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Por Osvaldo Bayer en la revista Acción de la segunda quincena de marzo.

http://www.acciondigital.com.ar/15-03-10/pais.html#bicentenario

JULIO ARGENTINO ROCA

Monumento a la crueldad

Al comparar documentos surgidos después de aquel 25 de mayo de 1810 con los de la historia
violenta que protagonizaron los argentinos en los últimos doscientos años, debemos preguntarnos:
¿cómo fue posible eso? ¿No aprendimos nada de aquella gesta libertaria? Es que, sin duda alguna,
la historia la escriben los que logran mantenerse en el poder. Y eso es lo que nos pasó. Se tomaron
como ejemplo personajes que hicieron uso de la violencia extrema, del poder para provecho
propio, y se adoptó como modelo la «civilización», que provenía del pensamiento europeo, sin
adaptarlo a las formas autóctonas de las tierras «descubiertas», repitiendo así la trágica historia
del llamado continente «civilizado», el «primer mundo», con sus genocidios, sus racismos, sus
interminables disputas fronterizas, la explotación al máximo de sus conquistas coloniales,
traicionando el denominado espíritu cristiano, que se utilizó como motivo fundamental para hacer
todo lo contrario de lo que se declamaba.
Dentro de los muchos ejemplos de nuestra historia surge la figura de Roca. Se nos ha hecho creer
que Roca trajo el progreso y la definitiva organización de la Argentina como país. Sí, pero todo eso
se basó en la negación de los principios libertarios de mayo, de los sueños de nuestros verdaderos
libertadores, y dio como resultado una nación que negó casi constantemente, durante sus 200
años de existencia, esos principios marcados ya por la Asamblea del Año XIII, y cantados en el
himno: «Ved en trono a la noble igualdad. Libertad, libertad, libertad». La igualdad en libertad.
Con Roca se da la más despiadada concepción del racismo. Basta comparar los documentos de
mayo con los discursos del llamado «conquistador del desierto». Manuel Belgrano disponía en su
expedición al Paraguay: «Todos los naturales son libres, gozarán de sus propiedades y podrán
disponer de ellas como mejor les acomode. Desde hoy les libero del tributo. Les concedo un
comercio franco y libre de todas sus producciones (…) les habilito para todos los empleos civiles,
políticos, militares y eclesiásticos». Si comparamos esto, escrito en 1810, con el discurso de Roca
de 1879 ante el Congreso de la Nación, podremos ver qué hondo habían caído los principios
libertadores. Dice Roca ante el Parlamento, al dar por finalizado el genocidio perpetuado contra los
habitantes naturales del sur argentino: «La ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos
las fértiles llanuras ha sido por fin destruida». Y en el mismo discurso: «El éxito más brillante acaba
de coronar esta expedición, dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos
territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital
extranjero».
De la misma manera se podrían comparar los documentos de Juan José Castelli, en especial su
«Proclama de Tiahuanaco», del 25 de mayo de 1811, o la «Disertación sobre el servicio personal de
los indios», de Mariano Moreno, también de 1810, y la resolución de la Asamblea del Año XIII
acerca de la libertad de vientres, con las disposiciones de Roca al finalizar la llamada Campaña del
Desierto, por las cuales, sin decirlo, reimplantó la esclavitud en la Argentina. Lo dejan en claro los
documentos de la isla Martín García, donde se enviará a los prisioneros de los pueblos originarios a
trabajar en construcciones militares, y las disposiciones de Roca enviando a mapuches y ranqueles
a trabajar en los cañaverales tucumanos en la producción azucarera. Pero quizá el documento que
mejor describe la tragedia indígena argentina después de la campaña de Roca son estas líneas de
la crónica del diario El Nacional, de 1879: «Llegan a Buenos Aires los indios prisioneros con sus
familias. La desesperación, el llanto que no cesa. Se les quita a las madres indias sus hijos para en
su presencia regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los
brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos hombres indios se tapan la
cara, otros miran resignadamente el suelo, las madres indias aprietan contra el seno al hijo de sus
entrañas, el padre indio se cruza para defender a la familia de los avances de la civilización».
Huelga todo comentario.
En total, después de la campaña de Roca, se entregaron 41.787.023 hectáreas de tierra a 1.843
terratenientes. Al presidente de la Sociedad Rural, José María Martínez de Hoz, se le entregaron
2.500.000 hectáreas, a 541 oficiales del Ejército se les dieron 4.679.510 hectáreas. Al general Roca
se le obsequiaron 65.000 hectáreas. Más tarde, ya presidente, Roca entregará 2.500.000 hectáreas
de territorio patagónico a 137 estancieros ingleses y a diez de otras nacionalidades.

Expulsados

En sus dos presidencias, Roca apostará a lo europeo. No sólo la inmigración multitudinaria, sino
también todo aquello que siguiera el mismo camino de lo que se consideraba progreso: los
ferrocarriles, el comercio, la inversión de capitales.
La inmigración de europeos vino a llenar los vacíos de un país despoblado por las guerras internas
entre federales y unitarios y el genocidio de los pueblos naturales. Y con los inmigrantes llegaron
también las ideologías políticas que iban creciendo en el movimiento obrero mundial.
Comenzaron a formarse las organizaciones obreras en sus luchas por los principios fundamentales
de la dignidad del trabajador. Por ejemplo, la jornada de ocho horas. Esto no fue visto con buenos
ojos por Roca, quien, ya en su segunda presidencia, hará aprobar la Ley de Residencia, sin duda
alguna, la ley más cruel de la historia de la legislación argentina. Por esa ley se expulsaba a todo
ciudadano extranjero que promoviera ideas o actos contra la conciencia nacional. Por supuesto, las
víctimas principales fueron aquellos extranjeros agitadores del movimiento obrero que luchaban
por leyes en defensa de la dignidad humana. Lo perverso de esta ley es que se expulsaba a los
hombres, dejando aquí solas a sus familias: a sus mujeres con sus pequeños hijos. Así, esas familias
quedaban separadas para siempre, porque a los expulsados no se les permitía volver a entrar al
suelo argentino. Debieron abandonar el país miles de obreros, no sólo durante el mandato de Roca
sino también de los otros presidentes que le siguieron, y también en la democracia, durante las
presidencias de Yrigoyen, Alvear y Perón. Fue Frondizi quien, en 1958, tuvo la iniciativa de anular
dicha ley, que representó un verdadero monumento a la crueldad. También Roca fue el primer
presidente que ordenó reprimir con las armas una manifestación obrera, el 1º de Mayo de 1904.
Allí cayó muerto el marinero Juan Ocampo, bajo las balas policiales.
Todo esto sería impensable si se tuviera en cuenta que en 1837, Esteban Echeverrría, siguiendo los
lineamientos del pensamiento de mayo, había escrito el Dogma Socialista, donde se imaginaba
otra Argentina. Basta leer este párrafo para darse cuenta de la profundidad del pensamiento de
Echeverría y de la diferencia con el posterior accionar de los Mitre y los Roca. Dice Echeverría:
«Asociación, progreso, libertad, igualdad, fraternidad, términos correlativos de la gran síntesis
social y humanitaria, símbolos divinos del venturoso porvenir de los pueblos de la humanidad. La
libertad no puede realizarse sino por medio de la igualdad, y la igualdad, sin el auxilio de la
asociación o del concurso de todas las fuerzas individuales encaminadas a un objeto, indefinido: el
progreso continuo. Fórmula fundamental de la filosofía del decimonoveno siglo: el camino para
llegar a la libertad es la igualdad. La igualdad y la libertad son los principios engendradores de la
democracia».
¡Qué diferencia con lo que se hizo después! Se califica a Roca como un positivista: sin duda alguna,
pero un positivista negativo.
Se ve claramente esto en la política fronteriza. Aquel sueño de Bolívar, de los Estados Unidos de
América latina, no pudo cumplirse. Los países que habían tenido los mismos libertadores
comenzaron a encerrarse. Roca y su ayudante intelectual, el perito Moreno, tomaron el problema
fronterizo como algo fundamental. Roca va a implantar el servicio militar obligatorio y crear un
ejército de acuerdo con el modelo prusiano que va a traer el general Ricchieri. La misión principal
de ese ejército era asegurar «las sagradas fronteras de la patria». Pero fue un ejército que sólo
participó en la represión interna. Sus triunfos fueron la represión de la huelga de los obreros
metalúrgicos en la Semana Trágica, la represión de los peones rurales patagónicos en las huelgas
de 1921, la de los hacheros de La Forestal, en el mismo año, y se especializó en golpes militares
contra la democracia. La saga culminó, durante la última dictadura, con la desaparición de
personas, uno de los sistemas más crueles de la represión empleados en la historia de la
humanidad. La única acción de guerra, la de las Islas Malvinas, terminó con la derrota total y la
muerte de más de 600 jóvenes soldados que cumplían con aquel servicio militar de Roca.

Semillas de paz

A pesar de que Roca no cumplió con ninguno de los principios de mayo y es autor del genocidio
contra los pueblos que desde siempre habitaron estos extensos suelos, tiene hoy el monumento
más grande de Buenos Aires, en el centro de la ciudad. Una ciudad patagónica lleva su nombre,
escuelas, colegios y calles en la casi totalidad de las ciudades y los pueblos argentinos se llaman
Roca.
La historia del mundo ha demostrado que los verdaderos defensores de la humanidad fueron
aquellos que siempre trataron de eliminar la desigualdad entre los seres humanos, que no es otra
cosa que eliminar la violencia.
Lo sabían ya los hombres de aquel mayo, que llegaron a cantar, tres años después, el «Ved en
trono a la noble igualdad. Libertad, libertad, libertad». Roca –con su campaña genocida racista, con
su sentido del «progreso» de más poder para el poder, con su persecución a los que buscaron un
mundo más generoso, el que marcó fronteras entre pueblos iguales– no merece estar en el foro de
los verdaderos héroes del pueblo, de todos aquellos que sembraron con su sacrificio la semilla de
la paz en estas pampas tan amplias y generosas.

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