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Renacer CASTALIA CABOTT

CRUZADOS 1

Edición @2009
Derechos ebooks Castalia Cabott
Reservados para Editora Digital

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Renacer CASTALIA CABOTT
CRUZADOS 1

Dedicatoria
Para Marisa. Una querida amiga

Por su tiempo, su amistad y por hacer

de Renacer una pasión compartida.

Este libro sería muy diferente sin ella.

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Renacer CASTALIA CABOTT
CRUZADOS 1

1
Lance De Villiers, tercer hijo del duque Archibal James De Villiers
Layton, miraba con absoluta concentración la práctica de sus hombres.
Con simples calzas y sin camisas manipulaban las largas espadas en
simulacros de ataques.
Como norma, las prácticas de ataque y defensa se hacían tres
veces por semana. Duras e intensas, eran tomadas con seriedad y
responsabilidad. Ninguno de ellos se quejaba pues esas mismas
prácticas habían salvado sus vidas más de una vez.
Su escuadra era una de las más prestigiosas y Lance sabía que
sólo se debía a la estricta disciplina que imponía. A Lance le importaba
muy poco el prestigio, sus hombres eran los únicos amigos que tenía. Y
sabía que el duro esfuerzo era la diferencia entre la vida y muerte. Y los
quería vivos por eso no dejaba pasar ni un sólo fallo. Quien no asistía a
las prácticas era severamente sancionado. No pasaba casi nunca, pero
había pasado y había costado una vida.
—¡Levanta el brazo Guy! ¡Levántalo maldita sea! —Gritó.
Guy Manchester cayó pesadamente al suelo mientras un hilo de
sangre corría por costado derecho.

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—Mira esto —le dijo Lance, tomó la espada de la mano de Guy y


se enfrentó a Nicholas— Bien Nicholas de nuevo, vamos.
Nicholas SanPietro era un hombre que probablemente sobrepasara
en dos centímetros el metro noventa y tres de Lance. Años de duro
entrenamiento y una vida dedicada a la guerra habían forjado en
ambos, poderosos cuerpos, pura fibra muscular repartida en gruesos
muslos y brazos acostumbrados desde niños al uso de las pesadas
espadas de hierro. Su rostro se iluminó con una sonrisa abierta y franca.
No era lo mismo ejercitar a un soldado que una práctica con el gran De
Villier. Levantó su espada velozmente, sin esperar a que se preparara, el
ataque sorpresa no dio resultado pero Nicholas sabía que así sería.
El fuerte brazo de Lance sostuvo y retuvo con firmeza el potente
ataque de Nicholas,
—¡Así! ¿Lo viste Manchester? —gritó casi sin esfuerzo, para luego
intentar sorprender a Nicholas con un nuevo movimiento. También sin
éxito. Se conocían demasiado y más de una vez habían realizado estas
demostraciones infinitamente ensayadas.
Lance también sonrió mentalmente. Conocía a Nicholas desde que
había cumplido los 8 años, de eso habían pasado 20, siempre juntos,
viajando por el mundo, allí donde su espada fuera bien pagada. Lo
conocía tanto que sabía qué esperar de él. Confiaría su vida a manos de
Nicholas y sabía que era recíproco. De hecho, más de una vez así había
sido.
Lance, Nicholas y William tenían demasiado en común: eran hijos
desheredados por la ley de derecho al primogénito, soñaban con tierra

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propia al cual llamar hogar y luchaban en las cruzadas contra el infiel


porque era la mejor manera de conseguir sus sueños.
Se habían conocido siendo aprendices del conde Stuart Menzie.
Habían llegado allí por distintos medios. Mientras Lance había sido
enviado por su hermano, el mismo día en que heredaba el ducado, una
forma de establecer quién mandaba en el castillo De Villier de ahora en
adelante; Nicholas había sido enviado allí por su padre, después de
haber observado que su nueva y joven esposa miraba al espigado y
atlético joven jugar en el enorme patio de su casa, con ojos demasiado
apreciativos; William, en cambio había llegado después de intentar
robar a Menzie. Hijo tercero de un duque que dilapidó su fortuna antes
de heredarla, William había crecido sin nadie que pusiera límites a su
osadía e inteligencia. Nunca imaginó que la apuesta realizada con unos
amigos de su edad cambiaría su vida.
El conde Stuart Menzie había sido un refugio y un amigo para los
tres. Les había enseñado todo lo que sabía y mucho más. Había dado a
un grupo de jovencitos un hogar y un oficio. Se habían unido y desde
entonces se habían fijado una meta común: crearían su propio feudo. Y
con esa idea directriz habían ido sumando trabajo tras trabajo.
Luchaban cobrando por sus servicios; convirtiéndose en soldados
profesionales, muy apreciados y solicitados. Con las ganancias
conjuntas habían logrado comprar una isla a la que habían bautizado
como “Isla de Brac”1

1
La Isla de Brac, si existe. Es una hermosísima isla que algún día me gustaría conocer. Pertenece a Dalmacia
y se caracteriza por sus sembradíos llenos de olivares y sus canteras de piedra blanca, tan famosa que la
Casa Blanca de E.U. se construyó con piedra extraída de esas canteras. Mis chicos harán su vida en ella.

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Brac era su génesis, y eso representaba: un verdadero


renacimiento para los tres, y ahora también para los que los
acompañaban. Sus hombres y sus familias habían tomado su sueño y lo
habían hecho propio.
Nunca encontrarían señores más nobles a quien servir. Eran
justos y considerados, a pesar de su poca edad. Sus señores y sus
iguales. Cuando habían empezado a escuchar sobre la isla de Brac,
habían ido tejiendo sus sueños al igual que ellos. Desde hacía 15 años
que luchaban a su lado y desde hacía 15 años todas las ganancias se
convertían en un pozo común. Cuando abonaron el costo de la isla por
completo al rey de Dalmacia, ofrecieron a sus leales servidores crear un
pueblo y mudarse con ellos. Todos habían aceptado, el pozo común
contemplaba la edificación, la compra de animales de cría, las semillas.
El día de la oferta había sido un día de fiesta. Algunos de ellos ya tenían
sus familias en la isla, habían viajado con William. Él se había instalado
allí seis meses atrás para completar la construcción de la casa principal
y las defensas de la isla. Las cartas de William eran leídas por Nicholas a
todos sus hombres e incluían los saludos personales de las familias ya
instaladas. La isla había cambiado los temas de charlas de todos, ahora
se hablaba de olivos, de prensas para hacer aceite, de sistemas de
regadíos, de fertilizantes… se solían oír acaloradas discusiones sobre
sistemas de podas o de riego. El entusiasmo por Brac era la esperanza
de todos.
—¡De Villiers! —gritó Marcus Hostteim desde fuera del campo de
entrenamiento. Nicholas paró sus golpes y Lance lo siguió. Todos

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dejaron de hacer lo que estaban haciendo. Sabían qué significaba ese


llamado: una nueva misión en puerta.
Se habían instalado con otros cientos a las afuera de Antioquía, al
mando de Bohemundo de Tarento; habían sido contratados para
sumarse a sus fuerzas y generalmente eran enviados en misiones de
espionaje.
Lance, Nicholas y William lo tenían muy claro: lo que movía a
Bohemundo no era el fervor religioso que el llamado del Papa había
despertado en todos los pobres y desheredados sino pura y descarnada
ambición. Al igual que para ellos, ésta era la oportunidad de conseguir
tierras y dinero. Pero ellos no esperarían que la Iglesia les retribuyera su
labor, habían preferido vender sus servicios. Y Bohemundo los había
contratado. ¿Por qué no hacerlo? Ellos lo ayudarían a conseguir sus
propios sueños.
—De Villier, el príncipe te necesita —dijo Hostteim mirando como
la práctica se realizaba.
—Dile que allá voy —contestó Lance. Compartió con Nicholas una
mirada significativa, Bohemundo jamás los llamaba si no había algo
importante. Y eso sólo significaba alguna incursión. —¡Bien, señores,
alístense! Quedas a cargo —agregó en un tono más bajo mirando a
Nicholas.
Nicholas ya estaba preparando mentalmente todo lo que
necesitaría para una misión, cualquiera que fuera ella.

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Bohemundo de Tarento, príncipe de Otranto, era un hombre


peligroso, astuto, inteligente y hábil. Hijo desheredado de Roberto
Guiscardo, duque de Apulia y de Calabria, había acudido al llamado de
Urbano II, y puesto su espada al nombre de la causa Santa. Si había
sobrevivido a su padre, cuya lápida decía “El terror de mundo”, sentía
que podría con todo. Había sabido rodearse de los mejores normandos
que el dinero podía comprar. Al igual que ellos, solo contaba con su
espada para abrirse camino en el mundo. Pero sus ambiciones eran
mayores y no compartía las de De Villier. Él quería más, mucho más
que una simple isla y una vida bucólica y pacífica, él quería el mundo o
lo que pudiera conseguir de él. Para empezar había tomado las
decisiones correctas. Su nombre se asociaba a los líderes en la Cruzada
por liberar Tierra Santa y esperaba secretamente, y no tan
secretamente, ser el dueño de Antioquía. Cuando vio entrar al cruzado,
como siempre que lo hacía, percibió el intenso poder que emanaba.
Lance De Villier era un líder nato, admirado por todos, no había misión
que rechazará ni batalla a la que se negara. Era una combinación de
ardor guerrero, carisma y astucia diplomática, unido a un instinto que lo
destacaba en todo lo que hiciese. Y el hombre ideal para lo que
necesitaba.
—De Villier.
—Mi príncipe —dijo con una pequeña venia, aceptando el gesto de
ofrecimiento de una banca para sentarse.
—Lance, uno de mis informantes me ha dado una información
preocupante que necesito corrobores.

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Lance se quedó callado, esperando que Bohemundo de Tarento,


terminara. Lo conocía demasiado bien, sabía que el Príncipe se tomaba
su tiempo para todo. Por eso estaba donde estaba.
—Se me ha dicho que Raimundo ha establecido un acercamiento
con Fakhr al-Mulk, quiero saber qué trama. ¿Podrás averiguarlo?
Lance lo miró con detenimiento. Raimundo IV de Tolosa era una
espada sobre la cabeza de todos los que luchaban contra los turcos. Su
lealtad era tan delgada y frágil que muchas veces se perdía más tiempo
en escudriñar las propias defensas que las del enemigo declarado.
Raimundo y Bohemundo querían lo mismo: Antioquía. Todos los sabían,
hasta los sarracenos. Y más de una vez había sido Lance quien inclinara
la balanza hacia Bohemundo. Él le pagaba, su lealtad era indiscutible. Si
era cierta la información, si Raimundo estaba en contacto con al-Mulk,
uno de los turcos gobernantes de Antioquía, la supremacía lograda en el
asedio a Antioquía podría desparecer.
—Lo haré —dijo Lance poniéndose de pie.
—¿Puedo preguntar cómo o como siempre no me lo dirás?
—Te traeré el alcance del trato, Príncipe, si es que existe. —Lance
hizo una venia y se retiró.
Bohemundo lo miró partir. Admiraba a los normandos, eran
guerreros avezados, disciplinados y honorables. Lance De Villier era un
hombre peligroso, solitario y extraño, un hombre al que le confiaría su
vida. Admirado por todos, nadie parecía meterse con él, ni con su
ascética forma de vida: trabajo, entrenamiento y trabajo. Nada más. No
se le conocían amores, ni gusto por las prostitutas, ni el lujo, no parecía
tener ninguna debilidad humana, y si alguna se le podía encontrar, era

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esa absurda idea de la Isla de Brac. ¿Una isla para cultivar? ¿Un
guerrero agricultor? Si no fuera por lo absurdo y por que conocía a De
Villier diría que estaba loco. Pero tenía cosas más importantes de qué
ocuparse que el estilo de vida de De Villier. Raimundo de Tolosa unido a
Fakhr al-Mulk podría acabar con sus propios sueños.
Y no cedería Antioquía a nadie.

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Lance estaba rodeado, dos de sus hombres habían fallecido y la
misión no sería completada si no podía llegar con la información pedida.
Los mercenarios turcos de Raimundo los habían encontrado. Lo
que sería una sencilla misión de espionaje había terminado con dos de
sus hombres muertos. Lo peor era saber que el culpable no sería
castigado. Paul Robinette, uno de sus propios hombres, alguien de su
escuadra, había decidido que ya era tiempo de tener algo más que un
camastro y un sueño colectivo. Los había vendido, el maldito los había
vendido.
Cuando los cinco hombres se abalanzaron sobre él supo que ya no
saldría de ésta con vida. Pero no se iría solo, antes se llevaría a unos
cuantos turcos consigo.
Firmemente parado sobre sus piernas abiertas, usaba la enorme
espada con las dos manos, haciendo círculos. El sonido de la espada
blandiendo el viento era la única voz que se escuchaba. Un solo hombre
contra cinco experimentados guerreros no duraría mucho. Cuando uno
de ellos logró cortar el movimiento de aspa de su espada, otro bajó su
cuerpo y clavó su cimitarra hiriendo su pierna justo por debajo de la
rodilla. El dolor lacerante lo llevó a suelo. Otra espada se clavó en su

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hombro empujándolo hacia atrás. Alguien sostuvo su brazo armado


mientras dos hombres se lanzaban sobre él tirándolo al suelo, algo
golpeó su cabeza y todo oscureció para Lance De Villier.
Ni siquiera pudo elevar una plegaria por su propia alma.

Adam Rutherford contempló al hombre que acaban de poner sobre


su mesa de operaciones, su corazón saltó. De pronto sólo pudo oír el
sonido de sus propios latidos con un eco ensordecedor.
—¡Lance De Villier! ¡Lance De Villier! —se dijo a sí mismo aturdido.
El hombre frente a él estaba casi irreconocible. Su rubio y corto
cabello era una masa apelmazada de sangre, arena y barro. Tenía una
herida en su cabeza, otra en su hombro que dejaba ver casi el hueso, y
una más en su pierna. Solo de verla supo que la perdería. ¡Dios mio,
ayúdalo! Musitó. A su lado, uno de sus ayudantes, Jacob Ruciman se
apresuró a buscar agua caliente y jabón para limpiarlo. El movimiento y
la celeridad con que se movió lo puso en acción. Miró sus heridas y
supo que no podría solo.
—¡James! —gritó sabiendo que el ayudante estaría detrás suyo—.
Llama a Beltram. Dile que tenemos a De Villier malherido.

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Cuando el hombre salió corriendo, se puso manos a la obra, quitó


la esponja con jabón de las manos de Jacob y comenzó a lavarlo. Debía
tener claro cuales eran las prioridades en cuanto a sus heridas.
Adam Rutherford ni siquiera era médico diplomado, se había unido
a la Cruzada cuando su madre, quien lo había protegido toda su vida de
un padre violento y alcohólico, murió. Ese mismo día dejó su casa y
comprendió que jamás podría terminar sus estudios de medicina en la
Universidad de París. Su padre jamás lo había aprobado y si había
podido estudiar era porque quien poseía el dinero era su madre. Lo
había estado pensando desde hacia dos años, los caballeros
hospitalarios eran el mejor refugio que podría hallar. Allí sería útil, y
podría ganar algo de dinero y quizás tierras. No formaba parte de las
huestes guerreras pero si era necesario podía pelear, estaba preparado
física y mentalmente para hacerlo. Los caballeros hospitalarios eran tan
necesarios como los caballeros del Temple.
Bertram Sangiovanni ingresó corriendo con James detrás. Apenas
vio las heridas dijo:
—Madre Santa, ya lo habían dado por muerto.
Adam ni siquiera hablaba, estaba ocupado limpiando la herida de
la cabeza, el corte estaba feo y sucio pero no era preocupante. Miró a
Bertram y siguió con la herida del hombro. Habría que coserla, y cuidar
de la infección. Las infecciones eran más poderosas que las armas.
—James, trae agua limpia y hervida y más jabón —dijo mientras
miraba y quitaba con un paño la tierra y la mugre depositada en la
herida. Sus ojos se desviaron y vio a Bertram mirando su pierna.
—La perderá —dijo Beltram.

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Y el corazón de Adam se encogió. Conocía a De Villier como todos


los que acompañaban a Bohemundo. Lo había visto varias veces
mientras ejercitaba a los suyos, o sentado conversando con el Príncipe o
en las noches de luna llena cuando se reunían a hablar de la Isla de
Brac. La isla no era un secreto para nadie. Y menos para Adam. Había
soñado con ella muchas veces, con ella y con De Villier. Se había
hablado a sí mismo millones de veces, había practicado cómo acercarse
al gran guerrero y decirle que quería unírsele, quería ser parte de Brac,
y jamás se había atrevido. Y sabía por qué... siempre había temido lo
mismo, siempre había sentido el absoluto terror de pensar que De Villier
pudiera ver más allá. Y no estaba preparado para ello.
Verlo herido, casi sin signos vitales. lo había conmocionado.
—¡No! —se encontró gritando— No. Tenemos que salvársela. ¡Es
De Villier, por la Santa Cruz!
Bertram lo miró con la boca abierta. Adam Rutherford era el mejor
ayudante que pudiera tener un cirujano. Frío, calmado, atento. No
reconocía a este hombre a su lado.
—No es posible, la herida está muy mal, si no paramos la infección
se lo llevará.
—Podemos intentarlo Bertram. —El tono de voz indicaba que no
cedería. Más bien parecía una orden que un pedido.
—No. La cortaremos —dijo Bertram con fuerza.
—No si puedo evitarlo —dijo Adam. Tiró el paño con el que
limpiaba la herida con fuerza y salió de la carpa bajo la que operaban.
Corrió como poseso hasta la carpa de De Villier y entró sin siquiera
pedir permiso. Apenas puso un pie adentro una enorme espada salió a

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recibirlo. Casi sin aire miró al hombre moreno frente a él: Nicholas
SanPietro.
—De… bes... debes… impedir… lo… debes hacerlo —dijo mientras
extendía sus manos para sacarlo de allí y llevarlo hacia la carpa del
hospital.
—¡Espera! ¿Qué pasa? —dijo Nicholas sin moverse un ápice de
donde estaba manteniendo la espada lista para usarla. Algunos otros
caballeros templarios lo miraban sorprendidos. Uno de ellos agregó:
—Es Rutherford, un hospitalario.
Sólo había hecho falta el nombre, por sus ropas negras y la cruz
de Malta en rojo, Nicholas sabía que el hombre que tenía frente a sí era
un hospitalario.
—¿Qué pasa? —le preguntó, mientras accedía a ser tomado y
sacado rápidamente de la carpa. Detrás de ellos, los siguieron parte de
los caballeros que estaban dentro de la tienda
—De Villier… —mencionó Adam casi llevándolo hacia el hospital al
trote—, hallaron a De Villier… está herido… quieren… quieren cortarle
una pierna.
Nicholas se quedó inmóvil. —¿¿¿¡Qué!?? ¿Lance está vivo?
Adam no lo dejó pararse, volvió a tomarlo de las mangas largas de
su camisa y lo tironeó. Esta vez Nicholas no lo detuvo, se dejó llevar y
corrió junto a él.
Cuando entró al hospital, Lance estaba en una mesa de madera, a
su lado Jacob y James lo estaban atando. El primer paso para amputar
un miembro.

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Cuando Bertram levantó su vista ante la gente que ingresaba su


rostro mostró sorpresa pero también enojo.
—¿Adam? ¿Qué mierda pasa?
—No le vas a cortar su pierna.
—Es la única manera de salvar su vida, y lo sabes.
—No. Hay otra. —Miró a Nicholas—, por favor, señor SanPietro, no
lo permita. Hay otra manera.
—Salgan de acá. O colóquense a un lado. Tengo un trabajo que
hacer —dijo Bertram, completando el afilado de un poderoso cuchillo,
con forma curva, y lo colocó al lado de una fuerte sierra de metal. Los
instrumentos de amputación estaban sucios y alineados sobre la
pequeña mesa al costado del paciente fuertemente atado e inconsciente.
Adam no era muy alto, al lado de SanPietro, pero superaba el
metro ochenta y cinco, buscó los ojos verdes de Nicholas, lo tomó de la
solapa de su camisa y le dijo con firmeza y desesperación:
—No lo permitas. Puedo ayudarlo. No dejes que corten su pierna.
—¡Salgan de aquí, inmediatamente! —Gritó Bertram—, Adam,
¿Qué demonios pasa contigo? Esto no quedará así. Si no cortamos
ahora De Villier morirá ¡Salgan de aquí!
Nicholas pasó su mirada de Bertram a Rutherford. ¿Qué hago?,
¿Qué maldita cosa hago? De pronto pensó en sí mismo, si él estuviera
ahí acostado inconsciente, esperando que otro tomara una decisión por
él ¿qué haría? Cualquiera que fuera cambiaría su vida para siempre
¿Qué decisión querrías Nick? Miró a Adam y le dijo:
—¡Habla!

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Adam inspiró profundamente. Tenía que elegir muy


cuidadosamente las palabras si quería convencer a SanPietro. ¿Qué le
digo? —Puedo curarla. Puedo curar su pierna. He… he estudiado con
herboristas, con monjes y médicos…
—Oh por Dios, supercherías —gritó Bertram desde atrás.
—¡Sigue! —Cortó Nicholas.
—Mi madre… era una gran sanadora…
—Ni siquiera completaste tus estudios en la universidad... —cortó
Bertram nuevamente golpeando con fuerza la mesa de los instrumentos
médicos dispuestos sobre ella. El fuerte golpe levantó de su lugar los
pesados instrumentos.
—Es verdad. Pero trabajé con ella desde los nueve años… sé que
hacer. Sé que puedo salvar su pierna. No dejes que se la corte.
Nicholas SanPietro lo miró, desvió su vista hacia Bertram, que
movía su cabeza de un lado a otro negando. Luego hacia Lance, atado e
inconsciente. ¿Qué hacer? Miró a Adam y lo tomó de la camisa
empujándolo violentamente hacia atrás.
—Él es tuyo. Y será mejor que lo salves, porque si muere… te vas
con él.
—Yo no me haré responsable ante el Príncipe de su muerte —dijo
Bertram evidentemente molesto.
—No hará falta, yo hablaré con él —le dijo Nicholas soltando a
Adam— ¡Sálvalo, Rutherford! Y más vale que lo hagas —agregó, no en
tono de orden sino como si fuera una plegaria.
Bertram salió enfurecido ante la escena. Adam miró a Lance y
luego buscó a James —¿Me ayudarás?

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El hombre sólo afirmó con su cabeza.


—Bien, te anotaré lo que quiero que me traigas —luego se enfocó
en Nicholas—. SanPietro, no quiero a De Villier en el hospital, es… no
importa. ¿Puedes hacer que lo trasladen a su tienda? —sin esperar su
respuesta agregó— pero no antes que mande a limpiar el lugar.
Necesitaré que no haya mucha luz, —y mientras hablaba escribía en un
papel una serie de elementos que pasó a James—. Consígueme ésto. Y
pronto.
—Si —dijo el hombre recogiendo el papel, leyéndolo y saliendo de
la tienda.
Cuando el hombre salió. Adam se centr en limpiar las heridas.
Primero fue la cabeza. El golpe había dejado un enorme hematoma; la
herida del pecho sólo requería ser cosida. Y en eso se enfocó.
Necesitaba las hierbas que había pedido para limpiar la grotesca herida
en la pierna. Trabajaba rápida y eficientemente. Sus manos se movían
con seguridad y sin dudas.
Nicholas respiró algo más aliviado viéndolo moverse.
—SanPietro —dijo de pronto Adam— voy a necesitar ayuda para…
acomodar el hueso.
—¿Yo? —dijo Nicholas espantado— ¿No podrías pedirle a James o
a Ruciman? Ellos saben…
—Necesito alguien que lo sostenga, aún inconsciente será duro.
SanPietro tragó saliva. Y sólo afirmó con su cabeza.
Cuando James llegó Adam se perdió en los preparativos. Nicholas
y sus caballeros se habían quedado a un costado mirando todo. Adam
había desatado a Lance.

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Cuando todo estuvo listo. Adam ordenó a James y Jacob ubicarse


para sostener a Lance. Miró a Nicholas y le dijo:
—Debes sostenerlo SanPietro, con fuerza. Y cuando yo te diga
soltarlo.
Nicholas no abrió la boca, solo asintió.
Con James y Jacob de un lado, con Nicholas del otro, Adam sofocó
sus sentimientos y tomó la pierna herida de Lance.
—¿Listo? —preguntó— sosténganlo
Cuando tiró de su pierna, el gritó de Lance resonó bajo la tienda.
Un fuerte sonido le indicó a Adam que ya estaba el hueso en su sitio.
Adam rogaba que todo lo que su madre y sus maestros le habían
enseñado fuera así.
—Suéltenlo —agregó. Podía ver que Lance estaba más allá del
dolor. Ahora todo dependía de las hierbas. Si resistía las infecciones
viviría. ¡Tenía que vivir! ¡Tenía que hacerlo!
Un hombre con las ropas del hospitalario apareció en la entrada de
la tienda que funcionaba como hospital, y miró a James
—¿Listo? —preguntó James, y el hombre en la puerta afirmó con
su cabeza.
Adam los miró rápidamente y siguió en su tarea. Paños de lino
blanco hervidos en hierbas eran colocados sobre la herida. Su pierna
estaba hinchada y amoratado, el rostro de Lance estaba deformado por
el dolor, era evidente que tenía fiebre.
Cuando logró completar los emplastos de hierbas, Adam le hizo
una seña a Nicholas.

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—Ahora necesito que me ayuden a llevarlo a su tienda. Ya la han


acondicionado.
Nicholas miró a sus hombres, sin decir una palabra utilizaron como
camilla la misma mesa de operaciones. Cuando salieron de la tienda
varios se habían acercado a mirar a De Villier.

Hallar a De Villier había sido providencial. Uno de los hombres del


Príncipe, Horace Typlon, encargado de la comida había salido de cacería,
cuando observó algunas aves de rapiña circulando se dirigió al sector. La
zona era un páramo desértico, no había nada que pudiera llamar la
atención de las aves, pero eso era exactamente lo extraño y capturó
completamente su atención. Su caballo se movía lentamente, Horace iba
atento a las mínimas diferencias del terreno. Arenas y solo arenas
mechadas con algunos arbustos secos. ¿Qué hacían las aves ahí? ¿Sobre
qué revoloteaban? Nada se veía, excepto pequeñas lomas de arena
sobre arena. No había nada. Pero no era posible. Siguió rodeando el
lugar y cuando estaba a punto de darse por vencido, lo vio. Un pequeño
rastro rojo. Sobre la arena dorada. Cuando bajó de su caballo
comprendió que lo rojo era sólo una parte de la cruz de malta del traje
de un caballero templario. Empezó a cavar con tranquilidad, apenas
movió la arena con la mano vio un brazo. Ver el brazo lo llevó a cavar

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con sus manos con fiereza, y el cuerpo comenzó a aparecer. ¡De Villier!
El cuerpo de De Villier. Tirado boca arriba alguien había apilado arena
sobre su cuerpo, Horace sacudió la arena de su pecho y luego cuando
llegó a su rostro comenzó a correr la arena con desesperación, hasta
verlo despejado. Al parecer cuando lo tiraron no se dieron cuenta que la
túnica que vestía quedaba sobre su cara. Cuando tocó su yugular
Horace se dio cuenta que aún vivía. ¡Maldito afortunado, aún vivía!
Logró limpiar su cuerpo de la arena; no se lo veía bien. Hinchado, con
sangre seca era evidente que había sido dado por muerto, lo habían mal
tapado y dejado abandonado. No sabía cuánto tiempo atrás, pero por la
presencia de las aves en el lugar no más de 12 horas, ese era el tiempo
en que las aves debían haber demorado en detectarlo.
Horace conocía a De Villier, todos lo hacían. Sabía que si estaba
vivo era porque el desgraciado era fuerte como un toro. Pero no duraría
mucho si seguía sin hacer nada y sólo mirándolo. Tenía que trasladarlo
al hospital. Quizás podrían salvarle la vida.
Unas millas más abajo había visto un árbol seco, podría servirle
como camilla improvisada. Así que acomodó a De Villier poniendo tierra
bajo su cabeza y le dijo sabiendo que no lo oía:
—Ya vuelvo.
Cortar las ramas y armar la improvisada camilla le llevó más de
tres horas, bastante después llegó con su carga al campamento del
Príncipe y al hospital.

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Hacía tres días que Adam cuidaba a Lance De Villier. En esos días
y sus noches no se había movido de su lado. Nicholas lo observaba. El
fuerte físico de Adam, alto, de negra y rizada melena que casi tocaba
sus hombros se veía desmejorado. El brillo usual de sus claros ojos
celestes ya no estaba allí. Jacob le había dicho que si no le obligaban a
comer ni siquiera lo recordaba. Nicholas había empezado a sentirse
culpable. Lo había dicho que si Lance moría, lo acompañaría. Ahora,
después de tres días atento a la salud de Lance sabía que el hombre
estaba haciendo más de lo que le era posible.
En esos días había hecho muchas averiguaciones sobre Adam
Rutherford. Había tenido una vida y una educación inusual. Una madre
considerada la mejor curandera de Escocia, además una rica heredera,
un padre irresponsable, mujeriego y alcohólico, que ni bien su mujer
murió decidió que no seguiría pagando los estudios de medicina del
segundo de sus hijos. Había crecido con tutores orientales y árabes.
Según Bertram, eso había comido su cerebro, acupuntura, o la obsesión

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por la herborística, el agua y el jabón eran métodos bárbaros no


aprobados ni reconocidos por la fe o la escuela hipocrática2.
Adam Rutherford se había unido a las huestes del Príncipe de
Tarento. Allí podría aplicar sus conocimientos y recuperar su fortuna.
Nicholas miraba a Adam bañar a Lance. Pasaba un lino mojado en
agua caliente con jabón por el amplio pecho de Lance. Había hecho esto
todos los días, le llevaba casi dos horas completar el baño para luego
dedicar otras tantas a colocar agujas sobre la piel. La primera vez que lo
había visto, lo había vuelto loco a preguntas, Adam las había respondido
una por una y aún ahora seguía sin entender qué le había dicho.
Después de la sesión de lo que Adam llamaba acupuntura, dedicaba
otras casi dos horas más en cambiar las vendas de la pierna. Vendas
mojadas en una serie de hierbas que le tomaba otras buenas horas
preparar. Se podría decir que Adam vivía para Lance. La herida en su
pecho podía verse a simple vista rosada y sana, la de la pierna aún se
veía muy hinchada y de un color oscuro, amoratado, pero sin pus.
Adam parecía tener infinita paciencia para tratar a Lance, lo
trataba amorosamente. La palabra lo sorprendió y la alejó de su mente.
Adam era excesivamente responsable y si Lance se salvaba sería su
mérito.

2
La creencia religiosa: se pensaba que la enfermedad era un castigo de Dios (algo heredado de los
Romanos, quienes atribuían las enfermedades a enojos de los distintos Dioses Olímpicos. La escuela
Hipocrática, o de “los 4 humores”: Los humores, originalmente, no eran emociones sino que eran los fluidos
del cuerpo. Como se creía que cada humor era responsable de otorgarle alguna de las emociones a las
personas. Se entendía, entonces, que el correcto balance de estos “humores” era la llave a la buena salud

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Lance aún no había despertado. Adam le había explicado que era


mucho mejor, que eso le daba tiempo a su cuerpo a curarse.
La fiebre había bajado. Adam recorría con sus manos los fuertes
muslos de Lance. Estaba higienizándolo. Sus manos bajaron hasta sus
genitales, no era la primera vez que los tocaba, y sin embargo sentía el
mismo embarazo de la primera vez. Podía sentir los latidos de su
corazón golpear con más fuerza. No era fácil manipular su polla sin
sentirse avergonzado. Sus dedos a veces parecían tener vida propia,
pasaba el paño húmedo mientras una de sus manos ahuecaba su polla y
la erguía, luego dejaba deslizar sus dedos suavemente por ella, la
rodeaba con su mano, levantándola. Era hermosa, larga, gruesa... La
ingente necesidad de saborearla lo asustaba. Buscando distraerse
continuó con sus testículos, eran pesados, grandes y tan suaves.... Lo
había afeitado por completo, sus dedos se deslizaban en una tierna
caricia por sobre la pálida piel, blanca casi transparente allí donde el sol
no le daba. Podía sentir las suaves pelotas entre sus manos, mientras
las ahuecaba y limpiaba... no sabía qué diría cuando despertara y se
viera desprovisto de vello, pero necesitaba curarlo y evitar cualquier
infección. Lance De Villier, era el hombre más hermoso que jamás
hubiera visto, de pronto su boca se llenó de saliva y se mordió el labio
con fuerza. Estaba loco, gastando sus energías en soñar lo imposible.
Debía preocuparse por que despertara, el que no lo hiciera, ya lo estaba
desquiciando, ya debería haber reaccionado.
—Adam.
La voz de Nicholas lo sorprendió. Estaba tan cansado y
concentrado en lo que hacía que no había percibido su presencia.

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Nicholas y algunos otros de los hombres de Lance habían sido una


sombra en la tienda desde que lo habían trasladado allí. Levantó su
cabeza vivamente y lo miró. Nicholas y el Príncipe estaban allí, quizás lo
habían visto tocarlo… supo que su rostro reflejaba su vergüenza y se
acercó a ellos, intentando recomponerse.
—Mi Señor —le dijo mirando a Bohemundo—, ¿Puedo ayudarle en
algo?
—Sólo quiero saber cómo está De Villier. ¿Hay alguna mejoría?
—Sí, hoy no ha tenido fiebre.
—¿Y eso es bueno? —preguntó Nicholas.
—Significa que no hay infección atacando su cuerpo. Significa que
debe despertar en cualquier momento y que ya está fuera de peligro.
Bohemundo y Nicholas sonrieron y el Príncipe golpeó con fuerza el
hombro de Adam —¡Excelente! Eso es lo que quería oír. Avísame cuando
despierte. Tenemos algunas preguntas que hacerle.
Cuando los dos hombres salieron Adam regresó a su lugar junto a
Lance. La tienda estaba casi en penumbras, y Lance estaba cubierto con
una fina manta de verano.3
Respiraba mucho mejor. Adam por primera vez en todo ese
tiempo se había dado a sí mismo una esperanza. Lance podía sobrevivir.
¡Sobrevivirá! Jamás había estado tan agradecido a las enseñanzas de su
madre, a sus consejos, y a los tutores con que lo había rodeado. Sabía
3
Forma parte de los aperos que los Templarios recibían, una manta de verano y otra de invierno hecha con
piel de oveja o carnero. La capa que usaban eran también del mismo material. Al ser admitidos en la Orden
de los Caballeros del Temple recibían dos equipos completos, uno para la paz y otro para la guerra. La dote
generalmente se componía de dos camisas, dos pares de calzas de burel, dos bragas o calzones, un sayon,
una pelliza, una capa, dos mantos (uno de ellos de invierno, forrado de oveja o de carnero) y otro de verano,
una túnica y un ancho cinturón de cuero.

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que por menos podría ser condenado por hereje, pero había tenido
suerte. Lance era querido y respetado y el que Nicholas hubiera
autorizado que permaneciera bajo su cuidado y no en las manos de
Bertram, el director de los hospitalarios y médico personal del Príncipe,
había sido decisivo. Mirando dormir a Lance, los dedos de Adam como
en un mandato propio corrieron de su frente su corto flequillo dorado.
Deslizó en una suave caricia sus dedos por su frente. Ya no había fiebre
y el alivio era inmenso. Necesitaba empezar a preparar lo que comería
al despertar. Buscó lápiz y papel y comenzó a anotar.
Cuando Lance abrió sus ojos lo primero que vio fue a un hombre,
sentado cerca de su cama profundamente concentrado en algo que
escribía. Sus ropas le dijeron que al menos estaba en el campamento de
los templarios. Una cruz roja se insinuaba en el pecho de tela negra. De
pronto el hombre levantó su mirada. Tenía ojos celestes, claros pero
intensos. El hombre se puso de pie inmediatamente al verlo
—Señor De Villier. Me alegra verlo despierto —dijo.
Y el eco de la voz del hombre resonó en su mente. Había
escuchado esa voz.
—¿Dónde estoy?
—En su tienda señor. ¿Cómo se siente?
Lance se sentía… dolorido. Su pierna…
—Mi pierna —de pronto recordó como fue herido—. ¿Cómo llegué
aquí?
—Uno de los cazadores lo encontró en el desierto. ¡No!, por favor
no se mueva. Su pierna ha sido muy malherida. No debe moverla aún.

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Lance intentó moverse en su camastro y mirarla, pero el sólo


intento de erguirse lo hizo ver estrellas.
—¡Trae a SanPietro! —le ordenó.
Adam recordó las indicaciones del Príncipe y acordó con su cabeza.
Pero no salió. Fue hasta la esquina de la carpa y regresó con un jarro en
la mano. —Primero lo primero —le dijo— debe beber. Hace varios días
que no bebe líquido y su cuerpo lo necesita.
El hombre no le dio opciones, se acercó a él y le ofreció el jarro de
barro. Lance inclinó su cabeza y no pudo beber, Adam le dijo:
—Sosténgalo señor —luego pasó el brazo bajo su cabeza con
muchísimo cuidado. Y lo ayudó a erguirse.
Lance comprendió que realmente estaba sediento.
—Despacio, señor, beba lentamente, eso es… así. Despacio.
Lance bebía y era consciente del olor del hombre que lo ayudaba.
Tal vez hacía demasiado tiempo que estaba en cama, pero su olor lo
llenó, intentó buscar en su mente a qué olía… ¿limón? Hacía mucho
tiempo que no olía a limones. El perfume era… agradable.
—¿Quién eres? —preguntó mientras bebía.
—Su médico. Adam Rutherford.
Lance lo repitió mentalmente: Adam Rutherford
Adam lo ayudó a regresar a la almohada y luego con una de las
servilletas provistas4, limpió su boca. Lance se quedó congelado. El
hombre había tocado suavemente sus labios, como si lo hubiera hecho
varias veces, y así debería ser. Era un hospitalario. Un médico.

4
Al convertirse en Templario eran provistos, también de 2 paños, uno era una servilleta para la mesa y el
otro, en forma de toalla, se usaba para el aseo personal.

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Lance sentía la boca seca, tenía sueño y le dolía la pierna y el


hombro. Intentó tocarse con la mano que no le dolía y el hombre la
sostuvo.
—No. No se toque, tiene una herida, está muy bien, pero no debe
tocarla.
Los dedos del hombre se enredaron en los suyos. Sabía de qué
estaba hablando, recordaba los minutos anteriores a perder el
conocimiento, casi podía sentir la delgada cimitarra hundiéndose en su
hombro.
—Llamaré al señor SanPietro —le dijo el hombre— ¿Estará bien si
salgo unos segundos?
Lance herido y todo le sonrió. Ni su madre lo había tratado así.
—Sí, lo estaré —le respondió mientras sus ojos se cerraban.
Adam salió en busca de Nicholas y del Príncipe.

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4
Adam había puesto más almohadas bajo la cabeza de Lance.
Había colocado otras dos en el mismo camastro sosteniendo su pierna, y
no se había alejado más que unos centímetros de él. Mientras Lance
hablaba con el Príncipe y Nicholas, él le había ido dando pequeños
bocados de comida, más el raro jugo. Lance estaba algo sorprendido. Ni
Nicholas ni el Príncipe parecían notar la presencia de Adam. Hablaban
delante del médico como si no existiera.
—¿Estás seguro? —preguntó el Príncipe.
—Lo estoy, no existe un trato entre Raimundo de Tolosa y Fakhr
al-Mulk.
—¿Y dices que Paul Robinette ha sido el responsable? —preguntó
Nicholas sentado justo frente a la cama de Lance. De vez en cuando se
distraía mirando a Adam ir y venir.
—Si —dijo cansado Lance—. No creo que esté muerto como dices,
el maldito me puso en esta cama. Al-Muck es un bastardo muy astuto,
deben haber ideado un buen plan.
—Sí —dijo pensativo Bohemundo— sabe que Raimundo y yo no
somos los mejores amigos.

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Nicholas realizó una disimulada sonrisa mirando los ojos azules de


Lance. ¿Mejores amigos? Esos dos eran como gatos encerrados en la
misma bolsa, terminarán matándose el uno al otro probablemente.
—No puedo creer que alguien te haya traicionado, De Villier —
agregó el Príncipe.
Lance tampoco. Conocía a Robinette desde hacía años, confiaba
en él, como en todos los que luchaban a su lado. Su sorpresa al verlo
detrás de los sarracenos que les habían preparado una emboscada, le
había costado la herida en el hombro. Y aún si no lo hubiera visto, en el
mismo instante en que se encontró rodeado lo supo. Había sido él quien
le había informado del lugar del encuentro, o supuesto encuentro, entre
Raimundo y al-Muck; recordaba con claridad como había titubeado. Le
había llamado la atención su nerviosismo, pero nunca había imaginado
que no era preocupación por lo sucedido sino los nervios del traidor
temeroso de ser descubierto. Sus instintos eran buenos, no debió
dejarlos a un lado. Pero Robinette había sido muy persuasivo.
—Cuéntamelo de nuevo —le había pedido a Robinette.
Robinette parecía nervioso.
—El esclavo fue claro, escuchó al caballerango de Raimundo decir
que debía prepararle los aperos que tenía una reunión muy importante
en Cava de Navares.
Si alguien quería tener una reunión secreta, la Cava de Navares
era el mejor lugar, oculta entre altos médanos, era un lugar casi
privado. Y fácil de emboscar se había deslizado en su mente. Si tan solo
se hubiera escuchado jamás se habría expuesto a sí mismo y a los tres
hombres que lo acompañaban. La cava no era más que un amplio

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espacio abierto entre dos altas lomas de arena, parecía un pequeño


valle desértico.
Lance había equivocado el planteo. De pensar que él sería el
cazador pasó a ser el cazado. Se había ubicado con sus hombres para
observar desde arriba a la cava, pero Robinette había sido más astuto.
Mientras esperaban ver aparecer a Raimundo habían sido rodeados.
Demasiados hombres para lograr la victoria.
—¿Crees —dijo el Príncipe atento— que Robinette es el único que
se vendió?
—En este caso. Sí. No creo que Raimundo haya tenido nada que
ver —dijo Lance en un tono pausado. Era evidente como luchaba contra
el dolor.
Adam atentó le acercó el famoso jugo. Y sin decirle palabra lo
puso en su mano. Lance miró a Nicholas y le hizo el signo de “salud” y
bebió un trago.
—¿Qué buscaba Robinette?
—Es simple —agregó Bohemundo, poniéndose de pie— si matan a
mis mejores hombres es mi posición la que queda muy debilitada.
Cuando el Príncipe quedó de pie, Nicholas lo acompañó. Antes de
salir, miró a Adam. —Adam, ¿Podrías ver la herida de Toulosse?
Lance miró a Adam y lo vio afirmar con la cabeza.
—¿Ahora? —le preguntó.
—Sí, o cuando puedas…
—Iré ahora —respondió Adam y giró para buscar algunas
herramientas que colocó en una especia de bolsa hecha de cuero. Puso
dentro el paño con el tesoro más preciado de su vida: las agujas de

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acupuntura, algunos paños de lino limpio, y un buen mazo de hierbas


que había puesto en pequeños sobres de tela de lino.
Todos lo miraron mientras se preparaba, cuando todo estuvo
guardado, levantó su cabeza y los miró.
—Nos vemos señores —agregó el Príncipe y salió de la tienda.
Lance no pudo evitar notar las ojeras bajo sus ojos. Se lo veía
cansado.
Apenas el Príncipe salió Nicholas miró a Lance —¿Qué no tienes
algo para beber que valga la pena? —le dijo dirigiéndose hacia una
esquina de la tienda para abrir un amplio cofre. Allí sabía que
encontraría alguna botella de algo más fuerte.
—Parece cansado —dijo Lance.
Nicholas levantó sus ojos de lo que hacía y lo miró. —¿Yo?
Lance negó con la cabeza.
—¿Adam?
Lance afirmó.
—Debe estarlo, creo que ese tipo no ha dormido desde que te
encontraron. —agregó Nick.
—¿Lo dices en serio?
—Muy en serio. Si estás vivo y con tus dos patas Lance, se lo
debes pura y exclusivamente a Rutherford. Bertram quería cortarte la
pierna. —Nicholas percibió el temblor en el cuerpo de Lance y notó la
mirada que le dirigió a su pierna entre las almohadas—. Estaba
haciéndolo cuando apareció en mi tienda sin aire. Me llevó a la arrastra
hasta el hospital. Cuando entró corriendo casi le arranco la cabeza, no

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sabía quién era, ni qué quería. Cuando llegué a verte… Bertram tenía la
sierra en la mano.
—Pero él es el maestro de los cirujanos, ¿cómo evitaste que me la
cortara?
—¿Yo? No. No fui yo. Adam me rogó que no lo dejara amputarte. Y
creo que si no lo impedía hubiera atacado al Príncipe.
La cara de Lance reflejó su sorpresa —Y aceptaste.
—Sí, te puse en sus manos. Le dije a Adam que si morías, él
moría. Pero tenía razón. Estás bien, tu pierna se sanará. Espero que
jamás te olvides de que se lo debes a Rutherford.
—Y a ti que tomaste la decisión correcta.
—No sabía que lo sería. Sólo pensé en mí. No me gustaría perder
una pierna, y haría cualquier cosa y aceptaría cualquier consejo que me
permitiera salvarla. Eso hice. Creí en Adam. Si lo hubieras visto… estaba
desesperado.
Lance se quedó pensando un momento.
—Y algo más, esta es la primera vez que ha salido de tu tienda
desde que te sacamos del hospital.
Lance miró a su alrededor. Su tienda era grande, pero sobria y
austera. Un camastro, dos cofres con sus pertenencias. Una pequeña
mesa ahora ocupada con potes, hierbas. Otra mesa más con cosas que
parecían de Adam. Y una silla con respaldar que tenía una manta arriba.
—¿Él dormía ahí? —preguntó mirando la silla que antes no estaba
ahí.
—¿Dormir? Jamás lo he visto dormir. Pero imagino que si dormía
algo lo hacía ahí.

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Lance se quedó pensando, cuando Nicholas tomó la botella


pequeña y la izó hasta su boca con un gesto de brindis, él hizo lo
mismo con el jarro, pensativo.
—Tráele una cama Nicholas. No quiero matar a mi médico.
—Hecho.
—Algo más. Busca a Robinette.
—Ya lo estoy haciendo. Me informaron que murió.
—No. No lo creo. No participó en la lucha, se quedó atrás como el
cobarde que es. Ha roto sus votos5 Nicholas y debe pagarlo.
Nicholas afirmó con seriedad.
La fuerza y supremacía de los templarios tenía una base muy
profunda. Eran una verdadera hermandad. Sus votos de fidelidad se
hacían con sangre. Nadie entraba si no era presentado por un miembro.
Cada uno dependía de otro. Eran uno solo. Combatían juntos, comían
juntos, vivían juntos. La vida de uno dependía del otro. Nicholas,
William y Lance se habían comprometido juntos al entrar al servicio de
la Orden bajo el mando del Príncipe.
—Otra cosa más, si conocemos a al-Mulk no creo que sus planes
hayan sido solo esperar que yo desapareciera. Algo más trama. Quiero
que te ocupes de eso.
—Ya lo hice. Tengo gente buscando información y a… Paul.
—Te cuidado con lo que te llega.

5
Que suerte tengo de poder contar esto: los caballeros del Temple hacían un voto con sangre, todo
caballero nuevo era presentado por uno viejo, y el voto incluía el mutuo acompañamiento, luchaban juntos
desde que ingresan a la orden hasta que morían por eso la imagen que perdura en el tiempo y que pueden
ver en la portada muestra a dos caballeros montando un caballo (si eso no era gay, ummm estaban muy
cerca). N. A.

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—Sí, lo tendré. Me toca la práctica diaria. Ahora que no estás a


cargo soy el chico malo —agregó con una sonrisa, palmeó su mano
sobre la cama y salió de la tienda.
Lance suspiró y se recostó hacia atrás. Se había acostumbrado a
las manos de Adam, no necesitaba pensar, él parecía adivinar lo que
necesitaba.
Adam Rutherford, no lo recordaba. No recordaba haberlo visto en
el campamento. Había salvado su pierna. Tenía mucho que agradecerle.
En ese momento James entró seguido de dos hombres, traían un
camastro idéntico al suyo. Buscaron donde ponerlo y no había muchas
opciones. Quedó completamente vestido con las mantas de cama a un
lado de la suya.
Cuando los hombres salieron, Lance miró la cama dónde dormiría
Adam.

Adam regresó unas cuatro horas después, Lance había enviado a


James a ver qué le había pasado. El hombre llegó diciendo que estaba
ocupándose de un grupo de caballeros que habían sido emboscados.
Ante el asombro de Lance, James comenzó a preparar los paños para
curarlo; indicaciones expresas de Adam había dicho el hombre. Eso

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había sido unas dos horas atrás. Debe estar muerto de agotamiento.
Pensó Lance, parecía que el tiempo no se movía. ¿Cuánto puede
demorar curar a alguien?
—James…
—Si señor —dijo el hombre joven que al parecer estaba armando
algunas bolsitas de tela.
—¿Cuánto tiempo puede demorarse uno en curar a un hombre?
—Depende de la herida señor. En su caso, Adam pasó tres días
completos.
—Sin dormir.
—Sin dormir —respondió James.
—Y sin embargo, ¿él es el único que puede curar? Tengo
entendido que la orden de los hospitalarios es casi tan grande como la
del Temple.
—Sí, señor, pero el hecho de que al parecer haya salvado su
pierna lo ha convertido en un hombre muy requerido.
—Entiendo. Pero si no lo dejan dormir, acabarán con el hombre —
dijo más para sí que para James que siguió trabajando sobre la mesita.
Dos horas después Lance ya no daba más
—James, ve por Nicholas SanPietro.
James salió. Unos minutos después regresó con Nicholas detrás.
Antes de siquiera saludarlo, simplemente le dijo:
—Ve a verlo y tráelo. Se estaba durmiendo parado hace horas,
debe estar agotado.

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Nicholas lo había mirado largamente. Llevaba puesta su loriga6 el


casco y la espada colgando de un grueso cinto. Nicholas estaba a punto
de salir en alguna misión cuando lo había hecho llamar.
—¿A quién? —Preguntó al fin.
—A Adam. Tráelo. Ese hombre no sabe poner límites a sus
fuerzas. Está agotado y se enfermará si no descansa. Tráelo Nick
aunque sea a la fuerza.
—Lo haré —le dijo y le dio una larga mirada. Luego salió.
Largo tiempo después Adam ingresó a la tienda. Traía su infaltable
bolso cargado de hierbas y los paños que contenían las agujas. Lance no
había podido pegar un ojo esperando que llegara. Cuando lo vio levantó
su cabeza como cada vez que alguien había entrado a la tienda a ver si
necesitaba algo mandado por el mismo Adam o por Nicholas. Al verlo
aparecer se sintió soltar el aliento largamente contenido.
El aspecto de Adam era lamentable, manchado de sangre,
agotado. Lance miró a James que estaba sentado en el sillón y que se
había puesto de pie cuando lo vio entrar y le dijo —James, ordena un
baño para Adam.
Adam lo miró extrañado pero no dijo nada. Dejó sus cosas y miró
la pierna de Lance.
—Está bien. James se ocupó de ella.
Adam miró a James y le sonrió mientras salía.

6
Cota de malla, la que formaba parte de lo que recibían al ser admitidos: dos calzas, un casco de hierro, un
yelmo, una espada de doble filo con punta redondeada, una lanza de madera de fresno y con punta de
hierro cónica y un escudo.

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El corazón de Lance se estrujó y a pesar de que Adam estaba


cansado hasta el agotamiento físico, su sonrisa iluminaba su rostro. —
Necesitas descansar —le dijo a Adam.
—Estoy bien… —le contestó en un tono lento.
Lance le sonrió. —Sí, si te quedas quieto dos minutos de pie te
dormirás ahí.
Tres hombres entraron a la tienda. Uno de ellos era James. Cada
uno traía dos baldes muy grandes de agua caliente. Bañarse no era algo
común y habitual en esos tiempos. Los soldados comunes ni siquiera lo
consideraban. Lance, Nicholas y William habían dispuesto un día
obligatorio a la semana para que sus hombres lo hicieran y solo se hizo
efectivo cuando fue una orden. James sabía que Adam pregonaba que la
higiene era una aliada de la salud así que sabía como le gustaba su
baño: caliente.
Lance los vio poner el agua en la tina no muy grande y salir. Adam
había comenzado a limpiar sus agujas con un lino con alcohol. Lance lo
miraba desde donde estaba.
Cuando Adam completó su tarea miró el camastro colocado a un
lado de la cama de Lance y buscó sus ojos.
—Es para ti. Necesitas dormir.
—Pero…
—Sin peros, no le servirás a nadie muerto de cansancio. Báñate,
acuéstate y cuando despiertes podrás protestar.
Adam estaba tan agotado que casi no podía desvestirse, por un
segundo, viéndolo luchar contra sus ropas, Lance se lamentó no poder
ayudarlo. Apretó sus dedos en un puño. Adam parecía no poder lograrlo.

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—¿Quieres que le pida a James que te ayude? —le preguntó.


—No. No es necesario. Gracias. Ya… —Adam estaba avergonzado,
Lance pensaría que era un debilucho, volvió a intentarlo pero el
cansancio había agarrotado sus brazos. Se esforzó hasta que logró
quitarse la camisola.
Adam no sólo tenía problemas con su ropa, en verdad lo
avergonzaba que Lance lo viera desnudo. Preocuparse porque lo viera
desnudo lo hizo sonreír. Los hombres entrenaban casi desnudos, no
habría nada que ya Lance no conociera ni tuviera. Estaba cayéndose en
pie. Se terminó de desnudar y se metió a la tina. Era pequeña pero
podía sentarse en ella, el agua caliente revivió sus músculos y lo hizo
lanzar un largo suspiro de placer.
Lance sonrió escuchándolo. Lo vio levantar las manos para lavar
su pelo pero casi no tenían fuerzas. Adam se lavó torpemente sus
brazos, bajaron solos hacia el agua y allí se quedó sentado con sus
piernas dobladas, los brazos apoyados en ella, y la cabeza recostada
contra el borde del amplio tonel convertido en tina. Cerró sus ojos y
comenzó a respirar pausadamente.
Cuando James apareció con un paquete con hierbas, Lance lo
llamó con un dedo
—Ayúdalo a salir de ahí o morirá ahogado —le pidió.
James sólo afirmó y buscó un paño para que se secara.
Lance había visto a Adam de atrás. Puro músculo, con un cuerpo
definido, duro, firme y suave… suave piel dorada sin un solo vello
encima. ¿Cómo lo haría? Al ver a James ayudarlo a levantarse tuvo una
fugaz imagen de sus genitales, un pene desnudo, sin un pelo, no muy

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grueso pero largo, con huevos oscuros, su saco colgaba pesado. Lance
enrojeció al darse cuenta donde había estado posando su vista. Como
soldado había visto cientos de miles de hombres desnudos, y jamás
había demorado dos segundos en su polla. Nunca. ¿Qué mierda estoy
haciendo? Bajó sus ojos avergonzado. Adam Rutherford lo preocupaba
de muchas maneras. Estaba profundamente agradecido por haber
salvado su pierna. Eso debía ser, sólo eso.
—Gracias —dijo Adam a James mientras se colocaba una amplia
camisola para acostarse—. ¿Estarás atento?
—Sí señor, lo estaré. Descanse —respondió.
Adam abrió la cama y se metió en ella. A los dos segundos ya
dormía.
Lance se quedó mirándolo.
Adam Rutherford era moreno, había pensado que el tono de su
piel casi dorado se debía a su presencia en el desierto, pero al verlo
desnudo comprendió que todo su cuerpo tenía el mismo y uniforme tono
dorado, sin una sola marca. Su propio cuerpo tenía dos tonos bien
definidos un fuerte bronceado allí donde el sol le daba y la blanca
palidez de donde no llegaba. Llevaba el cabello negro, largo casi hasta
los hombros, y suavemente rizado. Rizos grandes que le daban a su
rostro el aspecto de un ángel. Lance sonrió. Si, era un ángel. Un ángel
que en vez de alas llevaba agujas de acupuntura, lo que fuera que eso
significara. ¿Dónde habría aprendido a usarlas? ¿Con quién? Tenía
largas pestañas oscuras, espesas y curvadas que desde la posición de
Lance sombreaban sus mejillas. Una nariz respingada, que alguien había
quebrado. ¿Cuántos años tendrá? Mientras lo miraba dormir pensaba,

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entre 24y 25 no más. Eso significaba que le llevaba cuatro o cinco años,
él cumpliría los 29 en dos meses. Estaba viejo7.
El sueño de Adam no era tranquilo, y más de una vez Lance se
había maldecido por estar completamente inmovilizado. Le hubiera
gustado…
¿En qué estaba pensando?
¿En arroparlo?
Por el Santo Grial, debía ser el té. Algo debe tener.

7
Puede parecer extraño, pero la expectativa de vida en esa época era de 47 años, increíble.

42

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5
Lance podía sentir las suaves manos recorriendo su pecho, la
sensación era maravillosa. Cuando abrió sus ojos vio a Adam
recorriendo su pecho con un paño enjabonado y tibio.
—Buenos días, mi señor De Villier —le saludó un hombre
desconocido frente a él. Los celestes ojos de Adam brillaban. Parecía un
hombre nuevo. Su rostro había perdido las marcadas ojeras del día
anterior y se veía limpio y descansado.
¿Cuánto había dormido? Si ya era el nuevo día eso significaba casi
medio día y toda una noche.
Adam estaba al parecer higienizándolo, pasaba el paño por su
cuello y pecho.
—¿Se siente bien? —le preguntó mientras dejaba la escofaina a un
lado y se dirigía hacia una mesa donde sirvió un jarro con el famoso té.
Llegó hasta Lance y se lo extendió. Lance lo tomó y lo miró.
—¿Qué tiene?
—Hierbas. Sauce, tilo, valeriana, y otras más.
—Esto me salvó la pierna.
Adam sonrió. —Sí, sumado a otras cosas

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—¿Cómo cuales? —preguntó Lance bebiéndose casi todo lo


servido.
—La higiene, la acupuntura.
—Las agujas.
—Sí —Adam sonrió y se sentó en el banco al lado de la cama— las
agujas.
—¿Quién te enseñó a usarlas?
—Mi abuelo por parte de madre, viajó al Oriente, cuando regresó
trajo consigo a un médico. Él le enseñó a mi madre, que era curadora y
mi madre me enseñó a mí. Es una técnica milenaria.
—Y peligrosa8.
—Sí… puede serlo.
—Salvaste mi pierna.
Adam no dijo nada sólo lo miró.
—Gracias. No creo que haya nada lo suficientemente valioso como
para pagar lo que has hecho. Estoy en deuda contigo por lo que me
resta de vida. Sí alguna vez necesitas algo. Sólo dímelo.
—Todavía no está completamente san…
—Estás… — dijo Lance, corrigiéndolo
—No estás completamente sano —repitió aceptando un modo más
amistoso de trato.
—Pero lo estaré ¿verdad?
—Sí, lo estarás…

8
Todo lo que no se entendía podía ser considerado brujería.

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Lance podía ver los nervios que su agradecimiento habían


provocado en Adam, de pronto se retorcía las manos, y parecía que algo
quería decirle.
—¿Qué pasa Adam? ¿Mi pierna no mejorará?
—Nooo, no, ella mejorará.
—¿Entonces? Dímelo. Díme por favor, ¿qué te preocupa?
Adam dudo un instante y tomó aire.
—Hay una manera de que me pagues.
—¿Una manera? —¿Quería dinero?— ¿Quieres dinero?
—No. No necesito dinero.
—¿Entonces? ¿Qué quieres? Tierras, un cargo más alto, caballos.
—Quiero que me lleves contigo a Brac.
—¿Qué? —Luego de un silencio repitió— ¿A Brac?
—Sí. Por favor, llévame contigo, podría serte muy útil, podría…
— Eiii, espera, Adam, espera. ¿Cómo sabes de Brac?
—Todos saben de Brac.
—Entonces sabes que si bien William ya está allí, para al rey de
Dalmacia somos sólo, por ahora, inquilinos, no hemos completado el
pago de la isla.
—Pero lo harás. ¿Verdad?
Había tanta esperanza en su voz que Lance sonrió. —Si Adam, lo
haré.
—¿Por qué quieres ir allí?
Por ti.
—¿Por qué no querría? No tengo hogar, no tengo un solo lugar al
cual regresar cuando esto termine, si alguna vez termina. He oído a tus

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hombres hablar tanto de ella que ya pienso en ella como un hogar. Tu


hogar.
—Bueno Adam, pues se muy bienvenido a mi hogar.
La respuesta de su aceptación en la cara de Adam lo conmovió. Lo
miró sonriendo parecía que le habían entregado el Santo Grial en las
manos, se movió de un lado a otro, no sabía qué hacer consigo mismo.
Levantó sus manos hasta su pelo y arrastró hacia atrás sus rizos.
—Gra… cias.
Lo oyó musitar como si tuviera un nudo en la garganta. —Dime,
¿qué sabes de ella?
—¿Qué sé? Que necesitarás un médico.
Lance sonrió. —¿Estás seguro? No habrá espadas por allá Adam,
ni guerras, ni disputas. ¿Qué puede hacer un médico? —le preguntó
juguetón.
Adam se sentó por fin. —Pues ¿qué tal traer bebés al mundo, para
variar?, curar dolores de espalda después de un día de estar trabajando
la tierra, o ayudar a parir vacas, o curar pequeñas heridas producidas
por faenar una res sin cuidado. Que tal curar la vejez…
Adam hizo silencio, perdido en sus sueños. Sí, quería ocuparse de
traer niños al mundo, y curarlos en su vejez. Sí, lo deseaba
fervientemente, pero no tanto como el estar cerca de Lance de Villier.
Ese sueño no lo dejaba dormir tranquilo.
—¿No temes morir de aburrimiento? —preguntó Lance.
—No. No moriré de aburrimiento. Moriré de algo mejor.
—¿Y eso es?
—Vejez. Simple, pura y natural vejez.

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Dos semanas después, Lance ya intentaba caminar, el ingenio de


Adam le había provisto de una muleta y un extraño aparato en el que
colocaba su pierna. Parecía una jaula que se ajustaba con correas, al
menos la mantenían firme y podía moverse de la cama a la silla.
—¿Cuánto tiempo más le llevará sanar a tu pierna? —preguntó
Nicholas.
—No lo sé.
—¿Y Adam?
—Está en el hospital. Casi no lo veo. Sólo viene a dormir y cuando
me hace las sesiones con las agujas. Nada más. Supongo que llegará en
cualquier momento.
—Me dijo James que todo el mundo quiere que él lo atienda en el
hospital, lo que al parecer a Sangiovanni no le agrada mucho.
—No me ha dicho nada sobre Bertram. En verdad apenas ha
cruzado dos palabras conmigo en las últimas dos semanas. Me envía a
James hasta para… afeitarme… es un maniático del agua y del jabón. Me
hace lavar dos veces al día y me afeita día por medio. —No solo mi
rostro, agregó para sí mismo.
No había un solo pelo en ninguna parte de su cuerpo.

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Y en verdad prefería que James o Rucinam hicieran ese trabajo.


Con ellos era algo impersonal, pero sabía que con Adam no sería lo
mismo. Y estaba agradecido, demasiadas veces en los últimos quince
días se había encontrado mirando el hermoso rostro de Adam. O
mirando su cuerpo mientras se bañaba rápidamente. Aunque hasta eso
ya no hacía. En la última semana Adam ya venía bañado del hospital,
cuando le preguntó por qué, le había contestado que no quería molestar
a nadie por agua caliente. ¿Molestar? Después de curar su pierna todos
sus hombres caminarían descalzos bajo el sol del desierto si tan solo se
lo pidiera. Se había convertido en una celebridad. Todos venían por
remedios, hierbas, emplastos, bebidas… a veces llegaba a la noche y se
pasaba hasta la medianoche entre las consultas de sus hombres. Lance
tenía que echarlos.
—Si no se van ahora, Adam no descansará y mañana tiene que
estar en el hospital todo el día.
Sus hombres a regañadientes se despedían pero al otro día
volvían a repetir la misma historia. Y luego estaba el hospital, no sólo
trabajaba del amanecer al anochecer. Más de una vez había enviado a
Nick a buscarlo a medianoche.
Cuando Adam ingresó a la tienda, venía como los últimos siete
días, limpio y cambiado. Miró a Lance y Nick y les sonrió. Lance sólo
tenía que verlo para saber cómo había sido su día y éste no había sido
bueno.
—Adam, ven aquí —lo llamó Nicholas y le señaló uno de los
arcones.
Allí se sentó Adam.

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— Dime algo ¿Cuánto tiempo crees que le lleve a Lance caminar?


Adam podía sentir la mirada de Lance sobre su rostro. Y supo que
había llegado el momento inevitable.
Lance percibió su cambio, la leve crispación de su boca. Adam le
había ocultado algunas cosas.
—¿Qué pasa Adam? ¿Se curará? —preguntó nervioso Nicholas.
Adam mantuvo sus ojos en los de Lance pero contestó. —¡Claro
que sí Nicholas! Pero…
—Pero… —repitió Nick.
—Llevará algo de tiempo.
—¿Cuánto? —preguntó Nicholas de nuevo.
Parecía no haber notado que Adam no había sacado sus ojos de
los de Lance.
—No menos de seis meses, o quizás un año.
—¡Qué! Pero si es muchísimo —agregó Nicholas.
Lance solo se miraba en los ojos de Adam, en silencio.
—Demonios, pensé que sería menos— repitió Nicholas para sí y se
distrajo con el ruido de alguien entrando.
Un guardia abrió la cortina que funcionaba como puerta. —Señor
SanPietro, el Príncipe lo solicita.
Nicholas se puso de pie. Era llamativa la diferencia de altura entre
él y el guardia del príncipe. Le llevaba casi medio metro.
—Nos vemos —dijo Nick y salió.
Adam regresó sus ojos hacia Lance que aún lo miraba.
—¿Qué no me has dicho Adam?

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Adam resopló y se miró en sus ojos verdes —Que llevará mucho


tiempo, y que sería mucho más rápido curarte si comienzas una etapa
de preparación. Y no es tan sencillo.
—¿No puedes hacerla?
—Sí. Si puedo hacerla, pero no en un campamento con una guerra
a la puerta de la tienda…
—¿Hay algo más?
—Bertram le ha hablado al Príncipe. Considera que mi función no
es cuidarte, por lo que le ha pedido que regrese al hospital las
veinticuatro horas.
—¡Maldito metido! —Lance explotó golpeando con su mano el
apoya brazos de la silla en donde se había ubicado—. Todavía no supera
el que hayas tenido razón ¿no?
—Él es mi superior, Lance. Si lo ordena no podré seguir curándote.
Me dijo que no permitirá herejías con agujas. No cree en la acupuntura.
Me temo que ya no podré… seguir aquí —dijo mirando a su alrededor.
Lance lo miró. Te equivocas, Adam te equivocas, ni siquiera
Bertram alejaría a Adam de su lado.
—Yo… quisiera mirar tu herida, James me dijo que el color no era
el normal. Quiero verlo.
Lance solo afirmó. —Tendrás que llevarme a la cama solo, ¿o
esperamos que James o Nicholas lleguen?
—No… yo puedo.
Adam no era un hombre bajo, pero sí unos buenos centímetros
más que Lance. Lo tomó de los brazos y Lance se afirmó en su cuerpo.

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Su rostro quedó justo un poco más bajo que el de Lance. Podía sentir su
corazón latir desordenadamente.
Lance levantó sus brazos y se apoyó abrazándose a Adam. Sus
respiraciones se mezclaban. El olor a limón de Adam llenó sus sentidos.
Adam levantó sus ojos hacia los de Lance. Se demoró en su boca y
por un segundo, por un infinito segundo se imaginó a sí mismo
buscando su boca… buscando averiguar por fin cuál era su sabor…
podía sentir su propia lengua luchando por abrirse paso hacia él.
Adam Rutherford había pensado durante mucho tiempo, desde el
mismo y exacto momento en que saliendo del hospital vio a Lance De
Villier montado en su negro caballo, que le gustaba. Era el hombre más
hermoso que había visto.
—¿Quién es? —preguntó a Giusseppe Mitra, otro hospitalario a su
lado.
—Lance De Villier, uno de los normandos del Príncipe.
Lance De Villier repitió y su nombre se deshizo en sus labios, le
supo dulce, muy dulce. Lance había repetido en sus sueños desde
entonces. Y cada vez que lo había visto, sus ojos se habían demorado
en su cuerpo. Alto, fuerte, y tan solo… aún estando siempre rodeado de
gente. Podía verlo concentrado, perdido en sus pensamientos. Estas
últimas semanas le habían permitido comprender algo más aterrador
aún: que lo amaba.
Lo amaba.
Y el sentimiento había sido tan fuerte y abrumador que había
luchado denodadamente por alejarse. Agotarse en el hospital, y llegar
tan cansado que con solo apoyar la cabeza sobre el camastro fuese

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suficiente para no pensar, se había hecho norma. Si hasta había dejado


de bañarse allí porque le avergonzaba profundamente ponerse duro solo
teniendo a Lance cerca, mirándolo.
La decisión de Bertram era la mejor, si se alejaba de él quizás
podría enfriar sus sentimientos, y una vez en Brac, seguro habría mucho
que hacer para siquiera ver al señor de la isla.
Adam Rutherford nunca se había mentido a si mismo. Ni siquiera
cuando descubrió a los doce años que no eran las mujeres quienes
atraían su atención. Admiraba la inteligencia, la fuerza, la amistad que
sólo un hombre podía brindar. Las mujeres, tan suaves, femeninas y
hermosas no le decían nada. Lo dejaban impávido. Amed el-Leil, el hijo
de uno de los tutores que su madre había contratado, le enseñó lo que
significaba el placer físico entre hombres. Y no se parecía a este huracán
de emociones que Lance despertaba en él. Sólo lo estaba tocando y
podía sentir a su corazón correr alocadamente dentro suyo.
Cuando sus ojos se posaron en los de Lance estuvo a punto de
perderse en su boca, lo salvó el gesto de dolor de Lance.
¿Qué estoy pensando?
Una locura se respondió bajando su cabeza y buscado guiar la
pierna enferma de Lance. Durante los próximos cinco minutos sólo
pensó en el paciente. No en el hombre que amaba.

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—Sí, Lance, me parece una idea estupenda.
—Te ocuparás de todo.
—Inmediatamente —respondió Nicholas—, ¿Se lo dirás a Adam?
—Sí, si lo veo, hace dos días que no viene.
—¿Quién te cura?
—James, que dice que todo está bien. Adam sólo aparece una vez
al día a su sesión de acupuntura. Y no habla demasiado.
—¿Qué crees que le pasa?
—Imagino que es Bertram que le está haciendo las cosas difíciles.
—¿Cuándo se lo dirás?
—Hoy. Necesito que se prepare.
—Bien tengo algunas cosas que hacer. ¿Y el Príncipe?
—No protestó demasiado cuando le expliqué que enviaría a
William en cuanto llegara. Sabe que mi pierna me hará inútil varios
meses y William es el mejor guerrero que podría encontrar en toda la
cristiandad.

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—El maestre9 no tomará muy bien que te lleves a Adam. Su


nombre corre con fuerza desde que salvó tu pierna.
—Adam es mío, Nick, y nadie impedirá que me lo lleve.
Nick sonrió. —¿Tuyo?
—Sí, mío.
—Bien amigo, —dijo después de una larga pausa—, tengo que
preparar tu viaje. Suyo, pensó Nick, y sonrió. Lance había sido pisado
por una tropilla de caballos árabes y ni siquiera era consciente de ello.
Una semisonrisa lo acompañó al salir de la tienda.

—Adam, Lance quiere verte —dijo Nicholas.


Lo había buscado en todo el hospital, y aquí estaba en un calabozo
ayudando a un prisionero. Adam lo sorprendía, así como lo habían
impactado las palabras de Lance. Tenía la absoluta certeza de que algo
estaba cambiando en Lance, y no debido a su pierna. Lance siempre
había sido un solitario.
Por lo que habia podido averiguar la vida de Adam no difería
mucho de la de Lance. Una infancia con una madre más preocupada por
hacerlo un científico que ayudar a crecer a un niño. Un padre que jamás

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Las órdenes de los caballeros del Temple y los Hospitalarios estaban dirigidos por un Maestro.

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acepto ser el segundo en el lecho de su madre, después de la medicina.


Nadie se explicaba cómo habían podido procrearlo.
Algo estaba cambiando en Lance, y ese algo tenía que ver con
este hombre curando a un prisionero. Adam era distinto. Transmitía…
paz. Tal vez sea eso lo que había calado tan hondo en Lance. Era un
guerrero, su espada tenía un precio muy elevado, y sin embargo Lance
amaba la paz. Había luchado con uñas y dientes para conseguir Brac, su
paraíso. Sí, Lance era un pacifista y amaba la paz. Y Adam…
Adam levantó su cabeza y lo miró sorprendido, no estaba
acostumbrado a verlo ni en el hospital y mucho menos allí.
—Señor SanPietro —saludó.
—Adam, Lance necesita hablar contigo.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, está bien, pero quiere hablar contigo
—¿Me podrá esperar solo unos minutos?
Nicholas sonrió —Creo que sobrevivirá unos minutos sin ti, pero no
demasiados—le dijo en un doble sentido que Adam jamás entendería—.
Nos vemos entonces.
Cuando Nicholas lo dejó solo, Adam se planteó qué querría Lance.

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Lance estaba inquieto. Nicholas había hecho todos los malditos


arreglos y lo único de lo que no tenía certeza era de si Adam lo
acompañaría o no. Había discutido con Bertram. Si estás tan
disconforme con Adam entonces por qué pones tantos reparos en
dejarlo ir. Bertram no había sabido darle respuesta. Adam era
demasiado bueno para dejarlo ir, eso era todo, quería conservarlo, pero
era suyo. Suyo
Cuando Adam apareció en su tienda ya volaba.
—¿De dónde mierda vienes? Le pedí a Nicholas que te buscara
hace horas.
El tono áspero y demandante lo sorprendió. Ni ejercitando a sus
hombres lo había escuchado usar ese tono.
—Soy médico, estoy donde me necesitan. ¿Qué sucede? Nicholas
me dijo que estabas bien, y por lo el tono de tu voz, pareces estar muy
bien ¿Pasa algo? —Adam se había puesto serio.
Lance se sintió una vieja gruñona y sonrió. —Lo siento. Estoy
demasiado ansioso. Nicholas ha hecho todos los preparativos,
viajaremos en carromato hasta Adana y luego Esmira y allí nos espera
nuestro barco. Nos acompañaran algunos de mis hombres, no muchos,
pero…
—¿Viajaremos? ¿De qué hablas?
—¿Querías ir a Brac, no?
—¿A Brac? ¿Vamos a Brac?
—¿No me lo pediste?
—Sí, sí… lo hice. Pero ¿cuándo?
—¿Cuándo? Mañana al amanecer.

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—¿Mañana? ¿Mañana? Es imposible, debo hablar con Bertram.


—Ya hablé con Bertram. No tienes nada que hablar con él. Sabe
que te llevaré conmigo, le guste o no.
—Yo… prepararé mis… cosas. Debo… —Adam había comenzado a
moverse de un lado a otro. Primero intentó ir hacia sus cosas en la
tienda, para luego salir y regresar nuevamente frente a la silla de Lance.
—Gra… gracias —titubeó parecía que diría algo más y salió.
Lance quedó con una sonrisa en los labios. Estaba contento. Por
un segundo había pensado que quizás había cambiado de idea, que
Bertram había ganado quedándose con lo que le pertenecía. Pero Adam
viajaría con él. Era suyo. Su sonrisa se hizo aún más grande.

La mañana siguiente fue un caos, Adam había supervisado cada


detalle del carromato donde iría Lance. Le preocupaba que el
movimiento lo afectara. Había duplicado las dosis de hierbas, y las
comodidades que podría darle. Lance viajaría en un carromatol que
había preparado como una tienda. Había hecho clavar una cama a una
de las paredes del carromato y a su lado una silla y una pequeña
madera que podía usarse como una mesa. En otro carruaje irían los
arcones con las pertenencias personales de todos. Los acompañarían
algunos de sus hombres, aquellos cuyas esposas y familia ya estaban en

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la isla. William lo había sugerido por carta y después de la muerte de


uno de sus hombres en la celada de Robinette, Lance estaba más que
de acuerdo en que así debería ser.
Dos hombres traían con mucho cuidado a Lance para colocarlo en
el carromato amplio que los llevaría hasta el puerto.
Nicholas había preparado todo. Los alimentos, los puntos donde
deberían detenerse para comprar las cosas que William requería desde
la isla.
Bohemundo de Tarento había pagado a Lance su precio en oro, el
que también había sido dispuesto en una discreta caja dentro del
carromato en que iría Lance. Con este oro se completaría un pago
importante al rey de Dalmacia. No sería suficiente pero si para asegurar
al rey la decisión de hacer de Brac definitivamente suya.
—¡Adam! —gritó Nicholas.
—Aquí estoy —respondió apareciendo por la gruesa carpa que
cubría la entrada al carromato. Adam la corrió hacia un lado y esperó
arriba que los dos hombres subieran a Lance para ayudarlo a recostarse
en la cama.
—Está bien Rutherford, ahora es todo tuyo —le dijo Nicholas
ayudándolo a colocar las almohadas que mantendrían más protegida su
pierna.
Como siempre que alguien decía algo así, Adam sintió los colores
subir por su rostro. Los hombres bajaron y detrás de ellos Nick.
Adam se quedó con Lance, arropándolo. Lance sólo llevaba una
camisa larga de dormir, acomodó la fina manta que lo cubriría durante
el día, mientras a los pies de la cama se encontraba la gruesa manta de

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piel que serviría para las frías noches del desierto. Lance quedó casi
sentado, con una enorme cantidad de almohadas dispuestas tras su
espalda.
Adam intentó ser profesional al acomodar a Lance. Se había
arrodillado y colocó la manta doblándola prolijamente.
—¿Estarás bien? —le preguntó a Lance. Estaban tan cerca. Casi
frente a frente.
Lance no pudo evitarlo fue más fuerte que él, más fuerte que su
cerebro diciendo qué podía o no hacer, levantó una mano, y corrió un
largo rizo oscuro de su rostro colocándolo detrás de su oreja. En cuanto
lo hizo, en cuanto completó lo que el instinto le había mandado
comprendió la magnitud del gesto que acaba de hacer. Bajó la mano y
dijo:
—Estaré bien.
Adam estaba rojo. —Tengo que revisar si todas mis cosas están
listas. Te… te veré… en… el camino —le dijo y salió apresuradamente.
Cuando salió del carromato, Lance apretó sus dedos con fuerzas.
¿Qué estoy haciendo?

Adam no regresó hasta varias horas después y Lance hubiera


jurado que si no fuese porque debía curarlo no habría visto su cara.

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Cuando Adam entró al carromato miró a Lance moverse de un


lado a otro evidentemente incómodo y dolorido. Sin siquiera decirle
nada volvió a salir.
Lance no entendía nada. ¿Lo había avergonzado tanto tocándolo?
Por Dios, sólo fue… no sé que fue… pero no debe enojarse.
Adam había acomodado sus cosas ordenadamente en el carromato
y había subido al caballo de Lance, usar su montura había sido idea de
Nicholas.
—¿Qué es eso? —le había preguntado, antes de iniciar el viaje,
burlonamente y señalado el caballo, en el cual estaba subido. Para un
hombre de la altura y fortaleza de Adam el caballo se veía como un
pequeño poni.
Adam sonrió. Sabía que solo se movilizaría en él hasta llegar al
puerto de Esmirna, allí lo vendería o regalaría, ¿Quién querría comprar
un caballo tan escuálido? Además la gran masa de los potenciales
clientes eran míseros agricultores que habían venido de Europa en
medio de la fiebre religiosa para recuperar Tierra Santa sin nada. Sus
únicos bienes habían sido el azadón y la pala. Nada más. Los que habían
sobrevivido10 al largo viaje vagaban buscando algo que comer, lo más
probable es que el pobre caballo terminara siendo la cena de varios.
—Esto Señor SanPietro, es mi caballo.
—Baja de esa cosa. Te daré algo que puedas llamar caballo.

10
La historia nos dice que cientos de miles de personas vieron en esta cruzada la posibilidad de salvar sus
almas y hacerse de tierras. La realidad es que estas personas, pobrísimos agricultores o señores feudales
venidos a menos no encontraron nada más que la muerte, y no en una batalla sino de hambre.

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Adam bajó sonriendo y lo siguió, en uno de los carromatos, en la


caravana irían cinco, un hermoso semental negro iba atado.
—Se llama Alikan.
—No puedo usar el caballo de Lance, Nicholas. —El hermoso
caballo era el semental que usaba Lance, ni aún en la celada de Paul
habían logrado atraparlo y el inteligente animal había regresado solo
unos días después. Había sido al verlo que su gente había creído que
Lance estaba muerto. Jamás dejaría su caballo.
—Pues ¿no crees que sería un verdadero desperdicio no montarlo?
¿Cómo resistirse a un animal tan hermoso? Nadie podría y Adam
no fue la excepción, sólo debía observar el magnífico animal y el pobre
jamelgo sin temple que montaba. Lo había heredado cuando su caballo
fue herido mortalmente en la primera batalla del Príncipe contra
Antioquía. No se había hecho tiempo para buscar uno.
Había cabalgado en Alikan todo el día. Era un animal hermoso,
lleno de bríos y fuego… como su dueño.
Lance viajaba hacia Brac con cinco carromatos, dos cargados con
sus pertenencias y la de los cinco hombres que los acompañaban, y los
otros lleno de la mercancía obtenida en las luchas, destinadas a
comercializar. A medida que vendieran irían comprando la lista de cosas
pedidas por William y que se adquirirían hasta el puerto de Esmirna.
Cuando Lance la había leído había sonreído. Confiaba en William y sabía
que si había alguien medido ese era él. No obstante, la lista era
impresionantemente larga.
Adam no había vuelto a subir a ver a Lance. James y Ruciman se
habían quedado mirando mientras la caravana iniciaba su viaje, así que

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ahora estaba sólo para atenderlo aunque había hablado con uno de sus
soldados, para ayudarlo con su vejiga.
Los carros se habían movido lentamente a lo largo de un día.
Llegar a Adana era la primera meta. El camino era más bien un sendero
salvaje, los carromatos se movían peligrosamente de un lado al otro con
el traqueteo. Al menos no era un campo inculto, el paso de los cruzados
casi lo había convertido en un sendero decente. Cuando entró a ver
cómo estaba y lo vio tan incómodo supo que no podrían seguir según lo
planeado. Su rostro reflejaba cuan doloroso le estaba siendo este trozo
del trayecto. Había trotado en el semental hasta alcanzar al guía de la
caravana, Willys MacFey. Cuando éste lo vio acercarse paró su caballo y
giró para esperarlo.
—MacFey, vamos a parar.
—No hemos llegado a Adana. Nicholas decidió que allí haríamos
noche.
—Él necesita descansar debemos parar. Busca un lugar seguro y
pon guardias. Pero debemos parar. Necesita descansar al menos unas
horas.
—Bien señor, como usted ordene —respondió Willys.
Adam sabía que los hombres de Lance amaban el suelo que
pisaba. El hombre había logrado darles a todos una esperanza en una
época donde la muerte era la segura compañía, allí estaban ellos,
luchando para conseguir una nueva vida. Si les pedía que se quedaran
semanas allí, lo harían con sólo pensar que era por su bien.
Adam hizo retroceder el caballo hasta la tercera carreta, donde iba
Lance, ató las riendas del animal a su lado. Y de un salto volvió a subir.

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Lance lo vio aparecer y lo miró con sorpresa.


Adam entró y buscó sentarse en el sillón de Lance. —¿Cómo te
sientes? —le preguntó.
—Cansado pero bien. ¿Qué pasó hace rato?
—Nada, recordé que no le había pedido a MacFey que detuviera la
caravana, necesito ba…
—Bañarme, imagino —dijo sonriendo.
—... y curarte. Además nuestra sesión diaria de…
—Pinchazos.
De pronto el carromato dejó de moverse, MacFey había
encontrado el lugar para pasar la noche.
Lance se veía cansado y fue evidente el alivio que sintió al dejar
de sentir el movimiento.
Adam se puso en campaña. Primero le daría sus medicamentos,
luego el baño y por último las agujas. Es lo haría dormir sin dolor.
Luego preparó las hierbas y le dio un jarro para que lo tomase,
junto con unas gotas de valeriana más concentrada y unas pequeñas
cortezas de sauce para masticar. Después bajó del carromato y regresó
con una pequeña escudilla de agua no muy caliente, puso en ella un
paño y con un pan de áspero jabón hizo un agua jabonosa. Cuando se
dio vuelta Lance lo estaba mirando. Se acercó y se sentó en la misma
cama cuidando no tocarlo. Había tenido la precaución de acomodar su
pierna herida hacia el lado clavado de la cama dentro del carromato.
Adam comenzó quitándole la camisola amplia que Lance tenía
puesta y mientras iniciaba la tarea rogaba sentir a Lance como sólo un
paciente más.

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Per, ¿cómo verlo como un paciente más cuando debía tocar toda
esa piel bronceada? Una vida dedicada al entrenamiento estaba
fuertemente estampada en su cuerpo: poderoso, fuerte, con marcados
músculos en el que algunas cuantas cicatrices arruinaban su perfección.
El corazón de Adam ya se había desbocado, como cada vez que lo había
tocado. Pasar el paño de lino por su cuerpo era una tortura, la más
deliciosa tortura a la que pudiera ser sometido. Quería tocarlo, y no
quería.
Lance solo lo miraba, callado. Miraba el rostro de Adam
concentrado en su tarea. Podía ver sus largas pestañas tocando su
mejilla, los rebeldes rizos cayendo sobre su cara. De pronto se dio
cuenta que estaba apretando los puños otra vez para no tocarlo. Tenía
que hacer algo, decir algo…
—¿Adam, dónde dormirás esta noche? —preguntó y en el mismo
segundo en que lo dijo comprendió que no había sido la pregunta más
inteligente.
—A… afuera, debajo de este carromato. No te preocupes.
—No… no te lo preguntaba por mí. Duerme aquí, Adam…— Lance
ni siquiera se preguntó por qué su voz temblaba.
—Yo…
—La cama es muy grande, puedes… puedes dormir conmigo.
—¿Contigo? —Adam había dejado de pasar el paño por su espalda
para volver a ponerse frente a él y mirarlo. Lo que Lance le pedía no era
extraño. La hermandad de los miembros del Temple era conocida por su
solidaridad. Y Adam era también un caballero hospitalario. Si la
propuesta no hubiera sido hecha habría sido lo extraño. Pero para

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Adam, sintiendo lo que sentía suponía un grado más de su tortura


personal. ¿Dormir con Lance? ¡Por el Santo Grial! Si tocarlo alteraba su
corazón, saber que dormiría a su lado casi lo deja sin aire.
—Sí, conmigo. Ya le dije a MacFeys cuando pasó por aquí que le
diga al cocinero que trajera tu cena aquí. —Su tono no dejaba duda. Ya
lo había dispuesto y no aceptaría un no como respuesta—. Y no hay
enfermos más que yo en la caravana —agregó con una sonrisa.
No. No los hay pensó Adam. El hospital había sido un mejor
escondite para alejarse de Lance.
Adam siguió pasando el paño por su cuerpo, hombros, cuello,
brazos, el duro abdomen. Las manos de Adam se movían sobre él
dolorosamente conscientes de que en su mente, su recorrido iba
acompañado de suaves besos. Sus gruesos muslos, sus largas piernas…
—¿Por qué me has afeitado?
Adam respondió sin mirarlo. No se sentía con fuerzas para
mantener los verdes ojos sobre los suyos. —Es más higiénico. Ayuda
con las curaciones.
—Estás afeitado —le dijo mirándolo, no era una pregunta sino una
afirmación. Lo había visto cuando se bañaba, todo esa piel dorada sin
una sola marca, suave. Lance volvió a apretar sus dedos. Miraba
fascinado como las blancas manos de Adam recorrían su cuerpo. Podría
cerrar sus ojos y entregarse el placer. Nunca nadie se había ocupado de
él de esa manera, era lógico, un soldado, siempre en campamentos,
rodeado de burdos soldados… acostumbrarse a que te bañen… uno
podría acostumbrarse.
Las manos de Adam titubearon —Sí.

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Por un segundo Lance imaginó el suave cuerpo de Adam y otras


manos sobre su cuerpo afeitándolo.
—¿Quién lo hace? —preguntó ceñudo.
Adam se sorprendió. No sabía de qué hablaba. —¿Qué cosa?
—Afeitarte. ¿Quién lo hace?
—Nadie. Yo lo hago. ¿Por qué pregunta?
Lance soltó el aire y comprendió qué estúpida pregunta había
hecho, últimamente no era muy inteligente. —Es que cuando me sane,
espero seguir haciéndolo. Me gusta como se siente
Ahh, por eso. Adam también respiró. A veces creía ver en Lance
algo de lo que más deseaba: su interés por él.

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Habían cenado juntos, y conversado. Lance le había preguntado
cómo había llegado a ser médico y Adam le había contado su vida.
Como su madre, una mujer excepcional, una gran sanadora, se había
opuesto a las decisiones de su padre y contra su voluntad había seguido
trabajando, estudiando y ejerciendo la medicina. Como su muerte había
cambiado la vida de un joven de 12 años. Los caballeros hospitalarios lo
habían recibido con los brazos abiertos. Había pensado que ser un
soldado de Cristo le permitiría tener un hogar.
—Por eso quieres Brac ¿No?
No. La quiero porque tú estarás allí, pensó mirándolo detrás de la
carne asada que el cocinero les había traído —Sí, sé que allá seré útil.
—Sí, pero serías útil en cualquier lugar Adam. Eres un hombre
extraordinario.
Adam enrojeció violentamente y Lance sonrió. A veces solo lo
miraba y enrojecía. Eres adorable. De pronto Lance se sintió golpeado
como por un rayo. ¿Qué estaba pensando? ¿Adorable? ¿Cómo una
doncella ruborizada? La impresión de encontrarse pensando así lo hizo
dar vuelta el plato que precariamente había puesto a un lado de su

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pierna. En su afán de querer enderezarlo para evitar que la grasienta


carne manchara las mantas se movió.
Adam fue más rápido, lo tomó pero el movimiento no le impidió
meter los dedos dentro del plato aunque lo sostuvo. Lo volvió apoyar y
miró a Lance que estaba sonriendo ante la velocidad con que había
actuado. Sus dedos habían quedado todos mojados en la salsa de la
carne.
Lance agachó un poco su cintura, tomó la mano de Adam y riendo
la sostuvo delante de su cara.
—Te ensuciaste, señor Rey de la limpieza —le dijo sonriendo.
Luego levantó sus ojos hacia Adam.
Adam lo miraba serio.
La sonrisa de Lance también murió. Acercó la mano de Adam a su
boca y metió uno de sus dedos en ella. Y lo chupó. Chupó lentamente
con sus ojos fijos en los de Adam, metía y sacaba el dedo de Adam
mientras sus ojos verdes relucían.
La respiración de Adam se aceleró. Podía sentir su polla
empujando sus calzas bajo la larga camisola.
Y Lance siguió torturándolo. Lamió cada uno de sus dedos, hasta
dejarlos limpios.
Luego lo soltó.
—No… no… debiste hacerlo… —le dijo Adam ronco.
—¿Por qué no? ¿Tú puedes bañarme, afeitarme y cuidar si estoy
bien arropado y yo no puedo hacer algo tan simple?
¿Simple? No tienes idea Lance De Villier de lo que me haces. No
tienes idea.—Entre…. Entregaré esto al cocinero y luego…

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—Volverás —completó Lance.


—Volveré —repitió Adam y comenzó a levantar los platos de
madera y la cacerola de barro que les había dejado el cocinero. Su
corazón estaba a punto de estallar. Saltó del carromato y cuando tocó el
suelo, sus piernas se aflojaron. Si no se hubiera apoyado en el carruaje
habría pasado al suelo.
Lance lo miró salir casi corriendo. ¿Qué estás haciendo? Se
preguntó. Su polla estaba dura y latía debajo de las mantas. Estaba
empezando a ver a Adam de otra manera, no era suficiente extrañarlo
como lo había hecho el infernal día que habían tenido. Le gustaba
tenerlo cerca, le gustaba sentir su toque, sentir su suave olor a limones.
Hacia unos días había decidido que lo primero que plantaría cerca de su
casa en Brac serían limoneros. Sabía que muchos caballeros del temple
elegían machos por pareja, pero siempre había pensado que era
amistad, confianza, la seguridad de saber que luchas con alguien a tu
lado que daría su vida por ti. No había visto entre ellos manifestaciones
amorosas. No las había. ¿O sí? Quizás en privado... ¿Podría ser? Pero
Adam… él le hacía pensar en cosas que jamás había pensado. Quería
que durmiera cuando lo veía tan agotado que apenas se ponía en pie;
quería saberlo durmiendo cómodo y no en un duro lecho de piedras al
que no estaría acostumbrado. Si hasta se había desesperado de sólo
imaginar que alguien más podría tocar su cuerpo… quería… tocar sus
rizos y limpiar sus dedos si los manchaba con comida. ¿Era eso natural?
Claro que no se dijo, claro que no. La Santa Iglesia condenaba a
los sodomitas, no era natural ni cristiano. Nunca se había planteado que
no necesariamente debía ser así. Probablemente se deba a la maldita

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cama, eso es, era culpa de tener que estar en esta maldita cama. Jamás
había pasado tanto tiempo quieto, soportando el dolor, quizás había
puesto en Adam todas sus esperanzas de curarse por eso lo necesitaba.
Tenía que ser eso. Él no era un sodomita. Nunca había mirado a un
hombre con lascivia, nunca había deseado tocar a un hombre… pero sí a
Adam… sí, a Adam sí, pero no es sexual, no lo es, es amistad,
compañerismo, camaradería… y la herida de la pierna. Eso es todo. La
herida me está afectando.
Adam era como Nicholas o William. Eran amigos, más que amigos,
hermanos, y nunca has querido tocar el largo pelo de William o lamer
los dedos de Nick… ¿o sí? No. Sabía que la respuesta era “NO” nunca,
jamás. ¿Entonces… por qué sentía que con Adam era diferente?

Los remedios habían hecho su parte. Cuando Adam regresó Lance


dormía. Se había movido para dejarle más espacio. La cama era amplia,
pero no era enorme. Adam se despojó de sus armas. Había llevado la
pesada loriga todo el día; la zona era segura pero en estos tiempos no
podía estarse completamente a salvo en ningún lado. Sarracenos o
bandidos, defensores de la fe o decepcionados, merodeaban en los
caminos buscando sobrevivir. Ni siquiera una caravana con el emblema
de los templarios estaba a salvo.

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Adam se desvistió. Se quitó sus ropas y se puso una camisa de


dormir. Pensó que no podría pegar un ojo. Estaba seguro que así sería.
Abrió las mantas y se metió cuidadosamente, procurando no
tocarle. Puso la cabeza en la almohada y miró el rubio cabello de Lance
a su lado. Debido a su pierna no podía moverse, así que simplemente
estaba boca arriba, mirando hacia él. La pequeña mecha de la vela
dejaba en su rostro penumbras. Dormía plácidamente, Adam sostuvo
sus manos, le hubiera gustado correr el pequeño fleco sobre su frente o
simplemente mirarlo dormir pero sabía que no podía, así que se irguió
con cuidado y sopló el pábilo. El interior del carromato quedó a oscuras.
Adam simplemente respiró a Lance y lo sintió a su vez respirar
pausadamente.
No supo el segundo en que se quedó dormido.

Lance abrió sus ojos. El negro cabello de Adam estaba justo bajo
su boca, comprendió que se había quedado dormido y ahora estaba en
sus brazos. Podía sentir su aliento pesada y confiadamente.
Lance lo dejó dormir, no sabía cómo Adam se había acurrucado
junto a él, no sólo había apoyado la cabeza en su hombro, uno de sus
brazos lo estaba abrazando. Su cuerpo se sentía tibio y perfumado.
Lance jamás habría pensado que el Rey de la limpieza pudiera oler tan

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rico. No se movió. Había despertado con deseos de orinar y se quedó


quieto, inmóvil, saboreando la calidez de su cuerpo. No pienses, De
Villier, no pienses se dijo así mismo cuando su cabeza empezó a
preguntarse una vez más qué estaba haciendo.
Cuando Adam se movió cerró sus ojos y lo dejó creer que estaba
durmiendo.
Adam se quedó en sus brazos unos pocos segundos. Y se levantó.
Lance lo sintió vestirse y salir rápidamente.
Abrió sus ojos y contempló el techo del carromato. Levantó su
brazo y con su antebrazo tapó sus ojos.
¿Qué pasa conmigo?
Uno de sus hombres, Pat Crouseat, entró unos minutos más tarde,
lo ayudó a orinar, a levantarse y acomodarlo. Necesitaban llegar a
Adana. Los estaban esperando.
El día se hizo largo sin Adam. Pat era un buen hombre pero su
conversación solo tenía dos temas, su esposa en Brac y fertilizantes.
Lance sabía que muchos de los que iban a Brac esperaban ser
agricultores, se habían preocupado, tanto él, como Nick y William, en
aprender todo lo que pudieran pero 16 horas de conversación del mismo
tema lo estaban hartando. Así que hacía mucho tiempo que había
puesto su cara, lo miraba y dejaba caer de vez en cuando algunos
monosílabos y la charla unilateral seguía viento en popa. Lance apretaba
el libro que tenia entre las manos, desesperando por leer aunque fuera
una líneas.
—¿Entonces le parece bien que se lo diga al señor Rutherford?

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—Sí —contestó por inercia Lance sin saber a qué estaba diciendo
sí, aunque el nombre de Adam en la boca de Pat lo sacó de donde fuera
que estuviera volando.
—Uf, que alivio, gracias mi señor no creo que hubiera podido —y
comenzó a reír a carcajadas sonoras—, ¿se imagina que le corte los
huevos?
Le corte los huevos entró en su cabeza. ¿Qué estaba diciendo? —
¿Qué dijiste?
—Que tengo miedo de cortarle los huevos —dijo entre carcajadas
que ya sacaban lágrimas a sus ojos.
Lance se preocupó. —No antes de eso, perdona Pat ¿Qué me
decías?
—¿Qué si le puedo decir a Rutherford que lo afeite él? Me da
miedo cortarle…
—Sí, si perdona, no sé qué creí haber escuchado.
—Entonces mi señor lo dejo, ¿no necesita nada no? ¿Usted se lo
dice?
—Sí. No, no necesito nada, gracias… —dijo Lance. Su cabeza
repetía ¿Qué me afeite él?, ¿Adam?
No se lo diría.
Sólo leería, por fin, su libro. Si eso planeaba leer justo ahora que
la luz estaba menguando. Cerró el libro con fuerza y lo tiró sobre la
mesa, pero no acertó y cayó al suelo.
Allí quedó.
Lance se recostó sobre la almohada intentando aquietar su
corazón, había comenzado a latir con la sola de idea de Adam tocándolo.

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De pronto Macfeys abrió la cortina y entró. —Perdone mi señor,


llegamos a Adana, nos está esperando Cluny. Dice que ya hizo los
arreglos para que duerma en una posada.
—¿Y Adam?
—¿El señor Rutherford? Se adelantó a revisar los preparativos,
llegaremos en poco tiempo mi señor.
—Gracias MacFeys.
Lance cerró sus ojos, esta noche dormiría en una cama de verdad.
Solo…
Adana era una antiquísima ciudad hitita cuyo nombre podía leerse
en La Ilíada de Homero. Hacía muy pocos años Tancredo de Galilea, la
había conquistado de los selyúcidas, desde entonces se había convertido
en un paso obligado hacia Europa. Después de tantos años de dominio
bizantino y sarraceno, se había convertido en un pequeña ciudad llena
de contrastes. La primera Cruzada la había llenado de gente de las más
variadas nacionalidades.
Nicholas había pedido a Cluny que preparara un lugar para que
durmiera él y sus hombres. ¿Habrá pensado en Adam? Se preguntó
Lance.
Cuando Adam ingresó, Lance buscó sus ojos pero no los encontró.
Adam se veía ruborizado. Aún así lo miró. —Esta noche descansarás
muy bien.
—Anoche descansé muy bien, pero será bueno que mis riñones se
acomoden otra vez en su sitio —le dijo en un tono amistoso.
—Te bajaremos —dijo Adam—. MacFey cuidará del carromato.
Bajaremos todo, ya está lista tu habitación.

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—Nuestra habitación —corrigió Lance.


El ingreso de dos de sus hombres con una camilla improvisada
cortó cualquier respuesta de Adam. Pero ante su aseveración había
levantado vivamente su cabeza.
Adam los siguió detrás. Cluny había conseguido una posada
decente, había alquilado tres cuartos por esa noche. Entre ellos se
repartirían los de la caravana. Sabía que a nadie le sorprendería que él
durmiera con Lance. Era su médico y ambos compartían un origen
noble, lo que explicaría razonablemente que compartieran el cuarto o…
la cama.
Nuestra habitacion había dicho Lance. ¿Sería posible que Lance
correspondiera sus sentimientos? ¿Podría correr el enorme riesgo de
planteárselo y enterarse que no era así? ¿Qué pasaría después? Pues
podría decírselo y si no era correspondido, podría ser su médico. No
tenía que ser ni siquiera su amigo. Quedaría destrozado, pero cada cosa
quedaría en su lugar. Dejaría de pensar que cada palabra de Lance era
una señal de “acércate”.
Tarde o temprano debería decírselo. No tenía sentido ocultarlo.
Fuese correspondido o no. Se lo debía a sí mismo y también a Lance.
Bueno. Algún día podría ser hoy. Solo era cuestión de empujar un
poco.
—Señor Rutherford, ya dejé todo lo que me pidió —dijo la mujer
frente a él. Pelirroja, con un escote tan profundo que podía ver la
aureola de sus pezones. El tono de la mujer y su lenguaje corporal era
evidente. Adam Rutherford era alto, hermoso, y un caballero
hospitalario. Una presa codiciada.

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Lance la escuchó perfectamente y dejó de observar como lo


llevaban hacia su cuarto para mirar la escena delante suyo. La mujer
había apoyado sus rotundos pechos sobre Adam y le hablaba
lascivamente. Lance se enfocó en la reacción de Adam. Él sólo afirmó
con su cabeza. Sus hombres lo entraron al cuarto y Adam quedó afuera
con la posadera. Sus hombres lo acomodaron y salieron para dejar paso
a otros dos que traían los arcones que Lance había llevado en el
Carromato. Los hombres los colocaron a un costado de la amplia tina
que seguramente había sido un logro de Cluny a pedido de Nicholas, o
de Adam. Cuando terminaron salieron saludándolo afectuosamente.
Y Adam no entraba.
Lance miró el cuarto. Las sábanas estaban limpias al igual que el
rest de la habitación. Adam debió pasar por allí antes. La cama no era
muy grande, pero entrarían los dos. Una pequeña mesa que más
parecía un cajón de madera colocado improvisadamente ocupaba un
rincón del cuarto y arriba tenía una jofaina. El cuarto tenía una
chimenea en la que una enorme olla de bronce despedía humo.
Y Adam seguía afuera con la posadera. Podía sentirlos hablar pero
no escuchar qué decían.
Tal vez está haciendo tratos para encontrarse con ella más tarde.
Era justo, si hubiera estado sano habría hecho lo mismo. La mujer era
una belleza. Hacía mucho que no fornicaba con nadie. Los últimos
tiempos en la puerta de Antioquía habían sido cualquier cosa menos
placenteros y nunca había sentido la necesidad de descargarse con
algunas de las prostitutas que seguían a los cruzados. Algo en ellas no le
atraía.

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¿Qué tenían tanto que hablar? Ponerse de acuerdo para una rápida
follada no requería de tanto tiempo.
Cuando Adam entró. Lance ya estaba furioso.
—¿Qué te demoró tanto Adam? ¿La moza? Hermosa, ¿verdad?
Adam lo miró y su mirada cambió. —Sí, hermosa.
—¿Qué quería, además de ofrecerse para un revolcón imagino?
—Algunas hierbas para las pulgas.
—Ahh —dijo Lance. Y miró como Adam dejaba el casco y su
pequeño escudo para luego comenzar a quitarse la negra camisola con
la cruz roja que llevaba para quedarse con una camisola más liviana
debajo. Se quitó la espada y el cinto de la que colgaba y las puso sobre
uno de los arcones. Luego abrió su bolsa de cuero y comenzó a colocar
sus elementos de curación sobre el cajón que usarían como mesa esa
noche.
—¿Te lavarás para la cita? —preguntó Lance resentido sin poder
explicarse su malhumor. O sin querer explicárselo.
Adam lo miró otra vez serio. ¿Qué no me dices Lance? Se
preguntó a sí mismo.
—No. Me preparo para curarte y…. afeitarte —respondió y siguió
con su acostumbrada ceremonia.
“Afeitarte” había dicho.
Afeitarme
¡Afeitarme!
La mente de Lance repetía una y otra vez. De pronto la posadera y
su futura cita con Adam dejó de importarle. Tenía algo más serio de que
preocuparse. Su polla había reaccionado llenándose en cuanto Adam

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había mencionado la palabra afeitarte. ¿Acaso sentiría por primera vez


la mano de Adam en su polla, lavándola, tocándola…Santo Grial ¿podría
resistirlo?
Cuando Adam terminó se dio vuelta, sacó la olla del fuego y
alguien golpeó la puerta. Adam abrió y la mujer le entregó una serie de
paños limpios.
—Gracias —le dijo Adam
Y la mujer le contestó con una sonrisa —Lo que usted guste
milord, cualquier cosa que guste—. Miró a Lance que la miraba ceñudo
y moviendo su trasero de forma bamboleante, se acercó a él le hizo una
venia que no fue otra cosa que mostrarle sus pechos y se levantó. Al
levantarse la mujer pisó el ruedo de la simple falda que vestía y
trastabilló cayendo casi sobre la cama. Adam se había avalanzado sobre
ella pensando que caería sobre la pierna de Lance pero no fue así. La
mujer roja como la grana salió casi corriendo.
Adam miró a Lance y ambos soltaron una carcajada.
—Dios, por favor Adam no me digas que te acostarás con ella —
fue lo primero que dijo Lance después de intentar controlar su risa. Reir
lo hacía moverse y su pierna dolía.
Adam miró a Lance y suspiró.
—Ayayay, Lance, jamás me acostaría con ella, ¿La has olido? Esta
mujer jamás se ha bañado. Y si eso no fuera suficiente las ladillas y las
pulgas son una excelente excusa.
Lance lo miró estúpidamente feliz.
—Bien señor Rey de la limpieza. Lávame. No quiero que tengas
ninguna excusa para acostarte conmigo.

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Adam que ya había comenzado a pasar un paño húmedo por su


cuello se detuvo en seco. Un largo segundo que miró esos ojos verdes. Y
continuó. Su cuello, sus hombros, su espalda, su duro abdomen, sus
manos recorrieron cada centímetro de Lance, sus orejas, su mejilla.
Movía su cabeza de un lado y luego del otro, levantaba sus brazos y
lavaba sus axilas, luego bajaba por sus amplios bíceps, hasta llegar a
sus manos.
Adam había tomado una decisión y moriría por ella. Cuando llegó
a sus manos, tomó entre las suyas una. Lavó sus dedos uno por uno,
lentamente. Pasó sobre ellos el paño húmedo y luego lo secó.
Enredó sus dedos entre los suyos esperando una respuesta de
Lance. No. No una respuesta. Una señal, pero Lance no hizo nada, sólo
se dejó lavar.
Luego Adam destapó las mantas decidido a lavar su ingle y
piernas, luego lo afeitaría… pero…
Allí estaba.
Allí, dura, erguida y furiosamente enrojecida, la polla de Lance era
la más inequívoca señal de excitación que alguna vez hubiera visto. La
miró embelesado. Las mantas corridas dejaron la polla libre y la
elevaron casi hasta su cintura, la gruesa verga se recostó sobre la línea
de su entrepierna, esperando… esperando…
Adam simplemente la tomó con una mano, una larga caricia que la
arrancó de su suave cuna. Y la levantó mientras la otra mano le pasaba
el paño enjabonado. La lavó. Minuciosamente, prolijamente…
amorosamente... Lavó sus huevos, lavó su culo subiendo y restregando

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la dura línea que separaba sus duras nalgas, coqueteó con su apretada
roseta, dejó ingresar apenas un nudillo.
Adam se veía absolutamente concentrado.
Luego la dejó reposar allí donde quería, doblada y dura, podía ver
en su glande una gota de semen. Lance ni siquiera se había movido.
Adam completó de limpiar sus piernas, sus pies, limpió con tanto
fervor entre sus dedos como lo había hecho con su polla. Luego miró a
Lance.
Éste estaba serio. Su respiración era entrecortada y Adam tiró a
un lado el paño y lentamente, como si tuviera todo el tiempo del
mundo, se arrodilló al lado de la cama, justo enfrente de su polla. Miró
a Lance y sus manos se dirigieron a tomar la gruesa polla entre ellas. La
gota nacarada seguía allí.
Adam hizo algo que jamás pensó que haría, algo que ni siquiera
había imaginado hacer y mucho menos con Lance. Adam bajó su boca y
atrapó entre sus labios y su lengua el rosado glande y lo chupó. Una
vez, una sola. El sonido atronó las orejas de Lance.
Y Lance se corrió. Duramente.
Se corrió. Liberó su semilla en su boca, mientras Adam chupaba y
chupaba y chupaba, queriendo más y más y eso le dio. Le dio todo, todo
lo que tenía hasta quedarse seco, agotado y temblando.
Cuando abrió sus ojos, Adam aún lo chupaba. Jamás había visto
nada más hermoso que ese hombre amamantándolo. Cuando sus
miradas se encontraron, Adam lo soltó. Su polla flácida protestó,
moviéndose. Adam se desnudó. Se tomó su tiempo, lento, despacio.

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Como si fuera el orden en medio del caos, la luz en medio de la


oscuridad, la paz en medio de una guerra.
Lance pudo ver como sus calzas habían recogido su propia semilla,
manchándolas. La euforia lo cubrió, agotado como estaba, tan
completamente saciado, tuvo un segundo para sentirse poderoso al
haber logrado que ese magnífico hombre se corriera con él.
Adam se metió en la cama, se puso de costado, apoyándose en un
codo, casi sobre él, mirando sus ojos y sin decir una sola palabra lo
besó. No fue un beso voraz ni desesperado; fue un beso de
descubrimiento y conquista. Lo besó suavemente, recorrió sus labios,
aprendió su sabor, su forma, su humedad; se deslizó entre sus dientes,
se enredó con su lengua y en cada suave chupada Lance comprendía
que Adam iba marcándolo a fuego. Jamás nadie lo besaría así. Jamás
nadie lo había hecho. Adam parecía saber qué quería, qué esperaba,
qué deseaba… Adam parecía ser la respuestas a todos esos sueños que
nunca había tenido y allí, ocultos en su cuerpo, habían estado.
Lance miró a Adam cuando éste levantó su cabeza para mirarlo.
Adam, ese Adam sobre él, era un hombre desconocido. Sus ojos
celestes parecían quemar como lo había quemado su boca. Y Lance lo
sintió.
Fuerte.
Claro.
Profundamente sincero y verdadero:
—Te amo
Lance lo miró y desvió su cabeza. De pronto miró la pared del
cuarto.

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Adam tomó su barbilla y suavemente le dijo: —Lance. Por favor,


mírame —cuando Lance encontró sus ojos agregó—: Lance, escucha. Me
he preparado toda mi vida para decirle a un hombre que lo amo. Puedo
esperarte el tiempo que quieras.
Adam bajó su cabeza y lo besó, luego se acomodó en la pequeña
cama y se recostó a su lado.
Los fuertes brazos de Lance lo abrazaron.
Lance sintió bajo su hombro el roce de la sonrisa de Adam. Y se
entregó al sueño.

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El golpe en la puerta no muy firme despertó a Lance. Estaba solo.
Desnudo bajo las mantas. Adam ya no estaba.
—Si… pase.
—Mi señor —dijo la posadera comiéndoselo con los ojos. —.
¿Puedo traerle algo para desayunar?
—Algo de queso y pan, nada más. —Lance sonrió mentalmente. La
hermosa mujer se veía realmente necesitada. Cuando salió acomodó la
almohada bajo su espalda.
—¿Y ahora? —Se preguntó. Mesando sus cabellos. Lo de anoche
había sido…
Terrorífico.
Maravillosamente terrorífico.
Nunca se había imaginado a sí mismo atendido por un hombre, y
seguía sin hacerlo. Pero Adam… él era diferente. Con Adam parecía
natural y… tan hermoso. ¿Y ahora De Villier, qué crees que sigue?
La posadera apareció y golpeó abriendo la puerta casi
simultáneamente. Detrás suyo venía Pat Crouseat, y Jacob Lansing.

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—Buenos días mi señor, tenemos órdenes.


—¿Así? ¿Y quién me da órdenes? —preguntó en un tono afable,
raro en él que siempre era más bien serio y circunspecto.
—Su médico —dijo Pat, corriendo su enorme cuerpo para dejar
pasar a dos hombres que se dirigieron hacia el rincón para tomar los
pesados arcones que habían descargado el día anterior.
—¿Y qué dicen esas órdenes?
—Que lo saque un rato al sol, aquí en la posada hay algo que
parece un jardín, y mientras se comercia, esperaremos que todo esté
listo para el viaje. El señor Rutherfod me pidió expresamente que no lo
moleste con mi charla que necesita descansar. Así que —Pat hizo un
gesto apretando su boca con dos dedos— me quedaré callado.
Lance sonrió. Adam.
El resto del día pasó tranquilo. Le hizo bien descansar sentado al
sol.
La sombra sobre el libro le hizo levantar la cabeza y se encontró
con Adam mirándolo. Como si ocurriera todos los días, como si fuese un
acto habitual Adam se acercó a su silla y se sentó al lado. Lo miró a los
ojos sonriendo.
—¿Me extrañaste? —Le preguntó.
—No mucho —dijo Lance
—¿De veras? Déjame ver —le dijo mientras una de sus manos se
dirigía a su polla y se posaba allí.
Lance sintió su mano ahuecarse y su polla endurecerse. El sonido
de voces detrás suyo hizo que Adam retirase su mano y le sonriese
pícaramente.

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¿Cómo lo hace? —se preguntó Lance— ¿Cómo hace para no


sentirse culpable? Estaba más que seguro que había retirado su mano
para no avergonzar a quienes habían entrado al pequeño jardín y no por
sentirse él mismo avergonzado.
Los hombres habían entrado con una pequeña mesa y Adam se
puso de pie para desplegar su paño con todas las agujas de acupuntura.
—¿Piensas pincharme?
—Ajá —le contestó concentrado ya en su ciencia. Lance se sonrió.
Su pierna se sentía cada día mejor. Luego destapó a Lance, quitó los
vendajes y miró la herida. Se veía con un saludable aspecto rosado.
Los hombres se habían quedado mirándolo preparar primero la
mesa y luego como Adam comenzaba a clavar en su piel. Unos pocos
minutos después su pierna era un alfiletero.
—¿Duele? —le preguntó a Lance uno de los hombres señalando
con su cabeza la pierna.
Lance sonrió. —No. No duele.
—¿No tienen nada que hacer? —preguntó Adam a los hombres.
—Sí —dijeron y se retiraron.
—Eres un gruñón —le dijo Lance.
—Si queremos llegar a Esmirna según lo planeado todos tienen
que cumplir su horario. No quiero que Nicholas me arranque la cabeza
cuando me vea.
No lo dejaría pensó Lance. Pero no podía decirlo. No. Lo que había
pasado había sido normal y natural en ese contexto, se había sentido
bien porque Adam era un hombre de bien. Pero no se repetiría. No debía
repetirse. No. La Iglesia era categórica. Era antinatural. Y el hecho de

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que se sintiera maravillosamente bien no lo hacía mejor. Era un pecado.


Debía sentirse arrepentido. De pronto el hermoso día ya no lo era. Y
estar cerca de Adam no lo hacía sentir bien. Tenía que decírselo.
—¿Adam?
—¿Si? —le dijo Adam concentrado en su tarea. Su pierna ya
presentaba un sinnúmero de agujillas una al lado de la otra.
—Sobre anoche…
—Si… —le preguntó levantando sus ojos celestes hacia los suyos.
—¿Sabes que no está bien lo que hicimos, verdad?
—¿Quién dice que no está bien, tú?
—No la Iglesia dice que no es natural.
—¿La Iglesia?
—Adam, sabes de qué hablo, tú lo sabes.
—¿La misma Iglesia que dice “no matarás” y te manda a la guerra
o tortura y mata a quienes profesan otra fe?. ¿De esa Iglesia me
hablas?
—Adam…
—¿Estás arrepentido?
No. Sí. No lo sé.
Lance no contestó.
Adam bajó la cabeza y completó su trabajo. De pronto, largos
minutos después lo miró y le dijo: —Yo no Lance. Ya te lo dije: te
esperaré.
La siguiente media hora la pasó poniendo y quitando agujas.
Cuando terminó, simplemente miró a su alrededor y bajó la
cabeza, buscó los labios de Lance y lo besó.

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Un beso breve pero intenso. Buscó su lengua, la atrajo hacia su


boca y se deleitó en ella. Lance respondió a su beso. Eso fue lo único
que Adam necesitaba. Tal vez Lance no pudiera poner en palabras lo
que sentía pero no le hacía falta. Él lo sabía.
—Tengo mucho que hacer —le dijo al soltarlo—. Haz que me
llamen si me necesitas, Pat te cuidará y te ayudará a regresar al
carromato. Puedo demorarme. ¿Estarás bien?
—Sí, estaré bien.
Adam lo besó fugazmente en los labios y salió en busca de la calle.
Lance se tocó los labios con sus dedos. ¡Santo Grial! ¿Qué está
pasando?
No volvió a ver a Adam en las siguientes veinticuatro horas.
Le habían dicho que estaba ocupado cuando había mandado por
él. Pat y MacFey habían venido en su nombre cada dos horas. Estaba
furioso ¿Qué le pasaba? ¿Estaba enojado? Maldito sea, y este maldito
carromat… ¿cuándo demonios llegaremos a Esmirna?.
En la noche esperó que regresara.
Esperó y no vino.
Eso lo descontroló, se encontró tirando el libro contra un costado
del carromato. ¿Dónde demonios estaba?
Las últimas veinticuatro horas habían sido eternas. Necesitaba a
Adam más de lo podía razonar. Y no sabía por qué. No había tenido un
solo problema. MacFey llevaba todo controlado, ya había aprendido a
alejarse de la charla de Pat, su pierna casi ni dolía. La molestia de sus
riñones por el traqueteó era inevitable… ¿Dónde demonios estaba?
—Pat, necesito que me digas dónde está Adam.

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CRUZADOS 1

—¿El señor Rutherford?


—!Crouseat! ¡Por mil demonios! ¿Cuántos Adam viajan con
nosotros?
—El señor Adam se quedó en Adana. Creí que lo sabía.
—¡¿Qué?!
—La posadera mi señor, la posadera se lo pidió. Su madre estaba
esperando un niñó y como no es muy joven, le pidió al señor Rutherford
ayuda. El señor nos alcanzará en cuanto lleguemos.
¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué demonios no me lo dijo? De
pronto recordó que le había dicho que podría demorarse y recordó la
charla detrás de la puerta. Así que había sido eso. Podría haberle
comentado que se quedaría. Había pasado una noche de mierda
esperándolo, casi ni había dormido pensando que se había ofendido
por… por… por lo que fuera que podría ofenderse.
—Señor estamos entrando en Esmirna. El señor MacFey me
mandó a decirle que en una hora ya podremos subir a su barco.
—Dile a MacFey que necesito hablar con él.
Pat cabeceó y bajó del carromato.
Una hora. El viaje en barco sería más sencillo. Tenía el recorrido
grabado en su mente. Que paradoja, ahora que sabía que era un
pecador, llegaba a Esmirna.11 La ciudad de Esmirna había sobrevivido a
dos poderosos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de
Europa occidental; Lance sabía que podría tener problemas, como

11
Lance está recordando que Esmirna o Izmir en turco, es una de las ciudades nombradas en el Apocalipsis

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CRUZADOS 1

soldado pagado por Bohemundo, esta cruzada era un verdadero


quebradero de cabeza para el emperador.12
Los rumores de que había sido el propio Emperador el que había
solicitado la ayuda de Occidente para combatir contra los turcos,
inundaban la ciudad. La gente no estaba feliz aún cuando teóricamente
se habían comprometido a poner bajo la autoridad de Bizancio los
territorios sometidos. Los cruzados y él habían tenido mucho que ver en
ese descontento ya que intentaban establecerse no sólo en Antioquía,
sin también en Edesa, Trípoli y Jerusalén.
Lance no era tonto, sabía que tanto Bohemundo como Raimundo de
Tolosa estaban movidos por ambiciones personales y en ella la fe casi
no ocupaba espacio. La marca del cruzado en su caravana, que lo había
mantenido seguro en la travesía desde Antioquía podría no ser tan
buena ahora.
—¿Me llamó mi señor? —preguntó el guía apareciendo en el
carromato.
—Sí MacFey antes de llegar a Esmirna quiero hablar con todos en
la caravana.
MacFey, afirmó con su cabeza y salió del carromato. De Esmirna
directo a Atenas y de ahí hasta Brac rodeando la península griega. Si
todo iba bien en cinco días podrían llegar. Lance sintió que la caravana
se detenía.
MacFey levantó la carpa que servía de puerta y le dijo:
—Mi señor todos estamos aquí.

12
Alejo Comneno I.

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CRUZADOS 1

—Ayúdame a pasar a la silla —le dijo. Pat ingresó detrás de


MacFey y juntos con mucho cuidado lo pasaron a la silla. Pat corrió la
pesada carpa y Lance quedó a la vista de todos.
—Antes de llegar a Esmirna, nos cambiaremos de ropa. La cruz de
Malta puede atraer hacia nosotros a algunos disconformes. Evitaremos
eso. No usen nada que nos señale como cruzados. El poco tiempo que
estemos allí solo somos comerciantes, nada más. No hagan ningún tipo
de comentario ni sobre política ni sobre religión. Desde este punto
somos civiles, simples comerciantes y nadie nos manda. Y sigamos
viaje. Nos esperan en casa.
Todos los hombres lanzaron gritos y silbidos de aprobación.
Espero Adam que te cuides al llegar pensó Lance mientras veía a
los hombres volver a su lugar dentro de la caravana. Si todo iba bien,
harían una breve escala en Atenas para comerciar y de ahí a Brac.

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CRUZADOS 1

Todo estaba acomodado en las bodegas de una de las dos rápidas


naves que Nick, Lance y William habían comprado hacía dos años.
Habían pasado mucho tiempo buscando dos barcos livianos y ligeros,
con grandes bodegas con la absoluta idea de comerciar lo que
producirían. Como hombres de a caballo, el mar les pasaba factura, pero
luego de cuatro viajes, Lance y los suyos habían empezado a hacer las
paces con el agua. La última vez que habían ido a Brac lo habían pasado
sin vomitar ni descomponerse, no todos pero si una gran mayoría, entre
esa mayoría estaba él. Le gustaba el mar, esa líquida inmensidad le
daba paz, ahí nada era tibio y todo ocupaba un lugar. Sabía que el viaje
sería tranquilo, la época era buena y las naves eran tan ligeras que si
conseguían buenos vientos los cinco días serían menos aún.
Adam no llegaba y Lance ya estaba temiendo lo peor. ¿Qué tal si
lo habían asaltado? Los bandidos en esa época eran moneda corriente.
¿Y si en vez de asaltarlo lo habían herido o algo más grave aún?

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CRUZADOS 1

Lance había sido instalado en el camarote del capitán. No era muy


grande pero si cómodo. Un pequeño cuarto con su tina de baño, y un
retrete. Pat y MacFey ya lo habían venido a ver dos veces.
—¿Otra vez? ¿Ahora tampoco necesitan nada?
—No mi señor —respondió MacFey.
—Sólo cumplen órdenes.
—Sí, señor, el señor Rutherford fue muy … ¡auchh!
Pat no pudo completar la frase. MacFey le había pegado un
codazo.
—Eso no fue muy sutil MacFey, ¿qué es lo que Pat no puede
decir?
MacFey se puso colorado y sonrió mirando a Pat y golpeándolo en
la cabeza.
—¡Imbécil! —le dijo MacFey— el Señor Rutherford nos dijo que si
algo le pasaba nos iba a llenar de agujeritos.
Lance sonrió —¿Le tienes miedo a sus agujas , eh?
—Y a su lengua —agregó Pat rápido—, usted nunca lo ha visto
enojado señor, pero cuando se enoja…. Mejor estar lejos.
—Si nos disculpa comprobaremos que las hierbas que ordenó
estén a bordo —dijo MacFey.
Su lengua. El sabor de Adam todavía persistía en su boca. Lance
bajó la cabeza y se concentró en el mapa que había pedido le dejaran a
mano y recorrió con su dedo todo el camino hasta Brac. Quería llegar
casi tanto como ver a Adam, casi…
—Está todo listo. ¿Podemos partir?
Lance levantó su cabeza con fuerza.

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CRUZADOS 1

¡Adam!
—¡Adam, maldita sea!, ¿dónde has estado?
—¿Me has extrañado? —dijo Adam cerrando la puerta del
camarote y acercándose a la cama. Se veía diferente, se había quitado
la ropa de la Hermandad y ahora traía puestos, unos pantalones de
cuero con una camisa y sobre ella un chaleco de piel de oveja, dejó su
espada y el cinto en la silla que había cerca de la cama y caminó hacia
Lance. Se tiró sobre la cama poniendo medio cuerpo sobre el de Lance y
buscó su boca con desesperación.
Esta vez su beso no fue tranquilo, ni lento, fue salvaje, duro, por
un segundo Lance pensó que dejaría de respirar. Pero Adam no paró.
Dejó su boca y comenzó a poner besos y chupones en su cuello, en su
pecho, hasta llegar a una de las duras tetillas en un tono levemente
marrón. Metió una a su boca y chupó. Ruidosamente. Luego lo dejó y
volvió a su boca. Su mano aferró el duro botón que había formado y
mientras lo besaba lo apretaba y soltaba alternativamente.
—¿Me has extrañado? —preguntó Adam de nuevo mientras su
lengua saqueaba su boca.
Lance no contestó solo se entregó al beso.
—Creo que si —dijo Adam mientras su mano se metía por entre
las sábanas, corría la camisola de dormir que tenia puesta y agarraba
con fuerza su verga.
—Tan dura y tan suave a la vez... Yo si te he extrañado, como
loco. No me gustó dormir sin ti anoche.
Los quejidos de Lance lo hicieron sonreír. Su mano ordeñaba su
polla, subiendo y bajando con fuerza sobre ella, la fricción y el fuego

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CRUZADOS 1

que había iniciado con sólo tocarlo, estaban a punto de incinerar a


Lance, mientras su boca comía sus gemidos.
Adam lo soltó y buscó sus ojos. Se veían turbios y sonrió —Dime
que me extrañaste. Dímelo
—Me preocupé Adam, me preocupé. Podrías haberme dicho lo que
harías. Podrías haber evitado que me volviera loco preguntando qué te…
—¿Te volviste loco? ¿Eso significa que me extrañaste? —le dijo
ronroneando mientras su manos recorrían en total libertad su polla y sus
pelotas. Apretaba y soltaba alternativamente.
—Sí. Eso significa que te extrañé.
—Oh, mi valiente guerrero, déjame resarcirte —dijo Adam y se
puso de pie.
Lance lo miró desnudarse. Y se hizo a un costado de la cama.
Adam se metió en ella y buscó nuevamente su boca para darle
otro beso eterno y hambriento.
Cuando Adam comenzó a bajar por su cuerpo muy lentamente,
Lance sólo puso una de sus enormes manos sobre su cabeza y la bajó
hasta su polla. Cerró los ojos y se entregó a la magia de su boca.
Aún saboreando su semilla Adam se irguió y buscó su boca. Un
pequeño hilo de su semen había quedado bajo su labio inferior. Y Lance
hizo algo que hasta a él le sorprendió: lamió su propia semilla y buscó
luego la boca de Adam. Sus lenguas se entrelazaron. La respiración de
Lance era tan agitada como si hubiera estado entrenando con su
espada.
Lo volvía loco saber que podía hacer que el gran Lance De Vilier
perdiera completamente el sentido tan solo con tocarlo.

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CRUZADOS 1

Y lo volvía loco saber que aún teniendo la gloria de tocarlo como


quería no podría llegar a más, no si Lance no aceptaba que lo amaba.

Habían navegado durante tres días, un mar calmo, vientos a favor,


todos estaban felices. Llegarían en menos de lo pensado. Todos los que
no estaban doblados vomitando, habían establecido una rutina. Adam y
Lance habían establecido una rutina: Dormían juntos, despertaban
juntos y comían juntos. Y cuando podían charlaban en cubierta. Durante
el día, siempre alguien necesitaba a Adam.
Pat y MacFey eran los responsables de sacar a Lance al aire libre.
Lo sentaban en la proa y Lance leía o conversaba con Adam si no tenía
algún paciente.
Hoy Pat y Mac lo habían sentado en un lugar diferente, el sol
estaba muy fuerte y las indicaciones de Adam fueron muy claras:
—No quiero a Lance todo el día al sol, Mac, podría insolarse, busca
una sombra.
Los dos hombres habían discutido arduamente pero habían
encontrado el lugar para él. Ahí lo habían colocado. Justo al lado de la
cocina. Lance podía sentir las conversaciones del cocinero y el ayudante,
el sonido de los utensilios y el olor de la comida lo estaban distrayendo

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CRUZADOS 1

de lo que leía. Solo Dios sabría cuando Adam aparecería, aún en un


barco había logrado tener trabajo.
—Sí, yo también creo que son dos sodomitas
Lo que escuchó atrajo su atención de inmediato. ¿Se referían a
ellos?
—Bueno, acaso no dicen que todos los templarios lo son.
Sí, se refieren a nosotros.
—Son rumores, creo… ¿todos?
—Bueno estos dos duermen juntos ¿no?
—Sí, pero eso no significa que se follen ¿no? Muchos duermen
juntos en un barco y no significa nada más que no hay espacio. Acaso tú
no duermes en mi camarote. ¿Eso te hace mi amante?
—No digas tonterias Franz, ni de bromas.
—Tú empezaste, yo no, pero hay algo en esos dos.
—¿Algo cómo qué?
—No lo sé. ¿Pero has visto cómo se miran...?
—¿Cómo se miran? —Preguntó uno de los hombres.
Si, dímelo.
—Pues no sé, raro.
—¿Raro?
—¿Cómo raro?
—Raro.
—Porque no te pones a pelar esas papas que pronto nos pedirán el
almuerzo y te dejas de pensar en tonteras. ¿Y te quedarás en Brac? —
preguntó el cocinero.

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CRUZADOS 1

Lance cerró su libro y levantó su vista para encontrarse con Adam


mirándolo, evidentemente había escuchado la misma conversación.
—¿Quieres que te lleve dentro? —le preguntó.
—Sí.
Adam giró sobre su eje y salió de su vista.
Pat y Mac llegaron poco después y lo ayudaron a llegar al
camarote.
Adam estaba parado en la puerta mirando a Lance, cuando los
hombres salieron le preguntó:
—¿Quiéres que salga del cuarto?¿Qué duerma en otro lado?
—¡No!
Adam respiró largando el aire contenido. Dio dos pasos y se sentó
en la cama.
—Lo que has escuchado es lo más suave que escucharas si esto
continúa.
—No continuará —le dijo Lance.
—¿De veras crees eso?
—Sí, tú eres mi médico, me estás cuidando, nada más.
—Tambien cuido a Jonathan Weisler y soy su médico.
—Adam por favor. He pensado mucho en… esto… y sé qué…
—¿Esto? No nosotros, sólo ésto.
—Adam, esto… no es más que necesidad, estamos solos y
estamos demasiado cerca, sólo es eso. Nada más.
—¿En verdad lo crees no? ¿En verdad crees que es sólo soledad, y
que no hay nada más entre nosotros? Bien. Mañana llegaremos a Brac.
Supongo que la isla será lo suficientemente grande como para no verte.

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CRUZADOS 1

—¡Adam!
—No, Lance, no. Pensé que podría esperarte. Pero quizás mis
temores se hagan realidad. Enviaré a Mac para que te ayude a
acostarte.
—¡Adam! —Lance gritó a la puerta. Adam había salido cerrando
detrás suyo.

La noche fue un infierno. Se sentía mal por haber herido a Adam-


Mal no; pésimo.
Pero estaba bien. Si. Estaba bien, así tenían que ser las cosas. No
era normal ni natural, ni permitido. Entonces ¿por qué le dolía más de lo
que le había dolido la maldita pierna? Un defensor de la fe. Eso era. Un
soldado de Cristo. No podía… no podía. Ni siquiera puedes ponerle un
nombre De Villier, ni siquiera te animas a ponerle un nombre. Quieres
alejarte de él y de lo que sientes y ni siquiera sabes cómo demonios
llamarlo.
Adam, Adam, Adam, qué me has hecho.
Le dolía el cuerpo. Dolía su pierna, dolía su corazón y también su
polla. Las últimas noches habían sido las más gloriosas noches que
recordaba haber vivido. Dormir junto a Adam no era solo eyacular en su
boca. Algo que lo hubiera horrorizado tan solo un mes antes. Era más
que eso, le gustaba sentirlo a su lado, cálido y fuerte. Le gustaba

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CRUZADOS 1

respirarlo y sentir ese inefable olor a flores del limonero que se


desprendía de su cuerpo. Le gustaba levantar sus manos y recorrer su
espalda firme, fuerte, dura. Le gustaba acariciar sus brazos, sus nalgas
buscando acercar más su polla a su cuerpo y sentirla tan dura y erguida
como él había estado. Le gustaba, oh Santo Grial, le gustaba dormir con
ese hombre, apoyar su pierna sana y enredarla en sus firmes muslos…
¿Eso tenía que ser malo? ¿Malo para quién? ¿Quién estaba sufriendo?
¿Los hombres que habían hablado sobre ellos en la cocina del barco?
No. Ellos debían estar durmiendo o emborrachándose. Los únicos
afectados eran ellos. Y aquí estaba. Quería a Adam a su lado.
Necesitaba a Adam y sólo Dios sabía en qué lugar del barco estaba
durmiendo. Solo. Sin él.
¿Por qué tenía que ser todo así? ¿Por qué tenía que pensar que
dormir con él era malo? ¿Qué había de malo en dormir a su lado? ¿A
quién demonios le importaba con quién dormía?
Adam, Adam, te necesito.

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CRUZADOS 1

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Después de haber pasado la noche pensando, la llegada a la isla lo


encontró durmiendo. Pat había ingresado para despertarlo
—¡Mi señor, hemos llegado! ¡Ya puede verse la isla!
—¿Y Adam? —le preguntó. Llegar a su hogar no sería lo mismo sin
Adam a su lado. Anoche había tomado algunas decisiones—. ¿Dónde
durmió Adam?
—Con el contramaestre, señor. Pensé que lo sabía. Nos dijo que se
sentía bien y que no lo necesitaba.
Lance cerró sus ojos y le pidió perdón. Lo siento Adam, lo siento.
—¿Me ayudas a vestirme?
—No. Yo lo haré —dijo Adam desde la puerta del camarote.
Lance lo miró. No le gustó ver lo que sus palabras le habían
hecho, grandes ojeras bajo sus ojos celestes.
Pat salió del camarote y Lance dijo:
—Adam… yo…
—Te ayudaré a vestirte, ya estás en tu casa —le dijo.

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CRUZADOS 1

—Adam, yo…
Adam se acercó y lo besó, un suave roce de su boca. —Está bien,
Lance. Vamos, no querrás perderte la llegada a Brac.
Tenía mucho que decirle, mucho, pero no era el momento. Así que
se sometió dócilmente y se dejó vestir, todo lo que podía vestirse un
hombre con una pierna en un cabestrillo de madera cubierto de
almohadas.
Cuando salió del camarote ya se podía ver la isla.
La Isla de Brac era un paraíso. Amplias playas doradas, una fértil
tierra llana que se llenaría con viñedos, suaves colinas donde se habían
empezado a construir las casas de sus moradores y a plantar olivares y
un enorme castillo que habían diseñado los tres pero que William había
ido construyendo.
La casa no tendría el aspecto señorial y ostentoso de Inglaterra, o
de la casa de su madre, pero había sido pensada como un hogar y una
fortaleza al mismo tiempo. Estaba hecha de la hermosa roca blanca de
la que parecía estar construida al menos la mitad de la isla.
Había sido Nicholas quien había tenido la brillante idea de
convertir esa roca en un próspero negocio. No todos los que habían
aceptado vivir en Brac conocían de agricultura o cultivos o cría de
ovejas; algunos sólo sabían usar la fuerza bruta, para ellos, la enorme
cantera al aire libre, era la suma de todos sus sueños.
La amplísima casona principal estaba ubicada en lo alto de una
colina algo escarpada, con su propia provisión de agua potable y con un
perfecto dominio de toda la isla. William la había construido al estilo de

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CRUZADOS 1

las mejores casas griegas y romanas, con sus baños, sus desagües,
amplia, llena de luz, jardines y fuentes.
Desde donde estaba sobre cubierta, Lance podía ver como se
había ido armando el muro de piedra que formaría la medianera que
rodearía la colina. Eso convertiría la casa en una fortaleza natural si
alguna vez alguien los atacaba. La medianera, alta y de aspecto
infranqueable, era la razón por la que William no se hubiera presentado
al servicio de Bohemundo.
Para llegar hasta la casona principal, en el centro exacto de la
enorme fortaleza que se estaba construyendo, William había ideado un
camino de piedra que parecía relucir bajo el fuerte sol del verano.
—Es… hermosa —dijo Adam mirándola.
Lance lo miró. El rostro siempre apacible de Adam se veía
resplandeciente. Sí. Pero no tanto como tú pensó. Se sintió ferozmente
orgulloso de que lo que alguna vez fue sólo un sueño fuese esta
espléndida realidad que Adam veía .
—Sí. Lo es. Sé bienvenido a tu hogar Adam, sé bienvenido.
Adam dejó de mirar la casa en la colina y bajó sus ojos hasta los
de Lance sentado en cubierta. A riesgo de que todos lo vieran, y quizás
sin importarle que lo hicieran, agachó su cabeza y lo besó.
—Gracias por darme un hogar Lance De Villier.
Los aprestos para el desembarco se iniciaron con frenesí; el
pequeño puerto, también diseñado por William, estaba lleno de gente
esperándolos. La familia de sus hombres, los trabajadores que
ayudarían a desocupar las bodegas, los curiosos y los amigos que
habían ido haciendo de Brac su hogar, los estaban esperando.

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CRUZADOS 1

Adam se mantuvo a su lado, atento, expectante. Cuando la


empinada rampa bajó, Pat y MacFey alzaron la silla de Lance y bajaron a
tierra. Sus rostros reflejaban la felicidad por la llegada. Éste sería para
ambos hombres el último viaje, Brac sería su morada final.
William Hampton Daniken, esperaba de pie sobre el puerto. Su
figura se destacaba no sólo porque era altísimo, medía casi dos metros,
sino por su aspecto. Tenía un larguísimo cabello rubio que bien podía
llegar a su cintura, inusual y raro en una época donde todos llevaban el
cabello corto como Lance o más largo como Adam pero que jamás
pasaba de la altura de los hombros. El viento arremolinaba su larga
cabellera dándole el aspecto de una manta dorada ondeando. Su rostro
mostraba una espesa barba y bigotes dorados. Cuando Adam miró al
enorme hombre avanzar y abrazar a Lance supo que era William
Hampton. Todo lo que había leído sobre los dioses vikingos acudió a su
memoria, porque Hampton parecía exactamente eso: un dios vikingo.
Habían conversado muchas veces sobre él en el barco. Para Lance,
William era puro cerebro, inteligente y el mejor arquitecto del mundo. Si
debía guiarse por la primera impresión de Brac, no podía menos que
darle la razón. Lance le dijo algo y William se irguió y miró a Adam con
fiereza. El hombre estaba completamente bronceado. Tenía ojos de un
intenso azul o quizás se veían así porque sólo era un reflejo del azul
profundo del mar detrás suyo. El tiempo pasado bajo el sol le había
dado a las comisuras de sus ojos, pequeñas líneas que lo hacían mayor
de los 28 años que tenía. Mi misma edad se recordó Adam.

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CRUZADOS 1

El gigante vikingo extendió la mano y lo miró a los ojos. —Señor


Rutherford, eres bienvenido por el resto de tu vida en Brac, gracias por
salvar la pierna de mi testarudo amigo.
La palabra testarudo hizo sonreír a Adam. Sí, le cuadraba muy
bien a Lance.
—Gracias, dime Adam —respondió extendiendo su mano y
tomando la fuerte mano de William. Tal vez fuera un arquitecto, pero su
cuerpo era el de un guerrero. Sus amplios bíceps demostraban que el
uso de las pesadas espadas de hierro no eran extrañas para él. Había
sentido hablar muchas veces de la osadía y la valentía de los señores de
De Villier, SanPietro y Hampton. Ninguno de ellos la desmentía.
—Dice Lance que eres médico. Bueno, tenemos una pequeña casa
que puede funcionar como hospital, podrás alojarte allí —dijo William
mirándolo.
—¡No! No, él vivirá con nosotros en la casona —agregó Lance.
La sorpresa se pintó en el rostro de Adam y también en el de
William pero ninguno de los dos dijo.
—Estupendo —agregó William después de un largo segundo de
mirarlo —. Sé bienvenido Adam. Imagino que quieren una cama, buena
comida y descanso después de tantos días en el mar.
Adam sonrió y cabeceó afirmativamente —Pero no en ese orden.
—¿No? —preguntó William.
—Hay algo que no te dije William —dijo Lance con un sonrisa—
Rutherford es el Rey de la limpieza, así que su lista debe decir: baño,
comida y cama. ¿Me equivoco? —le preguntó a Adam.

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CRUZADOS 1

Adam lo miró con ternura y su mano sin siquiera pensarlo, corrió


el cabello que el viento marino había dejado sobre sus ojos —olvidaste
algo —le dijo.
—¿Pinchazos?
—Pinchazos.
William estaba congelado. ¿Qué estaba viendo? Ya lo averiguaría.
—Pues si es eres el Rey de la limpieza, déjame decirte que Brac tiene
una agradable sorpresa para ti—. Giró y miró a un hombre fornido de
espesa barba y pantalones cortados a las rodillas —Harvey —gritó y se
acercó al hombre, le dijo algo a lo que Harvey cabeceó varias veces y
luego se dio media vuelta y regresó de nuevo junto a ellos—. Me
ocuparé del desembarco. Los veré en la cena—. Cabeceó un saludo y se
dispuso a ingresar al barco.
—Mac, ¿Cómo se portó nuestra niña? —gritó mientras subía.
—Cómo la mejor, señor William, como la mejor —fue la orgullosa
respuesta de MacFey .
—Adam —dijo Lance distrayendo a Adam de la charla que estaban
iniciando Hampton y MaC—. Él es Harvey Lugonette. Nos ayudará a
llegar hasta la casona.
Adam extendió su mano y luego de saludarlo, se hizo un lado,
otros dos hombres con aspectos de marineros se habían acercado para
tomar la silla de Lance e izarla para comenzar a subirla.
El hombre llamado Harvey se enfrascó en una charla sobre la
necesidad de criar caballos, de lo feliz que se sentía que hubiera traído
a Alikan, que ya se ocuparía de que estuviera cómodo y que le había

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CRUZADOS 1

pedido al señor William que cuando regresara a Antioquía se consiguiera


una buena yegua árabe.
La charla le permitió a Adam concentrarse en lo que veía. Brac era
más bella de lo que había imaginado. Ahora entendía por qué Lance y
Nicholas aceptaban todas esas peligrosas misiones, cada moneda
ahorrada se veía en la isla. La casona no lo desilusionó, en verdad la
entrada daba acceso a un no muy pequeño pasillo detrás del cual se
abrió un enorme patio fortificado. En el centro estaba lo que parecía ser
el equivalente al impluvium13 que evidentemente recogía el agua de una
enorme construcción ubicada exactamente arriba. Adam nunca había
visto algo así. La casa tenía al menos cuatro alas organizadas en un
cuadrado cerrado con un centro: la pileta del raro impluvium, pero cada
ala parecía tener un segundo piso, ¿sería un solarium?14
Los hombres se dirigieron hacia el ala norte pasando por el jardín
central al que daban todas las alas. Cuando ingresaron al área, Adam se
sorprendió. Le pareció cambiar de época y de lugar, la puerta se abría a
una amplia sala de recibo, casi sin muebles, pero con paredes cubiertas
de libros, la sala se abría en dos puertas, por una de ellas se dirigieron
los hombres. Era un enorme pasillo, a cuyos lados se abrían a su vez
como cuatro puertas más.
Los hombres ingresaron a una de ellas y Adam supuso que ese era
el cuarto de Lance. La habitación era completamente inglesa. La enorme
y alta cama, el dosel de terciopelo, las gruesas cortinas, las sillas de

13
Deposito donde se recogía el agua.
14
Es un pórtico o balcón con salida al exterior.

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madera oscura, firmes y fuertes. Los hombres dejaron la silla de Lance


en el cuarto.
—Sr Rutherford —dijo Harvey—, el señor William me indicó que
lo pusiera en el cuarto de enfrente.
Adam miró a Lance un largo segundo, cabeceó. —Gracias —le
dijo— yo me ocuparé del señor De Villier.
Los hombres salieron pero dejaron entrar a dos más que venían
con las pertenencias y los arcones de Lance. Adam se acercó y le dijo a
Lance.
—¿Qué quieres primero? ¿Comer, un baño?
—Sólo descansar. Anoche no dormí nada, estuvo a punto de
decirle pero no podía con tanta gente entrando y saliendo de su cuarto.
Lance con ayuda de uno de los trabajadores de la casa fue
recostado sobre la cama. Y Adam acomodó, primero su pierna y luego
las mantas y almohadas. Parecías saber perfectamente cómo hacerlo
sentir cómodo.
—Yo… también descansaré. Si me necesitas…
—Te llamo… gracias Adam.
Adam le sonrió de esa manera que hacía latir su corazón
desordenadamente y salió del cuarto.
Lance miró su larga figura desaparecer y se encontró con cuatro
pares de ojos mirándolos. Los hombres esperaban que les indicara
donde poner sus arcones. Alejó a Adam de su mente y se concentró en
disponer donde colocarían sus cosas.

107

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Cama nueva, que no se movía después de casi siete días en


movimiento, casa nueva, olores nuevos, y sin Lance. Todo junto
mantenía a Adam dando vueltas y vueltas sobre el cómodo, confortable
y mullido lecho.
Ya las mantas eran un desorden total.
Lance.
Lance.
Oh demonios, a la mierda con todo.
Adam quitó las mantas de su cuerpo se puso de pie y caminó sólo
con su camisa de dormir hasta la puerta, la abrió y cruzó el pasillo hasta
el cuarto de Lance.
Sin golpear abrió. Lance entreabrió sus ojos, él se introdujo, cerró
la puerta y se acercó a la cama.
Lance simplemente abrió sus mantas y Adam se quitó su camisola,
la dejó caer al piso y se acostó. Lance lo tapó y Adam se acercó a su
cuerpo, besó su cuello, luego se irguió y buscó su boca. Lance no dijo
una sola palabra, Adam tampoco la esperaba. Estaba demasiado
ocupado besándolo. Cuando se quedó sin aire, soltó sus labios y
comenzó a besar toda esa suave piel de su cuello y pecho mientras una
de sus manos ahuecaba su polla y la friccionaba de arriba abajo. Lance
gimió y esas fueron todas las palabras que Adam necesitaba. Comenzó a

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bajar bajo las mantas. Primero se detuvo en una tetilla, la aprisionó con
sus labios, y dientes y la chupo, luego dedicó a la otra la misma
amorosa atención. Cuando ambas eran pequeños y duros brotes siguió
un derrotera hacia abajo, lento y húmedo, hasta encontrar la gruesa
polla que se movía pidiendo sus atenciones. Adam la metió en su boca y
comenzó a chuparla, luego la sacó, arremolinó su lengua en la pequeña
línea del glande para iniciar de nuevo un derrotero en su boca. Una de
sus manos la tomó manteniéndola erguida mientras la entraba y sacaba
chupando, raspando con sus dientes suavemente, acrecentando los
gemidos de Lance en la misma medida en que incrementaba el ritmo.
Cuando Lance se corrió. Adam se corrió. Siguió chupando y lamiendo
hasta que ya no hubo más que sacarle. Luego la soltó, buscó sus labios
y le dio un tierno beso, apenas un roce de labios, apenas un leve toque
con la punta de su lengua y se puso de pie dispuesto a salir de la cama.
Lance estaba completamente amodorrado, pero no lo suficiente para
verlo.
—Adam, por favor, duerme conmigo.
Adam lo miró, cuando se dispuso a regresar a Lance se miró. Su
cuerpo estaba manchado con su propia semilla. Miró hasta encontrar
una servilleta que le habían traído a Lance con la cena y se limpió. Una
vez limpio volvió a la cama y se abrazó a Lance. Puso un delicado beso
sobre su pecho y se quedó dormido.
Lo último que sintió fue la pacífica respiración de Lance y el beso
que devolvió y colocó sobre la cima de su cabeza, que había apoyado en
el hueco entre su hombro y su rostro.
Adam se durmió en paz.

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Y Lance lo siguió.

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Lance sintió la puerta abrirse y ni siquiera se movió. Hacía
bastante que el sonido de las aves lo había despertado. Adam dormía en
sus brazos, porque lo tenía abrazado. Se sentía bien. Perfecto. Ese era
el lugar de Adam, dormir en sus brazos.
Miró hacia la puerta y vio a William asomar.
La mirada de William fue larga, Lance ni siquiera se movió. Solo la
sostuvo, su brazo rodeando a Adam era claramente visible. Adam
dormía recostado boca abajo sobre su cuerpo y él lo tenía abrazado. Eso
fue lo que William vio.
William miró a su amigo, luego bajó la vista hacia la prenda de
dormir en el suelo y un profundo y voraz deseo surgió en él.
Cerró la puerta tan suavemente como había entrado.
Lance supo que muchas cosas cambiarían a partir de ese
momento. Muchas menos ésta: despertaría junto a Adam por el resto de
su vida si de él dependía.
—Despierta ángel, vamos, o se nos ira el sol —le dijo mientras
veía a Adam abrir sus ojos somñolientos y moverse a un costado. Su
cabello se veía desordenado y sus labios algo hinchados.

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—¿Amaneció?
—Hace muchísimo. Vamos tengo planes para hoy
—¿Planes? ¿Qué tipo de planes?
— ¿Quieres conocer Brac?
—Sí, quiero.
—Excelente. Porque yo quiero apoyar mi pierna y ver si puedo
caminar.
—No todavía.
—Ahora Adam. Me siento muy bien.
—Sé que está muy bien, pero si quieres caminar dejarás que te
arme unas muletas.
—¿Unas muletas? ¿Qué…?
—Algo que te permitirá apoyarte sin que todo el peso de tu cuerpo
toque tu pierna.
—Sé lo que son muletas pero…
Adam saltó de la cama. Lance sonrió ya podía verlo perdido en su
trabajo. Buscó su camisa del suelo y se la puso, luego se dirigió hacia la
puerta
—Eiii… espera Adam. ¿Dónde vas?
—A vestirme y buscar algún artesano que trabaje la madera.
¿Crees que lo tengas?
—Sí, creo que sí, pero…
Ya no pudo agregar nada, Adam había salido del cuarto. Lance
quedó sonriendo.
Sí. Todo era perfecto. Estiró su mano y tomó la campanilla de
metal sobre la mesa al lado de la cama y la tocó. Tal vez se pediría un

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desayuno. Y ordenaría uno para Adam, ese hombre trabajando no se


ocupaba de nada más que eso: trabajo.
Junto a la mujer con una fuente de madera y un suculento y
abundante desayuno arriba, apareció William. Movió la firme silla de
madera y la puso al lado de su cama.
—Buenos días señor De Villier que alegría volver a verlo. Aunque
hubiera preferido que no viniera herido.
No tendría a Adam si así hubiera sido.
—¿Cómo estás Mattie, cómo anda tu esposo y el pequeño salvaje
que tienes de hijo?
La mujer rió mientras acomodaba el desayuno sobre la cama.
—Muy bien y ocupados, señor, ya tenemos nuestra propia huerta,
los vegetales que comerá hoy son de ahí.
—Gracias Mattie —le dijo sonriendo.
—De nada mi señor —agregó la mujer y salió del cuarto.
Lance miró a William sentado y en silencio a su lado.
—Buenos días —saludó William.
—Buenos días William.
—Me encontré con Adam, lo envié con Collins, dice que te hará
unas muletas.
Lance tomó un sorbo del pesado té y sonrió feliz. Así le gustaba.
Luego miró a William.
—¿No tienes alguna pregunta qué hacerme?
—Sí, un millón, pero de algunas me enteré por Pat y Mac. Supe lo
de Robinette, maldito traidor, ¿en verdad crees que esté muerto?
—No. No lo creo.

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—Y ¿Cómo está el Príncipe?


—Desesperado, como siempre. Y cada vez más ambicioso. Si el
Papa se descuida se quedará con sus tierras también.
William lanzó una carcajada y se acercó a la fuente y robó algunas
pasas secas que le habían traído junto con pan con mantequilla y
nueces.
—¿No me preguntarás sobre Adam?
—No. Creo que sé todo lo que necesito saber.
—¿Y eso es…?
—Que sienten algo el uno por el otro.
—Sabes más que yo entonces —dijo Lance como hablando consigo
mismo.
—¿Por qué crees eso Lance?
—Porque no sé que siento. Porque no puedo expresar en palabras
lo que siento.
—Lance. Si pudieras verte como yo te veo, o te vi, dejarías de
dudar de lo que crees o no sentir. Esta mañana te veías… en paz. En
absoluta paz, bien y te envidié amigo. Me hubiera gustado ser yo el que
estaba en esa cama.
—¿Te gusta Adam?
William rió fuerte. —No amigo, no es eso. Adam me agradó en
cuanto lo vi, pero no me refiero a eso. Parecías feliz, en paz, completo.
Eso es lo que deseé. Poder algún día sentirme tan bien como te veías.
—Entonces ¿no te importa lo que sea que haya entre Adam y yo?
—No.
—Ni vernos compartir una cama.

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—Bueno, no diré que me siento cómodo ¡Joder! Nunca haces las


cosas fáciles, querías un hogar y nos trajiste a Brac, quieres… lo que
seas que quieres y te traes un hombre a compartir tu cama. No es fácil,
Lance, pero lo superaremos. Éste es tu hogar —dijo mirando a su
alrededor— con quien duermas me da lo mismo. Cuando te vi esta
mañana no voy a decir que no me sorprendí. ¡Demonios Lance casi me
arrojo sobre ustedes y lo sacó de patitas afuera!
—Pero no lo hiciste… ¿Por qué?
—Porque eres mi amigo, y porque realmente los vi. Y lo que vi me
impactó. Estaban abrazados y aún cuando debí sentir repulsa o asco, o
algo así, sólo te vi a ti, mi amigo, ya te dije parecías tan sereno… no
diré que me siento cómodo, aún no, pero espero estarlo.
—¿A pesar de los comentarios que vendrán…?
—A pesar de ellos y a quien no le guste… los barcos zarpan
regularmente Lance. A quien no le guste, sabe cómo salir de aquí. Pero
si debo ser realmente sincero, lo único que en verdad me molesta es… la
envidia que me dieron… —agregó con tristeza—. Bien tengo cosas que
hacer, después del almuerzo te pondré al día. Y comenzaré a cargar las
bodegas, hay mucho que hacer antes de regresar con el Príncipe..
—¿Llevarás el pago al rey?
—Sí, ya lo hice descargar. Es menos de lo esperado.
—Lo sé. Mi pierna…
—Y Bohemundo no es tan generoso —agregó con una sonrisa
William. De todas maneras es más que bastante
—Sí. Pronto podremos decir que Brac nos pertenece.
—Así es mi amigo, así es.

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Esa misma tarde Lance estrenó muletas y salió a caminar. No


podía quitar la sonrisa estúpida de su rostro. Adam parecía un niño
recibiendo monedas de vellón15, todo lo que veía lo amaba y el orgullo
de Lance crecía.
La primera salida sería corta. Iría de su dormitorio a la cocina. Y
se sentaría a la mesa con sus amigos.
Adam lo iba siguiendo, vigilante y atento.
No había acabado de llegar a la cocina cuando un joven entró
corriendo. Lo miró y preguntó:
—¿Es ud el médico?
—Sí —dijo Adam.
—Necesito su ayuda.
Adam miró a Lance y éste con una sonrisa le dijo:
—Ve, buscaré quien me ayude.
Adam miró al joven. —Espera aquí, voy por mis cosas.
Cuando regresó traía su infaltable saco de cuero, miró a Lance que
ya estaba sentado y salió detrás del muchacho que comenzó a correr.

15
De las primeras monedas realizadas en una aleación de plata y bronce. Al parecer el desarrollo económico
del siglo XI fue el artífice de la proliferacion de las monedas.

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Adam lo siguió. El joven atravesó el patio del impluvium y salió de la


casona. En vez de utilizar la calle de piedras el muchacho corrió por un
sendero bastante usado porque se veía limpio de obstáculos.
—¿Qué pasa? —preguntó desde atrás Adam.
El joven no se detuvo.
—Una mujer no puede dar a luz.
Unos metros más abajo, se encontró con una serie de casas de
piedra, con techos a dos aguas de madera cubiertos por lo que parecían
coirones secos, el muchacho se dirigió a una de ella e ingresó
directamente sin siquiera golpear. Adentro no había mucha luz y se
sentía a una mujer que estaba gritando, al traspasar el umbral se
encontró con una cocina y por una de las puertas apareció uno de los
marineros que había visto en el puerto al llegar. El hombre parecía
desesperado.
—Por aquí —le dijo.
Unos metros más adentro se encontró con una mujer recostada en
una espaciosa habitación con una cama en el centro. La mujer estaba
pariendo. Adam miró al joven y le dijo:
—Trae agua y jabón debo lavarme primero.
El muchacho salió del cuarto y él se acercó a la mujer. Miró al
hombre y le preguntó —¿Cuál es su nombre?
—Angus Mclough.
—Me refiero a ella.
—Ahh. Deirdre Mclough.
Adam se desentendió del hombre para concentrarse en la mujer
que lo miraba casi sin energías. En ese momento Andreas regresó con

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una escudilla con agua y jabón y Adam lavó sus manos y las secó. En
todo el proceso le había ido hablando.
—Deirdre, ¿cuánto hace que estás con contracciones?
—Horas —dijo conteniendo el aliento.
—Bien. Esto —dijo mientras abría su paño con agujas— puede
parecerte extraño, pero calmará tus dolores. Confía en eso.
Adam nunca lo había aplicado pero su madre había actuado
muchas veces como comadrona, sabía que durante el parto la
acupuntura podía regular las contracciones y favorecer la dilatación y
hacer más liviano el esfuerzo, esperaba recordar los puntos correctos,
así que tomó la mano de la mujer y puso su palma hacia arriba y clavó
en ella una delgada aguja; luego se corrió hacia los pies de la cama e
hizo lo mismo solo que la clavó la aguja apenas por encima del tobillo,
en la parte interior de la pierna
—¡Qué diablos…! —comenzó a decir Angus cuando miró el rostro
de su mujer. Ya no se veía contraído sino aliviado.
—Angus —dijo la mujer— déjalo. Déjalo.
A partir de ese momento Adam sólo se ocupó de atender a la
mujer, media hora más tarde los fuertes berridos de un bebé atronaron
en el cuarto.
La mujer estaba bien y llorando. Miró a Adam
—Gracias.
Adam sonrió.
—Gracias a ti Deirdre, esta es una de las razones por las que
quería venir a Brac.

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—Pues me alegra que lo haya hecho. Señor, creí que… no los


tendría…. —dijo el hombre emocionado hasta las lágrimas.
Adam sólo le sonrió y miró al joven que lo había traído. También
estaba llorando. El muchacho tenía el cabello negro y los ojos azules,
¡demasiado bonito para ser hombre! pensó Adam.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó mientras guardaba las agujas en
su lugar.
—Andreas, Andreas Kallymas. Soy griego.
¿Griego? Y algo más pensó Adam
—Sí, eso pensé. Lo hiciste muy bien.
—No hubiera sobrevivido sin su ayuda. ¿Me… me enseñará? —le
dijo señalando las agujas ordenadas dentro del paño.
—Claro que sí.
Cuando salieron de la casa no sin antes haber aceptado un vaso
de vino no muy bueno, Andreas lo invitó:
—¿Le gustaría ver el hospital?
—Me encantaría.
Andreas comenzó a guiarlo por entre las casitas iguales. A medida
que avanzaba le fue presentando a todo el mundo, mientras les contaba
como había ayudado a dar a luz al hijo de Angus. Un paseo que no
llevaría más de veinte minutos se convirtió en una odisea de hora y
media.
La cabeza de Adam había dejado de guardar nombres, pero no
había podido evitar pensar cuán necesario serían sus servicios en la isla.
No sabía que pasaría con Lance, pero sí, sabía que éste era su hogar.
Con o sin Lance.

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El hospital era apenas una pequeña casa como las otras donde
había una mesa y algunos bancos hechos con troncos de árboles
cortados.
Dos de las tres habitaciones estaban desnudas, la última tenía una
sencilla cama y apenas una mesa con cosas arriba.
—Es mi cuarto —dijo Andreas—, el señor Hampton me permite
dormir acá.
Adam afirmó con su cabeza y siguió su recorrido. Comprendió que
habría mucho por hacer. Tenía que hablar con Lance y William y pedirles
permiso para ponerla en condiciones.
Luego de mirar todo se dio cuenta que Andreas se había quedado
esperándolo en la entrada.
Cuando salió el muchacho lo miró. —Sé que no hay nada pero... el
señor De Villier y el señor Hampton podrían ayudarnos y la gente lo
necesita, no piense que porque no hay nada pue…
—Andreas —le dijo Adam—, no necesitas convencerme. Éste será
un hospital, ya verás. ¿Me ayudarás?
Los ojos del joven brillaron como zafiros —No sabe cuánto me
alegra.
—Bien, llévame a la casona. Debo curar a Lance.
A medida que iban caminando por el sendero de piedra, las
presentaciones seguían sucediéndose. Cuando llegaron a la fuerte
puerta que daba paso a la fortaleza, Andreas le sonrió a Adam
—Muchas gracias señor Rutherford… cuando…
—Llámame Adam.

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—Gracias Adam, ¿cuándo cree que podremos empezar con el


hospital y… las clases?
—¿Qué tal mañana temprano?
—Me parece perfecto. ¿Quiere que lo venga a buscar?
—Sí. Te espero en la mañana. Así podemos conversar. Y
buscaremos un horario para tus lecciones.
La sonrisa de Andreas se hizo más amplia. Adam se repitió —
Demasiado bonito para ser hombre.
Cuando entró fue directo a la cocina. William estaba sentado con
Lance ambos muy concentrados en lo que hablaban. Sobre la mesa
había planos, y escribían en un papel.
Adam dio media vuelta y regresó a su cuarto. Tenía que ordenar
sus hierbas y aún había luz para salir a recorrer la isla y ver con qué
tipo de hierbas podría contar en Brac sin tener que pedir que las
trajeran.
Cuando entró en su cuarto lo decidió. Tomó sus armas, se las
colocó, luego buscó la vieja bolsa de cuero, la puso atravesada sobre su
pecho y salió por dónde había venido. Los que lo habían ido saludando
mientras caminaba con Andreas, al volverlo a ver le decían adiós, o lo
saludaban con sus manos amistosamente.
Adam en vez de salir hacia el mar, decidió rodear la colina donde
se construía la muralla.
Empezaría por los alrededores mientras tuviera luz, miraría y
regresaría a la hora de la cena.

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Lance jamás se había sentido tan impotente en toda su vida,
cuando se había hecho la noche y notado que Adam no había aparecido.
Había mandado por él al hospital, convencido que estaría ahí inmerso en
enfermos, u ocupado con sus hierbas y sus potajes y mezclas. Cuando
Pat llegó diciendo que Andreas lo había acompañado hasta la entrada de
la fortaleza y ahí lo había dejado, comenzó a preocuparse. El libro que
tenía en la mano se estrelló abierto contra la pared dejando a un mudo
Pat altamente sorprendido. El señor De Villier era un hombre conocido
por su carácter tranquilo. Jamás lo había visto perder el control de esa
manera.
Las dos mujeres que cuidaban la limpieza de la enorme casona
habían revisado cuarto por cuarto, considerando que la mayoría de
estaban vacíos. Que le informaran que Adam no estaba en la casa lo
había sacado de quicio.
¿Si no está en la casa dónde está?
—Tienes que calmarte Lance, esto es una isla y no hay enemigos
cerca. Estar está, en algún lado pero está —le decía por enésima vez
William.

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—Y se viene una tormenta. ¿Dónde puede haber ido? ¿Hay más


enfermos? —preguntó Lance desde la silla que había ubicado en la sala
central de la casona.
Andreas, que se había acercado a la casa cuando supo que Adam
había desparecido, fue quien le contestó —No, señor, que yo sepa, no. Y
no me explico dónde puede haber ido.
—Ese hombre no sabe lo que es el cansancio si algo lo ocupa.
—Tú lo conoces Lance, ¿qué puede haber llamado su atención? —
preguntó William
—No lo…sé —No lo sabía, Santo Grial. Acababa de comprender
que las apacibles tardes conversando en el barco la habían pasado
hablando de él, de su vida, de su isla, de sus amigos, de todo, lo único
que sabía de Adam era lo que había luchado para ser médico, y como
había llegado a ser un caballero hospitalario. ¿Y si le había pasado algo?
—William, ¿Y si le pasó algo?
—Lo sabríamos Lance por Dios Santo. Ésto es una isla no un
continente. No puede perderse.
Afuera el cielo avizoraba una fuerte tormenta.
La noche llegó sin Adam. La tormenta obligó a todo el mundo a
guarecerse. La casa cerró sus ventanas y Lance se negó a acostarse.
Williams lo había acompañado y se había quedado con él. La
lámpara de aceite iluminaba la estancia y él leía.
Le había contado a Lance con todo lujo de detalles lo que los
hombres le habían dicho sobre lo que Adam había hecho esa tarde, todo
lo que había hecho para ayudar a la mujer en el parto, como la había

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calmado, como le había colocado las agujas, la cara de Angus y un


montón de cosas más que Lance casi ni había escuchado.
Estaba desesperado.
¿Dónde estás?
—Lance, debemos llevarte a la cama. Debes descansar o todo lo
que has conseguido mejorar en tu pierna se perderá. No creo que Adam
se sienta muy feliz cuando aparezca mañana y se entere que te has
sobrepasado.
Había aceptado a regañadientes. No podía hacer nada en la silla, y
no había diferencia alguna con una cama. Así que se dejó llevar a su
cuarto y acostarse. Era la segunda noche que dormía sin Adam y sabía
que no resistiría una más.
¿Y si algo le ha pasado? ¿Y si lo he perdido? Jamás le había dicho
lo que significaba para él. Jamás le había dicho “te amo” en el mismo
tono y con la misma sinceridad con que él se lo había dicho. ¿Qué lo
había detenido? ¿La gente? ¿El qué dirán? William los había visto juntos
y ni siquiera le había dicho nada, ¿Por qué los demás deberían decir
algo? ¿Y acaso le importaba lo que dijeran? ¡No, no me importa! No me
importa que no sea natural, ni esté permitido.
Necesito a Adam.
Amo a Adam
Y él se merecía mucho más que un cobarde que no puede poner
sus sentimientos en palabras.
No pudo pegar un ojo en toda la noche. Cuando William golpeó y
entró al cuarto supo que era para preguntarle si quería ayuda para ir al
baño. Hacía rato que estaba esperando que alguien entrara para

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ayudarlo a vestirse. No iba a esperar malas noticias en cama, con una


camisa de dormir. Se veía desolado. Apagado. Parecía haber envejecido
en una sola noche
—Buenos días —había saludado William. Al ver su cara llena de
ojeras le sonrió—, te alegrará saber que encontramos a Adam.
—¿Está…?
—Está bien.
El hondo suspiro de alivio fue tan evidente que William se detuvo.
—Según parece salió a recoger hierbas y se perdió. Así que
cuando lo encontró la noche y la tormenta improvisó un refugio y allí
pasó la noche.
—¿Dónde está?
—Con un paciente. Uno de los que ayudó a buscarlos, se
desbarrancó y al parecer se fracturó un tobillo. Lo está curando. Dice
Andreas que está bien, solo se quejó de que no había encontrado
valeriana. ¿Sabes qué es eso?
Lance ya respiraba de diferente manera, estaba bien y era todo lo
que le importaba. —Es un remedio, una planta o algo así.
—Está bien, Lance. En verdad.
—¿Sabes qué…? jamás le dije que lo amaba —le dijo mientras
limpiaba una lágrima que había decidido rodar por su mejilla.
William se sentó en la cama y lo miró. —¿Crees que él no lo sabe?
—Sí, lo sabe, pero jamás encontré el valor para decírselo. ¿Y si
hubiera muerto? ¿Y si lo hubiera perdido?
—Pero no pasó Lance, no tiene sentido que te lamentes. No
conozco a este De Villier. Toda tu vida has sido un hombre tan lógico,

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equilibrado y frío. El hombre especial para misiones especiales. ¿Y ahora


te preocupa algo que no pasó?
—Estoy enamorado de un hombre, William, contra toda lógica y se
opone a todo lo que me han enseñado en mi puta vida. ¿Y me dices que
soy lógico, equilibrado y frío? Anoche no he podido pegar un ojo y he
maldecido cada minuto. ¿Dices que no me reconoces? Yo no me
reconozco y me siento peor cuando comprendo que mis sentimientos
por Adam se oponen a todo lo que soy.
—¡Lance!¡Lance! escúchate… ¿Por qué mierda no te olvidas de lo
que eres, de lo que los demás creen que eres y piensas en lo que
sientes? ¿Amas a Adam? ¿En verdad lo amas?
—…
—Bueno, contéstate esa pregunta. Cuando puedas mirarte a un
espejo y decirlo en voz alta, ese día dejarás de pensar en lo que dirán
los demás. Ahora pregúntate esto: ¿Adam se merece tu silencio? Tengo
que… tengo que completar algunas cosas y tienes mucho que pensar
antes que Adam llegue. Te veré más tarde.
Cuando William salió, Lance había tomado una decisión. Una muy
importante que al igual que la primera cambiaría su vida. La primera
había sido la noche que pasó en vela en el barco, ahí lo decidió: no se
negaría a Adam, viviría con él, dormiría con él, y no se lo cuestionaría.
Esta segunda noche había tomado otra. Adam se merecía algo más que
abrazarlo mientras dormía. Mucho más.

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Cuando Adam entró al cuarto de Lance dejó arriba de una silla su


bolsa de hierbas.
—¿Qué haces de pie? —le preguntó.
Lance se dio vuelta y lo miró. De arriba abajo. —Ven aquí —le dijo
ronco.
Adam caminó hacia él. —Lo siento, no pude encontrar la huella
que había seguido con la tormenta no…
—Ven Adam, por favor, ven aquí.
Lance estaba parado sostenido por sus muletas al lado de la cama.
Justo frente a la ventana. Cuando entró lo había visto mirando por ella.
Se acercó a él. Adam llevaba esos pantalones de cuero y su camisa
abierta, sostenida por el grueso cinto de cuero que acababa de soltar
con la espada.
Adam se puso justo frente a él. Estaba de pie y era apenas unos
centímetros más bajo
Lance soltó las muletas. Cuando el cuerpo de Lance se pegó al
suyo, Adam lo abrazó y Lance puso su cabeza en su cuello sobre su
hombro. Sus brazos lo habían rodeado respondiendo al abrazo de Adam.
Sus piernas no se sentían muy fuertes, pero no le importó, Adam
había absorbido su peso y lo sostenía.
Asi estuvieron largos minutos.
Lance estaba llorando.
En sus brazos.
Llorando.

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—Lance… lo siento… amor. Siento que te hayas preocupado.


—¡Perdóname… por favor Adam perdóname…!
Los hondos sollozos parecían nacer del fondo de su alma. Adam
no entendía nada. ¿Por qué debía perdonarlo?—Mírame, por favor,
mírame.
Cuando levantó su cabeza. —Dios, soy un desastre, parezco una
doncella.
Adam sonrió. —Siempre pensé en mi como una doncella. Dime
¿de qué debo perdonarte?
Adam sintió el peso de su cuerpo sobre el suyo. Adam lo tenía
abrazado por el pecho y Lance por los hombros.
Lance lo miró a los ojos y le dijo:
—Perdóname no haberte dicho antes que… te amo. Porque te amo
Adam Rutherford y si algo te pasara, si algo...
Adam no lo dejó terminar, buscó su boca y lo besó. Sus bocas se
movieron juntas buscando expresar lo que no podían decir.
Cuando Adam sintió el cuerpo de Lance aflojarse simplemente lo
levantó y lo puso justo frente a la cama. Lo sostuvo hasta que Lance
apoyó todo su peso en su pierna firme.
—¿Puedes sentarte? —le preguntó Adam.
Lance se sostuvo de sus brazos y se sentó sobre el borde de la
cama.
—Déjame desvestirte —agregó mientras Adam comenzaba a
quitarle la ropa. Sonreía.
—Estas sonriendo —le dijo Lance secando las lágrimas que habían
quedado en su rostro.

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—Sí. Lo estoy.
—¿Y por qué sonríes?
—Porque soy feliz —le contestó y lo volvió a besar para soltarlo y
quitarla la bata que tenía puesta y luego la camisa amplia. Cuando lo
tuvo desnudo volvió a mirar sus ojos —Recuéstate —le ordenó mientras
sostenía el artefacto que tenía en la pierna. Cuando Lance se recostó
sobre las altas almohadas, Adam desató las cintas que sostenían la jaula
en su pierna y la acomodó para luego taparlo. Una vez que lo arropó se
sentó en la cama y le dijo:
—¡Repítemelo!
Lance sonrió. Levantó sus manos con ellas lo tomó de su áspera
barbilla y le dijo:
—Te amo —y lo besó en la nariz.
—Te amo —y siguió por sus ojos.
—Te amo —y puso un suave beso en su boca.
—Te..
Adam no lo dejó continuar subió a la cama y lo empujó hacia atrás
para besarlo. Adam abrió su boca y lo besó con fuerza, mordió su labio y
recorrió su boca buscando grabar cada pequeño recodo de ella.
Luego lo soltó y recostó su cabeza en su pecho, allí se quedó.
De pronto se movió —¿Sigues sonriendo? —preguntó Lance
acariciando su espalda.
Adam estaba llorando.
Lance lo abrazó con fuerza.

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13

Habían pasado dos semanas y hoy era el día de la partida de


William. Regresaría como soldado bajo el mando del Príncipe durante el
próximo año. Este servicio sería el último de los que prestarían. Habían
calculado que con esta bolsa el pago de la deuda de Brac se
completaría.
William miraba a Lance y Adam caminar muy lentamente hacia él.
Y sonrió. Jamás había visto a nadie más enamorado que esos dos.
Adam se había ocupado durante las últimas semanas de levantar
el hospital y Lance de ponerse al día con todo en la isla.
Un hombre se acercó a ellos y Lance se detuvo a conversar con él.
Adam siguió hasta donde estaba.
—Supongo que ya asumieron que será el nuevo jefe —le dijo
Adam
William sonrió. —No necesito pedirte que lo cuides ¿verdad?
—No. No necesitas hacerlo.
—Cualquier cosa…

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—Te enviaré un mensajero.


—Es extraño.
—¿Qué cosa?
—Que te esté pidiendo a ti que lo cuides, si alguien siempre se ha
ocupado de todos incluyéndonos a Nick y a mi, ha sido él.
—Gracias William.
—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por aceptarnos. Si te hubieras opuesto, quizás no estaríamos
teniendo esta conversación.
—Te equivocas Adam. No creo que haya poder en la tierra que te
aleje de Lance. Ni a él de ti. Si hubiera sido así, habría luchado por ti.
Adam miró a Lance conversando con el hombre y regresó su vista
a William. —Cuidarás de Nick ¿no?
William sonrió. —Error, él cuidará de mi, al menos hasta que mi
cuerpo recuerde que soy un guerrero.
—Lo hará. ¿Tienes las pócimas?
—Sí, tengo todo, las pócimas, las indicaciones de su uso, todo.
Lance se unió a ellos. Miró a William. —Sólo será un año. El
último.
—Si Dios quiere.
—Querrá —dijo Adam—. Cuando tú y Nick regresen, la fortaleza
estará lista. Y los campos sembrados.
—Cuida mis olivos Lance.
—Lo haré.

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—Debo irme. —Lance y William extendieron sus brazos y cada uno


tomó la muñeca del otro, un fuerte apretón seguido de un abrazo de
igual intensidad. Luego, William repitió el saludo con Adam.
—Cuida a tu hombre Lance. Vale oro.
Lance miró a Adam y sonrió. —Lo sé y lo haré.
William giró y subió sobre la rampa hacia la nave que lo llevaría de
regreso a Antioquía.
Lo que no sabía es que su destino era otro.

Dos meses más tarde Lance ya caminaba sin bastón. Había


llegado al hospital buscando a Adam. Le tenía preparada una sorpresa.
Mattie su cocinera había preparado una canasta y lo llevaría hasta el
estanque. Había sido William quien le había hablado de él.
En sus recorridos por la isla revisando la topografía la había
dejado marcada en un mapa.
—Es un paraíso en la tierra, Lance. Cuando estés sano tienes que
ir a verla.
Lance había reído con su entusiasmo. —Lo haré
Hoy era el día, esperaba haber pensado en todo, el día tendría que
ser perfecto. Adam no lo sabía pero hoy le haría el amor. Y de solo
pensarlo se sonrió, sabiendo que se había puesto colorado.

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Habían hablado mucho del tema. Adam tenía experiencia,


“médica” le había dicho, y le había explicado las diferencias entre amar
a un hombre y a una mujer. Odió su experiencia, pero estaba
agradecido. Quería que su primera vez fuera especial y lo que Adam le
había explicado la haría.
Aún no podía creer la absoluta confianza con que conversaban
sobre todo, desde cosechas, guerras, fertilizantes, era un experto
después de que Pat lo cuidara esas horas en Esmirna y hablaban hasta
de sexo, mucho de sexo. Adam no sólo sabía el arte chino de la
acupuntura, le había enseñado unos cuantos trucos sobre el mentado
sexo.
Cuando entró al hospital todo relucía inmaculado, el Señor Rey de
la limpieza ya había dejado su marca en la casa. La entrada se había
convertido en un sitio de espera. Habían colocado troncos de árboles
cortados uno al lado del otro, así los enfermos esperaban. Al pasar por
el pasillo, vio dos cuartos con dos camas cada uno. Le había comentado
que al vivir todos muy cerca lo mejor era que los enfermos que no
tenían quien los cuidara quedarán cerca. Él y Andreas se ocuparían.
La tercera puerta era su cuarto de ejercicio, así lo llamaba.
Cuando asomó su alta cabeza por la puerta se encontró con Adam
concentrado escribiendo algo en un papel mientras miraba un pequeño
recipiente y lo olía.
Lance sonrió. Le encantaba esa expresión en su rostro, sus ojos
relucían. Se quedó un momento en la puerta esperando ver si lo notaba,
sabía que no lo haría y eso amplió su sonrisa.

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Unos minutos después Adam se levantó para dejar la pequeña


muestra de una poción cuando lo vio.
—¿Cuánto hace que me espías? —le dijo con una sonrisa.
—Un montón —respondió avanzando hacia él atrapándolo contra
la mesa. Lance abrió sus piernas y se movió hasta restregar su polla
contra la de Adam. Cuando sintió la respiración de Adam variar sonrió
más ampliamente.
Adam dejó la pócima a un lado y levantó sus brazos para rodearlo
por los hombros.
Lance comenzó a moverse de arriba hacia abajo por su polla
mientras su boca buscaba la suya.
Habían hecho del besarse un arte. Adam estaba completamente
entregado al placer cuando de repente Lance se separó y miró hacia la
puerta.
Andreas estaba allí.
¡Demonios! Pensó Adam, se había olvidado que había ido a
recolectar unas muestras y volvería. Andreas estaba completamente
rojo. Adam esperó la reacción de Lance.
Lance no se movió. Lo siguió sosteniendo en sus brazos y dijo
mirando a Andreas.
—Bien, ¿Necesitas algo? —le preguntó serio.
Andreas estaba rojo pero eso no le impidió responder —No mi
señor. Tra… traía unas muestras pero puedo… puedo venir más tarde —
ni bien terminó salió casi corriendo.
—¿No crees que es poco inteligente asustar al muchacho?
—¿Asustarlo? Solo fui amable.

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—Si, muuyy amable. El chico casi muere de un infarto.


Lance lo miró —¿Dónde íbamos? —y volvió a besarlo.
Adam respondió a su beso y se separó —Debo hablar con él,
Lance.
—Supongo que sí. No quiero que pierdas tu ayudante.
—No lo perderé, pero debo pedirle que sea… discreto.
—Supongo que sí —dijo suspirando largamente y soltándolo.
—¿Me esperas?
—Supongo que sí, pero afuera —mientras iba saliendo le dijo sin
mirarlo— tengo planes para ti ángel.
Adam lo miró salir y sonrió. Salió del cuarto y se dirigió al último
cuarto de la pequeña casa, allí dormía Andreas. El joven no tenía a
nadie, así que había hecho del hospital su hogar.
Adam golpeó y abrió. Andreas estaba sentado en la cama, con la
bolsa con hierbas sobre su regazo. Aún colorado.
Miró a Adam e intentó ponerse de pie.
Pero Adam le hizo una seña y se sentó en la única silla del cuarto
frente a Andreas.
—Lo lamento, Andreas.
—No… por favor señor Rutherford no se disculpe. Yo sólo… no
—Si hubiera recordado que volverías no habrías visto… lo que
viste. Por eso me disculpo.
—No. No señor Rutherford, tal vez crea que soy un poco joven,
porque no soy muy alto y soy algo delgado, pero tengo quince años y
soy griego. No es la primera vez que veo… que veo… sólo que me
sorprendió… el señor De Villier es…

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—¿Si? ¿Es qué?


—Un caballero templario… un guerrero… parece demasiado…
Adam sonrió. ¿Qué aspecto debería tener un hombre si vas a
enamorarte de él? ¿El de una joven doncella? —Él es exactamente lo
que necesito Andreas.
—¿Y lo veremos mucho por acá?
Esta vez Adam lanzó una fuerte carcajada. —¿Le tienes miedo?
Jamás te haría daño, Andreas.
—Yo… lo siento, señor Rutherford es que es… muy grande y un
templario… dicen… algunos dicen que… que… ellos comen niños…
Adam lanzó otra carcajada. —Andreas, no creas todo lo que dicen.
No come niños, y sí es grande pero yo también lo soy. ¿A mí me temes?
—No, pero usted es diferente. Ud. cura, no mata.
Adam lo miró pensativo un segundo. —Lance es un hombre
diferente, hizo de la guerra un oficio, igual que tú, algún día serás
médico. Eso no lo vuelve un hombre malo. ¿Crees que alguien malo
estaría creando un lugar como Brac?
Los profundos ojos azules de Andreas se abrieron enormes. Nunca
lo había pensado. Tal vez miraría a Lance De Villier de diferente manera.
—Andreas, no me avergüenza lo que siento por Lance, pero ¿crees
que podrías ser discreto al respecto?
—No tiene que pedírmelo señor. Tiene mi palabra.
—Gracias. Seguiremos mañana Andreas, si quieres ir procesando
las hierbas puedes hacerlo.
La sonrisa de Andreas le indicó que lo haría. El joven era un
excelente ayudante, astuto, inteligente y aprendía muy rápido.

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Adam se levantó y salió del cuarto.


Lance lo esperaba afuera. Estaba montado en Alikan, estiró su
mano, y esperó que Adam pusiera el pie en el cabestrillo para ayudarlo
a izarse.
Una vez arriba Adam se apretó a su hombre apoyando la cabeza
en su espalda.
Lance apretó con sus manos las de Adam anudadas delante de su
su pecho y cabalgó en busca de su sorpresa.

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El semental de Lance se internó en la espesa zona boscosa del


sector norte de la isla. Adam simplemente se dejó llevar, iba abrazado a
Lance y parecía haberse dormido.
Pero no lo estaba. Sólo gozaba de la paz, del silencio y de ir
abrazado al hombre que amaba. Había pensado que cuando Lance
estuviera completamente sano y ya no dependiera de él para nada, se
distanciarían, pero había sido todo lo contrario. El tiempo compartido se
había llenado de gozo. Sólo le faltaba convencerlo de pasar a un nuevo
estado.
Una hora después Lance detuvo a Alikan.
—Mira —le dijo señalando hacia su derecha.
Un verdadero edén se abría más abajo en un suave valle. Desde
donde estaban unos cien metros más arriba, podían ver el estanque
creado debajo de una rocosa colina de la cual caía un chorro de agua
transparente. El paisaje dejó a ambos sin aire.
—Me dijo William que era un paraíso.

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—No exageró.
Lance enfiló su caballo y bajó la estrecha pendiente.
El sonido de la cascada era lo único que se escuchaba. Adam
impaciente se lanzó del caballo y se acercó a la orilla del estanque, un
espeso césped rodeaba el lugar convirtiéndolo en un poza natural llena
de verde, flores y ramas.
Adam metió las manos y se las mojó, luego bebió.
Lance apareció por detrás y abrazó por la espalda a Adam. Adam
giró y se abrazó a él buscando su boca.
—¿Quieres bañarte? —ronroneó Lance mordisqueando su labio
inferior alejándose de la demandante boca de Adam que quería otro
beso.
Adam se movió hacia adelante sobre Lance para restregarse sobre
su polla ya excitada.
—Sí. ¿Y tú?
—También. Pero antes debo hacer algo. ¿Por qué no pruebas el
agua y me dices que tal está?
Adam miró el caballo, traía un canasto tejido en las alforjas. —¿Te
ayudo?
—No. Es parte de mi sorpresa —lo giró y le pegó una nalgada,
enviándolo hacia el agua. El lugar era tan hermoso que Adam no se hizo
rogar. Comenzó a desvestirse rápidamente y se tiró al estanque
Lance vio su duro culo en el aire antes de caer al agua levantando
una lluvia de gotas y sonrió. Había bajado el canasto y Mattie al parecer
no se había olvidado de nada.

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Colocó una manta en el suave pasto y sacó la botella de vino,


queso, pan fresco, algunas nueces y pasas de uva. Dos jarrones y…
sonrió ante el pequeño recipiente.
Luego se puso de pie y se unió en el agua a Adam.
Adam estaba nadando de un lado al otro, el estanque no era ni
muy grande ni muy profundo. El agua estaba fresca y agradable cuando
vio a Lance comenzar a caminar para entrar al agua. Se puso de pie en
el medio del estanque y espero que llegara hasta él. Jamás se cansaría
de mirarlo, su cuerpo parecía una escultura viviente: duro, fuerte,
macizo, tan hermoso... cuando llegó a él, su mirada hambrienta lo decía
todo. Lance puso sus manos sobre sus hombros y se elevó en el agua
para empujarlo hacia el fondo. Luego lo soltó con una carcajada y saltó
hacia un lado nadando. Adam emergió mojado y sonriendo
—Me las vas a pagar —gritó y se lanzó en su búsqueda. Lance
nadó hasta la orilla y salió del agua. Su polla se movía agitada mientras
corría sabiendo que Adam lo seguía riendo atrás. Corrió hacia donde
estaba la manta y se tiró al pasto a su lado. Adam se tiró encima suyo y
Lance empezó a luchar, hasta subir sobre su cuerpo riendo mientras
sostenía sus fuertes brazos pegados al césped casi sobre su cabeza.
—Eres mío y vas hacer lo que yo te diga. ¿Está claro? —le dijo
riendo.
—Si amo —le dijo Adam lanzando una carcajada.
—Abre las piernas Rutherford —le dijo.
La sonrisa de Adam cambio y se miró en los ojos verdes de Lance.
Adam abrió sus piernas, para hacerlo debió sacarlas de debajo de las

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fuertes piernas de Lance. Y las abrió colocándolas a los costados de


Lance. Sus piernas se restregaron.
—No vas a moverte. ¿Está claro? —demandó Lance.
Adam ni siquiera pudo hablar.
Lance se estiró hacia un costado y tomó el pequeño recipiente que
había traído.
Adam lo miraba.
Lance lo abrió y sacó con un dedo la pátina grasosa.
Cuando la vio Adam dejó de respirar. Y buscó sus ojos. —¿Estás
seguro, Lance, estás seguro?
Lance rió mirándolo mientras se arrodillaba en el vértice de sus
piernas abiertas. Luego untó sus manos, y su polla. Profusamente.
Luego buscó un poco más de grasa de pollo y untó su dedo índice. Y lo
bajó suavemente haciendo un lento recorrido hasta la apretada roseta
de Adam. Adam levantó su culo un poco para facilitarle la entrada. Sólo
lo habían penetrado una vez y de eso hacía más de diez años. Lance
parecía un experto, la punta de su dedo buscó abrirse en su agujero, y
luego comenzó a dilatar pacientemente. Adam se sometió a los
placenteros dedos de Lance. Su rostro iba de su agujero a su cara. Y
sonreía. Se lo veía feliz.
—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó Lance algo inseguro.
—Lo… estás haciendo muy bien —le contestó.
Los ojos de Lance se posaron en la dura verga de Adam y supo
que lo estaba haciendo muy bien.
—¿Quie… quieres que… me dé vuelta?

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—No. Te quiero montar así. Quiero ver tu rostro cuando te corras


y quiero que veas el mío.
Las largas charlas sobre sexo se habían demorado en posturas y
comodidades. Lance la tenía muy claro: necesitaba desesperadamente
saber que Adam era suyo y borrar los recuerdos del hombre que lo
había iniciado. Adam era suyo y solo debía recordarlo a él. A nadie más.
Su curación se había hecho. Su pierna estaba bien, había soldado sin
problemas, pero la recuperación había sido interminable, demasiado
larga. Había esperado este día durante mucho tiempo. Al fin le daría a
Adam algo de lo mucho que él le daba todas las noches.
Cuando fueron tres sus dedos dentro de Adam supo que estaba
listo. Volvió a humedecer su polla y se acercó más.
—¿Estás listo Adam?
—Siiiii, por favor… por favor…
Lance atrapó las fuertes piernas de Adam y lo atrajo moviéndolo
con fuerza hacia él. Luego una de sus grandes manos se apoyó en su
cintura y la otra tomó su polla dirigiéndola hacia su dilatado agujero.
Apoyó la punta del glande en él y comprendió que estaba temblando. Se
posicionó en su entrada y empujó levemente. La sensación de ingresar
en Adam superó todo lo que había imaginado. Se sintió en casa, dónde
debía estar, en la gloria. Miró el rostro arrebolado de Adam y vio
algunas lágrimas corriendo por su mejilla
—¿Te lastimo? —preguntó saliendo de él
—Noooo. No. No. Es hermoso. Por favor Lance, no me dejes…
Lance se colocó en su abertura, y se empujó de nuevo, supo que
no sería fácil. Adam estaba demasiado apretado. Pero siguió entrando y

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saliendo, lentamente, suavemente hasta que sus empujes lograron


pasar el duro y apretado anillo de músculos que Adam le había dicho
encontraría. Cuando lo pasó siguió empujándose y con más fuerza y
esta vez no se detuvo. Fuerte y rítmicamente comenzó a buscar lo que
ambos sabían estaba ahí. Cuando se sintió completamente dentro no
podía creerlo. Miró hacia abajo y se vio dentro de Adam y cerró sus ojos
ante el placer que lo golpeó. Supo en ese instante que estaba haciendo
un esfuerzo por no correrse tan sólo con verse en Adam. Luego los abrió
y buscó los celestes ojos de su hombre y se agachó para besarlo,
mientras su ritmo se volvía más y más fuerte.
Adam levantó sus brazos y rodeó el amplio pecho de Lance, su
boca parecía devorarlo. Cuando sintió en su polla la mano de Lance
aferrándola y repitiendo su ritmo, se corrió. Su semilla se esparció con
fuerza en su mano mientras su cuerpo convulsionaba de placer. Cerró
los ojos y por un segundo, sólo sintió la lengua de Lance aferrada a la
suya mientras sus empujones se volvían frenéticos, unos segundos
después Lance derramaba su caliente semen en él. Al sentirlo volvió a
correrse, las paredes de su culo apretaron con fuerza la polla de Lance.
Lance gritó, fuerte, mientras Adam comprendía que los sollozos que oía
eran los suyos.
Lance se movió de costado llevándose a Adam con él
profundamente insertado en su recto. Ambos respiraban como si
acabasen de recorrer toda la isla corriendo.
Cuando Lance abrió sus ojos se encontró con Adam mirándolo.
—¿Lo hice bien? —le preguntó.

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Adam sonrió y su cuerpo convulsionó nuevamente, un eco del


fuerte orgasmo que habían compartido —Si lo haces mejor vas a
matarme.
Cuando el cuerpo de Adam apretó su polla, Lance se puso duro de
nuevo y lo empujó una vez más hacia atrás, llevó sus dos manos hacia
las manos de Adam y las apretó. Sus dedos se entrelazaron con fuerza.
—¡Lance! —gritó Adam al sentirlo de nuevo pleno y fuerte. Duro
dentro suyo.
Lance comenzó una nueva tanda de empujones fuertes. No fueron
muchos: uno, dos, tres, cuatro, y volvió a correrse
—¡Dios, Dios, Dios mío!! —gritaba Adam— Dios mío, ¡¡Lance,
Lance!!
El último orgasmo los dejó sin aire. El rostro de Adam tenía los
ojos cerrados y se había estirado hacia atrás, en la cumbre de su
orgasmo, exponiendo su cuello. Lance ni siquiera lo pensó, se estiró
también mientras sus manos se apretaban a las de Adam, buscó su
hombro y lo mordió. Adam volvió a correrse. Lance pudo sentir como su
semilla mojaba su vientre y lo siguió. Apoyó la cabeza en el hombro de
Adam y perdió el sentido.
Cuando reaccionó, Adam estaba desnudo a su lado, corriendo el
empapado pelo de Lance hacia atrás. En el último tiempo su cabello
rubio había crecido muchísimo. Ya le llegaba a las orejas. Adam se
agachó y lo besó, un dulce beso. —¿Estás bien? —le preguntó.
—¿Sigo vivo?
—Seguimos vivos.
—Fue… hermoso ¿verdad?

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—Muy hermoso.
—Estar dentro tuyo Adam fue… más que… hermoso. Ahora eres
mío.
—Siempre he sido tuyo. Desde el mismo instante en que te vi, fui
tuyo. Debo limpiarte.
Lance rió sin mucha energía, había quedado sin fuerza alguna. —
Sí, señor Rey de la limpieza. Pero no sé si pueda llegar hasta el
estanque.
—¿Tú? No sé si yo pueda caminar de nuevo.
La sonrisa de Lance fue fiera y salvajemente pagada de sí mismo.
—Creo que lo hice muy bien considerando que jamás lo había hecho.
—Creo que lo has hecho muy bien pero…
—¿Pero…?
—Pero no sé si debas repetirlo… mi memoria es muy frágil.
—Déjame —dijo atrayendo su cabeza y dejando un beso en su
boca— decirte algo mi hermoso ángel, no sé si alguna vez volverás a
caminar bien en tu vida. Eso puedo jurártelo —atrajo la cabeza de nuevo
y lo besó. Cuando lo soltó la sonrisa de Adam fue de regocijo.
—Ayúdame a llegar al agua —le pidió Adam.
No les fue fácil ponerse de pie, entre sonoras carcajadas lo
lograron con mucho esfuerzo, riendo llegaron al agua y se metieron
dentro.
El agua los refrescó, Adam y Lance bajaron sus cuerpos
arrodillándose hasta que el agua les llegó al cuello, luego se pusieron de
pie y Adam comenzó a lavarlo, pasó sus manos por todo su cuerpo, sus
brazos, axilas, pecho, demorándose en besar sus tetillas. Luego bajó

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por su marcado abdomen hasta llegar a su polla, cuando la tocó volvió a


hincharse y ponerse dura. Adam le sonrió travieso, y Lance contestó con
una sonrisa igual. Luego miró hacia un costado del estanque y tomó la
pícara mano de Adam en una de las suyas y lo llevó hacia las rocas en
las que desembocaba la cascada. Cuando llegó allí lo soltó, giró hacia las
rocas y se apoyó en ella ofreciéndole su culo.
Adam no podía creer lo que veía. Lance se ofrecía.
Lance lo miró de costado y le dijo —¡Por favor, ángel quiero darte
lo que tuve!
—¿Estás seguro?
—Completamente seguro.
Adam se acercó a su espalda y su mano buscó su agujero.
Comenzó a jugar con él mientras Lance se movía rítmicamente sobre la
roca. —¡Apúrate! —le dijo.
Pero Adam no lo hizo. Cuando sintió a Lance dilatado se posicionó
y ubicó su polla, lentamente comenzó a penetrarlo. El agua ayudaba
pero Adam sabía que era doloroso, quería hacerlo despacio.
Pero Lance tenía otros planes. Se empujó a si mismo con fuerza,
incrustándose hasta sentir los testículos de Adam tocando su piel y la
dura roca rozando despiadadamente su polla. Adam sintió que no podía
respirar, la sensación de sentirse tan completamente apretado lo había
dejado sin aire.
—¡Muévete! —pidió Lance en un tono que no era un ruego, sino
una orden lisa y llana, una orden militar, lo que hizo sonreir a Adam.
—Sí, mi señor —le dijo y comenzó a moverse, adentro y afuera, el
chapoteó del agua, sus quejidos y gritos y la cascada cayendo con

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fuerza sobre las rocas llenaron el lugar. Las manos de Adam se


apoyaron sobre la roca afianzándose para empujarse con fuerza. Luego
una de ella bajó y tomó el grueso miembro de Lance, haciéndolo gritar
cuando Adam comenzó a repetir con su mano apretada sus
movimientos.
—¡Oh Dios! —gritaba Lance entre resoplidos y quejidos.
Cuando ambos se corrieron gritaron juntos.
—¡Dios! —dijo Lance, un poco después— ¡Dios, te amo Adam, te…
amo!
Adam ni siquiera podía contestar, acercó su cabeza a su hombro y
lo marcó, exactamente como lo había hecho Lance. Luego le dijo:
—Yo también te amo.

Nunca imaginaron que Angus Mclough había presenciado todo.


Las cosas cambiarían en Brac.

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—¿Estás seguro? —preguntó Elroy Morris espantado, tomando su


cabeza entre las manos y mesando su casi inexistente melena.
—¡Los vi, maldito sea, yo los vi! ¡Asqueroso! ¡Demoníaco! — gritó
Angus Mclough. Había contado tres veces lo que había visto en la
laguna. ¡Tres veces!
—¿El señor De Villlier?
—El demonio está en la isla hay que sacarlo.
—No me parece buena idea, Angus, además ¿un demonio? El
señor Rutherford ayudó a tu mujer en el parto de tu hijo.
—¿Y? Así hace las cosas el demonio. Nos hace creer que es bueno.
Yo lo vi, lo ha encantado. El señor De Villier está hechizado, el demonio
le ha atrapado y no podemos permitirlo. Si tuviéramos un hombre de la
Iglesia, él podría hacer un exorcismo y sacarle el demonio de encima
pero no lo tenemos y debemos actuar.
—¿Y qué pasará con el señor De Villier? ¿Y si se entera?
—¿Enterarse? ¿Por qué se enteraría Elroy? ¿Tú se lo dirás?

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—¡No! Claro que no, pero ese hombre sabe lo que pasa en toda la
Isla.
—No, no lo sabrá, ninguno de ustedes abrirá la boca. ¿Está claro?
Elroy, Angus, Freemond, Guy y Harry se habían reunido en la casa
de Angus. Los había citado y les había contado lo que había visto. Ahora
tenían que actuar.
No era posible que en su isla hubiera antinaturales como Adam
Rutherford. La Biblia era clara: si hay una manzana podrida debe
sacarse. Y Adam Rutherford era una manzana podrida.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Harry Durning, mientras se
servía un pinta de cerveza casera.
—Lo mataremos —dijo Angus
—No. No. En eso no me meto —contestó.
— Elroy, ¿qué demonios quieres entonces que hagamos con él?,
¿qué lo asustemos? Es un hijo del demonio, maldición, debe
desaparecer —insistió Angus levantando la voz.
—Busquemos otra manera —agregó Elroy.
—¿Otra? ¿Cómo cual? —preguntó sabiendo que no había otra
manera.
—¡La cantera! Lo metemos en la cantera. Hay un montón de
cuevas que nadie visita —sugirió Freemond
—¡Sí! —dijo Angus con el fanatismo brillando en sus ojos —, si es
un hijo del demonio, debajo de la tierra es donde debe estar.
—¿Y cómo lo llevamos allí? —preguntó Harry.
—Tenemos que hacer un plan y ser muy cuidadosos, el demonio
es muy astuto —afirmó Angus.

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La mesa estaba puesta en el jardín interior del ala ocupada por


Lance y Adam.
Ellos comían uno frente al otro. Se los veía plenos y felices. Habían
llegado agotados del estanque.
—Nunca te di las gracias por salvar mi pierna y por darle sentido a
mi vida. Jamás me había dado cuenta cuan solo he estado hasta que te
encontré.
—Ya me diste las gracias y yo soy el agradecido.
—Eso es discutible.
—No. No quiero discutirlo. Estar en Brac y contigo es más de lo
que alguna vez soñé… —un largo silencio cubrió la mesa. De pronto
Adam que había bajado sus ojos pensativo, los levantó buscando los
ojos verdes de Lance—, ¿No… temes… —se animó a preguntarle.
—¿Qué cosa? —le preguntó Lance frunciendo el entrecejo.
—Arrepentirte —dijo suavemente Adam.
—¿De qué? —preguntó Lance.
—De amarme.
Lance lo miró serio, moviendo su cabeza hacia un lado. No
entendía.
—De lo que perderás… conmigo —agregó Adam.

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—¿Perder? ¿Contigo? ¿Qué diablos estás pensando?


—En todo… en lo que puede pasar cuando los demás sepan de…
nosotros… en… hijos…
—¿Hijos? ¿Eso te preocupa? —Lance se puso de pie atravesó la
mesa y buscó su boca. Lo besó. Apasionadamente—. Te-a-mo. ¿Qué
debo hacer para que me creas? No me preocupan los hijos, no puedes
dármelos ¿verdad? No los necesito, sólo te necesito a ti. ¿Acaso tú si
necesitas esos hijos que crees que anhelo?
—No quisiera que algún día te arrepintieras.
—De lo único que puedo arrepentirme es de no haberme dado
cuenta mucho antes. Adam, sé que me costó aceptar lo que siento. Fui
un estúpido. Pero no me arrepentiré. No volveré a decírtelo voy a
demostrártelo. Y me puede llevar toda la vida.
Adam sonrió.
—¿Terminaste? —le preguntó Lance. Hacía un largo rato que
ambos habían concluido su cena.
Cuando Adam cabeceó una afirmación —Sí.
Lance preguntó: —Si, bien… ¿entonces quieres ir a la cama? —
Lance se había puesto levemente rojo mientras sonreía.
—¿Quieres cumplir todas tus promesas no?
—Sí. ¿Eso es malo?
—Eso es maravilloso —dijo Adam y se puso de pie estiró la mano
para tomar la de Lance y la bajó. Mattie entró con una gran fuente
—¿Terminaron los señores, puedo levantar todo?
Adam se quedó callado y Lance lo miró. —Si —contestó Lance—,
gracias Mattie.

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—Me… me retiro —dijo Adam de pie al lado de la mesa. Giró y


salió.
Lance lo vio salir y se quedó pensativo, tiró la servilleta que tenía
en la mano y salió detrás de Adam. No entró a su cuarto sino al de
Adam.
Adam giró y lo miró, estaba quitándose el chaleco de piel de oveja
que tenia puesto arriba de su camisa.
—¿Qué fue eso Adam? —preguntó Lance tomando de una mano a
Adam y llevándolo hacia la cama, allí se sentó y lo sentó en su regazo.
Ambos eran grandes y altos. —¿Te avergüenzo?
—No. Por dios no digas eso, te amo Lance, no me avergüenzas es
sólo que tú eres el señor de Brac, y creo que debemos ser discretos al
respecto.
—¿Discretos en nuestros propios cuartos? No. Adam eso no
pasará. No estaré ocultándome en mi propia casa. ¿Por eso mencionaste
a los demás no?, eso de lo que puede pasar si los demás se enteran, en
verdad te preocupa.
—Sí, si somos discretos no tendrás…
—¿Si somos discretos? Un cuerno, Adam, no seré discreto en mi
propia casa —le dijo. Lo bajó de su regazo y salió gritando— ¡Mattie,
Mattie!
—¿Qué…? Lance, ¿qué demonios crees que haces?
—Ahora verás —le contestó sin siquiera darse vuelta para mirarlo.
Seguía caminando con grandes zancadas llamando a Mattie.

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La mujer apareció sorprendida, Lance se detuvo de inmediato. La


mujer miró de Lance a Adam sin entender nada. —¿Qué necesita, mi
señor?
—¿Te gusta trabajar en mi casa? —le preguntó
—Claro que si señor, es un honor.
—Bien, me alegra. Desde hoy muda las cosas de Adam a mis
aposentos. ¿Algún inconveniente?
La mujer miró a Adam que sonreía detrás de Lance cruzado de
brazos afirmado en el marco de la puerta, luego regresó a Lance y le
sonrió. —No señor, no es inconveniente —hizo una venia y salió del
cuarto.
Lance se dio vuelta y lo miró. —Ésta es nuestra casa, Adam, no
nos ocultaremos en “nuestro hogar”.
Adam avanzó hacia él y lo besó —¿Me llevas a la cama?
Lance sonrió, se movió y le mordió el lóbulo de la oreja para luego
girarlo y tomarlo de atrás. Volvió a tomar el lóbulo y esta vez para
chuparlo con suavidad. —¿Crees que pueda amarte? —le preguntó
ronco. Mientras su cuerpo se pegaba a su espalda, haciéndole sentir la
dureza de su polla.
—Si el aceite de aloe vera ha hecho su trabajo creo que podrás
entretenerte —le dijo avanzando hacia el cuarto de Lance.
Lance soltó su oreja pero no su cuerpo, usó sus tres centímetros
de diferencia y caminó detrás de Adam abrazándolo por la espalda.
Cuando ambos entraron al cuarto, Lance empujó la puerta y la
cerró.Comenzó a desnudar a Adam quien se dio vuelta y fue repitiendo
sus gestos. Cuando Adam bajó los pantalones de cuero de Lance, su

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polla se erguía saludándolo. Adam se arrodilló para meterla en su boca


pero Lance lo detuvo
—No, mi ángel, estoy demasiado necesitado —le dijo levantándolo
y empujándolo hacia la cama, le quitó los pantalones y las botas—
¿Dónde tienes la crema? —preguntó mirando sobre la mesa que estaba
al lado de la enorme cama con dosel. Estiró su brazo y tomó la pequeña
caja de madera. La abrió y metió sus dedos en ella y embadurnó su
polla, luego restregó su dedos.
—Ven aquí ángel —le dijo atrayéndolo hacia el borde de la cama.
Adam levantó sus piernas y las apoyó en la cama abierto, mientras
Lance metía la crema en su roseta—. ¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, sólo no… pares.
Lance lanzó una fuerte carcajada —Parar. Dios estoy tan duro que
de solo pensar en meterme en este precioso culito tuyo me estoy
corriendo, ni al-Mulk entrando por esa puerta me haría detenerme.
Adam sostuvo sus piernas con sus manos para facilitar el trabajo
de Lance. —Dios, ¿puedes apurarte? —le dijo.
Lance volvió a reír —Si amor, me estoy apurando, pero debe ser
perfecto.
—Eres perfecto…
—No, tú eres perfecto y es…to… —dijo introduciendo la cabeza de
su polla en su agujero, moviéndose suavemente empujando, intentando
atravesar el anillo de músculos que sus dedos habían abierto— … es
perfecto —completó cuando pudo encajarse hasta su raíz.
Adam resopló y Lance levantó sus manos y colocó las piernas de
Adam en sus hombros, luego aferró sus caderas y comenzó un ritmo

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intenso. Jadeaba con fuerza mientras Adam gemía. Sus manos se


habían extendido a sus costados y aferrado con fuerza las mantas.
Lance sonreía.
Sí, era perfecto.

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16
Tres días después Adam estaba regresando del hospital, las clases
con Andreas eran un placer, era un alumno brillante curioso y creativo.
Las cosa parecían marchar sin ningún tipo de problemas, los arreglos del
hospital ya estaban muy avanzados, y la hilera de pacientes crecía día a
día. O habían ido creciendo hasta hacía dos días, les había llamado la
atención que esa misma hilera hubiera mermado a un solo paciente,
pero podía ser que todos estuvieran bien. Habían estado tan ocupados
estudiando pócimas que ni siquiera habían lamentado la falta de
pacientes.
Adam llevaba su infaltable bolsa de hierbas colgada detrás de la
espalda. Había ido caminando hasta el hospital y ahora regresaba,
cuando en medio del camino que solía usar, no el sendero de piedras
sino el que le permitía hacer el recorrido en la mitad del tiempo, le
sorprendió ver a Angus esperándolo sentado en una roca. El hombre lo
vio y se puso de pie.

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—Señor Rutherford —dijo con una voz algo extraña— esta…


estaba esperándolo, un amigo, Elroy Morris se ha caído en la cantera y
necesita su ayuda.
—¿Mi ayuda?¿Por qué no fuiste a buscarme al hospital? ¿Qué
haces aquí? ¿Dónde está el hombre?
—Puess… sígame señor —dijo Angus y giró caminado hacia la zona
de canteras.
La Isla de Brac tenía zonas muy marcadas y una de ellas era la
zona en la que abundaba la roca blanca, de allí no sólo se sacaba para
comerciar también se había usado para la construcción de las viviendas
de Brac, como la casa central de Nicholas, Lance y William.
La zona era casi blanca, sin nada de verde y escasísima
vegetación y muchos habían comenzado a buscar por su cuenta algunas
vetas de rocas, cavando. Lo que había terminado por constituirse en una
zona llena de pequeñas cuevas que ya no se usaban porque habían
agotado la piedra.
A Adam le sorprendió saber que Elroy había tenido un accidente
en la zona, cuando ya nadie venía a ella, pero no era un experto en
minas ni nada parecido, así que cuando Angus lo llevó directamente allí
lo siguió.
Angus se daba la vuelta repetidamente hacia atrás, Adam suponía
que sólo observaba si lo seguía, mientras se iba preocupando por no
traer más que algunos libros de su madre y un montón de hierbas en su
pequeño bolso.
Al llegar a la entrada de la cueva, Angus, le dijo
—Pase, pase, está al final.

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Adam se encaminó rápidamente hacia el interior de la oscura


cueva.
Cuando ingresó lo sorprendió la oscuridad y se dio vuelta. Detrás
suyo la luz del sol del atardecer apenas iluminaba la entrada pero fue
suficiente para ver a tres hombres reflejarse en la entrada. Por un
segundo pensó que vendrían a ayudarlo. Miró hacia atrás buscando a
Elroy cuando vio avanzar los hombres hacia él.
—¿Dónde está, Angus? —preguntó dándole la espalda—, busca
algo para iluminar —agregó.
Lo próximo que sintió fue un terrible golpe que lo empujó no sólo
a la negra oscuridad del túnel sino de su conciencia.

—¿No ha llegado todavía? —preguntó Lance asomándose a la


cocina, Mattie giró con unos platos en la mano.
—No señor, no ha llegado.
—Bien. Iré por él. Déjanos todo en la mesa y puedes irte. Ese
hombre se concentra en el trabajo y se olvida del mundo.
—Ya lo sé —dijo Mattie sonriendo.
Lance salió de la amplia casa, cruzó el jardín del impluvium y se
encaminó por el camino del sendero hacia el hospital.
Cuando llegó abrió la puerta y lo llamó

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—¡Adam! ¡Adam!
Andreas se asomó con un libro en la mano, desde la puerta de su
cuarto.
—¿Adam? No está. Se fue hace como tres horas, aún había sol.
—¿Se fue? —repitió Lance intrigado— ¿Puede haber tenido una
emergencia?
—No lo sé, pero si la hubiera habido yo debería haberme enterado
y nadie ha venido por él, de hecho, con la sola excepción de MacInners
nadie ha venido en los últimos dos días.
El tono de voz de Andreas puso sus pelos de punta. Si algo le
había dado su arduo entrenamiento como caballero del Temple era un
sentido especial que le decía cuando algo no funcionaba bien y sabía
que algo no estaba bien.
—¿Dónde puede haber ido? —preguntó Lance moviéndose
mientras pensaba. ¿Dónde? ¿Qué pudo pasar?
—No lo sé señor De Villier, pero puedo preguntar en el poblado si
alguien lo ha llamado.
—Hazlo, y me avisas. Buscaré por el camino.
—El señor Rutherford jamás va por allí.
—Lo sé, pero acabo de venir por el sendero y no hay rastros de él.
Mientras Andreas se dirigía hacia el poblado, Lance se encaminaba
hacia la senda principal. Alguien debió haberlo visto.
Dos horas después, la noche se había acentuado, la oscuridad
impedía ver nada, y la luz de la luna era insuficiente. Andreas había
llegado hasta la casa de Lance y le había informado que nadie lo había
visto.

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—¡Demonios! —gritó Lance y pegó una patada a una silla de


madera que voló por el aire.
Andreas se asustó. En cuanto la silla cayó murmuró algo que no
pudo oír y salió. —Volveré al hospital. Si tengo noticias le aviso señor.
Lance caminó hacia la pared donde había estampado la silla que
quedó inservible y levantó los pedazos de madera quebrados.
Luego de caminar de un lado para el otro, buscó donde sentarse, a
su lado un infaltable libro de Adam parecía esperar como él. Lance tomó
el libro y lo abrazó
—Adam ¿dónde estás?
Ni siquiera había salido el sol, cuando Lance había salido a
buscarlo de nuevo. Había dado vuelta a toda la isla, y no había rastros
de él, uno de sus hombres sugirió que tal vez podría haber caído al mar,
o golpeado con una roca. Lance, había puesto a todos sus empleados a
buscarlo. Y nadie había encontrado nada.

Después de dos días de búsqueda, Andreas era testigo de que el


humor de Lance no existía. No había hombre o mujer que no hubiera
sentido su furia. Se había armado, lo que jamás había hecho en la isla y
había revisado casa por casa toda la isla. Ni siquiera pedía permiso para
entrar, simplemente pateaba la puerta y revisaba todo. Y no encontró

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nada, durante dos días sólo halló el vacío. No estaba dispuesto a aceptar
que Adam podía haber caído al mar, eso era imposible, era un hombre
fuerte, atlético. Si así hubiera ocurrido, el mar ya lo habría devuelto.
Pero no había dejado piedra sin levantar.
Andreas estaba agotado, la mujer de Ciril Jameson, que sufría
intensos dolores de huesos, le había pedido unos yuyos y debía
llevárselo. Hubiera preferido acostarse un rato, el día había sido
particularmente largo. Si no lo hacía ahora, sabía que mañana no
podría. Lance había decidido fondear la costa. Y le había pedido ayuda.
¿Cómo negársela? Adam era el único amigo que tenía.
Llegar a casa de los Jameson no era fácil, la habían construido en
el poblado, pero en la zona más alejada al mar, hacia el interior de la
isla. Oscuro como estaba Andreas era casi una sombra caminando por el
poblado. Cuando llegó a casa de Jamesón respiró, al menos con esto
completaría la noche. Estaba a punto de golpear cuando detuvo su
mano al escuchar las voces de adentro.
—¿Qué? ¿Están locos? —Gritaba Ciril evidentemente enojado con
alguien.
Andreas se detuvo, quizás no era buen momento llegar en medio
de una pelea familiar. Estaba por regresarse cuando lo que oyó lo
detuvo en seco.
—¿Loco? ¿Qué harías si el demonio te atacara a ti?
—¿El demonio? Por Dios sólo son amantes.
—Son antinaturales, hicimos lo correcto.
Andreas reconoció la voz, Freemon Jameson, el hermano menor
de Ciril.

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—¿Hicimos? Dejaste que Angus te mandara ¿no? ¿Sabes qué


pasará cuando el señor De Villier se entere? Nos echará de Brac.
¡Estúpido imbécil, nos echará! ¡Lárgate de mi casa! ¡Lárgate!
Andreas alcanzó a esconderse buscando mantenerse en las
sombras. En cuanto Jameson salió de la casa de Ciril, Andreas se dirigió
corriendo a casa de Lance.
Cuando llegó no tenía aire, golpeó llamando
—¡Señor De Villier! ¡Señor De vilier! —gritaba mientras golpeaba
frenéticamente la puerta.
Un segundo después Lance apareció. Se lo veía sucio, barbudo y
con enormes ojeras, desde que Adam había desaparecido no había
dormido nada.
—¿Qué demonios te pasa Andreas?
—Creo… creo que sé quién puede saber algo…
—¿De Adam?
—¡Sí! —Andreas estaba casi sin aire, y se sobresaltó cuando Lance
lo tomó de los brazos y directamente lo alzó en el aire. Uno de sus
hombres estaba parado detrás de Lance lo miró y le dijo:
—Trae agua. —Miró a Andreas y le pidió— Respira hondo Andreas
y dime qué sabes
—Llevé unos medicamentos a Prudence Jameson, sufe dolores de
huesos y…
—¿Y? —el hombre de Lance apareció con el vaso con agua y Lance
se lo quitó de la mano y se lo pasó.
Andreas lo tomó. Bebió un trago y miró a Lance. Parecía tan tenso
como un arco. —Ciril y Freemon estaban discutiendo. —Andreas miró de

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reojo al hombre detrás de Lance, estaba parado mirándolos—. Hablaban


del demonio y de… amantes y an… antinaturales… qué habían hecho
algo con el demonio… yo creo que…
Lance sin siquiera darse la vuelta ordenó: —Trae mi espada.
El hombre giró y Lance miró los azules ojos de Andreas. —¿Qué le
hicieron? —Tenía los puños apretados tanto que se habían puesto
blancos.
—No lo sé… sólo escuché eso y creo que… que hablaban del señor
Rutherford.
El sonido detrás suyo indicó que el hombre ya regresaba con su
espada. Lance no había vuelto a usar su uniforme de templario desde
que había sido capturado y herido, la espada era la única cosa que
conservaba, larga, pesada y del mejor hierro de Inglaterra. Miró a
Andreas y salió gritándo:
—¡Irvon, Irvon, mi caballo!
Los grandes pasos de Lance lo llevaron hacia las caballerizas, allí
sólo había un puñado de caballos. Irvon no se veía por ningún lado, y
Lance ni lo esperó. Tomó las riendas, las pasó por el bozal de Alikan y
montó a pelo. El enorme semental corcoveó pero aún sin montura,
Lance lo manejó.
Andreas lo vio salir al galope tendido. Se alegraba de no ser uno
de los Jameson.
Andreas salió corriendo detrás de él mientras veía que dos de sus
hombres preparaban los aperos para montar y seguirlo. Cuando llegó a
la casa de Freemond Jameson, todo era gritos y llantos, la mujer de
Freemond pedía a Lance arrodillada a sus pies.

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—No, mi señor, por favor, él no hizo nada —decía la mujer.


El poderoso cuerpo de Lance había tomado a Freemond del cuello
y su mano lo sostenía en el aire, colgado, mientras las piernas de
Freemon se movían buscando un apoyo. Su rostro tenía sangre saliendo
de su nariz y de su boca y se veía amoratado debido a la falta de aire…
Andreas supo que si no lo soltaba lo mataría.
—¡De Villier —le gritó a su lado— si muere no le servirá de nada.
Por un segundo pareció que Lance no lo había escuchado pero
luego lo bajó hasta el suelo.
Sin una gota de emoción, ni de enojo, ni desesperación, nada. Con
absoluta frialdad. Como si expusiera una decisión ya tomada, y
fríamente calculada, sosteniendo a Freemon con una sola mano, sacó su
espada y la apuntó a su garganta.
—O me dices dónde está Adam o mueres.
Todos en el cuarto sintieron la verdad de sus palabras.
—Oh, por Dios —gimió la mujer de Ciril— ¡Díselo, díselo! —agregó
llorando ya sin consuelo.
Freemond había puesto sus dos manos en su garganta, casi no
podía hablar y su voz fue un áspero graznido. —Cue…vas, cuevas…
Angus… él… hizo…
—¿Cuevas? ¿Metieron a Adam a una cueva, Angus Mclough?
—Sí…
—¿Dónde? —Tronó la voz de Lance. Parecía que un volcán había
explotado dentro suyo— ¿DÓNDE?
—Canter… cantera —dijo Freemond.

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Lance soltó a Freemond que se derramó en el suelo mientras la


mujer lloraba a gritos en brazos de su esposo.
Lance miró a los dos hombres detrás suyo y les dijo:
—Enciérrenlo. Andreas, busca ayuda, necesito que vayas a las
canteras. Iré por Angus.
Andreas solo alcanzó a afirmar con su cabeza y dio media vuelta.
Lance salió detrás suyo y montó.
La cabeza de Lance, explotaba. Antinaturales, demonios, cuevas,
todo se amontonaba en su cabeza para dejarlo sin aliento. Si perdía a
Adam… si lo perdía… Angus moriría, morirían todos los que hubieran
intervenido. Si habían… Oh Dios, luché en tu nombre tanto tiempo, no
me quites lo único que tengo. No me dejes sin Adam elevó la silenciosa
plegaria mientras su caballo recorría veloz la corta distancia que lo
separaba de la casa de Angus.

Angus Mclough junto con Guy, Harry y Elroy habían estado


participando en la búsqueda de Adam. Les habían dicho a todos incluso
a Lance que habían estado en la cantera. Sí, habían estado pero no
buscando sino cerciorándose de que allí se quedara, trabajando para
cerrar la cueva en que habían dejado a Rutherford. Después de que le
clavó el cuchillo en la espalda ya no se movió más.
—Oh, Dios Santo —había gritado Elroy— lo has matado.

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El cuerpo de Adam permanecía quieto exánime. Angus se había


acercado y lo había pateado con fuerza en el estómago. Ni siquiera se
había movido.
—Sí, creo que si…
Había intentado una vez más ver si estaba vivo y lo tocó con el
pie, esta vez no hubo golpe, pero lo empujó varias veces y el cuerpo
siguió sin moverse
—Hemos vencido al demonio —agregó Angus. Sus manos
sudaban.
—Oh, Dios —Elroy se había tomado de la cabeza—, ¿qué hiciste
Angus, qué hiciste?
—Hice lo que teníamos que hacer.
—Habíamos planeado otra cosa, ¡Otra cosa! —gritó Elroy
—¡Maldita sea! —explotó Muller, lo íbamos a dejar encerrado…
¡En-ce-rra-do! ¿Qué crees que le pasaría encerrado? Nos hemos
ahorrado tiempo. Eso es todo… eso es todo…
—Oh, Dios, Oh Dios, si de Villier se entera… si se entera… —decía
Guy mientras se movía de un lado al otro mirando alternativamente el
cuerpo de Adam y a Angus
Angus estiró su mano y lo golpeó, en la cara, el sonido cortó el
aire. Guy simplemente se calló y se arrimó a la oscura pared de la
cueva.
—Él va a enterarse, Mclough, lo sabrá y nos matará.
—¡No lo sabrá! No se enterará. Los únicos que lo sabemos somos
nosotros, y nadie dirá nada. Nunca lo vimos, no tenemos motivo para
matarlo. Nadie lo sabrá. Ahora debemos irnos.

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—¿Qué… qué hacemos con…? —Elroy miró el cuerpo de Adam


yaciendo en el suelo.
—Nada. Nunca lo vimos. Lo dejaremos aquí. Si tenemos suerte
algún animal se lo comerá… —Angus miró a todos— Nadie ha visto
NADA. ¿Está claro? —Cuando nadie contestó repitió más alto— ¿¡Está
claro!?
Los cuatro hombres cabecearon.
—No nos deben ver juntos —dijo Guy.
—No, cada uno se irá por un lugar diferente.
Angus había pensado que nunca volvería a la cueva, pero cuando
todos en la maldita isla se movilizaron buscando al demonio, supo que si
no se unían a ella, despertarían sospechas, así que se acercó a Lance y
se ofreció a buscar en la cantera. De Villier le dio las gracias. Luego los
buscó. No habían querido acompañarlo pero los había convencido.
Debían tapar la cueva. Así, si alguien más buscaba allí no hallarían
nada. Eso habían hecho.
Cuando volvieron venían agotados, sucios y preocupados. De
Villiers no preguntó nada, Angus se había adelantado.
—No encontramos nada señor. Lo… siento.
—Gracias —le había respondido.
Angus y los hombres respiraron. Habían tapado la cueva y nadie
imaginaría siquiera que por allí hubiera alguna cueva. Habían hecho un
excelente trabajo, la habían cubierto la entrada con piedras y algunas
ramas, si no supieras que allí había una entrada jamás la verías o
sospecharías de ella… Todo había salido perfecto. El demonio antinatural
había sido vencido.

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Angus miró el caballo del señor De Villier que echaba polvo y


cuando lo vio saltar del caballo y lanzarse sobre él supo que lo habían
descubierto.
Angus atinó a tomar su espada y esperarlo. Lance simplemente lo
miró y le dijo:
—¿Acaso crees maldito que tienes alguna oportunidad de
ganarme? —Su voz era fría.
Angus levantó su espada y un simple y sencillo movimiento de
Lance con la muñeca, elevó la espada en un choque metálico, y Angus la
vio volar delante suyo.
—¿Dónde dejaste a Adam?
—Yo… yo no sé de qué hablas…
Lance simplemente movió su mano con suavidad y Angus pudo
sentir en su rostro deslizarse algo frio. Levantó su mano y tocó su
mejilla. Luego miró sus dedos y vio en ellos sangre. Lance lo había
herido. El miedo corrió por su espalda.

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—Vas a morir Mcloguh, dime dónde está Adam o mueres.


Angus supo que así sería. Lo sintió en sus huesos, por eso cayó
arrodillado frente a De Villier. Alguna gente se había ido reuniendo.
Angus los miró y pidió ayuda.
—No puedes matarme, estoy desarmado. No puedes asesinarme.
—No te daré más tiempo Mclough, dime dónde está Adam
—¡Está muerto! —gritó—, el maldito demonio, el antinatural está
muerto. ¡Yo los ví, yo los vi, en el estanque, a los dos montándose como
animales, los vi fornicando ¡cómo animales! —gritó para dar el énfasis
al horror visto— ¡Rutherford es un animal, un hijo del demonio, un
corruptor! Recibió el castigo divino, eso recibió, el castigo de Dios.
Asqueroso animal.
Lance balanceó su espada y antes que dolor Angus sintió como si
algo muy, muy frió le hubiera tocado la oreja. Llevó su mano hacia ella
y un baño de sangre como una explosión salió de ella y bañó su mano y
su antebrazo. Angus comprendió que Lance le había rebanado una
oreja. Lo miró horrorizado sin creerlo.
—¿Dónde está?
Angus lloraba sin control, se podía ver como había perdido el
control de sus esfínteres mientras se tapaba la cabeza con sus manos y
decía:
—En la cueva de la cantera. Murió, murió —gritó entre sollozos—,
el maldito murió. Jamás lo verás, ¡¡¡¡jamás!!!
Lance sabía que si se quedaba dos minutos más lo mataría, dio la
media vuelta. Ni siquiera se había dado cuenta que había tanta gente
detrás suyo. Comenzó a caminar hacia su caballo. Debía buscarlo en las

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cuevas de la cantera. Alli está, y no, no… Adam no está muerto. ¡No lo
está!
Un murmullo generalizado de la gente frente a él le indicó que
algo pasaba a su espalda, se dio vuelta con la espada en la mano, no
solo paró el golpe de Angus sino que el fuerte movimiento de su mano
introdujo su espada en el cuerpo del hombre y como un acto reflejo la
movió hacia arriba. El fino acero cortó la carne como si fuera un delgado
hilo. Angus cayó hacia un costado.
La gente se había quedado en silencio.
Lance quitó su espada del cuerpo de Angus y siguió su camino sin
mirar hacia atrás. Sólo podía pensar en Adam necesitándolo, encerrado
en alguna mina. Sólo en eso.

Al llegar a la cantera Andreas ya estaba allí. Se paró sobre una


piedra y gritó a todos los hombres que Andreas había reunido.
—Adam está en una cueva. No sé en cual, debemos buscarlo.
Haremos un radio, cada uno a la altura de un brazo del otro y
avanzaremos peinando la zona. No debe quedar ni un centímetro de
tierra sin mirar. El que primero encuentra algo que silbe. ¡Ahora! —
gritó.

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Y nadie se movió. Todos se quedaron parados mirándolo sin


moverse ni un centímetro
—¿Qué les pasa? ¡Dije Ahora!! —gritó Lance. El sonido del viento
fue la única respuesta.
Andreas lo miró y le dijo:
—Sr. De Villier. Miré a su alrededor. No se ve nada, es de noche,
es imposible buscarlo por las colinas y rocas, sería un suicidio buscarlo
ahora. Tendremos que esperar la luz.
Lance se agarró la cabeza. Ni siquiera se había dado cuenta que
ya era noche cerrada. Quería encontrar a Adam ya, ahora mismo. Y
darse cuenta que no era posible lo llenó de desazón. Miró a Andreas y
afirmó con su cabeza. Pedo oírse en el aire un suspiro colectivo.
—Váyanse —ordenó Lance—, mañana a primera hora los quiero
aquí.
Todos empezaron a moverse.
—¿Necesita algo?
Lance sonrió Sí, a Adam. —No, Andreas, no ahora. ¡Thomas¡
Awstin! —gritó.
—Aquí estoy señor —contestó uno de los hombres que lo habían
acompañado desde Antioquía.
—Ocúpate de Jameson y búscame a quienes lo ayudaron. Si los
encuentras. ¡Tráemelos!
Solo Andreas quedó parado entre las rocas.
— Dijo que había muerto, pero está vivo. Sé que está vivo.
—Sí señor. Lo está. ¿Irá a la casa?
—No, esperaré aquí.

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Andreas sólo cabeceó y se unió a la gente que bajaba hacia el


poblado. Todos comentaban lo sucedido.
Andreas llegó a la casa de Lance y Mattie estaba en la puerta.
Había aferrado su delantal y se notaba que había llorado.
—¿Lo encontró? —preguntó.
—No, aún no. Pero lo hará. Puede buscarle algo de abrigo. No creo
que logre traerlo de la cantera.
La mujer con los ojos llenos de lágrimas entró a la casona.
Andreas se sentó, estaba agotado. ¿Estará muerto? Esperaba que
no. Adam Rutherford era un buen hombre y un mejor amigo. Y si era
cierto que ya no vivía, Andreas sabía que Jameson y Mclough no se
llevarían a uno solo, Lance lo acompañaría. Sus ojos se llenaron de
lágrimas. Había pasado toda su vida solo, y ver a Adam y Lance
compartir su amor lo había herido. Jamás tendría lo que ellos habían
encontrado. El amor verdadero y sincero que se tenían. No habría para
él un Adam o un Lance. No podía aceptar que Mclough hubiera dicho
que lo habían matado porque era antinatural; en la patria de su madre,
el amor entre compañeros era común. Había sido testigo de ello hasta
que a los siete años lo sacaron de allí. ¿Por qué para los occidentales el
amor entre un mismo sexo era malo? No podía entenderlo. ¿Acaso no
era amor?
Un leve carraspeo lo sacó de sus pensamientos. Mattie no sólo
había traído abrigo para el señor De Villier sino también para él. Cuando
se la pasó, Andreas la miró extrañado
—Es para ti, Andreas, sé que te quedará grande, pero imagino que
no lo dejarás solo esta noche.

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—Gracias, señora Mattie. No, me quedaré con él.


Andreas salió y se dirigió hacia donde estaba Lance.
Lance estaba haciendo una fogata cuando lo vio llegar cargado de
abrigos. —¿Qué haces acá? —preguntó.
—Sólo le haré compañía. Adam es mi maestro y mi… amigo.
—Si… lo eres. Adam te aprecia. —Lance tomó las ropas y se las
puso. Luego se sentó cerca del fuego. Andreas lo imitó. Se instaló entre
ellos un hondo silencio solo cortado por las pequeñas chispas de la
fogata que Lance alimentaba tirando pequeños palitos y ramas que
había acumulado a su lado.
—Amo a ese hombre como jamás pensé que se podría amar a
alguien —confesó sencillamente—, y ni siquiera puedo aceptar el…
perderlo
—Lo sé. Y sé que Adam siente lo mismo.
—¿Lo sabes? —preguntó con tristeza mezclada con orgullo.
—Si —Andreas sonrió— no hay que ser muy inteligente para
saberlo, sólo habla de usted.
—¿Habla de mi? Imagino que cuando deja de hablar de hierbas y
agujas y esas cosas que hace—. Por un segundo su comentario lo hizo
sonreír. Podía recordar con tanta claridad a Adam perdido entre sus
hierbas y agujas.
—Sí. Habla de usted… ¿Señor de Villier… —dudaba en preguntar
pero necesitaba entender—, por qué cree que hicieron esto?
Lance lo miró. —No lo sé. No lo sé. ¿Qué puede importarles a
quien amo?

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—Tal vez porque usted es un cruzado… pero eso lo hace un


soldado de Cristo, ellos deberían haber pensado en eso… no lo entiendo.
—Ni yo. He luchado toda mi vida… y jamás he odiado a nadie.
Pero ahora… de sólo pensar que Adam… mataré a quienes le han hecho
daño. Eso puedo jurártelo. Siento que el odio me consume, me está
quemando y de sólo pensar que le han hecho algo… si hasta me
arrepiento de haber abierto Brac a tanta gente.
—No, mi señor, no haga eso. Si no lo hubiera hecho jamás lo
hubiera conocido o amado… ¿verdad?
—Eres un jovencito muy inteligente Andreas. ¿Cómo llegaste a
Brac?
—Escapando. Ayudé a uno de sus hombres en Atenas y él me dijo
que venía a Brac y que podría tener un lugar, un hogar… trabajo.
—Sí, un hogar, eso me pidió Adam, un hogar. Quería ver crecer la
vida y morir de…
—Tengamos fe. Esperemos. Adam es un hombre demasiado bueno
como para que la maldad acabe con él.
—Él está bien Andreas, está bien en algún lugar cerca está bien.

Sí, Adam estaba bien, encerrado en un lugar oscuro pero bien. La


cueva tenía aire, estaba herido en la espalda pero evidentemente los

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libros de su madre habían encontrado el cuchillo que le habían clavado


en la espalda. Aún se estaba preguntando por qué, y qué demoraba a
Lance. Él lo encontraría. Había perdido el sentido del tiempo. Sabía que
se estaba deshidratando, sus labios parecían haberse tragado el desierto
de Siria pero aún estaba vivo.
Lance mi amor, ven por mí.
No podría acabar allí, en una mísera cueva, tenía mucho que dar y
mucho que vivir, quería morirse de viejo junto Lance. Lo amaba tanto
que le dolía más saber que podría quedarse en esta cueva para siempre
y jamás sabría qué le pasó.
Tal vez podría imaginar que lo dejó, que dejó la isla y se fue. Pero
eso era imposible le había demostrado que lo amaba. Jamás lo creería.
Él lo encontraría. Sólo tenía que resistir.
Lance, apúrate.

Aún no había salido el sol, y todos en Brac habían llegado.


Hombres, mujeres y niños. Cuando aparecieron uno detrás de los otros,
los ojos de Lance se llenaron de lágrimas.
Vamos por ti amor, vamos por ti, todos.
A medida que iban llegando comenzaron a ubicarse en una larga,
muy larga hilera humana esperando la orden de Lance.

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Lance miró a Andreas e hizo una seña, levantando la mano, la


bajó y comenzaron a avanzar.
En algún lado, en alguna cueva, Adam lo estaba esperando.

El silbido lo golpeó. Todos se quedaron quietos, nadie se movió.


Lance avanzó y se dirigió hacia dónde había llegado el sonido. Uno de
los hombres se acercó corriendo hacia Lance.
—Señor, encontramos algo. ¡Venga!
Lance lo siguió corriendo, unos cien metros más adelante tres
hombres estaban sacando rocas de una pequeña loma.
—¿Qué hacen?
—Señor, mi hijo me dijo que ahí había una cueva, pero no estaba
tapada, pensamos que podría…
Sí, sí, espera mi amor, espera, vamos por ti.
Se acercó a la entrada y comenzó a sacar rocas. Ni siquiera se
había dado cuenta que casi no respiraba. Les llevó diez minutos mover
las rocas pero lo lograron. Apenas pudo abrirse un hueco Andreas se
acercó a Lance.
—Lance, soy pequeño puedo entrar, puedo ver si está ahí.
—No… yo
—Es demasiado grande para entrar, pero yo puedo. ¡Por favor!

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Lance se rindió a la evidencia —¡Entra!


Andreas comenzó a meterse. El hueco era pequeño pero pudo
ingresar.
Mientras los hombres seguían ayudando a quitar las piedras,
Lance no respiraba se había quedado parado mirando por el agujero.
Desde adentró escuchó
—¡¡Está aquí… VIVO!!
Lance respiró y se abocó frenéticamente a sacar las piedras.
—¡Agua, denme agua! —gritó Andreas, alguien pasó una bota de
cuero con agua hacia Lance y Lance la pasó por el hueco.
—¡Vamos, vamos, vamos! —incitaba a los hombres a sacar las
piedras, cuando el hueco aún no lo dejaba entrar libremente, comenzó a
cruzar. Los hombres siguieron trabajando y Lance pasó apretadamente.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la poca luz que entraba vio a
Adam recostado sobre una piedra, Andreas le estaba dando agua.
Adam lo miró y le sonrió.
Lance avanzó hacia él y se arrodilló delante suyo y buscó sus ojos.
—Tardaste —le dijo Adam.
Lance simplemente buscó sus labios y dejó en ellos un beso.
Detrás suyo los hombres abrían por completo la entrada.
Andreas le dio la bota con agua y salió. Lance lo sintió gritar por
una camilla.
—Dios, ángel. Crei… crei… —dijo Lance.
—Estoy bien. Ya estoy bien.
—No voy a alejarte de mi vista nunca más. Nunca más.
—Llévame a casa, amor. Llévame a casa.

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—¿Puedo alzarte?
—Sí, cuida mi espalda, alguien clavó un cuchillo en ella…
Lance se puso de pie y lo alzó. Con él en brazos salió de la cueva.
La luz del sol lastimó los ojos de Adam, Andreas se quitó la camisola que
llevaba y le dijo a Lance —Tápelo. El sol lo está lastimando. Hemos
traído una camilla.
Lance cubrió los ojos de Adam. Podía sentir los brazos de Adam
rodeándolo sin fuerzas.
—Andreas —dijo y miró al joven,
—Estará bien —dijo con una sonrisa.
Lance lo puso con extremo cuidado en la improvisada camilla y sin
soltar su mano caminó a su lado hasta la casona.

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EPÍLOGO
—¡Adam! ¡Adam!
—Llegó la mamá gallina —dijo Adam a Andreas mientras
terminaba de curar una rodilla lastimada.
—Estamos aquí, ya voy. Listo jovencito, cuidado con las olas. —
Adam puso de pie al niño que curaba y miró a su madre con una
sonrisa.
Habían pasado más de dos meses, y Lance había mantenido su
promesa. Lo dejaba en el hospital y lo iba a buscar y a pesar de que
Adam había insistido y vuelto a insistir sobre que ya no había peligro no
hubo forma de que Lance lo dejara moverse solo. Adam estaba
convenciéndose que sería imposible.
Andreas terminó de guardar las agujas y estaba por salir cuando
entró Lance.
—Buenas —dijo y se acercó con una sonrisa a Adam y lo besó en
la boca. Como siempre el beso fue largo. Cuando lo soltó podía ver la
espalda de Andreas que siempre salía apenas lo veía. A pesar de
haberse pasado la noche en vela mientras buscaban a Adam no parecía
haber dejado de tenerle miedo.
—¡Andreas! —le llamó— llegó una carta para ti.
Andreas regresó y lo miró extrañado —¿Una carta? ¿Para mi?
—Eso dice: Andreas Kallymas —le dijo y le extendió el papel.
—Gra… gracias —dijo y salió.

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Lance se dio vuelta y apretó a Adam contra sí. Moviéndose


provocativamente restregando su polla contra la de Adam.
—¡Dios! ¿Es que no te cansas?
—No. Eres mío. Mi amor, mi amante, todo mío. ¿Por qué debería
cansarme? Amo tocarte —dijo y puso una mano ahuecando su polla
que ya estiraba sus pantalones mientras su boca buscaba nuevamente
sus labios. —¿Nos vamos?
—¿Estás apurado?
—Sí, tengo un obsequio esperándome.
Adam sonrió. Esa mañana le había regalado una botella de esencia
de jazmines. Y le había prometido que lo bañaría y se la pondría.
—Quiero olerte a jazmines —le había dicho Lance.
Y Adam había sonreído. —¿Por qué debo ser yo quien huela a
jazmines? ¿Acaso soy una doncella?
—No, eres mi hombre, y quiero olerte a jazmines. Tú me afeitas y
yo te perfumo, creo que es un intercambio justo. Además, esa esencia
dejará tu piel tan suave como la de un bebé. Mi bebé. Tengo planes —le
dijo Lance.
—Planes —dijo Adam comenzando a caminar para salir del
hospital. Afuera estaba Alikan. Lance montó y subió a Adam adelante.
Los viajes se habían llenado de rituales, apenas subía al caballo, Lance
quitaba la camisola de Adam de sus pantalones y la dejaba suelta, era
perfecta para ir masturbándolo durante todo el camino. Sus dos manos
cubrían su polla aferrándola con fuerza y moviéndose sobre ella
friccionando, llevándolo a la locura. Cuando llegaban a la casona Adam
podía haber tenido uno o dos orgasmos.

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Siempre era Lance el que bajaba primero, sabía que Adam no se


sostendría muy bien. Así que su enorme cuerpo lo sostenía mientras
ambos sonreían felices.
El asunto de intento de asesinato había terminado con la expulsión
de Elroy, Freemond, Gay y Harry. Lance había sido inflexible cuando los
subió a su barco y hablado para todos:
—Adam es la persona más importante en mi vida, la única. No voy
a permitir que nadie le haga daño, porque el que lo haga morirá. Si no
pueden aceptar con quien vivo y como vivo el barco está listo para
hacerse a la mar, sólo deben subir. Pero quien se quede respetará a
Adam como si fuera yo mismo, o William o Nicholas.

Ese día dos familias habían subido.

Adam había mirado a Lance, tan fuerte y decidido, buscado sus


verdes ojos y desde donde estaba le había susurrado: te amo
Sí lo amaba, más que a su propia vida, y era correspondido.
Al llegar a la casa, Mattie les dejaba todo listo, la mesa preparada
y la cena sobre la mesa, algunas noches se levantaban a media noche a
comer.
—¿Estás bien? —prguntó Lance—, ¿quieres que te lleve adentró?
Tus piernas no se sienten muy firmes.
—Bastardo arrogante, te encanta verme así ¿verdad?
—Sí —dijo Lance con una sonrisa— pero más me gusta verte
desnudo en nuestra cama mientras me tienes muy muy adentro, y
apenas puedes respirar.

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—Hablas demasiado De Villier —Adam levantó su cabeza y buscó


su boca, lo besó largamente y luego lo soltó—, veamos ese regalo pero
primero…
Lance río —Primero un baño, señor Rey de la Limpieza, lo sé.
Ambos entraron abrazados, ni siquiera les importó que dos de sus
empleados los miraran y sonrieran.
Sí, las cosas habían cambiado definitivamente en Brac.
Afortunadamente.

Muy lejos de allí, Paul Robinette preparaba un plan que los


afectaría profundamente.
Algunas cosas cambiarían en Antioquía.

FIN

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