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Qué Filosofía para Qué Conocimiento en Qué Sociedad
Qué Filosofía para Qué Conocimiento en Qué Sociedad
DISCUSIONES/DISCUSSIONS
Nicolás Lavagnino
Universidad de Buenos Aires
CONICET
Resumen:
¿Cuál es la utilidad de la filosofía y las humanidades? El planteo resurge,
esporádicamente, en la forma de argumentos vinculados a cierta racionalidad
económica de la política presupuestaria y científica, dando por sentado que
estamos de acuerdo en el concepto mismo de utilidad, e ignorando con
frecuencia la historicidad del término en el contexto de la evolución de las
teorías económicas. Evolución que, luego de la revolución keynesiana del
pensamiento disciplinar, condujo a no pocas paradojas conceptuales. Este
artículo se propone recapitular brevemente las vicisitudes del concepto de
utilidad, para luego revisitar las mencionadas paradojas a las que condujo el
planteo keynesiano, con el propósito de abordar, finalmente, algunos de los
rasgos sistémicos que tal vez permitan responder oblicuamente a la impropia
pregunta que da inicio al texto.
Abstract:
Which is the usefulness of philosophy and the humanities? The topic arises,
sporadically, in the form of arguments linked to a certain economic
rationality of budget and scientific policy, assuming that we agree on the very
concept of utility, and often ignoring the historicity of the term in the context
of the evolution of economic theories. Evolution that, after the Keynesian
revolution of economic disciplinary thought, led to many conceptual
paradoxes. This article aims to recapitulate briefly the vicissitudes of the
concept of utility, and then revisits the paradoxes generated by the Keynesian
approach, with the purpose of finally addressing some of the systemic
features that may allow to respond obliquely to the improper question which
202
NICOLÁS LAVAGNINO
I- Introducción
Tal parece que en el contexto actual, y en muchos otros antes,
emerge la pregunta por la utilidad y el valor de la filosofía y de las
humanidades. El tópico esconde, más bien, un cuestionamiento, y asume
la forma de un argumento de corte economicista. ¿Cuál sería la
racionalidad del gasto aplicado a tales cosas? Argumento que desemboca,
habitualmente, en una discusión acerca de los contenidos mismos de las
disciplinas cuestionadas.
Este artículo se propone, en primer lugar, rastrear los avatares del
concepto de utilidad -que es el cimiento sobre el que se montan los
cuestionamientos de tinte economicista- en la teoría económica,
estableciendo que solamente en el marco de una búsqueda de una unidad
de medida -del valor, de la utilidad o de la productividad- pudo
afianzarse como tal. La paradoja reside en que esa unidad de medida solo
pudo establecerse mediante sucesivas depuraciones de cualquier
consideración objetiva del valor o de la utilidad de un determinado bien o
servicio. Y esto fue llevado a cabo con miras a depurar a la ciencia
económica de compromisos metafísicos y en pos de cierta neutralidad
valorativa. Al mismo tiempo, la frontera que separaba las actividades
consideradas productivas de las improductivas se fue desplazando
constantemente, redistribuyendo valores y reasignando prioridades. El
resultado de todo ello fue el establecimiento de un abismo infranqueable
entre el sentido ordinario del término en sus usos cotidianos (incluyendo
su empleo en el espacio público con fines polémicos) y el problema
teórico de la agregación de valor y la productividad.
En segundo lugar, en este artículo, se escrutan derivaciones de ese
planteamiento impropio que, habitualmente, asumen la forma de
auténticos lugares comunes. Para analizar esas derivaciones se retoman
tópicos vinculados al carácter del vínculo fiscal e impositivo, el rol de los
salarios y el empleo en la economía, la estructura de los mercados y el
problema de la agregación de valor. Lugares comunes que, se afirma
aquí, suelen ignorar el impacto que la revolución keynesiana del
pensamiento económico ha suscitado en la gestión del ciclo económico.
Y finalmente, en la parte positiva de la presentación, se esboza
una posible respuesta a la impropia pregunta formulada al comienzo del
escrito. El valor o la utilidad de la filosofía y de las humanidades tal vez
II- Utilidad
Hagan una prueba. Ingresen en Google y busquen “utilidad”. El
diccionario les devolverá dos definiciones, que dicen así. La primera:
“provecho o beneficio que se saca de una cosa”. Ejemplo: “no tires ese
baúl, ya le encontraremos utilidad”. Segunda definición: “capacidad que
tiene una cosa de servir o de ser aprovechada para un fin determinado”.
El ejemplo que propone aquí la página es el siguiente: “mucho se puede
discutir sobre la utilidad del estudio de las lenguas clásicas” 1.
En mi opinión es asombroso que de los infinitos ejemplos que
podían darse se presentaran dos en los cuales, por un lado, queda en claro
la posible utilidad de un antiguo baúl, comparándolo favorablemente con
el provecho que podría obtenerse del estudio de las lenguas clásicas.
Teniendo claro que donde dice lenguas clásicas bien podría decir
filosofía, o humanidades en general. La anécdota puede completarse con
otra, vinculada con la capacidad humana de confundir hasta las cosas
más simples. En una ocasión me encontraba leyendo la convocatoria a un
congreso de filosofía y teoría de la historia donde mentaban el clásico
aserto nietzscheano sobre la utilidad de la historia, pero me pareció leer
que era sobre “la historia de la utilidad”. Olvidé el asunto hasta el
momento de escribir estas líneas. En este momento pienso que tal vez esa
historia deba ser recapitulada aquí, como forma de enmarcar la discusión
en torno a los baúles y las humanidades.
Ahora bien, ocurre que en la historia del pensamiento económico
es imposible dar cuenta del concepto de utilidad sin antes lidiar con su
inmediato antecesor como término fundante del análisis económico, que
es el concepto de valor. A fin de cuentas, es por las aporías presentes en
las teorías del valor de la economía clásica que se llega a la solución del
análisis marginalista de la utilidad (aún cuando esa solución no terminó
Este señalamiento, que hoy en día nos parece extraño, deberá ser
recordado más adelante, ya que pone de manifiesto algo que, a pesar de
su obviedad, o quizás a causa de ella, suele ser pasado por alto: la
frontera entre lo productivo y lo improductivo se desplaza
históricamente, como todas las otras fronteras en el orbe.
En este contexto, la distinción entre importancia y productividad
es relevante, como lo es también el hecho de que para Smith (y para los
economistas clásicos en general) solo se agrega valor cuando hay un
output físico cuantificable, a partir del cual los incrementos de
productividad pueden medirse:
Existe un tipo de trabajo que se añade al valor de la materia
sobre la cual se confiere: existe otro que no tiene ese efecto (…)
El trabajo de un manufacturero generalmente añade al valor de
los materiales con los que trabaja el valor de su propia
manutención y el de los beneficios de su patrón (Smith 1776,
296)
IV- Sistemas
Supongamos que nos tomamos en serio la idea -presente en los
documentos oficiales antes mencionados- de que hay algo así como un
sistema de ciencia, tecnología e innovación, en el marco del cual están
las humanidades y, dentro de ella, como una ínfima partícula de
quehaceres académicos, la filosofía. Es obvio que la producción de
conocimiento en estas condiciones depende, por ejemplo, de la
consideración que se tenga de la universidad y el sistema universitario
con ese otro sistema de ciencia y tecnología. Y de la relación que se
establezca entre el saber filosófico y la universidad.
Estos problemas quizás puedan ser atendidos prestando atención a
las características propias del quehacer académico como un sistema, o un
campo (si seguimos a Bourdieu al respecto; Bourdieu 2000). Esto es,
resulta fundamental comprender que los así llamados campos
disciplinares se comportan como sistemas por derecho propio (Luhmann
1995). En este sentido, y como punto de partida, vale tener en cuenta que
un punto central en la estructuración de los campos o sistemas
académicos es la asimetría. Incluso, se trata de una idea de asimetría que
tiene que expresar la peculiar dialéctica de los pares-competidores
podrán apreciar como la joya que es. El peligro, pero al mismo tiempo
aquello a lo que se ven estimuladas las prácticas académicas, es pensar
las propias palabras y las prácticas discursivas y materiales del mismo
modo en que se conciben los bienes de prestigio o posicionales. Bienes
tanto más valiosos cuanto superfluos, limitados o inesenciales se
muestran. Consumo ostentoso, diría Thorstein Veblen, hace un siglo,
pensando justamente en la formación universitaria (Veblen 2014).
La tensión que recorre a la universidad, a las humanidades, a la
filosofía, no se expresa en las algaradas asamblearias. La tensión se
trafica de adentro hacia afuera, en la urgida demanda de un acoplamiento
estructural -uno de los términos centrales en la moderna teoría de
sistemas, que designa la inscripción causal de un sistema en su entorno, a
la vez que resalta su autonomía operacional (Luhmann 2007, 127)- entre
sistema y entorno que siempre se ve pospuesto, frustrado, que nunca se
realiza plenamente. Porque el elemento que irrumpe en este blando
discurrir autopoiético de la universidad en torno a sí misma, es la juntura
en la que el especialista se enfrenta imaginariamente a una versión más
realizada de sí mismo. Colisiona con la petición de que esta factoría
discursiva sea operante y con mejora allende los muros. Una demanda
ante la cual la auto-imagen intelectual del discurso académico no puede
resignarse sin estragos aparentes. Porque las descripciones que informan
la narrativa putativa universitaria siempre establecen una incómoda
equivalencia entre académicos e intelectuales, lo cual nos coloca en el rol
de venideros Zolás de aún ignotos casos Dreyfus.
En resumen, el sistema científico-tecnológico configurado desde
los campos académicos nos muestra una operación basal signada por la
distinción entre saber y no saber, que performa campos asimétricamente
estructurados, campos que en su segregación progresiva dan lugar a
tendencias autopoiéticas, autopoiesis que conduce tanto a la auto-
referencia del entero campo, su exquisita delimitación disciplinar en pos
de demandas cada vez más segmentadas, nichos, donde el consumo
ostentoso está dirigido, casi exclusivamente, hacia otros productores de
esos mismos bienes posicionales. Esta deriva, inherente a los sistemas,
plantea no obstante el problema entre la realidad y la mala conciencia del
intelectual, que no es otra cosa que la pregunta por la relación entre el
sistema y su entorno, lo que no es sistema (Luhmann 1995, 172). La
pregunta por el acoplamiento estructural entre el mundo de la vida de las
palabras disciplinadas y el resto de los horizontes en los que se modelan
las existencias.
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