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Edición @2009
Derechos ebooks Castalia Cabott
Reservados para Editora Digital
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Dedicatoria
Para Marisa. Una querida amiga
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Lance De Villiers, tercer hijo del duque Archibal James De Villiers
Layton, miraba con absoluta concentración la práctica de sus hombres.
Con simples calzas y sin camisas manipulaban las largas espadas en
simulacros de ataques.
Como norma, las prácticas de ataque y defensa se hacían tres
veces por semana. Duras e intensas, eran tomadas con seriedad y
responsabilidad. Ninguno de ellos se quejaba pues esas mismas
prácticas habían salvado sus vidas más de una vez.
Su escuadra era una de las más prestigiosas y Lance sabía que
sólo se debía a la estricta disciplina que imponía. A Lance le importaba
muy poco el prestigio, sus hombres eran los únicos amigos que tenía. Y
sabía que el duro esfuerzo era la diferencia entre la vida y muerte. Y los
quería vivos por eso no dejaba pasar ni un sólo fallo. Quien no asistía a
las prácticas era severamente sancionado. No pasaba casi nunca, pero
había pasado y había costado una vida.
—¡Levanta el brazo Guy! ¡Levántalo maldita sea! —Gritó.
Guy Manchester cayó pesadamente al suelo mientras un hilo de
sangre corría por costado derecho.
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La Isla de Brac, si existe. Es una hermosísima isla que algún día me gustaría conocer. Pertenece a Dalmacia
y se caracteriza por sus sembradíos llenos de olivares y sus canteras de piedra blanca, tan famosa que la
Casa Blanca de E.U. se construyó con piedra extraída de esas canteras. Mis chicos harán su vida en ella.
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esa absurda idea de la Isla de Brac. ¿Una isla para cultivar? ¿Un
guerrero agricultor? Si no fuera por lo absurdo y por que conocía a De
Villier diría que estaba loco. Pero tenía cosas más importantes de qué
ocuparse que el estilo de vida de De Villier. Raimundo de Tolosa unido a
Fakhr al-Mulk podría acabar con sus propios sueños.
Y no cedería Antioquía a nadie.
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Lance estaba rodeado, dos de sus hombres habían fallecido y la
misión no sería completada si no podía llegar con la información pedida.
Los mercenarios turcos de Raimundo los habían encontrado. Lo
que sería una sencilla misión de espionaje había terminado con dos de
sus hombres muertos. Lo peor era saber que el culpable no sería
castigado. Paul Robinette, uno de sus propios hombres, alguien de su
escuadra, había decidido que ya era tiempo de tener algo más que un
camastro y un sueño colectivo. Los había vendido, el maldito los había
vendido.
Cuando los cinco hombres se abalanzaron sobre él supo que ya no
saldría de ésta con vida. Pero no se iría solo, antes se llevaría a unos
cuantos turcos consigo.
Firmemente parado sobre sus piernas abiertas, usaba la enorme
espada con las dos manos, haciendo círculos. El sonido de la espada
blandiendo el viento era la única voz que se escuchaba. Un solo hombre
contra cinco experimentados guerreros no duraría mucho. Cuando uno
de ellos logró cortar el movimiento de aspa de su espada, otro bajó su
cuerpo y clavó su cimitarra hiriendo su pierna justo por debajo de la
rodilla. El dolor lacerante lo llevó a suelo. Otra espada se clavó en su
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recibirlo. Casi sin aire miró al hombre moreno frente a él: Nicholas
SanPietro.
—De… bes... debes… impedir… lo… debes hacerlo —dijo mientras
extendía sus manos para sacarlo de allí y llevarlo hacia la carpa del
hospital.
—¡Espera! ¿Qué pasa? —dijo Nicholas sin moverse un ápice de
donde estaba manteniendo la espada lista para usarla. Algunos otros
caballeros templarios lo miraban sorprendidos. Uno de ellos agregó:
—Es Rutherford, un hospitalario.
Sólo había hecho falta el nombre, por sus ropas negras y la cruz
de Malta en rojo, Nicholas sabía que el hombre que tenía frente a sí era
un hospitalario.
—¿Qué pasa? —le preguntó, mientras accedía a ser tomado y
sacado rápidamente de la carpa. Detrás de ellos, los siguieron parte de
los caballeros que estaban dentro de la tienda
—De Villier… —mencionó Adam casi llevándolo hacia el hospital al
trote—, hallaron a De Villier… está herido… quieren… quieren cortarle
una pierna.
Nicholas se quedó inmóvil. —¿¿¿¡Qué!?? ¿Lance está vivo?
Adam no lo dejó pararse, volvió a tomarlo de las mangas largas de
su camisa y lo tironeó. Esta vez Nicholas no lo detuvo, se dejó llevar y
corrió junto a él.
Cuando entró al hospital, Lance estaba en una mesa de madera, a
su lado Jacob y James lo estaban atando. El primer paso para amputar
un miembro.
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con sus manos con fiereza, y el cuerpo comenzó a aparecer. ¡De Villier!
El cuerpo de De Villier. Tirado boca arriba alguien había apilado arena
sobre su cuerpo, Horace sacudió la arena de su pecho y luego cuando
llegó a su rostro comenzó a correr la arena con desesperación, hasta
verlo despejado. Al parecer cuando lo tiraron no se dieron cuenta que la
túnica que vestía quedaba sobre su cara. Cuando tocó su yugular
Horace se dio cuenta que aún vivía. ¡Maldito afortunado, aún vivía!
Logró limpiar su cuerpo de la arena; no se lo veía bien. Hinchado, con
sangre seca era evidente que había sido dado por muerto, lo habían mal
tapado y dejado abandonado. No sabía cuánto tiempo atrás, pero por la
presencia de las aves en el lugar no más de 12 horas, ese era el tiempo
en que las aves debían haber demorado en detectarlo.
Horace conocía a De Villier, todos lo hacían. Sabía que si estaba
vivo era porque el desgraciado era fuerte como un toro. Pero no duraría
mucho si seguía sin hacer nada y sólo mirándolo. Tenía que trasladarlo
al hospital. Quizás podrían salvarle la vida.
Unas millas más abajo había visto un árbol seco, podría servirle
como camilla improvisada. Así que acomodó a De Villier poniendo tierra
bajo su cabeza y le dijo sabiendo que no lo oía:
—Ya vuelvo.
Cortar las ramas y armar la improvisada camilla le llevó más de
tres horas, bastante después llegó con su carga al campamento del
Príncipe y al hospital.
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Hacía tres días que Adam cuidaba a Lance De Villier. En esos días
y sus noches no se había movido de su lado. Nicholas lo observaba. El
fuerte físico de Adam, alto, de negra y rizada melena que casi tocaba
sus hombros se veía desmejorado. El brillo usual de sus claros ojos
celestes ya no estaba allí. Jacob le había dicho que si no le obligaban a
comer ni siquiera lo recordaba. Nicholas había empezado a sentirse
culpable. Lo había dicho que si Lance moría, lo acompañaría. Ahora,
después de tres días atento a la salud de Lance sabía que el hombre
estaba haciendo más de lo que le era posible.
En esos días había hecho muchas averiguaciones sobre Adam
Rutherford. Había tenido una vida y una educación inusual. Una madre
considerada la mejor curandera de Escocia, además una rica heredera,
un padre irresponsable, mujeriego y alcohólico, que ni bien su mujer
murió decidió que no seguiría pagando los estudios de medicina del
segundo de sus hijos. Había crecido con tutores orientales y árabes.
Según Bertram, eso había comido su cerebro, acupuntura, o la obsesión
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La creencia religiosa: se pensaba que la enfermedad era un castigo de Dios (algo heredado de los
Romanos, quienes atribuían las enfermedades a enojos de los distintos Dioses Olímpicos. La escuela
Hipocrática, o de “los 4 humores”: Los humores, originalmente, no eran emociones sino que eran los fluidos
del cuerpo. Como se creía que cada humor era responsable de otorgarle alguna de las emociones a las
personas. Se entendía, entonces, que el correcto balance de estos “humores” era la llave a la buena salud
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que por menos podría ser condenado por hereje, pero había tenido
suerte. Lance era querido y respetado y el que Nicholas hubiera
autorizado que permaneciera bajo su cuidado y no en las manos de
Bertram, el director de los hospitalarios y médico personal del Príncipe,
había sido decisivo. Mirando dormir a Lance, los dedos de Adam como
en un mandato propio corrieron de su frente su corto flequillo dorado.
Deslizó en una suave caricia sus dedos por su frente. Ya no había fiebre
y el alivio era inmenso. Necesitaba empezar a preparar lo que comería
al despertar. Buscó lápiz y papel y comenzó a anotar.
Cuando Lance abrió sus ojos lo primero que vio fue a un hombre,
sentado cerca de su cama profundamente concentrado en algo que
escribía. Sus ropas le dijeron que al menos estaba en el campamento de
los templarios. Una cruz roja se insinuaba en el pecho de tela negra. De
pronto el hombre levantó su mirada. Tenía ojos celestes, claros pero
intensos. El hombre se puso de pie inmediatamente al verlo
—Señor De Villier. Me alegra verlo despierto —dijo.
Y el eco de la voz del hombre resonó en su mente. Había
escuchado esa voz.
—¿Dónde estoy?
—En su tienda señor. ¿Cómo se siente?
Lance se sentía… dolorido. Su pierna…
—Mi pierna —de pronto recordó como fue herido—. ¿Cómo llegué
aquí?
—Uno de los cazadores lo encontró en el desierto. ¡No!, por favor
no se mueva. Su pierna ha sido muy malherida. No debe moverla aún.
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Al convertirse en Templario eran provistos, también de 2 paños, uno era una servilleta para la mesa y el
otro, en forma de toalla, se usaba para el aseo personal.
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Adam había puesto más almohadas bajo la cabeza de Lance.
Había colocado otras dos en el mismo camastro sosteniendo su pierna, y
no se había alejado más que unos centímetros de él. Mientras Lance
hablaba con el Príncipe y Nicholas, él le había ido dando pequeños
bocados de comida, más el raro jugo. Lance estaba algo sorprendido. Ni
Nicholas ni el Príncipe parecían notar la presencia de Adam. Hablaban
delante del médico como si no existiera.
—¿Estás seguro? —preguntó el Príncipe.
—Lo estoy, no existe un trato entre Raimundo de Tolosa y Fakhr
al-Mulk.
—¿Y dices que Paul Robinette ha sido el responsable? —preguntó
Nicholas sentado justo frente a la cama de Lance. De vez en cuando se
distraía mirando a Adam ir y venir.
—Si —dijo cansado Lance—. No creo que esté muerto como dices,
el maldito me puso en esta cama. Al-Muck es un bastardo muy astuto,
deben haber ideado un buen plan.
—Sí —dijo pensativo Bohemundo— sabe que Raimundo y yo no
somos los mejores amigos.
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sabía quién era, ni qué quería. Cuando llegué a verte… Bertram tenía la
sierra en la mano.
—Pero él es el maestro de los cirujanos, ¿cómo evitaste que me la
cortara?
—¿Yo? No. No fui yo. Adam me rogó que no lo dejara amputarte. Y
creo que si no lo impedía hubiera atacado al Príncipe.
La cara de Lance reflejó su sorpresa —Y aceptaste.
—Sí, te puse en sus manos. Le dije a Adam que si morías, él
moría. Pero tenía razón. Estás bien, tu pierna se sanará. Espero que
jamás te olvides de que se lo debes a Rutherford.
—Y a ti que tomaste la decisión correcta.
—No sabía que lo sería. Sólo pensé en mí. No me gustaría perder
una pierna, y haría cualquier cosa y aceptaría cualquier consejo que me
permitiera salvarla. Eso hice. Creí en Adam. Si lo hubieras visto… estaba
desesperado.
Lance se quedó pensando un momento.
—Y algo más, esta es la primera vez que ha salido de tu tienda
desde que te sacamos del hospital.
Lance miró a su alrededor. Su tienda era grande, pero sobria y
austera. Un camastro, dos cofres con sus pertenencias. Una pequeña
mesa ahora ocupada con potes, hierbas. Otra mesa más con cosas que
parecían de Adam. Y una silla con respaldar que tenía una manta arriba.
—¿Él dormía ahí? —preguntó mirando la silla que antes no estaba
ahí.
—¿Dormir? Jamás lo he visto dormir. Pero imagino que si dormía
algo lo hacía ahí.
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Que suerte tengo de poder contar esto: los caballeros del Temple hacían un voto con sangre, todo
caballero nuevo era presentado por uno viejo, y el voto incluía el mutuo acompañamiento, luchaban juntos
desde que ingresan a la orden hasta que morían por eso la imagen que perdura en el tiempo y que pueden
ver en la portada muestra a dos caballeros montando un caballo (si eso no era gay, ummm estaban muy
cerca). N. A.
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había sido unas dos horas atrás. Debe estar muerto de agotamiento.
Pensó Lance, parecía que el tiempo no se movía. ¿Cuánto puede
demorar curar a alguien?
—James…
—Si señor —dijo el hombre joven que al parecer estaba armando
algunas bolsitas de tela.
—¿Cuánto tiempo puede demorarse uno en curar a un hombre?
—Depende de la herida señor. En su caso, Adam pasó tres días
completos.
—Sin dormir.
—Sin dormir —respondió James.
—Y sin embargo, ¿él es el único que puede curar? Tengo
entendido que la orden de los hospitalarios es casi tan grande como la
del Temple.
—Sí, señor, pero el hecho de que al parecer haya salvado su
pierna lo ha convertido en un hombre muy requerido.
—Entiendo. Pero si no lo dejan dormir, acabarán con el hombre —
dijo más para sí que para James que siguió trabajando sobre la mesita.
Dos horas después Lance ya no daba más
—James, ve por Nicholas SanPietro.
James salió. Unos minutos después regresó con Nicholas detrás.
Antes de siquiera saludarlo, simplemente le dijo:
—Ve a verlo y tráelo. Se estaba durmiendo parado hace horas,
debe estar agotado.
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Cota de malla, la que formaba parte de lo que recibían al ser admitidos: dos calzas, un casco de hierro, un
yelmo, una espada de doble filo con punta redondeada, una lanza de madera de fresno y con punta de
hierro cónica y un escudo.
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grueso pero largo, con huevos oscuros, su saco colgaba pesado. Lance
enrojeció al darse cuenta donde había estado posando su vista. Como
soldado había visto cientos de miles de hombres desnudos, y jamás
había demorado dos segundos en su polla. Nunca. ¿Qué mierda estoy
haciendo? Bajó sus ojos avergonzado. Adam Rutherford lo preocupaba
de muchas maneras. Estaba profundamente agradecido por haber
salvado su pierna. Eso debía ser, sólo eso.
—Gracias —dijo Adam a James mientras se colocaba una amplia
camisola para acostarse—. ¿Estarás atento?
—Sí señor, lo estaré. Descanse —respondió.
Adam abrió la cama y se metió en ella. A los dos segundos ya
dormía.
Lance se quedó mirándolo.
Adam Rutherford era moreno, había pensado que el tono de su
piel casi dorado se debía a su presencia en el desierto, pero al verlo
desnudo comprendió que todo su cuerpo tenía el mismo y uniforme tono
dorado, sin una sola marca. Su propio cuerpo tenía dos tonos bien
definidos un fuerte bronceado allí donde el sol le daba y la blanca
palidez de donde no llegaba. Llevaba el cabello negro, largo casi hasta
los hombros, y suavemente rizado. Rizos grandes que le daban a su
rostro el aspecto de un ángel. Lance sonrió. Si, era un ángel. Un ángel
que en vez de alas llevaba agujas de acupuntura, lo que fuera que eso
significara. ¿Dónde habría aprendido a usarlas? ¿Con quién? Tenía
largas pestañas oscuras, espesas y curvadas que desde la posición de
Lance sombreaban sus mejillas. Una nariz respingada, que alguien había
quebrado. ¿Cuántos años tendrá? Mientras lo miraba dormir pensaba,
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entre 24y 25 no más. Eso significaba que le llevaba cuatro o cinco años,
él cumpliría los 29 en dos meses. Estaba viejo7.
El sueño de Adam no era tranquilo, y más de una vez Lance se
había maldecido por estar completamente inmovilizado. Le hubiera
gustado…
¿En qué estaba pensando?
¿En arroparlo?
Por el Santo Grial, debía ser el té. Algo debe tener.
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Puede parecer extraño, pero la expectativa de vida en esa época era de 47 años, increíble.
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Lance podía sentir las suaves manos recorriendo su pecho, la
sensación era maravillosa. Cuando abrió sus ojos vio a Adam
recorriendo su pecho con un paño enjabonado y tibio.
—Buenos días, mi señor De Villier —le saludó un hombre
desconocido frente a él. Los celestes ojos de Adam brillaban. Parecía un
hombre nuevo. Su rostro había perdido las marcadas ojeras del día
anterior y se veía limpio y descansado.
¿Cuánto había dormido? Si ya era el nuevo día eso significaba casi
medio día y toda una noche.
Adam estaba al parecer higienizándolo, pasaba el paño por su
cuello y pecho.
—¿Se siente bien? —le preguntó mientras dejaba la escofaina a un
lado y se dirigía hacia una mesa donde sirvió un jarro con el famoso té.
Llegó hasta Lance y se lo extendió. Lance lo tomó y lo miró.
—¿Qué tiene?
—Hierbas. Sauce, tilo, valeriana, y otras más.
—Esto me salvó la pierna.
Adam sonrió. —Sí, sumado a otras cosas
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Todo lo que no se entendía podía ser considerado brujería.
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Su rostro quedó justo un poco más bajo que el de Lance. Podía sentir su
corazón latir desordenadamente.
Lance levantó sus brazos y se apoyó abrazándose a Adam. Sus
respiraciones se mezclaban. El olor a limón de Adam llenó sus sentidos.
Adam levantó sus ojos hacia los de Lance. Se demoró en su boca y
por un segundo, por un infinito segundo se imaginó a sí mismo
buscando su boca… buscando averiguar por fin cuál era su sabor…
podía sentir su propia lengua luchando por abrirse paso hacia él.
Adam Rutherford había pensado durante mucho tiempo, desde el
mismo y exacto momento en que saliendo del hospital vio a Lance De
Villier montado en su negro caballo, que le gustaba. Era el hombre más
hermoso que había visto.
—¿Quién es? —preguntó a Giusseppe Mitra, otro hospitalario a su
lado.
—Lance De Villier, uno de los normandos del Príncipe.
Lance De Villier repitió y su nombre se deshizo en sus labios, le
supo dulce, muy dulce. Lance había repetido en sus sueños desde
entonces. Y cada vez que lo había visto, sus ojos se habían demorado
en su cuerpo. Alto, fuerte, y tan solo… aún estando siempre rodeado de
gente. Podía verlo concentrado, perdido en sus pensamientos. Estas
últimas semanas le habían permitido comprender algo más aterrador
aún: que lo amaba.
Lo amaba.
Y el sentimiento había sido tan fuerte y abrumador que había
luchado denodadamente por alejarse. Agotarse en el hospital, y llegar
tan cansado que con solo apoyar la cabeza sobre el camastro fuese
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—Sí, Lance, me parece una idea estupenda.
—Te ocuparás de todo.
—Inmediatamente —respondió Nicholas—, ¿Se lo dirás a Adam?
—Sí, si lo veo, hace dos días que no viene.
—¿Quién te cura?
—James, que dice que todo está bien. Adam sólo aparece una vez
al día a su sesión de acupuntura. Y no habla demasiado.
—¿Qué crees que le pasa?
—Imagino que es Bertram que le está haciendo las cosas difíciles.
—¿Cuándo se lo dirás?
—Hoy. Necesito que se prepare.
—Bien tengo algunas cosas que hacer. ¿Y el Príncipe?
—No protestó demasiado cuando le expliqué que enviaría a
William en cuanto llegara. Sabe que mi pierna me hará inútil varios
meses y William es el mejor guerrero que podría encontrar en toda la
cristiandad.
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Las órdenes de los caballeros del Temple y los Hospitalarios estaban dirigidos por un Maestro.
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piel que serviría para las frías noches del desierto. Lance quedó casi
sentado, con una enorme cantidad de almohadas dispuestas tras su
espalda.
Adam intentó ser profesional al acomodar a Lance. Se había
arrodillado y colocó la manta doblándola prolijamente.
—¿Estarás bien? —le preguntó a Lance. Estaban tan cerca. Casi
frente a frente.
Lance no pudo evitarlo fue más fuerte que él, más fuerte que su
cerebro diciendo qué podía o no hacer, levantó una mano, y corrió un
largo rizo oscuro de su rostro colocándolo detrás de su oreja. En cuanto
lo hizo, en cuanto completó lo que el instinto le había mandado
comprendió la magnitud del gesto que acaba de hacer. Bajó la mano y
dijo:
—Estaré bien.
Adam estaba rojo. —Tengo que revisar si todas mis cosas están
listas. Te… te veré… en… el camino —le dijo y salió apresuradamente.
Cuando salió del carromato, Lance apretó sus dedos con fuerzas.
¿Qué estoy haciendo?
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La historia nos dice que cientos de miles de personas vieron en esta cruzada la posibilidad de salvar sus
almas y hacerse de tierras. La realidad es que estas personas, pobrísimos agricultores o señores feudales
venidos a menos no encontraron nada más que la muerte, y no en una batalla sino de hambre.
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ahora estaba sólo para atenderlo aunque había hablado con uno de sus
soldados, para ayudarlo con su vejiga.
Los carros se habían movido lentamente a lo largo de un día.
Llegar a Adana era la primera meta. El camino era más bien un sendero
salvaje, los carromatos se movían peligrosamente de un lado al otro con
el traqueteo. Al menos no era un campo inculto, el paso de los cruzados
casi lo había convertido en un sendero decente. Cuando entró a ver
cómo estaba y lo vio tan incómodo supo que no podrían seguir según lo
planeado. Su rostro reflejaba cuan doloroso le estaba siendo este trozo
del trayecto. Había trotado en el semental hasta alcanzar al guía de la
caravana, Willys MacFey. Cuando éste lo vio acercarse paró su caballo y
giró para esperarlo.
—MacFey, vamos a parar.
—No hemos llegado a Adana. Nicholas decidió que allí haríamos
noche.
—Él necesita descansar debemos parar. Busca un lugar seguro y
pon guardias. Pero debemos parar. Necesita descansar al menos unas
horas.
—Bien señor, como usted ordene —respondió Willys.
Adam sabía que los hombres de Lance amaban el suelo que
pisaba. El hombre había logrado darles a todos una esperanza en una
época donde la muerte era la segura compañía, allí estaban ellos,
luchando para conseguir una nueva vida. Si les pedía que se quedaran
semanas allí, lo harían con sólo pensar que era por su bien.
Adam hizo retroceder el caballo hasta la tercera carreta, donde iba
Lance, ató las riendas del animal a su lado. Y de un salto volvió a subir.
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Per, ¿cómo verlo como un paciente más cuando debía tocar toda
esa piel bronceada? Una vida dedicada al entrenamiento estaba
fuertemente estampada en su cuerpo: poderoso, fuerte, con marcados
músculos en el que algunas cuantas cicatrices arruinaban su perfección.
El corazón de Adam ya se había desbocado, como cada vez que lo había
tocado. Pasar el paño de lino por su cuerpo era una tortura, la más
deliciosa tortura a la que pudiera ser sometido. Quería tocarlo, y no
quería.
Lance solo lo miraba, callado. Miraba el rostro de Adam
concentrado en su tarea. Podía ver sus largas pestañas tocando su
mejilla, los rebeldes rizos cayendo sobre su cara. De pronto se dio
cuenta que estaba apretando los puños otra vez para no tocarlo. Tenía
que hacer algo, decir algo…
—¿Adam, dónde dormirás esta noche? —preguntó y en el mismo
segundo en que lo dijo comprendió que no había sido la pregunta más
inteligente.
—A… afuera, debajo de este carromato. No te preocupes.
—No… no te lo preguntaba por mí. Duerme aquí, Adam…— Lance
ni siquiera se preguntó por qué su voz temblaba.
—Yo…
—La cama es muy grande, puedes… puedes dormir conmigo.
—¿Contigo? —Adam había dejado de pasar el paño por su espalda
para volver a ponerse frente a él y mirarlo. Lo que Lance le pedía no era
extraño. La hermandad de los miembros del Temple era conocida por su
solidaridad. Y Adam era también un caballero hospitalario. Si la
propuesta no hubiera sido hecha habría sido lo extraño. Pero para
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Habían cenado juntos, y conversado. Lance le había preguntado
cómo había llegado a ser médico y Adam le había contado su vida.
Como su madre, una mujer excepcional, una gran sanadora, se había
opuesto a las decisiones de su padre y contra su voluntad había seguido
trabajando, estudiando y ejerciendo la medicina. Como su muerte había
cambiado la vida de un joven de 12 años. Los caballeros hospitalarios lo
habían recibido con los brazos abiertos. Había pensado que ser un
soldado de Cristo le permitiría tener un hogar.
—Por eso quieres Brac ¿No?
No. La quiero porque tú estarás allí, pensó mirándolo detrás de la
carne asada que el cocinero les había traído —Sí, sé que allá seré útil.
—Sí, pero serías útil en cualquier lugar Adam. Eres un hombre
extraordinario.
Adam enrojeció violentamente y Lance sonrió. A veces solo lo
miraba y enrojecía. Eres adorable. De pronto Lance se sintió golpeado
como por un rayo. ¿Qué estaba pensando? ¿Adorable? ¿Cómo una
doncella ruborizada? La impresión de encontrarse pensando así lo hizo
dar vuelta el plato que precariamente había puesto a un lado de su
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cama, eso es, era culpa de tener que estar en esta maldita cama. Jamás
había pasado tanto tiempo quieto, soportando el dolor, quizás había
puesto en Adam todas sus esperanzas de curarse por eso lo necesitaba.
Tenía que ser eso. Él no era un sodomita. Nunca había mirado a un
hombre con lascivia, nunca había deseado tocar a un hombre… pero sí a
Adam… sí, a Adam sí, pero no es sexual, no lo es, es amistad,
compañerismo, camaradería… y la herida de la pierna. Eso es todo. La
herida me está afectando.
Adam era como Nicholas o William. Eran amigos, más que amigos,
hermanos, y nunca has querido tocar el largo pelo de William o lamer
los dedos de Nick… ¿o sí? No. Sabía que la respuesta era “NO” nunca,
jamás. ¿Entonces… por qué sentía que con Adam era diferente?
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Lance abrió sus ojos. El negro cabello de Adam estaba justo bajo
su boca, comprendió que se había quedado dormido y ahora estaba en
sus brazos. Podía sentir su aliento pesada y confiadamente.
Lance lo dejó dormir, no sabía cómo Adam se había acurrucado
junto a él, no sólo había apoyado la cabeza en su hombro, uno de sus
brazos lo estaba abrazando. Su cuerpo se sentía tibio y perfumado.
Lance jamás habría pensado que el Rey de la limpieza pudiera oler tan
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—Sí —contestó por inercia Lance sin saber a qué estaba diciendo
sí, aunque el nombre de Adam en la boca de Pat lo sacó de donde fuera
que estuviera volando.
—Uf, que alivio, gracias mi señor no creo que hubiera podido —y
comenzó a reír a carcajadas sonoras—, ¿se imagina que le corte los
huevos?
Le corte los huevos entró en su cabeza. ¿Qué estaba diciendo? —
¿Qué dijiste?
—Que tengo miedo de cortarle los huevos —dijo entre carcajadas
que ya sacaban lágrimas a sus ojos.
Lance se preocupó. —No antes de eso, perdona Pat ¿Qué me
decías?
—¿Qué si le puedo decir a Rutherford que lo afeite él? Me da
miedo cortarle…
—Sí, si perdona, no sé qué creí haber escuchado.
—Entonces mi señor lo dejo, ¿no necesita nada no? ¿Usted se lo
dice?
—Sí. No, no necesito nada, gracias… —dijo Lance. Su cabeza
repetía ¿Qué me afeite él?, ¿Adam?
No se lo diría.
Sólo leería, por fin, su libro. Si eso planeaba leer justo ahora que
la luz estaba menguando. Cerró el libro con fuerza y lo tiró sobre la
mesa, pero no acertó y cayó al suelo.
Allí quedó.
Lance se recostó sobre la almohada intentando aquietar su
corazón, había comenzado a latir con la sola de idea de Adam tocándolo.
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¿Qué tenían tanto que hablar? Ponerse de acuerdo para una rápida
follada no requería de tanto tiempo.
Cuando Adam entró. Lance ya estaba furioso.
—¿Qué te demoró tanto Adam? ¿La moza? Hermosa, ¿verdad?
Adam lo miró y su mirada cambió. —Sí, hermosa.
—¿Qué quería, además de ofrecerse para un revolcón imagino?
—Algunas hierbas para las pulgas.
—Ahh —dijo Lance. Y miró como Adam dejaba el casco y su
pequeño escudo para luego comenzar a quitarse la negra camisola con
la cruz roja que llevaba para quedarse con una camisola más liviana
debajo. Se quitó la espada y el cinto de la que colgaba y las puso sobre
uno de los arcones. Luego abrió su bolsa de cuero y comenzó a colocar
sus elementos de curación sobre el cajón que usarían como mesa esa
noche.
—¿Te lavarás para la cita? —preguntó Lance resentido sin poder
explicarse su malhumor. O sin querer explicárselo.
Adam lo miró otra vez serio. ¿Qué no me dices Lance? Se
preguntó a sí mismo.
—No. Me preparo para curarte y…. afeitarte —respondió y siguió
con su acostumbrada ceremonia.
“Afeitarte” había dicho.
Afeitarme
¡Afeitarme!
La mente de Lance repetía una y otra vez. De pronto la posadera y
su futura cita con Adam dejó de importarle. Tenía algo más serio de que
preocuparse. Su polla había reaccionado llenándose en cuanto Adam
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la dura línea que separaba sus duras nalgas, coqueteó con su apretada
roseta, dejó ingresar apenas un nudillo.
Adam se veía absolutamente concentrado.
Luego la dejó reposar allí donde quería, doblada y dura, podía ver
en su glande una gota de semen. Lance ni siquiera se había movido.
Adam completó de limpiar sus piernas, sus pies, limpió con tanto
fervor entre sus dedos como lo había hecho con su polla. Luego miró a
Lance.
Éste estaba serio. Su respiración era entrecortada y Adam tiró a
un lado el paño y lentamente, como si tuviera todo el tiempo del
mundo, se arrodilló al lado de la cama, justo enfrente de su polla. Miró
a Lance y sus manos se dirigieron a tomar la gruesa polla entre ellas. La
gota nacarada seguía allí.
Adam hizo algo que jamás pensó que haría, algo que ni siquiera
había imaginado hacer y mucho menos con Lance. Adam bajó su boca y
atrapó entre sus labios y su lengua el rosado glande y lo chupó. Una
vez, una sola. El sonido atronó las orejas de Lance.
Y Lance se corrió. Duramente.
Se corrió. Liberó su semilla en su boca, mientras Adam chupaba y
chupaba y chupaba, queriendo más y más y eso le dio. Le dio todo, todo
lo que tenía hasta quedarse seco, agotado y temblando.
Cuando abrió sus ojos, Adam aún lo chupaba. Jamás había visto
nada más hermoso que ese hombre amamantándolo. Cuando sus
miradas se encontraron, Adam lo soltó. Su polla flácida protestó,
moviéndose. Adam se desnudó. Se tomó su tiempo, lento, despacio.
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El golpe en la puerta no muy firme despertó a Lance. Estaba solo.
Desnudo bajo las mantas. Adam ya no estaba.
—Si… pase.
—Mi señor —dijo la posadera comiéndoselo con los ojos. —.
¿Puedo traerle algo para desayunar?
—Algo de queso y pan, nada más. —Lance sonrió mentalmente. La
hermosa mujer se veía realmente necesitada. Cuando salió acomodó la
almohada bajo su espalda.
—¿Y ahora? —Se preguntó. Mesando sus cabellos. Lo de anoche
había sido…
Terrorífico.
Maravillosamente terrorífico.
Nunca se había imaginado a sí mismo atendido por un hombre, y
seguía sin hacerlo. Pero Adam… él era diferente. Con Adam parecía
natural y… tan hermoso. ¿Y ahora De Villier, qué crees que sigue?
La posadera apareció y golpeó abriendo la puerta casi
simultáneamente. Detrás suyo venía Pat Crouseat, y Jacob Lansing.
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Lance está recordando que Esmirna o Izmir en turco, es una de las ciudades nombradas en el Apocalipsis
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Alejo Comneno I.
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¡Adam!
—¡Adam, maldita sea!, ¿dónde has estado?
—¿Me has extrañado? —dijo Adam cerrando la puerta del
camarote y acercándose a la cama. Se veía diferente, se había quitado
la ropa de la Hermandad y ahora traía puestos, unos pantalones de
cuero con una camisa y sobre ella un chaleco de piel de oveja, dejó su
espada y el cinto en la silla que había cerca de la cama y caminó hacia
Lance. Se tiró sobre la cama poniendo medio cuerpo sobre el de Lance y
buscó su boca con desesperación.
Esta vez su beso no fue tranquilo, ni lento, fue salvaje, duro, por
un segundo Lance pensó que dejaría de respirar. Pero Adam no paró.
Dejó su boca y comenzó a poner besos y chupones en su cuello, en su
pecho, hasta llegar a una de las duras tetillas en un tono levemente
marrón. Metió una a su boca y chupó. Ruidosamente. Luego lo dejó y
volvió a su boca. Su mano aferró el duro botón que había formado y
mientras lo besaba lo apretaba y soltaba alternativamente.
—¿Me has extrañado? —preguntó Adam de nuevo mientras su
lengua saqueaba su boca.
Lance no contestó solo se entregó al beso.
—Creo que si —dijo Adam mientras su mano se metía por entre
las sábanas, corría la camisola de dormir que tenia puesta y agarraba
con fuerza su verga.
—Tan dura y tan suave a la vez... Yo si te he extrañado, como
loco. No me gustó dormir sin ti anoche.
Los quejidos de Lance lo hicieron sonreír. Su mano ordeñaba su
polla, subiendo y bajando con fuerza sobre ella, la fricción y el fuego
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—¡Adam!
—No, Lance, no. Pensé que podría esperarte. Pero quizás mis
temores se hagan realidad. Enviaré a Mac para que te ayude a
acostarte.
—¡Adam! —Lance gritó a la puerta. Adam había salido cerrando
detrás suyo.
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—Adam, yo…
Adam se acercó y lo besó, un suave roce de su boca. —Está bien,
Lance. Vamos, no querrás perderte la llegada a Brac.
Tenía mucho que decirle, mucho, pero no era el momento. Así que
se sometió dócilmente y se dejó vestir, todo lo que podía vestirse un
hombre con una pierna en un cabestrillo de madera cubierto de
almohadas.
Cuando salió del camarote ya se podía ver la isla.
La Isla de Brac era un paraíso. Amplias playas doradas, una fértil
tierra llana que se llenaría con viñedos, suaves colinas donde se habían
empezado a construir las casas de sus moradores y a plantar olivares y
un enorme castillo que habían diseñado los tres pero que William había
ido construyendo.
La casa no tendría el aspecto señorial y ostentoso de Inglaterra, o
de la casa de su madre, pero había sido pensada como un hogar y una
fortaleza al mismo tiempo. Estaba hecha de la hermosa roca blanca de
la que parecía estar construida al menos la mitad de la isla.
Había sido Nicholas quien había tenido la brillante idea de
convertir esa roca en un próspero negocio. No todos los que habían
aceptado vivir en Brac conocían de agricultura o cultivos o cría de
ovejas; algunos sólo sabían usar la fuerza bruta, para ellos, la enorme
cantera al aire libre, era la suma de todos sus sueños.
La amplísima casona principal estaba ubicada en lo alto de una
colina algo escarpada, con su propia provisión de agua potable y con un
perfecto dominio de toda la isla. William la había construido al estilo de
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las mejores casas griegas y romanas, con sus baños, sus desagües,
amplia, llena de luz, jardines y fuentes.
Desde donde estaba sobre cubierta, Lance podía ver como se
había ido armando el muro de piedra que formaría la medianera que
rodearía la colina. Eso convertiría la casa en una fortaleza natural si
alguna vez alguien los atacaba. La medianera, alta y de aspecto
infranqueable, era la razón por la que William no se hubiera presentado
al servicio de Bohemundo.
Para llegar hasta la casona principal, en el centro exacto de la
enorme fortaleza que se estaba construyendo, William había ideado un
camino de piedra que parecía relucir bajo el fuerte sol del verano.
—Es… hermosa —dijo Adam mirándola.
Lance lo miró. El rostro siempre apacible de Adam se veía
resplandeciente. Sí. Pero no tanto como tú pensó. Se sintió ferozmente
orgulloso de que lo que alguna vez fue sólo un sueño fuese esta
espléndida realidad que Adam veía .
—Sí. Lo es. Sé bienvenido a tu hogar Adam, sé bienvenido.
Adam dejó de mirar la casa en la colina y bajó sus ojos hasta los
de Lance sentado en cubierta. A riesgo de que todos lo vieran, y quizás
sin importarle que lo hicieran, agachó su cabeza y lo besó.
—Gracias por darme un hogar Lance De Villier.
Los aprestos para el desembarco se iniciaron con frenesí; el
pequeño puerto, también diseñado por William, estaba lleno de gente
esperándolos. La familia de sus hombres, los trabajadores que
ayudarían a desocupar las bodegas, los curiosos y los amigos que
habían ido haciendo de Brac su hogar, los estaban esperando.
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Deposito donde se recogía el agua.
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Es un pórtico o balcón con salida al exterior.
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bajar bajo las mantas. Primero se detuvo en una tetilla, la aprisionó con
sus labios, y dientes y la chupo, luego dedicó a la otra la misma
amorosa atención. Cuando ambas eran pequeños y duros brotes siguió
un derrotera hacia abajo, lento y húmedo, hasta encontrar la gruesa
polla que se movía pidiendo sus atenciones. Adam la metió en su boca y
comenzó a chuparla, luego la sacó, arremolinó su lengua en la pequeña
línea del glande para iniciar de nuevo un derrotero en su boca. Una de
sus manos la tomó manteniéndola erguida mientras la entraba y sacaba
chupando, raspando con sus dientes suavemente, acrecentando los
gemidos de Lance en la misma medida en que incrementaba el ritmo.
Cuando Lance se corrió. Adam se corrió. Siguió chupando y lamiendo
hasta que ya no hubo más que sacarle. Luego la soltó, buscó sus labios
y le dio un tierno beso, apenas un roce de labios, apenas un leve toque
con la punta de su lengua y se puso de pie dispuesto a salir de la cama.
Lance estaba completamente amodorrado, pero no lo suficiente para
verlo.
—Adam, por favor, duerme conmigo.
Adam lo miró, cuando se dispuso a regresar a Lance se miró. Su
cuerpo estaba manchado con su propia semilla. Miró hasta encontrar
una servilleta que le habían traído a Lance con la cena y se limpió. Una
vez limpio volvió a la cama y se abrazó a Lance. Puso un delicado beso
sobre su pecho y se quedó dormido.
Lo último que sintió fue la pacífica respiración de Lance y el beso
que devolvió y colocó sobre la cima de su cabeza, que había apoyado en
el hueco entre su hombro y su rostro.
Adam se durmió en paz.
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Y Lance lo siguió.
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Lance sintió la puerta abrirse y ni siquiera se movió. Hacía
bastante que el sonido de las aves lo había despertado. Adam dormía en
sus brazos, porque lo tenía abrazado. Se sentía bien. Perfecto. Ese era
el lugar de Adam, dormir en sus brazos.
Miró hacia la puerta y vio a William asomar.
La mirada de William fue larga, Lance ni siquiera se movió. Solo la
sostuvo, su brazo rodeando a Adam era claramente visible. Adam
dormía recostado boca abajo sobre su cuerpo y él lo tenía abrazado. Eso
fue lo que William vio.
William miró a su amigo, luego bajó la vista hacia la prenda de
dormir en el suelo y un profundo y voraz deseo surgió en él.
Cerró la puerta tan suavemente como había entrado.
Lance supo que muchas cosas cambiarían a partir de ese
momento. Muchas menos ésta: despertaría junto a Adam por el resto de
su vida si de él dependía.
—Despierta ángel, vamos, o se nos ira el sol —le dijo mientras
veía a Adam abrir sus ojos somñolientos y moverse a un costado. Su
cabello se veía desordenado y sus labios algo hinchados.
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—¿Amaneció?
—Hace muchísimo. Vamos tengo planes para hoy
—¿Planes? ¿Qué tipo de planes?
— ¿Quieres conocer Brac?
—Sí, quiero.
—Excelente. Porque yo quiero apoyar mi pierna y ver si puedo
caminar.
—No todavía.
—Ahora Adam. Me siento muy bien.
—Sé que está muy bien, pero si quieres caminar dejarás que te
arme unas muletas.
—¿Unas muletas? ¿Qué…?
—Algo que te permitirá apoyarte sin que todo el peso de tu cuerpo
toque tu pierna.
—Sé lo que son muletas pero…
Adam saltó de la cama. Lance sonrió ya podía verlo perdido en su
trabajo. Buscó su camisa del suelo y se la puso, luego se dirigió hacia la
puerta
—Eiii… espera Adam. ¿Dónde vas?
—A vestirme y buscar algún artesano que trabaje la madera.
¿Crees que lo tengas?
—Sí, creo que sí, pero…
Ya no pudo agregar nada, Adam había salido del cuarto. Lance
quedó sonriendo.
Sí. Todo era perfecto. Estiró su mano y tomó la campanilla de
metal sobre la mesa al lado de la cama y la tocó. Tal vez se pediría un
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De las primeras monedas realizadas en una aleación de plata y bronce. Al parecer el desarrollo económico
del siglo XI fue el artífice de la proliferacion de las monedas.
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una escudilla con agua y jabón y Adam lavó sus manos y las secó. En
todo el proceso le había ido hablando.
—Deirdre, ¿cuánto hace que estás con contracciones?
—Horas —dijo conteniendo el aliento.
—Bien. Esto —dijo mientras abría su paño con agujas— puede
parecerte extraño, pero calmará tus dolores. Confía en eso.
Adam nunca lo había aplicado pero su madre había actuado
muchas veces como comadrona, sabía que durante el parto la
acupuntura podía regular las contracciones y favorecer la dilatación y
hacer más liviano el esfuerzo, esperaba recordar los puntos correctos,
así que tomó la mano de la mujer y puso su palma hacia arriba y clavó
en ella una delgada aguja; luego se corrió hacia los pies de la cama e
hizo lo mismo solo que la clavó la aguja apenas por encima del tobillo,
en la parte interior de la pierna
—¡Qué diablos…! —comenzó a decir Angus cuando miró el rostro
de su mujer. Ya no se veía contraído sino aliviado.
—Angus —dijo la mujer— déjalo. Déjalo.
A partir de ese momento Adam sólo se ocupó de atender a la
mujer, media hora más tarde los fuertes berridos de un bebé atronaron
en el cuarto.
La mujer estaba bien y llorando. Miró a Adam
—Gracias.
Adam sonrió.
—Gracias a ti Deirdre, esta es una de las razones por las que
quería venir a Brac.
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El hospital era apenas una pequeña casa como las otras donde
había una mesa y algunos bancos hechos con troncos de árboles
cortados.
Dos de las tres habitaciones estaban desnudas, la última tenía una
sencilla cama y apenas una mesa con cosas arriba.
—Es mi cuarto —dijo Andreas—, el señor Hampton me permite
dormir acá.
Adam afirmó con su cabeza y siguió su recorrido. Comprendió que
habría mucho por hacer. Tenía que hablar con Lance y William y pedirles
permiso para ponerla en condiciones.
Luego de mirar todo se dio cuenta que Andreas se había quedado
esperándolo en la entrada.
Cuando salió el muchacho lo miró. —Sé que no hay nada pero... el
señor De Villier y el señor Hampton podrían ayudarnos y la gente lo
necesita, no piense que porque no hay nada pue…
—Andreas —le dijo Adam—, no necesitas convencerme. Éste será
un hospital, ya verás. ¿Me ayudarás?
Los ojos del joven brillaron como zafiros —No sabe cuánto me
alegra.
—Bien, llévame a la casona. Debo curar a Lance.
A medida que iban caminando por el sendero de piedra, las
presentaciones seguían sucediéndose. Cuando llegaron a la fuerte
puerta que daba paso a la fortaleza, Andreas le sonrió a Adam
—Muchas gracias señor Rutherford… cuando…
—Llámame Adam.
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Lance jamás se había sentido tan impotente en toda su vida,
cuando se había hecho la noche y notado que Adam no había aparecido.
Había mandado por él al hospital, convencido que estaría ahí inmerso en
enfermos, u ocupado con sus hierbas y sus potajes y mezclas. Cuando
Pat llegó diciendo que Andreas lo había acompañado hasta la entrada de
la fortaleza y ahí lo había dejado, comenzó a preocuparse. El libro que
tenía en la mano se estrelló abierto contra la pared dejando a un mudo
Pat altamente sorprendido. El señor De Villier era un hombre conocido
por su carácter tranquilo. Jamás lo había visto perder el control de esa
manera.
Las dos mujeres que cuidaban la limpieza de la enorme casona
habían revisado cuarto por cuarto, considerando que la mayoría de
estaban vacíos. Que le informaran que Adam no estaba en la casa lo
había sacado de quicio.
¿Si no está en la casa dónde está?
—Tienes que calmarte Lance, esto es una isla y no hay enemigos
cerca. Estar está, en algún lado pero está —le decía por enésima vez
William.
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—Sí. Lo estoy.
—¿Y por qué sonríes?
—Porque soy feliz —le contestó y lo volvió a besar para soltarlo y
quitarla la bata que tenía puesta y luego la camisa amplia. Cuando lo
tuvo desnudo volvió a mirar sus ojos —Recuéstate —le ordenó mientras
sostenía el artefacto que tenía en la pierna. Cuando Lance se recostó
sobre las altas almohadas, Adam desató las cintas que sostenían la jaula
en su pierna y la acomodó para luego taparlo. Una vez que lo arropó se
sentó en la cama y le dijo:
—¡Repítemelo!
Lance sonrió. Levantó sus manos con ellas lo tomó de su áspera
barbilla y le dijo:
—Te amo —y lo besó en la nariz.
—Te amo —y siguió por sus ojos.
—Te amo —y puso un suave beso en su boca.
—Te..
Adam no lo dejó continuar subió a la cama y lo empujó hacia atrás
para besarlo. Adam abrió su boca y lo besó con fuerza, mordió su labio y
recorrió su boca buscando grabar cada pequeño recodo de ella.
Luego lo soltó y recostó su cabeza en su pecho, allí se quedó.
De pronto se movió —¿Sigues sonriendo? —preguntó Lance
acariciando su espalda.
Adam estaba llorando.
Lance lo abrazó con fuerza.
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—No exageró.
Lance enfiló su caballo y bajó la estrecha pendiente.
El sonido de la cascada era lo único que se escuchaba. Adam
impaciente se lanzó del caballo y se acercó a la orilla del estanque, un
espeso césped rodeaba el lugar convirtiéndolo en un poza natural llena
de verde, flores y ramas.
Adam metió las manos y se las mojó, luego bebió.
Lance apareció por detrás y abrazó por la espalda a Adam. Adam
giró y se abrazó a él buscando su boca.
—¿Quieres bañarte? —ronroneó Lance mordisqueando su labio
inferior alejándose de la demandante boca de Adam que quería otro
beso.
Adam se movió hacia adelante sobre Lance para restregarse sobre
su polla ya excitada.
—Sí. ¿Y tú?
—También. Pero antes debo hacer algo. ¿Por qué no pruebas el
agua y me dices que tal está?
Adam miró el caballo, traía un canasto tejido en las alforjas. —¿Te
ayudo?
—No. Es parte de mi sorpresa —lo giró y le pegó una nalgada,
enviándolo hacia el agua. El lugar era tan hermoso que Adam no se hizo
rogar. Comenzó a desvestirse rápidamente y se tiró al estanque
Lance vio su duro culo en el aire antes de caer al agua levantando
una lluvia de gotas y sonrió. Había bajado el canasto y Mattie al parecer
no se había olvidado de nada.
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—Muy hermoso.
—Estar dentro tuyo Adam fue… más que… hermoso. Ahora eres
mío.
—Siempre he sido tuyo. Desde el mismo instante en que te vi, fui
tuyo. Debo limpiarte.
Lance rió sin mucha energía, había quedado sin fuerza alguna. —
Sí, señor Rey de la limpieza. Pero no sé si pueda llegar hasta el
estanque.
—¿Tú? No sé si yo pueda caminar de nuevo.
La sonrisa de Lance fue fiera y salvajemente pagada de sí mismo.
—Creo que lo hice muy bien considerando que jamás lo había hecho.
—Creo que lo has hecho muy bien pero…
—¿Pero…?
—Pero no sé si debas repetirlo… mi memoria es muy frágil.
—Déjame —dijo atrayendo su cabeza y dejando un beso en su
boca— decirte algo mi hermoso ángel, no sé si alguna vez volverás a
caminar bien en tu vida. Eso puedo jurártelo —atrajo la cabeza de nuevo
y lo besó. Cuando lo soltó la sonrisa de Adam fue de regocijo.
—Ayúdame a llegar al agua —le pidió Adam.
No les fue fácil ponerse de pie, entre sonoras carcajadas lo
lograron con mucho esfuerzo, riendo llegaron al agua y se metieron
dentro.
El agua los refrescó, Adam y Lance bajaron sus cuerpos
arrodillándose hasta que el agua les llegó al cuello, luego se pusieron de
pie y Adam comenzó a lavarlo, pasó sus manos por todo su cuerpo, sus
brazos, axilas, pecho, demorándose en besar sus tetillas. Luego bajó
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—¡No! Claro que no, pero ese hombre sabe lo que pasa en toda la
Isla.
—No, no lo sabrá, ninguno de ustedes abrirá la boca. ¿Está claro?
Elroy, Angus, Freemond, Guy y Harry se habían reunido en la casa
de Angus. Los había citado y les había contado lo que había visto. Ahora
tenían que actuar.
No era posible que en su isla hubiera antinaturales como Adam
Rutherford. La Biblia era clara: si hay una manzana podrida debe
sacarse. Y Adam Rutherford era una manzana podrida.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Harry Durning, mientras se
servía un pinta de cerveza casera.
—Lo mataremos —dijo Angus
—No. No. En eso no me meto —contestó.
— Elroy, ¿qué demonios quieres entonces que hagamos con él?,
¿qué lo asustemos? Es un hijo del demonio, maldición, debe
desaparecer —insistió Angus levantando la voz.
—Busquemos otra manera —agregó Elroy.
—¿Otra? ¿Cómo cual? —preguntó sabiendo que no había otra
manera.
—¡La cantera! Lo metemos en la cantera. Hay un montón de
cuevas que nadie visita —sugirió Freemond
—¡Sí! —dijo Angus con el fanatismo brillando en sus ojos —, si es
un hijo del demonio, debajo de la tierra es donde debe estar.
—¿Y cómo lo llevamos allí? —preguntó Harry.
—Tenemos que hacer un plan y ser muy cuidadosos, el demonio
es muy astuto —afirmó Angus.
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Tres días después Adam estaba regresando del hospital, las clases
con Andreas eran un placer, era un alumno brillante curioso y creativo.
Las cosa parecían marchar sin ningún tipo de problemas, los arreglos del
hospital ya estaban muy avanzados, y la hilera de pacientes crecía día a
día. O habían ido creciendo hasta hacía dos días, les había llamado la
atención que esa misma hilera hubiera mermado a un solo paciente,
pero podía ser que todos estuvieran bien. Habían estado tan ocupados
estudiando pócimas que ni siquiera habían lamentado la falta de
pacientes.
Adam llevaba su infaltable bolsa de hierbas colgada detrás de la
espalda. Había ido caminando hasta el hospital y ahora regresaba,
cuando en medio del camino que solía usar, no el sendero de piedras
sino el que le permitía hacer el recorrido en la mitad del tiempo, le
sorprendió ver a Angus esperándolo sentado en una roca. El hombre lo
vio y se puso de pie.
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—¡Adam! ¡Adam!
Andreas se asomó con un libro en la mano, desde la puerta de su
cuarto.
—¿Adam? No está. Se fue hace como tres horas, aún había sol.
—¿Se fue? —repitió Lance intrigado— ¿Puede haber tenido una
emergencia?
—No lo sé, pero si la hubiera habido yo debería haberme enterado
y nadie ha venido por él, de hecho, con la sola excepción de MacInners
nadie ha venido en los últimos dos días.
El tono de voz de Andreas puso sus pelos de punta. Si algo le
había dado su arduo entrenamiento como caballero del Temple era un
sentido especial que le decía cuando algo no funcionaba bien y sabía
que algo no estaba bien.
—¿Dónde puede haber ido? —preguntó Lance moviéndose
mientras pensaba. ¿Dónde? ¿Qué pudo pasar?
—No lo sé señor De Villier, pero puedo preguntar en el poblado si
alguien lo ha llamado.
—Hazlo, y me avisas. Buscaré por el camino.
—El señor Rutherford jamás va por allí.
—Lo sé, pero acabo de venir por el sendero y no hay rastros de él.
Mientras Andreas se dirigía hacia el poblado, Lance se encaminaba
hacia la senda principal. Alguien debió haberlo visto.
Dos horas después, la noche se había acentuado, la oscuridad
impedía ver nada, y la luz de la luna era insuficiente. Andreas había
llegado hasta la casa de Lance y le había informado que nadie lo había
visto.
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nada, durante dos días sólo halló el vacío. No estaba dispuesto a aceptar
que Adam podía haber caído al mar, eso era imposible, era un hombre
fuerte, atlético. Si así hubiera ocurrido, el mar ya lo habría devuelto.
Pero no había dejado piedra sin levantar.
Andreas estaba agotado, la mujer de Ciril Jameson, que sufría
intensos dolores de huesos, le había pedido unos yuyos y debía
llevárselo. Hubiera preferido acostarse un rato, el día había sido
particularmente largo. Si no lo hacía ahora, sabía que mañana no
podría. Lance había decidido fondear la costa. Y le había pedido ayuda.
¿Cómo negársela? Adam era el único amigo que tenía.
Llegar a casa de los Jameson no era fácil, la habían construido en
el poblado, pero en la zona más alejada al mar, hacia el interior de la
isla. Oscuro como estaba Andreas era casi una sombra caminando por el
poblado. Cuando llegó a casa de Jamesón respiró, al menos con esto
completaría la noche. Estaba a punto de golpear cuando detuvo su
mano al escuchar las voces de adentro.
—¿Qué? ¿Están locos? —Gritaba Ciril evidentemente enojado con
alguien.
Andreas se detuvo, quizás no era buen momento llegar en medio
de una pelea familiar. Estaba por regresarse cuando lo que oyó lo
detuvo en seco.
—¿Loco? ¿Qué harías si el demonio te atacara a ti?
—¿El demonio? Por Dios sólo son amantes.
—Son antinaturales, hicimos lo correcto.
Andreas reconoció la voz, Freemon Jameson, el hermano menor
de Ciril.
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cuevas de la cantera. Alli está, y no, no… Adam no está muerto. ¡No lo
está!
Un murmullo generalizado de la gente frente a él le indicó que
algo pasaba a su espalda, se dio vuelta con la espada en la mano, no
solo paró el golpe de Angus sino que el fuerte movimiento de su mano
introdujo su espada en el cuerpo del hombre y como un acto reflejo la
movió hacia arriba. El fino acero cortó la carne como si fuera un delgado
hilo. Angus cayó hacia un costado.
La gente se había quedado en silencio.
Lance quitó su espada del cuerpo de Angus y siguió su camino sin
mirar hacia atrás. Sólo podía pensar en Adam necesitándolo, encerrado
en alguna mina. Sólo en eso.
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—¿Puedo alzarte?
—Sí, cuida mi espalda, alguien clavó un cuchillo en ella…
Lance se puso de pie y lo alzó. Con él en brazos salió de la cueva.
La luz del sol lastimó los ojos de Adam, Andreas se quitó la camisola que
llevaba y le dijo a Lance —Tápelo. El sol lo está lastimando. Hemos
traído una camilla.
Lance cubrió los ojos de Adam. Podía sentir los brazos de Adam
rodeándolo sin fuerzas.
—Andreas —dijo y miró al joven,
—Estará bien —dijo con una sonrisa.
Lance lo puso con extremo cuidado en la improvisada camilla y sin
soltar su mano caminó a su lado hasta la casona.
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EPÍLOGO
—¡Adam! ¡Adam!
—Llegó la mamá gallina —dijo Adam a Andreas mientras
terminaba de curar una rodilla lastimada.
—Estamos aquí, ya voy. Listo jovencito, cuidado con las olas. —
Adam puso de pie al niño que curaba y miró a su madre con una
sonrisa.
Habían pasado más de dos meses, y Lance había mantenido su
promesa. Lo dejaba en el hospital y lo iba a buscar y a pesar de que
Adam había insistido y vuelto a insistir sobre que ya no había peligro no
hubo forma de que Lance lo dejara moverse solo. Adam estaba
convenciéndose que sería imposible.
Andreas terminó de guardar las agujas y estaba por salir cuando
entró Lance.
—Buenas —dijo y se acercó con una sonrisa a Adam y lo besó en
la boca. Como siempre el beso fue largo. Cuando lo soltó podía ver la
espalda de Andreas que siempre salía apenas lo veía. A pesar de
haberse pasado la noche en vela mientras buscaban a Adam no parecía
haber dejado de tenerle miedo.
—¡Andreas! —le llamó— llegó una carta para ti.
Andreas regresó y lo miró extrañado —¿Una carta? ¿Para mi?
—Eso dice: Andreas Kallymas —le dijo y le extendió el papel.
—Gra… gracias —dijo y salió.
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FIN
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