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http://www.youtube.com/watch?v=-‐EfFEdDU5ko
Sabemos, por ejemplo, que el estilo de Luhrmann es, por decirlo de alguna
manera, ostentoso. La carga visual y sonora de su cine es abundante y no
resulta difícil que a mucha gente le parezca excesiva. El gran Gatsby no es la
excepción. La película se desarrolla en los años veinte y explota la moda y el
despilfarro de la época entre los miembros de la alta sociedad de Nueva
York. Al igual que en Moulin Rouge (2001), el director aprovecha el escenario
y la historia (llena de las fiestas y excentricidades del personaje principal)
para plantear un universo atemporal a través de un estruendoso choque entre
pasado y modernidad. En ambas películas utiliza recursos similares para
hacerlo. El principal, sin duda, es la música.
El gran Gatsby se desarrolla temporalmente durante la era del jazz en la cual
el mismo Fitzgerald vivió. Sin embargo, se desarrolla conceptualmente en la
actualidad. Los excesos que vemos en pantalla pueden ser fácilmente
comparados con los que hoy en día estamos acostumbrados a ver en
programas y publicaciones sobre el star-system estadounidense. La música
que acompaña las fiestas de champaña derramada y cámara lenta, el desfile
de empleados al servicio de un hombre ridículamente rico, y el Nueva York
gris y artificial construido como una maqueta, va muy bien con esta variada
propuesta musical.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=URF2Y44eKFU
#at=31
La elección de la música ha sido alabada en varias críticas y creo que, a
pesar de que funciona muy bien en muchos momentos, también llega a ser
agotadora. Esto se debe a que, si de entrada la película ya es excesiva
porque ataca todos los sentidos del espectador al mismo tiempo (colores
brillantes, 3D y una edición frenética), es todavía más cansado que esté
musicalizada en prácticamente todo momento. El problema no es el contraste
entre música contemporánea y un pasado idealizado, pues la premisa que
Lurmann plantea de que el «hip-hop y el R&B es el nuevo jazz» no resulta del
todo fallida. El problema es la mezcla aparentemente casual de tres tipos de
música. Por ejemplo, a pesar de que la Rapsodia en azul de Gershwin es
emblemática y prácticamente obligada para una película situada en el Nueva
York de los años 20, no termina de cuajar en el concepto musical establecido
a lo largo de la película. Al mismo tiempo, Luhrmann no deja de recurrir a la
típica música incidental que suele acompañar a los melodramas para guiar al
público en los momentos que deben ser más dramáticos. Con esto no quiero
decir que la música esté mal o que sea un error, sino que la película depende
demasiado de ella. En este sentido, hay muchas escenas que no se
sostienen por sí solas y que necesitan la música para lograr el efecto
deseado y para tapar el hecho de que los personajes se pierden entre los
escenarios ostentosos que los rodean (incluso se pierden en su propio
vestuario).
El gran Gatsby de Luhrmann deja una sensación muy extraña (además de
muchísimas ganas de asistir a una fiesta como las de Gatsby). En mi opinión,
el director tenía tantas cosas que decir y tantas propuestas para decirlo, que
el resultado es demasiado inaccesible. Los personajes y la historia quedan en
segundo plano y, salvo Leonardo DiCaprio, quien da vida a un Gatsby en
verdad extraordinario, las actuaciones no brillan. Esto es particularmente raro
porque el elenco en general es muy bueno (recordemos a Tobey Maguire por
papeles distintos a Peter Parker). Sobre todo sorprende que Carey Mulligan
no haya encantado a la crítica como siempre, aunque creo que no se debe
tanto a su actuación, como a la construcción superficial del personaje que
interpreta, quien aparece por primera vez detrás de un velo que no se cae
durante el resto de la película.
Sin embargo, hay un par de escenas que son brillantes por el grado de
intimidad que logran. En ellas los personajes son capaces de superar el
excesivo fondo que los rodea. Basta mencionar la primera vez que Gatsby y
Daisy (Mulligan) se encuentran en la película y la última confrontación de los
cuatro personajes principales en un caluroso cuarto de hotel. Este tipo de
secuencias demuestran que Luhrmann es capaz de hacer mucho más que un
cuadro bonito lleno de agasajos visuales. No obstante, estos momentos son
contados en la película, pues está llena de distracciones.
La frase inicial de la novela de Fitzgerald es un consejo que el padre de Nick
Carraway da a su hijo: “Siempre que tengas deseos de criticar a alguien,
recuerda que no a todo el mundo se le han dado tantas facilidades como a ti”.
Creo que para criticar la última cinta de Luhrmann no necesitamos otorgarle
facilidades, sino tiempo. Luhrmann nos trae una nueva versión de Gatsby
que tiene mucho que ofrecer dentro de su estilo propio, uno que en muchos
casos ha probado ser un gusto adquirido. La única pregunta que es imposible
responder en este momento es si pasará la prueba del tiempo. Tanto Romeo
+ Julieta como Moulin Rouge lo lograron a su manera, pero como el mismo
Luhrmann dice, la gran música siempre es atemporal; trasciende su época. El
gran cine también tiene que hacerlo. Es posible que, una vez que se haya
diluido el efecto de la novedad, el público concluya que El gran Gatsby es
una película que mezcla los aciertos de los dos éxitos anteriores de su
director: conservar el texto original en su adaptación casi al 100% y utilizar
música contemporánea en un contexto de época. El gran Gatsby es un
ejercicio de estilo que reitera lo que ya habíamos visto a Luhrmann hacer. En
muchos sentidos se trata una historia contada a través de los caprichos de un
director cuyo gusto por el exceso se hace notar en toda su filmografía y en
este nuevo y esplendoroso Gatsby.