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Adiós a la ley de la selva (I): El león

Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de convertirse en
rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que había sido un león
fuerte y poderoso.

- ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo.

El león herido le contó su historia.

- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a


todos mi fuerza y mi poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y
amenacé a cuantos animales pequeños me encontré. La fama de mi fiereza era tal
que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero
entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando
a pobres animalitos a tener que enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané
muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte que yo y me derrotó,
dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando
que me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como
para hacerme compañía.

El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su
camino. Cuando al fin se marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león
encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero. Tuvo que haber sido muy fuerte,
pero ahora estaba muy delgado.

- ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado?

El león enjaulado le contó su historia.

- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza


para vencer al anterior rey, y luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para
ganarme su respeto. Golpeé y humillé a cuantos me llevaron la contraria, y pronto
todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me
admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche
se pusieron de acuerdo para traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta
jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni puerta; y a nadie le importo
lo suficiente como para traerme comida.

El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún
tiempo, decidió seguir su camino preguntándose qué podría hacer para llegar a ser
rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían servido de nada a los
otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza
cuando se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño
ratón. Estaba claro que ese tigre era el nuevo rey, pero decidió salir en defensa del
ratoncillo.

- Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey.

- ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres


convertirte en el nuevo rey?

El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió:

- No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es
que dejes tranquilo a este pobre animal.

El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró
aliviado pensando que el león le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz
al ratoncillo.

El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que
decidió que aquella podría ser una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces
no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni humillara a otros animales más
débiles. La fama del león protector se extendió rápidamente, llenando aquella selva
de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros.

Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero
pronto sintió que la fama del joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió
enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su poder.

- Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a
ser mi diversión y la de todos, así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando
por besarme las patas y limpiarme las garras.
El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más
fuerte. Pero no se acobardó, y respondió valientemente:

- No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no
voy a consentir que abuses de nadie. Y tampoco de mí.

Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz
pelea. Pero la pelea apenas duró un instante, pues muchos de los animales
presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron sobre el tigre, quien
sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de mordiscos, zarpazos, coces y
picotazos, y solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado,
mientras escuchaba a lo lejos la alegría de todos al aclamar al león como rey.

Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza,
descubriendo que sin haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía, nunca
se habría convertido en el famoso rey, amado y respetado por todos, que llegó a ser.

Adiós a la ley de la selva (III): El mono


A Mono no le caía muy simpático. Solo era un ratón egoísta, solitario y gritón. Pero
aún así no se merecía lo mal que lo trataban. Y se sentía fatal por no hacer nada
para impedirlo y quedarse solo mirando. Pero, ¿qué podía hacer él, un simple mono,
frente a aquellos leones brutos y crueles?

Igual nunca hubiera hecho nada si no hubiera llegado a oír aquella conversación entre
dos leones bajo el árbol en que descansaba. Allí fue donde el antiguo rey de la
selva, muy malherido por un combate perdido, contó a un joven león que todo era
parte de una estrategia para mostrar a los demás su fuerza y su poder, y que por eso
siempre atacaba a animalillos miedosos y solitarios a los que nadie saldría a defender.
Dijo también que lo hacía delante de otros para contagiarles el miedo y convertirlos
en sus cómplices, pues nunca se atreverían a reconocer que habían estado allí si
no habían hecho nada para impedirlo.

Mono se revolvió de rabia en su árbol, porque él podría ser muchas cosas, pero nunca
cómplice de aquellos malvados. Así que ese día decidió que haría cuanto pudiera para
acabar con el reinado del terror. Por supuesto, no pensaba pegarse con ningún león:
tendría que usar su inteligencia.

Lo primero que pensó para ponérselo difícil al león fue evitar que hubiera en la
selva animalillos solitarios, así que buscó la forma de hacerse amigo del ratón. Le
costó un poco, porque era un tipo huraño y poco hablador, pero encontró la excusa
perfecta cuando escondió unos plátanos entre unas piedras a las luego no podía
llegar. El ratón tenía el tamaño perfecto y accedió a ayudarle, y luego el mono pudo
darle las gracias de mil maneras. De esta forma descubrió Mono que el ratón no era
un tipo tan raro, y que solo necesitaba un poco de tiempo para hacer amigos. Pero
una vez que fueron amigos, el ratón resultó tener un montón de habilidades y Mono
no dudó en ayudarle a unirse a su grupo de amigos.

Lo segundo era vencer el miedo del ratón, así que inventó un entrenamiento para
él. Comenzó por mostrarle dibujos de leones y tigres. El pobre ratón temblaba solo
con verlos, pero con el tiempo fue capaz de permanecer tranquilo ante ellos.
Luego fueron a ver a animales grandes pero tranquilos, como las jirafas y los
hipopótamos. Cuando el ratón fue capaz de hablar con ellos e incluso subirse a sus
cabezas, el mono aumentó la dificultad, y así siguieron hasta que el ratón fue lo
suficientemente valiente como para acercarse a un león dormido y quedarse quieto
ante él.

Por último, decidió unirse a todos los animales a quienes sabía que no les gustaba lo
que hacían los leones con el ratón ni con los demás. Estos se sintieron aliviados de
poder hablar de los abusos del león con otros que pensaban lo mismo. Al final, llegaron
a ser tantos, y a estar tan enfadados, que una noche se unieron para castigar al
rey del selva, y con la ayuda de algunos animales grandes consiguieron encerrarlo
en una gran jaula mientras dormía profundamente.

Pensaba el mono que allí se acabaría todo, pero al anterior rey de la selva le sucedió
un tigre aún más fuerte y cruel, que no tardó en ir a por el ratón. Este caminaba con
su nuevo grupo de amigos y el tigre lo separó de ellos con muy malas maneras.
A punto estuvieron de lanzarse a defender al ratón, pero aún no eran tan valientes, y
se quedaron allí protestando en voz baja y poniendo mala cara.

De pronto, un joven león, que había visto lo sucedido, pensó que podría ganarse la
simpatía y el respeto de aquel grupo de animales saliendo en defensa del ratón,
y pidió educadamente al tigre que lo dejara tranquilo. Como el tigre no quería meterse
en una pelea peligrosa, y el león no le había desafiado directamente, decidió irse de
allí viendo el poco apoyo que tenía atacando a un ratón con tantos amigos.

La aparición del león le dio a Mono una gran idea, y desde aquel día Mono no hizo
otra cosa que hablar a todo el mundo de la suerte que habían tenido de encontrar un
león protector, y pidió al león que les ayudara a acabar con cualquier pelea. Al león le
encantó aquel papel, pues Mono y su grupo de amigos le respetaban y
admiraban. Además, hablaban tanto de su amabilidad y valentía a todo el mundo,
que su fama se extendió y empezaron a acudir animales de todas partes para vivir en
aquella selva segura en la que ya no había ataques.

Pero al tigre no le gustó nada todo aquello, y un día decidió atacar directamente al
león delante de todos. El tigre era mucho más fuerte, así que el joven león tendría
pocas opciones. Entonces Mono se dio cuenta de que le había llegado la hora de ser
valiente, y decidió salir en defensa de su amigo el león protector.
Todos debían estar pensando lo mismo, porque en cuanto Mono dio el primer salto,
los demás animales también se abalanzaron sobre el tigre, haciéndole huir humillado
y dolorido. Instantes después Mono y sus amigos proclamaban al joven león
como nuevo rey de aquella selva en la que habían acabado para siempre los
abusos y el miedo.

Y cuando años más tarde alguno se preguntaba cómo había podido ocurrir algo así,
aunque nadie sabía exactamente la respuesta, todos sabían que un sencillo mono que
al principio solo miraba había tenido mucho que ver.

Dos amigos en un pequeño apuro


Dos amigos jugando llegan a un laboratorio secreto donde encuentran una
máquina que por accidente encoge al niño hasta hacerlo del tamaño de una
canica. Después de tratar de arreglarlo y no encontrar a nadie, la niña recoge a
su amigo y le guarda dentro de su propia mochila para llevarlo a casa. El viaje
en la mochila, que estaba muy desordenada, es aterrador, y el niño lo pasa fatal
y no deja de llorar con todo moviéndose por todas partes. Cuando su amiga trata
de sacarlo de la mochila, al estar tan desordenada no lo encuentra, y después
de muchos intentos y muchas lágrimas, decide ir sacando las cosas una a una,
dejándolas en su sitio. Gracias a eso al final puede encontrar a su amigo. Ambos
aprenden la importancia de tener todo ordenado, incluso dentro de la mochila, y
al día siguiente vuelven al laboratorio, donde un simpático inventor hace
recuperar al niño su tamaño normal.

Las lenguas hechizadas


Hubo una vez un brujo malvado que una noche robó mil lenguas en una ciudad, y
después de aplicarles un hechizo para que sólo hablaran cosas malas de todo el
mundo, se las devolvió a sus dueños sin que estos se dieran cuenta.
De este modo, en muy poco tiempo, en aquella ciudad sólo se hablaban cosas malas
de todo el mundo: "que si este había hecho esto, que si aquel lo otro, que si este era
un pesado y el otro un torpe", etc... y aquello sólo llevaba a que todos estuvieran
enfadados con todos, para mayor alegría del brujo.
Al ver la situación, el Gran Mago decidió intervenir con sus mismas armas,
haciendo un encantamiento sobre las orejas de todos. Las orejas cobraron vida, y
cada vez que alguna de las lenguas empezaba sus críticas, ellas se cerraban
fuertemente, impidiendo que la gente oyera. Así empezó la batalla terrible entre
lenguas y orejas, unas criticando sin parar, y las otras haciéndose las sordas...
¿Quién ganó la batalla? Pues con el paso del tiempo, las lenguas hechizadas
empezaron a sentirse inútiles: ¿para qué hablar si nadie les escuchaba?, y como eran
lenguas, y preferían que las escuchasen, empezaron a cambiar lo que decían. Y
cuando comprobaron que diciendo cosas buenas y bonitas de todo y de todos, volvían
a escucharles, se llenaron de alegría y olvidaron para siempre su hechizo.
Y aún hoy el brujo malvado sigue hechizando lenguas por el mundo, pero gracias
al mago ya todos saben que lo único que hay que hacer para acabar con las críticas
y los criticones, es cerrar las orejas, y no hacerles caso.

Un Halloween diferente.
Hace mucho tiempo, la mayoría de los monstruos eran seres simpáticos y golosos,
tontorrones y peludos que vivían felizmente en su monstruoso mundo. Hablaban
y jugaban con los niños y les contaban cuentos por las noches. Pero un día, algunos
monstruos tuvieron una gran discusión por un caramelo, y uno se enfadó tanto que
sus furiosos gritos hubieran asustado a cualquiera. Y entre todos los que
quedaron terriblemente asustados, las letras más miedosas, como la L, la T y la D,
salieron corriendo de aquel lugar. Como no dejaron de gritar, las demás letras
también huyeron de allí, y cada vez se entendían menos las palabras de los
monstruos. Finalmente, sólo se quedaron unas pocas letras valientes, como la G y la
R , de forma que en el mundo de los monstruos no había forma de encontrar letras
para conseguir decir algo distinto de " GRRR!!!", "AAAARG!!!" u "BUUUUH!!!". A partir
de aquello, cada vez que iban a visitar a alguno de sus amigos los niños,
terminaban asustándoles; y con el tiempo, se extendió la idea de que los monstruos
eran seres terribles que sólo pensaban en comernos y asustarnos.

Un día, una niña que paseaba por el mundo de los monstruos buscando su
pelota, encontró escondidas bajo unas hojas a todas las letras, que vivían allí
dominadas por el miedo. La niña, muy preocupada, decidió hacerse cargo de ellas
y cuidarlas, y se las llevó a casa. Aquella era una niña especial, pues aún conservaba
un amigo monstruo muy listo y simpático, que al ver que nada de lo que decía salía
como quería, decidió hacerse pasar por mudo, así que nunca asustó a nadie y
hablaba con la niña utilizando gestos. Cuando aquella noche fue a visitar a su amiga
y encontró las letras, se alegró tanto que le pidió que se las dejara para poder hablar, y
por primera vez la niña oyó la dulce voz del monstruo.

Juntos se propusieron recuperan las voces de los demás monstruos, y uno tras otro
los fueron visitando a todos, dejándoles las letras para que pudieran volver a decir
cosas agradables. Los monstruos, agradecidos, les entregaban las mejores
golosinas que guardaban en sus casas, y así, finalmente, fueron a ver a aquel
primer monstruo gruñón que organizó la discusión. Estaba ya muy viejecito, pero al
ver las letras, dio un salto tan grande de alegría que casi se le saltan los huesos.
Y mirando con ternura las asustadas letras, escogió las justas para decir "perdón".
Debía llevar esperando años aquel momento, porque enseguida animó a todos a
entrar en su casa, donde todo estaba preparado para grandísima fiesta, llena de
monstruos, golosinas y caramelos. Como que las que se hacen en Halloween hoy día;
qué coincidencia, ¿verdad?

Pedro Pablo Sacristán


Titín, el niño avispa
Titín volvía otra vez a casa sin merienda. Como casi siempre, uno de los chicos
mayores se la había quitado, amenazándole con pegarle una buena zurra. De
camino, Titín paró en el parque y se sentó en un banco tratando de controlar su enfado
y su rabia. Como era un chico sensible e inteligente, al poco rato lo había olvidado
y estaba disfrutando de las plantas y las flores. Entonces, revoloteando por los
rosales, vio una avispa y se asustó.

Al quitarse de allí, un pensamiento pasó por su cabeza. ¿Cómo podía ser que
alguien muchísimo más pequeño pudiera hacerle frente y asustarle? ¡Pero si eso era
justo lo que él mismo necesitaba para poder enfrentarse a los niños mayores!
Estuvo un ratito mirando los insectos, y cuando llegó a casa, ya tenía claro el truco de
la avispa: el miedo. Nunca podría luchar con una persona, pero todos tenían tanto
miedo a su picadura, que la dejaban en paz. Así que Titín pasó la noche pensando
cuál sería su "picadura", buscando las cosas que asustaban a aquellos
grandullones.

Al día siguiente, Titín parecía otro. Ya no caminaba cabizbajo ni apartaba los ojos.
Estaba confiado, dispuesto a enfrentarse a quien fuera, pensando en su nuevo
trabajo de asustador, y llevaba su mochila cargada de "picaduras".

Así, el niño que le quitó el bocadillo se comió un sándwich de chorizo picantísimo, tan
picante que acabó llorando y tosiendo, y nunca más volvió a querer comer nada de
Titín. Otro niño mayor quiso pegarle, pero Titín no salió corriendo: simplemente le dijo
de memoria los teléfonos de sus padres, de su profesor, y de la madre del propio niño;
"si me pegas, todos se van a enterar y te llevarás un buen castigo", le dijo, y
viéndole tan decidido y valiente, el chico mayor le dejó en paz. Y a otro abusón que
quiso quitarle uno de sus juguetes, en lugar de entregarle el juguete con miedo, le
dio una tarjetita escrita por un policía amigo suyo, donde se leía "si robas a este niño,
te perseguiré hasta meterte en la cárcel".

La táctica dio resultado. Igual que Titín tenía miedo de sus palizas, aquellos
grandullones también tenían miedo de muchas cosas. Una sola vez se llevó un
par de golpes y tuvo que ser valiente y cumplir su amenaza: el abusón recibió tal
escarmiento que desde aquel día prefirió proteger a Titín, que así llegó a ser como la
valiente avispita que asustaba a quienes se metían con ella sin siquiera tener que
picarles.

Pedro Pablo Sacristán

Una puerta al mundo


Alberto era un niño que se moría por los ordenadores y los juegos. Podía pasar horas
y horas delante de la pantalla y, a pesar de que sus padres no creían que fuera
posible, él disfrutaba de verdad todo aquel tiempo de juego. Casi no se movía de la
silla, pero cuando se lo decían, cuando otros le animaban a dejar aquello y conocer el
mundo, él respondía: "ésta es mi puerta al mundo, aquí hay mucho más de lo que
pensáis".

De entre todos sus juegos, había uno que le gustaba especialmente. En él guiaba a
un personaje recogiendo tortuguitas por infinidad de niveles y pantallas. En aquel
juego era todo un experto; posiblemente no hubiera nadie en el mundo que hubiera
conseguido tantas tortuguitas, pero él seguía queriendo más y más y más....

Un día, al llegar del cole, todo fue diferente. Nada más entrar corrió como siempre
hacia su cuarto, pero al encender el ordenador, se oyeron unos ruidos extraños,
como de cristales rotos, y de pronto se abrió la pantalla del monitor, y de su interior
empezaron a surgir decenas, cientos y miles de pequeñas tortuguitas que llenaron por
completo cada centímetro de la habitación. Alberto estaba inmóvil, sin llegar a creer
que aquello pudiera estar pasando, pero tras pellizcarse hasta hacerse daño, apagar
y encender mil veces el ordenador, y llamar a sus padres para comprobar si estaba
soñando, resultó que tuvo que aceptar que ese día en su casa algo raro estaba
sucediendo.

Sus padres se llevaron las manos a la cabeza al enterarse, pero viendo que las
tortuguitas no iban más allá de la habitación de Alberto, pensaron que sería cosa
suya, y decidieron que fuera él quien las cuidara y se hiciera cargo de ellas.
Cuidar miles de tortuguitas de un día para otro, y sin haberlo hecho nunca, no era
tarea fácil. Durante los días siguientes Alberto se dedicó a aprender todo lo relativo a
las tortugas; estudió sus comidas y costumbres, y comenzó a ingeniárselas para
darles de comer. También trató de engañarlas para que dejaran su cuarto, pero no
lo consiguió, y poco a poco fue acostumbrándose a vivir entre tortugas, hasta el punto
de disfrutar con sus juegos, enseñarles trucos y conocerlas por sus nombres, a
pesar de que conseguir tanta comida y limpiar todo el día apenas le dejaba tiempo
libre para nada. Y todos, tanto sus padres como sus amigos y profesores, disfrutaban
escuchando las historias de Alberto y sus muchos conocimientos sobre la
naturaleza.

Hasta que llegó un día en que no se acordaba de su querido ordenador. Realmente


disfrutaba más viviendo junto a sus tortugas, aprendiendo y observando sus pequeñas
historias, saliendo al campo a estudiarlas, y sintiéndose feliz por formar parte de
su mundo. Ese mismo día, tal y como habían venido, las tortuguitas desaparecieron.
Al saberlo, sus padres temieron que volviera a sus juegos, cuando era mucho más
triste y gruñón, pero no fue así. Alberto no soltó una lágrima, ni perdió un minuto
buscando tortugas entre los cables y chips del ordenador, sino que tomando la
hucha con sus ahorros, salió como un rayo a la tienda de mascotas. Y de allí volvió
con una tortuga, y algún que otro animal nuevo, a quien estaba dispuesto a
aprender a cuidar.
Y aún hoy Alberto sigue aprendiendo y descubriendo cosas nuevas sobre la
naturaleza y los animales, incluso utilizando el ordenador, pero cada vez que alguien
le pregunta, señala a sus animalitos diciendo, "ellos sí que son mi puerta la mundo,
y en ellos hay mucho más de lo que pensáis".

La cola de león
En una pequeña aldea vivía un niño llamado Leo. Era un chico delgado y bajito, y vivía
siempre con el miedo en el cuerpo, pues algunos chicos de un pueblo vecino
acosaban del pobre Leo y trataban de divertirse a su costa.
Un día, un joven mago que estaba de paso por la aldea vio las burlas. Cuando los
chicos se marcharon, se acercó a Leo y le regaló una preciosa cola de león, con una
pequeña cinta que permitía sujetarla a la cintura.

- Es una cola mágica. Cuando la persona que la lleva actúa valientemente, esa
persona se convierte en un fierísimo león.
Habiendo visto los poderes de aquel joven mago algunos días antes durante sus
actuaciones, Leo no dudó de sus palabras, y desde aquel momento llevaba la cola
de león colgando de su cintura, esperando que aparecieran los chicos malos para
darles un buen escarmiento.

Pero cuando llegaron los chicos, Leo tuvo miedo y trató de salir corriendo. Sin
embargo, pronto lo alcanzaron y lo rodearon. Ya iban a comenzar las bromas y
empujones de siempre, cuando Leo sintió la cola de león colgando de su cintura.
Entonces el niño, juntando todo su coraje, tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró,
levantó la cabeza, miró fijamente a los ojos a cada uno de ellos, y con toda la calma
y fiereza del mundo, prometió que si no le dejaban tranquilo en ese instante, uno de
ellos, aunque sólo fuera uno, se arrepentiría para siempre, hoy, mañana, o cualquier
otro día... y siguió mirándolos a los ojos, con la más dura de sus miradas, dispuesto
a cumplir lo que decía.

Leo sintió un gran escalofrío. Debía ser la señal de que se estaba transformando en
un león, porque las caras de los chicos cambiaron su gesto. Todos dieron un paso
atrás, se miraron unos a otros, y finalmente se marcharon de allí corriendo. Leo
tuvo ganas de salir tras ellos y destrozarlos con su nueva figura, pero cuando intentó
moverse, sintió sus piernas cortas y normales, y tuvo que abandonar esa idea.

No muy lejos, el mago observaba sonriente, y corrió a felicitar a Leo. El niño estaba
muy contento, aunque algo desilusionado porque su nueva forma de león hubiera
durado tan poco, y no le hubiera permitido luchar con aquellos chicos.

- No hubieras podido, de todas formas- le dijo el mago- Nadie lucha contra los leones,
pues sólo con verlos, y saber lo fieros y valientes que son, todo el mundo huye.
¿Has visto alguna vez un león luchando?

Era verdad. No recordaba haber visto nunca un león luchando. Entonces Leo se
quedó pensativo, mirando la cola de león. Y lo comprendió todo. No había magia, ni
transformaciones, ni nada. Sólo un buen amigo que le había enseñado que los
abusones y demás animalejos cobardes nunca se atreven a enfrentarse con un chico
valiente de verdad.

La muñeca favorita de la abuela


Una niña tenía una muñeca a la quería tanto que la trataba con gran esmero y una
delicadeza infinita, a pesar de que su amigos se reían de ella por ser tan cuidadosa.
Con el tiempo la niña fue creciendo, cambió de casa y se hizo mayor, se casó, tuvo
hijos y finalmente se convirtió en una adorable ancianita con muchos nietos. Un día
volvió a su pueblo, encontró su antigua casa abandonada, y entró. Entre cientos de
cosas y recuerdos, la antigua niña encontró su muñeca, tan bien cuidada como
siempre, y se la llevó para regalársela a su nieta, a la que también entusiasmó. Y
cada vez que la veía jugar con ella, se le escapaban lagrimitas de la alegría, y daba
gracias por haber sido tan cuidadosa con aquel juguete y haber podido disfrutarlo tanto
como cuando era pequeña.

Las teles malvadas


Érase una vez un niño que se distraía tanto con la tele que siempre llegaba tarde
a todos los sitios, ni acababa de desayunar, ni de comer, ni nada. Un
día, apareció en su buzón un misterioso paquete. Eran unas gafas especiales,
con un papel que decía con esto podrás ver el tiempo. El niño no lo entendió
hasta que al mirar a su hermano vio una enorme montaña de florecitas sobre su
cabeza que caían poco a poco. Y como con su hermano, pasaba lo mismo con
todo el mundo, pero cuanto más viejecitos eran, más pequeña era la montaña.
Y según lo que hiciera cada uno, la montaña crecía, o perdía flores. A la mañana
siguiente, mientras desayunaba, se acordó de las gafas y al ponérselas quedó
horrorizado: de su propia montaña de florecillas salía un torrente de flores en
dirección a la televisión, en la que había surgido una enorme boca que devoraba
las flores ferozmente. Y por todas partes empezó a ver fieras televisiones
devorando florecillas.
Así que, viendo cómo eran en verdad las televisiones, decidió que nunca más
las dejaría devorar su tiempo

Mi pequeño mundo se ha roto


Había una vez un muelle que vivía tranquilo y seguro dentro de su bolígrafo. Aunque
oía muchas cosas procedentes del exterior, vivía creyendo que fuera de su mundo, el
bolígrafo, no había nada bueno. Sólo pensar en dejar su bolígrafo le daba tal miedo
que no le importaba pasar su vida encogiéndose y estirándose una y otra vez en
el minúsculo espacio del boli.

Pero un día, se acabó la tinta, y cuando su dueño lo fue a cambiar tuvo un despiste.
El muelle saltó por los aires y fue a parar al desagüe del lavabo, y por ahí se perdió
de vista. El muelle, aterrorizado y lamentándose de su suerte, atravesó tuberías y
tuberías, pensando siempre que aquello era su fin. Durante el viaje por las cañerías
no se atrevió a abrir los ojos de puro miedo, sin dejar ni un momento de llorar.
Arrastrado por el agua, siguió, siguió y siguió, hasta ir a parar a un río; cuando la
corriente perdió fuerza, al ver que todo se calmaba, dejó de llorar y escuchó a su
alrededor, y al oír sólo los cantos de los pájaros y el viento en las hojas de los árboles,
se animó a abrir los ojos. Entonces pudo ver las aguas cristalinas del río, las piedras
del fondo, y los peces de colores que en él vivían y jugaban, y comprendió que el
mundo era mucho más que su pequeño bolígrafo, y que siempre había habido muchas
cosas en el exterior esperando para disfrutarlas.

Así que después de jugar un rato con los peces, fue a parar a la orilla, y después a
un campo de flores. Allí escuchó un llanto, que le llevó hasta una preciosa flor que
había sido pisada por un conejo y ya no podía estar recta. El muelle se dio cuenta
entonces de que él podía ayudar a aquella flor a mantenerse recta, y se ofreció para
ser su vestido. La flor aceptó encantada, y así vivieron juntos y alegres. Y siempre
reían al recordar la historia del muelle, cuando pensaba que lo único que había en la
vida, era ser el triste muelle de un bolígrafo.

El Pintor, el Dragón, y el Titán


Hubo una vez un pintor que en uno de sus viajes quedó tan perdido por el mundo que
fue a dar a la guarida de un dragón. Éste, nada más verle, rugió feroz por haberle
molestado en su cueva.

- ¡Nadie se atreve a entrar aquí y salir vivo!

El pintor se disculpó y trató de explicarle que se había perdido. Le aseguró que se


marcharía sin volver a molestarle, pero el dragón seguía empeñado en aplastarle.

- Escucha dragón. No tienes por qué matarme, igual puedo servirte de ayuda.
- ¡Qué tonterías dices enano! ¿Cómo podrías ayudarme tú, que eres tan débil y
pequeñajo? ¿Sabes hacer algo, aunque sólo sea bailar? ¡ja, ja,ja,ja!

- Soy un gran pintor. Veo que tus escamas están un poco descoloridas y,
ciertamente, creo que con una buena mano de pintura podría ayudarte a dar mucho
más miedo y tener un aspecto mucho más moderno...

El dragón se quedó pensativo, y al poco decidió perdonar la vida al pintor si se


dedicaba como esclavo suyo a pintarle y decorarle a su gusto.

El pintor cumplió con su papel, dejando al dragón con un aspecto increíble. Al dragón
le gustó tanto, que a menudo le pedía al pintor nuevos cambios y retoques, al
tiempo que le trataba mucho mejor, casi como a un amigo. Pero por mucho que el
pintor se lo pidiera, no estaba dispuesto a dejarle libre, y le llevaba con él a todas
partes.

En uno de sus viajes el pintor y el dragón llegaron a una gran montaña. Estaban
recorriéndola cuando se dieron cuenta de que la montaña se movía... y comenzó a
rugir con un ruido tal que dejó al dragón medio muerto de miedo. Aquella
montaña era en realidad un gigantesco titán, que se sintió tan enfandado y ofendido
por la presencia del dragón, que aseguró que no pararía hasta aplastarlo.

El dragón, asustado por el tamaño del titán, se disculpó y trató de explicarle que
había llegado allí por error, pero el titán estaba decidido a acabar con él.

- Pero escucha, gran titán, soy un dragón y puedo serte muy útil- terminó diciendo.
- ¿Tú, dragón enano? ¿Ayudarme a mí? ¿Pero sabes hacer algo útil? ¡ja, ja, ja, ja!
- Soy un dragón, y echo fuego por mi boca. Podría asar tu comida y calentar tu
cama antes de dormir...

El titán, igual que había hecho antes el dragón, aceptó la propuesta, quedándose al
dragón como su esclavo, tratándolo como si fuera una cerilla o un mechero. Una
noche, cuando el titán dormía, el dragón miró entristecido y avergonzado al pintor.

- Ahora que me ha ocurrido a mí, me he dado cuenta de lo que te hice... Perdóname,


no debí abusar de mi fuerza y mi tamaño.

Y cortando sus cadenas, añadió:

- ¡Corre, escapa! El titán duerme y eres tan pequeño que no puede ni verte.
El pintor se sintió feliz de haber quedado libre, pero viendo que el dragón, a quien
había tomado mucho cariño, había comprendido su injusticia, se quedó por allí cerca
pensando un plan para liberarle.

A la mañana siguiente. Cuando el titán despertó, descubrió al dragón tumbado a su


lado, muerto, con la cabeza cortada. Rugió y rugió y rugió furioso, pensando que
habría sido cosa de su primo, el titán más malvado que conocía, y se marchó
rápidamente en su busca, decidido a romperle la cabezota en mil pedazos.

Cuando se hubo marchado el titán, el pintor despertó al dragón, que aún dormía
tranquilamente en el mismo sitio. Al despertar, el dragón encontró al otro dragón de la
cabeza cortada, que no eran más que unas rocas que el pequeño artista había
pintado para que parecieran un dragón muerto. Y al mirarse a sí mismo, el dragón
comprobó que apenas se le podía ver, pues mientras dormía el pintor había decorado
sus escamas de forma que parecía una verde pradera de flores y hierba.
Ambos huyeron tan rápido como pudieron, y el dragón, agradecido por haberle
salvado, prometió a su amigo el pintor no volver a utilizar su fuerza y su tamaño para
abusar de nadie, y que los utilizaría siempre para ayudar a quienes más lo necesitaran.

El tigre que se reía de todos


El tigre, que era listo, rápido y fuerte, siempre se estaba riendo de los animales, en
especial del canijo abejorro y del lento y torpe elefante. Un día de asamblea hay un
derrumbe y la puerta de la cueva se bloquea. Todos esperan que el tigre resuelva el
asunto pero no es capaz. Al final, el abejorro sale entre las rocas en busca del
elefante, que no había ido a la asamblea por estar triste. El elefante acude a remover
las piedras y todos los animales felicitan a ambos y quieren ser sus amigos. El último
que sale es el tigre, avergonzado, que aprende la lección y desde entonces sólo se
fija en las cosas buenas de todos los animales.

Los grandes dones


En cierta ocasión un grupo de niños de un colegio estaba de excursión. Prácticamente
todos jugaban a la pelota, menos Moncho, al que veían como un chico tontorrón
que no servía para otra cosa que para reírse de él. Y es que no le gustaban ni las
peleas, ni los deportes, ni nada de nada, ¡ni siquiera se defendía cuando le pegaban!.
Era tan raro, que ni siquiera aquel día jugaba al fútbol como los demás. Y la única
vez que dio al balón, lo hizo tan mal que acabó en una pequeña cueva. Cuando
entraron por la pelota, en su interior descubrieron un cofre con un enorme libro del que
salía un brillo especial. Corrieron a llevárselo a la maestra, quien lo encontró
fascinante, y acordaron leerlo en clase a lo largo de los días siguientes.

El libro se titulaba "los grandes dones", y contaba maravillosas historias y cuentos


acerca de grandes inventores, maravillosos artistas, sabios escritores y aventureros
y buscadores de tesoros. Con cada historia, los niños abrían aún más los ojos, y
quedaban encantados con aquellos personajes con dones tan especiales.

Hasta que llegaron a la última página del libro, la que contaba el origen de aquellos
grandes personajes. La maestra leyó:
"Existe un lugar en el cielo llamado la fuente de los corazones, donde antes de nacer
a cada corazón se le asignan sus muchos dones. Más o menos un poquito de cada
cosa, para conseguir personas normales. Pero de vez en cuando, algo sale mal, y
algunos corazones llegan al final mucho más vacíos. En esos casos, se rellenan
con un último don que convierte esa persona en excepcional. Pueden faltarle muchas
otras cualidades; en muchas cosas será distinto del resto y le verán como un niño
raro, pero cuando llegue a descubrir su don especial, sus obras pasarán a formar
parte de estos libros y cuentos."

Cuando cerró el libro se hizo un largo silencio en clase. Mientras todos pensaban en
sus propios dones, Moncho salió con una de sus rarezas:
- ¿Y si te hacen un trasplante y te ponen el corazón de un cerdo, tendrás cualidades
de cerdo? - preguntó todo serio.

Todos sintieron unas enormes ganas de reír, pero entonces, al mirar a Moncho,
comprendieron que era él precisamente uno de aquellos casos tan especiales. Y
sintieron pena por cada una de las veces que se habían reído de su torpeza y
sus cosas raras. Desde aquel día, nunca más trataron de burlarse de Moncho, y
entre todos trataban de ayudarle a descubrir su don especial, que resultó ser un talento
artístico increíble que le convirtió en el pintor más famoso de su tiempo.

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