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La atención del cuerpo y su cuidado acompañan al hombre desde los albores de la humanidad.
Objeto de marcas y rituales de diversa índole, como interioridad y exterioridad simultánea, el
cuerpo nos remite a una dimensión histórica atravesada por las ideologías y diferentes
concepciones elaboradas acerca de él a lo largo del tiempo. Habitualmente concebido como lo
tangible y aparente del individuo, puede ser designado como el aspecto somático, orgánico o
físico. Sin embargo, el cuerpo trasciende su realidad anatomo-fisiológica y también se halla
incluido en el orden de la cultura. Y al hablar de cultura en tanto producción simbólica,
entramos en la intrincada relación, siempre presente, entre el cuerpo y la psique.
Así como cada sociedad recrea un imaginario en torno a un modelo deseable de cuerpo, otro
tanto ocurre con las prácticas que instituye. Influyen los distintos saberes alrededor del cuerpo,
las fantasías y los temores que suscita y las creencias religiosas en boga. En efecto, en siglos
anteriores, la preocupación religiosa incluía un cuidado del cuerpo que suponía alcanzar otros
logros: el gobierno del alma y las pasiones. Es decir, se apuntaba a un control del deseo. En
cambio, en un contexto donde tales ideas dejan de ser preponderantes, nos hallamos ante una
motivación diametralmente opuesta. Así, dentro de lo que hoy en día es la cultura del
consumidor, el cuerpo se torna un vehículo de placer, es deseable y deseante, y por
consiguiente hay que trabajarlo y producirlo.
CUERPO y POLÍTICA
Se trata de un poder que no puede adscribirse únicamente a los aparatos de Estado, la clase
dirigente o las instituciones, aun cuando éstos hagan uso de él. Es más bien una «microfísica
del poder» que, merced a determinadas tácticas o funcionamientos, «encuentra el núcleo de
los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, en sus actitudes, sus discursos, su
aprendizaje, su vida cotidiana»
Por su parte, Jean Baudrillard (1993) nos habla de «una economía política del cuerpo que se
instaura sobre las ruinas de su economía simbólica». Se trata de una idea compleja, de la cual
tomaré uno de sus sentidos. Para este autor, todo el trabajo actual sobre el cuerpo -y se refiere
tanto al maquillaje, los modos de vestir o la mayor desnudez corporal, como al empleo de
cinturones, joyas, cadenas, etcétera- tiene por finalidad una escenificación de la temática de la
castración, escenificación que no remite a la angustia ante la falta y al reconocimiento de la
diferencia sexual, sino que, por el contrario, está para ser negada y conjurada.
CUERPO Y POSMODERNIDAD
Desde una postura crítica, Le Breton (1995) subraya que, si bien la aplicación de recursos más
sofisticados ha permitido incrementar el nivel de vida, este avance traduce dos tendencias
simultáneas respecto al cuerpo. Por un lado, un afán de trascender sus límites e interferir en
sus procesos; así, el cuerpo en cuanto lugar de la precariedad, la muerte y el envejecimiento,
debe ser dominado; por otro, el auge de una medicina fascinada por los procesos orgánicos.
Dos tendencias que parecen apuntar más a una preocupación por el cuerpo que por el
hombre.
La adolescencia está signada por los cambios que introduce la pubertad, esto es, la irrupción
de las distintas manifestaciones físicas que acompañan la maduración sexual. Peter Blos (1971)
la define como una «segunda etapa de separación e individuación», tomando como modelo lo
que el niño experimenta hacia el final del segundo año de vida, cuando empieza a diferenciar
su yo de los objetos que lo circundan. Así, durante la adolescencia se reeditan situaciones de la
infancia y las temáticas de la autonomía y el logro de un sentido de identidad ocupan un
primer plano.
La resignación de los padres edípicos (como objetos de elección amorosa) junto con los
modos infantiles de relación (idealización y dependencia), que incluye tanto a los
imagos interiorizadas como a las figuras reales,
CONSIDERACIONES CLÍNICAS
Ahora bien, consideremos el tema de la identidad. Una primera cuestión es que, por sus
mismas características cambiantes, la adolescencia es una etapa de crisis en la identidad que
normalmente culmina en una mayor estabilidad yoica. Por lo tanto, son esperables y deseables
los intentos de autoafirmación. El punto pasa por cómo el tatuaje advino en uno de los medios
privilegiados para expresarla.