con el tele­


grama que le avisaba de la desgracia; las fotos de sus an­
danzas y, por último, el hecho de haber dilapidado en
poco menos de tres meses la mitad de una cuenta que
tenía con su mujer en el Banco Francés del Río ele la
Plata. Cuando llegcí, ni siquiera pudo extraer lo nece­
sario para el pasaje ele avión que, finalmente, lo depo­
sitó en el Chaco, merced a un préstamo que le hiciera
su buen amigo· Santiago Van Peborgh, con quien se ha­
bía asociado aii.os atrás.
Pero lo que cimentó el escándalo fue el pedido que
hiciera a la Justicia para exhumar el cadáver de su hUo,
basado en la sospecha de un crimen por encargo. Una
maniobra que terminó por devastar las relaciones, ya de
El regreso de don Eusebio Carrascosa a Rincón del por sí tirantes, con Aurelio Moliné.
Diablo estuvo signado por el escándalo. Su estadía en Sus influencias con el poder hicieron que la denun­
París había sido la comidilla de la pren�a en Buenos Ai­ cia prosperara, y el cadáver de Braulio Carrascosa fue
res. Incluso la revista El Hogar, dedicada a los graneles exhumado. Salió para la morgue judicial del Chaco un
temas nacionales, no pudo evitar una nota irónica al enero tórrido y lluvioso, en medio del renovado do­
respecto. La foto, aunque pequei'la, lo mostraba en me­ lor ele Belinda y de su suegra -la ofendida Eugenia
dio de varias coristas del Moulin Rouge con una copa Pringles de Carrascosa-, que lo consideró una afrenta
de champagne en la mano. La mayoría ele los terrate­ al descanso eterno de su hijo y escupió e insultó a su
nientes argentinos p'asaba -por allí de camino a los casi­ ex marido frente a la prensa congregada en Rincón
nos de la costa francesa, donde eran famosas las fran­ de Diablo.
cachelas en las que el dinero criollo levantaba polleras Ése fue, en contraposición, uno de los momentos de
y descorchaba decenas de botellas de Dom Perignon. mayor gloria de Cipriano Airala. La insólita cantidad
Lo que nunca se hubiera imaginado don Eusebio fue de periodistas y personalidades que había convocado
que su esposa lo recibiría con las cerraduras cambiadas el escándalo hizo que La Tablita se transformara en el
y un telegrama de divorcio. centro obligado de atracción nocturna. Ni corto ni pe­
Se conjugaron varias cosas para semejante recep­ rezoso, Remigio contrató al dúo de guitarras "Los del
se
ción. La muerte de Braulio, de la que enteró apenas Salado", que tenían un relativo éxito en la radio, para

92 93
VÍCTOR HC:REDIA Rincón del Diablo

que animaran el local; llevó un co1�unto de bailarinas en el Golden Hind sentado sobre sus tesoros, o John
eróticas desde el mismísimo Pigalle de Buenos Aires y Franklin recibiendo la insignia de Sir de manos de la rei­
renovó el avejentado plantel de putas, incluida la Chu- · na de Inglaterra. Y volvía a ser indubitablemente Mar­
pona que, ofendida por la decisión y a modo de protes­ lowe, convocando a los romanos y sus trirremes, en me­
ta, se paseó desnuda por todo el pueblo con un cartel dio de una tempestad que parecía desguazar el techo de
que provocó varios divorcios: "Al único que me falta bovedilla sobre la audiencia. Y la helada planicie del Po­
chupársela es a don Kovasovitch". Debajo de sem�jante · lo Norte entraba agazapada para congelar los pies de
aseveración detalló, con nombre y apellido, el dinero esos incrédulos, que se rendían hipnotizados al influjo
que le debían algunos clientes por cada servicio extra. de esas historias. Durante siete meses, el pueblo vivió su
La única que quedó de las primitivas fue Laura Rípole época más bulliciosa, los comercios florecieron y los asa­
ya que, aprovechando sus dotes naturales, había agre­ dores ahumaban las esquinas ofreciendo a los visitantes
gado un cuadro artístico: acompañada por un acor­ una romería colorida y aromática.
deón y envuelta en sugerentes transparencias, entona­ Hasta que un día, la Cámara de Primera Instancia dic­
ba guaranias y boleros con tolerable afinación. tamin6 sobre el cadáver de Braulio Carrascosa e incrimi­
Pero el que se llevaba los aplausos más cerrados era ncí a Belinda Moliné y a Zimmerman, el veterinario, por
Cipriano. Su presentaci6n era la más esperada. Los días no haberlo asistido adecuadamente aquella noche.
sábados el cartel de "No hay más localidades" aparecía La noticia enmudeció al pueblo y todo volvió a ser
colgado desde temprano en la puerta del tugurio. Cuan­ lo que siempre fue. Las lagunas dejaron de ser los ma­
do la mesa y la silla eran cargadas hasta la tarima y las lu­ res de Marlowe, el cementerio ya no fue el de Hagenze­
ces se atenuaban, el ambiente festivo daba paso a un res­ lee 3, tumba del teniente Michael Turre!, ni Edgard
peluoso silencio. Entonces, som_brcro en mano, un vaso Allan Poe empared6 a ninguno en venganza de nadie.
y una botella de vino, aparecía Cipriano Airala, "el Rela­ Casi igual que una cenicienta, La Tablita se volvi6 pros­
tor". Una extrafia magia, casi como un velo de niebla, se tíbulo y un amanece1� en el que había bebido demasia­
asentaba en el recinto. Ni siquiera un londinense podría do y confesó sentirse desposeído y sin familia, Cipriano
haber negado que el tufo del Támesis, y no otra cosa, se enamoró un poco de Laura Rípole. El romance fue
era el que se metía en sus narices cuando Cipriano de­ tan breve como la resaca de tres días que los postró en
cía: "El Neilli, un bergantín de considerable tonelaje... ", el cuarto. Cuando por fin reapareció, casi como un re­
invocando ajoseph Conrad en El corazón de las tinieblas. sucitado, Remigio preparó las cuentas y le descontó las
Entonces la bruma de los pantanos de Essex se colgaba bebidas sin ningún preámbulo, más los favores de Lau­
ele la lamparitas del salón, y él ya no era Cipriano, sino ra. Cipriano aceptó ele mala gana pero depositó sus ga­
Marlowe apoyado en el palo de mesana, o Francis Drake nancias en el recién inaugurado Banco del Sur y se

94 95
Víc:TOR HEREDI,\ Rincón clel Diablo

consol<i al calcular que tenía suficiente como para ini­ que únicamente hubiera podido conocer apostada bajo
, ciar una bien provista biblioteca personal, la cama de los Carrascosa.
El juicio, merced a la que;ja interpuesta por los abo­ Pero a pesar de SllS esfuerzos por adornar las dos his­
gados de Belinéla, se trasladó al Tribunal Superior de torias y sostener su incipiente negocio -sic transil gloria
San ta Fe, y Rosa Leiva entrevió la posibilidad de recupe­ nmncli, sentenció Thomas a Kempis en su Imitación c/11
rar la ven t,tja que perdieran sus chismes ante el éxí to C1isto-, Rosa Leiva volvi6 en menos de lo que tarda en
abrumador de Cipriano. Se autodenomin6 vocera ofi­ cantar un gallo a su condición de vulgar chismosa.
cial de los avatares de los Moliné y los Carrascosa. Fue El tribunal resolvió en dos meses que no existía pme­
la dudosa periodista de uri pueblo sin diarios ni radio, ba alguna para inculpar a Belinda Moliné o a Zimmer­
ni ·siquiera propaladora. Viajaba a Santa Fe todos los man, y destacó especialmente la abnegación y el esfuer­
viernes y reünía una multitud los domingos a su regre­ zo que ambos realizaran para tratar de salvar la vida de
so, en la parada del único colectivo que los conectaba Braulio. Todo terminó abruptamente para Rosa. Trató
con el resto del mundo, cuando el tiempo ayudaba. So­ de mantener el puesto de bebidas contando chismes de
bre un tabl<'in colocado entre dos caballetes, su hija, los pueblos vecinos, pero fue inútil: los interesados eran
una pobre adolescente manchada ya por el nepotismo cada vez más ocasionales y tuvo que aceptar la derrota.
de su madre, tendía un mantel florido y vendía tortas Merece señalarse que aun cuando Cipriano no demos­
fritas, café y bebidas sin alcohol. Di Paola ya se había en­ tró preocupación en esos tiempos por la escalada popu­
cargado de señalarle que no podía ofrecer caña o vino lar de Rosa Leiva, la guerra se declaró entre ambos. Y
en la vía pública. Por la boca de Rosa Leiva, Rincón del fue precisamente ella quien lanzó su caballería al ver
Diablo supo que Belinda había comprado una casa cer­ mermada su convocatoria. El fugaz romance que el rela­
ca de los tribunales y que tenía a sus dos hijos consigc, tor sostuviera con Laura Rípole se divulgó por todo el
hasta que se conociera la sentencia; que Zimmerman pueblo y lo obligó a masticar la hiel de esa mácula hasta
era el más comprometido, por el solo hecho de haber que se le ocurrió una sutil venganza y contraatacó: de
usurpado la condición que otorga un título de meclici-, allí en más, todos los personajes femeninos de sus rela­
na siendo, como era, tan sólo veterinario. Pero la fmti­ tos se llamarían como su enemiga,
lla del postre era la batalla que libraban Benito Carras­ Así fue que, al reanudar sus presentaciones, Cipriano
cosa y su despechada mujer. El divorcio d_el patriarca se transformó a la chismosa en radiante Bola de Sebo, Sin
llevaba las palmas por el colorido que él mismo se había inmutarse por la ii1juria de tergiversar a Maupassant, una
encargado de imprimirle durante sus parrandas en Pa­ velada, en la que exageró peso y medidas, bautizó a la ru­
rís, Rosa se solazaba con las intrigas familiares, los asun­ bicunda protagonista con el nombre de Rosa Leiva.'Así,
tos de dinero y otras indiscreciones de tal intimismo noche tras noche, la alcahueta se convirtió en Cleopatra, .•

96 97
VÍCTOR HERE.DIA Rincón del Diablo

en Helena de Troya, en la seiiora White de "La pata de le sirvió a Cipriano para ridiculizar aún más a Benito
mono". Jacobs y sus compadres deben de haberse des­ Carrascosa, comparando estos sucesos con su lamenta­
ternillado de risa en sus tumbas, pero no tanto como ble paso por el Licio de París. Auguraba en su relato
quienes descubrían que todas las prostitutas o heroínas que, al igual que el Conde del Castaño -que fue a dar,
ele aquellas histodas se llamaban Rosa Leiva. Fue inútil desposeído, al pueblo de !caño, en Santiago del Estero,
que Di Paola lo amenazara con el calabozo por usurpar con una pierna amputada por una enfermedad y casado
un nombre ajeno, o que ella misma Jo detuviera una tar­ con una humilde mujer que había estado a su servicio-,
de a la entrada del local y le rogara perdón por haber · Carrascosa terminaría en la ruina. Extraña y premonito­
hecho público su romance con Laura Rípole. La gente ria comparación la de Cipriano, ya que, al igual que el
ya co1�ocía el guiño y, cad� vez que una mujer aparecía aristocrático aventurero, que finalmente murió a orillas
en sus relatos, un coro de borrachos vociferaba: ¡Rosa del Salado en aquella casa que pudo comprar merced a
Leiva! ¡Rosa Leiva! Finalmente, cansada de soportar que una asignación de sus compadecidos familiares, Benito
la saludaran con tantos apodos como protagonistas exis­ Carrascosa fue obligado a vender sus tierras, anegadas
tían, decidió dejar el pueblo y desapareció para siempre. justamente por el mismo río.
Recién entonces Cipriano volvió a su respetuosa rutina Hizo una incursión en la política al amparo de sus
literaria, aunque de vez en cuando agregaba, para felici­ amigos conservadores, pero de nada le sirvieron esas re­
dad de los presentes, alguna historia de su autoría para ri­ laciones cuando, abrumado por las deudas, se dec.laró
diculizar a su ofensora. Quien tampoco se salvó de los dar­ en quiebra y liquidó las pocas propiedades que le que­
dos de Cipriano fue el mismísimo Benito Carrascosa, al daban en Buenos Aires.
que compar6 en un sainete de su propia autoría con Don Sin embargo, y a pesar del éxito de sus presentacio­
Fabián Tomás Gómez del Castañ_o y Anchorena, mucho nes, Cipriano parecía ignorar su condición de artista.
más conocido como el Conde del Castaüo. Planteado co­ Regresaba invariablemente a su casa de Puente l31anco y,
mo estaba por su propia enemiga el tema de los Carrasco­ cada mañana, cumplía religiosamente con sus t.'1reas en
sa, comparó las vicisitudes del patriarca con la disipada ,rj. La Mimosa. Nada lograba cambiar sus costumbres. Era
da de quien dilapidara su fortuna en el yate Enriquet.'1 un hombre solitario, sin interés alguno por los gestos
por todos los puertos del mundo e influyera hasta en la mundanos. Quizá fuera eso lo que lo hacía verosímil.
propia reina Isabel de Borbón para restaurar en el trono
a su heredero Alfonso. El escandaloso casamiento que en
mil ochocientos sesenta y ocho había conmovido a la so­
ciedad porteña, y que lo tuvo como protagonistajunto a
Josefina Gavotti, una diva cuarentona del teatro Colón,

98 99
Rincón del Diablo

13 -El 29 d�julio ele 1890, en un campo de trigo de Au­


vers-sur-Oise_, si la memoria no me falla. En su última
carta a su hermano Theo le agradecía los cincuenta
francos guc le había mandado y le sugería tristemente
que estaba dispuesto a dar la vida por sus cuadros. En
su esquela anterior hacía referencia a dos telas que re­
presentaban trigales iguales a éstos después de la lluvia.
'1(-Todos sabemos que su memoria es prodigiosa, Ci­
priano. ¿Pero consiguió algún libro al respecto?
-Me lo regaló usted, Belinda. ¿No recuerda aquel
ejemplar que tr�jo su prima desde La Habana el aiio pa­
sado?
r\-Tiene razón, Cipriano. Desde lo de Braulio ando un
poco perdida. Pero no era con esa intención que inicié
-No es así -le sugirió Cipriano a Paula desde su mon­ esta charla. Quería decirle que estoy bien, sola con usted
tura-, La manta va elebajo del apero -y bajó para ayudar y mis hijos. Durante muchos meses me pregunté qué ha­
a la joven. cer con mi vida, qué sería de mí sin Braulio en este sitio
El sol caía a pigue sobre el bañado de Aguará y los fla­ alejado del munclo. Y puesta aquí, con los pies en el
mencos parecían dormitar con sus cuellos plegados bajo agua y este paisaje, tan parecido a las pinturas de ese
las alas. El calor agobiaba a las pocas cabezas de ganado hombre humilde, malherido por la estupidez ele una so­
dispersas a orillas de la laguna, y el silencio apenas se que­ ciedacl ignorante, pensé en lo enorme de su propio es­
braba de vez en cuando con el silbido de los sirirí. A la dis­ fuerzo, en las noches de insomnio y lámparas de quero­
tancia amarilleaba un campo de trigales que subía por la sén y... , vaya ... , en la sonrisa que su ternura despierta e;n
cuesta del Pato hasta el casco l�jano de La Mimosa. Paula, y temí por un instante que al igual que esas cigüe­
Belinda observó complacida las hábiles manos del fi.as y esos flamencos, un día no muy lejanc mtecl decida
hombre al manipular el correaje, y hundió los pies en emigrar. No me malinterprete, pero a veces sus palabras,
el agua tibia. Se había sentado junto a Cristiano en un hasta sus ironía.5 me hacen más fácil la vida.
tronco caído y el mediodía iluminaba _el espejo con des­ -Yo nunca voy a irme de Rincón clcl Diablo, Belinda.
tellos dorados. Por lo menos, no definitivamente. Ya se lo dije. Tengo
�-Un día así, Vincent Van Gogh se suicidó de un tiro algo c¡ue hacer, una promesa que me hice y hasta tanto
en el pecho. Así de sol, Cipriano. ¿Sabía? logre cumplirla me complaceré en ayudarla y saber que

100 101
VÍCTOR HEREDIA Rincón d11l Diablo

le soy útil. Hay cosas que un hombre. está. obligado a -No se ofenda, Cipria-no. Pero en su afán de ocultar
c¿·nsumar cuando el destino así lo dispone. Puedo' agre­ cosas se torna retórico.
gar que en otros tiempos, cuando ni siquiera podía leer -Me pareció lo mismo -y esta vez, ante su risotada,
mi nombre, lo· hubiera resuelto a punta de cuchillo, los flamencos decidieron alejarse un poco.
gracias a usted voy a disfrutarlo de otra manera. Apenas repuesto, volvió a la montura, acomodó el
� -¿De qué está hablando, Cipriano? ¿Tiene algo que apero con rápidos gestos, ayudó a Paula a subir de un
ver conmigo o mi familia?- salto y se entreveró en un trote inglés con la muchacha,
-No, Belinda. No se asuste. �stoy muy lejos de hacer­ que lo siguió en su yegua baya. Belinda recostó la som­
le ningún da110 a usted o a sus hijos, ni tampoco a los brilla para proteger la cabeza de Cristiano y suspiró al
Moliné ni a nadie. Ya le expresé todos estos años mi es­ pensar que los hombres complican sus vidas inútilmen­
pecial devoción y aún no alcanzo a retribuir lo que us­ te y eso, desde el punto de vista femenino, resulta inad­
ted me regaló cuando me enseñó a leer. Pero no me misible. Sin embargo prefirió callar, pero una espina
pregunte más de lo que puedo responderle. Los hom­ quedó clavada allí, una espina que, dada su perseveran­
bres somos como piezas de ajedrez: podemos ignorar cia, trataría de quitarse lo más rápido que pudiera.
algunas jugadas, pero estamos limitados por la esencia Volvieron al atardecer. En el pescante del sulky iba
misma de nuestro valor en el tablero y por ciertas re­ Cristiano abrazado a Belincla, más adelante, casi al galo­
glas. El final del juego siempre es el mismo: hay vence­ pe, Paula desafiaba a Cipriano a una carrera. La yegua
dores y vencidos. Cada movimiento responde a una de­ baya llevaba vent�ja y el paisano d�jó que así siguiera
cisión y ésta, a la sinceridad con que asumimos nuestros hasta que cruzaron la tranquera de La Mimosa.
deberes. Sólo puedo decirle que si tengo suerte y tomo Aurelio Moliné estaba de visita y frunció el ceüo
la providencia correcta, podría convertirme en torre, cuando vio llegar a su hija. Pero esperó a que entrara a
hasta en alfil, o en clama, pero prefiero los caballos: tie­ la casa.
nen como virtud la sorpresa, y su alcance -por lo com- -¿Y? ¿Recuperaste la alegría?
, piejo de sus saltos- siempre está enmascarado. Me gus­ -Cuidado con tus suspicacias, papá. No te equivoques.
ta cómo se mueven los caballos, por otra parte, estoy -Me podrías haber pedido a mí que te acompañara.
acostumbrado a man<;jarlos. -Primero: te fuiste a ver el ganado con el Seco. Segun-
�fao no lo dudo, pero no me lo imagino vestido de do: paseo con quien quiero. Creo tener la edad suficiente.
paje o reina, Cipriano. Consérvese así, gane o pierda. -¿Vos sabés que se pasa las noches en La Tablita con­
-¿Es.tuve exagerado? tando estupideces? ¿Que se entreveró con Laura Rípo­
La carcajada de Belinda inquietó a los flamencos, pe­ le, una de esas perdidas que regentea Remigio? ¿Te pa­
ro al segundo volvieron a meter sus cuellos b�jo sus alas. rece buena compa11ía para una Moliné?

102 103
ViCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-Carrascosa. Mi apellido de casada es Carrascosa. digo qué hacer co� tus tiempos, pero no vengas aquí
-Te felicito.' Estás.. cúm pl'iendo bien eón tu papel de con moralinas que no hacen otra cosa que menoscabar
nuera de ese viejo putañero. a ias pers(1nas qu� respeto. Es un buen hombre, papá. Y
-Si alguna vez te hubieras tomado el trabajo de ha­ lo peor que me puede pasar es que lo espantes. No te
blar con Cipriano te enterarías de que es un adicto a tu olvides que cuando vos te vas yo me quedo sola.
biblioteca, y te daría vergüenza confrontar tus conoci­ -Te traje unos perfumes de Buenos Aires.
mientos literarios con los suyos. -Me hubieras traído un traje de monja.
-Estoy hablando de otra cosa, no de literatura. Y no -Ya está, Belincla. Ya está. Tu madre estuvo en Ha-
creo que debas traspasar los límites que impone una re­ rro.cls toda una tarde. Quizá uno de estos días sería lin­
lación... do que fueras con nosotros. Desde que estamos allá las
-¿De esclavitud? cosas mejoraron para ella, ya no sufre tanto por su as­
-No exactamente, iba a decir laboral. Soy conserva- ma y está de mejor talante. ¿Pensaste que un buen cole­
dor, no esclavista. gio le daría a los chicos la posibilidad de estudiar afue­
-Me parece que viste demasiadas películas dramáti­ ra? Ni en el Chaco ni en Santa Fe existe escuela que los
cas, papá. ¿A qué viene todo esto? capacite para el exterior. De�pués de eso, Harvard, es el
-Porque le tenía cariño a Braulio, a pesar de su pa­ lugar donde van todos. ¿Qué te parece?
dre. Y cuando vi llegar a Cipriano escoltando a Paula -Quizá mande a los chicos, no me resulta mala idea.
me pareció... inadecuado. Vivir un poco con sus ahuelos no les haría nada mal. Pe·
-Es una opinión. ro yo de L� Mimosa por ahora no me voy. ¿Dónde están
-Pero... Belinda. ¿No es suficiente tener que lidiar los perfumes?
con las habladurías sobre la muerte de Braulio? ¿Vamos -Los dejé en tu cuarto, al lado de la foto de Braulio.
a agregar otra gratuitamente? -¿Lo hiciste a propósito?
-No sé a qué te referís, papá. Pero, hoy por hoy, Ci­ -No seas ridícula, Belinda.
priano es una enorme ayuda para mí. ¿Quién te creés -Lo hiciste adrede. ¿No es suficiente la soledad y el
que fue hasta Sunchales a comprar las mulas y arregló luto? ¿Qué tengo que hacer para que te sientas orgullo�
el alambrado sur y domó la yegua de Paulita, o llevó el so? ¿Enterrarme con él? No necesito que vengas a indi­
invierno pasado a Cristiano a Weisburd, con un tempo­ carme qué sentir por mi difunto marido. Yo sé cuánto
ral que parecía que el mundo se venía abajo? ¿Alquilas­ dolor acarreo. Aquí somos tres los que vivimos, más un
te vos los camiones para llevar la hacienda hasta Recon­ fantasma que va a acompañarme por el resto de mi vi­
quista? Si no me equivoco, estabas en plena pelea con da. Todavía deambula por aquí. Pero vos más que na­
los Carras.cosa por cuestiones de la sociedad. Yo no te die, antes de decir estupideces sobre mi relación con"

104 105
Rincón del Diablo
VÍCTOR HEREDIA

cualquier hombre, tendrías que aceptar que la vida con­ llanto d�. urya.joven despertó a su madre. La buena mu­
tinúa. ¿No te parece que sería má.; ;;;.1h.::: ::.=·¡" �1°nt::,r 11n jer le p;eguntó ·p�r- q�é Ú�rab·� ·c�n ta��ª triste�a. Lajo­
futuro? No digo ahora, pero "alentar" significa ma11ana, ven ie contestó que ei nmllbr,:; a qui.�n �maba se le ha­
bía aparecido en sue11os en forma ele un ruis;11or cie­
una posibilidad, algo de que aferrarse.
-No sé de qué estás hablando, Belinda. Tu madre y go frente a su ventana. Para consolarla, la madre le elijo
yo siempre quisimos lo mejor para vos. Pero hay que que era una buena señal. Pero la muchacha le contes­
guardar las apariencias. En el pueblo... tó que esa ceguera le producía mucha pena. 'Quizá de­
-En el pueblo pueden imaginar lo que quieran, papá. bas ensei'larle el camino. De eso se trata'. Al otro día, .la
La cosa.es qué mirada tenés vos sobre mi vida y cuánto encontró nuevamente bai"1ada en lágrimas: '¿Lo has visto
cleseás mi bien. Pero creo que ya lo dijiste claramente. esta noche, hija?' 'Sí, madre. Pero me pidió que huyera
Y se adentró en la casa hasta la hora ele la cena. con él y no me atreví a seguirlo a causa de su ceguera.
Cuando terminaron, pidió un caballo y desapareció Entonces la madre le explicó que el amor verdadero
no se detiene ante nada. A la mañana siguiente entró a
hasta el amanecer. Cuando volvió, su padre ya no esta­
la habitación de su hija y al verla llorar, aunque con
ba y Paula y Cristiano dormían plácidamente. El viento
más desesperación que las veces anteriores, le pregun­
que soplaba hacia la galería la hizo entrar.
tó: • ¿Por qué lloras hoy?' 'Porque ya no s01i.é'. Entoil­
Paula se despertó al oír la puerta del cuarto de su
ccs la buena m1uer lloró con ella y le rogó que hiciera
madre. Y por primera vez en mucho tiempo, golpeó
lo imposible por volver a soii.ar. Cuando entró al otro
suavemente. Al no obtener respuesta entró al dormito­
día al cuarto de su hija, la ventana estaba abierta de par
rio. Belincla no se percató de su presencia hasta que la
en par. Buscó inútilmente pero ya no la encontró. So­
mano de la joven acarició su cabeza.
-Abrí la ventana, Paula. Está muy caluroso aquí. bre la rama de un cerezo dos ruise1i.ores saludaban el
amanecer. Y la madre sonrió.
-El abuelo dtjo que nos e::;pera en Buenos Aires. ¿Es
-¿Por qué, mamá?
verdad? Parecía enojado.
-Supongo que para una madre o un padre la felici-
Una biisa fresca inundó el cuarto y movió las cortinas.
dad de un hijo es lo más importante, Paulita.
Belinda buscó en la mesa de luz una tabaquera de plata y
La brisa volvió a mecer las cortinas y Paula miró la
encendió un cigarrillo. Desde el '::mbarazo de Clistiano
noche estrellada. Después se acurrucó en el regazo de
no fumaba, y Paula la miró sorprendida.
Belinda y musitó:
-Voy a contarte. un cuento que leí hace muchos
ai'ws en una noche como ésta, en que las estrellas pa­
No se puede olvidar cuando uno quiere,
recen indicar un camino a los desorientados: "En el si­
la memoria es un pez de escamas duras...
lencio ele una casa ele campo en las afueras ele Pekín, el
107
106
Vic:TOR HI::REDIA

-¿Y eso? -dijo Belinda-. ¿De dónde lo sacaste? 14


-Lu cncunl1·é en �u mesa de luz mientras buscaba los
remedios de Cristiano que me pediste ayer.
-Me lo escribió Cipriano.
-Papá quería mucho a Cipríano -y la vocecita de
Paula se venció como una hoja bajo el peso de la lluvia.
-Ya lo sé, hija.
-¿No parece un personaje de cuento?
-Quizás. La vida también parece un cuento.
Y así estuvieron hasta que las venció el sueúo.

-Aquí tiene otra prueba -le dUo Cipriano al comisa­


rio, mientras tiraba un sombrero negro sobre el capó
ele la camioneta.
-¿Prueba de qué, Priano?
-De que alguien nos quiere joder la vida. Ayer a la
madrugada, cuando salía de La Tablita con una niebla
tan espesa que apenas veía mis botas, me pareció escu­
char un ruido a mis espaldas. Pensé que sería uno ele
los borrachos que Remigio hace echar del boliche
cuando se ponen pesados, y saqué la cuchilla por pre­
caución. Tenía esa certidumbre, pero le confieso que se
me heló la sangre cuando descubrí qtté era. Me quedé
quieto un instante y escuché con atención, parecía que
algo se arrastraba. Entrecerré los ojos y volví a ver aque­
llas tres figuras, grité que se detuvieran pero nada, si­
guieron su camino como si no me hubieran escuchado.
Entonces decidí seguirlos, en realidad pensé en venir a-..,

109
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

buscarlo, pero tenía miedo de perderles el rastro. Fue­ vieron la ca.ra? Yo soy comisario, no exorci.�ta. Rncima no
ron derecho hasta la tumba de! padre dt: c.�.-; ...,..�, .;..� ando nada bien, desde hac� u�o� <lí¡s · t�ngo· �l�; acidez
la Loma del Ahorcado. Allí terminaba el recorrido. No que me está matando y hoy me levanté con este brazo
sé de dónde saqué fuerzas para eso, comisario, casi acalambrado. Voy a tener que hablar con don Kovaso­
muero del susto cuando sentí que algo golpeaba mi vitch para que me recete algo. ¿A vos te parece, Priano?
hombro, se lo juro. Como apenas podía ver por la bru­ Pedí que me mandaran a un lugar tranquilo después de
ma busqué a tientas en el suelo y aquí está, ¿qué le pa­ los despelotes en el Chaco y ya ves, voy de mal en peor.
rece?: es el sombrero de Carmona. -Le cuento algo para que no crea que es el único.
-Yo pensé que todo había terminado. Hace un tiem­ Cuando vuelvo á casa por las noches hago siempre el
po Remigio me trajo a la comisaría la faja y el cuchillo, mismo camino, cbnozco cada piedra, cada mata, cada
pero desde ese día no tuve más noticias. Ahora venís vos rincón. Sé que una pareja de codornices anidó bajo un
a revivir el tema y asegurás que alguien nos quiere jo­ poste caído y cada vez que paso vuelan asustadas hacia
der. ¿Quién puede ser ese hijo de puta? la picada, pero últimamente me toman desprevenido y
-No me imagino. Pero empiezo a estar de acuerdo el batir de las alas me eriza la piel. Evidentemente estoy
con sus temores. Ya no me alcanza el escepticismo, ni más sensible. Así son las cosas.
puedo encontrarle una explicación lógica a lo que acabo -Cambiando de tema, ¿cuál es el menú de hoy en La
de contarle. Usted dirá qué hacemos, para eso es la ley. Tablita?
-¿Qué querés que haga? Hay tres ... no sé qué, dando -Tengo un pedido de una mesa con veinte obreros
vueltas por el pueblo y vos me pedís que te diga qué ha­ de la fábrica de tanino de Weisburd que vinieron a co­
cer. ¡Irnos a casa, Prianb! ¡A meditar sobre los muertos! laborar en la construcción de un ramal para los Carras­
¿Qué sé yo? Vamos a ver. En principió, dame ese som· cosa. Los conocí cuando llevé a Cristiano para un trata­
brero, voy a ponerlo con las otras cosas y preguntarle a miento. Quieren escuchar "La pata de mono" otra vez,
los que pueda si reconocen esos objetos, después se ve­ un cuento dejacobs. ¿Por qué no viene? Tornamos unas
rá. Ellos... los tres tipos ¿te vieron? Digo... ¿te miraron? copas y se distrae un ralo con las chicas.
-No me pareció. Iban muy concentrados. La niebla -Vamos a ver, por ahí me doy una vuelta. Hace mu­
cubría todo. No fue nada grato, eso ya se lo imagina. cho que no salgo, en este pueblo estoy encarcelado.
-¡Lo viví con vos en Puente Blanco y todavía me du­ ¿De qué se trata el cuento?
ra! ¡No voy a imaginarme! ¿No podías haberte callado? -Si lo contara no tendría gracia, comisario. Los fina­
-Me pareció... les se sufren, o se disfrutan, según el ánimo de cada uno ..
-Que lo normal era dármelo a mí, que soy el encarga- -Siempre dije que eras entreverado, friano. Muy en­
do de mantener limpio de aparecidos este pueblo. ¿Me treverado.

110 111
ViC:TOR f-IEREDIA Rincón del Diablo

-Y hablando de entreveros. ¿Alguna vez vio a Mate había esfumado. Al lado mío caían como moscas y yo
.···
Cosido? ¿O lo tuvo cerca? meta balazo contra el resto. Ese día sentí cerca la muer­
-Lo vi a través de una ventana. Yo estaba a cargo de te, pero estaba enceguecido por echarle el guante a ese
algunos voluntarios de la policía del Chaco y nos orde­ sorete y con cuatro guapos que no le hacían asco a nada
naron que hiciéramos una batida en una chacra cerca nos lanzamos. A cincuenta metros del monte me baja­
ele Machagay. Decían que Segundo David Peralta, alias ron a dos, pero seguí como si nada. Se ve que se aviva­
Mate Cosido, estaba escondido allí. Fuimos con apoyo ron de que no iban a poder pararnos, así que montaron
de la gendarmería, ellos rodearon el algodonal, pero y se fueron, las mt0ercitas. Fue la última vez que estuve
los que íbamos al frente éramos nosotros. Cuando lle­ cerca ele ese asesino.
gamos destaqué a dos reclutas con la orden ele confir­ -Dicen que ayudaba a gente humilde y esas cosas ...
mar que la banda efectivamente estaba en la casa. El -Era un hijo de puta. Si ese día no hubieran escapa-
trecho era bastante largo y calculé que les llevaría me­ do me ciaba el gusto, y te juro, Priano, que si cae en mis
dia hora ir y volver. Pero a las dos horas ya estaba coci­ manos primero lo desuello vivo.
nado por el sol y decidí averiguar por qué no volvían. -Me imagino. Usted debe ser bravo torturando.
No di dos pasos cuando empezaron a dispararnos des­ -Ni te imaginás, Priano. Mejor que no me busquen.
de atrás. Me mataron a un sargento y a un voluntario, -¿No lo hubiera entregado?
que salió espantado al escuchar los tiros. El desbande -T�né la plena seguridad ele que antes lo obligo a pa-
fue tal que terminamos nosotros adentro de la casa y gar en cuotas todo el mal que hizo. Después, si queda
ellos afuera. ¿Qué había pasado? Los dos que mandé vivo se los llevo.
primero nos vendieron por cuatro pesos y se sumaron a -¿Siempre disfrut6 con esa porquería?
la banda de Mate Cosido. El tipo no se contentó con es­ -Más de lo que imaginás. El mal se paga, Priano.
capar y quería liquidarnos a todos. Trataron toda la no­ -¿Y usted es el cobrador?
che, pero estábamos bien atrincherados y se les hizo· di­ -No te hagás el vivo, Priano.
fícil. Cuando empezó a despuntar decidieron irse y ahí -Cipdano. No se olvide.
lo vi clarito. No era gran cosa pero me impresionó verlo
tirar montado. Sus compinches lo seguían a los gritos.
Más ·que bandoleros parecían un malón.
-¿Y lo agarró?
-Ni por asomo. El cobarde dejó un grupo apostado
en un montecito y, cuando creíamos que ya los teníamos,
nos recibieron otra vez a los tiros. Pero Mate Cosido se

112 113
Rincón del Diablo

15 .ª
-¿Qué .puede ser urgent� e�tas_.hor�s? S_ i a!g�m.c:> se
murió, ya no hay nada que hacer; si todavía no está
muerto, Jleváselo a Zimmerman, que él se encarga de
matarlo, si es un incendio, para eso están los bomberos,
y para pelotudeces...
-Encontré la cabeza de Pertusi.
-¿.. .la qué?
-No me haga repetirlo que con el asco que tengo le
pinto el zaguán entero.
-Entrá y lavate la cara que ya me visto.
Di Paola lo escuchó vomitar en el baüo mientras se
calzaba las botas y se ponía el chaleco con la insignia so­
bre la camisa del pUama. El ruido de la cadena del ino­
doro coincidió con la búsqueda frenética de su sombre­
ro. Se abrochó el cinto con la pistola y salió al pasillo. El
-¡Di Paola! ¡Abra la puerta! -los gritos del Seco retum­ Seco estaba arroclillaclo y se persignaba.
ban en el pequei'w vestíbulo de la casa del comisario. -¿Qué hacés, Seco? Estuve hasta tarde con Cipriano
-¡¿Qué pasa?! ¿Quién es? en La Tablita y ya tuve bastante con los rezos y prome­
El Seco escucha la voz pastosa e insiste, a pesar de sas de los idiotas que se asustan de sus cuentos. Nos en­
que es cle'masiado temprano para molestar a nadie, mu­ tretuvo con esa boluclez de "La pata del mono". Encima
cho menos a un comisario. Cualguiera en su sano juicio con la niebla tardé un siglo en llegar. Por lo menos eso
hubiera esperado, quizá unas tres horas más, hasta las me. pareció mientras venía para aquí. ¡Qué bien los
cinco, o para ser más prudente hasta las seis. Pero no es cuenta el muy taimado! Yo no sé si son de él o los inven­
el caso. La puerta se abre y el rostro congestionado de ta, pero más de uno se va cuchilla en mano y con la pis­
Di Paola le da la bienvenida. tola amartillada. A mí me pareció, cuando venía, que
-¡La puta que te parió, Seco! ¿Qué mierda hacés en la niebla había más gente. Gente que respiraba cer­
aquí a esta hora? ¿Estás borracho o qué? ca ele mí, gente que no era gente, ¿se entiende, Seco?
-Un poco. Si no me enchufo una botella de ca1i.a no Pero no pude ver a nadie. Me sudaban las manos y te­
me animo a venir hasta aquí con esta cerrazón. nía la camisa empapada, como si me hubiera caído al
...:¿Viste la hora que es? río. No hace ni una hora que me dormí con pesadillas
-Perdone, pero es urgente. y ¡santo remedio para el mal del ciego!, venís a decirme

114 115
Vic:TOR HEREDIA Rincón del Diablo

que encontraste la cabeza de Pertusi. ¡Más vale que no -Se me ocurre... , como usted colecciona pilchas de
me·miefüas porque te coso a tiros, m'hijo! Ya me tienen fantasmas ...
hasta los huevos y, para peor, esto me está causai1c1o in­ El comisario entró ofuscado y salió al rato.
somnio. ¿Dónde esta esa cabeza? -¿Y su sonibrero?
-¿Quería que la trajera? -No pude encontrarlo, pero me da igual. ¿Me acom-
-¿Y dónde la dejaste, seré curioso ... ? pañás o no, cagón?
-En donde la encontré. -Ni loco. Ya estuve allá, si quiere aguante hasta ma­
-¿Me estás sobrando, o sos así de retardado, Seco? Te ñana, tengo al toro atado a la chatita, lo único que me
pregunto dónde está para ir a buscarla con la camioneta. falta ahornes que se escape otra vez. Yo ya le di el aviso,
-¡Ah! Cerca de la Loma del Ahorcado, donde la me vuelvo a La Mimosa. ¡Pero usted vaya, Di Paola! Des­
tumba de Isauldo Carmona, el padre de·.. : pués van a decir que el comisario ...
-Ya sé quién es el padre de Cannona. ¿Y qué carajo -¿El comisario qué? ¡Seco de mierda! ¡A ver si te
hacías por allí? creés que les tengo miedo a los muertos! ¡Aquí el cobar­
-Estaba buscando un toro que se escapó por el alam­ de sos vos que te rajás! Viniste descompuesto y dando
brado sur. Uno de los puesteros nos avisó que andaba pena y ahora me salís con que el toro... Tiernito está el
cerca del puente viejo ... ternero, ¡y bien cagado! ¡Maricón! ¿Venís o no venís?
-¿Y te mandaron a estas horas? Wilfredo y Castro están haciendo guardia en lo de
-...la se1i.ora Belinda estaba preocupada porque es del Krueguer, ayer denunciaron que les cuatrerearon diez
lote que le mandó su padre desde La Rural, para la cruza. c�bezas y los mandé toda la noche a ver si los agarran.
-¿Y la cabeza? ¿Dónde la viste exactamente? Alemanes boludos, no salen nunca y cuando vienen es
-Est,1 a cincuenta metros del mojón de la cañada, pe- para quejarse, Será de Dios. ¿Entonces?
gada a un sauce. Parece que mirara hacia la loma, Di -Ya le dije qüe no, disculpe.
Paola. Los ojos brillan como si estuvieran vivos. Impre­ Ylo dejó sentado frente al volante sin darle tiempo a
siona mucho. que dijera nada más, Di Paola limpió el vapor que em­
-Subí, así me indicás -e intentó ponerse un sombre­ pañaba el parabrisas y acomodó la pistola en el asiento.
ro que evidentemente le quedaba chico-. ¡La puta ma­ Buscó a desgano la calle de tierra que llevaba a la loma
dre!, se me agrandó la cabeza o se achicó el sombrero. y suspiró profundamente.
-Me parece que ése no es el suyo, comisario -dUo La niebla esta.ba allí, un ala blanca tendida sobre el
el Seco conteniendo una sonrisa-, por lo que sé es el campo. A mitad de camino estuvo a punto de volverse,
de Carmena. pero sin dudas su vanidad hizo que siguiera. Se habrá
-¿Y vos, qué sabés? sentido tentado de buscar a Cipriano en La Tablita, pero.

116 117
VÍCTOR HE.REDIA
Rincón del Diablo

seguramente desestimó esa idea para evitar cualquier co­


el dolor en el pecho se lo impedía. Buscó.inútilmente la
mentario sobre su hombría. Rosa Leiva era suficiente
pistola que había perdido al desmayarse. Las garras en
ejemplo de lo que podía hacer la lengua emponzoñada
sus tobillos tironeaban y lo hundían en la bruma, su ca­
del Relator.
beza golpeaba contra las salientes de las raíces y. los ma­
Cuando llegó a la cañada enfiló el vehículo hacia
torrales ara1i.aban su rostro. Una extraña luminosidad re­
donde le había indicado el Seco, pero los haces de luz
cortó la figura del hombre quejadeaba por el esfuerzo,
se agotaban apenas medio metro más adelante, donde
· pero no alcanzó a distinguir sus facciones. Quería gritar
el camino entraba �n una picada oscura como sepul­
pero su boca no lograba emitir sonido alguno. Por fin las
cro. Se quedó un rato inmóvil. Supuso que allí la bru­
luces se hicieron más fuertes y la presión en sus tobillos
ma se disiparía, confió en la brisa que suele soplar hada
aflojó. Sus talones fueron depositados suavemente en el
la costanera y amontona hojarasca contra el armazón
suelo y la cara de Cipriano Airala se pegó contra la suya.
del puente ferroviario, pero esa noche no se movía
-Pensé que estaba muerto, Di Paola.
una hoja y allí la niebla se hacía más espesa. Por fin to­
-¿Priano? ¿Qué haces acá, vos?
mó coraje, abrió la puerta y se hundió en la noche vis­
-Me crucé con el Seco y me avisó. Vine para acom-
cosa, la linterna inútil en su mano izquierda y la pisto­
pai'larlo pero parece que llegué tarde. Lo encontré cer­
la en la derecha. Aguzó el oído. El susurro del agua, el
ca del sauce y como no pude alzarlo, lo arrastré.
croar de las ranas y el chirriar ele los grillos se transfor­
-Me siento mal. Muy mal, Cipriano. Creo que tengo
maron en una sinfonía molesta. Recorrió treinta me­
un infarto.
tros y miró hacia atrás para ubicar la luz de los faros. Ni
-Entonces no se mueva. Voy a buscar ayuda para su­
un mísero reflejo indicaba el sitio donde había estacio­
birlo a la camioneta.
nado la camioneta. Debe haberse sentido muy desam­
-¡No, por favor! ¡No me dejes aquí!
parado allí, tanto como nunca en su vida. La noche
-¿Qué le pasa, comisario? No puedo cargarlo solo.
con Cipriano en Puente Blanco volvió a su mente, y el
Voy al pueblo a dar aviso. Despierto a Kovasovitch o a
aire se hizo tan denso co�o la masa algodonosa qt�e lo
Zimmerman y vuelvo con ellos.
envolvía. La opresión en el pecho se transformó en
-Voy a morirme antes. Llevame.
una puntada hasta que cortó su respiración. Cayó ha­
-Usted no tiene que moverse, lo aconsejable en es-
cia adelante pero, antes de desmayarse, vislumbró la
tos casos es que...
chispa de unos qjos que lo escrutaban desde el suelo;
-¡Ayudame! -y se puso en cuclillas, a pesar de Jo in­
luego, todo desapareció para él.
soportable del dolor.
Despertó aterrorizado en medio de la oscuridad: al­
Cipriano lo tomó de las axilas y consiguió acostarlo en
guien lo arrastraba por los tobillos. Intentó gritar pero
la c�ja del vehículo. Tarcln unos minutos hasta encontrar
118
119
VíC:TOR HEREDIA

el botón ele arranque, y la caja bramó cuando metió el 16


pri1ner cambio.· Salvó" él tractor, nunca había manejado,
pero se las ingenió y al rato, entre corcoveos, la Chevro­
let enfiló hacia el pueblo. La bnuna empezaba a disipar­
se Y clareaba entre las hilachas persistentes. Un caburé
chilló desde algún rincón, pero Di Paola sólo percibía el
golpeteo de su cabeza contra el metal.

Hay una sombra sentada cerca de la cama. Ya de.scu­


brió que no es su cama ni tampoco su cuarto. El olor
del amoníaco es elocuente. Trata de hablar, pero un sa­
bor metálico y pastoso le ata la lengua.
-¿Qué día es hoy?
-Domingo, comisario.
Trata de incorporarse pero el impulso repercute en
su muñeca. Descubre la sonda y vuelve a relajarse.
-¿Qué pasó?
-Lo traje a Weisburd. Tuvo un infarto.
-¿Zimmerman?
-Él le dio los primeros auxilios, Belinda Moliné ma-
nejó el Yacaré para que lo atendieran aquí.
-¿Doscientos treinta kilómetros?
-El tramo más complicado, después lo pasamos a la
ambulancia que mandó el hospital. Dimos aviso con el
teléfono de la parada de Villa Brana.

120 121
Víc:TOR HEREDIA Rincón del Diablo

-No puedo creerlo. -Pero el Seco ...


-¿Qué? -A mí también me dijo, pero es muy... , ¿cómo decir-
-Esto. le?, fabulador, borrachín e impresionable. En una de
-Quédese tranquilo, ya pasó. ésas vio una comadreja. Con esa niebla, cualquier cosa que
-¿Cuánto hace que estoy aquí? tenga ojos y ande pegada al suelo puede parecer lo
-Tres días. que uno quiera. Lo que sí encontré cuando volví, mien­
-¿Vos estás desde entonces? tras que Zimmerman trataba de reanimarlo, fue su pis­
-Quería ver cómo seguía, pero ya tengo que volverme. tola y unas botas. ¡Ah! Y el sombrero.
Usted se va a quedar hasta que el médico le diga. -¡Pará! ¿Qué cosa?
-¿Fue por el susto? -Las botas y el sombrero.
-Así dicen. Pero aquí consideran que hubo compo- -Yo me fui sin sombrero, cuando salí agarré el de
nentes que ayudaron. Carmena en el apuro pensando que era el mío, pero lo
-¿Componentes? dejé en casa. Así que fui sin sombrero.
-Mucho cigarro, grasa en las arterias, presión alta. -No joda.
-¿Avisaron a mi familia? -¿Y las botas, no las tenía puestas?
-No sabíamos a quién. Usted no cuenta mucho so- -No son las suyas, estaban en su lugar, efectivamen-
bre su vida, Di Paola: te. Las que encontré creo que son las de Carmona, unas
-Tengo un h\jo en el colegio militar. En Buenos Aires. de carpin..:ho con puntera ele cuero, inconfundibles, se
Pero eslá bien, mejor que yo lo llame. las hizo un zapatero de Reconquista, me lo contó aque­
-Como usted prefiera. Y no hable mucho, el médico lla noche en La Tablila.
dijo que si se despertaba le avisara enseguida. -¿Dónde están?
-¿Y? -En su casa, con el resto de las cosas que le dejó Re-
-Ya toqué el timbre, es ese botón que liene al alcance migio.
ele la mano. -¿Y el sombrero?
-Bueno, pero antes quiero saber qué pasó con la -También.
cabeza. -No, digo ¿cómo es?
-No había ninguna cabeza. -Medio blanquito, con una cinta verde y tin cuenta-
-¡Yo la vi, Priano!· ¡Yo la vi! Los c�os me miraban des- ganado de plata como adorno.
de el suelo. -Ése es el mío.
. -Habrá sido un refl1::jo de la linterna en alguna pie­ -Entonces lo llevó.
dra. No había nada. -¡No lo llevé una mierda, ya te dije!

122 123
VÍCTOR HEREDIA Rincón del maulo

-No grite, el médico... -Ya le dije mil veces que me llamo Cipriano.
-El médico me chupa, Priano. ¿O te olvidás de que -Me importa un perú. Vos, para mí, sos Priano.
soy el comisario? -Ahí viene el médico. Yo me vuelvo después de que
-Pero se está poniendo morado, Di Paola. No creo lo examine.
conveniente que se agite así. -Si llegás a ver al sargento Peralta...
-Me agito lo que quiero, sobre todo cuando me lle­ -¿A Wilfredo?
van la contra. Si te digo que no lo llevé, vos chito. No lo -Sí, ¿quién olro?, decile que por ahora queda a cargo.
llevé, carajo. Que en cuanto pueda: vuelvo y...
-Pero mire cómo está. Van a pensar que quiero ma­ -Usted no tiene que hablar, mi amigo.
tarlo de un disgusto. -Es que este tipo me lleva siempre la conlra, doctor.
-¿Y quién va a pensar esa pelotudez? Acabás de sal­ -Entonces voy a prohibirle las visitas.
varme la vida, Priano. Mejor llamá o�ra vez, estoy trans­ -M<::jor, hay gente que me produce pesadillas.
pirando feo.
-Es la terce·ra vez que llamo, pero parece que están
ocupados con alguna urgencia, de otra manera el mé­
dico o la enfermera estarían aquí.
-Entonces andá a buscarlo, mierda. Parece que a na­
die le importa que yo reviente en este hospital roñoso.
-Es el mejor hospital de la zona, Di Paola. Si llegan
a escucharlo, nos echan a patadas. Mejor recuéstese y
confíe, ya van a venir.
-Cómo se ve que no sos vos el que. tiene estas palpi­
taciones. Andá a decirles que si no me atienden voy a
empezar a los tiros.
-No exagere, si quiere, mientras esperamos le cuen­
to algo.
-¿Otro de tus relatos? Ahora sí creo que querés ma­
tarme.
-Pensaba en relatarle Caperucita Roja, pero sin la
parte del lobo, así no suefia.
-¿Por qué no te vas a la mierda, Priano?

124 125
VÍCTOR HEREDIA Rincón del D1ablo

para él. Edmundo Torrent lo miró azorado cuando le No se equivocó. Cuando esa noche el relator anunció
planteó la ocurren te idea. Su fama de relator había que el circo se solidarizaba con el Centro Literario de La
traspasado largamente las fronteras del pueblo, y el Tablita y sus refacciones futuras -cabe señalar que los
empresario no ignoraba su existencia. Aprovechó esa hermanos Torrent no tenían idea de lo que el tugurio
circunstancia y le propuso trasladar a la carpa, des­ cocinaba en sus habitaciones-, estalló una ovación. En
pués de la presentación oficial del circo, a todo el parte se debía, lógicamente, al gesto inesperado de los
elenco de La Tabli ta. Para ello ofreció, sin consultar­ empresarios, y por otra al_ orgullo ele sentir reconocido
le a Remigio, la mitad de la· recaudación de los :Seis a su artista y vecino. Así fue como Cipriano Aifala, "el
días que necesitaban para los arreglos. De esa mane­ Relator", vio por primera vez su nombre en una verda­
·ra, la troupe pudría descansar y, al tiempo que pasa­ dera marquesina.
rían una semana inolvidable en la costa del río o el -Con las chicas, ¿qué hacemos? -le preguntó Remi-
bañado de Aguará, recibirían un pago acorde al alqui­ gio a pocas horas del debut en la carpa.
ler de la carpa. -Que sirvan bebidas en los palcos, y entreguen vales
A Eclmundo_ Torrent le tomó diez minutos convenir para la semana que viene a quienes se interesen-por sus
con su socio y hermano que, después de haber sudado servicios.
la gota gorda por esos polvorientos caminos del tanino, "Los del Salado" abrían el espectáculo con su reper­
no les vendría mal un descanso apropiado, que además torio habitual, pero tuvieron que agregar un acordeo­
solventaba el lucro cesa1�te de sus empleados y dejaría nista a pedido de Edmundo Torrent, que al ver los pri­
algunas ganancias. meros ensayos consideró algo pobre la propuesta.
Remigio lo apreció cuando Cipriano le llevó la noti­ -Un circo como el nuestro debe conservar su presti­
cia, pero se quejó, como era de esperar, por el porcen- gio. La calidad debe estar a la altura ele la sala -y se aco­
taje establecido. modó el mostacho.
-No se queje, Remigio. Es el plan perfecto. Usted ha­ De hecho tenía razón: la carpa se colmaba de alari­
ce los arreglos del techo y La Tablita sigue funcionando. dos cuando sonaba un chamamé, y las parejas tomaban
-¿Y vos creés que irá gente? Todos están acostumbra­ por asalto la arena donde tocaba el conjunto. Fueron
dos a refugiarse en el local. En esa carpa... noches de gloria para esos miserables que encallecían sus
_
-Va a venir mucha más de la que usted imagina. dedos ante el estrafalario público de La Tablita, sin re­
Tenga en cuenta que algunos no se animan a entrar cibir jamás la alegría de un pedido de bis. Inmediata-.
por lo que pueda comentarse. De esta manera van a mente, las chicas del Pigalle, convocadas de urgencia
venir tocios y, si tenemos suerte, hasta de algunos pue­ para la ocasión, hacían su número -con un poco más .
blos vecinos. de ropa que lo habitual-, ante los aull.idos de la platea··:

128 129
VÍCTOR HEREDIA
Rincón del Diablo

masculina. Laura oficiaba de presentadora; ya que su l9s de Villa Fairny, y hasta algunos de Sunchales que
perfomance de tules transparentes era impracticable le exigían más y más, por lo que, en una ocasión, tu­
en el ámbito familiar que convocaba la carpa. Pero el vo que echar mano a una versión de apuro sobre las
broche eje oro de esas veladas era Cipriano. Cuando aventuras del Conde del Castaño. Decidido por la bio­
las luces iluminaban el centro del anfiteatro y salía, grafía verdadera, y no por aquella pantomima que in­
como era su costumbre, con la botella y el vaso de vi­ volucrara a Eusebio Carrascosa, relató la increíble re­
no, sucedía algo extraordinario. Tras el aplauso de corrida del Enriqueta por los mares del mundo y el
bienvenida, un expectante silencio envolvía Lodo el insólito suceso que suscitó la ironía del aristócrata al
recinto. El caluroso verano permitía que las lonas es­ diario La Nación cuando, entre los avisos necrológi­
tuvieran abiertas y, por la abertura del fondo, la enor­ cos, descubrió el propio: "Acabo de ver en el número
me luna bajaba hasta encuadrarse a espaldas del de hoy de su encomiable periódico el anuncio de mi
cuentista. Una brisa con reminiscencias de selva, río y fallecimiento, y me place informarles. que gozo de
palmeras susurraba entre los presentes y se dej¡1ba perfecta salud. Agradezco, sin embargo, los halagado­
mecer por los coloridos abanicos. El encanto de las res conceptos que vierten en el mismo y ruego a uste­
voces robadas a las páginas doradas ele la literatura se des desmientan tal falacia, ya que mis acreedores po­
aduei'taba del corazón de lodos. La sombra de Cipria­ drían sufrir consecuencias nefastas al enterarse de
no, estático b�jo los focos, parecía rezumar la humedad que su más encumbrado deudor ha desaparecido. Los
de la selva y sus oscuros designios cuando mentaba "El saluda atentamente: Fabián Tomás Gómez del Casta-
Yaciyateré", de su admirado Quiroga. Los hombres se 110 y Anchorena".
acomodaban nerviosamente en sus lugares y las ma­ Belinda nunca había asistido a una presentación
dres apretaban las manos de sus h\jos. Algunas medían de Cipriano. No parecía ser ese mismo quien, entre
instin tivamen le la fiebre en sus-frentes y revivían en se­ sorbo y sorbo, transportaba a sus oyentes a mundos
creto vi<::jas angustias, otros lloraban y se repetían que tan distantes y disímiles. Aquel hombre, con el som­
la selva estaba allí afuera. Remaban contra el viento, se brero recostado a sus espaldas y barba que empezaba
empapaban de espuma sobre la cresta de las olas y es­ a encanecer, no era su Cipriano, y a la vez, lo era. Lo
cuchaban doloridos la endecha del yaciyateré y, en un era. Belincla se estremeció al darse cuenta de que aca­
gesto defensivo y ancestral, se persignaban. Cuando baba ele descubrir algo fantástico. Era Cipriano en to·­
Cipriano concluía, tras una cerrada ovación, Laura Rí­ cla la extensión y medida que un hombre puede serlo.
pole entraba en escena y le entregaba un lazo ele tien­ Es� .yirtud que se ponía en evidencia allí, sin tapujos,
to en nombre de la comisión de vecinos. Allí estaban cuando el capataz daba paso al relator, constituía su
sus admiradores de Weishurd y los de La Gallareta y esencia. Belinda se preguntó hasta dónde podía llegar

130 131
VÍCTOR HEREDIA

ese poder para influir en los demás. No había malicia


ni sospecha en aquella pregunta: solamente se plan­
18
teó, con cierto orgullo, que la inteligencia proviene
delsaber y que ella, en todo caso, le había dado las ar­
mas necesarias para llegar hasta allí.

Por esos días Rincón del Diablo pareció olvidarse ele


su estigma. La compal1Ía de electricidad por fin iba a dar
cumplimiento a su contrato. La avenida principal recibió
con alegría la llegada del tendido de luz. Aunque apenas
un sector, que comprendía cuatro manzanas e incluía el
nuevo edificio que sería muy pronto la municipalidad, se
,fo beneficiado por el progreso. Don_ Marcos Kovaso­
,�tch, cuya farmacia atendía las necesidades del pueblo
no sólo en cuanto a medicamentos se refiere, sino que
funcionaba también como estafeta y telégrafo, colocó en
una mesa, a las puertas de su negocio, una flamante ra­
dio que reunió cada atardecer a una multitud. La calle
iluminada se transformó en una pista de baile informal.
Tangos, chamamé y chamarritas inundaron el espacio, y
el festt:jo de los vecinos se prolongó más allá de la media­
noche, quedando inaugurado frente a la farmacia el
punLo de encuentro de quienes formarían después el
132 133
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

Club Social y Cultural Diablense. La elección ele tal Belinda. Fue también por esos días que Laura Rípole se­
nombre suscitó acaloradas discusiones y sólo el buen ti­ dtyo a Saturnino Torrent: domador de leones, hermano
no de los más pmdentes evitó que aquello, que era mo­ y socio del dueño del circo. Se conocieron la noche del
tivo de alegría, deviniera en tragedia. Algunos amantes debut de Cipriano. Él se encontraba entre el público
del tango propusieron que se lo denominara Rincón cuando ella entró con el lazo de tiento para homena­
del Diablo Tango Club, pero los más aferrados a las jear al Relator. La figura esbelta de la mujer cautivó al
costumbres provincianas se opusieron y amenazaron trashumante de tal manera que no dudó un segundo
con retirarse de la agrupación. Su pretensión era que en presentarse pero, tal como Remigio había ordena-··
al aún nonato se lo denominara El Refocilo, en home­ do, Laura le entregó un vale y le sonrió con suspicacia,
naje a la inusitada cantidad de rayos que solían caer so­ así podría visitarla apenas terminaran las refacciones
bre la zona . Finalmente, quedó impuesto el primero, Y en La Tablita. Saturnino, que al igual que su hermano
la música y la fraternidad reunieron al pueblo, cada ya se había enterado de qué se trataban las visitas, acep­
atardecer, frente a la farmacia de don Marcos. Esto su­ tó el papel, pero al percatarse de la fecha se desconso­
cedió hasta que los Moliné, por iniciativa de Belinda, ló, ya que la partida del circo estaba prevista para el día
en un gesto que sorprendió a la comisión recién for­ anterior. Insistió en que era imperioso que se vieran an­
mada, donaron un predio para la construcción del tes, pero Laura ni se inmutó. El destino, como siempre,
club. Tres meses después y ante la mirada inquieta de se encargó de hacer posible el encuentro: el éxito del
Remigio, que veía peligrar su empresa, comenzaron a elenco de La Tablita había sido más que aceptable, y se
levantarse las paredes del futuro ateneo t Los Moliné, decidió entre las partes -no sin antes modificar los por­
cansados de pelear con la compañía encargada del ten­ centa:ies establecidos en las ganancias- que el circo abri­
dido, decidieron cubrir por su cuenta el trecho que ría sus puertas tres días más. Remigio no pudo con su
llevaría la luz hasta su estancia-, y·comenzaron las tareas genio y discutió con los Torrent el nuevo contrato, a pe­
a fines de ese enero tórrido y pletórico de novedades. sar de la oposición de Cipriano, que lo consideró una
Así, esa semana, las cuadrillas de obreros sé confundie­ intromisión, ya que él mismo había consensuado las
ron con los artistas circenses y los lugareños en sus pa­ cláusulas del primero. Pero no hubo nada que hacer y
seos por la calle principal. Las sillas con que la gen te el empresario triunfó. En la tercera y última noche de
acostumbraba tomar fresco durante las tardes se mantu­ aquel convenio, Saturnino Torrent, apenas vuelto de
vieron hasta altas horas de la noche frente 3: los pórticos una partida de caza a la que fuera invitado por algunos
iluminados, dándole al pueblo un aspecto cosmopolita, vecinos, con la cabeza de un enorme jabalí dentro del
que lo retrotra:io al tiempo en que los periodistas ha­ baúl de su Ford cuarenta, recogió a Laura en la puerta
bían tomado por asalto el lugar, atraídos por el juicio a del circo y enfiló hacia la costa del Salado.

134 135
Hincón del Did/Jlo
Ví<:TOR HEREDJ¡\

y cons�ntió tan1bié n que la ab�azara


Y fue como si la naturaleza se hubiera puesto de para recibir el beso :
des­
empt\¡ara hacia el suelo. Yalh,
acuerdo con el galante domador: la selva rezumaba una v que Ienta1nente la
quiz,í. �or p:imera vez desde su
fresca humedad y el río parecía haberse dormido acuna­ �ués de mucho tiempo,
smcenclad.
do por el silbido de los mirlos. El Ford se detuvo a dos­ e� ' iento ' hizo el amor con
-•1.sam
nas desdibt�jadas por
cientos metros de la orilla, donde Saturnino ayudó a su Tenclicla b�jo las �strellas ape ,
avía b,�o el peso ele Saturnino
compai'iera a descender. Sus maneras suaves y educadas un balo de bruma, y tod
como espósa y le confesó entre
tenían encantada a Laura, c¡uien aceptó el brazo que se se culpó por su derrota
ho con su vida. _Lo hizo como
ofrecía con gracia. No había nada que incen�ívar en lágrimas lo que había hec ahogo
aquella cita, sólo esperar a que las cosas ocürrieran. Lau­ 5 ¡ hablara a solas,
en voz alta, luchando contra el
ho, hasta que_ sintió q�1e no
ra penscí con cierta melancolía que, desde que había qi.i e convulsionaba su pec
Después callo y espero.
abandonado a su marido, no había hecho nada román­ había nada más para decir.
ar de las ranas se detu­
tico, Y aquello le hacía cosquillas en el coraz6n. Se quitó El canto de los mirlos y el cro
puerla del Ford golpe<, al
los zapatos y siguió a Saturnino hacia un tronco caído de vieron un instante cuando la
ndo Saturnino Torrent
palmera que parecía invitarlos desde la espesura. Des­ cerrarse y volvieron a callar cua
dUo que volv.::ría sola y le
pués ele algunos aiios de hacer el amor por dinero con la llam<Í inútilmente. Ella le
omóvil retomar el sendero
tantos hombres, lo menos que podía imaginar Laura Rí­ hizo un ademán. Miró el aut
milla y subir el camino de
pole era que la ganara ese estremecimiento. Se mintió al que había marcado en la gra
, después se acerc6 a la
pretender que el rocío que m�jaba sus pies descalzos te­ tierra hacia Rincón del Diablo
dejó que la corriente se
nía la culpa y, amparada ,por 'la oscuridad, se sonrojó. orilla del río, abrió la mano y
tjados que el domador dé­
Sentados allí, casi al borde de la corriente, Saturnino le llevara el dinero y el vale estn
dos.
contó de la soledad de los hombres que tienen por ho­ jara s.obre sus pechos desnu
sonrió.
gar un carromato y de su hastío por la vida que llevaba. Cabe imaginar que después
"Una vida sin regresos -djjo-. Los que elegimos un ofi­
su cuerpo hasta el pue­
cio así no ai'ioramos, lo único emocionante es lo que Los pescadores que llevaron
con un brazo extendido
acabamos de dejar." Por algún motivo, Laura entendió blo, aseguraron que al verla así,
hierros oxidados del nau­
q�e la angustia de ese hombre era similar a la suya. y por y retenida por el cabello a los
ar a una sir�na. "Parecí�
primera vez se vio a sí misma sentada al borde del ca­ fragio del Vi�jero, les hizo record
detuvo unos dias a Saturm­
mastro de La Tablita, despidiendo sombras sin nombre, sonreír", dijeron. El comisario
nas la autopsia confirm6
fantasmas que al otro día serían olvidados, así como no. Pero tuvo que soltarlo ape
ni marcas que denuncia­
ella, si seguía trabajando para Remigio. Aceptó conmovi­ que no había rastros de golpes
ierro ele Láura no conmo-
da la mano de Saturnino y abrió sus labios de inmediato ran violencia ninguna. El ent
137
136
VíC:TOR HERE.DIA

donó a nadie en el pueblo. Fue bastante solitario si se lo 19


comparara con aquel de Paulino, donde Ros.:1. i..e1va se
lució con sus ironías. La tumba de quien había sido su
fiel amante fue abierta y allí depositaron el cajón. A la
mayoría, incluido el cura, les pareció adecuado que es­
tuvieran juntos. Después de todo, el deseo de Paulino
era que ella regresara a sus brazos.

-Alguien pintó de negro la cruz de la loma.


-¿Y para qué, Cipriano?
-No sé, pero ahí está, toda de negro. Como el cuen-
to de Kipling, salvo que ésta es una sola y el jardine1 o
en Hagenzeele 3 cuidaba miles.
-¿Es ese que contaste la otra noche?
-Sí, Remigio. Tiene buena memoria.
-No tanto. Y no entendí la moral�ja.
-No hay moral�ja. Habla del dolor de vivir en la
mentira y penar eternamente por eso.
-¿Entonces la tal Helen era...?
·-La.madre.Exactamente eso.
-¡Claro! Cuando ella dice "mi sobrino", él le respon­
de "su hijo". ¿Y el jardinero, cómo sabía?
-Quizá .no fuera un jardinero en el sentido estiicto
de la palabra.
-¡Tiene razón Di Paola, sos muy entreverado!

138 139
VíCTOR HEREDI,\ Rincón del Diablo

-¿Lo vio últimamente? descifrar y, como no creo en fantasmas ni aparecidos,


-Sí, anda medio cachuzo, pero anda. No quiso acep- trato ele bi.1scarle una explicación lógica.
tar la b,*1 por incapacidad. Dice que hasta que no re­ -Yo también. Pero a veces los fantasmas se llevan
suelva el caso no se retira. adentro y la vida dispone los hechos de acuerdo con esa
-Yo, con el tema del desmonte, no pude visitarlo to­ carga: llámese culpa o arrepentimiento. Ellos se corpo­
davía. rizan para hacernos saber gue existe un juez inapelable:
-Ya sé, me dUo que desde el hospital no apareciste. la conciencia. Ella se ocupa de recordarnos quiénes so­
Pero está agradecido.
mos en realidad, qué deudas tenemos. Y a veces se las
-¿De qué?
cobra .. ¿No presiente a veces que sus oscuridades pesan
-De que le hayas salvado la vida. tanto como una monta11a? Piense en Laura Rípole.
-No era mi intención, se lo aseguro. -¿Y yo qué tengo que ver con todo eso?
-¿De qué hablás? Si no fuera por vos... -No estoy hablando de usted, Remigio, el sentido es
-Pensé que estaba muerto mientras lo arrastraba, genérico. Pero considere el misterio ele la vida, su trama
Remigio.
extraordinaria. Somos eslabones en una cadena de suce­
-Casi. ¿Qué le habrá pasado por la cabeza?
sos, estamos obligados a interactuar esos designios sin
-Eso mismo, creyó haber visto la cabeza de Pertusi. que medie nuestra voluntad. Como un cartero, ¿entien­
-Bueno, él dice que el Seco se le apareció esa noche de? Debe haber existido alguna razón para que el som­
en la casa a los gritos y... brero y la ci.tchilla de Carmona llegaran a sus manos. No
-Conozco la historia, Remigio. Por eso fui. ¿No se me pregunte si fue un fantasma o un bromista, lo sustan­
acuerda? cial es que usted se los llevó por decisión propia a Di Pao­
-Lo que quiero decirte es que esto me da mala es­ la. Él recibió la encomienda, pero usted fue el mensaje­
pina desde hace rato. El Seco no va a mentirle al co­ ro. Parece que en esta gigantesca obra de teatro que es la
misario, porgue sabe gue lo cose a tiros. Entonces digo vida, cada cual tiene un papel, y lo cumplimos. No se
¿dónde est,1 la cabeza? ¿Qué vio ese muchacho para preocupe más. Usted, el Seco y yo hicimos lo que corres­
que haya ido a golpearle la puerta a esas horas? ¿Lo pondía, o lo que estaba escrito, veremos cómo sigue.
habrá mandado alguien? ¿Quién clC:jó las cosas de -Bueno ... él es el comisario. ¿A quién se lo iba a llevar?
Cannona en La Tablita? Y puedo seguir hasta ma1h­ -Por eso le digo. No se preocupe más, Remigio.
na si querés. -Hablando de otra cosa ..., ¿los pibes de Belinda?
-¿Ahora es detective, Remigio? -Ya se fueron con los abuelos. Van a estudiar en Bue-
-No, Cipriano. Pero pienso. Se me ocurre que detrás nos Aires.
de esta historia hay algún entuerto que no alcanzo a -Paula te quiere mucho a vos, ¿no es cierto?

140 141
Rincón del Diablo
VÍCTOR HEREDIA

mis cuentos esta noche. Acepto que lo de Laura es ex­


-Y yo también. En realidad los quiero mucho a los
traño, pero no sé qué decir al respecto. Y voy a 'decirle
dos, son chicos educados por Belinda y con eso sobra
algo más: no me interesa. Estoy demasiado ocupado
cualquier comentario. Vaya uno a saber ahora, puestos
con mis propios entuertos.
en manos de los abuelos...
-¿Y se puede saber a qué te referís?
-¿Y vos? ¿No vas a hacer tu nido alguna vez? ¿O te
-Cosas del alma. Tengo cosas marchitas allí adentro,
gusta la. soltería?
pero voy a encargarme de que florezcan.
-Así estoy bien, por otra parte sigo leyendo, es lo
-Pero me imagino que habrás escuchado que dicen ·· ·
único que me interesa y ocupa todo mi tiempo libre..
haberla visto deambulando por La Tablita:
Belinda quiere convencerme de que siga alguna carre­
-¿Y usted cree en esas cosas, Remigio?
ra pero me parece que estoy grande para eso.
-Definitivamente, no. Pero la gente no para de in-
-En el circo no te fue mal, ése podría ser un buen ca­
ventar historias. Lo desconocido tiene un gran poder
mino también. La Tablita te está quedando chica. Po­
de seduccióri, Cipriano, Vos lo sabés más que nadie.
drías hacer ambas cosas, nunca es tarde. Cabeza tenés ,
-Yo sólo sé que no sé nada, Remigio. Nada de nada.
eso está demostrado. Mirá lo qi1e conseguiste en pocos
Y lo d<':ió parado en medio de la calle justo cuanc1 o
aüos. ¿Por qué no clejás de trab�jar en la estancia y ha­
el viento comenzaba a levantar una polvareda que albo-
cés lo que te dice?
rotó a los caballos y obligó a los vecinos a guarecerse.
-Por ahora no quiero. Tengo algunas cosas que ha­
cer aquí todavía.
-Mirá cómo terminó Laura, que parecía tener toda
la vida por delante.
-¿Me está anunciando la muerte o anda con ganas
de echarme?
-Nada que ver. Pero ahora que salió el tema, ¿qué
pensás sobre ese misterio?
-¿Cuál misterio?
-El de la muerte de Laura.
-Que no debe haber sido tan malo irse así. La en-
contraron sonriendo.
-¿Nada más?
-No me provoque, Remigio. Ya sé lo que usted pien-
sa sobre mí. Pero si quiere fantasías, quédese a escuchar
143
142
Rinr.ón clel Diablo

20 emprender ninguna amistad y mucho menos ésa, que


parecía anunciarse con visos románticos. Respondió
amablemente que no, que prefería estar sola. Pero él
insistió ele tal manera que a regai'ladientes terminó por
aceptar la propuesta. Ya en el camarote, ordenó un po­
co los pensamientos y convino que durante ese viaje a
Buenos Aires debía consagrarse al cuidado de su padre
y a gestionar con él, siempre y cuando la salud se lo per­
mitiera, iá-creación de un colegio en Rincón del Diablo.
Deseaba que el ejemplo de Weisburd y otros estancieros
de la zona fuera suficiente incentivo, aunque dudaba
del modelo cuando se ponía a pensar en los anteceden­
tes ideológicos de Aurelio Moliné. De todas formas in­
tentaría, a través de sus influencias, cuanto fuera neces,1-
El telegrama era concreto. "Papá muy enfermo, vení rio, ya que de esa manera imaginaba que podrfa hacer
apenas puedas." Hizo rápidamente su equipaje y partió volver a sus hijos y tenerlos consigo como siempre. Gran
a Buenos Aires en el primer tren gue salió desde Recon­ parte de la t1isteza que la embargaba provenía de ese
quista. La soledad que Belinda Moliné eligió como em­ desgarramiento. No se conformaba con sus cartas y,
blema de vida desde la trágica desaparición de Braulio aunque era consciente de la necesidad de darles una
Carrascosa había cincelado sus rasgos, y la lozanía de su formación adecuada, prefería tenerlos cerca. De alguna
rostro comenzaba a apagarse. Sin embargo, esos sutiles manera, Cipriano había sido instigador de esa posibili­
cambios le conferían una madurez que llamaba aún dad. Se decía que si un peón de campo conseguía en
más la atención de los hombres. Pero ella estaba lejos pocos a11os adquirir una educación semejante tan sólo
de especular con ese recién adquirido atractivo, por el al amparo de su propio esfuerzo, qué no podrían los jó­
contrario, sumida en tal calvario, con los hijos lejos y el venes de la zona con maestros y profesores designados
padre postrado, ni siguiera consiguió maquillarse al para tal fin. Un poco más animada con la certeza de
emprender el viaje. Por eso le resultó. insólito y hasta reencontrarse en poco tiempo con los suyos y acicatea­
exagerada la solicitud de ese hombre que acomodaba da por el sue110 de la escuela, acudió a la cita.
valijas parsimoniosamente y expresaba, con esmerada El comedor iluminado y las mesas tendidas con man­
educación, su deseo de acompañarla a cenar esa noche teles de blanco hilo disiparon las dudas que todavía ti ti­
en el vagón-comedor. Se dijo gue no tenía ánimos de laban dentro de ella. El hombre se acercó sonriente.
144
145
VÍCTOR HEREDIA
Rincón del Diablo

Tendría, según sus cálculos, treinta y cinco, quizá treinta


-Isauldo Carmena. Ése es el nombre tallado en la lá­
y siete ai'los; alto y moreno, con una cicatriz en la meji­
pida. Y es el padre de quien le hablo. ¿Desea vino?
lla que intentaba disi'mular bajo· una incipiente barba. -Sí, gracias. ¿Y usted conoce los pormenores de su
Vestía coó cierta displicencia un traje gris con rayas pe­ muerte?
quei'las, pañuelo al cuello enlazado por un anillo ele -Yo también era un niüo en esa época, pero conta­
oro, camisa abierta y un sombrero de fielu·o negro, que ban que se ahorcó por miedo a que su próximo hijo na­
ocultaba una frente ancha y despejada. Se inclinó y le ciera muerto o con algún estigma.
ofreció la mano. -Algo recuerdo. Pero son cosas de gente impresiona­
-Hoy no me presenté, soy Manuel Olivera. ble. Creo que la literatura hizo mucho por eso. ¡No es­
-Belinda Moliné, mucho gusto -algo oscuro resonó en toy desestimando el papel extraordinario de Edgard
su interior, pero aceptó sontiente la mano que se tendía. Allan Poe, Horacio Quiroga, Kipling y otros tantos que
Manuel Olivera se sentó y le ofreció galantemente la car­ leí de joven! Quiero decir que...
ta del menú, reservándose para sí la de los vinos. -Entiendo. Que las leyendas son leyendas y que la rea­
-¿De los Moliné de Rincón del Diablo? lidad es tergiversada a veces con un poco de imaginación.
-¿Conoce a mi familia? -Exactamente. Mire, sin ir más lejos, yo tengo traba­
-Mi padre vivió allí. Trabajó para el ferrocarril hace jando en el campo a un peón que fue analfabeto hasta
muchos a1ios, yo era un adolescente. los veinte a11os, Cipriano Airnla. Hoy es ... ¿cómo decir­
-¡Qué casualidad! ¿Pero usted ya me conocía? le?, el relator del pueblo, más todavía: casi un académi­
-Tenía noticias de su existencia, Belinda. Pero desde co. Un hombre que a costa de quemarse los ojos puede
la muerte de mi padre deambulé de un sitio a otro y só hablar como nadie que yo conozca. Para mí es un orgu­
lo fui de vez en cuando a visitar el pueblo.· llo, porque fui quien le proveyó los primeros libros. Mi
-¿Tiene propiedades allí? padre tiene una biblioteca gigantesca y n'o h�y obra de
-Digamos que tengo conocidos, y cuando estoy cerca importancia que no se e,1cuentre allí. A lo largo de los
paso a ver si los encuentro.·Usted no debe conocerl�s... a11os, Cipri�no se transformó en un lector extraordina­
-¿Quién sabe? Es un pueblo tan chico que... rio y se enamoró de algunos cuentistas. Todos los sába­
-Carmona. ¿Escuchó hablar de Inspiración Milagros dos cuenta uno o dos relatos de esos autores en un sitio
Carmona? al que es imposible que yo vaya, un prostíbulo disimula­
-Sé que hay una tumba, en la Loma del Ahorcado, do que tiene Rincón del Diablo, pern sé de su éxito y de
que tiene un nombre así. Déjeme ver... -y entrecerró los lo que producen esas historias en la gente. Y hasta tuve
ojos para buscar en su memoria-. Sí, pero desde chica oportunidad de asistir a una presentaci.ón suya en la
lo atribuí a una leyenda. No sé por qué. carpa de un circo.
146 147
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diciblo

-Lo sé. Estuve allí una noche. Y le aseguro que selectivas. Muy selectivas. No son muchos los que mere­
aplaudí a rabiar. Es extraordinario. Me propuse saludar­ cen escuchar nuestros secretos. Deploro decirlo, pero no
lo, pero tenía qtie volver a Buenos Aires y salí con tanta hay tan tos honestos a quienes poder expresarles con_ sin­
prisa como pude. Veo que son amigos más que... cetidad nuestros sueiios. En fin. La humanidad parece
-Así lo creo yo también. Mis hijos lo adoran. Es un cfüigirse al lugar equivocado, sin embargo...
hombre especial. Siempre tiene el gesto y la palabra jus­ -¿Sin embargo... ?
ta. Lamentablemente, ésa es otra de las cuestiones que -Tengo esperanza. Hay gente que se rebela y lucha
debo dilucidar con mi padre enfermo. Malentendió mi con denuedo por sus convicciones y contra la irraciona­
afecto por Ciptiano y tuvimos una discusión al respecto. lidad del comí."111 deno�inador. No soy mojigata, sé que
A veces los mayores se guían por las apariencias y... ya sa­ es el camino más complejo, pues el poder degrada a los
be, soy viuda. Eso complica cualquier relación que pue­ hombres, les hace creer que lo superfluo es lo excelso y,
da sostener con un hombre. Pero..., no sé por qué razón tergiversa todo.
le cuento todo esto, recién lo conozco. Perdóneme. -Tiene razón, Belinda. Por eso a veces, ante tantas
-No se preocupe, Befinda, les pasa a muchos. Los des­ dificultades, algunos deciden hacer justicia por su pro­
conocidos ofrecemos esa oportunidad del desahogo. La pia mano,
entiendo, yo también le conté cosas de las que nunca ha­ -Perdón, no entiendo a qué se refiere.
blo con nadie. Adenuís, los trenes producen una miste­ -A que la justicia de los hombres es perezosa, y tarda
riosa conjunción entre los seres humanos. Los acerca. más de lo concebible en resolver adecuadamente los
No podría decirle exactamente la razón de ese infü!jO, crímenes que sus propios cancerberos ejecutan, es más:
· pero intuyo que, si no fuese en estas circunstancias, usted los ignora y perdona por ser cómplices del sistema.
no estaría sentada frente a mí. ¿Me equivoco? Belinda lo miró sorprendida por el énfasis de esta
-No, Manuel. No se equivoca. Sería iajusto que ne­ frase, y recién entonces repar6 en la delgadez de sus
gara que me resulta insólito estar aquí sentada, no manos. Podía ver los huesos y las venas azulinas a través
acostumbro a trabar relación con extra11os, de hecho ele la piel transparente de aquellos puii.os apretados.
podría decirle que, en lo esencial, soy algo ermitaña, Desde ese momento hasta que se despidieroi1 se sintió
apenas salgo de mi estancia y el grupo de mis amista­ vagamente inc6moda. Al regresar al camarote cerró
des se reduce a... con dos vueltas de llave. Cuando el tren arribó a Bue­
-C1priano Airala. nos Aires, agradeció no haberse cmzado con él y, al
-Tengo otros amigos, pero el trabajo en ·e·l campo y... reencontrarse con Paula y Cristiano, olvidó rápidamen­
ya sabe..., las cosas de la vida hacen que las personas nos te el suceso. Pero el destino tenía reservadas aún más
encerremos, o para ser más concreta: que nos pongamos penas para ella..

148 149
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

Aurelio Moliné falleció un mes después de su llegada, en La Tablita y también las habladurías sobre Laura Rí­
no sin antes recomponer las tensas relaciones y aprobar pole. Pero yo le expliqué que estaba confundido y creo
insólitamente el proyecto para co.nstruir la escuela. Be­ que al final consintió eh respetarlo. Aunque imaginará
linda decidió que Paula y Cristiano se quedaran ese año que no fue fácil hacérselo entender.
con la abuela para acompañarla y que volvieran recién -¿Y usted?
en el verano a Rincón del Diablo, pero ella, a pesar de la -¿Yyo, qué?
insistencia de su madre, retomó a La Mimosa después de -¿Qué piensa acerca de eso? Nunca me preguntó nada.
los funerales. Tenía un compromiso que .cumplir. -No tenía ni tengo por qué. Su vida fuera de la es-
Cipriano la esperó en la entrada, bajo los dos enor­ . tanda es algo que no me concierne, Cipriano.
mes eucaliptos que presidían la senda arbolada que lle­ -Imagino que así debe ser, pero quiero decirle que
vaba hasta la casa. La brisa del otoño arrastraba hoja­ siempre me sentí avergonzado. No son cosas que debie­
rasca y el sol de siempre lo ensangrentaba todo. Miró ran ventilarse tan livianamente como lo hizo Rosa Lei-·
alrededor y sintió en su corazón esa estación de la tris­ va. Por otra parte Laura...
teza. Pero cuando ll�gara Belfoda, debía sonreír. Ella -Prefiero que no me cuente nada. Sé cómo actúan
no merecía encontrarlo así, sumido en sus tribulacio­ los hombres ante esas circunstancias, y está en su dere­
nes. Vio la polvareda en el camino y azuzó el caballo. cho, vive solo y...
Alcanzó el sulky cerca del cruce del arroyo que divide -Tiene razón, pero déjeme decirle que no suelo ac­
las propiedades de los Moliné y los Carrascosa. Cuando tuar así.
se sacó el sombrero para saludarla, la t'iltima luz de la -La conocí en el circo aquella vez que usted actuó
tarde se encaramaba a los hilos de los alambrados. y... a pesar de saber de su liviandad, me pareció una be­
-¡Vamos a empezar la escuela, Cipriano! lla mujer. Repito que es cosa suya, Cipriano. Pero, y en
-Ésa sí que es una noticia extraordinaria, Belinda. eso debo darle la razón a mi padre, en este pueblo hay
¿Don Aurelio estuvo de acuerdo? gente retrógrada, pueden ironizar sobre las desgracias
-Sabrá lo ele mi padre, ¿no? más terribles y al tiempo son portadores de una inocen­
-Nos enteramos por la radio del viejo Kovasovitch. cia que subleva. Creo que no existe peor cosa que lo
Lo siento _mucho. que engendra la ignorancia. Por eso quiero edificar esa
-Sé que es sincero. Aunque papá..., ya sabe cómo escuela. Sé que será un aporte mínimo, pero quizá el
son los viejos. mío y el de Weisburd sirvan de ejemplo en medio de
-No entiendo, Belinda. tanta iniquidad.
-Mi padre no veía con buenos ojos la relación que -Puede contar conmigo, Belinda.
mantiene con... los chicos. Deploraba lo que \lSted hace -Ya lo sé, Cipriano. Yno se preocupe.

150 151
VÍCTOR HEREDIA •
-¿De qué?
-Ya sabe, no se preocupe.
21
-Nunca pensé que unas ca11as de más me harían co-
meter semejante error. Mire, Belinda...
-Ya le d\je antes que no quiero saber nada, así está
bien. No hablemos más sobre ese tema. Creo que su
arrepentimiento lo redime.
Cipriano no contestó, pero al amparo de la noche su
· rostro se suavizó, y mientras guitaba los arneses a los ca­
ballos y cmptu_aha el sulky bajo el cobertizo, cualquiera
hubiera advertido que esbozaba una somisa.

-Aye1; mandé pintar ele nuevo la cruz de la loma y


uno de los policías me ln!jo esto. Lo encontró sobre el
pasto a pocos metros de la tumba de Isauldo Carmon:1.
¿Lo reconocés, Priano?
-Son las bombachas y el chaleco de Inspiración Car-
mona. Tenía esa ropa la noche que lo vi en La Tablita.
-Este chaleco tiene sangre, ¿te diste cuenta?
-Así parece, sangre seca.
-Que yo sepa, los fantasmas no sangran.
-Entonces tendrá que buscar el ctlerpo, comisario.
-¿Y por dónde se te ocurre? Vos conocés m�jor que
yo esta zona. Naciste aquí. ¿Querés ayudarme?
-No sé ·si corresponde. Usted dispone de ayudantes
que son bastante baqueanos.
-Pero tengo la sensación ele que sabés más que ellos.
Y sos más inteligente, de eso no hay dudas.

152 153
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-No exagere, Di Paola. En este tema usted ya parece -No son tantos. Habría que mirar primero en algu­
bastante ducho. nos mausoleos y tumbas de esa época. Eso sin decirle
-Puede ser, pero no se me ocurre por dónde empezar. nada a nadie, ¿se entiende?
-Mire, si yo tuviera que esconder un cadáver lo haría -¿Ves por qué te digo que sos inteligente? Me pare­
en un lugar común, uno donde nadie imaginara nunca ce que esta noche vos y yo...
que puede esconderse a un muerto. No lo haría en el -Ni lo sueñe. Yo tengo mi trabajo y usted el suyo.
campo, ni lo hundiría en el río, eso seguro. Conmigo no cuente. Por otra parte no le conviene ha­
-¿Por qué razón? cerse el macho, ya está visto que es medio .flojo para
-En el agua sería inútil, al cabo de un tiempo apa- esas cosas. Piense en su corazón. Mejor vaya de día.
recería flotando, no es un buen escondite. Y en el -¿Otra vez con lo mismo? Ya le expliqué a Remigio
campo menos, por las alimai'las. Son capaces de desen­ que no fue por el susto, ¡carajo! Venía mal por otras
terrar un novillo y dejar la osamenta al sol. Aquí el te­ cuestiones, vos mismo lo dijiste. No vaya a ser cosa que
rreno es húmedo y fácil de excavar. Cuando murió el ahora , a pasos de mi retiro, se comente por ahí que Lu­
Peludo, uno ele los perros de La Mimosa, el Seco lo en­ cio Di Paola armga con los fantasmas. ¡Yo no le tengo
terró a más de un metro y medio cerca del galpón de miedo a nada! ¡A nada, Priano! Esta misma noche voy a
los tractores. Las mulitas lo encontraron, son muy ca­ aclarar esas pelotucleces.
rro11eras y cavaron un túnel hasta el pobre bicho. No Pero esa noche llovió tanto que Di Paola no pudo
se podía pasar cerca por el hedor. Y como nadie quiso cumplir con su amenaza, ni los días subsiguientes. El
tomarse el trabajo de llevarlo a otro lado debido a la agua de la laguna de Aguará se derramó en el Salado y
pestilencia, ahí quedó. A la semana, los huesitos blan­ la correntada se llevó por delante el puente de hierro
queaban: los otros perros lo desenterraron y las ratas y que los comunicaba con Santa Fe. El pueblo quedó así
las hormigas se encargaron_del resto. Habría que ha­ prácticamente aislado. Todo se convirtió en un inmen­
cer un pozo de por lo menos cinco metros para un so lodazal. Las lámparas coloridas de La Tablita parpa­
cristiano. Y taparlo con piedras, Di Paola. Mucho tra­ deaban como un faro al final de la calle. Y Cipriano se
bajo para quien anda apurado. hartó de contar cuentos. No había otro lugar adonde
-¿Entonces? ir en ese pueblo sitiado por la.inundación, y los home­
-Yo buscaría en el cementerio del pueblo. rianos tuvieron su segunda oportunidad de rugir con
-¿Pretcndés que hurguemos en las tumbas? ¿Estás loco? Aquiles frente a Troya y también los borgeanos, que se
-Usted me preguntó y yo le respondo. Ésa es la idea. empacharon de duelos a cuchillo y mágicos Aleph. El
-No es mala. Pero, ¿cuántos permisos hay que con- diluvio siguió día tras día y Cipriano d<';jó su casa de
seguir? Puente Blanco para refugiarse en el consultorio de

154 155
ViC:TOR HEREDlr\ Rincón del Diablo

Zimmcrman, quien gentilmente le prest<:Í un cuarto en La Mimosa apenas chapaleaban el habitual lodazal
detrás de los cobertizos. que forma la lluvia. Ni una sola hectárea se vio per:ju­
Fue allí donde Cipriano encontró aquella vieja má­ clicada de las diez mil que poseía Belinda. En cambio,
quina ele escribir, arrumbada entre c�jas de remedios los Carrascosa, _tal como Cipriano augtirara en aquella
y ampolle las, metida al fondo de un armario en el que histriónica comparación con Tomás Gómez del Casta-
había dispuesto unas pocas pertenencias. La descu­ 110, vieron desaparecer lentamente las suy·as bajo las
brió una noche en la que trataba de.hacer espacio pa-· aguas. Más de tres mil se hicieron intransitables por el
ra guardar las bolas. Varias cajas se derrumbaron y una cierra me del Salado, y ot:as· seis mil de monte se trans­
negra Olivetti se presentó ante él. Pensó inmediata­ formaron en un inmenso ba1iado. La fábrica de tani­
mente que era un envío del cielo. Hasta ese momento, no cerró y el gobierno provincial declaró la zona en
confeccionaba los machetes a lápiz y, cuando las luces estado de emergencia. La única trocha del ferrocarril
de La Tablita se atenuaban, le costaba leerlos. Le co­ que siguió funcionando fue la· del viejo Weisburcl,
municó a Zimmerman el hallazgo y éste lo sorprendió quien, de acuerdo con sus costumbres solidarias, per­
regalándosela. Primero rechaz6 con vehemencia la mitió a los lugaré11os que la utilizaran sin costo algu­
propuesta y dijo que la aceptaría solamente en présta­ no. Pero Cipriano poco y nada sabía de todo ello. Te­
mo, pero ante la insistencia del veterinario, que argu­ cleaba día y noche en feroz idilio con la Olivetti, pues­
mentó que ya no le importaba puesto que tenía tres to que nada se podía hacer en el campo y el Seco y Ju­
martillos rotos y un defecto en el rodillo, se sometió al lián se arreglaban perfectamente sin él, en la mansa
desafío de repararla. Trabajó una semana, hasta que tarea del ordeñe o la reparación de algún alambrado.
por fin solucionó el desperfecto. Con infinita pacien­ Al segundo mes ya tenía escritas más de ochocientas
cia, claro está, ya que no sabía dactilografía, copió las páginas sobre autores americanos y extranjeros. Su lar­
guías de los re_latos y agregó citas y reflexiones sobre ga memoria le proveyó el material que cualquier otro
los autores que más lo impresionaban. Encerrado en­ hubiera tenido que consultar en varias bibliotecas. Só­
tre caballos con anemia y chanchos con enfermeda­ lo dos veces trastabilló y fue hasta La Mimosa a pedir­
des tan raras como el mal de Atueszky, escribió casi le prestados a Belinda dos ejemplares: un tomo de la
con desesperación sobre todo lo que había aprendido. Enciclopedia Británica en el que buscó datos sobre
El diluvio, entretanto, seguía devorando montes y Rudyard Kipling y las revistas donde habían sido edita­
campos. Los Moliné fueron los menos afectados, ya dos los primeros cuentos d_e Quiroga para corroborar
que sus propiedades se alzaban sobre una extensa lo­ algunas opiniones de Rodríguez Monegal sobre su ad­
·mada que subía desde el baüado d<:; Aguará y caía re­ mirado. Cuando Belinda se enteró en qué estaba me­
cién a los pies de la. Loma del Ahorcado. Es decir que tido, se ofreció para ayudarlo y le mandó en el Yacaré

156 157
Ví<:TOR HEREDIA
Rincón del Diablo

varias resmas de papel carta y, como regalo especial, la


El diluvio continuó implacable todo ese invierno y el
primera edición del fabuloso ensayo de ontología feno­
pueblo entero pareció hundirse también en la masa pu­
menológica de Jean Paul Sartre: El ser y la nada. Prime­
trefacta que anegaba calles y veredas. Fue recién a me­
ra en todo sentido, ya que la publicación traducida al
diados de agosto, cuando el sol intentó horadar las nu­
castellano y analizada por Miguel Angel Virasoro era,
bes y filtró tímidos rayos sobre el caserío, que Di Paola
después de haber sido prohibida la original en Francia,
decidió tomar el toro por las astas y.junto a uno de sus
la única editada en ese momento. Así, Cipriano comple­
ayudantes, salió a cumplir con su amenaza de investigar
tó el círculo filosófico que había arrancado con Hume,
en el cementerio. Pero su sorpresa-fue mayúscula, pues
Leibniz y Kant para encontrarse finalmente indagando
apenas traspasó la reja de la entrada, descubrió el desas­
en la concepción existencial, hija de Heidegger,Jaspers
tre ocasionado por las aguas. Todo el camposanto era
y Marce!, sorprendido ante el ateísmo que Sartre expli­
üna inmensa ciénaga. Las tumbas parecían haber ex­
cita y reconoce a su vez como hijo de Nietzsche.
plotado: tapas y trozos de féretros flotaban en las inme­
Mientras escucha caer la lluvia sobre el techo de cha­
diaciones y, dentro de los mausoleos, las víboras y las ra­
pas del improvisado refugio, y después del cuarto vaso
tas habían encontrado un nido perfecto. Insistió, sin
de ca11a, conviene con el filósofo en que la existencia
embargo, acuciado por el deseo .de terminar por fin
humana es desdichada por naturaleza. Y descubre que
con el misterio; e ilusionado por la sugerencia gue Ci­
sus acaloradas discusiones con el cura de Rincón· del
priano le hiciera tiempo atrás, entró.
Diablo van más allá de su relación con las putas y la di­
Cuando apenas había caminado unos treinta me­
sipada vida de La Tablita. Dios también ha sido relativo
tros, la tierra cedió b�jo su peso y cayó a una fosa. Sin­
para él. Ya en el octavo vaso, se declara íntimamente
tió que sus botas rompían la madera podrida y trató de
existencialisla y sale bajo el aguacero a gritar, a todo el
aferrarse al borde resbaladizo, pero fue inútil. Terminó
que quiera oírlo, que Dios es un discípulo de Sartre y
boca abajo, 1-iundido en un fango pestilente y rodeado
que la Iglesia es la cárcel de los sentidos.
de retazos de mortajas y restos humanos. Wilfredo Pe­
-¡Voy a fundar un centro existencialista en este mis­
ralta, infeliz sargento ayudante, trató de alzarlo, pero
mo lugar -vociferaba- a favor de la libertad de los sen­
cayó también. Intentaron apoyarse uno en el otro para
tidos oprimidos y an contra del cristianismo místico,
saHr, pero no hubo caso. A medida que se movían, el b­
que embrutece y anula nuestra razón!
do se diluía más y más. Al atardecer estaban encajados
Así estuvo un buen rato empapándose, hasta g.ue
hasta la cintura, de manera tal que ya no tenían ningu- .
Zimmerman, alertado por los vecinos, lo rescató del pa­
na oportunidad ele escapar de la trampa. Recién enton­
pelón y consiguió hacerlo entrar con la promesa de que
ces repararon en la hora y en la insalvable circunstancia
lo ayudaría en la empresa.
de que estaban en medio de los campos de los Moliné
158
159
Víc:TOR HEREDIA
Rincón tlel Diablo

Zimmcrman, quien gentilmente le prestó un cuarto en La Mimosa apenas chapaleaban el habitual lodazal
detrás de los cobertizos. que forma la lluvia. Ni una sola hectárea se vio per:ju­
Fue allí donde Cipriano encontró aquella vieja má­ dicada de las diez mil que poseía Belinda. En cambio,
quina ele escribir, arrumbada entre c�jas de remedios los Carrascosa, tal como Cipriano augurara en aquella
y ampolletas, metida al fondo de un armario en el que histriónica comparación con Tomás Gómez del Casta-
había dispuesto unas pocas pertenencias. La clescu­ 110, vieron desaparecer lentamente las suy·as bajo las
bri6 una noche en la que trataba de hacer espacio pa-· aguas. Más ele tres mil se hicieron intransitables por el
ra guardar las botas. Varias cajas se derrumbaron y una derrame del Salado, y ot:as· seis mil ele monte se trans­
negra Olivetti se presentó ante él. Pensó inmediata­ formaron en un inmenso ba1iado. La fábrica de tani­
mente que era un envío del cielo. Hasta ese momento, no cerró y el gobierno provincial declaró la zona en
confeccionaba los machetes a lápiz y, cuando las luces estado de emergencia. La única trocha del ferrocarril
de La Tablita se atenuaban, le costaba leerlos. Le co­ que siguió funcionando fue la · del viejo v\Teishurd,
munic6 a Zimmerman el hallazgo y éste lo sorprendió quien, de acuerdo con sus costumbres solidarias, per­
regahíndosela. Primero rechaz6 con vehemencia la mitió a los lugaré1ios que la utilizaran sin costo algu­
propuesta y elijo que la aceptaría solamente en présta­ no. Pero Cipriano poco y nada sa6ía de tocio ello. Te­
mo, pero ante la insistencia del veterinario, que argu­ cleaba día y noche en feroz idilio con la Olivetti, pues­
mentó que ya no le importaba puesto que tenía tres to que nada se podía hacer en el campo y el Seco y Ju­
martillos rotos y un defecto en el rodillo, se sometió al lián se arreglaban perfectamente sin él, en la mansa
desafío de repararla. Trabajó una semana, hasta que tarea del ordeñe o la reparación de algún alambrado.
por fin solucionó el desperfecto. Con infinita pacien­ Al segundo mes ya tenía escritas más de ochocientas·.
cia, claró está, ya que no sabía dactilografía, copió las páginas sobre autores americanos y extranjeros. Su lar­
guías de los relatos y agregó citas y reflexiones sobre ga memoria le proveyó el material que cualquier otro
los autores que más lo impresionaban. Encerrado en­ hubiera tenido que consultar en variasbibliotecas. Só­
tre caballos con anemia y chanchos con enfermeda­ lo dos veces trastabilló y fue hasta La Mimosa a pedir­
des tan raras como el mal de At�eszky, escribió casi le prestados a Belincla dos ejemplares: un tomo de la
con desesperación sobre todo lo que había ap�endido. Enciclopedia Británica en el que buscó datos sobre
El diluvio, entretanto, seguía devorando montes y Rudyard Kipling y las revistas donde habían sido edita­
campos. Los Moliné fueron los menos afectados, ya dos los primeros cuentos de Quiroga para corroborar
que sus propiedades se alzaban sobre una extensa lo­ algunas opiniones de Rodríguez Monegal sobre su ad­
mada que subía desde el bai'iado cl<c; Aguará y caía re­ mirado. Cuando Belinda se enteró en qué estaba me­
cién a los pies de la Loma de!Ahorcado. Es decir que tido, se ofreció para ayudarlo y le mandó en el Yacaré

156 157
VÍCTOR HEREDIA
Rincón del Diablo

varias resmas de papel carta y, como regalo especial, la


El diluvio continuó implacable todo ese invierno y el
primera edición del fabuloso ensayo de ontología feno­
pueblo entero pareció hundirse también en la masa pu­
menológica deJean Paul Sartre: El ser y la nada. Prime­
tref�cta que anegaba calles y veredas. Fue recién a me­
ra en todo sentido, ya que la publicación traducida al
diados de agosto, cuando el sol intentó horadar las nu­
castellano y analizada por Miguel Angel Virasoro era,
bes y filtró tímidos rayos sobre el caserío, que Di Paola
después de haber sido prohibida la original en Francia,
decidió tomar el toro por las astas y,junto a uno de sus
la única editada en ese momento. Así, Cipriano comple­
ayudantes, salió a cumplir con su amenaza de investigar
tó el círculo filos6frf9...gue había arrancado con Hume,
en el cementerio. Pero su sorpresa-fue·mayúscula, pues
Leibniz y Kant para encontrarse finalmente indagando
apenas traspasó la reja de la entrada, descubrió el desas­
en la concepción existencial, hija de Heidegger,Jaspers
tre ocasionado por las aguas. Todo el camposanto era
y Marce!, sorprendido ante el ateísmo que Sartre expli­
üna inmensa ciénaga. Las tumbas parecían haber ex­
cita y reconoce a su vez como hijo de Nietzsche.
plotado: tapas y trozos de féretros flotaban en las inme­
Mientras escucha caer la lluvia sobre el techo de cha­
diaciones y, dentro de los mausoleos, las víboras y las ra­
pas del improvisado refugio, y después del cuarto vaso
tas habían encontrado un nido perfecto. Insistió, sin
de caii.a, conviene con el filósofo en que la existencia
embargo, acuciado por el deseo de terminar por fin
humana es desdichada por naturaleza. Y descubre que
con el misterio; e ilusionado por la sugerencia que Ci­
sus acaloradas discusiones con el cura de Rincón. del
priano le hiciera tierripo atrás, entró.
Diablo van más allá de su relación con las putas y la di­
Cuando apenas había caminado unos treinta me­
sipada vida de La Tablita. Dios también ha sido relativo
tros, la tierra cedió b�jo su peso y cayó a una fosa. Sin­
para él. Ya en el octavo vaso, se declara íntimamente
tió que sus botas rompían la madera podrida y trató de
existencialista y sale bajo el aguacero a gritar, a todo el
aferrarse al borde resbaladizo, pero fue inútil. Terminó
que quiera oírlo, que Dios es un discípulo de Sartre y
boca abajo, hundido en un fango pestilente y rodeado
que la Iglesia es la cárcel ele los sentidos.
de retazos de mortajas y restos humanos. Wilfredo Pe­
-¡Voy a fundar un centro existencialista en este mis­
ralta, infeliz sargento ayudante, trató de alzarlo, pero
mo lugar -vociferaba- a favor de la libertad de los sen­
cayó también. Intentaron apoyarse uno en el otro para
tidos oprimidos y en contra del cristianismo místico,
safir, pero no hubo caso. A medida que se movían, el b­
que embrutece y anula nuestra razón!
do se diluía más y más. Al atardecer estaban encajados
Así estuvo un buen rato empapándose, hasta que
hasta la cintura, de manera tal que ya no tenían ningu­
Zimmerman, alertado por los vecinos, lo rescató del pa­
na oportunidad ele escapar de la tra¡npa. Recién enton­
pelón y consiguió hacerlo entrar con la promesa de que
ces repararon en la hora y en la insalvable circunstancia
lo ayudaría en la empresa.
de que estaban en medio de los campos de los Moliné
158
159
Vic:TOR HEREDIA Rincón del Diablo

y los Carnt.�cosa, absolutamente lejos de todo. La capi­ Dedujeron que el ayudante malherido le había dis­
lla, construida por los patriarcas, no oficiaría misa qui­ parado a su vez an tes ele morir, mientras el policía esca­
zá por mucho tiempo, ya que el �ura se había refugia• laba la fosa, pero aquella palabra y el hecho de que las
do en el pueblo ante el avance de las aguas, igual que ropas de Carmona, que tan celosamente guardara en su
el sereno del camposanto. Fue entonces cuando deci­ casa, estuvieran esparcidas alrededor de la escena, ter­
dieron, después de gritar desaforadamente durante minó de confundirlos. Quedaba entonces por saber
una hora, utilizar sus pistolas. Tampoco resultó: era ha­ quién había matado al comisario. Los �jos se volvieron
bitual oír disparos de armas de fuego en esa zona. Si al­ a Cipriano y fue Remigi0 el que sugirió el nombre del
gún caminante escuchó las detonaciones, debe habér-. Relator. De acuerdo con sus sospechas, era él qu'ieri
las atribuido a una partida de cazadores. 'La noche se mantenía estrechos vínculos con el difunto, y quien lo
cerró y la lluvia cayó sobre ellos sin misericordia. La fo­ habría instigado a realizar esa aventura en el cemente­
sa, antigua y profunda -los separaban más de tres me­ rio. Pero Cipriano tenía la coartada perfecta: esa noche
tros del nivel superior-, comenzó a llenarse ante la de­ había cenado en la casa de don Kovasovitch, donde aga­
sesperaci6n de ambos. Pero nada podía hacerse, salvo· sajaban al futuro yernoclel farmacéutico. Tanto su htja
esperar que algún alma extraviada pasara por allí. Dis­ como los otros invitados aseguraron que Cipriano los
pararon las últimas balas y para ciarse ánimo vaciaron entretuvo con sus relatos hasta pasadas las tres de la ma­
una ele las dos botellas de cai'l.a que habían llevado por drugada y que se quedó a dormir allí, por sugerencia
la misma razón. La última posibilidad que tenían, se­ del farmacéutico, para evitar la lluvia torrencial que
gún los cálculos de Di Paola, era que los caballos, asus­ caía en esos momentos.
tados por los disparos, volvieran al pueblo y alguien sa­ La leyenda alzó vuelo otra vez entre los habitantes, y
liera a buscarlos. Pero eso también era improbable, ya· hasta los más remilgosos, como Remigio, aceptaron
que ante un temporal semejante lo nortnal era que ca­ que algo sobrenatural se abatía sobre el pueblo.
da cual se quedara en su casa.. Así fue. Nadie salió esa Las investigaciones de la policía de Santa Fe y el Cha-
noche ni tampoco la siguiente. Fue en ésa, seguramen­ . co, que trabajaron en cortjunto en el caso, no aportaron
te, cuando Di Paola asesinó a su ayudante y luego se las resultado alguno, y el comisario fue inculpado jJost mortem
ingenió para escalar la fosa. Ésa fue la deducción que de degollar a su subordinado durante un posible ataque
hicieron quienes los hallaron. El sargento Vl'ilfredo Pe­ de pánico. Ningún otro comentario sobre el grabado en
ralta había muérto degoUado; Di Paola estaba tendido_ la frente de Di Paola ni su extraña muerte.
cerca de la capilla con un ag1tjero enorme �le escopeta La primavera llegó ele la mano del buen tiempo y Ci­
en la espalda. En su frente, grabada a cuchillo, apare- priano volvió a su casa de Puente Blanco con una bolsa
cía la palabra Añá. · llena de escritos y la máquina ele escribir. Todo parecía

160 161
VÍCTOR HEREDIA
Rincón del Diablo

regresar a su cauce, como el Salado, pero era evidente


clara resolución del Tribunal Superior de Santa Fe so­
que la historia de la Sombra los sobrecogía y Rincón del bre la inocencia de Zimmerman y Belinda.
Diablo parecía destinado a sobrellevar el oscuro sentido Para Paula y Cristiano, -Emiliano era el tío perdidó,
de su nombre. Muchos se preguntaron por entonces de
un fantasma más de los que Rincón del Diablo podía
dónde había salido, ¿a quién se le había ocurrido seme­ ufanarse o dolerse según la ocasión.
jante denominación para un pueblo? Los más memo­
riosos se lo aqjudicaron a los pobladores que ocuparon
las márgenes del Salado durante el tendido de las vías,.
otros a los Tocagües', Calchaquíes y Abipones que, coh
sus sangrientos ataques, quizá influenciaron a los primi­
tivos colonos para que eligieran semejante calificativo.
De cualquier modo, ya fuera por herencia de la coloni­
zación, o la más cercana construcción del ferrocarril, el
nombre estaba allí, tin estigma ·difícil de ignorar cuan­
do el recuerdo de la frente rajada del comisario Di Pao­
la o el del cuerpo de Gramajito, estaqueado y comido
por los caranchos, se apoderaba de las reuniones o.
acompai'laba, como.una sombra, a los atribulados peo­
nes a través de montes·y campos.
Merced a sus contal(;tos, los Carrascosa vendieron a
buen precio sus tierras anegadas al gobierno ele la pro-
vincia y se dedicaron a la política. Los Moliné queda-'
ron representados entonces por la solitaria Belinda y
su hermano Emiliano. Ambos luchaban a brazo parti­
do para sostener el legado de su padre, aunque cada
cual por su lado, ya que Emiliano -casado con Amalia
Carrascosa, una mujer altiva que nunca voh�ó a cruzar
la tranquera de Belinda después de la muerte de Brau­
lio- tenía prohibido, bajo amenaza de divorcio, visitar
a su hermana. ¿Las motivaciones? Amalia sostenía obs­
tinadamente que había sido un asesinato, a pesar de la

162
163
Rincón del Diablo

22 levantado, junto a la tumba que guardaba su eterno re­


poso, un pequeño monumento donde se leía: "Laura, tu
muerte reivindica la virginidad". Pero el cura ni siquiera
quiso discutir el tema ya que, al primer intento, un do­
mingo en la capilla del cementerio, les dijo sin mira­
mientos que de los más de cuatrocientos hombres a los
que había confesado, apenas uno -el tal Polilla- no se ha­
bía acostado con Laura, á quien consideraba un ángel de
la perdición enviado a Rincón del Diablo por su homó­
nimo, antes que una santa. Y no se movió de allí un ápi­
ce a pesar de las amenazas de las comadronas de no
asistir más a misa si no les daba razon·es más explícitas.
Después de tres domingos con la capilla casi vacía, el cu­
ra no tuvo más remedio que traer a colación la visita de
Para el aniversario de la muerte ele Laura Rípole, rn1.a aquel obispo de Formosa que, atraído en principio por la
comisión de vecinos decidi6 en multitudinario cónclave fama de Cipriano, llegó a La T<l;blita acompañado por un
llamar a Celestino Parra, más conocido en toda la zona cardenal de Santiago de Compostela y su comitiva y que,
como el Santo Parra. Exorcista y sanador, Lenía un largo luego de asistir a una noche memorable de literatura fan­
mrrfculuin vita11de curaciones y milagros que lo precedía. tástica, terminó en una orgía con Laura y el resto de las
La comisi6n, conformada por una llamativa mayoría fe­ pupilas de Remigio. Hecho que por su .trascendencia, y
menina -había sólo un hombre apodado Polilla, de cuya dada la investidura ·de sus protagonistas, obligó a la Cu­
masculinidad no existían pruebas-, así lo había decidido, ria a dar castigo ejemplar a todos los implicados. El
ante el cariz que habían tomado los acontecimientos. obispo fue excomulgado y el cardenal y su comitiva vol­
Muchas de ellas, en uno de los primeros gestos feminis­ vieron de civil a bordo de un petrolero que arites de
tas de la región, también pretendían convencer al cura anclar en Compostela hizo puerto en África durante
de declarar a Laura Rípole mártir de la Iglesia. Afirma­ cuatro meses por un desperfecto. No demasiado con­
ban que lo de Laura había sido un hecho -por demás so­ vencidas del cuento que les hizo el cura, convinieron en
brenatural y que representaba, con su martirologio, ,, que, a pesar de Ji\ indudable santidad que Laura se ha­
muchas de las que,_ esclavizadas por sus matrimonios,· bía ganado, ló más urgente era exorcizar al pueblo de
caían en manos del diablo y sufrían en vida el oprobio su diabólico sino, y conrrataron a Celestino Parra para
de ser lanzadas a la prostitución. De hecho, ya habían el caso, con el consiguiente desacuerdo de_l religios�_,

165
V[CTOR HEREDIA Rincón del Diablo

que sostenía que la Iglesia estaba capacitada más que donde anotaba con minuciosa letra cada una de las his­
nadie para esos menesteres. torias que referían los_ habitantes. Al principio, la Mentié­
-¡Estoy cansado de brujos chiriguanos y chamanes va y su marido entendieron que era el trabajo de un pro­
turupíes! ¡Cómo voy a dar la comunión a un hato de in­ fesional y que, ya que la comisión le había adelantado,
crédulos que confía más en las prácticas diabólicas que por la exigencia del contrato, el cincuenta por ciento de
en Cristo! ¡Yo levanto el cáliz y estos salvajes agitan so­ la suma total, había que agradecer tanta dedicación. Re­
najeros y tocan el juenchelile para espantar a los malos cién al mes se animaron a preguntarle si consideraba que
espíritus! ¡Y todos se lo creen! -,y se encerraba en la ca­ faltaba mucho para decidir qué método iba a utilizar pa­
pilla hasta que al domingo siguiente les descerrajaba un ra el exorcismo. Cuentan que, en lugar de contestarles,
sermón apocalíptico a los feligreses que se animaban a Celestin_o se mostró ofendido y sin decir palabra juntó
entrar-. ¡Los que quieran salvarse tendrán que flagelar­ sus pocas pertenencias y enfiló hacia la parada del colec­
se hasta que no les quede una gota de sangre en el cuer­ tivo. La pobre Mentieva, desolada por la culpa de echar
po! ¡Mormones! ¡Apóstatas! a perder la única oportunidad que les había regalado la
Pero su dedicación fue inútil: el chamán arribó una vida, corrió a casa de cada una de sus compañeras y en­
tarde en el último colectivo que llegaba desde Santa Fe. tre todas -incluido Polilla- lograron hacerlo volver, no
Vestido humildemente con un poncho de vicuüa a mo­ sin antes abonar el resto de lo pactado. Tres meses más
do de sayo y sandalias franciscanas, se hospedó en la ca­ duró el recorrido del sanador por todo el pueblo, hasta
sa de la rusa Gladia Mentieva, duei'ia de la pastelería de que un día anunció que había dado con la clave.
la calle principal y hacedora de las tortas más exquisitas Reunió a las mujeres de la comisión en la misma co­
que hayan existido en esa y otras tierras. Su marido, un cina donde la Mentieva cocinaba en ollas de cobre sus
moscovita robust9 como un toro, pero voluble y manso tortas de chocolate y llenó de incienso un samovar que
ante su muje,r, ac�ptó de mala_gana al huésped y lo con­ el gigantesco ruso conservaba de sus abuelos y al que
finó a la pieza de su única hija, una bella adolescente de Polilla se había encargado de lustrar, con notoria dedi­
catorce ai1os tan alta como su padre, que se tuvo que cación. Allí, apenas visible tras el humo, les confesó que
conformar con un colchón tirado en la cocina todo el la forma más expeditiva de exorcizar el territorio era
tiempo que duró aquella estadía. con un avión fumigador. Él mismo se encargaría de pre­
Lo primero que hizo el famoso Celestino fue recorrer parar el brebaje que el piloto derramaría sobre Rincón
el pueblo e indagar, una por. una, a todas las personas del Diablo, pero ellas a su vez debían rezar cada noche
que encontraba, sobre los sucesos que hacían presupo­ en cada punto cardinal del pueblo hasta sumar quince
ner la existencia de un maleficio en Rincón del Diablo. días de plegarias en favor de los ángeles custodios y con­
Llevaba consigo una agenda de cuero de lampalagua, tra el representante de Satanás. Las azoradas mujeres

166 167
VÍCTOR HERE.DIA

tardaron otros_ tantos hasta convencer a sus esposos de 23


tan ridícula empresa, pero es sabido que la lengua de
una mujer persuade más que nada en éste rriui1do y, a
pesar de los redamos, comenzaron las oraciones. Entre-.
tanto, Celestino se dedicó a juntar toda clase de yuyos y,
con la ayuda de un risueño Kovasovitch, armó un em­
plasto que colmó dos latas de combustible de veinte, li­
tros cada una. Eran las que llevaría el avión fumigador
para derramar sobre el pueblo. Cuando todo estuvo dis­
puesto, exigió, claro está, el dinero para el alquiler de
la avioneta. Allí se suscitaron algunos inconvenientes
que, valga la ironía, casi echan por tierra la empresa
concebida tan arduamente. La suma era desopilante.
Finalmente, la comisión en pleno decidió pedir un
préstamo al banco de la provincia de San ta Fe y así cum­ La luna se recorta entre los árboles, pinta con fosfo­
plieron con Celestino. El curandero cargó los dos bido­ rescencias las leves ondas que levanta el río, se tiende
nes en el colectivo y prometió regresar con el avión el sobre el campo. El orden natural descansa esa noche de
domingo siguiente a realizar su exorcismo. una cruenta batalla y dormita secretamente allí. Sobre
Después de ese domingo llegaron otros tantos, y mu- la costa, donde los sauces y los bambúes cubiertos de ta­
chos más hasta la primavera, pero el avión fumigador cuapí enmarcan ':!1 cauce marrón, el hechizo se rompe
nunca apareció sobre el castigado cielo de Rincón del abruptamente; son los altos muros de la fábrica de tani­
Diablo. La única noticia que tuvieron de Celestino vino no. La mole de ladrillos padece un desamparo que qui­
en forma de bebé, cuando la rubia hija de la rusa Men­ ta el aliento. Es el agobio del abandono. Los ojos no
tieva ya no pudo ocultar su emparazo y confesó lloran­ pueden evitar dolerse ante ese cúmulo de soledad que
do que el sanador le había prometido casamiento. La medra en medio de la selva. Allí no hay pájaros, ni na­
vergüenza hizo que la familia decidiera cerrar su nego­ da que aliente esperanza. Pero no es afuera de sus pa­
cio y abandonara el pu�blo. Así fue como Rincón del redes donde acechan las sorpresas, sino más bien aden­
Diablo se quedó sin exorcismo y sin repostera. tro. La luz se filtra entre las chapas de cinc y apenas
consigue horadar la penumbra del galpón donde Ci­
priano Airala enciende su tercer cigarro. Está sentado
sobre un rollizo de quebracho y juega con el ala. del,.

168 169
VÍCTOR HrnEDJA Rincón del Diablo

sombrero. No hay ruidos, sólo el aletear sibilante de los -Esto está cerrado definitivamente, ¿no?
murciélagos, pero él parece no prestar atención a los -Usted lo ha dicho. La Forestal se comió todo y los
vuelos rasantes: su mirada reposa mientras pita de vez dueños como si �ada. Ellos no tienen _apurones. Los Ca­
en cuando. Otra chispa relumbra a pocos metros y re­ rrascosa, por ejemplo, le dieron pantanos al gobierno y
corta el óvalo de otro rostro, hasta que se apaga y la os­ recibieron plata y acomodo en el Congreso. ¿La condi­
curidad V4elve a adueñarse de todo. Parecen esperar. ción? Dejarle el campo orégano a los gringos. Así esta­
Efectivamente, son dos hombres silenciosos. De pronto, mos, Manuel. Belinda por suerte se jugó a la hacienda
uno levanta la cabeza y escucha atento. En apariencia y sostiene a sus empleados.
nada ha cambiado: los grillos no cesaron de martillar, ni -¿Y vos?
los teros chillaron. Pero no se equivoca. Cipriano Aira­ -Aquí sigo, pero me queda poco.
la también deja de darle vueltas al "panza de burro" y -Bueno, ya estoy enterado. Ahora vamos a lo nues-
mira hacia el portón de entrada. La sombra entra tan si­ tro. ¿Y Carmena?
gilosa que nadie en este mundo, salvo estos dos, se hu­ -Aquí, debajo del vertedero, como siempre. Espero.
biera percatado. -¿Trajiste las herramientas?
-Aquí estamos, Manuel. -El Seco tiene todo en una bolsa.
-¿Yjulián? -Bueno, entonces a palea1� hay que sacarlo, no sea
-No vino. Está en Weisburd con Cristiano y Belin<la. cosa que se les ocurra tirar todo abajo y lo encuentren.
Yo me esquivé con la excusa de mi espalda, pero el Seco... -Ésa es la idea.
-Ya lo vi, sigue con vicios chicos, pero esos cigarros Y a punta de pala desenterraron el cadáver de Car­
van a matarlo igual que a vos, Cipriano; mena, después siguieron un poco más y los huesos ama­
-Fumar no es malo, sobre todo cuando se espera. rillentos de Pertusi fueron a dar a la bolsa que sostenía
Acorta la penuria y serena el espíritu. el Seco. Volvieron a colocar la pesada tapa del vertede­
.:..Perdón por la tardanza. ro en su lugar y se sentaron sobre el rollizo a descansar.
-Pensé que nunca ibas a disculparte, Manuel. Hace Los dedos flacos de Olivera acomodaron con cierta
una hora que nos estamos chupando la vida, según vos, aflicción el lazo de su púmelo y volvieron a tantear en
con el tabaco. la negritud del suelo.
-Tuve que entrar campeando, el pueblo parece una -¿Qué buscás?
romer'ía hoy. -La cabeza de Carmona, Cipriano. La cabeza.
-Hay elecciones y cada concejal hizo un asado, pare­ -¿Para qué?
ce que vamos para municipio nomás, a, pesar de los cie­ -Quiero verlo por última vez.
rres y la crisis hay cada vez más gente por aquí. -Lo único que vas a ver es un cráneo.

170 171
Rincón del Diablo
VÍCTOR HEREDI,\ �

-Ya sé. Pero del tipo qpe se cargó a mi viejo. -¿Qué lamentás, !V[anuel?
-¿Y qué vas a hacer? -La equivocación. Después de todo ...
-Llevármelo conmigo par�_escupirlo todos los días :-Carmona no tenía razón.
ra Rípole.
por el resto de mi vida.· -¿Estás seguro? Mirá en qué se convirlió Lau
su muerte?
-No tiene sentido. Ya lo mataste hace cuatro años y -Eso no imporla. ¿Tuviste algo que ver con
he en que se
también a Pertusi, ¿no es suficiente? -Fue cosa del destino, Cipriano. La noc
en el río. Llegué
-Nada es suficiente, Cipriano. despedía de ese tal Torrent, yo estaba
blo me viera, y
-Suponía que sí. como siempre, para que nadie del pue
me vio bajar del
-Pasé demasiados ali.os detrás de una sombra, y nos cruzamos. Se sorprendió cuando
a gritar, su­
cuando la alcancé lloré como un chico, igual que aque­ bote y yo t�mbién, lo confieso. Comenzó
a no clebe scr
lla noche en el campamento. Todaví� me despierto por pongo c¡uc encontrarse con un fantasm
o, te lo juro, Ci­
las noches con el grito de mi padre. Lo veo caer contra grato para nadie. No quise hacerle daii
a. El resto ya lo
el árbol y aferrar con desesperación los labios de su he­ priano. Se asustó y cayó por lá barranc
era, vengué la
rida para retener lo imposible. Y también recuerdo la sabés. Pero senlí un alivio; de alguna� man
z.
mueca de Carmona mientras limpiaba el facón contra estupidez de mi viejo. Tamai"ia estupide
-Ética, Manuel. Tu padre defe ndió la ética.
su ropa y me enfrentaba. A un chico de trece aüos, Ci­ o astillando
priano. A un mocoso que acababa de perder todo en la -¿La élica? ¿Treinta centímetros ele acer
¿Te parece un
vida. Si en este pueblo creen que soy un fantasma, no se huesos y revolviendo tripas, Cipriano?
equivocan. Lo soy en el sentido estricto. Me asesinó ha­ buen p�ecio por el honor?
ería ser sufi­
ce tiempo la culpa por no haberlo sabido defender o -Vos hiciste lo mismo con Cam10na. Deb
mos su memoria
por no haber evitado que cometiera aquella estupidez. ciente. Dejalo·en paz, bastante manosea
able a mí también.
para... ya sabés, no me hagás sentir culp
. quién le importaba que Carmena insultara a esa mu­
¿A Seco. Muy dis-
jer? ¿Acaso Laura Rípole honró con su vida la devoción -Lo tuyo es distinto, que te lo diga el
que le profesó mi padre? tinto.
ahora. Termi-
-¿Quién? -Dejalo ahí. No vamos a hablar de mí
Los ojos de Cipriano buscan en la oscuridad los de nemos con e'sto. ¿Tra:iiste la ropa?
ana de atrás
Manuel Olivera. El silencio es insoportable y el Seco -Sí. Pude entrar sin problemas, la vent
tantea 'instintivamente su cuchilla. estaba abierta como vos dijiste.
-Laura Rípole, Cipriano. Quizá no lo recuerdes, éra­ -¿Y los policías?
s.
mos chicos y ella debía tener catqrce años. Fue la mujer -En el pueblo, custodiando a los político
cuyo honor mi padre defendió con su vida. Lo lamento. -Falta vestirlo, entonces.

173
172
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-¿Y con los huesos de Pertusi qué hacemos? -Efectivamente, Manuel. Pero padece, como todos
-El Seco los va a repartir por el bañado, no te preo- los que colaboran con ella. La mala fe es una asimila­
cupes. t.ió1i'popu1ar dú lÚrilil0 o "rnentira". Nos duele mentir,
-Pero la cabeza me la llevo yo, digo..., la de Carmona. engañar. Insisto con Sartre. En Las Afo;·,.;.:.� ¡.1,me r.::n 1:,:,
-Ni hablar, ya te lo dije antes, lo presentamos entero ca de Egisto una fábula, una enorme mentira que im­
o nada, perdería todo sentido. La gente no va a aceptar pregna un pueblo entero, pero su mujer lo llama al or­
· el fin de una leyenda a la que le falte el cráneo. den y le recuerda algo que quizá debiéramos recordar
-Pero, Cipriano... nosotros ahora: "Los muertos están bajo la tierra, no
-Manuel, dejalo en paz. Ya hicimos lo que debíamos. nos molestarán ya. ¿Olvidas que tú mismo inventaste
Mirá, Sartre decía que... esas fábulas para el pueblo?". Y Egisto padece el infor­
-¿Seguís con tu literatura, Cipriano? Esto es la vida, tunio de saberse descubierto, no ya por los demás sino
hermano, no confundas realidad con ficción. El odio por él mismo, por su conciencia. Ojalá que la tuya te
no s_e va con versitos, ni siquiera con sangre, lo sé por salve como yo pretendo que me salve la mía.
experiencia propia. Éste, aún muerto, sigue siendo un -Si lo decís por mis entuertos, estoy tranquilo. No
cretino. Ya ves, no me alcanzó con matarlo. tengo nada de qué arrepentirme.
-¿Y con Laura? ¿Te alcanzó verla morir? ¿Hiciste al­ -Espero que no.
go para salvar a esa desgraciada? Puede que tengas des­ Decían esto mientras unían con tiento y finos hilos de
conocimiento, pero brutb no sos, sabés a qué me refie­ nylon cada uno de los huesos. Con minucioso cuidado
ro. No suele ser una panacea estar solo y libre. Duele. Y pegaron costillas y vértebras, falanges y falangetas, húme­
esta vez sí, cito a Sartre: "Estoy solo en esta calle blanca ros y radios y cada fémur, todo en su luga1� hasta que es­
y orlada de jardines. Solo y libre. Pero esta libertad se tuvo terminado: Resultaba evidente que no era el amor
asemC:ja un poco a la muerte". ¿Está más claro ahora? de las huestes de Lavalle en la limpieza de la carne podri­
Y en la negritud del galpón, ilu.minados por la tenue da de los huesos del caudillo lo que los movía, pero pare­
luz que la luna filtraba entre las chapas del techo, ini­ cía serlo: cierta devoción debe existir en un acto semejan­
ciaron la macabra tarea. te. Y, antes que desprecio, en sus gestos había algo de
-¡Está deshecho, Ciprjano! -dijo el Seco, asqueado. aquello. Después, en absurda ceremonia, lo vistieron con
-¡Qué noticia! ¿Dónde viste una osamenta que no se las ropas que Manuel Olivera había robado de la comisa­
deshaga? La muerte es así, Seco. Termina por deshacer­ ría y contemplaron la obra con cierta consternación. Allí
lo todo. Es su trabajo. La vida construye y ella... estaba Carmona, las botas de carpincho con puntera de
-Destruye -y la sonrisa de Manuel Olivera se destacó cuero, la .faja roja sosteniendo las bombachas y la rastra
entre las sombras. de plata, por donde asomaba la empui'ladura de la cuchilla

174 175
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

-aquella que una v_ez casi le corta los testículos al comisa­ ces y una montera se quejó en la copa de un timbó. La
rio-, el chaleco manchado de sangre seca que tantos aná­ empuñadura ele la dag·a ele Carmena sobresalía ele su
_ le costaran y el sombrero, coronando la calavera.
lisis pecho y un reguero de sangre buscaba la pendiente del
-Quedcí más lindo que en vicia, Cipriano -la voz del vertedero. Clpriano se arrodilló para ayudarlo pero só­
Seco rompió toda religiosidad-. Me dan ganas de llevar­ lo alcanzó a escuchar las últimas palabras ele Manuel,
lo a bailar e.�la noche con nosotros a lo de Kovasovitch. que .sonreía dolorosamente: "Treinta centímetros de
El vi1::jo prometió que va a poner unos valses en la fono­ acero. ¿Te parece poco precio por el honor?".
la. Con la pinta de este nuevo Carmona y tu labia pode­ No hubo nada que hacer, tenía el corazón partido
mos hacer un desastre entre las alemanas. en dos, el golpe de la puerta había empltjado la cuchi­
-¿Y lu mttjer? lla de tal forma que Manuel quedó clavado al suelo, pa­
-Bien gracias._ ¿Y la tuya? radqjicamente asesinado por un muerto.
-Sabés que no tengo, Seco. Pero si me prestás a tu Decidieron no tocar nada. Lo dejaron allí tendido y,
hermana, puedo solucionado. desparramados sobre su cuerpo, los huesos ataviados de
-¡Cufiado e' mierda que estoy por echarme! Carmona. La noche pareció cerrarse cuando un viento
Fue Cipriano quien con mano rápida talló con la sudeste rizó las aguas del Salado y tapó la luna con ne­
punta de su cuchilla, en los tablones de la pesada puer­ gros nubarrones. Cipriano espantó un escalofrío, mon­
ta, la palabra Aiiá. También quien escaló, con seguri­ tó su caballo y enfiló hacia Puente Blanco. Detrás iba_el
dad felina, la pared lateral y pasó la soga que iba a sos­ Seco, que no paraba ele persignarse. Al llegar al recodo
tener el cuerpo por encima del dintel, y también él del camino donde amengua la selva, casi en la entrada
quien, con su propio peso, terminó por desmoronarlo de Puente Blanco, el Seco apuró el paso para ubicarse
todo al romperse uno de los ladrillos donde estaba junto a Cipriano.
apoyado. El pesado portón cayó con violencia sobre -¿Te puedo hacer una pregunta?
Manuel Olivera, que sostenía jocoso esa suerte de ma­ -Lo que quieras.
rioneta cadavérica. -¿Cómo fue que Manuel mató a Carmona?
El Seco ayurló primero a Cipriano, que· yacía atonta­ -Yo lo ayudé. La noche de La Tablita le dije a Carmo-
do sobre la hoja, después entre los dos levantaron el na que había tenido un pleito con Manuel y que lo ha­
portón de quebracho que aplastaba a Manuel. Las risas bía matado cerca de la fábrica. Se fue hasta allá para
terminaron tan abruptamente como habían comenza­ confirmarlo. É_l_ �staba seguro de que algún día Manuel
do. Los �jos abiertos de Manuel Olivera miraban por vengaría a su padre y me agradeció que lo hubiera alivia­
última vez la enorme luna, los grillos martillaban fero- do de ese peso. Me preguntó varias veces.si estaba segu­
ro de haberlo asesinado y, tal como habíamos quedado

176 177
VÍCTOR HERtDIA Rincón del Diablo

con Olivera, le dije que sí, pero que no estaba segur,.., rl.e aliento a Weisburd y allí k: �a1varon la vida. Lo demás ya
que todavía estuviera allí, porque había pasado lo mis­ lo sabés. Carmona fue hasta la fábrica buscando un ca­
m; que la noche de la Sombra. dáver y se encontró con Manuel vivito y coleando. El
-¿Le tendieron una trampa? miedo lo paralizó y Manuel lo mandó al infierno de cin­
-De otra manera nunca se hubieran cruzado, Car- co pmi.aladas. Pertusi quiso escapar pero Manuel lo al­
mona estaba convencido de que Manuel tenía protec­ canzó y tampoco tuvo compasión. Después los enterró
ción diabólica y se pasó la vida huyendo de él y de sus bajo el vertedero.
propios fantasmas. -¿Y Joaquín, el padre de Manuel? ¿Qué pasó esa
-¿Y de dónde había sacado eso? noche?
-De la propia experiencia. Cuando pasaron los años -Eso sigue siendo un misterio. No tiene explicación,
y se hizo hombre, Manuel comenzó a buscarlo. Una no� Seco. No tiene explicación. Quizá aprovechando la con­
che pasó de casualidad por Villa Fanny, donde Carmo­ fusión que se generó, mientras Carmona se divertía con
ná se había escondido después de matar a Joaquín, y lo Manuel, se dejó caer por la pendiente y el torrente del
encontró tomando vino en una proveeduría, lo esperó río lo arrastró. No sé, te juro. No podría explicarte, Ma­
a la salida y se trenzaron. Carmona no era manco con nuel tampoco pudo evitar su encuentro con Laura, de
la daga ni mucho menos y le sacó vent,�ja rápidamente, la que yo no tenía memoria en esa época. No creo que
le cortó la cara y le hizo un t�jo ele una cuarta en la ba­ haya sido fortuito, sospecho que la vicia es elíptica y se
rriga. Cuando Manuel cayó herido, Carmona le metió empeña en cerrar el círculo. Le pone punto final a to­
un puntazo en el pecho y escapó. Pensó que le iban a das las historias que teje. ¿Entendés?
largar a la policía, pero, como después de dos días na­ -Más o menos. ¿Y lo de esta noche?
die fue a buscarlo, mandó a Pertusi a preguntar. Ningu­ -Me parece que tampoco te lo puedo �:xplicar, aun-
no en Villa Fanny sabía nada del asunto y el cuerpo ha­ que yo fui el mensajero que llevó el cuchillo de Carmo­
bía clesaparecicb. Para los parroquianos nunca había na hasta el corazón de Manuel.
sucedido, puesto que el duelo había sido solitario, pero -Yo creo que hay algo divino en todo esto, ¿no te
Carmena sabía lo que había hecho. Hizo estúpida cuen­ parece?
ta de que estaba frente a la repetición de un hecho sobre­ -Diría que diabólico, Seco. Lo divino está lejos de
natural y se asustó. La realidad fue que Manuel quedó comportarse de esta manera.
. malherido y se arrastró hasta su caballo cuando Carme­ -¿Vas a avisar?
na lo dio por muerto. Unos.ingenieros de la trocha de -¿Estás loco? ¿Querés pasarte la vida encerrado en
El Bravo lo encontraron desa1�grándose a mitad de ca­ una cárcel? Dejalo así y andá para el baii.ado. Mañana
mino y lo metieron en la autovía. Llegó cori el último te espero en casa.

178 179
VÍCTOR HJ::REDIA

La bolsa con los huesos ele Pertusi se bamboleaba col­


gada del apero cuando el Seco, abrumado por la tarea
24
que tenía por delante, torció para el bai'iado de Aguará;
las nubes se habían disipado y la luna alumbraba �Íara­
mente el paisaje. Cipriano lo miró alé:jarse, y recién cuan­
do apenas era un punto en la distancia, enfiló hacia
Puente Blanco. Una par�ja ele codornices se espantó y
voló hacia el' monte al paso del caballo. Pero ni él ni su
montura se sobresalt,,ron.

Fue Emiliano Moliné, el hermano de Belincla, quien


encontró tres días después los huesos de Carmona entre­
lazados a los despojos de Manuel. Pasó por la fábrica ce­
rrada para hacer un recuento de las máquinas y discutir
con su hermana la venta y posterior demolición del edi­
ficio. Había decidido, al igual que los Nougués y los Ba­
randa y Weisburd mismo, pocos años después, vender co­
mo chatarra lo que fuera el corazón económico familiar
y de todo el territorio. Había crecido allí, de modo que
nada de lo que sucediera alrededor podía escapársele.
Apenas cruzó el tupido_bosque de espinillos y enfrentó la
�scarpada que lleva hasta la costa, reparó en el círculo de
caranchos en el horizonte. Volaban demasiadq bajo, co­
mo esperando turno. A doscientos metros vio la corrida
de los cimarrones .Y taconeó el ,caballo. Dos carpinchos
enormes fueron los últimos en abandonar los desp�jos.
Amar.tilló el revolver y se d�tuvo a treinta metros, Aun

180 181
ViCTÓR HEREDIA Rincón del Diablo

desde esa distancia el hedor era insoportable, pero en­ sobre esos sucesos y pensó en hablarle en cuanto termi­
volvió su rostro con un pañuelo y se acercó. La mitad de nara la visita de su hermano.
la cara de Manuel Olivera parecía sonreírle a los pacien­ Esa tarde, bajo la nueva galería, ambos re¿uperaron
tes pajarracos, el resto era un guiñapo. Entendió que lo parte del cariño olvidado¡ Belinda le recordó a Emiliano
mejor era dar aviso a las autoridades; el mango del facón la infancia compartida, los comienzos felices de ambas
que sobresalía del pecho no dejaba dudas. Lo demás da­ familias y analizaron, era de esperarse, las contradiccio­
ba para la risa o la locura. Cuando el nuevo comisario, un nes y los factores económicos que terminaron por en­
recién ascendido correntino que había cursado la carre­ frentarlos. Lo despidió con un recado especial: él debía
ra en la policía de Buenos Aires, descubrió que las ropas convencer a Amalia Carrascosa, su mujer, de que aban­
eran las de Carmona, todos se miraron entre sí. Era evi­ donara la idea que tenía sobre la culpabilidad de Belin­
den�e que alguien las había robado de la comisaría y se da en la muerte de Braulio. No era tarea fácil. Amalia ni
las había colocado al esqueleto. Entendieron al instante siquiera se permitía recibir a sus sobrinos. Quizá por to­
que se trataba ele una broma macabra o de la tarea ele un do ello, sin demasiada esperanza, Belinda lo abrazó y lo
psicópata que jugaba con la fatalidad. Hicieron el infor­ besó sinceramente en la tranquera de La Mimosa.
me convencidos ele que demostrarían finalmente que la
leyenda era una patrai'ia. El remate de la maquinaria de la fábrica de tanino co­
Pero en el pueblo la nDticia fue entendida de otra menzó cuando el otoño se llevaba los primeros flamen­
manera: los uniformados no tuvieron en cuenta que el cos. Sólo los patos y las gallaretas permanecían ajenos al
razonamiento popular estaba saturado por la supersti­ éxodo, deambulando entre la cardilla y los camalotes en
ción y por toda una historia compartida. Las conclusio­ busca de sustento mientras todo parecía teñirse con la
nes fueron tan simples como lo era la vida en Rincón melancolía de las cosas que terminan.
del Diablo: Carmona, después de muerto, había mata­ Belinda llegó hasta allí una tarde en que sus pensa­
do a Manuel Olivera, de allí su corporización. Hecho mientos se emparentaban con la naturaleza después de
que, si se obviara el' desgraciado resbalón de Cipriano, atravesar algunos montes de catiguai y de lapacho, para
no dejaba de ser cierto en alguna medida. esquivar las zonas inundadas. El caballo eligió c;:asi por su
Cuando Emiliano Moliné le comentó a Bclinda el cuenta ese rumbo, y por fin se detuvo ante la falta de ór­
hallazgo y la identidad de los difuntos, ella recordó su denes, el paso cerrado por el agua y los altos pajonales.
encuentro en el tren con Manuel Olivera. Lo había ol­ Sintió que Ie_palmeaban el cuello carii1osamente, enten­
vidado, pero ante la noticia revivió sus tribulaciones y, sin dió que tenía permiso para triscar y bajó el pescuezo.
saber por qué, pensó en Cipriano. Una voz interna le de­ Recién entonces lo vio. Permanecía estático a orillas
cía que el autodidacta podía darle alguna explicación del bañado, acuclillado entre unos pajonales y a unos

182 183
VÍCTOR HERE.DIA Rincón del Diablo

cincuenta metros de ella. Lo miró intrigada antes de lla­ que tuve que hacer fue manearle las patas y clavarlo. Se
marlo por su nombre, pero Cipriano ya levantaba su bra­ resistió un poco cuando se sintió acorralado y se me vino
zo en clara señal de haberla reconocido. No se movió ni encima, pero por suerte estuve más rápido que él. Alcan­
se dio vuelta para saludarla: siguió agazapado entre las zó a clavarme un colmillo en la pierna y rrie dio un taras­
chircas en actitud expectante. En eso alzó la mano una cón aquí en el brazo, pero no es nada grave.
vez más, con la palma abierta, para reclamarle silencio. Recién entonces Belinda reparó en la sangre que em­
Así estuvieron unos segundos, hasta que de pronto él se papaba la camisa de Cipriano y también sus bombachas.
lanzó hacia adelante y un torbellino ele agua y barro es­ -¿Quiere que vaya a buscar a Julián o al Seco para
pantc:í a los péijaros cercanos. Un frenético batir de alas que lo ayuden?
agitó el aire y los patos y las gallaretas se atropellaron en -No, Belinda. No se preocupe, estoy acostumbrado.
la huida, mientras los altos juncos se doblaban ante lo Sin los perros es un poco más difícil, pero ya est,Í, si me
que parecían furiosos revolcones. Por fin, tras algunos da unos segundos me lavo y después lo ato a mi caballo.
gruiiidos y chapoteos, apareció Cipriano. Lo dejé allá, donde aquel lapachito.
-Perdone que no la haya saludado, Belinda. Como ve­ Belinda lo observó entrar al bañado y en ademanes
rá, estaba entretenido con este tayasu -le gritó orgulloso. rápidos lavar sus heridas. Cuando salió, ya el sol se po­
Tironeaba de un enorme pecarí que todavía alenta­ nía tras la Loma del Pato y las gallaretas regresaban con­
ba al final del lazo del tiento. Un reguero de sangre te­ fiadas al espejo.
ñía el agua barrosa y el animal :tbría y cerraba sus fau­ -¿Qué andaba haciendo por aquí, patrona?
ces mientras movía la cabeza de un lado a otro, como si -Me trajo el malac;ara, ni cuenta me di por dónde
buscara dónde hincar sus colmillos. anclaba. Creo que me hizo mal lo del rema.te de la fá­
-No se asuste, patrona. Ya está medio muerto -dijo brica, papá puso mucho allí cuando ... ya sabe..., ahora
al ver el rostro de Belinda. no está y todo parece hacerse cuesta arriba, encima
Los hombros de Cipriano se inclinaban por el esfuer­ debo resolver lo de la escuela y... Cristiano y Paulita ... ,
zo y un barro enrojecido le chorreaba del pelo. Todavía no sé qué hacer con ellos, me gustaría darles una sali­
tenía en su mano la cuchilla cuando se paró frente a ella. da adecuada y también tenerlos cerca. Son muchas co­
-¿Usted está loco? ¿Cómo se le ocurre hacer algo así sas, Cipriano.
solo? -Demasiadas para una m1tjer sola. ¿Y su hermano,
-D�jeme tomar aire y le explico. Hacía tiempo que lo Belinda?
rastreaba sin poder cazarlo. Usted me trajo suerte: cuan­ -Mi hermano trata, como yo, de mantenerse calmo.
do olfateó su caballo, se espantó y vino derecho hasta No es cuestión de dinero, ya lo sabe,_ no es eso lo que
donde yo preparaba la trampa. Se enlazó solito, lo único me angustia, pero la fábrica sostenía mucha gente y con

181 185
VíCTOR HEREDlA Rincón del Diablo

el cierre definitivo eso ya no existe, tendrán que arre­ que estaba con una dama. Consiguió hacerme pasar un
glárselas en. otro lado. Ya dispuse que algunos se ven­ momento desagradable. Por ot� parte, siempre creí
gan al campo como puesteros, hay bastante hacienda que usted era un hombre pacífico, Cipriano.
que atender y los capataces de mamá comenzaron a -Lo soy, pero a veces el destino hace que actuemos
reubicarlos, pero me da mucha tr�steza toJo, siento insólitamente. La muerte de un padre no es poca cosa,
que desde el accidente de Braulio nada nos sale bien. usted lo sufrió, peor cuando uno sabe quién es el culp·a­
Para colmo, la policía estuvo allí la semana pasada por ble. No se puede vivir con esa carga y Manuel la llevó
el asunto ese de Manuel Olivera. Emiliano todavía está consigo desde que era chico: él lo vio morir� �anos de
impresionado por lo que vio. ¿Usted, que es tan obser­ Carmona sin poder hacer nada. Debe haber acariciado
vador, no se había dado cuenta de los caranchos? la venganza cada día de su vida. Ya ve como terminó. Es
-Sí, pero pensé que sería algún animal muerto -ba­ así de intrincado el camino de los hombres. Nada de lo
jó los ojos y comenzó a atar el jabalí a su caballo. que depara es a gusto nuestro.
..:.¿Sabe que yo tuve un encuentro con Manuel Olivera -Pero no me va a decir que piensa seriamente que
el día que viajé a Buenos Aires? Papá estaba enfermo y me Carmona volvió de la tumba a...
llamaron de urgencia, ¿recuerda? Ya en el tren, él se ofre­ -No pienso nada, Belinda. Me atengo a los hechos.
ció a ayudarme con el equipaje. Un hombre realmente Carmona está muerto y Manuel también, no sé qué os­
exlrai'io, Cipriano. Al principio me pareció galante y edu­ curo designio terminó por abrazarlos en la muerte, pe­
cado, pero en el transcurso de la cena pareció transfor­ ro creo que, en todo caso, la vida de uno estaba signada
marse y consiguió incomodarme. Hablamos de Rincón por la presencia del otro. Alguna vez leí algo así de Sar­
del Diablo y en algún momento lo mencionó a usted y a tre: "Soy libre, no me queda razón alguna para vivir". Su­
Carmona como las personas que conocía de aquí. pongo que Manuel habrá sentido esa Lerrible libertad y
-Es cierto. Lo conocí hace mucho tiempo atrás, el aceptó sus consecuencias, ¿no? Tengo la sensación de
día que Carmona mató a su padre durante la constnic­ que algo así sucedió. ¿Pero usted, por qué se preocupa
ción del ferrocarril. Después desapareció y volvió al de esas cosas? ¿No tiene bastante con lo que acaba ele de­
pueblo hace unos ai'los para vengarse de Carmona. To­ cirme sobre sus angustias? Y si me lo permite: no est,'Í. so­
da una historia. la. Sabe que, aunque a veces parezca distraído u ocupa­
-Ya me contó Emiliano lo que piensan en el pueblo do con mi vida, velo por usted. Podré cometer errores,
sobre eso. ¿ Usted cree en esas supercherías? de los que me arrepentiré llegado el caso, pero su fami­
-Para serle sincero, no, Belinda. Pero sí en lajusticia. lia, me refiero a Paula y Cristiano, está a salvo. ElJulián
-Qué increíble, ésa fue la razón por la cual Manuel y el Seco son como mis hermanos y cuando yo no esté
Olivera se salió de sus carriles, al punto de olvidarse de van a protegerlos con su propia vida si fuera necesario.

187
186
VÍCTOR HEREDIA Rincón riel Dicfblo

-:Julián y el Seco son peones de la estancia y están a el cuello pilra quien intenta salir a flote. El corazón de
mis órdenes, Cipriano. Antes de que ustec� lo dig�. sé. las mujeres es así, el amor nos determina para bien o
que puedo contar con ellos, en todo caso, es la ohliga­ para mal. Por eso fue bueno tenerlo cerca, Cipriano.
ción que ti�nen.· Pero no es a eso a lo que me refiero. Saludable. Constructivo. P.ero en el futuro va a tener
Me gustaría saber algo más sobre lo que habla la gente que perdonarme estas recaídas. Braulio no se iní nunca
y tengo la impresi6n de que usted me oculta cosas. Per­ del tocio ele mi vicia, ¿sahe?
done la sinceridad. -No soy quién para perdonar o consentir algo tan ín­
-Se está poniendo oscuro, Belinda y... con este hicho timo, Belinda. Mi único deseo es que vuelva a encontrar
a rastras no va a ser fácil volver si hay que cruzar el m�m­ esa porci6n de felicidad que la va a ayudar a concebir,
te. ¿Quiere que un día nos sentemos y h.ablemos de. eso? incluso desde el infortunio, una nueva alternativa.
-Como quiera, pero no deje que pase el tiempo. Las -Usted tiene más derecho que nadie, incluyendo a
cosas se enredan cuando pretendemos enterrarlas mi familia. Mucho más.
mientras respiran. Eso lo aprendí ele usted a través del -Entonces, gracias de nuevo, Belinda. Muchas gracias.
poema que me envió, debe recordarlo. No hablaron más. Recién cuando llegaron, Belinda
-Tiene razón por lo que dije entone es y por silenciar se ·animó a preguntarle si esa nqche dormiría en la es­
ahora lo que debe decirse. tancia con el resto de los peones.
-¿Y no va a decirme nada? -Voy.a cuerear ahora m.ismo eljabalí, mai'iana lo fae­
-Un día de éstos no� sentamos tranquilos, deme namos conJulián, si usted nos da permiso,. y aprovecha­
tiempo. rnos para hablar, ¿le parece?
-Cipriano ... -Usted manda aquí, Cipriano. Para eso es el capataz.
-Mande, Belinda. Al anochecer del otro día, el humo del asado atrajo
-No quise ofenderlo con mi aclaración sobre Julián a los perros a la nueva galería. Belinda miró complaci­
y el Seco, sé que son sus amigos pero... da los rostros ele sus hijos,.que compartían la mesa con
-No me ofendió, el que estuvo inoportuno fui yo, Cipriano y el Seco, mientrasJulián se encargaba de tro­
Belinda, no se preocupe. A mí también se me oscurece zar la carne. Estaban felices otra ve.z. Y, como siempre,
el alma a veces y no sé conducirme. cada vez que algo así sucedía, Belinda no pudo soslayar
-¿Puedo ayudarlo? ese vahído ele melancolía que. sólo conocen los auténti­
-Ya lo hizo, Belinda. cos sedentarios, aquellos para quienes el amor y el in­
-Considérelo una mínima devolución por haber es- fortunio compartieron icléntico escenario.
tado allí cuando lo necesité. No d <:jó que me hundiera Llevó la ensaladera y se dispuso a compartir con
en la conmiseración: ese sentimiento es una piedra en ellos a pesar de esa pena, pero los ojos de Cipriano la.

188 189
VÍCTOR HEREOIA Rincón del Diablo

descubrieron y una mueca ie indi�ó otra vez que hicie­ Cuando Cipriano concluyó, la fogata que todavíá ca­
ra el esfuerzo, que aceptara esa noche como un regalo lentaba algunos restos del peca:rí crepitó, y el rocío des­
de la vida, a lo cual asintió sutilmente. Dejó que su son­ templó a sus maravillados oyentes, que fueron a sentar­
risa floreciera y, abrazada a Cristiano y a Paula, comen­ se un poco más cerca de la lumbre. Otra vuelta de tuerca
zó a descubrir la encantadora simpleza de esos hombres había vuelto todo fantasmal.
y su devoción para con ellos. Belinda regresó después de acostar a Cristiano. El Se­
-¡Un cuento, Ciprianol ¡Uno de terror! -pidió Pau­ co yJulián ya se habían retirado, y Cipriano fumaba un ci­
la, y se apretó contra su madre. garro sentado frente al el fuego. La había escuchado lle­
-¿Le parece, Belinda? gar y, antes de que ella le dirigiera la palabra y sin darse
-Me sentiría mal si. se negara. Cualquiera en este vuelta le dijo que no quería acostumbrarse a esa beatitud.
pueblo tiene derecho a escucharlo, pero a nosotros nos -Acaba de. romper el hechizo, Cipriano -la voz en­
tiene abandonados. Ésta sería la primera vez que pode­ durecida de Belinda lo estremeció.
mos deleitarnos en familia. -No sé por qué razón dije eso. Pero mi queja es au­
-Se lo debo hace tiempo, Belinda, pero no imaginé téntica. Tengo dudas sobre mis merecimientos y miedo
nunca que podría interesarle. Así que con su permiso: ele las circunstancias que provocan esta maravilla que
la historia que voy a relatarles está situada en el corazón me saca lágrimas de felicidad. A110ro, Belinda. No me
de Londres, más precisamente en Lamb House. Allí ini­ pregunte qué, no tendría sentido explicar el porqué de
cia el dictado su autor: Henry James. Quizá les impre­ esa nostalgia ele ma11ana, puesto que no es concreta ni
sione, porque les adelanto que es un cuento de fantas­ tiene destinatarios, Podría definirla como un viaje hacia
mas que involucra a dos nit1os -Paula y Cristiano se adentro, una búsqueda a ciegas de algo que sabemos
aprettuaron contra Be linda y Julián se removió un poco que no está y que nunca estuvo pero se a11ora.
en su silla-, pero no son los fantasmas ni los ni11os el -A mí me pasa igual, Cipriano. Pero no por ello re­
centro de la historia, el punto es entender cómo su ma­ chazo lo que usted me despierta o lo que produce en
nera de ver las cosas y su habilidad para contarlo termi­ mis hijos. En todo caso lo soporto, creo que eso sería lo
nan por forzar nuestro punto de vista sobre lo evidente. justo en su caso y en el mío. La felicidad se sobrepone
Lo que pasa allí es, a fin de cuenlas, lo que creemos ver, al dolor y brilla por sí sola, a pesar ele nuestros esfuer­
lo que imaginamos. Los fantasmas no están afuera, sino zos por sofocarla. Es la vida contra la muerte, pero co­
adentro de cada uno de nosotros. Existen allí como pe­ mo dice Sartre, a quien usted leyó con más entusiasmo
sadillas y son, como les decía, capaces de modificar la que yo: "Ella no llega jamás cuando hace falta, viene
realidad más contundente. siempre demasiado PTonto o c!emasiado tarde", y en mi
caso eso es irrefutable. Pienso en Braulio y en todas las

190 191
VÍCTOR HEREDIA Rinr:ón del Diablo

muertes que la suya provocó adentro y alrededor de mí. Esa noche, en apariencia, Belincla había olvidado
Quizá algún día podamos ayudarnos mutuamente. Sa­ e::<,igirle que cumpliera con· su promesa de aclararle to­
bemos lo que nos sucede y los límites precisos que la vi­ do. La conversación pendiente. había cedido paso a
da impuso sobre nuestro destino, ¿Hay algo que pueda cierta felicidad. Y no e�taha en el foimo de sus benefi­
hacer para torcerlo? No lo sé y, por lo que veo, usted ciarios enderezarle el rumbo.
tampoco; está más vencido que yo por su hermetismo.
¿Qué piensa hacer al respecto, Cipriano?
-No puedo agregar mucho más a lo que acaba de
exponer por mí, l3elinda. Mucho menos volver adon­
de nunca estuve. Mi deseo es'llegar alguna vez y saber
cómo es.
-Allí lo espero. Tómese el tiempo necesario. A veces
el amor, si me permite el atrevimiento, se cuece desde
el espíritu. Disculpe que intente allanarle el camino, Es
una costumbre femenina tomar inicialivas, dar se11ales.
Quizá sea demasiado temprano para que lo entenda­
mos pero, así como brilla la luna, esto que en ·a·parien­
cia nos mancilla tien·e su razón de ser y alumbra a su
manera. Sé que nos asusta, a mí más que a nadie, se lo
aseguro, pero quería pedirle que no lo malentienda ni
lo mate, deje que viva o se apague naturalmente.
-Gracias, Belinda.
-Hace frío y ya no quedan rescoldos. Mai"1ana será
otro 'día.
-Hasta mat1ana.
Y Cipriano Airala fuó los ojos en la lumbre, que la
brisa avivó apenas Belinda cerró la puerta. De alguna
manera, ésa también era una sei'lal, pero acaso dema.sia­
clo oscura para que Cipriano la entendiera. Su corazón
latía por otras cuestiones menos mundanas que un fue­
go que reaviva cuando parecía apa�ado.

192 193
Rincón del Diablo

una y otra vez sobre el lomo. Por fin parece rendirse y


25 se para resoplando ante la tranquera abierta.
..:.¡Eéhale el laz�, Seco, que ya estál
Pero. apenas siente que la cuerda eme su cogote,
arranca campo afuera y de un tirón se lleva la montura,
en cuyo porrio el Seco atara el lazo, derribando caballo
y jinete dentro del corral. La espantada dura un segun­
do: aún con la silla colgada se vuelve a toda carrera y en­
cara hacia el peón. Parece irremediable. La cabeza ga­
cha, los seiscientos kilos que hacen retemblar el suelo,
la polvareda que levantan las pezuñas. El Seco cierra los
ojos y se acurruca más contra el alazán caído, la embes­
tida es inminente. Pero no. Uno de los perros acaba de
saltarle a la cerviz y cuelga de la mole como una bande­
el rola. El toro cambia de rumbo otra vez con el perro
-¡Llevalo para allá, Julián! ¡Así no va a meterse! -
ny adosado hacia un costado del corral y allí se aquieta sin
toro embiste nuevamente contra el caballo de Juliá
lve saber qué hacer, lacerado por la mordida, sin prestar
arranca ele una cornada el estribo de tiento, se revue
hado atención a los ladridos.
enlre los perros y cabecea otra vez, pero el manc
li­ -¿Estás bien, Seco?
es h,í.bil y se escabulle de un salto. Detrás de la empa
es manc hado s -Gracias a Aquerón. Si fuera por ustedes dos, ya iba
zada del corral, el Seco muestra sus dient
camino a la farmacia.
de nicotina.
un -¿Y Zimmerman? ¿No le tenés confianza?
-¡Parecen dos sei"ioritas inglesas, che! Métanle
vez. -Ni para curarle el moquillo al gallo. ¡Aquerón!
puntazo en los cuartos, a ver si se decide de una
¡Aquí, Aquerón!
-¿Y por qué no venís a darle vos, gauchito?
Aquerón yergue a desgano su estirpe de boyero de
-Porque me gusta verlos en quilombos. ¿De qué me
Berna, aunque aturdido aún por los golpes de las pezu-
voy a reír si se los hago fácil?
11as, y se acerca poco a poco. Se detiene un momento
El toro se lanza otra vez y remueve la cornamenta de­
a. Ya para sacudirse la tierra y con los ojos vivaces consulta a
sesperado por acertarle a algún_ perro de la jaurí
a la Cipriano. Un gesto de su amo le indica que obedezca.
llevan media hora sin lograr que el animal entre Recién entonces agacha la cabeza, pone su hocico al al­
a
guarda. Cipriano no quiere lastimarlo pero empieza cance de la mano del Seco y espera. Acepta, sin entender
aburrirse de sus mañas y le da con el mang o del talero

195
194
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

ser muy chico.


demasiado, las palmadas en la cabeza y se retira con un -¿Y vos te acorclás, Cipria110? Debías
yo tenía diecio-
grui'iiclo hacia donde descansan los demás. -No tan chico. Mamá murió cuando
mi padre colgaba
-¿Se habni dacio cuenta ele que me .�ah;<5 la vida? cho, y recuerdo perfectamente que
a miedo de no escu­
-No creo -dice Cipriano-, m·,1s bien se acordó de al- cascabeles en la puerta, porque tení
gún tatarabuelo suyo y actuó instintfvamen te. Está acos­ charla cuando se levantaba.
a la ele .Julián?
tumbrado a malar, por eso los romanos los usaban en -¿Y 5 e le daba por deambular corno
rú despluman-
sus guerras. Para peor, creo que tiene un poco de san­ -Peor. Una noche mi padre la encont
sto a hervir agua en
gre cimarrona. Deberías verlo con los chanchos en el do un gallo en el patio. Había pue
raciado. Nos desper­
pajonal. No tiene buen carácter, pero es buen boyero. una olla y metió vivo al pobre desg
mi viejo, que trata­
-Sí. Ya vi. taron los lamentos. Salí y allí estaba
volviera a la cama.
Quizá no le faltaba razón a Cipriano. Tendido entre ba ele convencerla con ternura ele que
gallito agarrado del
los otros perros, con la quijada apoyada en sus patas de­ Pero ella seguía como si nada con el
de quita y quita plu­
lanteras, Aquer6n parecía rememorar. cogote. Por fin, después de un rato
se puso a bailar bajo
Volvieron despacio al casco cuando comenzaba a re­ mas, parece que el suei'io le varió y
, levantaba las cejas
lampaguear. Si Cipriano no abría la boca, ellos tampo­ el Limhó. Papá, que en paz descanse
er, hasta que se le
co, así que anduvieron silenciosos un largo trecho. Has­ y abría los brazos sin saber qué hac
silbar una polca y me
ta quejulián rompió la regla y contó que últimamente ocurrió bailar con ella. Comenzó a
uesta pareciera· más
no podía dormir. pidió que tarareara pára que la orq
la milonga, le acep­
-¿Y por qué? -le preguntó Cipriano. numerosa. Mamá, que era loca por
uang, uang, tiang, imi­
-Mi n1Lüer habla de noche. tó la pieza. Mi viejito silbaba y yo
timbó, la luna y seme­
-Eso es normal -apuntó el Seco-. El Polaco también, taba un acordeón. Imagínense el
con quién soü�ba mi
según me cuenta Rita. jantes músicos. Y vaya uno a saber
en cuando hacia una
-¿Y quién es el Polaco? madre que bailaba, porgue de vez
masitas.
-Mi nuevo cuiiado, ¡si vos lo conociste cuando fui- reverencia y paraba para comer
ce el Seco.
mos a Reconquista para las navidades el aifo pasado! -¿Y dónde estaban las masitas? -di
nde iban a estar?
¿No te acorclás,Julián? -Se las llevaba el gallo, pelotudo. ¿Dó
mpagne, el vino y las
-Sí, me acuerdo. Pero el paisar.o no debe salir a cam­ En la misma bandeja donde el cha
tó al día siguiente que
po traviesa en camisón como mi mujer. Ni a cortar Do­ otras confituras. Mi madre me con
y que un conde o al­
res como si estuviera de paseo por el río. soñó que era cocinera en un castillo
ía casamiento.
-Sonambulismo. Mi madre· lo sufría -interviene Ci­ go así la invitaba a báilar y le propon
priano. -¿Y ella aceptó?

196 Hl7
VÍCTOR HE.REDJA Rincón del Diablo

-Parece que sí, porque cuando dejaron de bailar cerra- -¡Con razón! -gritó el Seco.
ron la puerta de la pieza y yo me quedé solo con el gallo. -¿Con razón qué?
-¿Así que vos me aconsejás que le silbe a mi mujer? -Cuando te fui a buscar el otro día, le pregunté por
-Ésa es mi experiencia. los chicos, mientras me cebaba un mate.
-En mi caso, creo que no. -¿Y ?
-¿Por qué,Julián? -Me zampó un beso y me dijo que ella también me
-Por la sencilla razón de que. mi Angustias es sorda. quería.
Más sorda que "una tapia. La carcajada de Cipriano alentó a los caballos y se des­
-¿D"e nacimiento? bocaron en un galope largo que los llevó en un santia­
-No, Cipriano, se puso así al poco tiempo de casarse mén hasta la entrada de La Mimosa. La lluvia se descar­
conmigo. Una tarde volvíamos del cumpleaf1os de una gó cuando cruzaban la tranquera, pero no les importó.
sobrina y se me dio por enseñarle a disparar. Cuando
está sola con los chicos, sufre mucho. Tiene miedo de
que se nos meta algún cuatrero en casa o se acerquen
demasiado los perros cimarrones. Mis críos son chiqui­
tos, ¿sabés? Estamos cerca del baüado y esa jauría se hi­
zo cada vez más grande. De vez en cuando desaparece
alguna gallina y sabemos que no son comadrejas, los ve­
mos merodear por las noches. Así que aproveché que
estábamos en medio de la picada y le propuse tirar unos
cartuchos. Al segundo tiro, le hablé para explicarle que
debía sostener firme la escopeta y la noté atontada. Le
pregunté si se sentía bien y tuve que repetírselo. Ya no
escuchaba. Así está desde entonces. Ya le dije que quie­
ro llevarla a Weisburd para que la vea un doctor, pero
se van los días y no encuentro un hueco.
-Ella está de acuerdo en que requiere cierta urgen­
cia, supongo.
-Andá a saber. Me parece que _está bastante cómoda
de esa manera, porque termino haciendo yo las cosas
que le pido.

198 199
Rincón del Diablo

26 costumbres, el farmacéutico había sacado la silla a la ve­


reda, y Lambién la ,�trola, qüe animaba su corazón con
viejos valses vieneses. La música sonaba lánguida en la
calle y algunas parejas se habían acercado pese a la os­
cmidad y lo atípico de la propuesta. Apenas iluminados
por la luz de la luna, los bailarines daban vueltas en si­
lencio sostenidos por el hilo de aquellas melodías,
mientras Kovasovitch, qu�_fumaba repantigado su eter­
no cigarro, abandonabiCde vez en cuando su silla para
cambiar los discos y darle cuerda a la fonola. Lo mejor
del caso era qm; no había mosquitos. La miríada de ma­
riposas y bichos que solían reúnirse bajo las lamparitas
eléctricas continuaban desperdigados por el campo. I.a
única nota discordante la puso el Loco Daguerre cuan­
La noche en que don Marcos Kovasovitch dejó Rin­ do interrumpió, apenas por unos instantes pero
cón del Diablo para siempre no fue una noche común abruptamente, aquella placidez, al aparecer con su
ni mucho menos. Desde la llegada de la electricidad nuevo invento: un viejo tractor al que le había cambia­
hasta que la última de las parejas se arrastraba por la ca­ do las ruedas por unas más pequeñas, cuya utilidad era
lle p rincipal y se llevaba consigo los postreros acordes segar los campos más rápidamente, merced a varios jue­
de un chamamé, la farmacia no cerraba. La consigna gos .de guadañas móviles adosados bajo la carrocería.
impuesta por el buen hombre era que la luz del frente Después de que el aparato se perdiera en la oscuridad
debía estar encendida hasta el final, cosa que Polilla en medio de un ruido ensordecedor, Strauss continuó
-que resultó ser un extraordinario bailarín- agradecía melancóli"co y la bulla del bailongo habitual cedió otra
con g randes aspavientos. Así sucedió todas las santas vez el paso al romanticismo.
noches, salvo aquellas en las que la lluvia los obligaba al Poco a poco, la noche despidió a los melómanos y
recogimiento. Es posible que para Kovasovitch -que so­ Kov�sovitch pesó el cigarro en su manó y consideró que
lía tomarse en sorna esas cuestiones- fuera una forma podía quedarse un poco más escuchando música alií
de exorcizar alegremente a los espíritus que, según el afuera. Los últimos en irse fueron Ka.tia Millerrnan y su
imaginario popular, deambulaban por allí. Pero esa no­ marido, un alemán inculto que apenas veía de uri ojo
che un árbol había caído sobre uno de los tendidos y la por haber sufrido una caída desde el techo de su gal­
consabida fiesta no tuvo Jugar. Sin embargo, y fiel a sus pón; después de haber bailado uno de los viejos valses,

200 201
VÍCTOR HEREDIA Rincón del Diablo

saludaron a su anfitrión y enfilaron el sulky hacia la cha­ hacia el lado contrario de la calle en la que ellos vol­
cra que tenían cerca del campo de los Krueguer. vían a enamorarse.
Poco después, al ser interrogados, dijeron que la lu­ Lo cierto es que nada más puede decirse de la desapa­
na se había encapotado cuando se cruzaron con aquel rición del farmacéutico. En la vereda quedaron la silla, la
jinete, por lo que no alcanzaron a ver su rostro. Que les vitrola y un puro a medio terminar. Fue la última noticia
llamó la atención el hecho de que no les correspondie­ que se tuvo de él y, sin ahondar en absurdas suposiciones,
ra el saludo y que por eso mismo lo siguieron con la el pueblo asumió que Kovasovitch había enco�trado al
mirada, ofendidos. Ambos coincidieron en que el ca­ amor de su vida y que, con el tiempo, se enteranan de su
ballo se detuvo en la farmacia y' que la sombra desmon­ paradero. Parad�jicamente, fue la única vez que Rincón
tó allí. Ka tia, quien sólo por tener sus dos ojos sanos re­ del Diablo no le at1ibuyó causas sobrenaturales a un su­
sultaba más verosímil a los investigadores, aseguró que ceso por demás sugestivo. Quizá porque el querido far�
era una mt�er, ya que a pesar de la distancia vieron a macéutico no merecía un final así, quizá porque estaban
Kovasovitch levantarse y ayudarla a descender. Supusie­ cansados de ser el centro de atención del territmio o por­
ron que ya se conocían, puesto que estuvieron quietos que sencillamente preferían una historia de amor a una
unos minutos en la calle y parecían haberse tomado de diabólica. Su hija, recién casada con un joven contador
la mano. Luego Kovasovitch volvió hacia la fonola y la de Corrientes, ciecidió cerrar la farmacia a pesar de las ai­
música inundó otra vez las calles. Comentaron que es­ radas protestas de todo el pueblo. Pero a las pocas sema­
tuvieron a punto de volve1� intrigados por la visitante nas reconsideró su posición, colocó un dependiente a
misteriosa, pero que no quisieron interrumpir lo que cargo y dispuso la silla y la vitrola, en el mismo lugar, co­
parecía un encuentro romántico. Katia agregó que a la rno homenaje a la costumbre de su padre. Un grave
vista de aquel baile solitario y, por primera vez en mu­ error, si se toma en cuenta que hasta ese momento nadie
chos aiios, su marido sonrió y se le acercó en el pescan­ se había atrevido a mencionar la posibilidad ele un hecho
te para abrazarla, y que fue enlonces cuando vieron sobrenatural. La hamaca, algunas noches, solía mecerse
aquella extraiia luminosidad, que atribuyeron en prin­ impulsada por el viento. Algo natural para una mecedo­
cipio a los cambios de la luna, que se apoderó de la pa­ ra liviana. Pero a raíz de ello, y a pesar del respeto que su
reja por unos instante;!S. Sonrojada manifestó también recuerdo concitaba, la historia de don Kovasovitch co­
que, ante la embestida de su esposo, decidió continuar menzó también a formar parte de las cosas inexplicables
su camino antes de que las cosas pa�aran a mayores allí, de Rincón del Diablo.
en medio de la calle principal del pueblo. Lo último
que pudo observar fue que Kovasovitch partió enanca­
do con la dama ysc perdió definitivamente en la noche,

202 203
Rincón rlel Diablo

27 Me atemoriza. La realidad es más cruenta que la fan­


tasía: se apodera de nosotros y clecide ella misma el de­
rrotero, opone imposibles a los deseos y declara cerra­
dos los caminos a su antojo.
-¿Por qué no sos m,ís claro, Cipriano? No te entiendo,
0 me faltan varios vasos ele vino para estar a tu altura.

-Soy más cla�o que nunca, Remigio. Y deploro que


sea usted el interlocutor, ·pero no veo ningún otro al
alcance de la mano y, a pesar de saberlo alcahuete,
trato de honrarlo con mi charla. Le decía que allá,
montado en esos sueüos que los libros ofrecen, uno
percibe l::t inconmensurable potestad de la inteligen­
cia y cree entender el significado de nuestros peque­
ños y tristes actos cotidianos. Eso me avergüenza: ha­
-Detesto estar así, pero quien ha infligido las reglas ber malentendido. Mis propios actos me avergüenzan.
lo merece -le dijo Cipriano a Remigio ante una bote­ En vez ele utilizar esa gracia concedida por el destino
lla de vino semivacía-. Es extra110 cómo nos conduci­ me transformé en un hombre malo, Remigio. No po­
mos los hombres -y volcó el último resto en su vaso-. dría confesarme ante nadie que tuviera capacidad pa­
Juro que hubo noches en que salí a mirar el cielo pa­ ra juzgarme, no tendría el valor de hacerlo ante un
ra reconocerlo y confirmar que yo estaba allí debajo, par, uno que entienda claramente a qué me refiero
que mi nombre era Cipriano Airala y esto Rincón del cuando me detesto, por eso, y no se ofenda, lo hago
'Diablo. A veces disfruté del placer de ser todas esas per­ frente a usted esta noche más triste que ninguna, qui­
sonas, de vivir sus fantásticas realidades y también, otras zá para probarme que pronto seré capaz de hacerlo
tantas, enloquecí bajo la luz de querosén de 1:1i farol ante quien corresponde.
junto con Poe, London, Kipling y el más cercano de los -¿Y quién será ese desgraciado?
irracionales: mi querido Quiroga. Robé de sus historias -Menos pregunta D'ios y perdona, Remigio. Y es inü-
una vestimenta que me sirvió para engañar a los de­ til que se devane los sesos o quiera sonsacarme al�o
más sin vergüenza, e inicié al tiempo un viaje imprede­ ahora. Puede incomodarse por lo que acabo de decir­
cible hacia mis más oscuras cualidades. Pero no me le, está en todo st� derecho, honos habet onus, pero hoy
conforma en lo absoluto haber actuado así, Remigio. es el elegido.
-Clarito como el agua. ¿Qué quisiste decirme?
204
205
VÍCTOR HE.REDIA Rincón del Diablo

-Que el honor tiene sus incomodidades. L� primera: -¿Vos lo decís por la llegada de la luz eléctrica?
nada de lo que oiga aquí esta noche podr� ser repetido. -¡Olvídese de todo! Usted es indigno, no merece
La segunda: fidelidad. Algo que en usted es difícil, si se que le confiese nada ni que le explique la más mínima
tienen en cuenta su oficio y su lengua, pero que con al­ de las angustias que me postran. Así como la literatura
gunas prevenciones puede arreglarse. me abrió puertas, yo se las cierro. Vuelva con sus putas
-¿Qué prevenciones, mi estimado Cipriano? y traiga otra botella.
-Que si llega a abrir la boca lo mando a hacerle com- -¿Qué bicho te picó, Cipriano? Estás más borracho
paüía a su amigo Di Paola. de lo que pensaba.
-¿Tiene que ver ccin él? -Tiene razón, pero en todo caso es mi borrachera,
-Tiene que ver conmigo. ¿Se asustaría si le digo que no mi consideración hacia usted, la que me hace creer
este pueblo está desapareciendo? que puedo confesarme. Discúlpeme, la culpa es mía.
-No te creería, porque lo veo crecer día a día. -No creas que soy tan bruto, Cipriano. Entiendo
-Una cosa es aumentar en número y otra crecer, Re- que estás tratando de decirme algo pero lo hacés en
migio. un idioma incomprensible para mí. Pero voy a traer la
-¿Cuál es la idea? botella ele vino, en una de ésas con dos o tres vasos nos
-Que un pueblo es tal hasta que pierde su esencia. entend_emos.
Pueblos como éste crecieron al amparo de los suei'los y -D�jelo ahí, no haga ningún esfuerzo, creo que es
se construyeron por el infl t: jo de la esperanza. Sentí eso inútil, yo ya dije lo que tenía que decir y usted como si
cuando mi padre plantó el primer árbol en el fondo de fuera la estatua de San Martín. Pero quiero dejarlo más
la casa. La esperanza de verse amparado en un futuro claro todavía: esto era un ensayo, considere la posibili­
bajo la sombra de sus ramas, de escuchar el gorjeo en la dad de haber servido como sparring de un boxeackr.
fronda o percibir la brisa removiendo las hojas. Usted En una palabra, lo que acaba de suceder es que, pues­
sólo piensa en monedas, al igual que la mayoría se preo­ tos en ese ring ficticio, el boxeador acaba de liquidar
cupa por nimiedades y descrGe de la belleza, se abstie­ de un sopapo a su mu1i.eco, es decir al sparring. ¿Razo­
ne y se frustra. Cree, al igual que yo hasta hace unos nes? Que la técnica empicada por el primer sttjeto es
días, que el odio y la venganza representan la condición superior a la del segundo, o bien que éste no entiende
humana y definen su ética. Este pueblo esta desapare­ nada de -técnica y se fue al mazo antes de pisar la lona,
ciendo, Remigio, lo veo desinflarse como un globo, per­ o peor aún, subió atontado por golpes recibidos ante­
der altura aiio tras aii.o, se desintegra como el sue1i.o riormente y su cerebro no funciona . Como verá, llega­
que le diera razón de existir y se amolda con docilidad mos siempre al mismo lugar, es c�ecir que usted no da
a las circunstancias. la talla. ¿Entendió?

206 207
Rincón clel Diablo
VíC:TOR HEREDIA

o can- a.:i
-¿En qué quedamos? ¿Tinto
-Creo c¡ue sí. Pero, aunque no soy ducho con las ar­ hace hablar al pedo.
mas, tu ofensa mere�ería una respuesta, ¿no te parece? -Ponga, l\11ª, caña • el tinto me ¡a
ta la ú!Lim� g ota de
y cuando hubo terminado has
-Mire, Remigio. Lo que merece es inteligencia. ¿Sa­ C,lj·.clC.¡ a y volvio a Pu e
.. ent
botella lanzó una feroz cai
be que esta situación me hizo acordar de un cuentito de 1)a11 o, que lo \le-·
, , cJ,,, con su propi o lazo al ca
n¡ aneo, ata
Borges? Es un.cuento corto, pero creo que anuncia otro espantarse de las codorrn-
jJ

más ·largo en el futuro, s·eguramente va a escribir más vó al paso hasta la puerta sin
cosas sobre los pufiales y los cuchilleros y yo no voy a es­ ces. Esa noche no volaron.
tar para disfrutarlo...
-¿Qué farfullás, Cipriano?
-Cosas mías, Remigio, tuve un presentimiento con
ese muchacho Borges. Según lo que leí de él, le encan­
tan los cuchillos.
-¿Y el cuento que decía, de qué trata?
-Se llama "El Puiial". De uno que nadie puede mirar
sin tener la imperiosa necesidad ele empuiiarlo. Tiene
vida propia, sueña con encontrar un asesino que le dé
sentido a su existencia. Sabe que otros puñales derrama­
ron sangre, Borges dice Tacuarembó, sefiala otro que
mató a César en Roma, y yo podría agregar al que mató
a Manuel Olivera, ese que dormía en el cinto del esque­
leto de Olivera. También tenía vida propia e hizo lo que
debía hacer un puñal: derramó sangre. Pero el de Bor­
ges espera inútilmente en un cajón, en el oprobio inser­
vible, rodeado ele borradores y cartas, sin un valiente
que lo tome y calme su sed. Da lástima ese acero, como
ese suyo allí, a la espera de que usted se decida.
-Ya te d!je que no soy dt).cho con las armas.
-Entonces no se cuelgúe un cuchillo, lo va a ofender.
-El que m·e está ofendiendo sos vos, Cipriano. Mejor
cambiá de tema.
-¿Una cafiita, entonces?
209
· ·. 208
Rincón del Diablo

28 jornada será larga, vuelve a Puente Blanco a dormir a la


sombra exigua de las palmeras.
Sin ab1ir los ojos aún, Cipriano piensa que debe ba­
ñarlo. Hace un momento soli aba con su padre: Justo
Gómez le insistí a en 4ue desbro7.::ir:a eLmonte alrededor
de la casa. Se h allaba parado en medio del beiJo jardín,
ese que por abulia o tristeza ha sido abandonado, y se­
i'ialaba el horizonte. Él asentía afligido. Frente a ellos, la
selva cubría rápidamente el terreno y amenazaba con
taparlos a ellos también. Se veía arremeter a macheta­
zos contr a esa monstruosa y animada pared veget al, las
ramas que co rtaba para librar a su padre caían una tr::i�
otra pero se multiplicaban hasta hacer inútil su esfuer­
zo. Por fin lo veía caer ahogado en la maraña.
El q u e l ame s u c ara y empuja su m
ano con e] hocico Fue a esa altura que la lengua húmeda de V1adimir
f ío es Vladímir. Lo reconoce por
r
el olor a estiércol. De lo despertó. Acaba de recordarlo y también de recupe­
tod o s sus perros, es el único al c¡ue
le gusta revolcarse rar su pesadilla y vuelve a decirse que es imperio so que
en l a boiiiga reseca. Ni Fedor ni Aq
uero�te son c apaces lo bai'ie, pero no se decide. a lucha r contr a el peso que
de un acto tan repulsivo, lo máxim
o que se permiten es mantiene cerrados sus párpado s. Vladimir gime y m o r­
hurgar en alguna carroüa o empol
varse las pulgas de disquea sus dedos. No entiende por qué su am o está
t�nto en tanto. Pero Vl adimir enc
u entra un pl a cer insó quieto como un muerto y sin embargo tibio. Ladra con
lito en s u chifladur a y no deja pa ­
� ar ninguna oportuni­ angustia, se t o rna vehemente pero, ante l a falta de res­
dad. Fue el último en unirse a su
tropa· canina, quizá puesta, gimotea y su hocico revuelve el suelo a centí­
po r eso no tuvo chance de aprende
r las bondades de la metros del rostro de Cipriano. De pro nto la mano se
pulcritud. Cuando recorren los bai'i
ados el primero en mueve y los cleclos se estiran. Vladimir se anim a y mete
met:rse al agua es Ac¡ueronte, por
a lgo tiene nombre otra vez el hocico bajo l a palma. Esta vez es distinto:
de no, después le sigu e dubitativo
Fedo1� con miedo y ahora es él q u ien recibe la caricia, cesa de ladrar para
duda, hasta que se acostumbra y term
ina zambulléndo­ agita r el rabo y disfrnta del sabor salino de esa mano
se. Pero Vl adimir rodea los pajon
ales hast a dar con un c¡ue conoce y que ac aba de rea nim ar. Los dedos pelliz­
l ugar p or donde. pasar sin mojars
e. Otras veces se que­ can, tantean, golpean su avemente su cabeza y rascan.
da a esper arlos sobre a lguna lom
a y, si entiende que l a Ahor a está feliz y se ofrece, con el lomo apoyado contr a
210 211
ViC:TOR l-IEREDIA
Rincón del Diablo
el piso, las patas abierta
s, e] cuello estirado. De
Cip riano deja de aca pronto
riciarlo y se levanta. " dos cimarrones; Fedor Lambién recibió algunas mordi­
que nunca", se dice mie Esto y peor _
ntras busca un sitio don das, pero de una dentellada se sacó de encima al mas
yarse. Recién entonce de apo­
s repara en el desorde pequei'io. Gr u 11e. No le gusta V1adimir. �e hace re�or­
rodea, Todo quedó igu n que Jo _ _
al desde aquel día en qu dar a Belona tendida entre las canas y qrnza no entien­
gló el techo: el andamio e arre­
que armó con la ayuda de por qué está allí mientras él no puede pasar. L�nza
co,_ las herramientas des del Se­
parramadas y lo que alg otro grui':iido conlra V1adimir y finalm:nte se ech�Jun­
fuera una mesa, bajo u una vez _
na par va de hojas garaba to a Feclor a la sombra del chircal. All1 se esta meJor.
libros Y so bras inconfe te adas
0
sables atacada� por un "¿Ves, V1adimir? Tus compadres conocen las re�la:
de hormigas blancas. ejé:·cit;
Se recompone, guita ele esta casa, así tendrías que actuar." Cuando term'.no
sucios Y arr�ja los des los platos
perdicios al jardín llam ele acomodar, se echó en la hamaca y la sombra del tJ�­
pero Vladiinir olfatea, ándolo,
y al ver las enormes tac bó lo cobijó, mientras compartía unjamón reseco deJa­
aparta. "¡Belona no era u rú, se
tan remilgosa como vo balí con s�1s tres perros. "¿Qué te pasa, Aquerón? ¿Ya no
harapien to, si ella estu s, perro
viera viva se las comería , • Los o¡· os tristes lo acompañaron has-
te gusta e1 pe carP"
Vladimir lo mira co mo feli z!" y
si h ubiera entendido la ta que se volvió a adormecer.
"Pero se nos murió, p frase.
erro estercolero. ¡Y creo El sol del mediodía curtía los cueros colgados de los
ron tus compinches chú que fue­
caros los culpables!" La p alambres y el silencio se desplomó alrededo'·. · �a hama­
que dejó ent reabierta uert a
se abre de golpe y la e ca desflecada apenas lo sostenía, a·cada mov1m1ento un
negra figu ra de Aquero nor me y
nte aparece en el vano. nuevo hilo se soltaba y estuvo a punto de reventarse del
de su amo es inconf 111d La voz
: ible, pero quizá también todo cuando clavó sus botas en el medio para acomo-
escuchado pronunciar haya
el nombre de la única darse mejor.
q u e hubo en esa casa he mb ra . .
desde Ja muerte de dofia A media tarde las palmeras comenzaron a Vibrar al rn-
Concepción: Belona, . María
de pelambre lacia y bla fütjo del viento y Aquerón se levantó con 1� ca�ez� gacha
ojos qu e buscan por e] nca. Sus
c uarto parecen recor para echarse cerca de la mano que pendia flacc1da. �a­
ro Belona hace tiempo darla, pe-
que no está por alJí: la mió hasta que ya no percibió gusto alguno e� lamer y vol­
vez q ue la vieron fue última
cerca del baüado, tumb vió a caer en el mismo sopor que adormecia a sus co1:1-
las cañas y malherida ada entre
, después de una pele pafi.eros. Salvo el temblor que ganaba su cuerpo y hacia
compadres dmarrone a con unos
s de Vladimir. De toda estremecer su cabeza, todo parecía normal. Pero cuan�.º
se queda állí menean s maneras, '
do el rabo, sin atreverse la espuma blanquecina rebasó sus �eJE·os vo1�·o a grumr
Detrás de él se divisa a F a entrar.
edor, su eterna so�bra, y se lanzó a la carrera contra Vladim1r. Le corto la yugular
·mano de caza y de riñ su her-
as. Cuatro días atrás pele de un solo tarascón. Después se volvió contra Fedor, pe­
aron con
ro éste comenzó a ladrar y a correr alre?edor de la casa.
212
213
VíC.TOR HE.REDIA
Rincón del Diablo

Cipriano saltó de la hamaca, vio a Vladimir y entendió en


un segundo lo que sucedía, pero ya era tarde: Fedo.r tam­ en Ja voz del Seco, y Cipriano se acordó de aquel toro en
bién yacía al costado de las chircas, en un charco de san­ La Mimosa.
gre. Cuando sacó su cuchilla, Aquerón babeaba frente a -iJusto vos!
.
él. Sus ojos lo escrutaban desde un mundo afiebrado y -¡Qué vas a hacer, así son las cosas! Ya van a vemr
hostil, sin embargo creyó ser reconocido y dudó.Justo en otros a pedirte refugio, no te preocupés.
el momento en que Aquerón se le abalanzaba sonó el -No creo que quiera perros por un tiempo.
disparo que lo atajó en el aire y lo estrelló contra la pa­ -Pensalo bien, mirá que a vos los lutos te duran de-
red. El Seco bajó de su caballo y se persignó. masiado.
-Decile a Belinda que le tomo la palabra, voy a que-
Hicieron el pozo lejos de la casa, profundo, para darme allá con ustedes, aquí ya no me queda nada, che.
que
las mulitas no los encontraran fácilmente, y Y no quiero agregar.
volvieron
en silencio. A la segunda copa de caña, el -El que está por agregar y en serio esjulián, ayer lle­
Seco colocó
dos canuchos nuevos en la escopeta y se levan vó a la mujer a Weisburd por el asunto ese de la sorde­
tó.
-¿Y ahora, adónde vas? ra y ¿qué te cuento?, está embarazada. Me hizo reír el
-Ya me vuelvo. Vine a salvarte la vida, che, no infeliz. Porque Angustias ahora escucha todo, le saca­
a caso-
riarrne con vos. ron dos tapones de cera grandes como corchos y, a la
-Gracias. noche, cuando le dan.esos ataques de sonambulismo, él
-Pensé que nunca ibas a decírmelo. Me man le silba como vos Je dijiste. Dice que lo tiene bailando
dó Be-
linda. Dice que si te olvidaste de que le debé hasta la madrugada y que después se acuesta lo más
s una con­
versación. pancha, pero a la mañana el que tiene que hacer el de­
-No me olvidé, pero... sayuno para los chicos es él. Está pensando en c�ntr�tar
-Entonces el domingo te espera en La Mim a Los del Salado para que le den una mano y as1, mien­
osa con
Paula y Cristiano. Y también dice que si quer tras ellos tocan y ella baila, poder dormir tranquilo. Y
és seguii•
trabajando con nosotros tendrías que dorm guarda, que te lo piensa cobrar a vos que fuiste el de la
ir allá. ¡Ha­
ce rato que usted no es más puestero, cápa idea. ¿Te mordió? Aquerón digo, ¿alcanzó a morderte?
taz! Está un
poco dolida y creo que tiene razón, vos nun -No, Seco, era un perro extraordinario.
ca estás.
-Tomate otra. -Bueno, veo que no hay. otra cosa que se pueda ha-
-No, tengo un trecho largo de monte y... cer por aquí.
ya sabés.
Pierdo la puntería cuando me paso. Lamento Pero se quedó un rato más, con la excusa de que se 1:
lo del perro,
compadre. Lo lan'lenlo de verdad -había estaba por caer una herradura a su caballo. Se demoro
una lágrima _
hasta que supo que Cipriano no diría una palabra mas
214
215
Vir:TOR HEREDlt\

sobre los perrc>s. La VI<:J · •_ª casa constmida al estilo de las


de vVe1sb . -
urd par ' ee'ia mas - . . . .
Vl�Jª y silenciosa que ni.mea 29
. p e ro, mie.
ntras esperaba que Cipriano le alca
n;ara una
tena�a para acomodar los clavos, le
pareció escuchar un
gemido. Atento a todo, Cipriano
lo miró y le dijo:
-Son los chifletes, Seco. Nadie llor
. a por aquí. Es el
viento �ue vien·e a hace rme compaii
- ía por última vez.
Rec1en entonces el Seco montó
y se fue al paso en
busca del recodo. e·ipna · .
no 1 o s1gm
- que se per . _
o con la mirada has-
ta e1'io- en e 1 monte. Después de un rato entr
Y escucho- atentamente. ó
Estaba solo.

La chalana se pierde entre los sauces, una luz tem­


plada copia el verde profundo de las dos orillas sobre la
superficie del Salado. Los remos suben y bajan _para
hundirse suavemente. El remero es Cipriano, y es evi­
dente que no quiere romper el hechizo ele esa calma.
Paula y Cristiano arrastr_an un sedal sentados en la po­
pa y dan pequeños tirones, tal cual les indicó el capataz.
Belinda, como siempre, prefiere disfrutar la escena ba­
jo la sombra de un lapacho en flor que rompe los tonos
prietos del monte.
-¡No vayan más allá, Cipriano! ¡Quiero verlos!
-¡No se preocupe, doy vuelta en aquel recodo!
Cipriano empttja con vigor hacia la orilla y el fondo
plano de la embarcación se desliza obediente sobre la
superficie para retomar corriente arriba; sabe que cer¿··
ca de los raigones que rompen la barranca está el yeri(:
,
216
217
VÍCTOR HEREDIA
Rincón del Diablo

y allí, seguramente, los grandes peces. No se equivoca, :....Hubiera sido lindo que Paula lo sacara, tenía mu­
apenas tuerce hacia la sombra que produce el bosque, cha ilusión con esto de la pesca. Cristiano también, aun­
la caña de Paula cimbra con violencia y un dorado salta que últimamente anda bastante alicaído. ¿Le pasó algo
con destellos de sol y vuelve a zambullirse. Una visión que yo no sepa? Porque me gusta estar con él. A vPr.r:,s _.
tan maravillosa como fugaz arranca un grito de alegría cuando vamos al pueblo en el Yacaré, me hace pregun­
en la joven, mientras_ trata de sostener en alto la punta tas sobre mi vida y yo, que tengo poco para contar so­
de la caña tal como le indica Cipriano, pero el pez es bre eso, le invento historias.
demasiado para ella y arranca el señuelo de un tirón. -Usted siempre inventa historias, Cipriano. Algunas
-Casi comíamos pescado esta noche, Paulita -la con­ son hermosas, otras podría decirse que cruentas. ¿No?
suela Cipriano, mientras recoge. -La mayoría son prestadas. Es cierto que las modifi­
De pronto el río se encrespa y, a pesar de los ruegos co, que tergiverso un poco para relatarlas. Una cosa es
de ambos hermanos, Cipriano endereza la chalana ha­ leer y otra enfrentarse a una audiencia que espera u ..
cia donde espera Belinda. poco de tensión, suspenso y hasta terror. Las que in­
-¿Por qué no podemos seguir un rato más, mamá? vento son tan insignificantes que prefiero las ajenas.
-Cristiano esboza su queja desde la canoa. Me honra transmitirlas adecuadamente. ¿Y sabe qué
-Ya es suficiente. Cipriano no puede estar todo el me ocurre cuando adiciono en esos márgenes inapre­
día remando. Pesquen desde la orilla mientras preparo ciables? Me siento parte de una ceremonia, de un he­
el almuerzo. cho que me trasciende.
El sudor cae por el cuello de Cipriano y le ciñe la tela -¿Y las que no están en papel ni dice en público, esas.
de la camisa contra el torso. Pero no se lamenta: prefie­ que andan dando vueltas por ahí sin firma alguna? ¿Po­
re calcinarse sobre la embarcación a enfrentar a Belinda. drá reconocerlas algún día? Usted me prometió que ha­
-¡Cipriano, deme una mano con estas bebidas! Quie- blaríamos sobre eso. ¿Ya se tomó su tiempo, o es dema­
ro hablar con usted antes de que vuelvan los chicos. siado pronto para que sea sincero conmigo?
-¿Vio el dorado que se le escapó a Paulita? -No, Belinda. Sucede que la-vergüenza me ata la len­
-El borbollón nada más. ¿Era grande? gua, me hace difícil lo que parece fácil. No es sencillo
-Rompió el sedal de un tirón y se llevó un se11uelo que decir la verdad.
era de don Aurelio, uno amarillo con pintitas negras. -¿A qué verdad se refiere, Cipriano?
-¿Era de papá? -Soy un instigador. Como usted dijo hace unos mo-
-Así dijo Cristiano cuando encontramos la caja que mentos, un inventor de historias. Pero tengo mis razo­
estaba en el galpón junto a las cai'ias. nes para haber actuado así. No sé si hoy aquí con Paula
-¡Qué pena! ¿Se lo llevó clavado? Pobre bicho. y Cristiano...

218 219
Vi<:TOR HERE.DIA Rincón del Diablo

-Soy una mt0er paciente y creo que se nota, pero más simple y hasta agorero si usted quiere: cuando se
t�ngo mis razones para insistir y, como intuyo que no juega con la muerte, se la encuentra. Y esto 110 va sólo
es grato lo que debe decirme, preferiría saberlo de in­ por Manuel Olivera, ya verá. La muerte 110 pierde opor­
mediato. Paula y Cristiano pueden comer ahora con tunidad ele demostrar su poder jamás. Mucho menos
nosotros y luego seguir pescando. Esta tarde espero sa­ ante quienes pretenden manipular su territorio.
berlo tocio. -Por eso le temo y también me avergüenzo, Belinda.
Y Cipriano le dijo todo, por lo menos aquello que su­ Está bien clar� _que esta tarde deseo la eternidad; disfru­
ponía que Belincla necesitába conocer. Cuando termi­ to lo que la vida me ofrece, ya que junto a usted y sus hi­
n6 de contarle su complicidad con el finado Manuel jos no tengc:i pe. nsamientos enlutados, salvo esta sensa­
Olivera y el insólito suceso que provocara su muerte ba­ ción de haberla defraudado. Usted para mí significa...
jo el portón de la fábri_ca de tanino, lejos de enojarse o ¿Podría perdonarme, Belinda?
mostrarse sorprendida, sonrió tristemente. -Termine la frase.
-¿Eso es todo? -Quería decir que usted es un �jemplo de vida, cele-
-Casi todo. Pero en cuanto a Carmona y a Pertusi, bra la alegría de estar al lado de los suyos y yo agradezco
insisto en aclarar que lo único que hice fue tenderles la el haberla conocido. Me abrió las puertas de un universo
trampa. Fue Manuel quien puso fin a sus vidas. Y tenga al que de otra manera no hubiera accedido jamás.
por seguro que si yo no lo hubiera ayudado los habría -¿Está seguro que es así? ¿Nunca se le ocurrió pen­
matado igual, tarde o temprano. sar que hubiera llegado igual? Bien podría ser que su
-Ya ve cómo terminó gracias a su ayuda. Hay cosas destino fuera transformarse exactamente en lo que es:
que están fuera del alcance de los hombres. Usted de­ un hombre capaz de discutir de lo que sea con cual­
bería saberlo. quiera y también de enga11ar para su provecho cuando
-Sospecho que sí, que hay ciertas personas que no hiciera falta.
pueden evadirse del destino que tienen marcado y es -Eso es lo que me avergüenza, Belinda. Haber mani-
más: quizá ninguno de nosotros pueda. Empiezo a te­ pulado a tanta gente para vengar la muerte de mi. ..
mer que hacemos exactamente lo que se espera q).1e -¿Padre?
hagamos, cada paso, cada gesto, hasta nuestro famoso -¿Cómo sabe eso, usted?
albedrío pertenecen a un mundo que nos ofrece su in­ -Lo sé porque dedttje lo que hacía con el comisa-
finito laberinto, pero donde todas las direcciones lle­ rio Di Paola, cómo jugó con él hasta volverlo loco con
van al mismo lugar. la historia de la leyenda. Y también por el Seco y Ju­
-No quise mortifi_carlo, Cipr_iano. Es más, estoy de lián, a quienes escuché una noche hablar en el gal­
act1.�rdo con lo que acaba de decir, pero pensé en algo pón de La Mimosa. Iban a encontrarse con M.anuel

221
VÍCTOR I-!F.RE.Dlt\
Rincón clel Diablo

Olivera para darle un susto a alguien. Discutían quién


por la muerte, encarnada en una anciana, y ésta le
de ellos se desnudaría para hacerse pasar por Carmo­
anuncia que a las doce de la noche lo irá a buscar. An­
na y quién sería Pertusi. Después me enteré del suce­
gustiado, le pide a su padre que le preste el caballo
so en Puente Blanco y del de la Loma del Ahorcado,
más rápido que tenga para escapar de allí. Cruza al
cuando llevamos a Di Paola a Weisburd. No tuve más
galope toda la comarca, hasta que el caballo muere
que atar cabos, Cipriano. En mi memoria había un re­
de cansancio y lo abandona en un pueblo pequeño.
cuerdo tan vago como la angustia que me producía
El príncipe busca entonces un lugar donde dormir.
esforzarme en su búsqueda. Revolví las cosas de papá
Feliz de haberse escapado <le la muerte, golpea a· la
y finalmente encontré los papeles que tenía guarda­
puerla de una posada y quien le abre es la misma vie­
dos sobre la muerte de uno de sus capataces. Y allí caí
ja que le anu11ció su hora final. Y le dice: "Estaba
en la cuenta de que Di Paola era el jefe de los que ma­
preocupada, pensé que no ibas a llegar a tiempo". Su­
taron a golpes a Justo Gómez, después de haberlo
pongo que como usted usa, al igual que muchos, el
confundido con un ladrón. Es increíble cómo encu­
apellido de soltera de su madre, Di Paola ni se imagi­
br.imos las cosas que nos conmocionan en la infancia,
nó que fuera el hijo de quien había asesinado tan bru­
pero apenas vi aquel nombre, recordé. Yo tenía un
talmente aiios atrás, ni que éste sería el pueblo donde
gran cariüo por su padre, Cipriano, el mismo que
lo esperaba la muerte.
ahora Paula y Cristiano deben sentir por usted. Evi­
-Pero a Di Paola yo no le toqué un pelo, ni siquiera
dentemente, Di Paola ignoraba que Justo fuera ele
estaba cuando ...
aqüí y que tuviera alguna relación alguna con mi fa­
-Fui yo.
milia, y mucho menos con usted. Y creo que conozco
El viento soplaba fuertemente y las olas amenazaban
la razón. Según averigüé cuando estuve en Santa Fe,
con soltar la chalanga. Como suele suceder en el río, la
para salvarlo ele un castigo mayor.Jo mandaron inme­
Larde apacible y calurosa se había transformado en un
diatamente al Chaco a enfrentar a bandidos como Tata
abrir y cerrar de (�os y ellos no se habían percatado, en­
Miüo y Peralta. Como todo torturador, era un cobar­
frascados como estaban en la conversación. Cipriano
de, y pidió que lo recluyeran en un pueblo pequeii.o.
acomodó los nudos del amarre y miró hacia donde Pau­
Ya sabe cómo son ele chambones esos tipos, la policía la y Cristiano, aburridos de intentar pescar sin resulta­
del Chaco i1o debe haber mirado siquiera su legajo y
dos, hacían rebotar peque11as piedras planas sobre la
lo mandaron aquí, exactamente al lugar del que de­
superficie. Reían felices. Cuando volvió a sentarse fr�n­
bía escapar. Hay un cue.nto, de esos que a usted tanto
te a Belinda, el eco repitió el llamado de un anta y final­
le gustan, un cue!ilo chino muy breve, que relata la de­
mente se apagó. Guardó silencio hasta que ella abrió las
sesperaci6n de un príncipe que acaba de ser visitado
manos y le mostró sus c�os enrojecidos.
222 223
VÍCTOR HERE.D1.A Rincón clel Diablo

-Fui yo. dadas las circunstancias, era preferible no sumar más


-¿Qué dice, Belincla? penas y seguí ele largo. Fue Cristiano el que escuchó
-No puedo quitármelo ele la cabeza. Fue cuando se los gritos de auxilio y me hizo detener. Cuando entré,
desató el diluvio aquel que anegó los campos y encerró me cli cuenta del desa.stre que había causado la inun­
al pueblo tantos días. Usted estaba en lo de Zimmer­ dación: fue horroroso ver aquello convertido en una
man, entusiasmado con la máquina ele escribir. ciénaga, pero no me detuve a mirar demasiado, ni
-Lo recuerdo perfectamente, Belincla. Yo... tampoco quería que Paula o Cristiano vieran el estado
-Déjeme.hablar. Era imposible estar en La Mimosa en que se encontraba el �,usoleo ele la familia. Así
presintiendo que algo nos faltaba con ese tiempo ho­ que me dirigí IÓ iná·s rápfrfo ·que el Yacaré me permi­
rrible, Braulio en esos casos inventaba juegos con los tía hacia el lugar del que provenían los gritos. Y las car­
chicos y espantaba el hastío con tanto afán como sola­ cajadas. Sí, aullaban como lobos y se reían absoluta­
mente él podía . Usted compartió con mi marido su mente borracho�, Di Paola y Peralta, hundidos hasta el
buen humor y sabe a qué me refiero. Nos hacía la vi­ cuello en el barro ele una fosa. Cuando me vieron p�­
da fácil y llevadera. Después ele veinte días incomuni­ racla en el borde se sorprendieron, pero no vi que se
cados, sentí que era necesario salir, sacar a pasear aun­ alegraran, más bien siguieron en su trance alcohólico
que más no fuera al campo a Paula y a Cristiano. Fue y me saludaron como si yo fuera una de las nn0eres de
cuando se me ocurrió poner en marcha el Yacaré y tra­ Remigio. De todas maneras, les tiré una cuerda gue
tar ele llegar al pueblo. El Seco y Julián habían ido a até a la caja del Yacaré y los saqué ele allí. Se quedaron
juntar el ganado para traerlo a los corrales, ya que te­ tendidos en el fango. Pensé gue tal como estaban se­
níamos miedo de perder muchas cabezas por la creci­ ría imposible que llegaran al pueblo y le pedí a Paula
da, así que estaba sola con mis hijos. Luché una hora gue me ayudara a levantarlos. Cristiano ... ya sabe, po­
hasta que por fin conseguí arrancar el motor, y sali­ brecito ... su condición no le permite hacer esfuerzos y
mos. Me acuerdo que Paulita incluso me sugirió que se quedó en la cabina esperando. Todo se desató en­
pasáramos por lo ele Zimmerman a ver si lo convencía­ tonces·. Comenzó Peralta, pero Di Paola no se quedó
mos a usted de que viniera a la estancia con nosotros. atrás. Cuando Paula intentó tomar a: aquél de un bra­
Me dijo, pobre niifa, que después ele su papá era la zo para que se incorp�rara, yo hacía lo mismo con Di
persona que más la hacía reír. Salí con esa intención. Paola, pero el terreno era demasiado resbaladizo y am­
Ellos la p�saban peor que yo y quería compensarlos ele bas caímos; me leva9té inmediatamente a socorrerla y
alguna manera. Como tantas veces, pasé frente al ce­ entonces sentí la m_ano de Peralta entre mis piernas,
menterio, preguntándome si estaría bien que bajára­ traté de zafar pero si::guía aferrándome con fuerza, así
mos a visitar la t�1mba cie' Braulio, pero consideré que, que comencé a gritar._ Se reían como si no estuvieran

224 225
VÍCTOR Hl!.REDIA Rincón del Diablo

en sus cabales y temí tanto por los chicos que le di un del susto al escuchar lamentos y gemidos. En menos ele
puntapié, corrí hasta el camión y volví con el machete. Jo que canta un gallo, llegó al pueblo y me contó. Des­
Di Paola me lo arrancó de la mano y se me tiró enci­ cubrimos el cadáver de Di Paola tirado cerca de la igle­
ma, gritando obscenidades sobre nosotros dos. Peral­ sia, tal como usted dijo, pero Peralta agonizaba todavía,
ta retenía a Paulita, que miraba aterrada. De pronto supongo que en la desesperación se debe haber arras­
Di Paola me soltó y miró azorado a Cristiano, que los trado y volvió a caer en la fosa. Desde allí clamaba por
amenazaba con el ma.chcte. Peralta, a su vez, dejó a ayuda. Lo quisimos sacar pero murió antes de que pu­
Paulita. Habrá visto _tan c:lébil a Cristiano que se acer­ diera decir quifn lo había herido y allí lo abandona­
có confiado y le mostró un cuchillo mientras hacía mos. Entendí que el destino me tendía una mano, así
muecas, provocándolo, pero la borrachera hjzo que que volvimos al pueblo y recogí las ropas de Carmona
volviera a caer y Cristiano, que intentaba defenderse, de la casa de Di Paola. Yo mismo la:, a�0H11,�.:: , 0 1 «�,.::
le dio en e) cuello. Cuando vio que Peralta caía en­ en su frente la palabra A1iá.
sangrentado, Di Paola se volvió loco. Cristiano co­ -¿Es guaraní?
menzó a correr hacia la iglesia y él detrás. Me asusté -Mi padre era de Asunción. Añá es el espíritu del
tanto al ver que lo seguía que saqué la escopeta que mal. Un día medio en broma medio en serio, le dije a
Braulio siempre llevaba en la caja y disparé. Caminó Di Paola que los hombres estamos atados a nuestra cir­
unos metros y se desplomó. Allí los dejamos. Después cunstancia. Fue una conversación sobre la elección
volví a La Mimosa, los baüé y consolé como pude, pe­ que hizo la madre de Carmona respecto de los nom­
ro no sabía qué hacer. Sólo pensaba en el enorme da­ bres ele su hüo, Si tomo en cuenta el de este pueblo,
ti.o que significaba para mis hijos haber vivido esa debo asumir que Di Paola no fue la excepción a la re­
monstruosidad. Cuando por fin me calmé y decidí ir gla. Vino a dar adonde merecía. Ya no estoy seguro de
a declarar, la leyenda corría por el pueblo como un si yo invcn té la leyenda o si soy parte de ella, Belinda.
reguero. Todos decían que a Peralta lo encontraron Ya no lo sé.
dentro de la fos� de la cual yo misma lo había sacado La tormenta estaba a punto de caer sobre ellos, y
y que Di Paola tenía la palabra A11á grabada en la Cipriano cargó la chalana y ayudó a Belinda a guare­
frente. Supongo que fue usted. cer a Cristiano y a Paula bajo una lona. Después remó
-Así es, Belincla. El Seco me avisó. Esa noche volvió con fuerza para superar la corriente. El Salado bajaba
a la estancia después de guardar el ganado en el potre­ espumoso y había que poner empe110 ante el oleaje.
ro, y fue a buscarme. Estaba preocupado por ustedes, Al llegar al medio del cauce, Cipriano miró a Belinda
los veía entristecidos en la casa ·e iba a pedirme que los y ésta le señaló los relámpagos que iluminaban la sel­
visitara. Cuando pasó por el cementerio, casi se muere va que parecía tragarse las riberas del río. La lluvia se

226 227
(
(
r··., VíC:TOR HEREDIA
(
(
e�·,
. ,e···, descar gó y todo pareció silenciarse de repente'. Sólo
e··, se .oía el crepitar de las enorm.es gotas.
( (-- ¡ La canoa pareció suspenderse en él aire, después en­
( filó hacia la orilla opuesta y desapareció bajo la cortina
( de agua:

( ,.. .. ,
\ !

(
-'
r··,
( (

(
(
(
(
e·.
(
1 ;
( ( 1
( ( )

(
(
(
(
(
(
( ( '
( . ( ')
r·- "i
(
(
(
' i
(
228
(
(

También podría gustarte