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CAPITULO II EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO

La atención del cuerpo y su cuidado acompañan al hombre desde los albores de la humanidad.
Objeto de marcas y rituales de diversa índole, como interioridad y exterioridad simultánea, el
cuerpo nos remite a una dimensión histórica atravesada por las ideologías y diferentes
concepciones elaboradas acerca de él a lo largo del tiempo. Habitualmente concebido como lo
tangible y aparente del individuo, puede ser designado como el aspecto somático, orgánico o
físico. Sin embargo, el cuerpo trasciende su realidad anatomo-fisiológica y también se halla
incluido en el orden de la cultura. Y al hablar de cultura en tanto producción simbólica,
entramos en la intrincada relación, siempre presente, entre el cuerpo y la psique.

UNA VISIÓN DESDE LA ANTROPOLOGÍA Y LA SOCIOLOGÍA

A partir de un estudio comparativo, David Le Breton (1995) confronta la noción de cuerpo en


las sociedades tradicionales con la del mundo contemporáneo. En las primeras, el cuerpo no se
distingue de la persona. El sujeto sólo existe en función de su relación con los demás y su
cuerpo resulta un elemento más, indiscernible del conjunto simbólico que lo engloba. Se trata
de sociedades con un funcionamiento holista, donde el cuerpo no resulta un signo de
individuación, sino que se funde en un continuo con el cosmos, la naturaleza y la comunidad.
En cambio, el cuerpo en la modernidad remite a un orden diferente. Comporta la ruptura del
sujeto con los otros, acorde a un funcionamiento social de tipo individualista. También se ha
disociado del cosmos, pues las materias primas que constituyen el cuerpo no conservan
ninguna referencia fuera de su campo específico. Y, por último, se ha alienado respecto del
sujeto mismo, quien, más que ser un cuerpo, ha pasado a poseer un cuerpo.

Así como cada sociedad recrea un imaginario en torno a un modelo deseable de cuerpo, otro
tanto ocurre con las prácticas que instituye. Influyen los distintos saberes alrededor del cuerpo,
las fantasías y los temores que suscita y las creencias religiosas en boga. En efecto, en siglos
anteriores, la preocupación religiosa incluía un cuidado del cuerpo que suponía alcanzar otros
logros: el gobierno del alma y las pasiones. Es decir, se apuntaba a un control del deseo. En
cambio, en un contexto donde tales ideas dejan de ser preponderantes, nos hallamos ante una
motivación diametralmente opuesta. Así, dentro de lo que hoy en día es la cultura del
consumidor, el cuerpo se torna un vehículo de placer, es deseable y deseante, y por
consiguiente hay que trabajarlo y producirlo.

CUERPO y POLÍTICA

El pensamiento de Michel Foucault (1988), y su enfoque de historicidad del cuerpo como


resultado de las intrincadas relaciones entre el poder y el saber, marcó una decisiva influencia
en toda una generación de pensadores contemporáneos. En efecto, para Foucault, «el cuerpo
está directamente inmerso en un campo político», lo que va unido a su utilización económica;
es decir, está determinado por la ideología.

Se trata de un poder que no puede adscribirse únicamente a los aparatos de Estado, la clase
dirigente o las instituciones, aun cuando éstos hagan uso de él. Es más bien una «microfísica
del poder» que, merced a determinadas tácticas o funcionamientos, «encuentra el núcleo de
los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, en sus actitudes, sus discursos, su
aprendizaje, su vida cotidiana»
Por su parte, Jean Baudrillard (1993) nos habla de «una economía política del cuerpo que se
instaura sobre las ruinas de su economía simbólica». Se trata de una idea compleja, de la cual
tomaré uno de sus sentidos. Para este autor, todo el trabajo actual sobre el cuerpo -y se refiere
tanto al maquillaje, los modos de vestir o la mayor desnudez corporal, como al empleo de
cinturones, joyas, cadenas, etcétera- tiene por finalidad una escenificación de la temática de la
castración, escenificación que no remite a la angustia ante la falta y al reconocimiento de la
diferencia sexual, sino que, por el contrario, está para ser negada y conjurada.

CUERPO Y POSMODERNIDAD

La noción de cuerpo se ve afectada por variables socioculturales. Son tiempos de globalización,


de predominio de una economía liberal, de caída de las utopías e ideologías, de avances
prodigiosos en la tecnología y los medios de comunicación, de consumo masivo. Asimismo, de
profundas modificaciones en nuestra forma de concebir la temporalidad y el espacio.

Desde una postura crítica, Le Breton (1995) subraya que, si bien la aplicación de recursos más
sofisticados ha permitido incrementar el nivel de vida, este avance traduce dos tendencias
simultáneas respecto al cuerpo. Por un lado, un afán de trascender sus límites e interferir en
sus procesos; así, el cuerpo en cuanto lugar de la precariedad, la muerte y el envejecimiento,
debe ser dominado; por otro, el auge de una medicina fascinada por los procesos orgánicos.
Dos tendencias que parecen apuntar más a una preocupación por el cuerpo que por el
hombre.

CAPITULO V TATUAJE Y ADOLESCENCIA: ¿MODA O SÍNTOMA?

En términos de la personalidad, tanto las tempranas experiencias corporales como la presencia


de un entorno cálido y consistente resultan importantes para la constitución de una imagen
corporal que forma parte de nuestra manera de ser y actuar en el mundo, no menos relevante
es que el cuerpo responde a un discurso social que nos hace partícipes de un imaginario
colectivo.

Si bien es cierto que la incidencia de esta práctica es dominante en la adolescencia, también es


significativa su gravitación en el adulto joven. Corresponde entonces aclarar que tomaré como
punto de partida las vicisitudes que fundamentalmente caracterizan dicha etapa, asumiendo
que los aspectos no resueltos de ella incidirán eventualmente en una ulterior decisión a
tatuarse.

PERFIL PSICOLÓGICO DEL ADOLESCENTE

La adolescencia está signada por los cambios que introduce la pubertad, esto es, la irrupción
de las distintas manifestaciones físicas que acompañan la maduración sexual. Peter Blos (1971)
la define como una «segunda etapa de separación e individuación», tomando como modelo lo
que el niño experimenta hacia el final del segundo año de vida, cuando empieza a diferenciar
su yo de los objetos que lo circundan. Así, durante la adolescencia se reeditan situaciones de la
infancia y las temáticas de la autonomía y el logro de un sentido de identidad ocupan un
primer plano.

Existen etapas que transita el adolescente:


 La pérdida del cuerpo infantil en el pasaje a la adquisición de un cuerpo adulto;

 La resignación de los padres edípicos (como objetos de elección amorosa) junto con los
modos infantiles de relación (idealización y dependencia), que incluye tanto a los
imagos interiorizadas como a las figuras reales,

 La caída de la propia omnipotencia (el pensamiento mágico infantil).

CONSIDERACIONES CLÍNICAS

En líneas generales, el tatuaje posibilita externalizar un amplio espectro de situaciones


afectivas a la vez que constituye, bajo ciertas circunstancias, un medio eficaz para ligar y dotar
de representatividad a estados internos de tensión o angustia. Por lo tanto, cumple
esencialmente la función de un «operador psíquico» de distintos alcances. Se podría decir,
siguiendo a Donald W. Winnicott (1951), que la piel se utiliza como un espacio intermedio
donde el dibujo adquiere un carácter de transaccionalidad. Su aparición en la adolescencia
responde, a mi entender, a dos vertientes principales: el procesamiento de duelos y la temática
de la identidad. Si bien resultan difíciles de separar, a los fines expositivos iré desglosando
diversos aspectos que en rigor forman parte de una totalidad.

En cuanto al procesamiento de las mociones edípicas, la elección del diseño ilustra el


predominio de ciertas identificaciones. Por ejemplo, tatuajes que revelan un simbolismo en las
mujeres O, por el contrario, el dibujo constituye una manera de contrarrestar un conflicto
subyacente en el armado de la identidad sexual. Otra posibilidad hace a fantasías de
bisexualidad.

Ahora bien, consideremos el tema de la identidad. Una primera cuestión es que, por sus
mismas características cambiantes, la adolescencia es una etapa de crisis en la identidad que
normalmente culmina en una mayor estabilidad yoica. Por lo tanto, son esperables y deseables
los intentos de autoafirmación. El punto pasa por cómo el tatuaje advino en uno de los medios
privilegiados para expresarla.

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