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ALTERIDAD E IDENTIDAD SOCIAL

Angélica Bautista López1

INTRODUCCIÓN

¿Unicidad o singularidad? Cada uno de los seres humanos


participa del mundo desde un lugar. Todos nos vemos y nos
pensamos como seres singulares. Así, el ser uno mismo lleva
implícito el no ser el otro, o los otros. Yo soy yo es la
frase que cualquiera puede asumir como propia. Seres que se
reconocen como singulares cuando aprecian la singularidad de
los otros: Yo soy yo, porque no soy tú. Efectivamente, cada
espécimen de cualquier especie es singular, tal como
singulares somos todos los seres humanos. ¿Singulares y
únicos? Algunas concepciones sobre la identidad humana dicen
que sí, que lo que distingue a uno de otro es su unicidad.
Así en la actualidad podemos constatar en diversos ámbitos de
la vida, una constante defensa a la unicidad del yo. No se
concibe una vida propia, si no es única. Desde esta idea se
puede transitar hacia territorios peligrosos, en los que unos
privilegiados cuentan con una muy especial unicidad mientras
que otros desafortunados encarnan unicidades defectuosas o
limitadas. Pero, además de esto, asumir que la singularidad
de cada uno de los seres es única implica una problemática
teórica de gran envergadura. ¿Cómo es que siendo único cada
ser humano, somos tan parecidos? Tamaños, formas, colores
diversos; seres humanos que comparten pensamiento social,
creencias, sueños y pesadillas que los llevan a gozar y
sufrir juntos, más allá de su cercanía física o cronológica
hablan de un todo compartido, de culturas que se defienden o

1
Profesora Investigadora en la UAM Iztapalapa. Profesora en la Facultad
de Psicología de la UNAM.

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se atacan, de identidades que emergen y luego desaparecen.
Muchas lenguas, idiomas diversos, grupos humanos con
singularidades que se comparten por cientos, por miles, por
millones de personas que han vivido y que viven una realidad
hecha de cosas creídas, conformada de sentires, de afectos y
de ideas que se comparten.

Una propuesta diferente, que asume que eso que somos los
seres humanos, con todas nuestras singularidades, con nuestra
identidad, no es unicidad es la que se revisa en el presente
texto. Desde esa hipótesis se propone una conformación de los
seres sociales, desde su origen, no solo como partícipes del
todo, sino como consustanciales a la totalidad. Aquí se
aborda una concepción teórica que propone que la temática
denominada identidad habla de nuestra esencia como seres
humanos en tanto seres psicosociales, siendo la singularidad
de cada persona una expresión de la humanidad completa en la
que el punto nodal se ubica en la conformación del mundo de
lo humano.

GEORGE HERBERT MEAD Y EL SENTIDO DE LO SOCIAL

George Herbert Mead es el autor de una concepción teórica en


la que, entre otras cosas, se propone que la vida simbólica
de nosotros, los seres humanos, se constituye
intersubjetivamente. Se trata de una conceptualización en la
que se asume que nuestra manera de comprender el mundo y
nuestros posicionamientos personales o sociales no nos vienen
de ningún ente externo o de ninguna planeación anterior, sino
que se gestan, emergen en la vida propia de lo humano.

“G. H. Mead fue el primero en pensar a fondo este


modelo intersubjetivo del yo producido socialmente.
Se despide del modelo de la autoconciencia empleado

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en la filosofía de la reflexión, conforme al cual
el objeto cognoscente, para tomar posesión de sí y
con ello devenir consciente, se refiere a sí mismo
como objeto. Ya la doctrina de la ciencia de
Fichte, empieza por las aporías de la filosofía de
la reflexión, pero sólo Mead logra sacarnos de
ellas por vía de un análisis de la interacción”
(Habermas, J. 1990: 209).

Mead fue un pionero de la Psicología Social que, entre otras


cosas, desarrolló una visión muy adelantada a su época –nació
en 1863 y murió en 1931- sobre el sentido de lo social. Su
obra más conocida Espíritu, Persona y Sociedad: desde el
punto de vista del conductismo social es la recopilación que
sus alumnos realizaron, a partir de notas de clase, ya que
desde 1894 y hasta el final de su vida se desempeñó como
catedrático en la Universidad de Chicago. En su práctica
docente expuso, clase a clase, ideas y conceptos que
impactaron a sus alumnos y que hasta nuestros días siguen
siendo referentes para la comprensión de lo psicosocial.

Es importante aclarar que para este autor el yo, esto es, la


conceptualización de la persona como ser consciente, que se
proyecta al mundo y la mente, concepto referido al mundo
simbólico, al pensamiento social, no son instancias con una
ubicación en la interioridad del individuo, sino que se
ubican en el interior sí, pero de la sociedad. Adelantado a
su época, su contexto académico lo ubicaba en disputas
conceptuales propias de los albores del siglo XX. Watson y el
conductismo eran el autor y la hipótesis que enfrentaban
siglos de idealismo y proponían explicaciones centradas en la
materialidad de los organismos. Frente a ello George Mead
asume también una posición anti-idealista, pero se deslinda
de la versión conductista que negaba la realidad de lo
humano. Su frase conductismo social muestra una

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conceptualización diferente a la detentada por Watson. Los
tiempos cambian y en la actualidad se comprende mal esto,
achacando a nuestro autor una cercanía con la visión
conductista clásica que no tenía ni pretendía tener.

“Para Mead, el conductismo es un enfoque


psicológico, que se centra en la conducta
manifiesta. La conducta, sin embargo, se relaciona
con los estados internos de la conciencia, como las
actitudes, las intenciones y el significado social.
Aunque el estudio de la conducta es la materia
prima de la psicología, los psicólogos deben tener
en cuenta también la relación entre el pensamiento
y la conducta. Mead criticaba tanto el
introspeccionismo como el conductismo de Watson,
porque ambas caían en la trampa dualista. Los
introspeccionistas estudiaban la conciencia y
excluían la conducta, mientras que los watsonianos
estudiaban la conducta pero excluían la conciencia.
El planteamiento de Mead incluía la conducta, la
conciencia y su interacción” (Collier, et al, 1991:
153).

Autor brillante y poco comprendido, Mead ha sido asumido


erróneamente como iniciador de una corriente de pensamiento
denominada interaccionismo simbólico. Desafortunadamente
dicho enunciado, ampliamente extendido y repetido surgió con
posterioridad a su muerte. No es algo que Mead haya planteado
ni proyectado. Una revisión acuciosa de sus ideas muestra que
si bien su interés se ubicaba en la relación entre el
individuo y la sociedad, la respuesta a la que llega no es
interaccionista. De hecho, es la exposición detallada del
proceso psicosocial básico, al que denomina acto social el
que permite comprender que hay una colectividad que emerge,
simbólicamente, de la vida social propia de los seres
humanos.

Destacado pensador, Mead desarrolló una teoría del


surgimiento de lo social, así como del surgimiento de la

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persona. Su propuesta teórica implica una conceptualización
construccionista de la dinámica social y de la vida simbólica
toda, mucho antes de que las premisas socio-construccionistas
se desarrollaran. Esto porque sin recurrir a entes o
conceptos externos a lo humano, tales como el soplo divino, o
a argumentos teleológicos de un destino prediseñado por
alguien que, por azar o planeación, quedó inscrito en
nuestros genes, propone una argumentación comprensiva del
surgimiento del yo y de la conciencia, desde el grupo humano
mismo. Reconoce que en todas las especies se encuentra
interacción y comunicación, así como un grado de
organización, lo que permite que los organismos sobrevivan,
pero encuentra que lo que distingue a los humanos es un tipo
de vínculo en el que el punto nodal se ubica en la
anticipación. De hecho esta perspectiva teórica permite
comprender que los seres humanos somos seres simbólicamente
anticipatorios, no de lo que sucederá, sino de diversas
opciones para lo que podría suceder, esto es, de la
imaginación, material indispensable en la creación de nuestro
entorno cultural, del horizonte de lo humano. En ese
horizonte se encuentran realidades que se asumen como
intrínsecas a la especie, siendo resultante de la creación
humana. Una de ellas es la noción de Identidad. Claro que se
entiende su relevancia. Entre el nacimiento y la muerte de un
ser humano, se abre un espacio y un tiempo que habrá de
llenarse con sentido y propósito. Ese espacio-tiempo no lo
llena cada uno en lo individual. Los sentidos y los
propósitos son también construcciones de lo humano.
Cualquiera asume que su vida requiere de un sentido, e
invierte esfuerzo e imaginación en dotar de propósito a sus
acciones. Así, logrado esto, cualquiera defiende, incluso con
la vida, ese logro de su esfuerzo y de su imaginación. Pero

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ese logro, no es posesión individual. De hecho es una de las
grandes posesiones de la humanidad, a lo largo de su
historia. La obra de Mead permite comprender como un grupo de
seres puede asumirse como un todo, sea una nación, una
familia, una pareja, un barrio, una pandilla, e incluso una
persona. En todos estos casos, y muchos más, lo que define un
nosotros, una identidad, nacional, familiar, amorosa, barrial
o personal, es un sentido simbólico intersubjetivo; es
justamente, la esencia de lo social.

Dentro de las preocupaciones más acuciantes que viven los


seres humanos en la actualidad se ubica la del propósito de
la vida. ¿Para qué estoy en el mundo?, es una pregunta que
puede reconocerse a lo largo del tiempo en la vida cotidiana
de los grupos humanos. Comprender la importancia de esta
pregunta y de sus posibles respuestas representa una
relevante tarea para la psicología social. Cuando cualquier
persona se pregunta ¿para qué estoy en el mundo?, ¿qué hago
yo aquí?, parte de un reconocimiento que lo ubica como
persona, con independencia del resto de los seres humanos. Se
requiere de conciencia, de sí mismo, para reconocer qué sí y
que no se es, y por ende, poder proyectar su ser hacia el
pasado y el futuro, lo que es imperativo para dar una posible
respuesta a tales preguntas. A partir de ello aparece el
cuestionamiento sobre el devenir. Todos estos son aspectos de
una temática psicológica –psicosocial, para el presente
texto-, que algunos teóricos ubican bajo el término de
Identidad. Una respuesta que ubica el proceso y el contenido
de la identidad de las personas, fuera de ellas y no en su
interioridad, y que propone que ambos, proceso y contenido
emergen de la vida social es la aportada por George Herbert
Mead.

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Mead fue un psicólogo que se interesó por dar una
argumentación comprensiva de lo psicosocial, como origen de
la vida social toda. El concepto central de esta
argumentación es el acto social. De este, emerge la persona.
Se plantea que los seres humanos, las personas, somos
resultante de un proceso que nos constituye, y que ocurre con
posterioridad a nuestro nacimiento. En dicho proceso
participa la sociedad, con sus reglas y normas. De hecho, la
identidad de una persona es una objetivación de maneras de
ser y de hacer conformadas por la sociedad. La conciencia y
la identidad personales son en realidad, desde esta
perspectiva, netamente sociales. El presente texto aborda la
hipótesis central de la conformación de la persona propuesta
por este autor, para argumentar que la identidad de las
personas es siempre social y, sobre todo, es siempre
construida. Se trata de una condición simbólica de la vida
humana en la que somos conscientes cuando lo que vamos a
hacer controla lo que estamos haciendo. Esto no porque
tengamos capacidad adivinatoria, para saber lo que vamos a
hacer, sino porque contamos con la posibilidad de la
anticipación. Otras especies, dice Mead, responden a sus
circunstancias. Eso es lo que propuso Darwin, en su
concepción de como el medio ambiente impone restricciones y
los organismos responden a tales circunstancias. Mead
encuentra que los humanos no somos hojas que lleva el viento.
Si el viento arrecia, o para decirlo apropiadamente, si
anticipamos que el viento arreciará, pondremos diques y, por
qué no, algunos molinos de viento.

EL ACTO SOCIAL Y LA ALTERIDAD

Mead parte de una diferenciación básica. Al nacer todos somos


organismos humanos, que no personas. Ese organismo humano
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tiene ante sí una tarea que no puede emprender solo, ni está
posibilitado para lograr a partir de sus recursos naturales u
orgánicos. En la tarea de convertir a ese organismo humano en
persona, la sociedad entera participa. Cabe aclarar que Mead
no supone que el nuevo ser incorporará a la sociedad en su
interior, sino que éste participará de la sociedad al
incorporarse a ella. La persona emerge de un proceso en el
que el organismo humano se incorpora a la virtualidad
simbólica de su especie. Para lograr exponer este proceso el
autor recurre a tres instancias: el mí, el yo y el otro
generalizado. En la relación de especímenes de otras especies
diferentes a los humanos, la interacción se da de uno a uno.
Un organismo ante otro, de manera estrictamente
circunstancial. Uno que amenaza y otro que huye, por ejemplo.
Las personas no nos relacionamos así. El mundo social se nos
presenta con ciertas reglas y normas, con una forma peculiar
del pensamiento social, que tiene una ubicación socio-
histórica. La persona que emerge hoy no participará del mundo
como aquella que emergió en otra época, en otro siglo, en
otro contexto socio-histórico. Somos partícipes de un
presente del que somos oriundos. Reconocemos hoy lo
importante, lo relevante, lo ético, lo bello y lo terrible
porque pertenecemos al mundo de hoy. Defendemos causas,
despreciamos lo falto de ética porque en la conformación de
nuestra persona, de nuestra identidad, participamos de los
horizontes simbólicos de nuestra realidad contemporánea como
resultante de ese proceso que gesta continuamente nuestra
humanidad.

“Intentamos explicar la conducta del individuo en


términos de la conducta organizada del grupo
social, en lugar de explicar la conducta organizada
del grupo social en función de la conducta de los

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individuos que lo componen. Para la psicología
social, la totalidad (la sociedad) es previa a la
parte (el individuo), y no al revés; y la parte se
explica en términos de la totalidad, no la
totalidad en términos de la parte o de las partes”
(Collier, et al, 1991: 154).

El organismo humano, frente a un mundo simbólicamente


constituido identifica las reglas, las normas, mediante los
gestos de los otros. En un primer momento es posible que la
relación con el mundo sea tan circunstancial como la de
cualquier otro organismo. Pero en la socialización de este
ser, las reglas, las normas y la sociedad serán expresadas
por propios y extraños, una y otra vez, por la mañana y por
la noche. Y en esa reiteración, en esa cotidianeidad, la
persona surge en el proceso de la experiencia y actividades
sociales, mediante el lenguaje. Frente al mundo todo, ese
organismo humano reconoce en sí mismo lo que la sociedad
reconoce en él. Esto Mead lo plantea como una de las
instancias de la persona, el mí. Lo que los otros dicen de
mí, el reconocimiento de formas de hacer, de pensar y de
decir que forman parte del complejo mundo simbólico que, de
manera colectiva se asume como viable, válido, verosímil y
que se identifica en lo que unos hacen, a diferencia de
otros. A partir de la tendencia que la academia tiene de
concentrar en un concepto abstracto aquello que analiza, el
concepto asociado a esto es el de rol o papel social. Si bien
un concepto alcanza a transmitir la idea que se busca, su
delimitación oscurece la parte dinámica de lo que se estudia.
El mí es la forma que encontró el autor para referirse al
reconocimiento que cada uno de nosotros hacemos a lo que de
la humanidad entera, nuestros congéneres aprecian en nuestro
singular tipo de hacer. Para decirlo de otra manera, cuando
nos expresamos ante los otros y ante nosotros mismos,

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objetivamos –esto es, hacemos visibles en nuestra vida y
expresión- formas de decir, de vivir, de pensar y de sentir
propias de la sociedad. De hecho nada es nuestro, en el
sentido de que nazca de nosotros mismos.

¡Pero yo soy yo!, claro, ya anotamos que la singularidad es


inherente a nosotros, a cada uno. Esa singular manera de
vivir aquello que objetivamos es justamente el yo. Y es en
esa instancia en la que numerosas teorías ubican a la
Identidad Personal. Sin embargo, desde la perspectiva de
George Mead, esta instancia, en la que coloca a la
creatividad y la espontaneidad de cada ser singular, juega un
papel bastante menor en la emergencia de la persona. Antes de
continuar tratando el punto referido al yo, instancia en la
que se concretan las construcciones sociales denominadas
individualidad e individuo, es necesario plantear la
importancia del otro generalizado. Esta es la instancia más
importante en la conceptualización tríadica de George Mead.
Se trata de una instancia simbólica en la que se ubica la
dinámica misma de transformación de la sociedad. El otro
generalizado es un otro que es uno mismo; es el otro que soy
yo. El otro generalizado es otro que siendo la sociedad
entera, es uno mismo. Es la cualidad simbólica de nuestra
capacidad reflexiva, para vernos como otro, fuera de nosotros
mismos, reconociendo las reglas y las normas imperantes, para
seguirlas y defenderlas o para romperlas y transgredirlas.
Una persona, en el sentido meadiano es a un tiempo lo que el
yo reconoce en el mí, siempre desde el punto de vista del
otro generalizado. El mí es en realidad una interpretación
plausible en el entorno simbólico de la persona, que en su
conversación interior le delimita su identidad. Esto quiere
decir que el yo reconoce lo que la sociedad dice de cada uno

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de nosotros – el mí – siendo que desde la sociedad a la que
pertenecemos –otro generalizado – apreciamos la veracidad de
esa interpretación de nuestra persona, que termina siendo
constituyente de cada uno de nosotros. Entonces la Identidad
Personal no es personal en el sentido de que sea nuestra
posesión. La Identidad de la Persona es siempre social y
corresponde a la manera en que cada uno de nosotros nos
decimos lo que somos a la luz de nuestro entorno social,
normativo y simbólico.

“Todas las actitudes de los otros, organizadas e


incorporadas a la persona de uno constituyen el ‘mí’
(me). Esto no es lo único que constituye a una
persona ya que no explicaría la actitud creativa y
reconstructiva de la persona. La persona no
reflejaría la estructura social, sino que no sería
otra cosa que reflejo. La solución que Mead da a
este problema es la de que se tiene que concebir al
mismo tiempo un ‘yo’ y un ‘mí’. El ‘yo’ es el
principio de la acción y el impulso, y con su acción
cambia su estructura social: ‘no es un esclavo de la
sociedad y constituye la sociedad tan legítimamente
como la sociedad constituye al individuo’, cada
acción cambia a la sociedad” (Martínez-Tejeda,
2002:64).

Así, la Persona meadiana es concebida como resultante de un


yo que se proyecta al mundo, en tanto que participa de la
sociedad toda, desde el mí y el otro generalizado. Estas tres
instancias son teorizadas en la búsqueda de comprender la
emergencia de la conciencia. El mí, el yo y el otro
generalizado son los nombres que George Mead le da a la
dinámica social, partiendo de la expresión y de los sentidos
sociales y simbólicos de la relacionalidad humana. No
obstante, la conciencia social que emerge del proceso de
conformación de La Persona es una conciencia reflexiva que
nos lleva a vernos a nosotros mismos, en cada uno de nuestros

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actos, desde los diversos puntos de vista propios de nuestra
sociedad.

“Al surgir un individuo con pensamiento reflexivo,


la sociedad es transformada a la vez. Recibe, por
mediación de la persona social reflexiva, la
organización distintiva de la sociedad humana, en
lugar de representar su papel por medio de la
diferenciación psicológica (como es el caso de las
sociedades complejas de los insectos) o por medio
de las influencias de los gestos sobre los otros
con los que el individuo regula su participación en
el acto social, teniendo dentro de sí los papeles
de los otros involucrados en ese mismo acto”
(Martínez-Tejeda, 2002:65).

Esto nos permite juzgar nuestras acciones como erróneas,


incorrectas o incluso malinterpretadas. El sí mismo es otro
concepto al que acude nuestro autor, para proponer que
cualquier persona, cuando aprecia su desempeño, su expresión,
su decir, está considerándose desde fuera, apreciando su
singularidad.

“El concepto de «sí mismo» es un componente clave en


el enfoque de Mead. Según Mead, la autoconciencia es
un aspecto de la conciencia y se adquiere a través
del intercambio con otras personas. Mead (…)
diferenció dos aspectos del «sí mismo»: el «yo» y el
«mí». El «yo» es la fuente de la capacidad de la
persona para crear y transformar su ambiente,
mientras que el «mí» representa su autoconciencia
objetiva” (Collier, et al, 1991: 155).

Identidad personal, desde este enfoque es mismidad. La


autoconciencia reflexiva que nos orienta en el entorno de la
sociedad presente y que permite reconocer en nosotros lo
excelso y lo deleznable, para valorar o devalorar a nuestro
propio ser. “El «sí mismo» es un producto social y varía en
función de las condiciones sociales cambiantes” (Collier, et
al, 1991: 158).

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El discurso de la Identidad de las personas ha nutrido una
búsqueda, desde la Psicología, para tipificar a unos y otros,
esencializado sus singularidades. Esto implica que unas
ciertas configuraciones humanas son mejores o más pulidas y
otras requieren de algún grado de intervención o compostura.
Se habla entonces de la noción personalidad. La psicología ha
propuesto que la singularidad única de los seres humanos se
expresa mediante alguna configuración, esto es, alguna
personalidad. En el caso que nos ocupa la configuración
singular de cada persona es en realidad una conciencia
simbólica que emerge como unidad.

“La conciencia arraiga en una personalidad y “es”


esta personalidad, es decir, la conciencia es un yo
y un tú unitarios” (Martínez-Tejeda, 2002:48).

CUANDO SOY YO, SOY TÚ

La certeza de que se es una persona especial y única se ha


aposentado en los seres humanos desde hace algunos siglos. No
es una certeza cierta, ya que muchos indicios hacen dudar a
los seres humanos que buscan ser alguien en la vida. Se
trata, en realidad, de una duda que se busca resolver,
cancelar u olvidar, al procurar y defender la unicidad. En el
pensamiento social contemporáneo existe entonces una idea de
lo que implica ser. Para ser es indispensable tener una
identidad. La identidad se piensa como identidad personal.
Una posesión que se debe cuidar y cultivar que, además, puede
tener resquebrajaduras que la hagan endeble, o fortalezas que
la tornen más única que la de los demás. Aún prevalece la
idea de que esa posesión nos es dada. Esto es, que siendo
nuestra, no nació de nosotros mismos, sino que la recibimos
de una entidad superior y divina, o de la conjunción de la
herencia de nuestros ancestros. Así la demanda de respuestas

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a esa dudosa certeza ha sido asumida por la psicología que,
entre muchas otras cosas, ha producido diversos discursos en
torno a la Identidad Personal como una posesión distribuida
inequitativamente en la sociedad. Otra manera de pensar sobre
este tema es la de nuestro autor. Mead desarrolló una
concepción que, desde la relacionalidad humana, propone el
proceso que nos hace ser. Un proceso del que emana nuestra
identidad, que es nuestra en la medida en que es
estrictamente social.

Una constante en nuestro presente es la defensa de la


individualidad. La demanda social que exige a las personas
lograr destacar y distinguirse de los otros, abarca todos los
espacios y se expresa en todos los ámbitos de la vida social.
Familia, escuela, trabajo y demás instituciones demandan que
los seres logren mostrar una identidad personal única y
superior a la de sus congéneres. Esa demanda implica que cada
persona posee cualidades que le hacen única, y que conforman
su ser, su esencia. Así, unos y otros asumen y defienden su
unicidad, convencidos de ser poseedores de una identidad
personal. Yo soy yo, es la consigna que expresan, con sus
actos y con su paso por la vida, hombres y mujeres de todas
las edades, en la actualidad. No obstante, desde la
perspectiva de Mead, la persona, ese ser humano socializado
que somos todos, es resultante del reconocimiento de la
sociedad, de los otros, dentro de nosotros mismos. Este autor
propuso una hipótesis sobre la vida social, que descansa en
un ser simbólico, que logra participar de la vida social, a
partir de su conversación interior. A esto se le denomina
autoindicación, y se expresa en todos los momentos en que, a
solas, reflexionamos sobre nuestro existir. No se trata de
una reflexión sesuda o filosófica, sino de lo que hacemos en

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cualquier situación cotidiana, cuando pensamos. Estamos en
ese momento, autoindicándonos. Para lograr esto, es necesario
que esa conversación interior se realice entre dos personas.
Una, que somos nosotros, cada uno, en su yo, y otra, que
también somos nosotros, en ese mismo yo, cuando hablamos con
nosotros mismos. “La provocación de la misma reacción en la
persona y en el otro proporciona un contenido común necesario
para la comunidad del significado” (Martínez-Tejeda,
2002:58). Se trata de la capacidad que tenemos los seres
humanos, de salir fuera de nosotros, para vernos como objeto.
Esto es literalmente descrito con la frase, cuando soy yo,
soy tú. “Esto quiere decir que el individuo debe saber lo que
está haciendo, él mismo y no sólo los que reaccionan a él, o
sea, debe interpretar la significación de su propio gesto”
(Martínez-Tejeda, 2002:58). Detengámonos un momento aquí.
Generalmente, cuando se habla de interpretación, se asume que
cada persona cuenta con la capacidad de interpretar su
entorno, de interpretar a los otros. Desde aquí es fácil
cuestionar dicha argumentación por su relativismo. Se dice,
¿entonces, cada cabeza es un mundo? Mead no propone eso. Cada
persona interpreta a los otros en la medida en que se
interpreta a sí mismo. Al interpretar la significación del
gesto propio se reconoce una de muchas posibilidades. Este
ser simbólico no reacciona al entorno, no responde a las
circunstancias; su expresión requiere de una comprensión del
mundo simbólico en el que vive y puede, incluso sorprenderse
de lo que descubre en sí mismo. La autoindicación implica que
cada uno de nosotros, como seres sociales, hemos desarrollado
una conciencia. Cuando se plantea este concepto, se acude
generalmente a la idea de que se trata de una conciencia
individual. Entonces, cada quién con su propia conciencia. La
postura de este autor difiere de la clásica idea de la

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conciencia personal. Lo que nos propone Mead es que contamos
con nuestra conciencia, como personas, al mismo tiempo que
participamos de una conciencia más amplia que la nuestra, la
de la sociedad en la que vivimos.

“¿Cómo puede un individuo salir fuera de sí


(experiencialmente) de modo de poder convertirse en
un objeto para sí? Este es el problema psicológico
esencial del ser persona o conciencia de sí, y su
solución se encontrará recurriendo al proceso de la
conducta o actividad social en que la persona o el
individuo dado está implicado” (Mead, 1982:169).

Así, se trata de flujos de conciencia que, en ciertas


circunstancias se enfocan en una persona y su circunstancia
peculiar, mientras que en otros momentos se enfoca en el
discurrir de la sociedad. Esto lo expresa con mayor
corrección Gurvitch cuando nos dice que “…lo que comúnmente
se designa como conciencia individual es la dirección que la
corriente de la vida psíquica asume hacia el yo, y lo que se
llama conciencia colectiva, la dirección que esa misma
corriente toma hacia el nosotros” (Gurvitch, 1950: 91). La
hipótesis que se plantea es que la conciencia de cada persona
es propia y colectiva a la vez, que no es individual, aunque
sea uno el sujeto y que es colectiva siempre, aún en la
situación más aislada. “Para Mead, los gestos y el lenguaje
como formas de conducta social constituían los orígenes
sociales de la conciencia misma” (Collier, et al, 1991: 155).

Entonces, la noción Identidad, a la que los teóricos acuden


para argumentar los problemas existenciales de las personas,
o que es empleada por cualquiera para defender su propia y
única manera de ser, de hacer y de pensar, es en realidad una
hipótesis. Se trata de una posible argumentación sobre el
cómo y el por qué, de la gran diversidad de posicionamientos

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personales en torno al ser, que permite afirmar teóricamente,
la individualidad. Si bien es innegable que unos y otros
somos seres diversos, la defensa de una Identidad propia y
única, que parte de la singularidad de los integrantes de una
misma especie, no es una expresión propia de nuestra
humanidad. Me refiero a que se trata de una muy extendida
circunstancia, en el presente, que no se corresponde a
preocupaciones de los seres humanos en otras épocas. En
nuestra realidad contemporánea defendemos identidades
personales, a partir de categorías sociales creadas en el
presente. La individualidad y el individualismo son
expresiones con ubicación socio-histórica. Si la exacerbada
preocupación por la Identidad personal que vivimos y
constatamos hoy no le es natural a nuestra especie, si le es
relevante a nuestros congéneres y a nosotros mismos. Esto es
debido a que como sociedad hemos creado tanto a la Identidad
como a su relevancia. Se trata de una forma de pensar que
emergió de la intersubjetividad, ubicada en un momento
histórico.

El desarrollo teórico de Mead permite comprender el que algo


tan complejo como la emergencia de la Identidad personal y de
su defensa hoy, constituya las coordenadas de proceso
intersubjetivo. Intersubjetividad es el nombre que diversos
teóricos le han dado al mundo simbólico en el que vivimos.
Los seres humanos nos relacionamos con un mundo simbólico y
cultural. Me refiero a los límites virtuales de nuestra
comprensión. Como lo refiere Collier en la siguiente cita,
nada escapa a esta virtualidad.

“…el término de «intersubjetividad»… es el que mejor


refleja la concepción de Mead sobre la interacción
entre el individuo y la sociedad (Joas, 1985). Los
pensamientos y las acciones de un individuo se
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desarrollan dentro de una red social de lenguaje,
costumbres, convenciones y creencias. La
comunicación de pensamientos a través del habla es
especialmente importante en la configuración del
desarrollo humano, y así cada persona funciona
dentro de una red de relaciones interpersonales”
(Collier, et al, 1991: 154).

El proceso de emergencia de la Persona, que aquí se plantea


como el proceso de constitución de la Identidad personal
inicia en el acto social, ya que es este el origen de nuestra
comprensión simbólica del mundo y de todo lo que éste
contiene; incluidos nosotros mismos. En nuestra relación con
el mundo establecemos una relación con los otros (o con uno
mismo, que para este efecto, siempre es otro), en la que
siempre está presente un elemento supra-individual, que es la
alteridad. Se trata de las normas sociales que circunscriben
nuestro mundo de inteligibilidad. Se trata también de las
posibilidades de la imaginación que permiten la construcción
y re-construcción de significados y significantes. Esto ha
sido teorizado por George Mead como el acto social. La
cualidad esencial del acto social es la presencia de un gesto
significante, que no está ni en uno ni en otro de los
actuantes de dicha comunicación, sino entre ambos.

Gesto Significante

A B
Gesto Gesto

El acto social así planteado sólo es posible mediante la


conciencia social, que para Mead parte de la capacidad auto
reflexiva del ser humano. El acto social es la hipótesis de
este autor que permite comprender la capacidad de construir y
reconstruir significados, pero sobre todo, la posibilidad que
la comunicación humana otorga, en el terreno de la dotación

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de sentidos y en la construcción de realidades. Una idea que
nos gusta, un argumento que nos convence, nos aporta una
manera de ver y de comprender de la que antes carecíamos. De
hecho se puede argumentar que la cultura toda, la expresión
completa de la humanidad, con sus extraordinarios logros y
sus espeluznantes yerros es justamente ese dotar de sentido y
de realidad, al simple trayecto de una especie sobre el
planeta. En este caso me refiero a la comunicación humana,
con características comunes, no importa si se trata de una
comunicación entre personas o si se trata de la conversación
con uno mismo.

“Nuestros símbolos son todos universales. No se


puede decir nada que sea absolutamente particular;
cualquier cosa que uno diga, que tenga alguna
significación, es universal. Se está diciendo algo
que provoca una reacción específica en alguien
siempre que el símbolo exista para ese alguien, en
su experiencia, como existe para uno. Existe el
lenguaje hablado y el lenguaje de las manos, y puede
haber también el lenguaje de la expresión de las
facciones. Uno puede expresar pena o alegría y
provocar ciertas reacciones. Hay pueblos primitivos
que pueden mantener complicadas conversaciones
mediante el solo empleo de las expresiones faciales.
Aun en tales casos, la persona que se comunica es
afectada por la expresión del mismo modo que espera
que la otra persona sea afectada. El pensamiento
siempre involucra un símbolo que provoca en otro la
misma reacción que provoca en el pensador. Dicho
símbolo es un universal de raciocinio; es de
carácter universal. Siempre suponemos que el símbolo
que empleamos provocará en la otra persona la misma
reacción, siempre que forme parte de su mecanismo de
conducta. Una persona que dice algo, se está
diciendo a sí misma lo que dice a los demás; de lo
contrario, no sabe de qué está hablando” (Mead, G.
1972: 177-178).

El planteamiento supone que en la interacción entre dos,


siempre participan tres. En una plática entre dos personas,

19
participan tres. Uno que habla con el otro, el otro que habla
con uno y un tercer participante que no se ve, pero que
necesariamente esta presente, el alter. Un gesto y otro gesto
que desde la reflexividad humana lleva a la comprensión,
desde el gesto significante. La cultura, el lenguaje, las
normas, las creencias, el todo simbólico. En la conversación
interior, con una sola persona, hay también tres que
participan. Uno que se dice algo y que es uno mismo, otro que
desdice lo dicho por el primero, y que es también uno mismo y
un tercero que es la sociedad entera, siendo también uno
mismo.

“Lo que quiero destacar es la característica de la


persona como objeto para sí. Esta característica
está representada por el término ‘sí mismo’, que es
un reflexivo e indica lo que puede ser al propio
tiempo sujeto y objeto. Este tipo de objeto es
esencialmente distinto de otros objetos, y en el
pasado ha sido distinguido como consciente, término
que indica una experiencia con la propia persona,
una experiencia de la propia persona” (Mead,
1982:168).

Para que esto suceda es indispensable que cada uno de


nosotros pueda salirse de sí mismo, para verse como otro.
Mead plantea que esa es la cualidad básica de la que emerge
la conciencia simbólica y por ende la persona. Se es persona
cuando se reconoce lo que no se es, y para ello el requisito
es poder interpretarnos a nosotros mismos. Poder vernos a la
luz de todo lo otro, desde la luminosidad de la alteridad.
“En otras palabras, [se] adquiere la capacidad de hacer de sí
mismo un objeto para sí y de vivir un mundo moral y
científico común, con fines impulsivos transformados en
intención consciente de fines a la vista” (Martínez-Tejeda,
2002:65).

20
“El individuo se experimenta a sí mismo como tal,
no directamente, sino sólo indirectamente, desde
los puntos de vista particulares de los otros
miembros individuales del mismo grupo social, o
desde el punto de vista generalizado del gripo
social, en cuanto un todo, al cual pertenece.
Porque entra en su propia experiencia como persona
o individuo, no directa o inmediatamente, no
convirtiéndose en sujeto de sí mismo, sino sólo en
la medida en que se convierte primeramente en
objeto para sí del mismo modo que otros individuos
son objetos para él o en su experiencia, y se
convierte en objeto para sí sólo cuando adopta las
actitudes de los otros individuos hacia él dentro
de un medio social o contexto de experiencia y
conducta en que tanto él como ellos están
involucrados” (Mead, 1982:170).

LA EMERGENCIA DE LA PERSONA

La comprensión del sí mismo es tema para cada quién


prácticamente todos los días. Al inicio del presente texto
dejamos pendiente el tema del individuo y la individualidad.
La relevancia que tiene en la actualidad el ser alguien en la
vida no se deriva de una característica esencial de los
humanos. El proceso de conformación de la persona como
proceso psicosocial ocurre en un tiempo y en un espacio. Se
trata de un proceso histórico. Esta conceptualización supone
la prexistencia de un grupo social. La identidad personal
emerge entonces en un momento y un lugar. Nuestra
personalidad es comprensible para los otros porque participan
del proceso del que emerge y de la sociedad que la contiene.

“La psicología social de Mead se basa, por tanto, en


la concepción del individuo como parte de un grupo
social. No puede existir un individuo sin relaciones
sociales. La sociedad existe antes que el individuo,
de forma que cada persona nace en un mundo que ya
posee patrones culturales e instituciones sociales”
(Collier, et al, 1991: 154).

21
Entonces, la identidad personal aparece cuando la persona
emerge. Esto no sucede de una vez y para siempre. Vale la
pena detenernos en este punto. La emergencia de la persona es
un proceso continuo, que nos acompaña a lo largo de la vida.
El ser es siendo y en ese sentido es que planteo la dimensión
construccionista de George Mead. Participamos de la dinámica
de la sociedad en un acto social continuado. En ese proceso
nos hacemos persona a cada paso. No podría ser de otra manera
ya que las normas sociales no son estáticas. Desde esta
postura es posible comprender que la norma emerja al tiempo
que la persona misma. Lo que un día es valioso, a la vuelta
de algunos años pierde vigencia. Lo que antes no era
relevante, adquiere primacía. La sociedad se transforma y en
tanto que sigamos habitándola, nos habita, con sus valores y
sus normas, que son las nuestras. De esta manera nuestra
identidad, la de cada uno se transforma en el curso de la
vida. Somos una misma singularidad, que está en proceso y en
transformación, a lo largo de nuestra existencia. Mead
plantea que es en la emergencia de la persona en donde los
seres humanos expresan su espíritu. Se trata de la dimensión
simbólica comprensiva de nuestra humanidad. Y esta se ubica
en el lenguaje, entendiendo a éste como el horizonte de
inteligibilidad en el que vivimos y no como la mera expresión
de una lengua viva. “El aislamiento del mecanismo del
lenguaje es el hecho por medio del cual se constituye
socialmente el espíritu y gracias al cual aparece la persona
que tiene conciencia de sí misma como objeto” (Martínez-
Tejeda, 2002:50).

Claro que el espíritu según Mead no es un ente metafísico que


se nos aposenta como influjo divino, al contrario, es la
cualidad básica de nuestra especie.

22
“…El problema de cómo surge el espíritu y la
persona humanos es resuelto por Mead en términos
biosociales. No descuida como la psicología
tradicional el problema de la dimensión social, ni
el problema de la sociología de no poner atención a
lo biológico y su papel en el proceso social que
termina en una visión mentalista y subjetiva de la
sociedad, que supone espíritus anteriores a ella.
Ambos extremos son evitados en una explicación del
proceso social en marcha de organismos biológicos
interactuantes, proceso dentro del cual, gracias a
la internalización de la conversación de gestos
vocales, surgen el espíritu y las personas. Con
esto se evita el extremo del individualismo
biológico ya que se reconoce la naturaleza social
del proceso biológico subyacente a él” (Martínez-
Tejeda, 2002:51).

Ni un fin prefigurado que se inscribe en nuestros genes, ni


un destino manifiesto que se haya leído en el firmamento.
Nuestro camino por el mundo es nuestro y solo nuestro, desde
la comunalidad que constituimos como sociedad y dentro de la
cual existimos. “…los significados no son subjetivos sino que
se mueven dentro de la dimensión de lo evidente, ni tampoco
son privados, ni mentales, sino que se encuentran
objetivamente presentes en la situación social
correspondiente” (Martínez-Tejeda, 2002:57). Nuestra
identidad es personal en tanto que es nuestra, pero es
social, precisamente porque es de cada uno de nosotros, al
haber sido incorporados a la sociedad y participar de ella en
cada momento de nuestra existencia.

G. H. Mead propuso una teoría comprensiva de la génesis y la


emergencia de lo social, desde nuestra humanidad. Esto lo
hace un adelantado a su época, tal como lo sostiene Morris
(1972) en la siguiente cita:

“No obstante, Mead no fue un simple discípulo de


Royce o Tarde o Baldwin o Giddings o Wundt (…)

23
aplicaba a todos ellos una crítica básica: ninguno
quería llegar al límite en lo referente a explicar
cómo surgieron los espíritus y las personas dentro
de la conducta. Esta crítica se divide en dos
partes: 1) todos ellos en algún sentido
presupusieron espíritus o personas antecedentemente
existentes para poner en marcha el proceso social;
2) incluso en relación con las fases del espíritu o
de la persona que intentaban explicar socialmente,
no lograban aislar el mecanismo de las mismas. El
sombrero mágico de lo social del que habían de
extraerse el espíritu y la persona, estaba en parte
cargado de antemano; y en cuanto al resto, se hacía
simplemente un piadoso anuncio de que la
triquiñuela podía llevarse a cabo, aunque la
exhibición nunca tenía lugar” (Morris, 1972:27).

Así, desde esta visión procesual, la preocupación por ser y


parecer individuo que los habitantes de nuestro tiempo
expresamos en la familia, la escuela, el trabajo, etc., y en
la búsqueda denodada de nuestra individualidad muestra normas
y valores que como sociedad hemos constituido y nos
constituyen. La defensa de una identidad personal única es un
fenómeno del presente. Abarca múltiples esferas de la vida y
lleva al esfuerzo e incluso al sufrimiento a miles y miles de
congéneres convencidos de que el valor supremo estriba en
alcanzar una individualidad brillante. Ese convencimiento ha
sido constituido y se redita continuamente en nuestro
presente. La psicología lo ubica como tema de estudio en el
terreno de la personalidad. En la conceptualización de G. H.
Mead esta relevante circunstancia es la evidencia de que la
individualidad es una construcción social que ha emergido del
proceso ya revisado. “Mead encuentra que la característica
distintiva de la personalidad reside en la capacidad del
organismo con espíritu para ser un objeto para sí mismo”
(Morris, 1972:36). Entonces, miles y miles de seres que
participan de un proceso simbólico y social en el que

24
comunalmente constituyen la creencia de ser únicos e
independientes unos de otros.

IDENTIDAD SOCIAL

Fuera de los límites de la disciplina, las personas todas


acuden a algún modelo que emplean para comprenderse a sí
mismos y a los otros. Esto tiene implicaciones profundas para
la psicología social misma, tanto en el terreno reflexivo y
conceptual como en el plano de lo metodológico.
Conceptualizar a los otros y a uno mismo como individuo es
una de las posibilidades, la más común en nuestros días.
Obviamente la contraparte también existe. Sin embargo, dadas
las características de nuestro tiempo la primera es una
posibilidad más socorrida. Si la discusión fuera netamente
académica, los dimes y diretes estarían acotados a los
recursos y las preocupaciones de la disciplina. El hecho de
que la discusión sea amplia, esto es, que todas las personas
participen de ella, complejiza la tarea de la misma
psicología social.

Un modelo de explicación de las personas busca argumentar, de


manera coherente, un marco general que englobe lo que las
personas son. Esto incluye todo lo que el mismo marco general
concibe como el ser de las personas. En el caso del
individuo, ese marco general incluye, de suyo, lo que las
personas hacen, dicen y piensan. El modelo del individuo
supone entonces que las personas se comportan (hacer),
ejecutan (decir) y tienen procesos mediacionales, mejor
conocidos como cognición (pensar). Este modelo asume que las
personas son entes racionales que establecen una interacción
con el mundo, a partir de lo que sucede en su interior.
Además, supone que eso, que sucede en su interior, es

25
explicable desde un argumento naturalista que, aseguran, es
inmanente a los seres humanos, pero que, al mismo tiempo,
hace a cada persona única en la faz de la tierra.

Esta perspectiva asumió, de inicio (desde el siglo XIX) una


explicación causal unívoca. Se trata de una argumentación que
busca leyes o parámetros generales de explicación del
comportamiento. Centrar la explicación del comportamiento de
las personas en ellas mismas es la resultante del proceso de
construcción social del individuo. Así la Psicología Social
centrada en el individuo busca las causas de su hacer dentro
de éste. Se ha construido una compleja argumentación que
encuentra en la persona tanto la causa como la consecuencia,
o el efecto, para usar un lenguaje más pertinente.

De esta manera, la versión de la psicología social que centra


sus explicaciones en el individuo busca en el interior de las
personas las causas de su comportamiento, esto es, de su
exterior. La eficacia derivada de la inteligencia personal,
la agresividad o los celos como producto de sus
inseguridades, el prejuicio como resultante de su
personalidad dogmática, etc. La psicología al servicio de los
seres humanos, que les pasa los costos a ellos mismos.

¿Identidad personal?, no, la identidad es siempre social. El


joven que busca distinguirse de los demás y viste y se
expresa de una manera particular, lo hace para verse y oírse
como los otros a los que quiere parecerse. Se distingue y
diferencia de un grupo para poder ser distinguido e
incorporado a la interlocución de otro grupo. Su
especificidad le permite pertenecer. Su singularidad está a
salvo al verse contenido en un mundo simbólico en el que su
persona se torna inteligible.

26
“En el grado en que uno puede adoptar el papel del
otro, por decirlo así, puede mirarse a sí mismo,
reaccionar ante sí. De tal modo que puede
convertirse en un objeto para sí; que, como ya lo
hemos afirmado, solo en el proceso social pueden
surgir las personas como distintos de meros
organismos biológicos, personas en calidad de seres
que se han hecho conscientes de sí” (Martínez-
Tejeda, 2002:64).

Entonces, cualquiera que defiende su identidad propia espera,


primero, que su mismidad sea reconocible. Esto implica que
las características específicas de su ser son asequibles a
cualquier otra persona con la que se relacione. Además,
después, espera que de ese reconocimiento de su mismidad se
derive un reconocimiento adicional a su originalidad. La
defensa de la identidad propia requiere el reconocimiento
social que se sustenta en el hecho de que esa mismidad es
plausible, claramente identificable y relevante. Requiere
entonces de que sea social. Una identidad personal que es
intrínsecamente social es en realidad una identidad social
que se ha personificado. La dicotomía individuo – sociedad,
en la que la psicología social y las ciencias sociales han
ubicado sus desarrollos y controversias por años, suponía
conceptualmente la existencia del individuo y de la sociedad,
tal como Germani lo propone en la siguiente cita.

“Uno de los rasgos más típicos que presentó la


controversia relativa a las nociones de individuo y
sociedad acaso fue el carácter de exterioridad,
impenetrabilidad y exclusión recíproca que
implícita o explícitamente asumían esos dos
conceptos en el pensamiento de todas las
corrientes, inclusive en el de las más opuestas
entre sí. Tanto los nominalistas que sostenían la
inexistencia de la sociedad como entidad real y el
predominio y la prioridad lógica y psicológica del
individuo sobre el grupo, como sus oponentes los
realistas, que afirmaban la realidad sustancial y
trascendente de la sociedad respecto de sus
27
miembros individuales, se fundaba en la radical
antinomia entre ambos términos – individuo y
sociedad-; antinomia insuperable al tratar esos
conceptos de manera abstracta, como entidades
absolutamente separadas, cerradas e impenetrables”
(Germani, G. 1972: 10).

No obstante, Mead propone una conceptualización en la que


esta distinción es inoperante. Para este autor la expresión
de una persona es la expresión de la sociedad. En este
sentido, la identidad de la persona muestra una de muchas
posibles objetivaciones de la sociedad. Las dificultades que
las personas experimentan en su acontecer, que ubican como
carencias o defectos en su identidad personal, muestran
disputas diversas presentes en la sociedad, que se objetivan
en identidades que emergen de una realidad cambiante,
compleja y dinámica, en la que se asume la posibilidad de
alcanzar una individualidad. Todas y cada una de las
identidades que se expresan en la vida social son
objetivaciones de la sociedad entera. Las discusiones
públicas sobre identidades en pugna, como el ser mujer y el
ser hombre, en un entorno que discurre sobre la igualdad de
los géneros son muestra de ello. Esto pese a que cada uno de
nosotros objetiva una de muchas posibilidades del ser hombre
o del ser mujer, ya que no hay dos identidades de género, ni
tres ni cuatro. Desde el punto de vista del autor que hemos
revisado podemos comprender que el ser de una mujer o de un
hombre no es el mismo, desde el nacimiento a la muerte, ni
hoy que hace unos años, para cada uno de nosotros. No es
tampoco una identidad de género volátil y evanescente, sino
una expresión identitaria en continua reedición. Nuestras
maneras de ser y de hacer, los temas que nos importan, las
causas que defendemos, por el hecho de ser eso que se define
y se delimita en una categoría social, como el género hombre

28
o el género mujer, son expresiones de la sociedad entera, que
dirime, o busca dirimir sus preocupaciones, a partir de
etiquetar a unos y otras. El acto social continuado nos lleva
a expresar tales identidades, de maneras que quizás no
imaginamos en el pasado. En este sentido, son identidades
sociales constituidas hoy, pero en constante transformación.

A MODO DE CONCLUSIÓN

La respuesta que G. H. Mead da a la interrogante ¿quién soy


yo?, puede resultar inquietante cuando la literatura
psicológica abunda en explicaciones de corte individualista a
la temática referida a la identidad personal y a la
personalidad. Quizás la irritación que concita la hipótesis
desarrollada por este autor es justamente el tema de mayor
relevancia. Entonces fraseando la interrogante de fondo, se
podría sostener que cuando alguien se pregunta ¿quién soy
yo?, se interroga a sí mismo sobre su mismidad en el entorno
social y cultural en el que la creencia en la unicidad es
mayoritaria y casi totalizadora. Desde este punto de vista y
asumiendo que la cultura psicológica de la gente, incorporó
en algún momento tal creencia, resulta lógico que exista una
tendencia hacia la búsqueda de opciones para la comprensión
de la mismidad.

Desde la perspectiva desarrollada por G. H. Mead se puede


plantear que las personas sólo somos objetivaciones de un
pensamiento social en constante transformación. Cuando nos
expresamos y cuando callamos estamos objetivando formas más o
menos difusas de dicho pensamiento social. De esta manera,
cuando esa objetivación toma la expresión de una defensa de
la individualidad, es el acto social continuado que ha
constituido tal individualidad, el que se manifiesta. Todas

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las expresiones de los individuos son, entonces,
objetivaciones de la construcción social del individuo que es
contenida en el pensamiento social. Sin embargo, también
existen otro tipo de objetivaciones. En el pensamiento social
también existe una construcción social referida a la
comunalidad, que dicho sea de paso, cuenta ya con una larga
historia. Se trata de una construcción social que supone una
relacionalidad diferente. En ésta el individuo no es el
contenedor y lo contenido, a un mismo tiempo. Me refiero a la
propuesta revisada en el presente texto. Se trata de una
conceptualización de la vida en la que las personas se saben,
con un saber no racional, parte de un todo. Así, la
argumentación sobre la vida cotidiana y sobre las expresiones
concretas de las personas es enmarcada en el terreno de las
creencias. Las personas entonces no son la causa de lo que
contienen, pero tampoco son la consecuencia. El individuo
como construcción social se ha aposentado en todos los
espacios de la vida de las personas. En cualquier momento y
en cualquier lugar, la sanción social nos remite a la
existencia inobjetable del individuo. Sin embargo, desde la
academia es importante considerar que, siendo esa una
hipótesis, otras hipótesis competidoras pueden mostrar
caminos diversos para la disciplina y para la sociedad misma.

BIBLIOGRAFÍA

Collier, G.; Minton, H. y Reynolda, G. (1991). Escenarios y


tendencias de la Psicología Social. Madrid: Tecnos.
Martínez-Tejeda, G. (2002). “El conductismo social de George
Herbert Mead” en Psic Soc Revista Internacional de
Psicología Social, volumen 1, número 1, julio-diciembre
2002, pp. 47-70.
Mead, G.H. (1982). Espíritu, Persona y Sociedad. Barcelona:
Paidós.

30
Germani, G. (1972). “Presentación de la edición castellana”.
En: George Mead, Espíritu, persona y sociedad. Desde el
punto de vista del conductismo social. Buenos Aires:
Paidós, pp. 9-18.
Gurvitch, G. (1950). La vocation actuelle de la sociologie.
París: Presses Universitaires de France.
Morris, Ch. (1972). “Introducción. George H. Mead como
psicólogo y filósofo social”. En: George Mead, Espíritu,
persona y sociedad. Desde el punto de vista del
conductismo social. Buenos Aires: Paidós, pp. 23-48.

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