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¿Crees que el amor está sujeto a las decisiones en la vida? ¿Realmente alguien se
puede enamorar a través de un matrimonio por conveniencia? Seguro que te hago esas
preguntas y no sabes la respuesta. Es que la vida es así, no sabemos sobre ciertas cosas
hasta que la vivimos.
Es por ello, que deseo contar mediante estas líneas mi gran historia de amor, ¡vaya!
Sí que me costó decidirme a contarla. No lo sé, fue quizás por el título pues digamos que
Imperdonable no hace alusión precisamente a una radiante historia de afecto, ternura,
amor y pasión; ya que, lo que yo he vivido los últimos tiempos de mi vida ha sido un
abismo lleno de decepciones, engaños y tinieblas.
Pero bueno, ya eso no importa, el mal está hecho y mi vida está arruinada, ya nunca
será lo mismo rodearme de cierta gente, jamás podrá ser igual preocuparme por el destino
de las demás personas. El hecho de vivir una pasión con amargura me marcó la vida para
siempre.
¿Y cómo no podría equivocarme? Digo estar dividida entre dos grandes hombres
no es y nunca ha sido nada fácil. Pero aprendí de mis experiencias, experiencias que seguí
viviendo durante tantos días y noches, durante mucho tiempo y que hicieron que
cambiara mi inclinación. Lo acepto transformé mi pensar mediante el desarrollo de ciertas
aventuras fuera del más existencial desorden y descubrí que una vida sin amor no vale ni
siquiera una pieza de oro.
YUGEISY CABRERA
Mariska
IMPERDONABLE
El amor es un dulce néctar y un hermoso acordeón musical dicen algunas personas.
Son esos similares seres los que revelan que los seres humanos deben pasar la vida como si
fuera la última gota de agua del chorro. Son ellos mismos los que dicen que amar nunca
podrá decretarse como un delito.
Yo, una chica inteligente y soñadora, no estoy de acuerdo con tal afirmación y
¿Cómo podría estarlo si a mí me condenaron a amar a quien no debía? No sé quien fue el
culpable de tal castigo, lo que sí sé es que con tal acción me destruyeron el corazón y me lo
curaron de la mejor forma posible.
Soy una estudiante promedio de una reconocida universidad del país, tengo
dieciocho años; sí la edad intermedia entre los diecisiete, cuando aún eres una adolescente
menor de edad e inmadura y los diecinueve cuando ya eres toda una mujer. Estudio
primer año de comunicación social, carrera que de verdad a mí no me gusta.
Desde temprana edad ésta servidora quiso estudiar para ser chef, pero nunca pude
lograrlo. La situación económica en mi hogar no era de lo mejor y tuve que escoger un
quehacer que fuera bien pagado a la hora de obtener un título universitario y empezar a
trabajar.
Fue esa expresión la que me hizo aceptar mi futuro sin los ricos alimentos que
deseaba aprender a preparar. Decidí por mi misma ingresar a una universidad de
excelencia para estudiar comunicación social y obtener igualmente maravillosas notas
para poder ingresar al curso electivo que en la academia dictaban de “Delicias Dulces”.
Mi mamá es la que me señala que si sigo comiendo tanto dulce me voy a poner
como una pelota y que voy a tener que decirle adiós a mi barriguita plana de modelo de
pasarela. ¡Ojala eso fuera sido así y de ningún modo nada de lo que me ocurrió fuera
pasado!
Pero bueno, como iba diciendo soy una estudiante regular, no tan buena en las
matemáticas, en la física, ni en la química. Como diría mi mamá “en las tres Marías”. A mí
me gusta vestir bien sexy, escuchar música bailable y andar en las discotecas con mis
compañeras de la uni, especialmente con mis amigas que son tres y son inmejorables
porque desde que empecé la carrera han estado conmigo.
Gabriela, alías “la loca del aprisco”, ella es una chica de veinte años que hace
mención a su apodo porque de verdad pareciera que sí estuviera loca. Cree en los
extraterrestres y jura que su hermano menor fue cambiado al nacer por uno de estos seres
cósmicos, planetarios y paranormales.
Marianny, “Miss cerebro porrudo”, ella es una estudiante súper, pero súper
aplicada; mejor dicho la nerd e intelectual de la escuela. Es una muchacha obstinada,
tozuda que siempre cree tener razón en todo y que si se le discute mucho una opinión o su
forma de pensar te hace sentir inferior al explicarte las pruebas de sus teorías en los
apócrifos de los más conocidos científicos.
Rosiris, “la gordis” o el alma de la escuela como también se le conoce. Ella es una
chiquilla hermosa de alma que a pesar de tener uno kilitos de más, siempre tiene corazón
para hacerte sentir importantísimo para su vida. Cuando hace una fiesta por su
cumpleaños asisten muchas personas, más de las que están en la lista de invitados y
cuando alguien la conoce queda prendado de sus encantos juveniles.
Ellas son las amigas que todo el mundo quisiera tener y que creo que en el universo
la única que se jacta de tenerlas soy yo. Siempre las tres me han apoyado
indiscriminadamente y desde que las conozco, desde hace un año, me siento a gusto de
tenerlas cercas.
¿Qué tendría de especial un joven con tales características? Esa pregunta sí que es
viable de contestar. Este chico es nada más y nada menos que el príncipe heredero del
trono del país. Es decir, que es el que está más cerca de ser coronado como próximo rey de
la nación. Es el hijo de la reina madre Kalish, que con 50 años tiene tres hermosos hijos.
¡Wau! Aún hoy me cuesta decir que ese chico es un príncipe y que estudia en la
misma universidad donde yo lo hago; aunque claro que él no estudia comunicación social,
de solo imaginármelo como reportero de televisión me dan ganas de vomitar.
Sin embargo, como decía, bueno él no estudia comunicación social, estudia ciencias
políticas, ¡uf! ¡Qué aburrido! De exclusivamente pensar en grandes leyes, estatutos y
legislaciones me siento caer rendida por el sueño durante largas horas pues a mí la lectura
no se me da mucho y según he oído por ahí para estudiar esa carrera lo más importante es
leer bastante.
Pero realmente el chico es un ser sin corazón que humilla a todo el mundo con solo
mostrar esa mirada excedida, muy común en él, de superestrella. Esa mirada que a las
chicas derrite y que a mí particularmente me aterroriza.
Mis amigas que también están chifladas por él, dicen que esa mirada es irresistible y
yo les pregunto que qué puede tener de irresistible una mirada aplacadora que ni siquiera
muestra una sonrisa para variar. Ellas creen que yo soy una tonta que por andar pensando
en los pajaritos volando no veo más allá de mis ojos.
Ella usa faldas de corazones con picos, siempre carga en su bolso las sandalias de
moda, nunca la he visto repetir una ropa, toma la mano de Jefferson como si fuera de su
propiedad y habla casi en susurro como para que nadie escuche de lo que está hablando.
Eso sí, cuando está de malas pobre del que se cruce en su camino.
A mi parecer, Jefferson y esa chica si que hacen la pareja perfecta y con su tonto
grupo de riquillos más todavía; ya que los bellos enamorados terminan siendo los más
millonarios de la universidad y del país.
Eran las 12:18 AM de un día viernes, sí el vil día en que todas las personas en el
mundo andan como locas por el stress de que ya casi comienza el fin de semana. Yo estaba
feliz en la cocina, me habían entregado un parcial y había sacado la nota completa, así que
juré por mi misma que dicha situación de alegría no tendría que cambiar nunca.
— ¿Su mejor chef? —Le contestó la voz de mujer—Usted sí que está perturbado. Si
ese Focaccia al rosmarino lo preparó su mejor chef no me puedo imaginar los que hacen
los peores.
En ese momento me sentí horrible, qué se creía la cretina que estaba hablando. Yo
era una buena chef y de eso no había ninguna duda.
— ¡Su Alteza, por favor! —Dijo el señor Jeus— ¡Explíquele a su novia que ese
Focaccia al rosmarino está bien! Yo mismo supervisé su realización porque usted me
anunció esta mañana que hoy sus amigos, su novia y usted iban a almorzar aquí.
Me quite la bata y el gorro de chef, me lavé las manos y después me solté los
cabellos para verme presentarme delante de esa “sin cerebro” y finalmente salí dando
trompazos a la puerta, dispuesta a reclamarle a la “cabeza hueca” de Kimberley tal
insensatez.
—Yo se lo digo señor, si ese Focaccia al rosmarino causa malestares en mi cuerpo,
nunca más volverá a trabajar en algún restaurant del país.
—Le aseguro señorita que esto no volverá a pasar—le alegó con gran temor Jeus.
Cuando abrí la puerta de la cocina, salí hacia donde se oía la discusión, me asomé a
la recepción y me fije que el chico que se encargaba de esa área estaba hablando con uno
de los clientes. Caminé hacia el comedor y posteriormente avancé hasta la parte más
elegante y allí me ofusqué muchísimo. Al pobre de Jeus, Kimberley lo estaba humillando
de lo peor y delante de casi toda la universidad y principalmente delante de los amigos
millonarios de Jefferson. Me armé de valor, qué se creía esa estúpida; claro, como tenía
dinero se creía superior al resto de la gente.
No supe qué contestar a eso, únicamente me fijé en Jefferson que estaba frente a
frente de mí y que puso sus ojos en los míos de una manera muy diferente a lo que estaba
acostumbrada cuando otros seres me veían.
El sonrió sin muchas ganas. Me revisó con la mirada de los pies a la cabeza y luego
le dijo a Kimberley en voz baja:
— ¡Estás escenitas no me gustan! Si sigues con esto me voy a marchar de este lugar.
La gente ya comienza a vernos feo.
—Soy lo mejor que pudo haber pasado por esta universidad—Kimberley expresó
en voz alta para que todos los allí presentes, escucharan sus habladurías—Así que tengo el
derecho a comer lo mejor.
—No veo que tenga de malo la comida—intenté razonar con esa chica—Si me lo
explicaras, podríamos hacer algo.
— ¡Eso no es problema tuyo!—le repliqué sin ponerme a pensar mucho que ella era
una cliente más del restaurant y no debía tratarla con discordia.
— ¿Saben una cosa?— Jefferson se puso de pie sin mostrar ninguna emoción en sus
palabras —Yo no nací para hacer el ridículo—en seguida de eso, caminó dispuesto a
retirarse del restaurant. Junto a él, todos sus amigos también se pusieron de pie para
también marcharse de ahí.
— ¿Para dónde vas? —Kimberley intentó agarrar del hombro a Jefferson— ¡No me
dejes sola!
Después de eso me quedé muda y blanca como un papel, ¿Cómo era posible que
Jefferson se atreviera a humillar tan feo a Kimberley si ella era su novia? ¿Acaso ella había
metido la pata hasta el fondo? Si por lo menos, Jefferson no se viera tan sexy, mis ojos no
lo fueran visto con perfil de tonta embelesada y en ese momento hasta me fuera atrevido a
defender a Kimberley.
Pero, también había que preguntarse ¿Cómo Kimberley había podido olvidar que
así no se trata a su majestad? Ella era su novia, pero eso para un ser tan obstinante como
él, no significaba nada. Ahora, ella sí que había metido la zanca en un hoyo negro porque
desde ese día sería la comidilla de los habladores de la escuela.
—Pero ¿Por qué has hecho eso?—le preguntó Kimberley bastante molesta.
—Por nada—luego le hizo un gesto con los dedos a sus amigos y dando media
vuelta todos ellos salieron detrás de Jefferson, del restaurant.
Yo, en tanto, no salía del impacto de ver la manera tan cruel y la forma tan
inhumana como Jefferson había “solucionado” el problema con el Focaccia al rosmarino,
En esos momentos me quería morir. Morir fuera sido una tontería, lo indiscutible era que
quería matar a el príncipe por ser tan desalmado.
Cuando reaccioné, supe que no podía quedarme en ese lugar. Así que decidí
marcharme temprano. Regresé a la cocina, recogí mis cosas y después me encaminé hacia
mi casa. Cuando llegué a mi hogar le di gracias al cielo que mi mami no estuviera por allí.
Subí en veloz carrera a mi habitación y me metí en el baño para verme sin dudar en el
espejo del lavamanos, la cabeza llena de comida, de la dichosa guerra ocurrida en el
restaurant.
Tomé temblando una toalla y me introduje en el baño. Allí abrí la regadera y con
todo y ropa decidí darme un buen lavado. Justo en esa situación agradecí también al cielo
que mis padres no anduvieran por ahí, de sólo imaginarme la cara de horror de ambos, el
cuerpo me ardía de la rabia.
Esa noche cené con mis padres. No pude dejar de recibir los regaños de mi madre
por haber dejado la ropa mojada sobre mi closet y no en la lavadora del cuarto de lavado.
Mi padre; en cambio, estuvo de acuerdo conmigo, es más me contentó oírlo decir:
— ¡Cálmate, mujer! No molestes así a Mariska, el hecho de que no haya tenido
cuidado con su ropa no quiere decir que esté haciendo algo mal. A lo mejor, es la moda de
las chicas de ahora. Yo he escuchado que las chicas muchas veces se vayan con ropa.
Al decir esas frases me horroricé, ¿Sería mejor contarles todo lo pasado esa tarde a
mis padres? ¿Lo descubrirían por ellos mismos? ¿La realeza tendría capacidad de venir a
reclamarme por la mala acción que yo cometí contra la novia de uno de sus integrantes?
Las respuestas no las pude encontrar ni siquiera acurrucada en mi cama una hora
después. No podía conciliar el sueño, cada vez que mis ojos se cerraban, la cara de
humillación de Kimberley se me cruzaba por la cabeza. Esa noche ni el contar ovejas me
sirvió de mucho.
Quería echar a correr o desaparecer por una pared. ¡Bárbaro! El dichoso príncipe
era un bárbaro y seguro que movería todas sus fichas para que me echaran de la
universidad y lo peor de todo, es que tenía asegurado que hasta mi trabajo en la cafetería-
restaurant lo había perdido.
Dejé pasar un par de horas antes de decidirme a salir del baño, vestirme y luego,
muy de luego, ir a la uni. Me vestí súper recatada, no deseaba que alguien me lanzara un
piropo esa mañana, lo que añoraba era evaporarme y eso nunca sucedería.
Cuando llegué al instituto me sentí ahogarme en llanto. La odisea del día anterior
había significado sólo un preámbulo. Todos a mí alrededor me veían como un bicho raro,
incluso Ivanovn, la cholla de la universidad. Esta chica me torcía los ojos en señal de
desprecio y seguidamente se unía con sus amigas y les expresaba:
Las otras dos que estaban con ella se reían tapándose la boca y luego una de las dos
decía:
—Dicen que el príncipe ya habló con la rectora para que la retiren de la escuela.
Vi la hora en el reloj de la escuela. Ya eran pasadas las once, las tres clases que yo
tenía ese día ya las había perdido; por tanto la hora de ellas hacía rato que había
transitado. Entonces, me dirigí a la cafetería-restaurant, era hora de saber por lo menos, si
seguía teniendo mi trabajo.
Cuando llegué me espanté, era la primera vez que mi cuerpo reaccionaba de esa
manera en ese lugar. Caminé con socarronería entre las mesas llenas de gente y me dirigí
hacia el mostrador. Allí, como siempre, estaba el señor Jeus que con su gran sonrisa me
saludó como todos los días.
—No bromeé con eso, señor— le dije—mire que tengo mucho miedo por mi futuro
en este lugar; ya que, después de lo de ayer…
—Claro que no, —me respondió—Y creo que ninguno de los dos debería hacerlo
porque la señorita Kimberley fue la que empezó todo ese alboroto ¡Quédate tranquila! Ven
cumple con tu trabajo.
Pero realmente la situación no estaba del todo calmada. Una de mis compañeras de
trabajo que se llamaba Nerea no se conformó con mirarme mal sino que me dijo un poco
de cosas malas. Ella siempre me había tenido envidiaba; más, yo nunca pensé que iba a
llegar a tanto.
—Nerea—el señor Jeus intentó atajar sus palabras— ¡No vayas a empezar!
—Si todos ustedes se quieren hacer como si no fuera pasado nada ¡Está bien!—
Nerea señaló a todos los que estaban en la cocina—pero eso no me quita el derecho de
decir lo que pienso.
—Nerea—el señor Jeus intentó tranquilizarla un poco.
— ¡Vaya, por lo menos eso sí está bien en ti!—Nerea me miró de arriba abajo—Aún
no puedo creer que seas tan cínica. Dime ¿De verdad pensabas que te ibas a meter con
gente tan importante y saldrías victoriosa?
—Eso no es así—rezongué.
— ¿Ah y cómo es?—esa tonta me estaba haciendo perder la paciencia—Con eso que
hiciste pusiste en peligro el empleo de todos y si por cosas de la vida el príncipe o la
señorita Kimberley cierran la cafetería-restaurant, todos vamos a quedar desempleados.
— ¿Y con esas cursis palabras crees que vas a tapar todo?—Nerea estaba paranoica
¿Acaso me odiaba tanto?
—Nerea ¡Ya basta! —El señor Jeus la tomó de la mano y la hizo mirarlo—Si sigues
con esto la que vas a ser despedida eres tú.
Nerea miró al señor Jeus y dando media vuelta en un claro berrinche, se fue a
caminar por ahí. Al rato regresó con una cara de querer matarme, pero sin decirme nada.
Al ver que nadie más me dijo nada decidí que iba a intentar olvidar toda esa
pesadilla y me propuse preparar algo especial y delicioso para ese día. Total, aún
conservaba mi empleo y si lo iba a perder en los próximos tiempos, no sería en ese
instante. Resolví preparar un Bouillabaisse, plato típico de Francia.
Me sentía tan feliz porque no lo podía creer, aún conservaba mi trabajo y lo que me
gustaba más, tenía que admitirlo, el príncipe se había portado como lo que realmente era;
es decir, un gran soberano y un caballero. No me había mandado a despedir y ni siquiera
me había reclamado por lo pasado el día anterior.
Continué tan metida en mi trabajo y en mis pensamientos que no percibí los pasos
que me indicaban que alguien se acercaba a mí. Por un momento creí que era el señor Jeus
el que había abierto la puerta y entrado; entonces le resté importancia, seguro que venía a
preguntarme sobre alguna receta que se le había olvidado o sobre si yo conocía el lugar
donde había dejado un utensilio.
— ¡Ya casi está listo el Bouillabaisse! —Me volteé a verlo y vaya que a quien vi no
me gustó nada. Estaba allí parado mirando con una cara nada simpática.
—Grrr… Me imaginé que estarías aquí—dijo Jefferson con voz muy gruesa tal y
como si estuviera a punto de explotar de la rabia—De verdad que si eres caradura venir a
trabajar cuando ayer humillaste públicamente a mi novia.
Me quedé muda y cándida como una tiza. Él estaba frente a mí, allí a solas conmigo
pero no como me lo hubiera imaginado. Tenía los ojos negros y una media sonrisa
demasiado cautivante.
—Me parece que aún no percibes las consecuencias de tus actos de ayer— Jefferson
colocó una mano sobre mi hombro y me acarició suavemente el cuello. Yo de espalda de él
no sabía qué responder a ello.
—No, éste lugar no está tan mal—Jefferson realizó una breve ojeada a la cocina del
restaurant—Prefiero tomar otras acciones.
—No fue mi culpa—el corazón lo tenía angustiado por recibir tantas emociones a la
vez—Yo solo quería defender al señor Jeus. Su novia lo estaba maltratando muy feo.
—Bueno; entonces no hay más de que hablar—me dio la espalda simulando que se
marchaba de allí.
— ¡No, por favor! No haga que me despidan. Yo adoro este trabajo y he luchado
cada día por estar aquí.
Jefferson se dio media vuelta hacia donde estaba yo y quedó muy cerca de mí. Yo
no sabía qué pensar estábamos muy juntos uno del otro y sin darnos cuentas estábamos
dejando que la atracción nos uniera más.
—Tienes unos labios muy hermosos—Jefferson me miró la boca con ojos de deseo.
—Yo…—las manos me estaban sudando del nerviosismo—Yo pensé que usted era
una persona seria.
— ¿Quieres que te demuestre lo serio que puedo llegar a hacer?—me preguntó y sin
esperar la respuesta me alzó del suelo y me montó sobre la mesa de la cocina. Yo no sabía
que decir ni que pensar; qué carajo me estaba pasando si permitía todo aquello.
—Tú eres grandiosa—mi cuerpo vibraba sin pudor alguno aunque yo no quería que
él actuara de esa forma—Me imagino lo sensual que debes ser.
Jefferson buscó con su boca el otro seno y la mano que tenía sobre mi espalda
descendió hacia mi trasero. Eso me hizo palpitar como una leona en celo. Cerré los ojos y
podía sentir mi cuerpo todo sudado de expectativa. Vibré intensamente y podía notar
cómo me palpitaba el corazón con suprema violencia.
— ¿Por qué tiemblas?—se detuvo y me preguntó, sus ojos estaban avivados de puro
y candente ardor — ¿Todo eso te lo provoco yo?
— ¡Eres...! —me acarició la frente y pude notar como a Jefferson le palpitaba la vena
que tenía en el cuello —Te hago tiritar y eso me gusta—se acercó más a mí y buscó
pacientemente los labios. Ya estaba a punto de besarme cuando la voz de una mujer lo
hizo alejarse velozmente de mí.
En tanto andaba, pude sentir los ojos situados sobre mi humillada humanidad de
las personas que estaban en la cafetería-restaurant. Podía divisarlos tal cual como eran; es
decir, ingratos, criticones y horrendo, esto claro que dicho de una manera bastante
simplificada
En ese lapso fue cuando lo conocí. Yo corría sin fijarme a donde iba, como dije
anteriormente sin pensar en nada más sino en huir de los dominios del príncipe. Estaba
asustada y rabiosa a la vez; en tanto, mi cuerpo lo que me pedía era que lo evaporase.
¿Estaba loco? ¿Cómo había podido dejar que las cosas llegaran tan lejos?
Corriendo a toda marcha me doblé el pie. Era la primera vez que me pasaba algo
parecido en la universidad. Iba bajando velozmente por las escaleras y rodé como una
pelota. Caí de un golpetazo como un balón de futbol por las escaleras, luego giré escalón
por escalón y ya en la última escalinata caí sobre unos brazos que me esperaban en el suelo
para rescatarme.
Era él, el chico de mis sueños, alguien que nunca antes había visto en la escuela,
alto, sexy, de cabellos largos como de top model, con un cuerpo maravilloso y una boca
sensual. Un hombre en todo el sentido de la palabra. Era guapo, pero lo seguro era que no
tanto como Jefferson. ¿Por qué seguía pensando en él?
—Sí—le contesté.
A la postre noté que los que nos estaban asediando abrían un camino para que
alguien pasara. No lo podía creer, era otra vez él que se acercaba. Tenía los ojos duros y
secos para variar y me veía con cara de desagrado y queja.
Él miró a todos con desprecio y rápidamente todos los que nos habían estado
asediando a mi salvador y a mí se retiraron a sus lugares de orígenes en la academia.
—No sabía que venías a la universidad—le contestó sin mucho ánimo Jefferson—
¿Viniste a la escuela a buscarme?
—Algo así—respondió con júbilo mi salvador— vine con tu mamá, ella está en uno
de sus proyectos.
— ¡Ah!—declaró a secas Jefferson— ¿Es por eso qué estas perdiendo el tiempo?
Me congelé, seguro que se estaba refiriendo a mí. Sí claro, cómo no iba a estar
perdiendo el tiempo su primo con alguien como yo. Entonces, ¿Jefferson también había
estado perdiendo el tiempo hace rato?
Repasé la cinta. ¿Qué era lo que acababa de oír? ¿Acaso esos dos chicos eran
primos? ¡Qué horror! Había metido la pata y con dos integrantes de la realeza. Éste chico
también era un príncipe y rebobinando las cosas siempre lo había visto en televisión, ese
chico era súper famoso. Su nombre era Luciano y por su buena conducta todo el mundo
lo quería aunque no llegaba a ser tan popular como Jefferson que era adorado por las
masas muy a pesar de su mal carácter.
—No, claro que no—carcajeó Luciano—ya me lo has dicho como cien mil veces.
— ¿Por qué no me dejará tranquila? —medité al oír sus frías palabrotas, ciertamente
se estaba refiriendo a mí ¿Le había importado tan poco la escena en la cocina del
restaurant?
En seguida de eso, Luciano se levantó del suelo, yo sonreí, ese sí que era un
príncipe azul. Todo elegante, dotado de gracia, atento y considerado. Él evidentemente
que sí se merecía una reverencia mía. Él sí que tenía la mejor forma de hacer sentir a una
persona de maravilla. No que jugaba con las personas como Jefferson.
— ¡Mis más sinceras disculpas!—me acuclillé casi al suelo muy apenada; mientras
sentía los ojos de Jefferson puestos en mí.
— ¿Amigos?—dudé temblando.
Yo no lo podía creer, ese sí que era un verdadero chico con corazón transparente.
—A partir de hoy vamos a ser los mejores amigos—me tomó otra vez la mano y me
dio nuevamente un beso en ella—eres mi mejor amiga.
Justo en esa situación, Jefferson carraspeó a voz alzada para que Luciano y yo lo
escucháramos, entonces mi salvador me soltó y yo alcé con disimulo la mirada un poco.
Sudando un poco fijé mi mirada hacia el pasillo de la escuela, pero me arrepentí cuando
mi cuerpo comenzó a temblar, no me recordaba que allí estaba Jefferson y ahora él estaba
peor que antes, pues mostraba una cara causal de miedo y con ganas de matarme a mí y a
su primo.
Me puse seria, había conservado mi empleo pero a qué precio. Caminé cojeando por
el pasillo, dispuesta a regresar a la cafetería-restaurant. Jamás podría ver a Nerea con la
misma cara de decencia; puesto que, ya no tenía cara para hacerlo.
Esa tarde retorné feliz como una lombriz a mi casa, abrí la puerta en un soplo, tiré
mi bolso sobre un mueble y luego vi a mi madre acostada sobre una colchoneta en el
suelo. Ella estaba viendo la televisión y tenía puesta sobre el rostro una mascarilla de
zanahoria que siempre se colocaba cuando estaba haciendo ejercicios.
— ¿Acaso uno nada más hace ejercicios para rebajar? —Preguntó intrigante mi
madre—esto se trata de salud y es por eso que todos las personas debemos ser buenos
deportistas.
Seguidamente fui al baño, me lavé la cara y me la sequé con una toalla. Me revisé
algunas partes del cuerpo para ver si me habían quedado marcas de la caída por las
escaleras y fui feliz cuando no me encontré ninguna de gran peligrosidad. Todas pasaban
de simples rasguños y raspaduras. Además, hice una breve ojeada sobre las partes de mi
cuerpo que Jefferson me había manoseado y no había ninguna prueba del delito.
En seguida me dirigí a la cocina y saqué del refrigerador la mascarilla. Me la puse
en el rostro con ayuda de una espátula y al cabo de unos pocos minutos ya estaba acostada
en la colchoneta, al lado de mi progenitora, tratando inútilmente de hacer correctamente
los ejercicios.
Y no lo puedo negar me gusta salir a andar y a bailar con ellos dos. Estoy segura
que junto a su compañía me divierto, no corro regularmente ningún peligro, no tengo que
andar pidiendo aventón a personas desconocidas para que me regresen a casa a altas
horas de la noche porque mi papá lleva su chatarrita para arriba y para abajo y además,
bailo con quien me plazca sin tener las responsabilidades de iniciar un noviazgo; ya que
mi progenitor me defiende de todo y de todos.
Esa mañana sabía por qué necesitaba hacer como si nada fuera pasado el día
anterior, tenía ganas de seguir con mi vida tranquila e inadvertida de todos los días de mi
existencia. Tenía fantásticas ganas de reencontrarme con mis amigas pues desde horas
antes de la discusión con Kimberley no hablaba con ellas, es más, me había negado a
contéstales sus mensajes y llamadas por teléfono para evitar responderles a sus preguntas
pecaminosas sobre Jefferson y yo.
Es que ya me podía imaginar las cosas que sus cabecitas llenas de basura estaban
inventando. Que si el príncipe se había enamorado de mí y que por eso me había
defendido de su novia. Que si yo había logrado robarle a Jefferson a la fría de Kimberley.
Que si pronto sería la nueva princesa del país.
¡Oh! Sería bestial que todas esas suposiciones fueran reales; no obstante, eso era
imposible, Jefferson nunca se enamoraría de una mujer como lo era yo. Bastaba con
comparar a la sobre educada de Kimberley conmigo para darse cuenta de que esa chica
ganaba contra mí con una elevada ventaja.
No es que esta servidora fuera fea. No, eso no era. Me considero bonita y atractiva
pero al ver el linaje de esa muchacha yo no tenía ni siquiera una mínima de oportunidad.
La joven era refinada, millonaria e inteligente, asimismo, hablaba cinco idiomas y tenía
gran talento para el modelaje. En cambio, mi persona era pobre, tapada en muchas cosas,
sin una gran educación y conjuntamente, apenas manejaba ordinariamente el idioma
español.
Era sorprendente la situación de ese sitio, las chicas estaban en la cola y los chicos
estaban del otro lado sentados en grupos en las mesas hablando con gritos de algareros.
No se podía entender una sola voz; ya que, todos hablaban casi al mismo tiempo.
Me acerqué a la cola de chavalas, deseaba averiguar sobre la razón de tan larga fila
de muchachas. Me coloqué en un lugar intermedio de la hilera y después intenté alzar un
poco los pies para estando más alta poder ver lo que estaba ocurriendo al principio de la
línea de chicas.
No podía ver nada, yo no era tan alta y la cola estaba bastante desplegada y
desordenada. ¡uff! ¡Qué incomodo era estar ahí! A cada rato me atropellaban las personas
y me empujaban sin pedirme unas merecidas disculpas.
— ¡Oye haz la fila al final, no te colees! —me dijo, señalando el final de la cola, una
de las muchachas que era nada más y nada menos que Ivanovn, no le pude responder
nada, ni siquiera yo sabía a qué se debía tal alboroto y por qué estaba allí.
En ese momento, sentí la mano de alguien que me arrastraba hacia atrás, me sacaba
de entre la gente e inmediatamente me metía en un salón solitario, en donde a forma de
broma me decía:
Era Luciano con una cara ocurrente en su cara, para variar la situación.
— ¡Boba!—sonrió con una luz pura en los ojos—el casting para escoger a la futura
esposa de mi primo.
— El tiempo lo está perdiendo tu madre que vino a hablar con el director de esta
institución para ver si le permiten hacer un casting entre las estudiantes de aquí para
conseguirte esposa.
—No creo que haya sido un secreto—le confesé en intimidad limpia—Ayer le dijiste
al príncipe en mi presencia que su madre deseaba hacer un casting para conseguirle
esposa.
Yo sonreí con gozo, me encantaba que Luciano fuera tan apropiado conmigo. Él se
había robado mi corazón de amigo en sólo un par de encuentros. La mujer que llegara a
ser su novia sería muy feliz.
— ¿Y tú no vas a hacer la cola? —me preguntó al rato de unos segundos en silencio.
Le mentí a Luciano, claro que sí me fuera gustado hacer la cola y ser yo la escogida
para ser la esposa de Jefferson; pero admitírselo a él y a mis amigas, que de seguro
también estaban haciendo la fila, sería cavar mi propia tumba. Además, no estaba segura
de que Jefferson me aceptaría después del ridículo que le hice pasar en la cafetería-
restaurant.
Si ésta servidora algún día se casaba sería con alguien que realmente amara y
estando segura de que la otra persona sintiera lo mismo. Pero sin correspondencia de mi
amor, nunca lo haría.
Cavilé, así que eso era lo que sentía un chico como Jefferson. Separarse de su novia
porque su madre no la ve adecuada y luego tener que casarse con una total desconocida.
Me entristecí y por un momento me lamenté de juzgarlo tan mal.
Me había comportado egoísta, cruel, patética e impía. ¿Cómo había sido capaz de
pensar tan mal de Jefferson? ¿Acaso yo era perfecta y tenía el derecho de juzgar a ese
chico? Él seguro que no se merecía eso.
En tanto, corría por los largos pasillos recordaba cada momento vivido con él en los
encuentros de ayer y de anteayer. Sí, fueron momentos llenos de mucha rabia, odio y
pasión. Más, ese chico no se merecía nada de lo que le estaba pasando ahora y por lo tanto,
cualquiera que fuera su reacción ante un matrimonio obligado sería natural ante la forma
como estaba siendo tratado.
Corrí hacia los baños más lejanos de la escuela, no quería que nadie estuviera allí
para interrumpirme las ganas que tenía de estar a solas. Ubiqué el cuarto de baño de las
chicas, sí uno de esos cuyas características principales son el de ser educados y modernos
de acuerdo a nuestra distinguido sexo.
En seguida entré de prisa, sin fijarme en quien estaba dentro. Abrí el lavamanos,
metí mis manos en el agua fría, tenía el corazón en la boca y las lágrimas comenzaban a
salírseme de los ojos. Estaba triste y en sí no sabía la razón de todo eso. Bueno, había
actuado mal al pensar cosas malas de Jefferson, pero eso no significaba que yo tuviera que
tomármelo tan a pecho.
De pronto los oí, oí las voces de un par de personas en uno de los baños
individuales del lugar, una de esas voces pertenecía a una mujer y la otra a un hombre. Yo
temblé, quienes estuvieran allí estaban aprovechando la oportunidad que se les presentaba
al estar esa zona solitaria para hacer sus cochinadas.
— ¡Me encantas!—dijo la mujer—tú sí que sabes tratar a una mujer.
Me ofusqué, ahora los baños de la escuela eran para que las lindas parejitas
tuvieran sexo a granel como si no les importara. Eso era asqueroso y sucio, ¿Acaso no
podían pagar un hotel?
Me acerqué al baño, fueran quienes fueran los que estuvieran allí dentro iban a ser
atrapados por mí. Ser descubiertos infraganti sería poco para lo que les iba a pasar.
Tomé la puerta con cuidado, era ahora o nunca; así que rápidamente abrí la
portezuela.
— ¿Qué haces aquí?—me preguntó él, tratando de cubrirla a ella con su cuerpo,
muy a pesar de que también estaba desnudo o por lo menos del pecho para arriba.
Me quedé en shock, no podía decir nada. ¿Por qué tenía que haber sido él? ¿Por qué
de entre tantos chicos tenía que ser él el que estaba allí en esa situación? No pude hablar,
las piernas me comenzaban a temblar y estaba a punto de desmayarme.
— ¿Estas sorda?—preguntó con cólera Jefferson— ¿Te comió la lengua el ratón? ¡No
deberías estar aquí!
Esta vez, Jefferson no me siguió a carreras como el día anterior y aunque lo fuera
deseado yo sabía que eso nunca ocurriría. Además por qué tenía que hacerlo si lo había
interrumpido en un momento tan cumbre, tan… no sé, tan agridulce.
Estaba con ella, estaba con su novia Kimberley, la mujer que según todos él amaba.
Estaban teniendo sexo, estaban haciendo de las suyas mientras que yo había estado
preocupada por él, estaba acostándose con ella cuando un día antes me había seducido a
mí tocando todo mi hermoso cuerpo. ¡Qué idiota había sido!
Anduve en veloz carrera por la escuela. No podía detenerme porque sentía que si lo
hacía mi vida estaría acabada. Sentía las lágrimas mohínas correr por mis mejillas con
dolor. Estaba que nadaba en llanto como la damisela traicionada. Esquivé a todos los que
se me cruzaban en el camino y odié haber abierto esa puerta.
En ese instante, tropecé con alguien a quien no pude ver a la cara, mis pensamientos
estaba en otro lugar y yo no estaba disponible ni para pedir disculpas. A la mujer se le
cayeron unas carpetas al suelo y yo no dije nada, traté de recogérselas y al intentar hacerlo
se me cayeron peor.
—Sí—le falseé, pero las lágrimas seguían recorriendo mis mejillas sonrojadas.
—Le aseguro que estoy bien—seguí mintiéndole al mismo tiempo que me secaba
las lágrimas.
— ¡No pasa nada!—le aseguré— ¡Estoy bien!—más las flemas que comenzaban a
ceder, me evidenciaban.
—Y eso mi niña ¿Por qué?—la dama puso en tela de juicio mis palabras.
—Bueno yo no soy tan boba para creer que tengo una oportunidad con el príncipe.
—Pero tú eres muy linda—afirmó la señora.
—Ja, ja, ja—sonreí de pena— Pero eso no significa nada. El ser princesa es una labor
muy grande e importante y yo no creo que esté preparada para ser una soberana.
—No, claro que no—negué yo, un poco más alegre—Soy yo la que me la llevé por
delante ¡Sorry!
Caminé por una larga hora. A pesar de que estaba cansada, yo no estaba acorde
para presentarme tan tristona en mi hogar. A leguas se notaba que yo estaba tratando de
olvidar un dolor muy profundo.
Él pronto se casaría, sino era con Kimberley serían con cualquier otra. Yo jamás
podría llegar a besarlo, a tocarlo y menos a ser su esposa. Jefferson me había tratado como
una mujerzuela y entre nosotros había una gran barrera de separación.
Por un momento, deseé introducirme en ella y quedarme allí para siempre. Era muy
duro enamorarse sola y tenía que admitir que ya estaba inconsideradamente enamorada
de Jefferson.
Pasaron horas y más horas y yo aún en ese lugar, vi a la gente llegar y retirarse,
sentí el viento resoplar con valentía y perdí el tiempo mirando los azulejos posándose en
los arboles.
Cuando decidí regresar a casa ya eran entradas las seis de la tarde. Caminé con la
misma paciencia que antes y no pasaron quince minutos de más cuando ya estaba cerca de
mi hogar. Ahí si que conseguiría compañía y amor. Al ver la hora que era decidí llamar a
mi madre pero el teléfono sonaba ocupado y no pude enviarle mensajes.
Asustada por no avisarles a mis padres que andaba de vaga por allí. Decidí recortar
camino por la vieja estación del tren abandonada. Muy tarde, me di cuenta que esa no era
una buena idea cuando sintiendo el basurero que era todo allí, comencé a asustarme
notando que no había ni un alma en pena caminando por esos lugares.
El hombre era un sujeto de unos cincuenta años, que olía horriblemente a alcohol y
estaba lleno de suciedad. El verlo daba terror pero el escucharlo era peor.
— ¡Tienes la cara muy bonita!—me acarició la cara con sus manos mugrosas.
—Eres una belleza y no voy a perder esta oportunidad—se pegó a mi cuerpo como
una garrapata—Te voy a hacer mía.
—Tengo esposo y cuatros hijos—le mentí para ver si así se apiadaba de mí—
Además de mi mamá y de mí papá ¡No me mate! ¡Por favor!
Corrí en veloz carrera y no paré sino hasta varias cuadras lejos de donde había
dejado al sádico ese. Luego, me puse a llorar ¿Qué más podía pasarme en ese día? Odiaba
todo lo que me había pasado y para empeorar las cosas casi sufro una violación ¿Qué
fuera sido de mi vida si eso me fuera ocurrido?
Haciendo memoria del susto que me había llevado, decidí que no debía estar en la
calle. En una época en la que oscurece tan temprano como ahora cualquiera puede hacerle
cosas malas a otras personas. Emprendí otra carrera fulminante y decidí que no iba a parar
hasta llegar a mi casa.
Me morí, llegué al cielo y volví a bajar a la tierra, mi casa estaba rodeaba por
decenas de automóviles de lujos, de periodistas y de luces de bengala.
Más vale que no, cuando estuve cerca de la gente un poco de periodista
comenzaron a caerme encima para interrogarme.
—Dicen las malas lenguas que usted no es una persona de recursos ¿Es eso cierto?
— ¿Qué dijo?—temblé y entrecerré los ojos; en ese momento no supe más de mí, las
piernas me temblaron, el cuerpo se me erizo, la cabeza me dio miles de vuelta y lo último
que recuerdo fueron las voces de los periodistas diciendo:
Abrí con paciencia los ojos, no reconocía el lugar donde estaba. Estaba en otro
planeta acostada en una lujosa cama.
Me volví a desmayar, no lo pude evitar. Digo esa era una reacción natural para lo
que me estaba sucediendo. No era algo fácil de asimilar lo que acababa de oír.
—Ella ha sido escogida para ser la futura esposa de mi hijo, no lo puede evitar—dijo
una mujer—yo soy la reina y sé por qué he decidido que ella sea la próxima reina del país.
Mi futuro, mi apreciado futuro, no lo quería perder. Era injusto que yo tuviera que
sacrificarme por ese idiota de pacotilla. No y no, no lo iba a aceptar. Si tenía que morir
para no hacerlo, estaba bastante dispuesta.
De repente, moví una mano hacia un lado de la cama y lo que toqué no me gustó.
Abrí los ojos de repente y vi a Jefferson acostado en la misma cama que yo. Al sentir mi
cuerpo me di cuenta que yo estaba totalmente desnuda. Ése idiota había abusado de mí.
— ¿Qué? ¿Estás loca?—me gritó Jefferson estregándose los ojos tal y como si yo lo
fuera despertado de un profundo sueño.
— ¿O es qué te gusta verme desnudo? ¿Me deseas tanto que no te pudiste
aguantar?—sus palabras me hicieron enfrentar la dura realidad, él también estaba
totalmente desnudo.
— ¡Te odio!—le tiré un vaso de vidrio, éste ni siquiera le pasó por un lado.
— ¡Estás loca!—me gritó tocándose la frente que ni siquiera una gota de sangre
tenía.
—Yo estaré loca, pero tú vas a estar muerto—le lancé otra vasija de cristal; más
nuevamente mi mala puntería no llegó a darle.
Yo me quedé muda, lo había visto totalmente desnudo. Había sido una experiencia
humillante y peor por lo que acaba de decirme él. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué
seguía metiéndome en problemas? No, no era yo, era ese mentecato que se había cruzado
en mi camino a la felicidad.
No me aguanté, salí corriendo tras de él y me abalancé sobre su cuerpo, tomándolo
del cuello con ganas de ahorcarlo. Si me había tocado mi hermoso cuerpo, lo iba a pagar
con su vida.
— ¡Ah, eso! —me dijo sonriendo muy cómodamente y hasta con tono chistoso—No
podías dormir con ropa así que te hice el favor.
— ¿Favor?—me enfurecí más— ¿Consideras eso un favor?—y apreté con las uñas
de mi dedo sobre su nuca.
Los gritos debieron de llegar a oídos de los que estaban fuera de la habitación; pues
en ese mismo segundo la puerta del dormitorio se abrió de par en par y un bullicio de
gente entró dando alaridos.
— ¿Qué está pasando aquí?—gritó una mujer que reconocí como la reina madre.
— Se suponía que primero iban a hablar con ella—mi padre manifestó con
seriedad—y ahora resulta que estos dos ya están en la parte de la luna de miel.
Mis padres se quedaron muy cerca de mí, en tanto el resto del público que había
visto tan bochornoso espectáculo salía de la habitación.
—Claro que sí—vociferó la reina madre— ¿No ve? —expresó señalando a Jefferson
y a mí—Ambos chicos estaban solos en una habitación casi desnudos, a excepción de la
bata y bueno estaban haciendo sus cositas por ahí.
En ese momento la vi a los ojos, era una mujer bellísima y esos ojos azules, no sabía
por qué pero me hacían recordar a alguien.
—Hoy fui a tu universidad para buscar a una chica especial para que se convirtiera
en la futura esposa de mi hijo; pero no me podía conformar con cualquiera, así que quería
ver si podía conocer a alguien exclusivo y diferente y mira —me señaló con ambas
manos— ¡Te encontré!
—Cualquiera de los que estaban aquí dentro y nos vieron—interrumpió con sátira
Jefferson— ¿No ves? Había mucha gente aquí y cualquiera podría llamar a un periodista
amarillista y contarle todo.
Yo me quedé lela, eso era cierto. Si alguien decía que el príncipe y yo habíamos
estado tirados en una cama en pelotas, mi vida iba a estar acabada. Por un momento me
sentí mundana, profana y blasfema.
— ¡Cállate! ¿Sí?—no podía dejarme quebrar por alguien tan manipulador como
Jefferson.
— ¡Te digo, que te calles!—le volví a decir—La única persona que me a hecho daño
eres tú.
—Reina madre, perdone ¿Pero está segura de que ellos dos deberían casarse? —mi
padre preguntó con recelo.
Entonces, mi padre supo que lo del matrimonio no daba marcha para atrás.
— ¿Negocio?—le examiné con odio en los ojos—Un negocio es mejor que esto.
—Creo que la respuesta a esa pregunta es obvia—manifestó señalando con los ojos
la cama toda desordenada, en donde habíamos estado durmiendo desnudos hacía solo un
ratito.
— ¡Está bien!—le grité rendida y con una gran frustración —Ustedes son unos
miserables.
— ¿Por qué?—le redundé—Porque estoy segura que todo esto fue parte de un plan
de la reina madre y de ti para hacerme casar contigo.
Yo oí esa última frase y deseé matarlo, pero me contuve. Ya nada podría hacer para
librarme de ese matrimonio aunque me lo propusiera. Todos salieron del dormitorio y yo
me arrojé sobre la cama y luego grité de dolor y de rabia. Pero lo único que logré con eso
fue que Jefferson me gruñera desde el baño:
Esa noche después de dar mi acto de presencia ante la prensa para anunciar el
compromiso entre Jefferson y yo, me quedé encerrada en mi nueva habitación, no junto a
mi futuro esposo como fuera querido la reina; más al fin y al cabo dentro del palacio.
Tengo que destacar que en ese aspecto si fui valiente porque no di mi brazo a torcer hasta
que todos aceptaron que en tanto, no se llevara a cabo la boda yo no dormiría con ese
idiota.
La reina; en cambio, se veía tan feliz al anunciar a la prensa que la boda de su hijo
conmigo sería en menos de cuarenta y ocho horas. El verla tan calmada y pacificada no me
dejó concertarme en las preguntas que me hacían los periodistas. En un momento me
cansé de tratar de fingir aires de grandezas ante ellos y contesté según lo que me parecía
más correcto.
Allí, a mi lado siempre estuvo Jefferson y no sé porqué pero al tenerlo tan cerca me
asusté mucho al sentir que las cadenas de mi libertad estaban siendo apretadas con todas
las fuerzas posibles para que ya no me soltara.
Durante el rato que sucedió después del compromiso formal ante la prensa, casi no
tuve contacto con nadie, no fui capaz de salir al vestíbulo para interactuar con la gente y
estuve tirada en la cama intentando calmar mis lágrimas.
Fueron horas de despegue del mundo que me rodeaba; es más, supe que mis padres
se iban a quedar a vivir en el palacio real hasta que la boda se llevara a cabo porque una
mucama me lo contó en secreto. Después de eso, nadie entró a mi dormitorio. Tampoco yo
tuve la disponibilidad de salir, estaba exhausta, amargada y lo peor quería asesinar
fríamente a Jefferson.
Por un momento, recostada en la cama mis ojos se aguaron al pensar en eso. Tenía
el corazón cansado de tanta mala suerte. ¡Qué diferente fuera sido todo si Jefferson se
fuera enamorado de mí!
Pero no; en cambio, el muy necio parecía estar divirtiéndose con todo lo que me
estaba pasando. Ni siquiera sentía lastima por mí porque yo estaba arriesgando toda mi
existencia. Ni siquiera se había movido de su dormitorio para pedirme disculpas por lo
veces que me había humillado. Ni siquiera me había dado el consuelo que me merecía por
ser su prometida. ¡Claro me estaba viendo como su chistecito personal!
Esa noche a penas pegué un ojo para dormir. Estaba muy enervada, tenía tantas
cosas en mi cabeza y me sentía tan sobrecargada que mi cuerpo parecía un tempano de
hierro forjado. Además, me costaba quedarme dormida en una cama, en un dormitorio y
en una casa que no era la mía.
— ¡Eres muy bonita!—me dijo la niña—o por lo menos más preciosa que la anterior
novia de mi hermano.
—Lo que oíste—me respondió con timidez—Con razón que mi hermano te pidió
matrimonio.
Al oír eso me tambaleé, ¡Fuera dado toda mi vida para que fuera sido él el que me
propusiera matrimonio!
Me levanté sin decirle nada, entré al baño y me cepillé los dientes rápidamente.
Luego salí hacia el dormitorio y me encontré otra vez con la niña. Aún no se había
marchado, por lo que decidí sentarme otra vez en la cama.
—Sí—me respondió con ilusión –Mi nombre es Darlyn Lynette y soy el bebé de la
casa; bueno así me dice mi hermano Jefferson. Él a mí siempre me ha tratado muy bien,
muy diferente a mi hermana Carolyn con quien siempre riñe.
—Esta flacucha que ves aquí es mi hermana—me anunció con poca vergüenza; al
mismo tiempo que me enseñaba la fotografía de una chica como de 15 años bañándose en
bikini en la playa.
Cuando oí eso mi voz se quebró intentando oponerme a las intenciones de esa niña.
Me puse totalmente lívida del miedo ¿Para qué iba yo querer ver una fotografía de ese
necio? No, esa era una mala idea porque si Jefferson se enteraba de que su hermana me
había enseñado una foto de él me iba a cortar la cabeza.
—Mira, este es mi hermano cuando aún era pequeño—me expresó con afición
enseñándome una postal de un niño como de ocho años.
Yo me quedé empapada de sorpresa. Él si que era lindo cuando era chico. Bueno,
con eso no quiero decir que al crecer no se viera bien, ahora estaba mucho mejor. Lastima
que la sonrisa de felicidad que mostraba en la fotografía era casi nula en la actualidad.
Yo alcé la mirada para verlo ¡Vaya! Sí que se veía sexy por las mañanas. Tenía una
mirada impenetrable y salubre pero de igual forma se veía bello, hermoso de los pies a la
cabeza sobre todo mostrando esos pectorales tan bien detallados a través de la camiseta.
Y yo espabilé, no podía mostrarle a ese tonto que estaba pasmada por él.
—Pero…—dudó la pequeña.
— ¡No te burles!—le grité con antipatía, colocando mis manos sobre la cobija.
Al oír eso me preocupé ¿Sería Jefferson capaz de enviarme a pasar por eso? No lo
podía dudar, al fin y al cabo era un muérgano, insensible y mordaz cuyas ordenes siempre
eran ley divina; muy a pesar de que la pena de muerte estaba desde hacía tiempo abolida
en el país.
Me levanté de la cama torciéndole la mirada y por dentro de mí deseé estar en mi
casa, en mi cama, en mi dormitorio. Allí sí que estaría tranquila, acostada arropada hasta
la cabeza y feliz como una lombriz.
¡Susto! Tenía razón aunque me costara admitirlo. Esa cama donde yo había pasado
la noche anterior era la misma donde él se entregaba a las manos de Morfeo, el dios de los
sueños. Es que, sin necesidad de pensarlo mucho su aroma estaba esparcido en toda la
habitación.
Él se me acercó con sigilo y me tocó la espalda, yo temblé del miedo. ¿Qué carajo
estaba haciendo Jefferson? Yo no le gustaba ni para diversión ¿Entonces? ¿Por qué siempre
tenía que salir con algo como eso?
En ese momento, supe muy dentro de mí que ese chico podría percibir mi miedo
hacia él. Tenía que alejarlo de mi humanidad pero sin demostrarle el terror que le tenía. Lo
hice, lo enfrenté, me volteé a verlo y un nudo se me hizo en la garganta.
Más, él negó con la cabeza y no me permitió hacerlo, me tomó la mano con fuerza y
me la torció por la espalda, luego moviéndome unos pasos hacia el espejo me miró con
desprecio pero a la vez con ansias, luego de eso me dijo:
—Entonces, ¿No quieres besarme? —me increpó con una mirada recóndita—Bueno,
mala suerte.
Yo me mordí el labio derecho, ¡Vaya! Sí que quería besarlo pero sabía muy bien que
no podía forzar las cosas con él. Además, que nos casáramos no significaba que yo tenía
que derribar el muro que el universo se había empeñado en construir entre nosotros dos.
— Más vale que no tientes a la suerte —me insinuó con aúllos de lobo salvaje.
—Yo no quiero que me beses, tampoco quiero besarte—gruñí con poca serenidad.
En ese instante, los dos nos quedamos en silencio cuando oímos los pasos de
alguien que se acercaba al dormitorio, era Luciano vestido todo de blanco con chaleco y
corbata, yo lo vi entrar por la puerta y me puse roja como un tomate. Esperaba con
ilusiones que no hubiese oído la plática de su primo conmigo.
— ¡Eso es cierto!—interrumpí con gentileza—No sé, pero creo que Jefferson debería
ser más considerado. Es un príncipe no un marciano. —de alguna forma a otra quería
desviar el tema de conversación.
—Bueno—dijo luego de un rato—si estas así porque no te quieres casar con ella, no
lo hagas.
Jefferson le dio una ojeada a Luciano con cara de pocos amigos. Se notaba que no le
parecía esa resolución.
¡Pom! Mi orgullo se fue a pique, otra vez el cascarrabias tenía razón. Estaba en
piyamas, recién levantada y seguro que estaba haciendo el oso del año delante de Luciano.
Con el sonido de la puerta al cerrarse, Luciano se me acercó con una muy poco
disimulada felicidad. Sus ojos mostraban una satisfacción inexplicable y hermética y su
boca reflejaba un gusto ameno. Entonces, sin pena me susurró casi a la boca:
—Lo único bueno de este matrimonio es que voy a poder tenerte cerca.
Ese día, no asistí a la academia. Todo mi día transcurrió entre clases de pasarela,
refinamiento, etiqueta y entre el hecho de dejar que me tomaran las medidas para el
vestido de novia. Apenas salí de mi dormitorio, los modistas, peluqueros y demás, me
tomaron de la mano y me dirigieron a un camino incierto.
Pasé largas horas intentando estar serena, sabía perfectamente que mis ataques de
pánico y de cólera no servirían de nada. Intenté un millón de veces sonreír cuando los
maquilladores e incluso los modistas me decían que yo era una preciosidad y callé cuando
más me convenía.
Porque ¿Acaso alguien puede ser una preciosidad si está amargado internamente?
Eso lo dudaba. Yo no era tan hermosa como para merecer tantos halagos y ya de por si
estaba amargada.
Porque ¿A quien se le puede ocurrir que mis cabellos totalmente lisos se les podía
domar con una plancha para alisado? Sólo a ese peluquero, mis cabellos eran
perfectamente lisos y no tenían necesidad de someterse al calor de una plancha.
— ¡Imbécil!—grité cuando me sentí acosada a la distancia por Jefferson que entraba
de vez en cuando a la habitación destinada a mi arreglo personal para jugarme una mala
pasada con el ardid de su mirada inentendible.
Porque ¿Podría ser su mirada así de penetrante? Digo, yo estaba tan embelecada
por él que con solo verlo llegar a la puerta del dormitorio mi cuerpo se embobada por él.
Porque ¿Quién podría negar que era bello desde la punta del dedo gordo del pie
hasta la última hebra de sus cabellos? Y ¿Quién podría negarse a mirar sus oscuras cejas
pobladas como de diamante?
Porque ¿Ser un buen hermano no era eso? Cuidar y mimar a sus hermanas menores
aún cuando seas un príncipe y debas seguir ciertas reglas de refinamiento.
Porque ¿Él era acaso así de lindo siempre? Pues a pesar de lo cara obstinante que
era por fuera, con sus dos hermanas era un pan de Dios, todo dulce y cariñoso.
Pero todo eso, como todas las cosas que pasan en el universo, pasó de un momento
a otro y al final del día me sentí muy cansada. Más de lo que me concebía al llegar a mi
casa después de unas horas de arduo trabajo en la cafetería-restaurant. Entré a mi
dormitorio y me arrojé en mi lecho. No necesitaba más trabajo por ese día y ya ni tenía
ánimos de cambiarme la ropa por el pijama.
Cerré los ojos imaginándome que todo eso era un triste sueño del cual pronto
despertaría. Me urgía olvidar los cambios que se habían producido en mi existencia. Me
apremiaba seducir al olvido para que se acordara de que yo aún seguía viviendo en este
mundo.
—Lo que me falta es que ese necio me esté espiando a través de las cámaras de
seguridad—manifesté rabiosa.
—Si es así, seguro que ya me vio otra vez desnuda—dije con los ojos tupidos—Al
fin y al cabo anoche también dormí en esta habitación.
Entonces abrí los ojos de golpe, eso no podía ser porque si era como me lo estaba
imaginando mataría a Jefferson. Decidí que iba a hacer una inspección al dormitorio.
Desde tanto años atrás había escuchado que en eso lugares tan multimillonarios siempre
hay cámaras escondidas que resolví que lo mejor era averiguar para evitar cualquier
artimaña.
Destapé sin hacer mucho ruido los closet, los armarios, los espejos ocultos tras las
cortinas y todo lo que para mí representara un posible lugar perfecto para ocultar una
molesta cámara. Visualicé cada zona oculta del baño y del jacuzzi; por si las filmadoras
estaban por allí, revisé debajo de la cama, alrededor del baño, dentro de las sabanas de la
cama, en todo lugar de la habitación. Duré largo rato examinando el aposento por si acaso
descubría una cámara espía en uno de esos lugares.
Pero como debía imaginármelo no había nada. El lugar estaba limpio de cualquier
pecado original. Las ropas de Jefferson habían sido sacadas de los guardarropas y llevadas
a su nuevo dormitorio, los zapatos, las corbatas, todo había desaparecido.
Me entristecí al notar lo anterior, puesto que eso representaba que el olor de la piel
de Jefferson pronto comenzaría a desaparecer, y si era así muy desconsolada me iba a
sentir. Yo deseaba sentir su presencia aunque sólo fuera a través de su aroma corporal.
Cansada de buscar y no encontrar nada decidí buscar detrás de uno de los tres
escaparates que estaban presentes en la estancia. Me acerqué tranquila al lugar y
arrodillándome vi en la parte trasera del closet.
Allí fue cuando lo vi, era un pequeño papel doblado en varios pedazos oculto tras
un aparador. Tenía letras, eso se veía hasta desde donde yo estaba y además, era muy raro
encontrarlo en ese sitio pues siempre había oído que esos lugares eran extremadamente
ordenados y limpios.
Con sumo cuidado estiré la mano hacia el lugar donde estaba escondido, empujé
muy adentro, detrás del escaparate y lo saqué con cuidadito; eso sí, sin prontitud para no
aporrearme la mano, pero con quietud para obtenerlo rápido.
Me levanté del suelo limpiándome las rodillas llenas de polvo sucio y me propuse a
abrir el papel doblado. Lo hice y puse mis ojos en esa hermosísima letra y en lo que estaba
escrito allí. Era el mejor y más bello poema que nunca antes en mi vida había letrado. Las
letras no eran muy grandes, apenas de unos cinco centímetros, pero la inspiración era
agraciadísima.
Sí, lo más seguro era que su autor fuera un poeta inspirado y enamorado, de esos
que siempre se ponen el corazón en la mano para mostrar divinos sentimientos. ¡Vaya! El
escritor tendría que ser un sujeto maravilloso, de esos que pueden sentir emociones tan
buenas y positivas que a todos sus lectores conmoverían.
El autor de ese poema en nada se podría parecer a Jefferson y lo más seguro era que
ese papel estaba escondido en ese inexplicable lugar porque al príncipe no le había
parecido. Sí, seguro que el autor lo había escrito y luego se lo había enseñado a Jefferson y
él lo habría tirado al infinito porque le había parecido una cursilería barata.
Me arrojé con cansancio en la cama, ese poema era lo que me había hecho falta para
relajarme y sentirme bien. Cerré mis ojos, era ahora o nunca, tenía que intentar dormir otra
noche en la cama de Jefferson. Por lo menos, desde que sus cosas habían sido mudadas a
otra habitación su olor no estaba tan impregnado en el lecho.
Esa sí que era una invención, a pesar de que se habían cambiado las sábanas, los
cubrecamas y los armarios; la habitación de Jefferson seguí oliendo a su maravillosos olor
de macho alfa. Ese placentero olor de macho alfa que a mí me estaba volviendo loca.
Seis largas horas duré con el gentilicio que estaba arreglándome para ese
descabellado consorcio, en ese período no vi ni a cien mil leguas a Jefferson, a pesar de que
sus dos hermanas a cada rato se acercaban a donde estaba yo para hablar conmigo y para,
según ellas, darme tips para no ponerme nerviosa durante la boda, como si ya no lo
estuviera, en realidad estaba temblando de pavor y a la vez de emoción. En una de esas se
quedaron ellas dos conmigo a solas y me llevé una sorpresita.
—Ja, ja, ja eso es un chiste muy bueno —se rió noblemente Darlyn Lynette tratando
de entrar en la conversación aunque sin entender de lo que hablábamos su hermana y yo.
—Mira Darlyn Lynette —carraspeó Carolyn— ¿Qué te pareces si vas a ver como
anda nuestro hermano con los arreglos y yo ayudo a Mariska a arreglarse?
— ¡Está bien!—balbuceó con gracia Darlyn Lynette—se nota que ustedes dos
quieren estar a solas—y seguidamente se marchó.
—Me siento tan extraña de estar aquí—le confesé a Carolyn apenas se marchó su
hermana; en tanto yo la miraba abrir el cierre de su cartera para buscar algo—Me gustaría
tanto regresar a mi casa.
Más, Carolyn pareció no oírme, estaba pensando en otra cosa y asimismo estaba
distraída buscando algo en su bolso. Abrí los ojos bien profundamente con demasiada
curiosidad por conocer que se traía mi futura cuñada entre manos.
— ¡Son para ti!—expresó con elegancia mostrando en sus manos una caja de
pastillas.
—No sé que decir—vibré con absurda desconfianza— ¿Y tú cómo sabes que tener
un hijo en tales circunstancias va a ser tan difícil para el niño?
—Eso que me dices es espantoso—le confesé lucida de lo que acaba de oír, pero
sabiendo que el matrimonio entre Jefferson y yo iba por el mismo camino.
—Es por todo esto, que cuando te pido que tomes las pastillas anticonceptivas y lo
hago a secas es para que tu hijo no vaya a pasar por lo mismo; tomando en cuenta que si es
varón correrá con el destino de tu futuro esposo y si en hembra será igual de nadie como
nosotras. Ya conoces el carácter de Jefferson, él es igual a mi difunto papá y actuara de la
misma forma que lo hizo él hace años.
Ella siguió como si nada con sus actividades y yo no podía sentirme más extraña.
Mi vida definitivamente estaba bastante cambiada. Luego de unos minutos decidí cambiar
de conversación.
—Lo que quieras—se miró en un espejo intentando hacer poses para s las futuras
fotos que se tomaría durante la realización de la boda.
—No sé—me eché a reír—Es que no veo un sujeto como él jugando con carritos.
En seguida de esa extraña y reveladora conversación no hablé más con mis futuras
cuñadas. Con la reina y mi futura suegra tampoco dialogué, ella estaba realizando una
gran labor para acondicionar la boda del siglo. Tengo que aceptar que la entiendo, ella
estaba totalmente ocupada tratando de llevar a cabo un matrimonio que no tuvo el tiempo
necesario e indispensable para prepararse.
Muy rápido; a pesar de la multitud en carros que nos seguía, llegó el vehículo a la
iglesia se estacionó afuera del templo di un pausado gemido de aliento al pensar que
desde el mismo momento que entrara a la iglesia no podría dar marcha atrás. Pronto sería
la mujer de ese tosco ser humano. ¡Sí, de ese bello hombre que tanto había sufrido en su
infancia!
El chofer de la limosina salió del automóvil y me abrió la puerta para que yo saliera,
mi padre emergió del carro por la otra puerta. Entonces, él me tomó del brazo para ser él
el ser que me entregara en el altar.
El vestido no era algo que me ayudara mucho a caminar; ya que era un elegante
traje de corte columna confeccionado en Saten Organza y Satén Nupcial con detalles de
Pedrería, el estilo de la cola era Catedral monarca y el velo era un tanto largo. Como tenía
que ser una novia tradicional las joyas que usé eran perlas; pues los aretes, la pulsera y el
collar fueron diseñados en perlas de color natural.
Incontable cantidad de periodistas usaron sus cámaras para detallar, según ellos, el
momento más esperado en un siglo. Yo me sentía en los momentos más difíciles de mi
vida como si fuera un jarrón de porcelana luchando por no romperse.
Las dos grandes portezuelas que estaban decoradas con bellísimas flores se abrieron
al unísono y mi papá me encaminó a mi futuro, yo me quedé muda totalmente. El lugar
por dentro, estaba adornado como si del mismo cielo se tratara, poseía innumerables
arreglos florales y una famosa cantante de piano vals realizó una presentación
maravillosa.
Di un paso y me encantó ver que el pasillo por donde tenía que transitar junto a mi
padre y mis damas de honor, que eran mis nuevas cuñadas, éste lugar estaba adornado
con una alfombra del mismo color de mi vestido y con pétalos de rosas rojas encima. Los
asientos donde los invitados estaban colocados tenían en sus bordes extraordinarios
arreglos de Gerberas.
Y justo allí estaba ella, no lo podía creer ¿Cómo él se había atrevido a traerla a la
catedral? ¿Por qué de todos los lugares del mundo esa mujer tenía que estar allí? Trepidé
de incertidumbre y pavor. Jefferson era un total descarado.
Kimberley me miró y yo a ella, las dos nos odiamos y eso se notaba a miles de
kilómetros de distancia. Entonces, ella me volteó la mirada y me dejó con la garganta seca.
En ese momento, vacilé un poco, yo no podía casarme con el príncipe; esa boda era
un absurdo, un completo y destructivo absurdo. Pero eso no fue suficiente, entrecerré los
ojos para buscar las causas por las que no debía de estar en ese lugar y decidí que tenía
que salir corriendo lejos de ahí, lejos, muy lejos de ahí; sin embargo, cuando los abrí ¡Vaya!
Ya estaba frente al altar.
Jefferson me miró con una sonrisa impenetrable, de seguro que estaba gozando
haciéndome la vida un infierno oscuro; en cambio yo no sabía qué hacer ni cómo actuar.
Ya comenzaba a odiarlo, sentía muchas nauseas y quería vomitarle la cara para quitarle
con ello esa sonrisa de chico malo que me estaba matando.
No le dirigí la mirada, tenía que evitar por todos los medios caer rendida ante su
esbelta sonrisa y sus perfectos ojazos de perla. El tampoco me continuó viendo, volteó su
mirada hacia el sacerdote pues estaba tratando de obviarme y eso me dolió, al pensar que
su repulsión no la disimulaba ni un poco.
– ¿Qué hable ahora o calle para siempre?—pensé en mis adentros; esa sí que era una
frase para tomar en cuenta.
—Ustedes han venido a esta Iglesia para que el Señor selle y fortalezca su amor en
presencia del ministro de la Iglesia y de esta comunidad. –Continuó el eclesiástico— Cristo
bendice abundantemente este amor. El los ha consagrado a ustedes en el bautismo y ahora
los enriquece y los fortalece por medio de un sacramento especial para que ustedes
asuman las responsabilidades del matrimonio en fidelidad mutua y perdurable. Así, en la
presencia de la Iglesia, les pido que digan sus intenciones.
— ¿Han venido aquí libremente sin reservas para darse uno al otro en
matrimonio?— Preguntó el padre.
Yo tampoco oí eso, Jefferson contestó que sí pero al ver que yo estaba muda me dio
un suave empujón con el brazo.
— ¿Se amarán y se honrarán uno al otro como marido y mujer por el resto de sus
vidas?
—Yo, Jefferson Evans Thomsson Wright, te tomo a ti, Mariska Lucía Perroni
Torrealba como mi esposa. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y
en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Yo no supe que decir, me hervía la sangre y si eso continuaba así iba a reventar de
la furia. Él me apretó un poco la mano en señal de que era mi turno y como muestra de
que no me iba a dejar ir; entonces me armé de valor y comencé a hablar:
—Yo, Mariska Lucía Perroni Torrealba, te tomo a ti, Jefferson Evans Thomsson
Wright como mi esposo. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en
la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Yo me quedé tiesa, ese era el mejor momento de huir y de dejar todo atrás, al fin y
al cabo él no me amaba y nunca lo haría, no tenía por qué dejar toda mi existencia por un
ser tan egoísta como él.
—Si sales de aquí sin aceptar y me dejas en ridículo mundial; entonces todo el
mundo se va a enterar del pequeño lunarcito que tienes alojado en tu seno izquierdo —
susurró con voz amenazadora.
—El padre espera por ti, amor—me dijo en voz alta Jefferson.
Yo sentí pavor, él era un bastardo pero no podía dejar que me rayara la reputación.
—Muy bien—dijo con alegría una voz detrás de mí que reconocí como la de Kalish,
la madre de Jefferson.
Lo siguiente que ocurrió fue la bendición de los anillos. El padre tomó los anillos en
su mano y alzándolos expresó:
—Que el Señor bendiga estos anillos que se han dado el uno al otro como signo de
su amor y fidelidad.
—Amén—Todos contestaron
— Señor, bendice y consagra al Príncipe Jefferson Evans Thomsson Wright y a la
princesa Mariska Lucía Perroni Torrealba en su amor entre sí—prosiguió el sacerdote—
Que estos anillos sean un símbolo de fe verdadera entre ellos, y recuérdales siempre de su
amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor
—Amén—Repitieron todos.
— Princesa Mariska Lucía Perroni Torrealba recibe este anillo como signo de mi
amor y de mi fidelidad. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
— Príncipe Jefferson Evans Thomsson Wright acepta este anillo como signo de mi
amor y de mi fidelidad. En el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
—Bueno, sin nada más a lo que hacer mención, ahora por el poder que me otorga la
santa iglesia católica y el estado yo los declaro, Marido y Mujer. Ya puede besar a la novia.
— ¿Qué?—dudé en lo más profundo de mis entrañas— ¿Eso también toca? ¿No era
eso algo inventado por las películas?
—No sueñes con que te vas a aprovechar de mí—le murmuré a secas, pero mi voz
se quebró cuando sentí los labios de él posados en los míos.
Un beso, un maravilloso beso que nunca podría olvidar. Su boca sobre la mía me
dejó temblando y no me importó que hubiera público o que fuera un beso corto, para mí
sus labios me habían marcado para siempre el corazón. Luciano se nos quedó mirando con
asombro y eso lo noté; pues, ni siquiera me dio tiempo de cerrar los ojos; además, el
temblor de sentirme rodeada por una inmensa cantidad de periodistas que tomaban fotos
me mantuvo tiritando de estremecimiento.
Yo me humedecí los labios; entonces, eso era lo que significaba para él, un simple
espectáculo para pasar el rato y quedar bien entre la gente que lo rodeaba.
Todos los invitados a la iglesia comenzaron a acercarse a nosotros para felicitarnos,
pero yo no estaba en ese sitio, ni siquiera sabía quiénes eran las personas que me estaban
abrazando y mostrando su cariño.
—Felicidades Jefferson, espero que seas muy feliz—le dijo en un tono burlón al
príncipe, mientras se acercaba a él y lo abrazaba; dejándome a mí a un lado como si yo me
tratara de un espejo roto.
Roto, rota estaba yo por dentro con lo que estaba sucediendo y sobre todo por lo
que ocurrió a continuación.
—Ella podrá ser tu esposa y la princesa, pero yo soy tu mujer—le susurró al oído
Kimberley a Jefferson, posteriormente dio media vuelta y se marchó de la iglesia.
No le expresé nada, era un fodongo por el que no valía la pena perder saliva
hablando.
—Los periodistas están por todos lados—me anunció cuando íbamos saliendo del
templo dispuestos a tomar la limosina—Me imagino la cantidad que nos rodeará en
nuestra luna de miel en Canouan, en las Islas Granadinas.
—No habrá luna de miel—le comuniqué con descaro—´Tú lo dijiste, debemos ver
esta boda como un matrimonio por conveniencia y como un negocio, y en los negocios no
se pueden mezclar otras relaciones.
Y sin decirle nada más, le hice señas al chofer de la limosina para que me abriera la
portezuela del vehículo. Éste hizo su labor y yo me adentré al carro. Jefferson se quedó
mudo y sin esperar más tiempo también se adentró a la limosina; entonces con furia cerró
la puerta.
—No entiendo tu forma de ser—me fulminó con la mirada— se puede saber ¿Por
qué no quieres ir a nuestra luna de miel?
—La verdad es que no puedo creer que seas tan mojigata—siguió hablando
Jefferson—Al fin y al cabo la luna de miel es sólo sexo y para mí eso no es cosa de otro
mundo.
—Ja, ja, ja, ja —se rió Jefferson con tormento y tengo que aceptar que esa fue una de
las pocas veces en mi vida que lo había visto reírse—Tú eres única, prefieres seguir siendo
una virgen puritana que entregarte a mí ¡Eso es increíble!
—A mí también me gusta que aún te mantengas virgen, eso es algo tan poco común
estos días—dijo escuchando mis palabras; en tanto, se me quedaba viendo con lujuria.
Entonces, yo me arrepentí de haber pronunciado esas palabras.
Jefferson sonrió; sí, había logrado incomodarme; pero eso era algo que casi siempre
él lograba cuando estaba cerca de mí. Yo sabía claramente que el deseo que mi esposo
sentía por mí era sólo parte del momento; más, estaba dispuesta a todo por él. No, claro
que no, no iba a dar mi brazo a torcer cuando él había estado en la iglesia, el día de
nuestro matrimonio, con Kimberley.
—No, claro que no—le refuté con amargura y pude notar el cambio en los ojos de
Jefferson—así que ve buscándote una habitación para ti solo porque yo continuo
durmiendo en la mía.
—Pues ahora es mía y por favor no me llames Princesa Mariska, yo soy Mariska y
más nada.
Los fotógrafos nos tomaron cientos, miles de fotos que al día siguiente saldrían
retractadas en las primeras planas de la prensa y de revistas nacionales e internacionales.
En ese momento, millares de sensaciones se alojaron en mi corazón; pues muy en el fondo
podía percibir las malas críticas de los periodistas porque yo no encajaba en esa cruel
sociedad.
Y Jefferson no intentaba para nada entenderme, prefería un largo rato, pasar las
horas junto a sus amigos riquillos de la universidad. ¡Gracias al cielo que no invitó a
Kimberley a la celebración porque ahí si que yo fuera desfallecido.
Aunque, tenía que aceptar que la distancia que él había intentado poner durante la
noche ayudaba mucho a que yo no me sintiera tan mal; pues cada vez que estaba cerca de
él, y eso no podía negarlo, mi cuerpo vibraba de la emoción de tenerlo cerca. Esas cínicas
palabras y esa mirada de deseo que había tenido en la limusina aún retumbaban en mi
oído.
Además, estaba un tanto gustosa al percibir el gran esfuerzo que Jefferson estaba
realizando para complacer a todos los asistentes. Era divertido verlo caminar de un lado a
otro para parecer cortes y distinguido, claro que para lograrlo en ningún momento perdía
la educación y el refinamiento.
—Pensaba invitarte a bailar nuestros primeros valses juntos, pero creó que eso seria
aceptar pasar un bochorno delante de los invitados y no estoy preparado para ello. Tú eres
capaz de pagar tu bravura por lo de la boda, pisoteándome con amargura con esos
tacones.
Jefferson no contestó y eso hizo que mi cuerpo se sintiera con ganas de abrazarlo; ya
que, yo nunca lo haría usar tacones de mujer, jamás lo humillaría de esa forma, ni de
ninguna otra. Pero a pesar de que pensaba eso, yo estaba estúpidamente brava, ese tonto
se había fijado en que yo era baja de estatura y ahora me lo estaba reprochando. No
obstante, para mi tristeza los periodistas confirmaron que él tenía razón y que yo era un
desastre total.
Me sentí fuera de onda cuando uno de ellos se acercó y saludó de mano a Jefferson
sin por lo menos saludarme a mí; eso me puso mal, tenía que tomar aire para relajarme; ya
que, aunque me costara aceptarlo me dolía en el alma que esos seres se estuvieran
comportando como si yo no valiera nada.
— ¿Vas a tener que entrenar mucho a esta chica para que algún día llegue a ser una
verdadera princesa?—expresó burlescamente el susodicho.
Yo parada junto a Jefferson, al oír esas sucias palabrotas cerré los ojos y respiré
profundo tratando de contener una lágrima que amenazaba con cruzar mis mejillas con un
alto desenfreno. Me mordí el labio inferior y apreté sin ninguna intención la mano del
príncipe.
—El trabajo de convertir a esta chica en una princesa nunca va a acabar pues eso
será casi imposible. ¿Cuándo se ha visto que de un cactus se haya podido construir una
bella flor?
—Le ruego por favor que no hable así de mi esposa—expresó ásperamente Jefferson
y yo no pude evitar sentirme sorprendida—Ella es la nueva princesa de la corona y muy
pronto será la reina.
— ¡No, claro que no!—le respondí con astucia—yo podré ser pobre y no pertenecer
a tu ridícula sociedad pero eso no quiere decir que tenga un instinto asesino innato. Si
parezco una asesina eso es porque me vez con tu mirada falsa.
— ¡No voy a permitir que me hables así!—me tomó Jefferson de la mano con mucha
fuerza —Yo no soy tu juguetito.
— ¡Eso te lo digo a ti! —le recriminé—No sabes el daño que me has hecho y aún así
no pierdes oportunidad para hacerme sufrir.
Jefferson no dijo nada, al parecer mis palabras le cayeron muy en el fondo del
corazón porque su rabia pareció disolverse de un momento a otro. En cambio la mía se
aceleró como un tornado a punto de azotar la ciudad, de eso también se dio cuenta
Jefferson que sin dudarlo un poco me soltó la mano.
Aún hoy no sé qué impresión causé ante los periodistas y los invitados; pero es que
en ese momento lo único que se me ocurrió fue salir rápidamente de la fiesta y quedarme
afuera más sola que la una. Ese instante fue un completo error pero es que odiaba tanto a
Jefferson que lo que más deseaba era tenerlo a un millón de kilómetros de distancia.
Corrí bastante rápido a través de los grandes corredores del palacio. Ni siquiera
presté atención a los sirvientes que me pasaban por el lado. Sentía en mi alma tantas
confusiones que muy dentro de mí no sabía si era amor u odio lo que concebía por mi
recién estrenado esposo.
Me detuve en secó sobre un antiguo puente de madera que estaba levantado sobre
un pequeño arroyo y actuando precipitadamente arrojé al agua el ramo de novia con todas
mis fuerzas.
— ¡Esa palabra es muy fea!—anunció Luciano llegando al puente por detrás de mí.
—En ese sitio debieron estar desde el principio—me anunció con una alegría muy
poca disimulada.
Yo me quedé muda; pues él tenía razón, desde el momento que el padre nos había
casado mi libertad había comenzado a pertenecerle a Jefferson. Me volteé hacia donde
estaba Luciano y lo percibí morderse la lengua de la rabia. ¿Sería que de verdad él sentía
algo por mí? No, claro que no, esa era una locura vana.
Las horas continuaron y Jefferson no se volvió a acercar a mí; él estaba furioso para
variar y no fue capaz de enfrentarse a mí ni por un minuto, Luciano; por su parte, no
volvió a la fiesta por lo que me imaginaba podía ser consecuencia del golpe que le había
ocasionado mi esposo. En el tiempo que pasó tuve la compañía de Darlyn Lynette y de
Carolyn; ellas sí que se mostraron asiduas a compartir conmigo.
Jefferson no dijo nada cuando entré a mi dormitorio sin despedirme de él. El muy
canalla parado cruzado de brazos cerca de su habitación parecía estar disfrutando de
verme quemándome en un fogón de ardiente esclavitud. Le pasé por un lado y ni siquiera
intentó detenerme para que pasara la noche de bodas en su cama.
Me acosté a dormir muy triste y con desosiego, aunque no se lo dije a mis padres.
Tampoco les confesé que Jefferson y yo dormiríamos separados, pues no quería que
sufrieran más de lo que ya lo estaban haciendo. Al cabo de una hora ellos se marcharon a
casa y yo me sentí más sola que un gato en el desierto; por lo que después de eso, intenté
dormir a pesar de que sabía que no podría hacerlo.
—Ella dormirá conmigo cuando se sienta preparada, acuérdense de que todo esto
es nuevo para ella y lo mejor es dejarla tranquila. Pero por favor, que esto no salga al
público.
Una hora después, aún acostada en la cama yo no podía pegar un ojo. Me movía
como loca en la enorme cama y deseé con todo mi corazón que la luz de un nuevo día se
asomara por la ventana. Me fuera gustado mucho despedirme de mis papás pero tuve
tanto miedo de hacer algo imprudente que decidí que lo mejor era esperar otro día para
hablar con ellos; así fuera por teléfono.
—Esto es culpa tuya, Jefferson—anuncié en voz alta— ¡Ya veras que no me voy a
preocupar por ti, te haré la vida un infierno!
Más, no dije nada al ver una figura bastante conocida para mí. Era Jefferson y
aunque la luz estaba apagada yo lo identifiqué tan sensual como siempre, con el cuerpo
tan esbelto que mostraba lo gallardo que solía ser.
— ¡Se qué estas despierta; así que por favor deja de fingir que estas dormida—se
sentó en la cama; hecho que me hizo mucho mal pues sentirlo tan cerca de mí no era nada
fácil.
—Ja, ja, ja—reí sin ánimos— ¿Qué quieres?—crucé mis brazos sobre mi pecho.
—Sólo vine a decirte que…—participó poniendo la voz muy dulce—Eres una gran
persona; así que, da todo lo que tengas para ser una buena princesa y en un futuro no muy
lejano una excelente reina. —Yo lo miré sorprendida— ¡No vayas a fallar! Tú tienes
grandes oportunidades para ser alguien importante. —No supe que decirle—No dejes que
te afecte lo que te digan las personas criticonas; pues ellos te fastidian por envidia. Eres
imprescindible para la nación y si te equivocas muchas personas van a sufrir las secuelas.
Pues sí, Jefferson era el hombre de mi vida aunque los dos fuésemos como el agua y
el aceite. Era atractivo, sexy, lascivo, inteligente, hábil, seductor, fascinante, maravilloso,
persuasivo, apasionado, enérgico y poderoso, él era un ser que con solo poner sus ojos en
algo lo derretía. Tenía todo para conquistar el mundo y esto no se debía principalmente a
su dinero y a su título real.
Las pocas horas que me quedaron de sueño las disfruté sabiendo que valía la pena
estar allí por tener la fortuna de estar cerca de Jefferson ¿Cuántas mujeres podían tener tal
suerte y privilegio? ¿Cuántos hombres podían dar tan excelentísimas atenciones como las
daba Jefferson? Eso era algo que tenía una respuesta muy sencilla, nadie.
Sonreí de mi suerte, días atrás yo era una muchacha común y corriente y ahora era
toda una princesa y en un futuro la reina de la nación. Eso era algo que ni en mis mejores
sueños me imaginé. En ese momento se abrió lentamente, casi en susurro, la puerta de la
habitación.
Entré al comedor real temblando, me sentía muy nerviosa y no sabía por qué pero
en ese momento me sentía un perfume vulgar, envuelto en agasajo de oro. Jefferson
vestido provocador y sexual con franela en forma de V y jeans se levantó de su asiento y
me señaló con sus hermosísimos ojos el asiento que sería desde ese momento mi lugar en
la mesa.
Luciano imitando a mi esposo también se levantó para hacerme unos honores en los
que yo no estaba instruida. La reina al ver esa situación se rió, la hermana de ella llamada
Máire, que era la madrastra de Luciano agachó la cabeza hacia la mesa, Carolyn y Darlyn
Lynette en cambio, se quedaron mudas con sus manos bien escondidas debajo del
inmenso mesón; en el cual estaba colocado en todo el centro, un hermosísimo jarrón lleno
con margaritas, sí mis flores favoritas, las cuales me imaginé fueron escogidas por mi
esposo como una forma de agradarme por lo mal que se había comportado el día anterior.
El desayuno estuvo riquísimo y me alegré justó allí de haber tomado unas clases de
modales y refinamiento con mi madre dos años atrás. La cosa no me pareció tan tortuosa y
fui feliz de tener a Jefferson siempre a mi lado haciéndome señales con los ojos cuando
estaba metiendo la pata en algo. Lo cierto era que esa parte de él tan magistral no la
conocía hasta ahora.
Después del desayuno vino el reposo rutinario del palacio que duró media hora
más, luego todos nos levantamos en silencio de nuestros lugares. Jefferson se fue a trotar
para bajar la comida y a mí la reina me asignó a la asistenta vestida de negro y blanco que
me había levantado de la cama para que estuviera siempre cerca de mí en el palacio. Ésta
muchacha, que después supe que se llamaba Lina Duplaá, fue la que me llevó a dar un
paseo por el palacio y me explicó las clases particulares que tendría que tomar a partir de
ese día luego de regresar de la universidad al palacio.
Asimismo fue ella quien me mostró los lugares que estaban prohibidos para mí en
la residencia, entre los cuales estaba la piscina privada y oculta de Jefferson la cual era
para diversión exclusiva de mi esposo y de nadie más; por lo menos, en ese aspecto yo
podía contar con la piscina del palacio que si era pública para los residentes del lugar.
Esa mañana quedé sorprendida de ver cosas tan espectaculares en el palacio, cosas
que en los día anteriores no me había fijado. Por ejemplo, yo nunca antes me había puesto
a pensar en la razón por la cual la cama matrimonial de mi habitación medía 150
centímetros de ancho; no obstante, esa chica me explico que esa cama había pertenecido a
parejas de reinas y reyes anteriores, que había paso de generación en generación y que
tenía más de 140 años.
En todas las habitaciones había baño con lavamanos doble e hidromasajes, incluso
en mi dormitorio, que pertenecía legalmente a Jefferson. El baño de mi cuarto tenía gran
confort y funcionalidad, poseía grifería con control de gasto y temperatura, revestimientos
de cuarzo compacto y de acero inoxidable, espejos por todas partes y lo más importante,
era súper amplio.
Posteriormente, las dos fuimos a la sala de lectura y de allí a lugar para tomar el
desayuno y a la sala principal. Conocimos la pérgola que estaba en la zona de la piscina,
con hamacas igualmente de madera. En dicha piscina de lujo había luces que flotaban. Lo
cierto era que la decoración de jardines, terrazas y piscinas se transformaba gracias a la
iluminación
Luego de allí, ambas nos dirigimos a la biblioteca. Estábamos en ese sitio cuando
Jefferson llegó a donde estábamos las dos, yo lo vi entrar al local y me enmudecí de lo
guapo que estaba. Con el tercer cambio de ropa en lo que iba de la mañana se veía de
rechupete.
— ¡Claro que sí escuincle! ¡Acéptalo! —Me defendí orgullosa—Cada cosa que haces
o has hecho, incluso lo de besarme en la iglesia sin mi consentimiento fue porque me
tienes envidia.
— ¡No seas ingenua!—se mordió el labio inferior—y para que lo sepas ¡Tú no sabes
besar!—me dijo inexpresivo—Para mí el beso de nuestra boda no significó nada y sólo fue
parte del show de la boda. ¡Tú no sabes besar!
Me quedé tiesa de la cólera, él era un bruto que siempre lograba hacerme sentir
humillada. Jefferson me dio la espalda dejándome con el puño cerrado como en veces
anteriores que había deseado golpearlo y que como ahora no había sabido que contestarle.
—Te espero en la limusina porque me imagino que iras con esa ropa y no iras a
cambiarte para durar una hora más arreglándote—comunicó inexpresivo— ¡No tardes
mucho!
Yo me quedé a solas malhumorada, aún no entendía cual era el verdadero Jefferson,
si el amable de algunas veces o el amargado de siempre.
Salí del palacio, hasta donde estaban estacionadas las limosinas reales, mostrando
mi cara de amargada de los últimos días; no sabía por qué pero de pronto mi recién
estrenado esposo había vuelto a ser el patán de siempre. Tampoco rondaban por mi cabeza
sospechas que respondieran a mis dudas. Lo cierto era que Jefferson mostraba una cara de
querer matar a la primera persona que se cruzara en su camino.
En el camino, los dos estábamos sentados separados por una distancia prudente sin
voltear a vernos. Jefferson manejaba su teléfono último modelo y yo sencillamente
intentaba gozar del paisaje de la ciudad. Conjuntamente, en mis pensamientos estaban las
caras y charlas de todos en la universidad, especialmente las de mis amigas ¿Qué sería lo
primero que me dirían?
Lo más seguro era que lo inaugural que harían sería que verían mi elegante vestido
de esa mañana, ya que, no sólo era lo bien diseñado que estaba éste sino lo que se notaba a
leguas de distancia y era lo costoso que resultaba ser; eso sin contar que yo nunca había
asistido a la universidad con un vestido; así fuera de los baratitos que me compraba en la
tienda de segunda mano más cercana a mi casa.
Al especular sobre eso, reflexioné que para mí los inventos más grandiosos que
pudo crear el hombre fueron el pantalón y la minifalda. El primero representa una gran
muestra de los derechos de las mujeres; así, muchos los discurran como vestuarios
improcedentes para las féminas.
Me acordé al mirar pasar por la acera a unas chicas con pantalones puestos, que en
una clase de la uni, una profesora que siempre usaba pantalón, nos relató que el uso del
pantalón se originó hace muchísimos años cuando las mujeres comenzaron a laborar
sembrando el campo y se vestían con ese vestuario para que los hombres no las
descubrieran y las dejaran trabajar. Asimismo, nos narró que en 1920, a falta de hombre
que laboraran en las fábricas por la segunda guerra mundial, las mujeres comenzaron a
trabajar en industrias y por ende a usar pantalones.
Pero, ese tampoco era el mejor instante, ni el más adecuado para estar pensando en
eso; pues, tenía cosas más importante en que ponerme a pensar y analizar; una de ellas era
intentar pensar en la forma más correcta de llevar una buena relación con mi esposo
aunque él parecía no querer poner ni un mediecito de su parte.
— ¡Yo no te hago mofas!—le respondí dirigiendo mi mirada hacia donde estaba él.
— ¡Ya me imaginaba eso!—susurró dominado por una ironía que llegaba hasta los
vellos de mi piel.
— ¡Ellas son muy buenas!—las defendí ante lo que yo pensaba iba a hacer una
nueva discusión entre Jefferson y yo; pero él no me siguió la palabra, volteó su mirar
nuevamente hacia la ventana de la limosina y respiró profundamente.
—Me refiero a que las unas a mi grupo—me rebatió con unos ojos como de lobo
salvaje, bestial y cazador—Tú sabes que entre clase y clase siempre todos tenemos diez
minutos libres, a esa hora reúne a tus amigas con mis amigos y así todos quedamos en
paz. Todos en la uni nos van a ver juntos como pareja y las palabras afirmativas hacia
nuestra relación irán creciendo velozmente.
Yo pensando en lo genial que iba a hacer todo iba a darle las gracias al escucharlo
decir esas palabras; más el permaneció hablando:
—En cuanto a tu trabajo como cocinera—me acarició la nariz de una forma bastante
tentadora— Como ya he sabido que ser chef es lo que a ti más te gusta hacer, sigue en pie
la decisión que se tomó hace días de que sigas trabajando en la cafetería-restaurant de la
universidad.
— ¡Claro que no!—me tocó los labios con sus sensuales dedos de la mano—Podrás
trabajar dos horas después de las clases; ya que esas mismas son las horas en que yo tengo
prácticas de futbol. Así que, cuando los dos terminemos nos regresamos juntos al palacio.
Además, tu talento es algo no se puede desperdiciar.
—Lo único que te pido a cambio es que pases el tiempo libre que tienes entre las
clases, compartiendo conmigo y con mis amigos y que ¡Por favor, no vuelvas a provocar
una guerra de comida!—al oír sus palabras yo sonreí; sin embargo, eso a él no le hizo
ningún efecto bueno; debido a que, inmediatamente alejó su mano de mi cara y volteó
nuevamente la cabeza hacia la ventana que estaba en su lado del asiento.
El vehículo se detuvo y el chofer salió del auto, el guardaespaldas que estaba del
otro lado también abrió la puerta y salió. Después ambos al unísono abrieron las puertas
de la limosina para que Jefferson y yo saliéramos. Él salió por el lado derecho con total
sensualidad y yo salí por el lado izquierdo tratando de no parecer tan corriente.
Casi al unánime todos los que estaban parados en los alrededores del
estacionamiento y cerca de la entrada a la universidad se voltearon a vernos y yo sentí un
fuerte estremecimiento y un inesperado e impresionante temor. ¡Vaya, así se sentía ser el
centro de atención!
Ivanovn parada en la segunda escalera que conducía hacia la puerta del instituto
me miró de arriba a abajo con una expresión de incredulidad que hasta a mí me hizo daño.
Jefferson y yo pasamos por su lado y ninguno dijo nada. Era tan extraño sentir que la
gente actuara como si yo fuera alguien importante, que cuando entramos a la universidad
mi corazón se paró en seco.
— ¡No puedo creer que seas la esposa de un príncipe! —Dijo Rosiris soltando un
gemido ahogado— ¡No puede ser tu esposo! ¡No lo puedo creer!
¿Qué puedo decir de ese día? Son tantas cosas; pero resumidas en una sola cosa.
Creo que ha sido el día en que he respondido a más preguntas de mis amigas y en que me
he visto más perseguida por los estudiantes varones del instituto. Todos, absolutamente
todos, incluso los que ya tenían novia, hacían cualquier locura para llamar mi atención.
Asimismo, cabe destacar que ese fue un día horrible para mí; pues los tiempos de
reunión que Jefferson me pidió fueron de espantos; ya que, sus amigos eran todos unos
ridículos que a cada cierto tiempo me lanzaban sus venenosas espinas de “Jefferson no es
el hombre para ti”, “si el matrimonio dura más de un mes me regalas algo”, “eres tan poco
refinada”, ¿No tienen luna de miel? Y “están casados, pero ¿Son marido y mujer?”.
Todas esas palabras fueron oídas por mis amigas y yo sufrí al escucharla ¿Por qué
Jefferson no me defendía y prefería quedarse en silencio? Eso era algo que me molestaba;
pues, él en vez de parecer mi esposo, se asemejaba a mi peor enemigo. Todo eso, sin contar
que prefería hablar con su ex novia Kimberley, tal como si yo no estuviera ahí.
Sí, ella estaba en su grupo de amigos y eso para mí era la perdición; estar cerca de
ella me afectó demasiado y más cuando estando sentados todos en la misma mesa, la
susodicha sacó su delicado pie de su sandalia y comenzó a acariciar a Jefferson por debajo
de la mesa.
Él como sonso no dijo nada; pero se dio cuenta de que yo me había percatado de lo
que su ex estaba haciendo; por lo que tosió nervioso y Kimberley dejó el jueguito. En ese
momento, juré que si algo como eso volvía a pasar nunca más me sentaría a compartir con
sus amigos. Gracias a Dios que la estúpida esa se rindió y dejó vencida, su don de dar
placer a mi esposo.
También estaba sentado con nosotros Luciano, él sí que estaba contento y decía
cualquier tontería para hacerme reír. Cuando eso pasaba, Jefferson pelaba los ojotes como
marciano y me miraba con odio. ¿Qué carajo tenía en contra de su primo? ¿Por qué si se
veía tan animado charlando con su ex me veía con odio cuando Luciano me contaba sus
chistes y yo sonreía?
Otra cosa que me hizo respirar un poco en la cafetería-restaurant, fue recordar las
locuras que habían hecho los chicos del instituto para hablar conmigo. Hasta mis
compañeros de trabajo estaban contentos de que yo me volviera bastante popular entre los
chicos del instituto, pues todos me veían con cara de bobos e iban corriendo a comprar
dulces a cada rato; lo que significaba más clientes y más dinero para el establecimiento.
Pero, en ese día lo peor que pasó de todas las cosas malas, fue que estando yo en la
cafetería-restaurant, Kimberley apareció de pronto, dizque para hablar conmigo. Sí, fue
una enorme sorpresa y una desastrosa casualidad que me hirió mucho el orgullo.
Yo estaba recogiendo las cosas para retirarme del trabajo. Lo cierto era que había
sido un día muy largo en el que muchos clientes pidieron “conocer a la chef”, lo cual, era
una buena excusa para ellos para tener algún tipo de trato conmigo. Me sentía agotada,
extinguida y con ganas de quedarme a dormir por una semana en mi enorme cama del
palacio.
Bueno, como iba diciendo, estaba tarareando una canción de amor que estaba muy
de moda en esa época cuando a mi espalda se detuvo ella en seco. Yo no la escuché entrar
ni tampoco entendía la forma como había logrado entrar a la cocina sin que alguien la
fuera visto, tampoco andaba pendiente, mis labores en la cocina me tenían nadando en
mares lejanos y mis pensamientos no estaban transitando por allí.
—Te casaste con el amor de mi vida—manifestó con poca clemencia—y ¿Eres una
simple cocinera? Eso es difícil de creer.
—Ja, ¡Eres una idiota!—se mofó— Estas muy equivocada, ¿Acaso no puedes ver
que lo del matrimonio fue un simple arreglo para que Jefferson subiera al trono y para que
tuviera un hijo?
—Eres una…—me desgasté el labio ambicionando con ello que Kimberley se alejara
de mí—Eres una ramera y te mueres de la rabia porque Jefferson me escogió a mí y no a ti.
—Te juro por Dios que si la tocas, voy a hacer tu vida un infierno—le anunció con
una rabia que hasta a mí me hizo descolorar; ya que, ahí pensé en lo maravilloso que era
él; debido a que, aunque todo el tiempo se veía atractivo y sexy, cuando actuaba de esa
forma se veía más atento, fuerte e irresistible que siempre.
Kimberley bajó la mano y Jefferson la soltó; entonces él volteó sus lindos ojos hacia
donde yo estaba, se veía tan guapo cuando estaba furioso que me dejó sin aliento.
—Jefferson—tartamudeó Kimberley—mira…
—La próxima vez que hagan algo así—manifestó insondable —las dos van a tener
serios problemas conmigo ¿Entendieron?
Jefferson se volteó hacia donde estaba ella y le hizo señas con la mirada para que
saliera de allí. Ella lo obedeció y por un momento yo envidié el lenguaje de señas que
ambos tenían, eso era algo que mi esposo y yo nunca podríamos llegar a tener. Nosotros
de la única forma que podríamos comunicarnos, sería mediante golpes y recriminaciones.
— ¡Lo siento!—susurró pegado muy cerca de mí—No quise que esto pasara.
—Tenías mucho tiempo saliendo con ella, —trepidé al pronunciar esas frías
palabras—ni modo, tengo que adaptarme a eso.
—Mariska—suplicó.
— ¡Eso dices tú porque estas ciega!—me aseguró apretándome la mano con furia—
Su sentidos de la vista destella que te ama y tú no te das cuenta. Ese no quiere ser anda
más que tu amigo.
— ¿Sabes qué?—le expresé soltando su mano de la mía—No todas las personas son
como tú—y sin esperar que Jefferson me diera su respuesta, abrí la puerta y me dirigí
hacia la salida de la universidad. No estaba preocupada por dejar mis cosas abandonadas,
el aire que necesitaba en ese momento era más importante.
Esa noche me fui a dormir temprano, sólo me preocupé en cenar y reposar; ya que
cuando la reina me invitó a compartir un rato con sus hijas afuera, tuve que negarme;
debido a que, tristemente estaba agotadísima. Las labores de ese día fueron muy fuertes y
Jefferson con sus recriminaciones lo que hizo fue agotarme física y mentalmente.
Aún cobijada en la cama podía oír las palabras de Jefferson y de Kimberley “Él y yo
somos una pareja, su matrimonio no va a durar mucho tiempo; pero mientras, él y yo
seremos amantes”, “¿Acaso no puedes ver que lo del matrimonio fue un simple arreglo
para que Jefferson subiera al trono?”, “Tú eres mi legítima esposa, ella no es nada” “Ella
ya pertenece al pasado”.
Me costó mucho dormirme, aún no estaba del todo acostumbrada a la vida del
palacio y además, por momento me sentía súper solitaria. Tenía que aceptar que
aguardaba la esperanza que de repente Jefferson abriera la puerta y me pidiera que
comenzáramos de nuevo, que luego me besara con ardor, me desnudara y que finalmente
los dos termináramos haciendo el amor.
Sí, era una locura; pero ¿Qué más podría desear si Jefferson era mi esposo? Lo
amaba y aún no entendía cómo en tan poco tiempo él había logrado robarme el corazón;
no obstante, tendría que bajarme de esa nube y aterrizar en tierra; tomando en cuenta que,
mi esposo nunca correspondería con mi amor.
Las siguientes dos semanas fueron un desorden total lleno de mucho trabajo; entre
la universidad, mi trabajo en la cafetería-restaurant, las reuniones de sociedad, las ruedas
de prensa, las citas de negocios con los millonarios y con los empresarios, las clases
particulares en el palacio, las discusiones con mi esposo, las malas reuniones con sus
amigos, mis amigas y Kimberley, los compañerismos con Luciano y los regaños y no
regaños de los profesores del instituto; me sentía ahogada en mi propio mundo de
fantasía.
Tengo que confesar que fueron los quinces días más trabajosos de toda mi
existencia. Conocí muchos lugares de elegante estilo y majestuosidad, asistí con Jefferson a
montones de banquetes, kermesse, cocteles, fiestas temáticas, eventos lounge, eventos
empresariales, congresos, conciertos y fiestas taurinas.
Creo además, que han sido los días en los que mi esposo y yo hemos estados más
juntos, pero a la vez más separados; esto tomando en cuenta que, durante esos momentos
apenas nos dirigíamos palabras. Hablar era tal y como Jefferson me había dicho; es decir,
parte del teatro de estar casados. Las palabras entre ambos eran sólo parte de una obra
dramática en la que ni siquiera intentábamos conocernos mejor. Luciano; en cambio, él si
se preocupaba por hablar y compartir conmigo.
Tengo que agregar que lo único magnífico de ese período fue sentirme como en
familia cerca de las hermanas de Jefferson, con las que algunas veces me fui de paseo a
hacer ejercicios de introspección, a comprar en los Centros Comerciales más caros de la
ciudad, a visitar galerías o a asistir a cursos de tejer bufandas y de hacer velas.
Lamentablemente, las cosas parecían que no iban a cambiar y menos por el hecho
que ocurrió el día viernes de la última semana de esos quince días. Esa mañana me levanté
súper agotada y sino fuera sido por Lina Duplaá que me despertó, como todas las
mañanas, creo que fuera seguido durmiendo por un lapso más largo al que siempre había
estado acostumbrada.
Llegué a la mesa del desayuno bastante adormilada. En ese momento, sí que
merecía unas lindas y largas vacaciones. No me preocupé por la cara de soñolienta que
poseía y menos le correspondí con una sonrisa a Luciano cuando él se levantó como todos
los días para darme la bienvenida. El agotamiento general que percibía ahora sí que estaba
haciendo estragos.
Sin embargo; fui detenida en el camino, Luciano ésta vez me persiguió a lo largo y
ancho del palacio y no me dejó quieta hasta que logró alcanzarme. Máire, viéndonos con
decepción jugar ese bendito juego, arrugó el gesto y continuó con su camino hacia la
biblioteca.
—No, no me pasa nada—mentí; ya que, hablar con Luciano de mi esposo era como
estar traicionando a mi pareja.
— ¡Boba! Es por esa razón que te domina como lo hace—me guiñó un ojo—
Entonces, ¿Nos vamos juntos a la universidad?
—No, claro que no—me negué pues sabía perfectamente que si yo me marchaba
con Luciano, alguien del palacio iba a ir corriendo a chismearle a Jefferson y éste iba a
agarrar una rabieta de muchos años, que jamás iba a lograr perdonarme.
—Nooo—me negué sabiendo que el daño que le estaba haciendo a Luciano era
irreparable—Lo que pasa es que; a pesar de que eres un buen amigo, yo no puedo llegar
contigo a la universidad. Somos casi cuñados y la gente comenzaría a hablar.
— ¡Está bien!—se rindió por fin—Nunca quise ponerte entre la espada y la pared—
y haciendo uso del poco orgullo que le quedaba me dio un beso en la mejilla—te espero en
la universidad ¡No llegues tan tarde!— y se retiró.
Yo no sabía lo que estaba haciendo; más de una forma muy indirecta me estaba
vengando de que ninguna persona en el palacio me fuese avisado que mi esposo estaba
enfermo y que por ende, no asistiría ese viernes a la universidad. En el camino me sentí
como pájaro sin nido; extrañaba demasiado la presencia odiosa de Jefferson y sabía que ya
nada podría hacer para aliviar mis penas. El dolor y la angustia por vislumbrarlo enfermo
me carcomía el alma. Estaba haciendo bastante melodramática.
Durante todo el día mi cuerpo se sentía solo. Los amigos de él e incluso Kimberley
casi no hablaron conmigo; parecía que le prestaban más atención a las niñerías que decían
mis amigas y a las bromas de Luciano. Mi mente se imaginaba a Jefferson sufrir por esa
maligna fiebre y los ojos se me enmudecían cada vez que oía su voz llegar a la universidad
de repente.
No obstante, eso nunca llegó a pasar. De eso me di cuenta cuando fue la hora de mi
trabajo en la cafetería-restaurant y mi esposo no se percibía por ningún lado. Finalmente,
cuando salí del instituto, afuera me estaba esperando Luciano, él me acompañó a tomar la
limusina y seguidamente se alejó hacia su carro.
Cené sin muchos ánimos; ya que, mi corazón estaba pensando en mi pobre esposo
que se encontraba enfermo. Lo sentía muchísimo, mi alma estaba llorando y a cada minuto
esperaba con ansias que él saliera de su habitación y que anunciara que ya se encontraba
recuperado. Mi corazón arrinconado me decía que lo auxiliara o que fuera su enfermera
particular.
Fue así como la reina Kalish, Luciano, Máire, Carolyn, Darlyn Lynette y yo, nos
sentamos a mirar las lejanas estrellas debajo de una de las Pérgolas de Madera del palacio,
la cual estaba en el jardín, junto a la terraza y la piscina, Desde allí, yo podía ver las
hermosas luces flotantes decorativas, en forma de flores que estaban colocadas esa noche
en la piscina. Era un momento que nunca podría olvidar; tomando en cuenta que, la reina
había acertado al mandar a colocar esas luces para el anochecer de ese día.
Luciano se colocó su traje de baño y decidió que la noche estaba hermosa para
bañarse. Carolyn y Darlyn Lynette se dedicaron a darle nombres a las estrellas. Máire y la
reina decidieron refrescar sus respectivas caras con crema exfoliante y yo sentada como
una estatua vacía, tenía la mente en blanco.
Tum, tum, toqué la puerta y esperé algunos segundos a que alguien me contestara,
tum, tum, volví a llamar, pero nadie abrió la puerta. Intenté una tercera vez y como
finalmente nadie contestó me rendí. No iba a seguir adulándole a ese idiota, incapaz de
decirme que estaba enfermo. Como cosa rara me estaba ocultando sus temores, a mí, su
mujer.
— ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —le ordené hecha furia; más él no me escuchó y con el pie
cerró fuertemente la puerta, dejándonos a ambos dentro de su habitación.
—Yo…—tartamudeé mensa.
—Yo…—volví a tartamudear.
—Me pregunto ¿Cómo será volver a besar tus lindos labios?—me expresó sin
aliento tocándome la boca—Me encantaría volver a sentirlos pegados a los míos.
Yo oí estremecida eso y arrugué el gesto; sí, estaba loca por Jefferson; no obstante,
debía mantener mis pies puestos en la tierra. Él no me amaba y lo más seguro era que en
ese momento estuviera alucinando por la fiebre que tenía y que por eso estuviera
acalorado; aunque lo cierto era que en esos minutos, él sí estaba caliente, más era por otra
cosa y ¡Qué cosa!
—Aún estoy furioso contigo por no venir a visitarme durante todo el día, —me
confesó tocándome los cabellos—parece ser que yo no te importo mucho.
Jefferson no me dijo nada, con el dedo acarició mi labio inferior, en tanto veía con
sus oscurecidos ojos mis pechos totalmente hinchados y abandonados a su merced. Yo
lancé un fuerte gemido y él me tapó la boca rápidamente con su mano libre.
—No querrás que nos escuchen—me dijo mirándome como un lobo salvaje;
entonces, yo me negué con los ojos pues me fascinaba la forma en que mi marido me
miraba y él procedió a dejar mi boca en completa libertad— ¡No te inquietes! Estas
paredes están recubiertas de full seguridad y lo que una persona dice o hace dentro de
estas habitaciones se queda dentro y nadie se entera. El problema es que si te escucho
gritar otra vez, te juro que no voy a poder reprimir mis impulsos de hacerte mía.
Luego su hermosa y seductora mano bajó desde mis pechos hasta mis caderas y sin
medir las consecuencias introdujo su mano, a través de la falda y me acarició la curva de
las nalgas; yo no lo pude evitar y gemí de puro placer apretándome contra el cuerpo duro
de él.
Yo cerré mis ojos y justo ahí sentí que mis piernas me iban a hacer caer; ya que,
Jefferson se pegó más a mi cuerpo y con sus labios recorrió mi cuello, en tanto, introducía
la mano por mi camisa y llega hasta mis redondeados pechos.
— ¡Eres una hipócrita!—me comunicó sin temor alguno— ¿Por qué no dices la
verdad? La razón por la cual no viniste a verme en todo el día fue porque estabas con mi
primo abrazada como si fueran la pareja del año.
—Él es solo mi amigo—le dije torpemente—¿Vas a volver con tus teorías malsanas?
—Lo que pasó aquí—me completó la frase poniéndose de pie—sólo fue parte del
teatro, necesitaba que me dijeras la verdad sobre lo sucedido entre Luciano y tú hoy, y
¿Qué mejor forma de saberlo?
Ahí me tiré en la cama desesperada y sin mayor pena por mis propias acciones me
puse a llorar. Jefferson me hacía daño con esas actuaciones teatrales y aún el muy estúpido
no sabía qué tanto. Me quedé despierta gran parte de la noche y horas después, totalmente
agotada, caí en un profundo sueño.
Al día siguiente pasó otro hecho bastante fuerte, yo que aún no podía olvidar el
hecho de que Jefferson me hubiese besado el cuello en la noche y que soñaba con que ese
beso fuera en la boca, tampoco podía olvidar en lo que terminamos luego de hacer esas
cosas. Fue una discusión tonta, pero a mí me había hecho mucho daño.
Esa mañana yo estaba durmiendo de lo más lindo, tenía el cuerpo agotada, más
estaba feliz de que por fin fuera sábado. Ahora sí que podría descansar como tenía días
deseándolo. Sin embargo, eso no duró mucho, de repente Jefferson entró a mi habitación
hecho furia. ¿Sería que nunca podría ser diferente conmigo? ¿Yo valía tan poco para él?
Jefferson me miró medio desnuda con unos ojos salvajes que me conmovieron;
estaba sin palabras y eso me alegró, quizás no estuviera enamorado de mí pero podía
actuar como todos los hombres ante una mujer medio desnuda; además, observarlo actuar
de esa forma me encantaba pues podía sentir su anhelo por mí, aunque decía que yo no
sabía besar; su maniobrar reflejaba lo contrario. Si el día anterior me había rechazado,
ahora su accionar lo estaba descubriendo ante mi presencia.
Él se mordió los labios y no me dijo nada. Estaba como en otro planeta y esa era una
de las tantas veces que yo lo veía en tal condición ante mi presencia; pues otras veces me
había visto de esa manera pero sólo la noche anterior no había sido capaz de disimularlo
tan poco. Ahora, tenía una urgencia loca por disimular su excitación.
—Te comió la lengua el ratón ¿Qué haces aquí?—le grité nuevamente tratando de
taparme con la manos.
Escuché esas crudas palabras y me puse colorada; en ese momento, no sabía por
qué pero añoraba repetir el beso de la ceremonia de matrimonio o que él me besara el
cuello y me acariciara como la noche anterior; sí, él me había dicho que mi beso en la boda
no había significado nada y luego de su beso en el cuello y de sus caricias también
habíamos terminado peleando; más sentir sus labios sobre los míos era para mí el sueño a
cumplir más cercano. La sonrisa que rondaba sus labios era alucinante y me encantaba.
No podía decirle nada, estaba muda como un difunto antes de ser enterrado y no
podía dejar de estarlo, tenía demasiadas razones para mantenerme callada. Mi silencio
rápidamente comenzó a incomodarlo; así que se acarició la barbilla y volteó la mirada.
—No quiero ir con ninguno de ellos, tienes que ir tú; ya que eres mi esposa—
reprodujo Jefferson.
— ¿Perdón?—me incomodé.
—No lo tomes a mal pero aún no sabes entablar muy bien conversación con el
público que nos adepta. A veces cometes unos errores fatales que te hacen ver muy mal.
—Sí, eso lo sé—le confesé apenada—Pero entiende que estoy cansada y quiero
dormir. ¡Tengo una grandiosa idea: Quedémonos en casa!
—No sueñes con que me vas a manipular para no ir—arrugó el gesto— Siempre
haces lo que se te da la gana porque todos en el palacio te apoyan pero hoy no. ¡Vamos a ir
a la inauguración!
—Te advierto—informó seductor Jefferson— ¿No quieres ir? Está bien porque si tú
no vas yo tampoco voy; pero me quedo aquí contigo encerrado en el dormitorio todo el
día y si tengo que descansar lo haré en tu cama.
Al oír eso me asusté, si mis oídos habían escuchado bien y mi traductor funcionaba
bien eso significaba que…no podía pensarlo y mucho menos decirlo; era una locura.
— ¡No sé que voy a hacer contigo!—analizó lleno de dudas— ¡Está bien! Quieres
que te lo pida de rodillas ¡Lo voy a hacer! —Se arrodilló con gracia— ¿Podrías ir conmigo,
por favor?
Al escucharlo hablar de esa manera me sentí volando en las nubes, era tan dulce
algunas veces aunque fuera sólo por obligación.
— ¡Está bien!—me levanté de la cama sin prestarle atención a la poca ropa que
llevaba encima y a la mirada de bobo que tenía mi esposo—Me voy a poner una ropa bien
cómoda.
—De todas formas, no te acerques a mí hasta que esté vestida—le repetí esquivando
su torneado cuerpo.
Media hora después salí del rociado totalmente acicalada. Cargaba puesta una
falda negra hasta las rodillas con una blusa blanca; además de unas preciosas botas de
cuero azabache. Los cabellos me los había lavado y secado y me había recogido un gancho
de lado.
—Vamos ¡Habla! Sé que te mueres por decirme como me veo en esta ropa.
Sin embargo; Jefferson no dijo nada, estaba mudo y rojo como un tomate ¿Sería que
lo había impresionado con mi forma de vestir sensual y sexy? ¡Vaya! A pesar de todo el
dinero que poseía, seguía siendo un hombre leal a las mismas respuestas de pasión.
— ¿Te gusta? —Le chequeé con voz palpitante— ¿Sabes qué si callas es porque
otorgas?
— ¿Vas a ir con esa falda tan corta?—balbuceó Jefferson con un tarugo en la boca.
— ¡Claro que sí!—le respondí sorprendida y dando una vuelta muy sensual—A mí
me fascina vestir así y creo que tengo todo el derecho de continuar con ello.
— ¡No puedes vestirte así!—me ordenó rabioso y lleno de hostilidad —Este año la
moda es llevar las faldas más largas ¡Estas fueras de moda!
—Yo no te dejaré salir así, quiero decir mostrando las piernas como si no fueras mi
esposa— replicó malhumorado.
— ¡Está bien!—le canté entendiendo que él no era nada simpático con eso de las
mujeres maquilladas.
— ¡Vámonos!
Ese día fuimos a muchas partes los dos solos, pero casi nunca estuvimos juntos
nosotros nada más. Siempre había cientos de personas alrededor nuestro y Jefferson con
su enorme educación intentaba quedar bien ante todos.
Sin embargo, no tuve que pensar mucho en eso, ya que, Jefferson hizo un gesto de
aprobación y definitivamente yo entendí que él me apoyaba en eso de estar cómoda.
Después, fue el turno de Luciano que con su acostumbrada sonrisa se alegró de verme
llegar al comedor, vestida sencilla como lo había hecho.
— ¿Puedo hablar contigo a solas?—me preguntó Jefferson en voz alta para que los
allí presente lo escucharan e inmediatamente todos, incluyendo a Luciano, abandonaron el
comedor.
—No, no lo habrá; —respondió mirándome directamente a los ojos—es por eso que
quiero que vayamos mañana al club “Weariness not, I relieve yes”. Es una buena
oportunidad para descansar, allí hay piscina, restaurant, hotel y muchas cosas admirables
para relajarse.
—Por supuesto que sí—me aseguró y sin dudar un instante se acercó a mí y me dio
un suave beso en la mejilla derecha—Tú eres mi esposa—y en definitiva se marchó de mi
vista.
Kimberley; por el contrario, se puso un traje de baño tipo tanga y cuando yo la vi, el
cuerpo se me puso en total tensión. Claro, la muy estúpida tenía un solo propósito por
cumplir ese día: Seducir a mí apuesto esposo. ¡Era una canalla! Jefferson, por su parte, no
le prestaba mucha atención, estaba más entretenido con la charla que estaba manteniendo
con sus amigos y eso a mí me hacía muy feliz.
—Jefferson—Kimberley habló casi sin acento y dio una vuelta sobre su cuerpo—
¿Crees que yo haya acertado al ponerme este traje de baño?
Jefferson se volteó hacia ella casi al unísono que sus amigos. Yo me quedé
petrificada, me ardía la sangre de saber que esa niñita estaba usando tales estratagemas
para hacer que mi marido la tomara a consideración. Mis manos al percibir la situación tan
incómoda comenzaron a sudar de frío.
—Te ves muy bien—contestó con indiferencia y sin muchos ánimos Jefferson,
después se dio media vuelta para continuar charlando con sus amigos.
Eso hizo que Kimberley se pusiera histérica, disimuló bastante su cólera y en vez de
tirarle un objeto a Jefferson para que reaccionara, se acercó hasta donde yo estaba sentada
pretendiendo tomar un refresco de naranja.
—Así que Jefferson te trajo para acá—me dijo sentándose al lado mío, en una silla
plegable azul que estaba colocada cerca de la piscina—Yo no sé que está pensando
Jefferson.
— ¡Está entrenándote!—me miró complacida a los ojos—Es que eres tan poca cosa
que hay que darte clases de etiqueta, aún en estos lugares.
— ¡Qué tonta eres!—se mofó aceptando una bebida de un sirviente que se había
detenido junto a ella para ofrecerle algo de tomar—pero en fin—concluyó cuando el
sirviente se retiró—¡No sabes el gusto que me da verte aquí hoy! —suspiró como una
diosa en el paraíso.
— ¿Por qué lo dices?—le pregunté sintiendo una brisa fría por todo el cuerpo.
— ¡Qué mensa eres!—me burló cínicamente— ¡Todo hay que explicártelo con pelos
y señales!
—Ohhh—replicó con gracia y yo volteé mis ojos hacia donde estaba Luciano,
tratando como boba de reírme de sus graciosas muestras de nado sincronizado, pero a la
vez forzando a parecer lo más natural posible ante mi rival.
—Bueno, te voy a explicar—me anunció con pleitesía y yo la miré acomodarme los
cabellos.
—Tú piensas como boba— insistió, tomando una primera probada de su bebida —
que porque te casaste con Jefferson, él no tiene nada conmigo; sin embargo, hoy te voy a
demostrar lo contrario.
—Me refiero—musitó colocando sus preciados cabellos entre sus hombros—a que si
en este momento, yo me hago la niña inocente que se está ahogando en la piscina, todos
los aquí presente reclamaran mi atención, en especial Jefferson, que correrá a rescatarme
de esas aguas profundas de perdición.
—Tú vas a ver que tu esposo te va a dejar sola— miró directamente al muy
bronceado Jefferson— Él me va a preferir a mí, pues me ama como yo lo amo a él.
Y eso fue la explosión que se necesitaba para que Jefferson se olvidara de mí. Mi
marido se volteó presuroso su cabeza hacia la piscina y haciendo borrón y cuenta nueva
junto a sus amigos se acercó velozmente a la alberca.
Al poco rato, Jefferson salió de la piscina con Kimberley cargada en brazos. Sus
amigos nerviosos comenzaron a rodearlos y Brando que estaba cerca de mi esposo le
susurró al oído:
—Uno de nosotros tiene que darle respiración boca a boca— manifestó Bartolomé.
Y yo al oír eso me alarmé, no podía ser que siempre a mí las cosas me salieran tan
mal; no obstante, a la muy mentecata esa se le ocurría el plan de llamar la atención de
todos los allí presente y ¡wau, todo le salía perfecto! De paso mi esposo no parecía tan
alarmado por la situación, parecía que su interés en colaborar como salvavidas era
inmune.
Eso lo terminé de comprobar cuando sin voltearme a ver puso sus labios sobre los
de Kimberley y le dio respiración boca a boca. Yo lo odié en ese instante, ¿Por qué me
estaban haciendo eso ellos dos? Si querían besarse, tranquilamente lo podían hacer lejos de
mí para no hacerme más daño del que ya me estaba haciendo.
Al ras de eso, Kimberley vomitó el agua que tenía claramente almacenada en la
boca y se sentó abrazando a Jefferson. Yo respiré profundo e intenté ignorar los aplausos
que los allí presentes le dieron al héroe del día: Jefferson.
Corriendo a toda prisa como lo estaba haciendo, pensaba en que lo que necesitaba
para sentirme algo mejor era disolver mi furia con algo o con alguien. Corrí como una loca
y atravesé los caminos del club actuando como una llorona ambicionando cubrir sus
tristezas. Mi suplica al cielo estaba directamente relacionada con unos momentos a solas.
Me llené de ira y de odio; pero sobre todo, de rabia. Por unos segundos me imaginé
morder a una persona; sí, así como lo hacen algunas perras enfurecidas cuando están
cuidando de sus crías. Quería refrenar mi orgullo y darme un tiro para dejar de existir
para siempre de este mundo. Pero también sabía que si hacía algo como eso, viudo
Jefferson se volvería a casar y esta vez con esa mongólica.
Me dirigí al lavabo debido a que era lo que tenía más cerca, pues lo baños estaban
en una zona muy difícil de llegar para mí; tomando en cuenta, que ese lugar era tan
grande que si me ponía a andar demasiado me iba a perder con facilidad y ésta vez no
quería que algo así sucediera.
Abrí apurada el lavamanos para enjuagarme la cara; pues el rostro lo tenía que
echaba chispas de la rabia que sentía y justo cuando intentaba mojarme el semblante, la
puerta del baño se abrió y entró Jefferson.
— ¡Dios que cara tienes!—comunicó con una mirada misteriosa que me hizo
tambalear de lo incomoda que me podía llegar a sentir al tenerlo cerca. Yo no le dije nada
y me quedé observándolo en tanto él se lavaba las manos en el lavamanos.
—Más obstinante eres tú—le recriminé furiosa sintiendo una punzada en el pecho.
— ¿Por qué? Porque puedo estar en cualquier lugar y no parecer perdido; por lo
menos no soy como tú que no cabes en ningún lugar, con nada ni con nadie.
—Eres mi esposa, no te debe doler que te diga la verdad—se volteó hacia mí.
—Mira esposita, esas palabras no te las voy a permitir; comienza a dirigirte hacia mí
con respeto.
El oyó eso y arrugó el gesto de la cara, lo vi bravísimo y sentí pavor de estar a solas
con él por lo que podría hacerme; ya que me estaba entregando su oscura mirada de odio
y pasión y eso me daba terror.
—Tú eres tan insensible que me haces la vida imposible en el palacio y que de paso
me traes aquí a burlarte de mí junto a tu pandilla de amigotes y ante tu ex.
— ¡Eso no tiene nada de precisión!—contendió reciamente Jefferson—No tengo la
culpa de que no sepas actuar frente al público.
— ¡Deja las mentiras! Eres un idiota sólo me trajiste a este lugar para que yo fuera la
burla de tus amigos—Le grité delirante—Tus amigos nunca podrán ser mis amigos
¡Entiéndelo! Yo jamás voy a ser amiga de tu ex.
— ¡No hagas esto por favor!—me rogó—No quiero verte hacer cantaletas.
— ¡Por favor, te lo ruego! —Habló tapándose los ojos en una mueca de total
indignación— ¡No te pongas a llorar como una niña malcriada!
— ¡Tranquila, que no te voy a hacer ningún mal! Tampoco soy tan ogro como la
gente piensa.
—No, no eres un ogro—lo pateé con amargas palabras—más bien eres un sujeto
horripilante, terrorífico y caricaturesco que ya estas a punto de alcanzar tu certificado de
monstruo. ¡Te felicito, estar cerca de graduarte de monstruo!
Al oír esas crudas palabras sentí las piernas aflojárseme. Estaba avergonzada
porque sabía que en el fondo él tenía muchísima razón. Me estaba comportando como una
niña inmadura que prefería humillarlo con infantiles palabras que darle la cara y
enfrentarlo de verdad. ¿Por qué no podía decirle lo que me había dicho Kimberley ante de
zambullirse en la piscina?
— ¡Vete, hazme el favor!—le grite humillada en tanto las lágrimas corrían por mis
mejillas— ¡Déjame sola!
— ¿Te aburre tanto estar conmigo?—me interrogó con los ojos indescifrables.
No pude contestarle, era muy difícil de responderle que sí sabiendo que eso era
mentira.
— ¿Qué tiene que ver él con esto?—arrugué el gesto incapaz de entender las
razones que tenía Jefferson para inmiscuir a Luciano en nuestra conversación.
—Todo—gritó apretando muy enérgico los dientes—Si piensas que me voy a poner
de rodillas para suplicarte que te alejes de Luciano ¡Estas equivocada! Te tienes que alejar
de él porque sencillamente los dos somos de la misma familia y yo soy tu esposo y te lo
prohíbo.
— ¿Por qué?—dudó con cinismo— Porque “Whom god has joined together tet no
man put asunder”
—“Whom god has joined together tet no man put asunder” significa “Lo que Dios
ha unido que no lo separe el hombre” Las palabras del sacerdote ¿Te acuerdas? Te guste o
no estamos casados y para siempre.
Me ofusqué, cómo era posible que fuera tan descarado y sin vergüenza. De paso
que me tenía que aguantar a sus amigotes tenía que actuar como tonta porque él deseaba
andar de Robín Hood con la estúpida esa y lo peor ¿Cómo podía meter a Luciano en
nuestra discusión?
Caminé presurosa por el patio de grama del club sin atreverme a darme la vuelta,
estaba que echaba candela por la boca y Jefferson tenía mucha culpa de eso, él era un
individuo tan… uff, era mejor no decir la palabra.
— ¡Vaya!—tropecé sin querer con Luciano— ¡Disculpa!
Al finalizar de decir esas prodigiosas palabras me abrí camino entre los dos primos
y me alejé caminando de ambos. No había dado muchos pasos de allí cuando sentí la
mano fría de un chico tomar la mía con cautela. Me volteé hacia él con nerviosismo y me
sorprendí al ver que era Jefferson. Al parecer la costumbre de llevarme de la mano no se le
había olvidado.
Caminamos sin hablarnos hacia la salida del club, Jefferson parecía llevar el paso y
yo sencillamente tenía demasiadas cosas en la cabeza como para decirle con mi voz de
súper mujer que yo sabía caminar perfectamente y que por favor me soltara; además, no
me podía quejar por lo menos Jefferson no me había dejado regresar sola al palacio.
—No, ella no es lo primero para ti—se puso de rodillas y le tomó la mano en forma
de suplica—yo soy todo para ti. ¡Tú me amas, no la quieres a ella! Ella es una aparecida
que se cruzó en nuestro camino pero que pronto va a desaparecer.
— Lo dices porque ella está aquí, pero los dos sabemos que no es verdad— Brandon
intentó levantarla del suelo pero ella no se dejó llevar— ¿Cómo puedes decirme esas
cosas?
En el tiempo libre que, ambos tuvimos entre clase y clase, los amigos de Jefferson y
mis amigas fueron los que más tuvieron contacto oral. Adhemar que era un sujeto muy
seguro de sí mismo intentó hacer algunas gracias para que Marianny aceptar salir con el al
parque de diversiones en la noche del viernes.
Brandon y Rosiris hablaron sobre sus comidas favoritas, es más los dos me pidieron
consejos de recetas de comidas españolas para prepáralas cuando tuvieran oportunidad.
Yo les expliqué como se hacían las alitas en salsa de champiñones, aunque realmente no
me acuerdo si les dicté los ingredientes correctos.
Ray, Luciano y Kimberley; por su parte, hablaron sobre una película que habían
visto los tres por separado en el cine. La peli se llamaba “Proyecto de Vida” y contaba la
historia de una muchacha que después de estar tres años separada de su madre, regresa a
su casa para pasar el verano, allí la chica descubre que su mamá está conviviendo con un
hombre más joven que ella, chico del cual pronto la joven se enamora y por el cual
comienza una lucha en contra de su mamá.
—Realmente no puedo creer que seas tan desagradable—le avisé pasando por su
lado— ¿Te costaba mucho hablarle a mis compañeros de trabajo con cortesía?
—Solo estaba bromeando—se acercó a mí y me tomó del brazo— ¿Por qué nunca
puedes apoyarme cuando realizo algo?
—Eres un ser muy egoísta—intenté mirarlo a los ojos para que le dolieran mis
palabras— ¿Qué leviatanes estás haciendo aquí? ¿Por qué carajo sacaste a mis compañeros
de aquí de forma tan cruel y humillante?
— ¡Qué quieras café no quiere decir que maltrates al resto de la gente—me atreví a
corresponderle la sonrisa— ¿Por qué tienes que actuar así?
— ¿De dónde has sacado esa absurda e ilógica idea?—le acaricié los brazos—Eso es
algo que a nadie debería importarle.
—Pero eso es una estupidez—me puso el dedo en los labios y luego me hizo abrir la
boca para que yo le mordiera seductoramente el índice—Tú sabes que todos ellos esperan
alguna oportunidad para acabar con la realeza.
Al oír esas palabras, yo me puse muy rabiosa, tanto así que me alejé de Jefferson.
¿Cómo era posible que el muy tonto desconfiara de mí y pensara que yo podría escaparme
de él? Igualmente, si alguna vez lo pensaba hacer, no iba a ser tan tonta como para
llevarme conmigo el reloj y el teléfono con el dispositivo instalado. Eso sería muy burdo
porque iba a ser rastrada a los pocos minutos. Si alguna vez huía no iba a cargar con ese
teléfono y ese reloj fichado por las agencias de seguridad.
Jefferson se sentó en una silla como si yo le hubiese dado permiso para ocupar ese
lugar. Se frotó las manos en un intento fallido de calentarse y cerró los ojos para relajarse.
Y Jefferson sonrió.
— ¡Con tu forma de ser haces que me sienta mejor!—me tomó de las manos y yo no
pude evitar temblar al oír sus palabras.
—No tengo nada más de que hablar contigo—intenté dar por concluida la
conversación— ¡Te volviste loco!
—Mentirosa, no soy arrogante —lo fulminé con la vista—Bueno, está bien soy
arrogante, pero tienes que tomar en cuenta que esa es una características que nos define a
nosotros los hombres.
Ese día la mañana se fue bastante rápida, o por lo menos la hora del desayuno. La
reina madre anunció como todos los días su oración y luego todos comimos en silencio.
Finalmente me levanté del comedor y decidí que antes de ir a la universidad pasaría un
rato por la biblioteca del palacio; allí buscaría algunos textos para leer en los ratos que
tuviera libre durante el fin de semana que se aproximaba. Estaba considerando escaparme
de mi vida vacía; mediante novelas.
Además, hasta el momento, el lugar del palacio donde me sentía mejor era la
biblioteca. Ahí, lo más seguro era que encontraría un buen libro para leer. Entré calladita a
ese mar de libros y decidí buscar entre los enormes y largos estantes alguno que tuviera
una historia que me regocijara el alma y el estomago, no sabía la razón pero desde que
Jefferson me trataba con peor indiferencia de la habitual, la comida me caía en el estomago
como plomo.
Es que la biblioteca del palacio era hermosa. Poseía una sala de estudio/consulta
que se caracterizaba por ser despejada, encantadora tranquila y con una iluminación bien
regocijante. Era un lugar fantástico en donde se podía dejar volar la imaginación.
Contaba con diversos ambientes para la consulta de prensa y revistas, unos para la
colección de referencia y otras para el trabajo individual. Los puestos de lectura estaban
llenos de mesas corridas.
Luego de darle ojeada a algunas novelas, decidí que esos eran los textos que quería
leer. Nada de libros de biología, matemática, física o química; esos no me llamaban ni un
poquito la atención. Es más, la cabeza mía no era muy abierta a recibir esos contenidos;
pues, no me daba para mucho.
Tomé una novela llamada “Dos y Dos Son” y leí el argumento en la cubierta
posterior. La novela contaba la historia de una muchacha virgen que ingresaba a una
universidad en donde las chicas vivían nada más que por el sexo. Justo cuando ella se
encuentra en un dilema sobre si acostarse con un amigo para que nadie la critique o
quedarse para vestir santos, conoce al amor de su vida que resulta ser gay.
El segundo que escogí fue uno llamado “La Ciudad de Invierno”. El argumento de
esta novela también era sobre romance y misterio. Contaba la historia de Annie una chica
que se muda del campo a la ciudad para reencontrarse con su padre y allí conoce al hijo
adoptivo de ese señor quien a escondidas es un conocido narcotraficante.
Sí, también me gustó muchísimo. El libro me parecía genial pero no para leerlo en
ese momento de pie; por lo que sin espera un segundo, lo coloqué en el carrito de
biblioteca dispuesta a llevármelo para leerlo en los mesones.
El tercer libro que seleccioné fue uno llamado “Mariposas y Arcoíris” el cual trataba
de dos hermanastros que deciden casarse para heredar una fortuna, pero que luego de ese
disparatado matrimonio descubren que el dinero no compra la felicidad.
El cuarto libro que opté fue “Mi Pequeña Princesa” que relataba la historia de una
chica criada en las sombras de un barrio que descubre que es realmente una princesa. A
partir de ese momento, la joven es obligada a casarse con un millonario príncipe que le
demuestra que la realeza es feliz cuando esa alegría no prende de un hilo.
El quinto fue uno llamado “El Doctor y su Enfermera” que contaba las relaciones
amorosas entre un reconocido doctor y una enfermera recién graduada que sueña con
subir de categoría y que usa malamente el amor que el protagonista siente por ella para
hacerse famosa.
El sexto fue un libro que se llamaba “Muerte al Chuletas” que relataba la historia de
un reconocido asesino a sueldo apodado “El Chuletas” que un día asesina crudamente al
compañero de un policía de narcóticos y que a partir de ese momento comienza una
batalla por salvar su vida sin que la hija de ese policía salga herida; pues ya está
enamorado de ella.
El séptimo fue una novela llamada “La puerta del Colegio” que contaba la historia
del amor entre dos jóvenes adolescentes que deciden verse a escondidas en la puerta del
colegio en donde estudian; como consecuencia de que sus padres no les permiten tener
una relación afectiva entre ellos.
El octavo era una novela titulada “Vacío del Alma” que describía la pasión y el
amor entre un chico muerto y una joven estudiante de arte que lo conoce en el teatro de la
ciudad.
Tomé todos esos libros y los coloqué en el carrito de biblioteca, pero aún no estaba
convencida de que fueran suficientes, quería encontrar más novelas para leerlas durante
ese fin de semana que venía en la vuelta de la esquina. Necesitaba mantenerme ocupada y
qué mejor forma de hacerlo que leyendo.
Estaba tan distraída pensando en mis ideas sobre las actividades que iba a realizar
ese fin de semana que no oí los pasos de Jefferson acercarse a mí y tomar uno de los libros
que estaba en el carrito.
—Así que “Mi Pequeña Princesa”—me anunció con una cara que no reflejaba nada
y yo apenada me volteé hacia él—me habían hablado de las cursilerías de las chicas; pero
no pensé que llegara a tanto.
—Estúpido—susurré con una voz liviana para que el muy tonto no me escuchara.
— ¡Estás loco! —Vacilé intentando desconocer sus frías palabras aunque sabía que
él tenía muchísima razón—Pero, qué puedes decir de ti—Jefferson arrugó el gesto—Eres
demasiado prepotente y tú comportamiento hacia mí es realmente vergonzoso. No tienes
respeto por tu esposa, me tratas como si yo fuera nada y quieres ser el amigo de tu ex
novia como si eso fuera de lo más normal.
Llegué y coloqué algunos libros en una de la mesa, Jefferson se detuvo muy cerca
de mí y me miró perturbado. No dijo nada, más sus ojos describían una rabia a punto de
explotar la biblioteca.
Jefferson se excitó a sí mismo y con ello a mí también. Sus palabras sonaban tan
crudas que mi cuerpo reaccionó intensamente. Demandaba que me besara y que me
acariciara como la vez pasada; ya que, en ese momento estaba dispuesta a recibir todo lo
que él me ofreciera
— ¿No le han dicho que no debe interrumpir a dos personas cuando están
hablando?—le gritó a la empleada con descarada frialdad alejándose unos pasos de mí—
¿Será qué nos puede dejar a solas? —respiró misteriosamente y comprimió los puños que
amenazaban con lanzar al suelo la bandeja de té.
— ¡Lo siento!—chilló la mujer a punto de dejar que las lagrimas brotaran de sus
ojos— ¡Mis más sinceras disculpas!—y sin pedir permiso para su retirada salió corriendo
llorando de la biblioteca llevando consigo la bandeja de té.
— ¡No quiero hablar contigo!— le vociferé con el corazón dolido; puesto que, me
dolía mucho que fuera siempre tan estricto con todo el mundo que lo rodeaba— ¡Eres un
parásito!
—Me temo que sí—me manifestó con un tono de voz bastante agrio—pero así te
gusto.
— ¡Idiota!—le arrojé la mano derecha dispuesta a darle una soberana cachetada que
se tenía bien merecida.
— ¡Sí, hazlo—me ordenó Jefferson alcanzando mi mano para detenerme—Eso sería
perfecto para mí porque te aseguro que si lo haces, hoy no podrás salir de aquí. Va a ser
fascinante desnudarte en este sitio, montarte sobre la mesa y hacerte el amor como un
salvaje.
Al concluir la mañana estaba súper agotada y no podía creer que tuviera que asistir
a la clase de deportes. Mis amigas como siempre estaban felices de ver al guapo profesor
que dictaba deportes; pero yo, en cambio tenía la cabeza y los pensamientos en mi esposo.
Cuando entré en la cancha palidecí al oír que el profesor de deportes anunció a voz
populi que ese día había práctica de beisbol. Mi cara de horror fue tan grave que mi amiga
Gabriela se dio cuenta de que estaba asustada. Ella conocía mis pocos talentos para la
educación física y en una muestra de apoyo siempre me había dicho que los deportes
habían sido inventados por los marcianos.
En un momento no pude evitar sonreír ¿Cómo me iba a ayudar mi amiga si ella era
peor que yo en los deportes? No, esa sí que era una bobada. Estiré mi cuerpo con flojera,
bostecé y decidí aceptar mi triste destino de ese día. Pero las noticias iban de mal en peor;
debido a que, sentado en las gradas estaba mi esposito junto a sus amigos.
Ya yo sabía que él tenía la última hora libre; más era un descaro que en vez de irse
por allí, asistiera a la cancha de deporte para verme hacer el ridículo de mi vida. Sí, el muy
tonto siempre andaba actuando como un ogro de cuento con su mirada inquisidora, pero
en ese instante lo estaba haciendo peor.
El profesor puso una prueba de bateo y para ello nos hizo formarnos a todos los
estudiantes. Aprovechando esa circunstancia decidí ponerme de última esperando con fe
que la hora de la clase se terminara antes de que me tocara el turno a mí.
Entre ellos, estaba el vidrio de la ventana roto por una pelota de futbol que salió
volando, la cesta de baloncesto que le cayó en la cabeza a uno de mis compañeros, el
varazo que le di a uno de mis compañeros, la raqueta de tenis que mandó al hospital al
guapo profesor de deportes.
—Eres un desastre con la pelota; pero ni modo ésta es una materia obligatoria en la
universidad— protestó el profesor de deporte entregándome el bate y totalmente
indiferente al grupo de muchachos que se burlaban de mis malos dotes para la educación
física.
Yo me sentí bastante mal, realmente hacer el ridículo era algo que últimamente me
sonaba mucho y se me daba bastante bien. Jefferson; por su parte, sentado junto a sus
amiguitos en las gradas estaba riéndose de las palabras del profesor.
— ¿De qué se ríen?—les grité a sus amigos; pero sobre todo a mi esposo. Luciano
sentado en una parte solitaria lejos de Jefferson no expresó nada, él si que me apoyaba en
todo.
—Era sólo una propuesta— anunció con feroz brusquedad—No sabías que fueras
tan cobarde como para negarte.
Mi amiga Rosiris que nunca perdía una y que por ser la más popular de la
universidad nunca podría quedar en ridículo ante los demás no aceptó mi determinación;
en cambio, se acercó a mí y casi en susurro me dijo al oído:
—Amiga ¡No hagas eso! Tienes que decir que si vamos a jugar; estamos pasando la
pena del año delante de todos.
Escuché atentamente cada palabra expresada por mi amiga ¡Vaya! ¡Qué fácil sonaba
todo eso! ¿Sería que funcionaría de esa forma? Tendría que funcionar.
Desde ese momento fui feliz y fuera continuando estándolo por más tiempo si
cuando Jefferson y su pandilla bajaron de las gradas, ellos no le fueran añadido un toque
más picante al juego de pelota.
— ¿Qué les parece si como premio al ganador, el equipo que pierda tenga que serle
de sirvientes por un día a los felices triunfadores? —sugirió Brandon
— ¡Esa es una buenísima idea!—lo apoyó la lengua viperina del necio de Adhemar.
—Los ganadores serán los amos y señores y los perdedores los esclavos por un día;
pero la realeza no se escapará de participar en los dos ámbitos; por lo que una persona de
la realeza será esclavo y la otra será amo.
— ¡Se volvieron locos!—gemí espantada por lo que acaba de escuchar pues sabía
que si yo jugaba mi equipo perdería irremediablemente y tenía que ser la “esclava” de
Jefferson; ya me lo podía imaginar, sería algo espantoso.
Pero nadie pareció percibirme hablar; todos tomaron sus respectivos lugares y la
única que pareció compadecerse de mí fue mi amiga Rosiris que hablándome
pausadamente me chilló dramática tratando de disculparse:
Más, yo hice como si no la fuera oído; ese era mi fin en el deporte y de todas
maneras la que iba a hacer el burlesco era este cuerpecito mío, no el de ella; así que ¿Por
qué tenía que ponerse en mi lugar? Este era mi fin, ya me las pagaría Jefferson.
Sin embargo, él con una cara de mosquito muerto parecía estar disfrutando de mi
nueva y próxima humillación. Yo lo percibí y más cuando se acercó campante a mí con sus
ojos brillantes de príncipe azul y me participó:
— ¿Estás bien esposita? Porque lo que soy yo me siento muy bien; ya que voy a
disfrutar este partido de beisbol.
— ¿Cómo que qué cosa? Todo esto del partido de beisbol es una estrategia tuya
para tiranizarme delante de gran parte de los estudiantes de la universidad—le declaré
llena de ira.
—Pero por Dios—gruñó Jefferson divertido— ¿Cómo puedes creer eso de mí?
— ¡Vaya! Tienes una imaginación súper infantil ¿No lo sabías? —Se puso rígido—
Además, eres bastante grosera ¿Por qué no te lavas esa boca con jabón?
— ¿Por qué no te la lavas tú?—le torcí los ojos como una muchachita de preescolar.
—Yo no necesito lavármela; no obstante, tengo una mejor idea ¿Por qué mejor yo no
te lavo la tuya?
— ¿Podrías dejar de actuar como idiota?—le pregunté brava al darme cuenta de que
Jefferson me veía como su esposa ¿Entonces, cómo veía a su ex?
— ¡Si eso es lo que quieres! —me participó serenado—No obstante te advierto que
lo más seguro es que en este juego gane mi equipo; así que no te hagas muchas ilusiones;
vas a ser mi esclava por un kilométrico día.
—Ja, me vas a decir que no estás encantada de jugar contra mí—alardeó sin
censura.
— No, pero tienes un sutil método de persuasión para que todos hagan lo que tú
quieres—le manifesté irónicamente.
Yo me sentí infernal, en muy poco tiempo sabría de una nueva pena y podría
comprobar los crueles métodos de opresión de ciertas personas con dinero. En esa larga
lista estaba en primer lugar mi querido esposo.
El juego emprendió con un sorteo para conocer quién comenzaría a batear; todas las
chicas y yo fuimos afortunadas pues nos tocó el turno a nosotras. La primera en batear fue
la estrella de la universidad, quien si no otra que Rosiris; ella como no me lo podría haber
imaginado hizo un excelente papel pues a punto de ser ponchada por mi esposo sacó la
pelota del estadio con un grandioso jonrón.
Después vino a batear Gabriela que por estar pensando en los marcianos y
extraterrestre recibió tres strike y rebotó ponchada con una impactante forma de
lanzamiento realizada por uno de los mejores pitcher que había visto; es decir, Jefferson.
Las únicas tres pelotas que mi esposo le arrojó fueron atajadas por el Catcher Washmatt.
De tercera fue Marianny, que a pesar de sus cálculos matemáticos para hacer un
gran papel perdió contra Jefferson pues bateó y a pesar de que no le hicieron out sólo
pudo llegar a la primera base; ya que su pelota no corrió lo suficiente.
Con el marcador de uno a cero a favor nuestro, me tocó el turno de batear a mí;
tengo que asimilar que a medida que me acercaba a mi lugar de bateo podía oír las voces
de los mirones que aseguraban que ese juego lo ganaba el equipo de mi esposo. Eso me
hizo sentir súper nerviosa y quise arrojarme por un barranco y no levantarme nunca más.
Los siguientes innings fueron más de lo mismo; ninguna carrera metida por parte
de mi equipo y muchas implantadas por el equipo de Jefferson. Al parecer él se estaba
divirtiendo de verme hacer el chocarrero de la década. Es más cuando a él le tocó cerrar el
penúltimo innings y el juego iba quince a uno, las personas que estaban en las gradas se
levantaron para aplaudirlo.
Pero él en vez de dirigirse a la zona de bateo, como tenía que haberlo hecho, pidió
tiempo y se acercó a mí con su cara bien limpia y desvergonzada; después de ello me
enunció:
—Me va a encantar verte perder y hacerte mi esclava. Me imagino que esa actividad
incluirá ser mi prisionera sexual.
No, no podía pensar en eso ahora, tenía que dejar de soñar con pajaritos volando si
quería enseñarle el dulce sabor de la venganza a Jefferson. Esta era mi oportunidad de
hacerlo pagar y no la iba a desaprovechar. Le lancé la primera pelota y penosamente fue
una bola, después le lancé dos más y fueron dos bolas más. El cuarto lanzamiento fue un
strike y finalmente le arrojé una pelota que él si pudo batear pero que cayó redondita cerca
de mí. Por lo que la tomé velozmente y corrí a primera base para hacerle un espectacular
out. El príncipe corrió y se lanzó con fuerza a la base, pero no llegó a tiempo, yo toqué la
base primero que él.
Todos se quedaron boquiabiertos, era la primera vez que se veía algo así, Jefferson
había perdido y contra mí. Estaba en las nubes no lo podía creer; estaba feliz; sin embargo,
tristemente metí la pata hasta el fondo pues él me odió bastante cuando le dije:
—Atasca tu boca amorcito ¿Te sorprende que te haya ganado una mujer?
Y terminado de expresar eso, dio media vuelta y siguió su camino tal y como si
nada fuese pasado. Yo me quedé pálida como un papel, tragué fuerte y me acaricié los
cabellos como ejemplo de incomodidad. Estaba incomoda ¿Y cómo no iba a estarlo?
Quiero decir, Jefferson no estaba enamorado de mí; sin embargo, no perdía ninguna
oportunidad para hacerme una de sus propuestas indecentes y obscenas.
El último inning empezó finalmente, sí ese cruel inning que acabó con todas esas
esperanzas de ganar. Rosiris realizó un estupendo jonrón que puso el juego quince a dos,
luego bateó Gabriela que logró llegar a primera base, Marianny lanzó un imparable,
recorrió dos bases y ocupó la segunda base, teniendo por delante a Gabriela en una tercera
base.
Supremamente, me tocó el turno a mí que deseé batear con toda las potencia que
podía y alejar muy lejos la pelota de lo que mi vista alcanzaría a ver. Al recibir la bola que
me lanzó Jefferson lo hice con tanta fuerza que di tremendo jonrón. Corrí a toda prisa, aún
traicionada por la verdad de haber hecho tan loable acción y el juego se puso cinco a
quince.
Desde allí, la confianza se puso a favor de nosotras y aunque Jefferson intentó
mejorar a su equipo ponchando a las jugadoras de mi equipo; haciendo con ello, dos out,
lo cierto fue que una excelente labor realizada por las chicas y una fatal ejecutada por los
compañeros de su equipo, logró cerrar la brecha de carreras de nuestro equipo; pues se
cosecharon diez enormes carreras faltando un out para concluir la primera parte del
inning.
En el cierre del último inning les tocó el turno de bateos a los varones; yo estaba
realmente asustada porque nada más con una carrera que los chicos lograran meter iba a
perder ante mi esposo y lo peor es que él era la primera persona en tomar el bate.
Inoportunamente, Jefferson volvió a pedir tiempo y se acercó a mí; esta vez tenía
una preciosa sonrisa en los labios y los ojos más oscuros que nunca. Yo, en mi lugar me
rogaba mentalmente a mi misma para dejar de ponerme nerviosa ante su presencia. Las
chicas y yo teníamos que triunfar, perder no estaba entre nuestros planes futuros.
Más, Jefferson se rió de lo que consideró un chiste, él estaba seguro de que yo iba a
perder y para nada le importaban mis palabras llenas de rabia. Era definitivamente un
fulano con clase que podía volver loca a cualquier mujer, muy especialmente a mí, su
esposa.
Cerré los ojos y le rogué al cielo para que me ayudara; luego con mucha fe arrojé la
pelota con toda el ímpetu que pude; sin embargo, no sirvió de nada, más bien pareció
ayudar a mi esposo; pues, él bateó fuertemente la bola y la arrojó fuera de la cancha con un
hermosísimo jonrón que acabó con el juego después de una dura batalla deportiva.
Todo el público que estaba en las gradas salió corriendo con dirección a la cancha y
yo estaba conmocionada. Jefferson viéndome con sus ojos sensuales recorrió todas las
bases como si de un verdadero juego de beisbol mundial se tratara. La alegría entre los
estudiantes que se percibía era descomunal.
Cuando Jefferson pisó la zona de llegada los chicos que eran sus compañeros de
equipo lo cargaron con alegría. En tanto, mi cuerpo se quedaba totalmente dominado y
pegado al suelo, tal como si de una estatua se tratara. No podía creer que había perdido,
eso era absurdo.
Las chicas de mi equipo estaban rabiosas, tampoco lo podían creer pues habíamos
estado tan cerca del triunfo que vernos derrotadas era sorprendente. El aire que se
respiraba en el ambiente era de derrota-triunfo y eso a mi no me gustaba nada. Quería
explotar de la rabia; ya que no veía justo el fracaso.
A pesar de eso, no podía dejar de mirarlo; allí donde estaba rodeado por sus amigos
que lo felicitaban, estaba demasiado apuesto y sereno. No parecía un chico de porcelana
barata, sino uno de mármol fino. Me encantaba la pinta de galán que tenía en casi todos
los momentos de su vida. ¡Uff verlo nunca podría ser pecado! Tenía que morderme la
lengua para reprimir el impulso de tirarme hacia él.
— ¡Cállate, majadero! —le grité a Ray sin muchas ganas pues estaba agotada en
cuerpo y alma por todo el esfuerzo en vano que había hecho para ganar el partido.
Pero al decir esas últimas palabras un escalofrío recorrió mi cuello como si el pavor
que sentía dominara todos mis sentidos. Sabía que había metido la pata asquerosamente al
insultar a Ray y a Brandon porque si Jefferson me había escuchado me iba a reprender;
más, ésta vez con toda la razón de hacerlo; ya que, una palabra tan fea había salido de mi
boca y lo peor era que había sido en público.
— ¡Hola, Jefferson!—le anunció con inocencia—Creo que tengo que felicitarte por
tu triunfo en el juego de beisbol; pero es que no sé como hacerlo; estoy tan apenada de ser
la única en la uni que me perdí este partido.
— ¡No, claro que no!—sonrió ella—para mí nada puede ser más importante que
estar aquí contigo—y sin pensar en lo incomodo de la situación se arrojó sobre él y lo
abrazó.
Eso me encendió; ¿cómo esa necia podía ser tan cruel y sensible a la vez? ¿Cómo
podía estarlo abrazando sabiendo que yo andaba por allí? Ella era una basura de persona
y ni por lo menos lo disimulaba un poco para callar a la gente que los rodeaba. Jefferson;
mientras, a mi parecer se sentía a gusto con la situación; tomando en cuenta que no la
separó de él ni por un momento.
—Ninguno de ellos saben lo que es actuar con decoro— apareció ligero Luciano y
se colocó a mi lado—parecen un par de adolescentes.
Además, no podía engañar a nadie pues se me notaba claramente en los ojos que
estaba sufriendo como un caballo sin libertad y como una paloma enjaulada en una
mazmorra de oro. Estaba haciendo el oso de año y eso no me gustaba; me estaba cansando
de vivir entre esos dos.
— ¡Por mí, muéranse todos! —les grité y no sé como tuve valor para hacerlo pero
moví mis pies fuertemente hacia la feliz parejita y los empujé sin principios y con furor,
luego corrí para desaparecer de allí y me dirigí a los camerinos de la cancha; entrañaba la
soledad de un momento en el desierto.
Allí tiré la puerta de golpe y me encerré a llorar, con las manos tapando mis ojos me
puse a reflexionar que Jefferson era una cabezota por el que yo sin quererlo vivía al límite
del odio y el amor. ¿Cómo un chico como él podía tener tantas caras en el mismo cuerpo?
¿Cómo podía parecer tan bello pero actuar como si fuera el ogro de un cuento de terror?
En mis ojos las lágrimas me acuchillaban como dagas voladoras, estaba sufriendo
una gran depresión y una tristeza que en mi corta vida no había sentido. El corazón me
dolía y los sentimientos que batallaban en mi corazón yo no los podía explicar. Soñaba con
poder sacarme a Jefferson del alma y quería con toda mi alma alejarme de él para siempre.
No creía en su cara angelical, no podía hacerlo y menos cuando estando casada con
él lo había descubierto tal y como era; es decir, sin mascara ni adornos. Jefferson no era
nada bueno, me humillaba, me dañaba y me agrietaba el alma y sin embargo, allí estaba yo
llorando por él.
—Lo siento, pero no me voy a ir y tampoco te voy a dejar a solas ¡Abre la puerta,
por favor!—suplicó desde afuera.
No le contesté, Jefferson debía saber que yo no era una odiosa y las razones de mi
rabia; pero a consideración parecía que no tenía ningún deseo de reconocer su error de
unos minutos atrás. ¿Por qué siempre parecía el bueno de la historia?
—Yo les propuse a los chicos que ustedes podrían cumplir la apuesta este fin de
semana y creo que sería bueno hacer un viaje para llevarla a cabo—notificó prudente—
Aún no hemos decidido el lugar pero por lo que a mí respecta me va a encantar verte
hacer de mi sirvienta—arrugó con sensualidad el gesto— ¡Mañana va a ser un gran día!
— ¡Imbécil!—susurré alzando muy poco la voz queriendo dejar esa frase solo para
mis oídos.
—Ya te dije que no quiero hablar contigo—le manifesté atónita— ¿Por qué entraste
al camerino?
No le respondí, no quería seguirle la corriente pues yo estaba furiosa pero era por
otra cosa.
— ¡Esta bien, señor perfecto!—le anuncié con demasiado flagelo, mostrando pocas
ganas— ¡Felicidades por tu triunfo! —entonces me crucé de brazos.
— ¡No aguanto más tus malos augurios! —Me comunicó irascible de mi poca
disposición a tener una acorde conversación con él— Si no quieres felicitarme no lo hagas
solo para quedar bien. Además, aún no te perdono el haberme hecho quedar ante todos
los estudiantes en ridículo. Ya es la segunda vez que armas uno de tus berrinches.
—Yo no estoy celosa—le grité al pensar que él sí que era un verdadero imbécil —
¡Eso, ni lo sueñes!
Entonces, él puso una cara amargada; sí esa cara de señor testarudo que no me
gustaba ni medio centímetro; pero entre ella y la de frialdad que mostraba todos los días,
aún esa tarde no sabía con cual quedarme.
— ¡Cállate!—le ordené angustiada perdiendo el aire— ¡Cierra ese pico que tienes
por boca! ¿No ves que me haces daño?
—Ya estoy harto de tus instantes de loca esquizofrénica—me reveló con poca
tranquilidad— ¡No te angusties!
Jefferson me miró con los ojos redondos, con la voz seca y la garganta débil; estaba
tremendamente sorprendido de verme actuar como si fuera un bebé sin biberón. En tanto,
yo sin dejar de llorar me imaginaba lo feliz que él se sentía de haberme puesto a su merced
y lo triunfante que se debía concebir por verme sometida, otra vez.
Al cabo de un par de minutos, no sé cómo pasó pero mi llanto por fin lo conmovió y
me abrazó. Al sentir su fuerte pecho pegado al mío me dio un escalofrío tremendo a lo
largo y ancho de mi cuerpo. ¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba abrazando? Eso era un
sueño hecho realidad.
— ¡Bueno, está bien, me equivoqué!—susurró en mi oído derecho con una voz muy
glamurosa — ¡Lo siento!
— ¡Claro que sí!—aseguró con voz ronca— ¡Lo lamento muchísimo! Digo el haberte
hecho llorar.
— ¡No llores mi vida, no llores!—me acarició con los labios la mejilla dejando con
ello que mis ojos se entornaran —De ninguna manera mi intención ha sido hacerte sufrir.
Yo temblé al sentir sus labios en mi pómulo, aún no creía que Jefferson me estuviera
hablando con esas palabras tan dulce, sí, tenía que ser un sueño y pronto me iba a
despertar. Las piernas me tambaleaban y por un momento sentí que me iba a caer al suelo;
más, allí estaba él sosteniéndome con sus agraciados brazos de príncipe.
— ¿Has oído las historias de las parejas que se pelean y que luego se reconcilian con
un beso?—me preguntó muy cerca del oído con la testosterona bien activada—deberíamos
probar eso—y sin decir ninguna palabra más acercó sus labios a los míos y me besó con
total delicadeza y pasión. Yo no le dije nada, estaba soñando por las nubes, la cabeza me
daba vueltas y por unos segundos me olvidé de respirar; pero para mí eso no era necesario
pues allí estaba él dándome respiración boca a boca. ¡Eso si era dar respiración boca a
boca!
— ¡Válgame Dios!—gritó una voz recién llegada que hizo que mi esposo se separara
de mí rápidamente— ¡Lo siento, no quería interrumpirlos!—anunció Adhemar.
— ¿Sabes, quiero que este viaje sea bastante especial?— me dijo luego de unos
segundos mostrando una cara angelical — ¿Entonces, prefieres ir a “El Cielo y más Allá” o
a la montaña?
— ¡Vaya, vaya!—expresó impaciente— ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Mi beso te dejó
tan desubicada? Te digo que si quieres ir este fin de semana para pagar tu castigo de ser
sirvienta por un día a “El Cielo y más Allá”, que es una de mis islas privada o a la
montaña. Los chicos no han decidido, pero a mí particularmente esa isla me trae muy
buenos presentimientos. Creo que muchas cosas buenas van a pasar allí.
— ¿Ah, sí?—manifesté sin muchas ganas—No sé, para mi es igual el sitio que
escojas tú; al fin y al cabo voy a ser tu esclava.
—Sí, eso dije—me respondió con intriga— ¡Bueno, la verdad es que tengo muchas
propiedades y una gran cantidad de islas privadas, pero de todas formas tengo que
confesar que la que más me gusta y donde me siento más a gusto es en “El Cielo y más
Allá”.
— ¿Y dónde queda?—curioseé con mirada ansiosa— ¿En qué parte del país?
— ¡No seas tontica!—me volvió acariciar la cabeza y yo arrugué el gesto—esa isla
no queda en nuestro país; está ubicada en Italia.
Esa noche después de cenar, logré dormir en paz; pues no tenía tantas cosas de que
preocuparme en la cabeza. A pesar de lo que había pasado esa tarde entre Kimberley y
Jefferson no podía olvidar lo encantador que él se había portado conmigo en el camerino,
mucho menos podía olvidar el largo y dulce beso que los dos nos habíamos dado; fue
totalmente maravilloso.
Además, tenía otra fuertísima razón para estar contenta; ya que, Luciano en la cena
había decidido también acompañarnos a la isla privada de Jefferson, lo que significaba que
no me iba a sentir tan sola; pues, aunque sabía desde el principio que mis amigas iban a ir
no sabía por qué pero en el fondo sospechaba que ellas iban a estar más pendientes de mi
esposo, de los amigos de éste y de la isla, que de mí, su amiga del alma.
Esa mañana me levanté a las tres de la madrugada, era súper tempranísimo pero la
reina madre me había solicitado que me levantara temprano para que yo ayudara a las
sirvientas a escoger la ropa que me iba a llevar al viaje. Al final de ver tantas y tantas ropas
me desesperé y decidí que lo mejor era que ellas escogieran mi vestuario de viaje.
Cuando por fin salí al estacionamiento donde Jefferson me estaba esperando estaba
súper agotada. Necesitaba algo de aire pues ver tanta ropa y tantas cosas me habían hecho
sentir incomoda. Para el viaje Carolyn me hizo ponerme una sencilla blusa color azul, una
minifalda negra y unos zapatos de tacón bajo del mismo color que la falda. Yo que
siempre vestía así. No me sentí nada incomoda.
—No puedo creer que mi primo vaya a ir a este viaje—oí decir a Jefferson cuando él
estaba mirando con cara de fuego a Luciano sin percatar que yo ya había aparecido y que
me estaba acercando a él.
—Espero que no andes de señorita con mi primo porque tienes que ser mi sirvienta
en este día.
—Una pregunta—le dije luego de unos segundos sin hacer ningún ruido.
—No tienes que ser tan grosero—le amonesté mordiéndome el labio para no decir
nada más que lo fuera a poner peor.
—Mi pregunta era…—dudé pensando en que Jefferson me podía hacer ver como
una idiota.
— ¿Qué hace ella aquí?—le pregunté rabiosa a Jefferson, viendo con flagelo como la
susodicha mujer subía contentísima al avión— ¿No la habrás invitado al viaje?
— ¡Amiga!—me gritó desde las escaleras del avión Rosiris cuando estaba a punto
de abordar—nos vemos en la isla.
—Nos toca abordar a nosotros —Me manifestó Jefferson tomándome por los
hombros y haciéndome caminar a su lado directo hacia donde estaba nuestro avión.
—Desde el momento que los dos subamos a esa avión, tú día de esclavitud
comenzará a llevarse a cabo–me susurró al oído sin soltarme— creo que va a ser el día en
que mis sueños más salvajes se harán realidad.
Tragué fuerte conmocionada por lo que acaba de oír, esas crudas palabras podían
tener diferentes interpretaciones y era mejor no entrar en detalles en ninguna de ellas.
Preferí mirar desde afuera cada detalle del avión en el que ambos viajaríamos, detallé las
alas, la cabina del piloto y del copiloto, también la cola y las hélices.
Con su ayuda subí al avión, finalmente él entró y después los empleados del
aeropuerto cerraron la puerta para dejarnos a los dos adentro de un aparato en el cual yo
por primera vez iba a viajar. Posteriormente una auxiliar de vuelo o azafata, como yo la
conocía, entró dando las instrucciones de vuelo y de seguridad antes del despegue; por lo
que a Jefferson y a mí no nos quedó más remedio que sentarnos en los acomodados y
lujosos asientos.
Entre sollozos intenté disimular el miedo que sentía a volar, el avión despegó y por
un momento yo recordé los accidentes de aviones que cientos de veces habían transmitido
por televisión y que melodramáticamente a mí me había causado un pavor profundo y
unas reservas ilimitadas a volar en avión.
—En todo— pactó con una maliciosa sonrisa, luego se alejó de mí y se acomodó en
el asiento con la pierna derecha sobre la izquierda mostrando con hincapié sus relucientes
músculos.
—No estás jugando limpio conmigo—le advertí en voz alta aunque por un
momento pensé que él no me había escuchado. Jefferson me miró con gentileza y sonrió
nuevamente.
El viaje fue duro y de estresante trabajo, tuve que preparar alimentos y servírselos a
Jefferson; además no supe por qué pero el tonto ese me obligó a lavarle y plancharle la
camisa que se le ensució a propósito con la comida, limpié los salones del avión, cumplí
cada uno de los mandados que él me hizo y asumí el rol de enfermera cuando él fingió
sentirse enfermo y tener dolor de cabeza.
Con desilusión me acomodé y esperé con ansias llegar a la isla para darme una
buena ducha para suavizarme y disminuir el dolor que tenía alrededor del cuerpo. A
medida que el avión descendía mi corazón palpitaba más lentamente.
Al llegar a la pista de aterrizaje de la isla estaba tan agotada que añoré estar en mi
cama dentro del palacio. Ya el avión donde viajaban el resto de los invitados había
aterrizado y cuando Jefferson y yo nos bajamos del avión todos nos recibieron con sonrisas
en sus labios. Hasta Kimberley mostró una felicidad bastante contagiosa.
—Estoy tan feliz de que ya hayas llegado —me habló contentísimo Luciano; sin
embargo, yo no le dije nada ¿Y cómo podía hacerlo si él estaba actuando como si estuviera
enamorado de mí? ¿Qué? No, eso no era así, él era mi amigo y como amigo se iba a
quedar.
Cuando llegamos a la isla, todos nos quedamos perplejos de ver tan bellísimo lugar.
Yo que nunca había viajado a uno de estos lugares me sentí volar entre nubes de algodón.
Me encantó mirar tan blancas arenas envueltas por varias cabañas de lujosísimo confort.
Fue fascinante ver las preciosas palmeras que adornaban el lugar, el agua azul, el sol
caliente y los hermosos oasis que estaban cercados por caminos áridos, llenos de rocas y
vientos fuertes.
Cuando estabas cerca de la entrada, salió una mujer vestida muy sencillamente
Jefferson nos mostró a cada uno nuestras habitaciones y por un momento yo sentí
pavor de que por andar guardando las apariencias, mi esposo y yo tuviéramos que dormir
en la misma habitación. Cuando él me llevó a mi dormitorio mi cuerpo protestó un gran
abuso emocional, no sabía que estaba pensando él, pero sospechaba que no era nada
bueno.
Pero, gracias a Dios que Jefferson no se quedó mucho tiempo en la alcoba y decidió
salir a continuar con sus labores de “guía turístico”. Ya sola en la habitación, yo decidí
que necesitaba cumplir con el propósito que me había planteado en el avión de darme un
baño.
Me desnudé como una maquina calculadora; en tanto, sentía los ojos cansados y
saturados como consecuencia del haberme levantado de madrugada para prepararme
para el viaje y por el no haber podido dormir durante el traslado del aeropuerto a la isla.
Coloqué la ropa sobre la cama y tomé una toalla blanca que estaba colocada en la puerta
de un guardarropa, me cubrí con ella y decidí que ya era momento de darme ese salpicado
que bastante merecido lo tenía.
Abrí la puerta del baño y agradecí nuevamente a Dios por ser tan bueno conmigo.
No podía ser algo malo que en el dormitorio hubiese un baño. Por lo menos no tenía que
andar caminando por toda la cabaña en busca de una ducha. Entré en la ducha y sonreí al
ver el enorme y redondo jacuzzi que mostraba la elegancia, sencillez y tecnología de ese
lugar.
Por un momento me di cuenta que ese regalo era para mí; ya que el jacuzzi estaba
preparado para que yo me diera un baño en esos instantes; porque desde que lo habían
puesto en marcha estaba saliendo mucha cantidad de espuma blanca. Entonces, llegué a la
conclusión de que Jefferson era el causante de eso. Nerviosa introduje un dedo en el agua
y me maravillé que ésta alcanzara los 38º C.
— ¡Ni se te ocurra entrar aquí! —le grité súper nerviosa levantándome de prisa
dispuesta a buscar la toalla para cubrirme, sin embargo, no logré hacerlo. Jefferson abrió la
puerta del baño y me vio totalmente desnuda, al hacerlo no sabía por qué razón, no
obstante, su respiración comenzó a acelerársele.
—Acabas de violar la poca intimidad que tengo en este lugar—le dije mirándolo
embobada intentando parecer tranquila, mientras veía por todo el baño pretendiendo
recordar cuál era el lugar en donde había dejado la denigrada toalla que necesitaba para
cubrirme.
— ¡Qué lástima me das! —Me articuló con la voz fría pero a la vez con un sabor
dulce como un helado de mantecado en sus palabras— ¡Eres tan tontita!
—Ya te lo he dicho varias veces, no atestigües tanto que soy tonta, yo estudio y
trabajo y no soy como otras chicas.
—Claro que eres tontita—me susurró tocándome la cara y bajando su mirada hacia
mis senos—No sabes lo que me estás haciendo al estar desnuda y de pie en este lugar. Si
no fuera porque soy un caballero, los dos terminaríamos haciendo lo que ambos deseamos
hacer desde que nos casamos.
— ¿De qué tienes miedo? Es sólo sexo, no sé por qué te pones melodramática—
pronunció con su marcado orgullo masculino.
— ¡Claro que sí!—me corrigió bastante irritable— ¡Tú no sabes besar y no debes
esperar más que eso! Yo no soy como mi primo que vive por ti, esperando amor. El amor
es de los débiles.
— ¡No tienes corazón! Mejor dicho lo tienes pero no sabes usarlo. Tu corazón es un
tempano de hielo—le grité dando por terminada la conversación y feliz porque finalmente
había visto donde había dejado la toalla. La tomé apurada y decidí que tenía que
abandonar el baño, me había peleado con él ¡Qué novedad!
Jefferson no dijo nada, se dio media vuelta y pasando por mi lado como si de un
mueble viejo se tratara salió apurado del dormitorio. Yo al verlo partir respiré profundo.
Necesitaba cargar algo de ropa si quería sentirme más cómoda cuando estuviera cerca de
él y si por lo menos quería reñir con él en iguales circunstancias.
Me puse un traje de baño algo elegante y sexy, necesitaba algo de seguridad ante la
presencia invasora de Kimberley. Ella iba a andar campante por allí y verme bien
arreglada por lo menos me subiría la autoestima.
Llegué a la sala de la cabaña a la media hora. Allí todos estaban reunidos junto a la
fogata. Yo con mi cabeza bien erguida decidí obviar la pena que recorría mi cuerpo de
estar medio desnuda con ese traje de baño; pues no estaba acostumbrada a mostrar tanto
mi cuerpo. Inmediatamente al pasar por el medio de mis amigas y de sentarme junto a
Luciano, Jefferson me miró con sus brillantes ojos de reproche.
Sí, hasta ahora todos se habían llevado bien y la relación marchaba acorde a lo que
los psicólogos pedían; pero era que estar todos, reunidos en la sala de la cabaña, en traje de
baño y tomando café, era una situación bastante tentadora y pasional. Sobre todo, para
esos muchachos que tenían el apodo y la sangre de mujeriegos.
Sin embargo, Jefferson no contestó ni sí, ni no. En cambio, desde donde estaba
sentado cerca de una gran ventana, me buscó con su sensual mirada y me guiñó un ojo. Yo
temblé de verlo hacer eso; más un fuerte apretón de mano de Luciano me despertó de tan
encantadora situación.
Cuando finalmente todos decidieron que era momento de salir a tomar el sol, yo
andaba internamente deprimida; pues eso significaba que mi día de sirvienta iba a
continuar. Quería detener el tiempo por un largo rato para no tener que atender a Jefferson
en todo lo que me solicitara.
— ¡No seas malo! —Le dije acercándome a él y sintiendo miedo del posible rechazo
que iba a recibir por parte de mi esposo—él es una buena persona y tú siempre andas
tratándolo como escoria—y justo ahí le toqué la mejilla; más al hacerlo noté que la mano
de Jefferson volvía a tocar la mía.
—Yo…—balbuceó sin dejarme irme lejos de él—no puedo negar que él es muy
bueno.
—Viste—sonreí como si estuviera jugueteando con el viento—Tú realmente quieres
a tu primo. Deberías intentar llevártela mejor con él—justo cuando dije esas realistas
palabras me di cuenta que había metido la pata; ya que, Jefferson al unísono se puso rígido
y su mano me apretó fuertemente.
Jefferson me acarició los cabellos mostrando una ligera sonrisa en sus preciosos
labios de príncipe de todas las estrellas. Mi alma en silencio no sabía en que pensar, lo
necesitaba pegado a mí y no podía discutirle eso a mi estúpido corazón enamorado.
—Di lo que estas pensando—me atreví a decirle finalmente; esperando con avaricia
que él no se burlara de mí— ¿Me vas a ridiculizar?
—No—habló con una sonrisa que parecía sacada de revista de famosos— ¿Por qué
tendría que hacerlo?—Me preguntó con el ceño fruncido.
Luciano estuvo jugando voleibol de playa con los muchachos, mis amigas
estuvieron nadando junto a Kimberley, tal como si fueran amigas de toda la vida y
Jefferson, por su parte, estuvo largo rato sentado en la arena, pegado a su laptop
intentando comunicarse a través de ella con las personas del palacio.
Yo no le dije nada; prefería que el silencio siguiera reinando entre nosotros dos.
Además, tampoco sabía que podía comunicarle luego de lo pasado en el baño y en la sala
de la cabaña; digo, él había estado a punto de besarme en esas dos oportunidades, y esas
veces, casi pero que casi que lo logra.
Igualmente, yo sentía pena de hablar; pues en esas dos ocasiones también había
estado con ganas de responderle el beso y había colaborado mucho en ese acercamiento.
Aunque no nos habíamos besado como lo habíamos deseado, nos habíamos acariciado
muchísimo con la mirada.
Jefferson admiró mis labios y los tocó con la yema de los dedos; yo palidecí, no
entendía nada de lo que estaba pasando pero sabía que mi esposo en el presente me estaba
viendo como un hombre mira una mujer. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo y él lo
percibió; se acercó más profundamente a mí y colocó sus labios muy; pero muy cerca de
los míos.
En el tiempo que transcurrió desde que la sirvienta fue al bar a buscar la botella de
whiskies solicitada por mi esposo, hasta el momento que a esa señora se le ocurrió
regresar, Jefferson hacia anunciaciones de que estaba agotado y que era una buena idea
que todos nos fuéramos a descansar. Pero eso era una vil mentira, él en cambio, parecía
vivir sólo para intentar quedarse a solas conmigo. Yo no sabía qué estaba pasando por su
cabeza, pero sospechaba que yo estaba incluida en sus planes futuros.
—Esa sería una idea genial—avisó desde una esquina Brando—Haber si pagas algo
de la apuesta que perdiste.
Y así fue, Jefferson mandó a otra sirvienta para que pusiera música en el
reproductor y al transcurrir los minutos casi todos estaban bailando. Entonces, agotada
pero al fin desocupada de mi trabajo de ser la sirvienta y servidora de whiskies y de otras
bebidas, me arrojé adormilada a uno de los muebles queriendo que me tragara la tierra.
Justo ahí, los dos dimos una suave vuelta pegados uno del otro y Jefferson
aprovechó y me tocó una nalga con disimulo, pero sus buenos modales provocaron que a
los pocos segundos él alejara su mano. Yo arqueé un poco el cuerpo, necesitaba con
urgencias algo de calma para poder entender lo que estaba pasando.
—Ella siempre está cerca de ti—le expliqué perturbada aprovechando que el alto
sonido de la música nos permitía hablar sin que nadie nos escuchara—creo que pasa más
tiempo contigo del que yo paso cerca de ti.
— ¿Estás segura?—me besó la oreja con mucho escepticismo y malicia—Yo creo que
tú me perteneces y que a ti te gusta que sea así.
Yo temblé y él sonrió. ¡Vaya, Jefferson era un Dios! Entonces, ahí me di cuenta que
mi cuerpo estaba encendido y que con nadie más me podría sentir así. Mi esposo era lo
mejor que podría pasarme y jamás podría alejarme de él. Era ante todo mi pareja y por
siempre lo amaría aunque la tempestad acabara con nosotros.
—Tú eres mi esposa y eres mía; a pesar de que aún no seas mi mujer—concluyó
indolente besándome el cuello sin tomar en cuenta la gente que estaba allí. Yo no sabía qué
pensar, él me estaba seduciendo y delante de todos, incluso de su ex.
Sí, todas mis amigas, sus amigos, Kimberley, menos Luciano, pensaban que
Jefferson y yo éramos una pareja en todo el sentido de la palabra, pero ahora él se los
estaba comprobando. Les estaba demostrando que ya estábamos acostumbrados a estar
juntos. No podía dejar de pensar en la mirada asesina de Kimberley, tampoco en los ojos
inflamados de Luciano cuando nos veía desde el mueble colocado junto a la chimenea.
— ¿Para qué?—le pregunté asustada; pues ese momento no sabía qué era lo que
Jefferson quería hacer conmigo.
Mi príncipe me llevó a una cabaña que estaba algo apartada de la cabaña donde
estaban los muchachos. En el camino no me dijo nada y yo temblorosa tampoco hice
alguna muestra de querer hablar. Estaba tan nerviosa preguntándome mentalmente qué
cosas podrían pasar entre mi esposo y yo en ese lugar.
Me dije a mi misma que no iba a dejarme embaucar, no podría irme a la cama con
mi esposo así lo deseara como un recién nacido a la mama de su mamá. No iba a ceder
ante una noche que podría traerme el mejor de los placeres, jamás podría acostarme con el
amor de mi vida.
— ¿Y qué vamos a hacer aquí?—le dije tomando aire y poniéndome más seria,
necesitaba parecer normal; así el orgullo me estuviera carcomiendo el alma.
Jefferson me miró con sus ojos redondo, se alejó de mí y fue a la cocina, a los pocos
segundos regresó cargando entre sus manos una botella de coñac y dos copas. Yo lo miré y
mi corazón latió tan deprisa que creía que se me iba a salir por la boca. Él puso la botella y
las dos copas sobre una mesa, parecía tan original sus acciones que mis pensamientos
quisieron obviar que nosotros no éramos nada de nada.
— ¿No pensaras que nos vamos a tomar todo eso?—le pregunté intrigada
señalando las botellas.
—Sí, eso es verdad—se sentó abrazando sus piernas, las cuales, las había colocado
casi pegadas a su pecho— ¡Está bien! ¿Qué quieres saber sobre nuestra relación?
—No sé…—me puse sentada de rodillas—Ustedes son primos pero se tratan como
un par de enemigos sacados de una película de terror.
—Él fue adoptado por Sina quien era tía de mi madre—me explicó— Máire lo crió
como su hijo, pero en los papeles de adopción sale como madre Sina. Ellos se tratan como
madre e hijo, pero, ya ves…
— ¿Por qué dices eso?—le acaricié los cabellos y el vibró— ¡Cuéntamelo todo!
Y así Jefferson comenzó a contarme una historia bien dolorosa y fuerte, sobre la
infancia de ellos dos y de como el destino, la vida y las circunstancias habían destruido
algo que ni siquiera había llegado a florecer.
Realmente por las venas de Luciano no corría sangre real. Sus verdaderos padres se
llamaban Ligia y Miguel y eran unos alcohólicos que no dudaron en venderlo a unos
narcotraficantes para obtener dinero para comprar su vicio. En un trabajo coordinado
entre la Policía Nacional y la Junta de Detectives Clasificados, esos narcotraficantes fueron
atrapados y ¡Vaya sorpresa que se llevaron todos! esa banda de maleantes que más bien
parecían una secta, tenían en un cuarto totalmente inhumano a decenas de niños que eran
entrenados para robar, matar y vender heroína.
Entre ellos estaba Luciano, que había sido golpeado y maltratado por casi un año.
La tía de la reina madre que se llamaba Sina era una mujer “felizmente” casada. Ella
trabajaba como detective y vio a Luciano tan dulce que quedó encantada por la sonrisa
inocente de ese niño; así que, sin pensárselo mucho habló con su esposo Icke y los dos
decidieron adoptarlo.
Sina era una mujer hermosa que había pasado por mucho, se enamoró de Icke, un
empresario dueño de una agencia de modelaje con el que se casó a pesar del poco amor
que él le demostró desde el principio de la relación. El anciano abuelo de la reina madre y
de Máire y padre de Sina, nunca estuvo de acuerdo con esa relación; pero ella insistió
tanto que al final ese disparatado matrimonio se llevó a cabo.
Al poco tiempo de la boda entre Sina e Icke, éste último demostró lo rata que podía
hacer, le pegaba a su mujer, le era infiel y gastaba su dinero como si este creciera en las
ramas de los arboles. Todo se complicó más cuando Sina descubrió que no podía tener
hijos y cuando vio la oportunidad de adoptar a Luciano pensó que así salvaría su
matrimonio.
Una mala pasada del destino seguiría dañándole la vida a Sina, que sin darse
cuenta de las consecuencias de sus malas decisiones al continuar con un hombre que
realmente no la amaba, velozmente perdería la vida a consecuencia de una terrible
enfermedad.
Icke en una de sus andanzas con mujeres se contagió con VIH y al poco tiempo
contagió a su mujer y como ninguno de los dos asistió al médico prontamente, esa
enfermedad se volvió SIDA. La pareja solo duró dos años con la enfermedad, aunque
nunca se reveló a la prensa cuál era la anomalía.
Prontamente, la feliz pareja se convirtió en nada. Los dos perdieron la vida; puesto
que, él murió una tarde de abril y al día siguiente, tal y como si fueran sido la pareja
perfecta murió ella.
Ocho años tenía Luciano cuando sus padres adoptivos murieron y un año después
de esa terrible tragedia murió de tristeza el abuelo de la reina madre y de Máire y padre de
Sina. Luciano se quedó viviendo en el palacio junto a Máire que lo crió como su hijo
aunque era soltera. No lo pudo adoptar porque no era casada.
En el palacio, Luciano fue tratado como uno más de la familia, recibió amor, cariño
y comprensión. Muy diferente a Jefferson que tuvo que recibir una educación sumamente
rígida para poder ascender a la corona.
En ese punto de la historia, pude notar una lágrima en los ojos de Jefferson, pero no
se detuvo en el cuento y siguió contando:
Según lo que dijo Jefferson, él tuvo la peor de las infancias, si Luciano había sido
vendido por sus padres, había presenciado la muerte de sus padrastros y luego recibió
amor por parte de todos; Jefferson nunca había podido sonreír. Para Jefferson nunca hubo
infancia feliz, desde que nació su vida estaba destinada para ser el príncipe heredero y
futuro rey del país.
Su madre no era de clase alta, pero contaba con ciertas comodidades y su padre era
el hijo único de los antiguos reyes. La pareja se casó al mes de conocerse y al año nació
Jefferson. Desde ese día todos sabían que había nacido el hombre del futuro de la nación;
sobre todo el rey padre que comenzó a actuar indiferente con su esposa para según él
enseñarla a actuar en público.
A los dos años ya comía solo y tenía lugar en la mesa. Durante toda su infancia
nunca pudo hablar, gritar, correr, ni jugar como otros niños de su edad. Al contrario por
cada “metida de pata” que cometía el rey le daba con todo. Si Jefferson se atrevía a decir
una palabra de forma incorrecta, recibía una golpiza que le dejaba sendas marcas en el
cuerpo. Si hablaba con un tono de voz demasiado alto lo castigaban de una forma
horrenda y así a cada momento recibía malos tratos por parte del ser que tenía la misión
de protegerlo.
Es más, en una ocasión en que tenía ocho años; Jefferson casi se peleó en la escuela
con el hijo de un ministro que lo tenía asteado con eso de que era un niñito mimado
porque nunca se quejaba de las duras pruebas que hacía un profesor en la escuela. Cuando
su padre se enteró del conflicto con ese muchachito, no solo llevó a tirones a su hijo hasta
el palacio sino que ahí lo hizo arrodillarse sobre dos chapas de botellas con un tobo lleno
de arena en la cabeza por casi ocho horas.
Y cuando Luciano llegó al palacio la situación se volvió peor para Jefferson; puesto
que, toda la atención se puso sobre el primero. Desde ese instante, comenzaron las
comparaciones, ya que, Luciano parecía el niño dulce y perfecto que cualquier padre
quisiera tener y Jefferson era el amargado niño que nadie quería.
El difunto rey padre tampoco cambió su manera de tratar a su hijo con la llegada de
Luciano, es más, confrontaba a ambos niños y siempre discriminaba a Jefferson; lo
continuó maltratando, lo golpeaba, lo dejaba desnudo todo el día y luego en esa forma le
daba con una correa de cuero y con un cuchillo lo apuñalaba de una forma poco profunda
para que aprendiera a no sentir dolor.
También la educación de Jefferson fue rígida, tanto así que ya a los 10 años se había
leído todos los libros antiguos de la biblioteca, los cuales fueron cambiados por nuevos
después de la muerte del rey padre. Este último momento, fue el de más regocijo para
Jefferson que no fue que se alegró por la muerte de su papá sino que sintió que por
primera vez la vida le sonreía.
Jefferson tenía 15 años cuando el rey padre sufrió un infarto fulminante en una
tarde de mayo. Padre e hijo ya habían discutido una hora antes debido a que Jefferson no
quería salir con una chica de sociedad que podía ser su futura esposa y el viejo se
encontraba acompañado de su secretario, el duque y de algunos guardaespaldas reunido
en el despacho. Todo estaba tranquilo hasta que el rey padre dijo sentirse mareado y a los
segundos cayó al suelo y todos los empleados salieron corriendo hacia él para auxiliarlo
pero ya era demasiado tarde; el rey padre ya había muerto.
¿Qué si Jefferson se había sentido culpable de eso? Claro que no, sencillamente hizo
lo que su padre le había enseñado durante años; ser fuerte e indiferente. Cabe destacar
que, hasta la prensa lo juzgo por ese accionar tan frío con el que había respondido a un
hecho tan lamentable como ese; tomando en cuenta que se trataba de la muerte de su
padre no la de un animal. Hubo hasta un periódico que publicó en primera plana “El
príncipe heredero no tiene lagrimas ni para llorar a su padre”.
Los días pasaron y también los años, pero ya nada fue positivo para Jefferson que
nunca en su vida pudo ser feliz, según lo que él mismo estaba contando en ese momento.
Madurar fue difícil y aún en estos momentos se le hacía difícil creer que había personas
buenas en la vida.
— ¡Lo siento!—fue lo único que salió de mi boca porque no sabía qué más decir; lo
cierto era que me había sorprendido saber que Luciano y Jefferson habían sufrido mucho.
Él no pudo aguantar más sus ganas de tocarme; así que se acercó a mí, se sentó de
rodillas en el suelo y me acarició la cara con dulzura, luego sin dar algún tipo de
explicación me dijo:
Yo entrecerré los ojos y con afecto le acaricié la cara, no sabía cómo; pero la valentía
me hizo actuar sin pensar en las consecuencias.
—Es que te has tomado varias copas de alcohol y no te ves borracho—lo miré con
comicidad.
— ¿De verdad crees que con tomarme algunas copitas, alguien como yo se va a
emborrachar? —se echó a reír sin muchas ganas.
—Lo que pasa es que ustedes los ricos saben cómo beber—reté sus propias
palabras.
—En esta cabaña hay muchas habitaciones—me susurró al oído—te voy a llevar a
una para que descanses.
— ¿Y tú en qué habitación vas a dormir? —parpadeé al sospechar planes
maquiavélicos en Jefferson.
Lanzó la puerta de un tirón del dormitorio y yo por dentro me sentí tan feliz de
verlo llevarme en su hombro que quise olvidarme por un momento de la locura que era la
vida de ambos.
Luego de eso yo entrecerré los ojos, estaba demasiado alegre como para ponerme a
pensar en lo que dijeran los demás; él también estaba contento y en un instante, se me
quedó mirando profundamente y sin mediar palabras puso sus labios en los míos.
— ¡No hagas eso!—le supliqué casi llorando y sentándome en la cama— ¡No deseo
que hagas eso!
—Es porque no quiero que te burles de mí; además, ya tú me has dicho muchas
veces que yo no sé besar.
Jefferson mantuvo largo rato los ojos cerrados y yo apoyé mis manos de mis
piernas porque sentía que me iba a desmayar sino lo hacía. Mi cuerpo le estaba
respondiendo al de mi esposo como si estuviera dominado por una locura recién florecida.
Aparte, yo no sabía que hacer ni qué hacer, si continuar con esa locura o parar de
inmediato; o sea estaba dolida por lo que me había contado Jefferson sobre su infancia;
más no estaba en otro planeta ¿O sí? De pronto sentí la mano derecha de Jefferson en mi
espalda y no pude pensar más.
— ¡Me encanta este lunar!—dijo en una voz bastante ronca— ¡Me vuelve loco!
No pude dejar de gemir, era la primera vez que yo hacía algo así tan desinhibida
con mi esposo y por un momento sentí pena por mi accionar; no obstante, Jefferson no dijo
nada más, se veía muy tranquilo y en vez de hacerme callar como yo lo pude haber
pensado se levantó de un suspiro de gato y comenzó a quitarse la camisa.
Porque era una locura lo que estaba haciendo, era una locura lo que sucedería
después durante esa madrugada. Una sola vez, una sola vez estuvimos juntos esa
madrugada y jamás podría olvidar lo hermoso que había sido.
Entonces me rendí, tenía que abrir los ojos así me estuviera muriendo de la pena.
Las cosas que habían sucedido esa madrugada fueron mi responsabilidad; por lo que, no
me podía arrepentir de entregarme a él en cuerpo y alma.
Abrí los ojos llena de miles de sentimientos y entonces me quedé sin respiración al
ver que me encontraba totalmente sola en la cama. Me levanté apresurada de la cama y sin
pensarlo mucho me coloqué una camisa de Jefferson. A continuación, apuradísima salí en
busca de mi esposo; ya que, los dos teníamos mucho de que hablar.
Una hora después, me rendí al darme cuenta que Jefferson no andaba por allí y que
había regresado al palacio. A esa conclusión llegué cuando lo llamé por teléfono y el muy
idiota tenía el celular apagado. Fue allí, cuando reflexioné y la rabia amenazó con
consumirme.
Más tarde me cambié de ropa y decidí regresar a la cabaña en busca de todos mis
compañeros; sin embargo, las palabras para esconder la incomodidad por las preguntas
que todos en la isla me hacían debido a la desaparición de Jefferson me estaban volviendo
loca. Asimismo, el dolor de cabeza por haber tomado la noche anterior me hizo quedarme
encerrada todo el día en mi habitación.
En la tarde la sirvienta me ayudó a recoger la ropa en las maletas para poder hacer
el viaje de regreso. Me sentí como robada y traicionada y no sabía por qué pero quería
matar a la primera persona que se me atravesara en el camino. Finalmente, les dije a los
guardaespaldas que ya podían llevar el equipaje al avión.
Yo no supe qué decirle, nunca habría pensado que él actuara tan cariñoso conmigo.
Odiaba a Jefferson por dejarme pasar por todo aquello, sí, porque ya me podría estar
imaginando todas las cosas que pasaban por la cabeza de Luciano en esos momentos de
silencio; me estaría recriminando, estaría sintiendo lastima de mí.
Cuando por fin me soltó, yo no sabía qué carajo decirle; estaba temblando y las
lagrimas amenazaban con recorrer mis mejillas, estaba a punto de llorar, me sentía tan
minúscula y de eso el único culpable era mi querido príncipe.
— ¡No debiste pasar la noche con él!—me dijo Luciano tomándome de los
hombros—él solo te estaba usando y tú te dejaste usar.
—De modo que no lo sabes—sonrió intentando con ello esquivar el llanto que
amenazaba con hacerlo decaer.
Esa noche me acosté a dormir sin hablar con mi esposo. Ya vería él al día siguiente,
me iba a pagar el haberme usado como su objeto sexual y su tenedora de hijos. ¿Por qué
no iba y se los pedía a su ex? Ella se los daría con mucho gusto. Yo tenía mis límites y él
los había cruzado de la peor forma.
No pude dormir en toda la noche al pensar en la forma tan cruel y terrible en cómo
mi esposo me había usado. Le había entregado mi virginidad a contracorriente de las
consecuencias y ahí las tenía, Jefferson no me amaba y yo como tonta honraba su vanidad
y había sufrido por la horrenda infancia que él había tenido.
Lo encontré en la biblioteca sentado en una de las mesas ojeando un libro. Abrí con
tembleque la puerta y entré con los ojos hechos furias. Luego cerré la puerta y me acerqué
a él; más, Jefferson no se fijó en mí, al parecer la lectura lo tenía bien concentrado. Yo en
cambio, tenía tanta rabia que por un momento sentí ganas de romperle el libro en la cara.
Pero no, no lo hice y menos cuando al ver la portada reconocí el libro y descubrí
que era “Mi Pequeña Princesa”, el libro que yo había leído días atrás; eso me hizo dudar y
me arrepentí de hacerle algo malo y en oposición a eso tosí bien fuerte para que él notara
mi presencia y así fue; pues dirigió su mirada hacia mí y sus ojos me llevaron un segundo
al cielo. Tenía que aceptar que a pesar de la forma en que se había burlado de mí estaba
buenísimo y era un conquistador a todo terreno.
—Yo—temblé pensando en qué decir en el poco tiempo que teníamos para hablar
antes de irnos a la universidad, pues tenía que platicar con Jefferson sin la torpeza de
siempre para que él no notara mi nerviosismo—Yo vine a decirte—hablé con más
confianza reflexionando que mis palabras debían parecer tan naturales como el agua.
—Lo que oíste, estoy tomando anticonceptivos para evitar un embarazo—le resumí
intentando soslayar mis penas internas; ya que, sabía que confesárselas en ese instante, no
valía la pena.
— ¡No te preocupes!—le di con todo lo que tenía, pues sabía que esa era la única
forma de que me las pagara todas—Nuestra aventura de sexo no va a tener mayores
consecuencias—él me tomó del hombro y yo me alejé inmediatamente.
—Tienes que pensar en que fue sólo sexo, no sé por qué te pones tan
melodramático—le di con sus mismas palabras y luego me solté de su mano.
—Sé que la reina madre quiere tener un nieto y que éste sea el segundo en la línea
sucesora ¿Pero, qué le vamos a hacer?
—Ella no tiene nada que ver en esto—me dijo; sin embargo, yo hice como sino lo
hubiese oído—nosotros dos debemos hablar.
—No, ya te dije que no era necesario—y el me miró con ojos desesperados.
Llorar fue lo que hice y aunque me había jurado a mi misma que iba a ser fuerte, no
podía evitar montar una llantina, debido a que, le estaba diciendo good bye a mi amor.
Estúpido Jefferson que me había usado como un coleto para limpiar el piso. ¿Qué
leviatanes tenía Kimberley y yo no para que Jefferson la prefiriera a ella? Ah sí, era su
esbelto cuerpo, su natural sensualidad y su tonta y macabra elegancia y educación de niña
de sociedad.
Ese día en la universidad las cosas transcurrieron como si del mismo infierno se
tratara. Jefferson no me dirigió la palabra en absoluto y Kimberley anduvo todo el tiempo
pegada de su brazo como si fuera un imán. Luciano estuvo muy cerca de mí todo el
tiempo y cuando sentía que me iba a volver loca, él sencillamente me abrazaba
demostrándome con eso que siempre podía contar con su amistad.
Los que parecían no notar nada eran mis amigas y los amigos de Jefferson que se
dedicaban a hablar y a hablar de lo divertido que había estado el fin de semana en la isla.
Ellos parecían amigos de toda la vida y yo por un intervalo de tiempo sentí rabia de
haberlos reunidos.
Cuando regresé al palacio me consagré a mis clases diarias. Luego Jefferson, la reina
madre y yo asistimos a la inauguración de una escuela, finalmente regresamos al castillo,
comimos la cena y yo me acosté a dormir.
Pero no pude hacerlo, cada vez que cerraba los ojos veía a Jefferson sobre mí
haciéndome el amor. No, no era amor, hasta cuándo me lo iba a repetir. Todo lo ocurrido
en la isla privada de mi esposo había sido sexo.
Angustiada, encendí la pantalla plana de la televisión y decidí que iba a ver algo en
ella para olvidarme de ese idiota. Durante unas cuantas horas me dediqué a ver algunas
películas e igualmente lloré cuando al final de la última, el protagonista moría en manos
de tan malvada protagonista.
Cuando logré dormirme soñé con el día de la boda de Jefferson y yo, pero en mis
fantasías todo era diferente porque la novia era Kimberley y esa majadera era la que se
estaba casando con mi príncipe. Yo sentada en el último puesto lloré amargamente la pena
tan apesadumbra que estaba empezando a vivir.
Durante los días que siguieron me alejé cada vez más de Jefferson, Luciano; por el
contrario pasaba cada tiempo que tenía libre junto a mí. La mamá de él no hablaba
conmigo nunca y por un momento me pregunté si era que ella me odiaba. Las hermanas
de Jefferson salieron varias veces conmigo a pasear; sin embargo, eso no me ayudaba
mucho para alegrarme.
Por lo menos el día viernes recibí una buena noticia durante la cena. Al fin podía
alegrarme de algo que sólo podría haber ocurrido en mis sueños. La reina madre siempre
tenía sus sorpresas bien guardadas.
—Mañana quiero que el príncipe Jefferson y tú vayan a visitar con tus padres, la
ciudad de Berlín—me dijo mirándome a los ojos—desde que se han casado tú no los has
vuelto a ver y ésta es una buena oportunidad para verlos.
—Sólo va a ser por un fin de semana—medió Máire haciendo que su hijo tomara un
suspiro—y el príncipe Jefferson tiene razón, él es su esposo y es quien tiene derecho.
Yo no dije nada, pasar un fin de semana junto a Jefferson era una prueba muy
difícil; sin embargo, el ver nuevamente a mis padres era un examen que valía la pena
cumplir. La reina Kalish tomó también su copa y en sus ojos se marcaban unos rasgos de
timidez pocos comunes en ella.
Así fue como al día siguiente a las seis de la mañana, mis padres estuvieron con un
par de maletas en el palacio. Yo los saludé emocionada y luego los cuatro abordamos la
limusina y nos dirigimos al palacio real. Cuando llegamos a Berlín ya el sol estaba
cambiando la fría mañana.
Al oír eso, Jefferson y yo nos miramos y arrugamos el gesto y ninguno dijo nada
para evitar habladurías. Los guardaespaldas caminaron detrás de nosotros y un sujeto los
llevó a una zona exclusiva para ellos. El tipo que estaba en la recepción se portó de lo más
cordial con mi padre, mi madre, Jefferson y conmigo y nos explicó que las dos mejores
habitaciones del hotel estaban destinadas para nosotros cuatros.
Yo al oír esa mala noticia miré a Jefferson y le hice señas de que quería que los dos
habláramos a solas. Él me sonrió y me hizo seguirlo hacia un lugar apartado de la
recepción y yo añoré estar en el palacio en donde ni mis padres ni el resto de la gente
sabían la mala relación que mi esposo y yo teníamos.
—Eso no está bien—titirité al pensar en todo lo que podía pasar en ese dormitorio.
— ¡Por supuesto que no!—me negué, después di media vuelta y me dirigí hacia
donde estaban mis padres y los trabajadores del hotel, finalmente les di ordenes a ellos
para que llevaran mi equipaje a esa habitación.
A los pocos minutos, que entré a la habitación con Jefferson yo sospeché que ese
sería uno de los mejores fines de semana en mi vida. Ninguno dijo nada y yo entré al baño
para hacerme un lavado sobre el cuerpo. Cuando salí de ahí, Jefferson estaba acostado en
la cama leyendo nuevamente el libro “Mi Pequeña Princesa”.
Media hora después, mi madre me llamó al teléfono del cuarto y nos invitó a
Jefferson y a mí a dar paseos para conocer era hermosísima ciudad. Jefferson dijo que no
estaba disponible para ninguna de esas charlatanerías y que yo fuera con mis progenitores
tranquilamente pero que intentara pasar desapercibida ante la prensa.
Cuando supe que Jefferson no iba a ir me sentí muy decepcionada y triste; ya que,
lo iba a extrañar mucho. Más, no le dije nada, me arreglé para salir y veinte minutos
después estaba paseando con mis padres y algunos guardaespaldas por la ciudad. Mi
padre me preguntó qué dónde estaba el príncipe pero yo le mentí diciéndole que se sentía
enfermo por el viaje.
Jefferson no salió del cuarto en todo lo que quedaba del día, la excusa de que se
sentía enfermo, por lo menos no causó gran impacto en la aprobación de mis papás.
Cínico, Jefferson era un cínico, seguro que estaba conversando con Kimberley y
contándole lo aburrido que se sentía de estar allí.
Duramos todo el día de paseo, conocimos la Isla de los Museos, el Muro de Berlín,
la Catedral de Berlín y el Parque Tiergarten. Mis progenitores se sintieron maravillados de
conocer lugares tan hermosos y yo deseé con toda mi alma tener a Jefferson cerca. Por lo
menos, la prensa no notó nuestra presencia en la ciudad.
Cuando regresamos al hotel, ya era un poco tarde pero eso no me hizo sentirme
cansada; invité a mis padres a comer en el restaurant del hotel y finalmente llegó la hora
de regresar a mi habitación. Me despedí de mis papás y ellos me dieron sendos besos en la
mejilla.
Tosí odiando el sentirme tan mal al estar cerca de mi esposo. Él prendió la luz de la
habitación, se sentó en su lado de la cama y me extendió la mano.
Pero no lo pude hacer, Jefferson estaba acostado tan cerca de mí que esos momentos
eran muy arduos. Quería con tantas ganas olvidarme de la pasada noche y estar con mi
esposo en el mismo dormitorio y en la misma cama no me ayudaba mucho. Odiaba vivir
tantas cosas, lo odiaba a él por ser tan cruel.
—La noche parece que va a hacer larga—sonrió colocándose sus manos sobre la
nuca— ¿No puedes dormir?
—Me siento muy extraña en esta habitación—le confesé apostando con ello mi
dureza—parece que ya me acostumbré al dormitorio del palacio.
—En mi cama siempre vas a estar cómoda—me miró eróticamente intentando darle
doble sentido a nuestra conversación.
—Es verdad—me miró sin poner ninguna excusa—Ella siempre a estado conmigo y
me ha mostrado su apoyo.
—Te estoy diciendo la verdad—bajó los brazos de su nuca y se puso de lado para
enfrentarme cara a cara—Te deseo y no sabes cuánto. Ese día en la cabaña nunca sería
suficiente para un hombre como yo.
—Ja, ja, ja—me reí sin muchas ganas ansiando con ello transformar la conversación
en otra cosa— ¡No seas mentiroso, por favor! Fue sólo sexo.
— ¿O es que acaso no te gusta estar aquí?—y cuando dije esas palabras me percaté
de que se había movido hacia mí y que se había pegado a mi cuerpo— ¿Por qué no te
duermes?—le volví a sugerir dándome la vuelta y mirándolo directamente a los ojos.
Y él lo hizo dejando mi mundo al revés, yo no sabía qué estaba haciendo y por qué
estaba actuando así; no obstante, tampoco me importaba debido a que deseaba ser su
mujer otra vez. Estaba enamorada de él y desesperadamente ese tonto sabía como
manipularme.
Por lo que fui nuevamente su mujer, sólo que estaba vez Jefferson se quedó a
dormir en mi cama. No me extrañaba eso; puesto que, él estaba muy cansado para
levantarse de la cama y yo como tonta lo vi quedarse dormido. Cuando por fin me quedé
dormida, la sonrisa que cubría mi rostro era espectacular.
Cuando desperté, él ya se había ido. Otra vez me la había hecho el muy cobarde.
Me levanté de la cama y me di un baño llorando; tomando en cuenta que, mi cabeza me
estaba diciendo lo que mi corazón se negaba a aceptar. Jefferson me había usado
reiteradamente para pasar el rato.
El resto del día fue un torbellino dividido entre felicidades, tristezas y momentos
desagradables. Jefferson no se apareció por allí y yo tontamente les dije a mis padres que
él se había marchado porque tenía demasiado trabajo por hacer. Aún, antes de marcharme
de allí pensaba en lo incomprensible que era que ese príncipe tuviera tanta vanidad que
con solo unas palabritas bonitas, yo me había acostado otra vez con él.
Me despedí de mis padres llorando cuando llegamos al aeropuerto del país y ellos
pensaron que era porque los extrañaba demasiado. Esa era una sola parte de la verdad,
pues tampoco podía hablar con mis progenitores de los problemas que rondaban mi
cabeza. Para ellos, muy especialmente para mi papá, mi príncipe era el marido perfecto.
Las cosas empeoraron al día siguiente, me levanté, me aseé, me puse una ropa
cómoda para asistir a la universidad y posteriormente me peiné. Fue en la peinadora en
donde encontré la cosa que iba a marcar mi vida a partir de ese momento, ese papel sería
el recuerdo de momentos que nunca más volverían a ser.
Era una foto de Jefferson y Kimberley juntos. Era una imagen imponente con la
siguiente frase en la parte trasera “Jefferson y su ex pasaron el día de ayer juntos”. Yo no
lo podía creer, eso era una monstruosidad y peor era la carta hecha en computadora que
alguien desconocido había dejado a un lado de la fotografía y que relataba los sucesos
ocurridos entre mi esposo y su ex.
Éste decía que el día domingo, es decir el día anterior, el príncipe Jefferson había
salido con su ex a Miami y que habían pasado todo el día, juntos para arriba y para abajo.
Lo leí varías veces y no lo podía aceptar ¿Por qué Jefferson me estaba haciendo eso? Él se
había burlado de mí de la peor manera.
Furiosa tomé un marcador punta fina negro, de la gaveta de uno de los closet y
escribí echa un demonio la siguiente frase sobre ese papel “Léelo, para que más nunca te
haga llorar. Léelo para que no vuelvas a creer en sus mentiras”.
El sonido de la puerta del llamado de una de las sirvientas me hizo tomar aire,
guardé la fotografía y la carta en la gaveta del closet y decidí que necesitaba tomar algo de
aire para hacerme más fuerte. Necesitaba huir de esa cruel vida y la mejor forma de
hacerlo era escapándome de la universidad.
Cuando alcancé la libertad no sabía qué camino agarrar, pero estaba decidida a
alejarme por un buen tiempo de mis tristezas. Recordar a Jefferson en esa fotografía era
un infierno, él era un terrible ser humano que me estaba matando de un golpe en el
corazón. Tomé el primer taxi que se me cruzó por la calle y obviando la mirada de
incertidumbre del chofer le pedí que me llevara a un parque natural que estaba por allí
cerca. Requería gritar todo lo que sentía en ese momento.
Le pagué al taxista con dólares y él se alegró de recibirlos. Luego me bajé del auto y
le solicité a uno de los campistas una bicicleta prestada. En un lugar como ese, andar en
ese medio de transporte era lo más correcto. Ante los ojos dudosos del muchacho tomé la
bicicleta y subí el cerro actuando con naturalidad.
Cuando llegué a la cima del cerro el corazón lo tenía desvelado. Entonces, lloré por
un largo rato. Todavía no entendía como mi belleza no había logrado cambiar la dureza
del corazón de ese tonto engreído. Cómo no había sentido desde el principio que ese
matrimonio no iba a funcionar. Tonta, tonta era yo por no saberlo.
Pasé largas horas en la cima de esa montaña llorando y pensando en lo que tenía
que hacer para salir de esa situación; ya que, sabía que de ninguna manera podía
solicitarle el divorcio a Jefferson. Eso era dejarle el camino libre para que fuera feliz con
Kimberley y eso jamás lo iba a consentir.
Cuando al fin me sentí sola decidí que era el momento perfecto para regresar al
palacio. Bajé la colina ocupando mi cabeza percibiendo la belleza de tan original lugar.
Tomé otra vez un taxi y posteriormente comencé mi retorno a tan odioso lugar.
Al darse cuentas todos de mi llegada, como niños amantes del tetero salieron
corriendo del palacio para recibirme. Luciano fue el primero en abrazarme y yo triste
intenté mostrarle una sonrisa. La reina madre, Máire y las hermanas menores de Jefferson
también me abrazaron.
Jefferson fue el último en salir del palacio y por un instante, quise correr hacia él y
abrazarlo para consolarlo; ya que, se veía bastante desorientado. Se le notaba mucho que el
corazón le latía con fuerza al verme regresar al palacio. Yo no dije nada, me contuve de
reconfortarlo y recordé que él era el culpable del infierno que yo estaba viviendo.
— ¿Por qué?—me gritó a punto de echarse a llorar— ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué
incluso dejaste tú teléfono y el reloj? ¿Acaso no querías que te encontráramos?
Al oírlo hacerme esa pregunta lo comprendí todo, Jefferson no sabía que yo conocía
la noticia de su visita a Miami con Kimberley. Así, que eso era lo que pasaba; nadie sabía
mis razones para huir durante ese largo día. Bueno, los iba a dejar con su incertidumbre.
—Sí quiero pero no te preocupes que no lo voy a hacer—me negué caminando por
la habitación—pero eso no significa que tú y yo tengamos que pasar todo el tiempo, juntos
como si fuéramos una pareja.
— ¡Eso fue sexo!—lo evité aprovechando la seguridad sónica que había en cada
lugar del castillo y queriendo con mi voz consumirme por dentro—mejor acabemos con
todo este relajo.
—No quiero seguir con este embrollo—me atreví a decirle con rabia—No quiero
que pasemos tiempo a solas juntos, tampoco que me beses, no quiero que nos hablemos
cuando estemos sin nadie a nuestro alrededor, menos que intentes acostarte conmigo.
Supremamente rendido, él dio media vuelta y salió dando insultos en voz baja de la
habitación. Cuando me quedé sola y vi la puerta cerrarse detrás de Jefferson, no pude
evitarlo y me eché a llorar. Sentada en la cama, las manos me cubrían los ojos y las
lágrimas me llenaban las mejillas de un sabor amargo.
Los siguientes días que transcurrieron fueron un abismo para mí. En ningún
momento Jefferson y yo nos dirigíamos la palabra y exclusivamente lo hacíamos cuando la
situación lo ameritaba. Luciano en esos dolorosos momentos fue mi gran apoyo y no pude
evitarlo, le conté todas las cosas que tenía guardadas, incluso que Jefferson y yo habíamos
hecho nuevamente el amor. Él me abrazó y con una cara de ángel terrenal me dijo que me
había fijado en el hombre incorrecto.
Jefferson esos días se veía más obstinado que siempre. No abría la laptop, pero
tampoco hablaba con nadie, en el palacio se encerraba en su dormitorio y no dejaba entrar
a nadie. En la universidad le salía con groserías a sus amigos, e incluso a Kimberley. En
los momentos de reuniones elegantes actuaba como si realmente no estuviera allí. Al
parecer el ignorarlo como persona le dolía; pues era la primera vez que alguien lo trataba
de esa forma.
El fin de semana llegó y las cosas ocurrieron igual de terribles. La distancia entre
ambos se hacía cada vez más grande. La reina en esos días estuvo muy desconcertada y
varias veces nos preguntó a ambos sobre el motivo de nuestro disgusto; sin embargo,
ninguno fue capaz de responder con la verdad.
Hasta Carolyn unas cuantas veces que se quedó a solas conmigo me regañó por
andar peleada con su hermano. La muy buena se la llevaba mal con Jefferson y sin
embargo lo defendía. “Él te ama” “No sean tan inmaduros” “Dale una oportunidad” “Yo
creía que él era como mi padre, pero me equivoqué” “Tú eres la única mujer en su vida”
“Él es un hombre correcto” me decía, queriendo con todo ello, provocar una reconciliación
que parecía que no iba a llegar.
Pero por mi orgullo no podía reconocer eso que ella me decía, yo estaba dolida no
sólo por la fotografía sino por todo. Jefferson nunca me había demostrado amor y por eso
no podía creer en las palabras de su hermana. Es más, creía a ciegas era en lo que me decía
Luciano a cada rato “Él no te ama” “Él anda con Kimberley” “No le des más
oportunidades” “Lo único que quiere es un hijo tuyo”.
Abrí la puerta esperanzada de que lo que la reina madre me fuera a decir fuera
rápido, tonto y algo de lo que no preocuparse. Más, me equivoqué como siempre, ella que
siempre buscaba la forma de acercar a su hijo a mí, se le ocurrió la idiota idea de que como
en la universidad se había dado el día libre a todos los trabajadores del instituto e incluso a
los estudiantes, Jefferson y yo deberíamos aprovechar el día para pasarla juntos.
La segunda parada fue hacia un parque temático donde los dos navegamos en
barco. Él se mantuvo largo rato rígido y sin pronunciar alguna palabra. Lo cierto era que
estaba disgustado porque yo lo había ignorado en el parque de diversiones y durante
todos esos días. En tanto, fuera del agua aún se mantenían rodeándonos centenares de
periodistas inoportunos.
Ya me podía imaginar los recortes de prensa del día siguiente “Princesa pide de
almuerzo algo poco elegante” y también podía hacerme una idea de las caras de reproches
de todos en el castillo cuando vieran los periódicos al día siguiente. Todos, absolutamente
todos iban a ver que yo no estaba preparada para ser princesa.
Seguidamente fuimos a una iglesia para escuchar la misa. El Padre se alegró mucho
de vernos a los dos allí juntos y hasta nos felicitó por el micrófono. Ahí me sentí más mal,
cómo podría cumplir las promesas del matrimonio si Jefferson no sentía el mismo amor
que yo sentía por él. Entonces, le pedí a los santos, ángeles, vírgenes que por favor me
ayudaran a llegar a una solución adecuada.
La última ropa que me medí fue una falda corta con una raja del lado derecho de la
cadera y una camisa color verde manzana que me llegaba a la cintura. Siendo una princesa
lo más correcto era que escogiera ropas color rosa o fucsia y menos excitantes; sin
embargo, ni esos colores me llamaban un poquito la atención, ni quería parecer una
puritana.
—Estás muy bien—Jefferson me vio con los ojos como tigre salvaje a punto de
comerse a su preciada presa y yo tirité excitada—pero te falta algo.
— ¿Qué?—dije temblorosa.
Entonces, él le hizo señas a una de las vendedoras para que fueran en búsqueda de
algo. Al poco rato, la mujer regresó con un collar de perlas entre sus manos y me lo puso
en el cuello. Justo ahí, no sé como Jefferson lo logró, pero no solo esa vendedora se marchó
de ahí; puesto que, todos los vendedores y vendedoras nos dejaron solos en la tienda.
— ¡Deja de actuar como paranoico! —le reñí empujándolo un poco; sin embargo,
entre más lo hacia, él más se acercaba a mi cuerpo—Jefferson, por favor.
—Dicen que el amor y el deseo van de la mano—me besó en el cuello y luego los
senos— ¿Quieres averiguar si es verdad?
—Jefferson—el deseo recorrió cada parte de mi cuerpo y sin pensar mucho coloqué
mis manos sobre la cabeza de él—Jefferson.
El día viernes nuevamente ambos nos acercamos un poco, ese día tampoco hubo
clases durante la mañana y la tarde; pues en la noche era la fiesta de disfraces que
anualmente la universidad realizaba para conmemorar a los profesores en su día.
Entonces, por las preparaciones suspendieron las clases.
Para ir a esa fiesta, me puse el primer disfraz que alcancé con la mano de una larga
cantidad que la reina madre me llevó a la habitación. Jefferson como siempre lo hacía con
toda su ropa, no escogió el suyo, sino que dejó que una sirvienta lo seleccionara por él.
—Es como si fuera una cita—me dijo delante de Jefferson y él se quedó mudo
intentando contener la ira que le atravesaba el pecho por lo que acababa de oír de la boca
de su primo. Luego pasó por un lado de nosotros y se dirigió sin despedirse a la limusina
real para esperarme allí.
Después de los saludos todos nos sentamos en una mesa grupal y comenzamos a
echar chistes sobre los profesores disfrazados que se encontraban en la fiesta. Luciano se
sentó a mi lado derecho y Jefferson en el izquierdo, por lo que por un instante, no dejaba
de pensar en lo tonto que era todo aquello.
Los dos actuamos cínicamente uno con el otro, tal y como si de un espejismo se
tratara. Hablábamos sólo lo necesario y únicamente para que los presentes no se enteraran
del conflicto que existía entre los dos esposos de la corte real. No había sonrisas de uno
hacia el otro; pero es que tampoco Jefferson era de las personas que se reían mucho.
Después de eso, ambos proseguimos a bailar cada uno con diferentes personas.
¿Qué iba a saber yo que Jefferson en uno de esos intentos para reconciliarse
conmigo iba a cambiarse de ropa y a hacerse pasar por otra persona? Si fuera sabido eso
de seguro que nunca se me hubiese ocurrido asistir a ese baile. Él era tan aprovechado e
indescifrable que siempre me daba una de sus sorpresitas.
Yo estaba sentada muy cómodamente en una de las mesas del gran salón donde se
efectuaba la fiesta de la universidad junto a mis amigas y a Luciano. De pronto llegó él
vestido como si de un espectro se tratara, con una máscara de conde sobre la cara y los
cabellos bastante diferente a como los usaba regularmente; lo cierto es que remotamente se
parecía a mi consorte.
—Las cosas entre ambos han cambiado—me dijo al oído—Nunca imaginé que
podría enamorarme de ti.
Lo distinguí con esos ojos tan tiernos y oscuros que no lo pude evitar, me fui
acercando a él; así como Jefferson se acercaba a mí y nuestras bocas se unieron
románticamente. Fue un beso tierno y sentimental que a los dos nos ató a un círculo de
amor lleno de mucha pasión.
Por unos eternos segundos me olvidé de todo lo que estaba pasado entre los dos, de
la gente a nuestro alrededor y de las normas de ética y moral. Lo único que intenté fue
apreciar esas sensaciones que no me eran ajenas y que acaba de redescubrir. En esos
instantes, él representaba para mí más que el aire que respiraba pero no podía decírselo.
Lo más importante era el momento, ya vendrían después las consecuencias.
—Tú eres todo para mí ¡Eres mi debilidad!—volvió a besarme con dulzura como
intentando no dejarme libre nunca—Me has enseñado a ser mejor persona y cuando me
miras ya no tengo cordura.
—Te introdujiste en mi vehemencia —me acurrucó como lleno de un ansia
lujuriosa—Ya no me importa confesarlo ¡Te amo!
Al oír sus crudas palabras quedé en shock, qué era lo que acaba de oír ¿Él me
amaba? No podía ser cierto. Temblando le bajé la máscara y lo vi a los ojos; se veía tan
hermoso y sexy aún en esas fachas que por un momento añoré estar acurrucada con él.
Pero no, no podía dejarme envolver en sus tretas de príncipe de quincalla.
— ¿Qué te pasa?—lo regañé con el corazón en la boca tratando de hacerle creer con
astuta paranoia que cuando me había besado no sabía que era él, hiriéndole con eso en su
orgullo y en su vanidad— ¿Te volviste loco o qué? Tú y yo no tenemos nada.
—Estas muy dentro de mi corazón, lo que siento por ti es muy profundo y sé que tú
también sientes lo mismo.
— ¡Deja tus bromitas!—le ordené bajando la voz para que nadie a nuestro alrededor
nos escuchara discutir, ocultando con una voz áspera la pasión que con sus palabras me
estaba haciendo sentir.
— ¡No!—me negué soltando sus manos de mi cuello; él me miró con los ojos
sombríos; puesto que, lo estaba rechazando una nueva vez pero esta vez había sido
diferente porque ambos sabíamos que los dos pegados junto al otro nos habíamos
descontrolado todos; pero sobre todo, yo que había abierto mi corazón.
Cuando llegamos al palacio entrada la madrugada, los dos estábamos muy serios
uno con el otro. Luciano se fue a dormir inmediatamente y la reina madre nos esperó con
una de sus sorpresitas. Nos pidió que la acompañáramos al estudio y allí nos dio con todo.
—Este fin de semana lo van a pasar en la ciudad de Nueva York junto a los padres
de Mariska—nos dijo con una sonrisa en los labios que me carcomió el alma.
Entonces, yo me quedé en shock. Viajar con mis padres y con Jefferson por segunda
vez iba a ser todo un reto para mí. Sentí de todo, rabia, miedo, alegría, dolor; seguro que
esa era idea de Jefferson para aprovecharse de mí.
— ¡Muy bien!—se cruzó de brazos— ¿Y qué van a decir tus padres? Si se enteran de
que nuestro matrimonio está en crisis, van a sufrir muchísimo.
— ¡No me importa!—berrinché.
— ¿Enserio?—me hizo señas para que mirara desde esa distancia a mis padres, yo
los vi y temblé— ¡No te creo!
— ¡No me toques!—me eché hacia atrás para quitar sus manos de mí.
— ¡Lo que tu digas!—su voz y sus ojos demostraban que él estaba disfrutando lo
que me estaba haciendo.
—Por supuesto que no—Jefferson dijo a secas—ella y yo…—su voz sonó bastante
agria—ella y yo estamos bien—luego de eso se alejó de mi madre y de mí
— ¿Cómo puedes soportar un carácter tan frío?—mi mamá me interrogó con cierto
sentido del humor.
A los pocos minutos, el personal del hotel trasladó el equipaje de todos para
nuestras respectivas habitaciones. Yo entré a la habitación, me di un buen y merecido baño
y sin importar que estuviera dejando a Jefferson solitario trabajando con su laptop, salí del
dormitorio para ir a pasear por allí.
Jefferson claro que se portó bien, durante todo el día apenas dos veces se comunicó
conmigo por teléfono para decirme que esperaba que lo estuviera pasando bien y yo que
deseaba recibir amor de él, me sentí vacía completamente de oírlo tan irreverente. Mis
papás estaban incómodos de notar que Jefferson no hacía nada para acercarse a nosotros e
hicieron muchas cosas para que se rompiera el hielo existente en la relación entre ellos y
yo. ¿Cuánto más tendría que soportar aquello?
La última vez que habíamos estado durmiendo juntos ya hacía unos quince días,
pero nada había resultado positivamente. Sus errores habían dañado todo lo que yo pensé
en un momento podríamos tener. Él se había marchado con Kimberley a Miami y yo como
tonta lo había extrañado todo el día.
Mientras, Jefferson en su lado de la cama parecía estar pasando por lo mismo que
yo; pues se movía vorazmente. Al ponerme a pensar en eso, la mente se me nublaba y el
corazón se me dilataba recelosamente. Si lograba pasar esa noche lejos de él, entonces el
día siguiente sería más fácil, o por lo menos, sería un poco más vacío de complicaciones.
— ¿Qué te sucede?—le pregunté bajando la voz para evitar que mis padres
escucharan desde su habitación que Jefferson y yo estábamos riñendo; puesto que, ya
había escuchado centenares de veces que en Estados Unidos las paredes son muy
delgadas, además en un momento me sentí totalmente desnuda; pues la pijama de short
corto y camisola no dejaba mucho a la imaginación. La de él, también formada por un sexy
short y una camiseta igualmente era eminente, se veía tan sexy que sin poder evitarlo mis
mejillas se colorearon con avidez.
— ¡Me enamoré de ti! ¡Estoy por primera vez enamorado y es de ti!—me anunció
con esa seguridad tan propia de él— Sé que cometí el error de dejarte abandonada en esta
casa para irme con Kimberley pero te juro que no me acosté con ella. Eres la mujer más
especial que he conocido en mi vida y yo nunca te he sido infiel. ¡Créeme, soy sincero!
—No quiero saber nada de eso—le expliqué con dureza en mis rasgos faciales; en
tanto me sentaba en la cama—Ese no es mi problema.
—Sí, ella me amenazó con suicidarse y yo no podía dejar que hiciera eso—se echó
los cabellos hacia atrás—y le insistí tanto que al final no lo hizo; pero ella, también se sintió
incomoda allá; ya que, en Miami yo no dejaba de pensar en ti y Kimberley lo notó; pues
cada palabra que salía de mi boca llevaba marcada tu nombre.
—Sí, le dije que estaba locamente enamorado de ti—Jefferson con gran meditación
completó la frase—Ella se puso a llorar y yo la abracé. Justo en esa circunstancia fue que la
persona que te entregó esa foto con la carta nos vio en el restaurant y percibió la
oportunidad de hacernos sufrir tomando esas fotografías y manipulándote para que
creyeras que yo no te amaba.
—Me fui con ella únicamente para evitar que se suicidara—me dio con toda el
alma—Por Dios tú me conoces, sabes perfectamente que soy un hombre tosco que nunca
podría enamorarse; no te das cuenta que si me fui con ella fue porque no hallaba la forma
de evitar que cometiera una locura.
—Sí, nuestra relación—contestó con una forma de hablar tan elegante que mi
cuerpo se sintió volar entre las nubes porque ese tipo de cosas que hacía eran las que me
volvía chiquitita ante él—El fin de semana anterior a nuestra visita aquí nos habíamos ido
de viaje a “El Cielo y más Allá” con los muchachos y las cosas habían resultado un caos total.
Primero el hecho de habernos pasado del límite y luego el de habernos acostados sin
tomar en cuenta en lo que nos estábamos metiendo.
—Yo sí sabía lo que estaba haciendo—le amonesté con rencor—y no fui tan cobarde
como otro, para arrepentirme de haber hecho el amor con un persona, no dar la cara y
después huir al palacio como una gallina. Claro, como lo que querías era tener un hijo, te
aprovechaste de mí y luego te fuiste.
— ¿Por qué crees que huí?—preguntó con intensidad— ¡No sabía qué hacer! Sí,
admito que lo del viaje fue una excusa para seducirte porque ya yo no podía dormir de
tanto que pensaba en ti y en soñar con tenerte todita para mí; sin embargo, en ningún
momento quise seducirte para aprovecharme de ti, ni planeé hacerte el amor para tener un
heredero. Caminé a través de la candela y me quemé con eso. No puedes juzgarme por
desearte como lo hice, ni tampoco por aprovecharme de la situación para hacerte el amor.
—Yo no te odiaba—le dije esperando que con eso terminara la conversación; pero
eso no fue así.
—Me sentía como un demonio porque el día del partido de beisbol te había
escuchado llorar por mí y en la isla te había robado tu primera vez; pensé que estando
lejos de mí, lograrías perdonarme. Después, tú me dijiste que no le diera importancia a lo
sucedido porque ni siquiera podría haber problemas con un embarazo porque te estabas
cuidando.
— ¡Eso que me dices es falso!—lo abofeteé con mi voz dándome cuenta que la
conversación aún no iba a concluir—La razón por la que tú te marchaste fue porque te
arrepentías de haberme hecho el amor y créeme lo entiendo, estabas hablando de tus
problemas y no estabas acostumbrado a hacerlo. Además, ya me habías usado para
intentar procrear a un heredero qué más podías hacer allí.
—Yo también lo creía hasta que me abandonaste en la isla—le dije odiándolo con
toda el alma—pero me demostraste lo contrario.
—Además, para que lo sepas de una buena vez —respiré aire abismalmente—si yo
estoy tomando anticonceptivos desde el día que nos casamos fue porque tu hermana
Carolyn me las recetó para evitar entre tú y yo un embarazo no deseado y sin amor. Muy
diferente a tu madre que siempre te ha dicho que un hijo resolvería nuestros problemas de
matrimonio, ella cree que un hijo no puede surgir de una relación miserable e inestable
como la que tenemos los dos.
—Sí, hablo en serio—le contesté vacía—Ella es mucho más madura que tú ante
ciertas situaciones.
—Pero tú tienes que saber que yo no huí de “El Cielo y más Allá” porque estaba
arrepentido de lo que había pasado entre los dos, si lo hice fue debido a que no podía
perdonarme a mí mismo el hecho de robarte tu virginidad. ¿Crees qué la única razón por
la que un hombre hace ciertas cosas es porque está necesitando de placer? ¿O porque
quiere tener un hijo? Créeme, yo estaba melancólico por lo de mi primo y mi padre, pero
sabía muy bien lo que estaba haciendo, te deseaba, necesitaba hacerte el amor, quería
hacerte mía.
— ¿No ves cómo estoy sufriendo maldita sea?—me expresó con sus instintos
naturales de hombre excitado—En este momento lo único que quiero es hacerte el amor
como un salvaje. ¡Te amo, pero también te deseo!
Mi corazón se aceleró al analizar lo anterior, si eso era cierto; entonces las cosas que
pasaron no fueron producto de un desliz como yo me lo había imaginado. Le di la espalda
a Jefferson necesitaba tomar algo de aire si no quería desmayarme como tonta.
—No lo veo, además si eso fuera verdad ¿Por qué no me lo dijiste antes?—le
pregunté llena de dudas en la cabeza y con fuertes latidos en el corazón—Me humillaste
delante de todos.
—Eso también lo sé, pero asume que siempre yo he estado pendiente de ti—su
corazón estaba a punto de llorar.
—El día después de que hubo el problema en el restaurant; es decir, el segundo día
que nos vimos en la cafetería-restaurant fui a buscarte para decirte lo que sentía. Sin
embargo y a pesar de que quería hacerlo, no lo hice; pues como siempre fui un cobarde
que no supo cómo actuar al verte allí, además, sin ánimos de poner excusas ese día pensé
que si te decía que te amaba me ibas a tildar de loco. Fue allí cuando decidí hablarte y
como tantas veces terminamos en una situación comprometedora y picante.
—Es que como te dije, yo no sé tratar a las personas, menos a quienes más quiero.
Con la única persona que abro mi corazón es con mi hermana menor Darlyn Lynette
porque ni con Carolyn intento tener comunicación alguna. A mi madre solo le cuento las
cosas que pueden llamarse “necesarias”.
—Sí, —me confesó tocándose la cabeza—tanto así que cuando llegamos al palacio le
exigí que se alejara de ti, según yo porque eras una loca; pero esa no era la verdad, yo
estaba celoso y te quería toda para mí. Él; en cambio, no me hizo caso, en vez de eso, hizo
todo lo imposible, llamó a no sé cuantas personas y se cambió de universidad sólo para
estar cerca de ti.
—Y sin contar con eso, para ese día mi madre ya tenía preparada la tontería esa de
buscarme esposa entre las estudiantes de la universidad al día siguiente. Lo que me puso
muy mal, sobre todo porque el día del casting no asististe a él para probar si quedabas
seleccionada. Eso quería decir que yo no te interesaba para nada.
— ¡Lo sé! ¡Eres tan despistada!—notificó con mucho erotismo en los labios— mi
madre me dijo que tú no sabías nada de ese casting antes de notificarle a la prensa que
eras la feliz escogida; pero ya era muy tarde, tú ya me habías encontrado antes en la
universidad con Kimberley en el baño y al hacerlo vi en tus ojos que me odiabas.
—Nunca quise que me encontraras con Kimberley, lo de ella y yo era una relación
basada en el sexo, nada de amor y sin quererlo me dejé arrastrar a la propuesta que me
hizo esa tarde de compartir la última fecha juntos. Después de que te marchaste, no pude
acostarme con ella, me puse la camisa y salí del baño sin darle ninguna explicación. Si no
te busqué para darte una explicación fue porque no tenía cara para hacerlo.
Tragué saliva fuertemente, sus palabras me estaban llenando en alma de una forma
muy asombrosa, estaba perdiendo el miedo y el rencor que le tenía a mi esposo; pues
notaba un alto grado de verdad en su confección, si esa vez no había tenido sexo con
Kimberley ¿Sería que de verdad él no se había acostado con ella en Miami? ¿Sería cierto
que me había sido totalmente fiel?
—Lo bueno fue que las cartas estaban a mi favor; casualmente, el día del concurso
mi madre chocó contigo accidentalmente y le gustaste para ser la princesa, más tarde se
puso a investigar en la universidad y consiguió una foto tuya. Cuando regresó
tardíamente al palacio y me dijo que ya tenía su elección yo me puse furioso de que
escogiera por mí.
Al oír esas crudas palabras mi corazón se aceleró como una locomotora en plena
carrera hacia su destino. Quería abrazarlo y rendirme ante él; más el cerebro y su tonto
pensar me lo impedía. Quería disfrutar con él el resto de mis días pero las dudas que aún
rondaban mi mente me lo impedían.
— ¿Eso quiere decir?—titubeé como un bebé— ¿Yo tenía razón cuando pensé que
todo había sido una trampa tuya y de la reina? ¡Lo sabía!
—Sí, lo sabías—prosiguió manteniendo la debida distancia entre los dos—Mi
madre y yo ideamos el plan del dormitorio para que tuvieras que casarte conmigo así
fuera a la fuerza. Incluso lo de que mi hermana esa mañana entrara a tu habitación y te
enseñara mis fotos fue parte del plan. Yo soy tu esclavo y todo lo que he hecho fue para
que te rindieras a mí.
—La segunda vez fue porque Kimberley me llamó como loca a mi celular y me dijo
que si no me reunía con ella se iba a cortar las venas. En ese momento, no sabía qué hacer
te adoraba pero ni siquiera te había confesado lo que sentía por ti.
— ¿Y qué sentías? —le pregunté sin rodeos esperando la respuesta que de seguro
iba a obtener.
— ¡Yo también te amo!—me susurró riéndose muy cerca de mi boca, sin dejar de
tomarme de la espalda tal como si no quisiera soltarme—Sin ti el mundo no valiera nada.
—Gracias—le correspondí dejándome besar nuevamente por él; pero esta vez con
un tono más apasionado que antes.
—Quiero vivir esta ilusión por muchos años—me susurró dirigiendo su mano a
lugares solo recorridos por él. Me tocó los senos a través de la camiseta y al hacerlo el
sonido gutural que salió de su voz me conmovió.
Yo no dije nada, sentía que si expresaba algo me iba a derretir. El cosquilleo que
sentía por todo el cuerpo cuando él me tocaba era algo que aún en tal circunstancia me
sorprendía. Era amor y deseo lo que sentía por mi esposo; pues únicamente con poner a
trabajar a sus manos especializadas, mi cuerpo y mi corazón se rendía ante él.
Me mordí la lengua sin poder imaginarme en otro lugar lejos de él. Tenía que
confesar que con sus palabras había logrado disolver mis dudas y mi amarga rabia. Él era
el mejor chico del mundo y era todo para mí. No tenía por qué tener dudas, él me amaba y
yo lo amaba a él y con eso era suficiente.
Jefferson me abrazó más fuerte y yo me mordí la lengua para evitar que la urgencia
de que me desnudara cobrara más vida que la de él. Se alejó un poco de mí y con su mano
derecha me acarició los brazos, las manos y los dedos, con la otra sencillamente se dispuso
a recorrer suavemente mi cuello.
Me colocó con suavidad en la inmensa cama y yo me puse muy nerviosa; ya que era
la primera vez que él y yo íbamos a estar juntos sabiendo lo que sentía el uno por el otro.
Me mordí el labio y lo miré colocarse encima de mí, no podía creerlo; él era todo para mí.
— ¡Cierra los ojos y confía en mí!—me ordenó con susurro y yo me dejé llevar al
cielo acompañada de él.
Cerré los ojos y con ello descubrí que las sensaciones del cuerpo eran maravillosas
si se estaba con la persona que amaba. La noche se volvió de miles colores y sentir la
deliciosa boca de Jefferson en mi cuerpo borrándome todos los miedos que podría tener
fue una situación extraordinaria.
Sus manos tocaron con libertad todo mi cuerpo de arriba abajo y de abajo a arriba,
con lo que yo me entregué a su amor sintiendo el cosquilleo de su mirada sobre mi cuerpo.
Entonces, queriéndolo y confiando en su bonito amor abrí los ojos y entendí que aunque
quisiera separarme de su fuego, nunca podría hacerlo.
Nuestras bocas se juntaron desesperadas por permanecer juntas para siempre.
Deseo era lo que reflejaban nuestros ojos, la noche era una gran parte de ese fuego que nos
consumía a permanecer como si fuéramos uno solo, la oscuridad nos decía que nos
amábamos.
— ¡Yo también te amo!—le dije con los ojos llenos de ilusión— ¿Crees que mis
padres hayan escuchado algo? Creo que es bien sabido que las paredes en las
construcciones de Estados Unidos son casi nulas.
— ¡No, claro que no!—me acarició con su dedo índice el labio inferior—Además, no
te preocupes porque estos momentos aquí son únicamente para nosotros. Estamos casados
y no estamos cometiendo ningún pecado.
—Pero de todas formas—le confesé apenada—no está bien que estemos juntos
haciendo el amor cuando mis padres están en la habitación de al lado.
— ¡Somos tan diferentes pero a la vez tan iguales!—dije pensando que Jefferson no
me había oído.
—Lo que importa es lo de aquí adentro—me tocó con delicadeza el corazón y para
mí eso bastó para hacerme perder la poca cordura que me quedaba, me acerqué a él y lo
besé a los labios con impudor y deseo.
Yo estaba tomando la iniciativa por primera vez y eso no me daba pena, ahora más
que nunca necesitaba de su inmejorable pasión y sabía que yo también tenía que aportar
en la relación. Me coloqué encima de él, en tanto mis labios no se separaban de los suyos.
Jefferson no dijo nada; su cara y su sonrisa reflejaban un embrujo incorregible.
Lo besé durante largo rato y recorrí cada parte de su cuerpo con mis caricias
seductoras, Jefferson gimió y me tocó la espalda; más ya era muy tarde para que él tomara
la iniciativa; me apresuré a demostrarle mi amor con acciones bastante atentas y la
ansiedad que de pronto surgió entre los dos nos hizo llegar rápidamente al éxtasis de una
unión que nunca podríamos dejar de compartir.
En lo que restó de la noche; varias veces nos quedamos sin respiración después de
completar el acto de amor más relevante en nuestra vida de casados. Intercambiamos
lugares un par de veces y la gloria de estar juntos como una pareja de verdad nos llenó de
puro deleite y satisfacción. Luego agotados nos quedamos dormidos, uno abrazado del
otro; esperando la llegada de un nuevo día para compartirlos juntos.
El cielo amaneció a las pocas horas, yo abrí los ojos feliz por lo vivido la noche
anterior. Me sentía renacida y henchida de júbilo. Me dolía el cuerpo y no era
precisamente porque habíamos dormido, la verdad habíamos pasado nuestra mejor noche.
— ¡Buenos días!—se abrió la puerta y allí estaba él con una bandeja de comida
cargada en las manos—Espero no haberte despertado.
Yo sonreí, las cosas pasadas no habían sido un sueño o una simple aventura
causada por disimiles situaciones; me mordí el labio inferior mientras me abrazaba las
rodillas ¡Por fin, los dos éramos una verdadera pareja!
—Del servicio del hotel trajeron esta comida—se sentó a mi lado y me colocó en las
piernas la bandeja.
— ¡No te vayas a poner hecha una furia!—sonrió nuevamente—Pero sí, estas hecha
un lío; pero sabes algo, te ves maravillosa—me acarició la nuca.
— ¿No tardé mucho, verdad?—le pregunté con una cara de inocencia bastante
particular, después me senté en la cama y lo besé; él me respondió el beso, me puso las
manos en el cuello e introdujo su lengua en mi boca.
—Por cierto, —me manifestó serio—lo que pasó anoche entre los dos—yo sentí
miedo por lo que iba a decir al sospechar que ya se había arrepentido—no quiero cambiar
mi forma de ser entre la gente.
—Quiero decir que quiero que seamos marido y mujer y que seré un buen esposo a
partir de hoy—contestó tomando un largo sorbo de aire—pero que no quiero que me
vuelvas un chico sumiso entre la gente. ¡Veras, soy un príncipe y mi carácter siempre tiene
que ser fuerte y áspero!
—Yo no puedo ser como los demás hombres, —indicó acomodándome un cabello
que tenía levantado—al ser un príncipe tengo que ocultar mis emociones. No puedo sentir
algo demasiado explicito cuando estoy en público—luego me acarició la mejilla derecha.
—Sí, tengo que aceptar que muchas veces mi mente se va de onda y se me olvida
también que tengo que estar serio—me tomó con cariño de la nuca—pero eso es sólo
cuando estoy contigo y tu sonrisa me saca de mi sitio. Eres un ser especial que mira lo que
has hecho—se señaló así mismo—ya no soy el mismo de antes. Me comporto como un
hombre muy diferente a lo que solía ser.
—Se que he fallado demasiadas veces y que tú me has perdonado todas ellas— me
besó ligeramente a los labios; —sin embargo, yo estoy loco por ti, eres seductora y
provocativa; a pesar de que, aparentas inocencia. Eres una diosa que hace que pierda
todos mis sentidos.
—Estoy inmejorablemente feliz de que nos demos esta oportunidad para amarnos
profundamente—me confesó haciéndome unas ligeras caricias en el pie, en tanto
mostraba sus llameantes ojos de lobo salvaje y ponía una postura bastante tensa. Estaba
excitado y poseía una actitud de cazador cuando divisa su presa, la tiene en la mira y
espera la señal para atacar y poner todo en su lugar.
— Pero no por eso puedo dejar de ser yo—me volvió a besar a los labios; más esta
vez usó un poco más de intensidad—Yo soy y tengo que ser, un ser completamente
dominante y recio cuando estemos en público porque soy el hombre más poderoso del
país.
—Aunque te parezca extraño, yo tengo que ocultar todas esas emociones que tú
hermosamente muestras entre la gente; —me afirmó endureciendo la postura y
suspirando profundamente—además, me gusta ser así; es decir, seco, serio, e insensible
como tú me dices. Estoy dispuesto a ser más abierto pero únicamente contigo y cuando
estemos a solas; no quiero empezar a comportarme diferente a lo que me gusta ser y
actuar cuando esté junto a otras personas.
—No te vayas a poner brava por lo que te estoy diciendo; lo que pasa es que quiero
ser sincero contigo para no hacerte más daño del que ya te he hecho— declaró tocándome
con el dedo anular la mejilla y mostrando una hermosa cara de simplicidad.
Y así lo hice como me dijo, primero tomé un poco de pechuga, luego algo de
ensalada y posteriormente me dediqué a degustar la comida que Jefferson con tanto cariño
me había llevado a la cama; ésta no era súper exquisita pero de igual manera me había
gustado; era una delicia culinaria; a pesar de que era lo primero y único que mi esposo
había cocinado en su vida. ¿Por qué siempre todas las cosas le salían bien?
— ¿Tu turno? ¿Tu turno para qué?—le inquirí con incertidumbre; pero él no me
contestó con palabras; se impulsó sobre mí y me beso con atrevimiento. Ya con eso yo
tenía la respuesta, ahora era su turno de comer. Me acostó en la cama y yo me reí con
alegría profunda.
— ¡Tú eres solo para mí!—me besó el seno izquierdo— ¡Eres mía y de nadie más!
Me besó el seno derecho—me gusta tu olor—me besó la boca del estómago— tu color —
me besó el ombligo—tu sabor ¡Toda tú me gustas!—me besó la boca.
Tres horas después, mi padre estaba tomando el sol en los alrededores de la piscina
principal del hotel. Mi madre, Jefferson y yo nos quedamos sentados por esos mismos
lares para compartir las últimas horas que nos quedaban juntos por ese fin de semana. Él
se mantuvo en silencio por largo rato y al parecer no le hacían gracia los chistes malos de
mi mamá.
Es así, como se dedicó a comunicarse con sus sirvientes del palacio a través de su
laptop, sí tenía que hacer eso para no despegarse completamente de su mundo y a mí eso
no me disgustaba ni un poquito. Mi progenitora; en cambio, apagó la tecnología de su
computador y se decidió a nadar en la piscina.
Allí en la piscina, nadó con mucha gracia haciendo movimientos con el cuerpo que
hasta ahora yo no les había visto hacer nunca. Empezó con una suave marcha, luego
ejecutó un espectacular paso, el cual a mí me pareció maravilloso, seguidamente elevó una
de sus piernas y se hundió en el fondo de la piscina, a los pocos segundos salió para tomar
aire.
— ¡Ven aquí, hija! ¡Vamos a nadar!—me ordenó mi madre caminando hacia mí, me
tomó de la mano y me levantó del asiento donde yo había estado sentada.
Jefferson levantó la cabeza un poco y aún sosteniendo su laptop entre las manos
negó con la cabeza; seguidamente siguió con su trabajo. Mi mamá me hizo señas con la
cara para simular la cara de obstinado de mi príncipe y yo sonreí como tonta.
Jefferson levantó un poco el mentón y me vio directamente a los ojos con gran
disimulo, yo lo vi también y a la sazón, sin mucho alarde él se lamió los labios con
provocación.
No habían pasado muchos segundos desde que mi madre abandonó la sala cuando
Jefferson dejó a un lado su laptop, se levantó rápidamente y se abalanzó sobre mí.
— ¡Claro que no!—le expresé emocionada intentando no parecer con las hormonas
alborotadas—Huelo a puro sudor del asqueroso.
— ¡Por eso no hay problema!—le manifesté intentando parecer lo más tranquila que
la vida me permitiera—Puedes bañarte en nuestra habitación.
— ¡No puedo creer que sea tan seco!—Mi mamá expresó apenas pusimos un pie en
el baño y sintió que Jefferson no podía oírnos ni vernos—¡No se ríe, no habla casi, siempre
está metido en su laptop ¿Qué clase de marido es?
— ¡No sé a qué te refieres mamá!—le manifesté intentando sonar neutra en algo que
yo sabía ella tenía la razón.
Mi madre se quedó en el baño para darse una ducha y yo salí de allí. Caminé por la
habitación temblando y pasé por donde estaba Jefferson recordando las palabras de mi
madre “los oímos tantas veces hacer el amor que comprendimos que ustedes si se aman”.
Era algo penoso saber que mis padres nos habían oído estar juntos.
Jefferson al verme soltó la laptop, se veía tan seguro de sí mismo que yo no le pude
decir nada, y ¿Cómo decirle que mis padres nos habían oído toda la noche y toda la
mañana hacer el amor? Ni siquiera me lo podía imaginar.
—Entonces, creo que es mejor que vaya a decirle a mi madre que tiene que
apurarse—le contesté y me retiré al baño.
Al menos en ese momento estaba sola, para mí era muy difícil para mí verlo a la
cara cuando mi madre me había confesado que nos había escuchado hacer el amor.
Tampoco podía observar a mis padres nuevamente sin sentir pena.
Me quité la ropa dispuesta a darme un baño para estar lista para emprender el viaje
de retorno al país. Primero fue la camisa, luego los zapatos y después la falda corta,
quedándome únicamente con la ropa íntima. Busqué apurada una toalla para taparme y
me solté los cabellos.
—Jefferson—suspiré vibrando al sentirlo tan cerca de mí— ¡No hagas eso, por
favor!
— ¿Quieres que nos bañemos juntos o aún estás apenada por lo de que tus padres
nos oyeron hacer el amor?
— Entonces ¿Quieres que nos bañemos juntos?—me volvió a decir al oído; más yo
no le pude dar respuesta alguna, me solté de él rápidamente, me cubrí con la toalla y luego
me fui al baño a darme un regadero. Necesitaba de prisa tomar algo de aire así fuera en la
ducha.
Allí respiré por fin. Jefferson sí que estaba loco y me estaba volviendo loca a mí. Me
deseaba, me amaba y me hacía hacer cosas que yo nunca pensé hacer. Si un año atrás, mis
amigas me fueran dicho que iba a pasar una de las mejores noches de mi existencia,
durmiendo con el amor de mi vida en un hotel de Nueva York separada de mis padres por
una mínima pared, me fuera reído hasta morir.
Me lavé con toda la paciencia del mundo. Deseaba tanto bañarme con Jefferson; sin
embargo, sabía muy bien que no podía hacerlo pues no podía repetir la historia de la
noche anterior. Si Jefferson y yo empezábamos a acariciarnos, no habría nada en el mundo
que nos detuviera de hacer lo que los dos estábamos deseando.
Cuando salí del baño tenía esperanzas de que Jefferson ya fuese salido de la
habitación y que se fuera olvidado de la idea de darse un baño; sin embargo, no pude
engañarme mucho; pues, allí sentado en la cama con nada más que una toalla sobre el
cuerpo, estaba mi querido esposo. Yo lo miré y tragué fuerte, en tanto intentaba respirar
para no parecer tan estimulada.
Abordamos el avión y a las pocas horas todos estábamos en nuestro país. Nos
despedimos de mi madre y de mi padre en el aeropuerto y eso para mí fue fatal. Yo
tristona y en un mar de melancolía los abracé intentando mantener por siempre ese
momento. Jefferson parado junto a mí no dijo nada, a veces el verse tan seco para personas
como mi mamá significaba que no quería a nadie; sin embargo, para mí esa actitud era
enteramente agradable.
— ¡No seas bobo!—sonreí limpiándome con las manos las lagrimas de la cara—Si tú
no fueras inventado lo del matrimonio, ahora yo estaría envidiando a la estúpida,
superficial y engreída que se habría casado contigo.
—Si no soy yo, no lo creo—anuncié mirándolo a los ojos con deseo y mordiéndome
el labio inferior—Chicas bonitas hay a montones; pero yo, yo soy diferente. Yo soy la única
mujer que podría ser tu esposa.
— ¿Estás segura de lo que dices? ¿Así tú padre haya querido cortarme la cabeza
crees que sólo tú podrías ser mi esposa?—me preguntó besándome los labios y dejándome
sin respiración.
—Mi padre nunca ha querido cortarte la cabeza—le corregí pensando que Jefferson
estaba hablando tonterías.
—Eso es lo que dices tú—me volvió a besar y yo no pude evitar abrazarlo con
deseo—pero me vas a decir tú que anoche y esta mañana no buscó uno de esos cuchillos
de carnicero para cortarle la cabeza al hombre que le estaba haciendo cositas a su única
hija—me comunicó con la voz baja a mi oído.
—Sí—le afirmé y lo ayudé a sacar las copas; entonces, él destapó la botella y sirvió
whisky para los dos.
—Si anoche yo fuera sido tu padre, lo más seguro era que habría tumbado la puerta
de la habitación y le habría cortado la cabeza al profanador de hijas inocentes.
—Eso lo sé—me dijo mirándome de arriba abajo, con una cara de apetito muy poca
disimulada; yo lo vi hacer eso y tragué fuerte, ahora más que nunca necesitaba fuerzas
para mantener mi decoro y mi educación.
— ¡Ah!—suspiré y tomé otro sorbo de whisky—Pero ella está feliz por nosotros.
—Yo también estoy feliz por nosotros—manifestó colocando su copa sobre el bar y
sentándose nuevamente cerca de mí— ¡Te amo!—señaló tomándome de las manos— ¡Voy
a hacerte la mujer más feliz del universo!
— ¿Furioso?—dudé.
— ¿De verdad soy tu príncipe?—me preguntó casi en la nuca y me besó como fuego
en proceso de evitar la extinción—Porque si lo soy, tú eres para mí, mi hermosa princesa
de diamantes. ¡Eres mía, completamente mía!—y me besó con ansiedad.
Cuando Jefferson me soltó, le sonreí; justo ahí, sentada cerca de él me di cuenta que
nunca podría estar separada de él, lo amaba con la mayor intensidad posible y quería
pasar el resto de mis días pegada a su cuerpo.
A los pocos minutos la limusina se detuvo y las puertas del vehículo se abrieron.
Jefferson salió por la puerta derecha y yo por la izquierda. Inmediatamente las hermanas
de mi esposo salieron a recibirnos, más detrás salieron la reina madre y Máire que
mostraron sonrisas cautivamente en sus labios en señal de alegría comprometedora.
Todos nos abrazaron y yo me sentí en familia por primera vez desde que estaba
viviendo en el palacio. Realmente antes estar bien con mi príncipe era lo que me hacía
faltaba para ser feliz y ahora que lo tenía no lo iba a perder. Apostarle a esa relación para
mí iba a ser la mejor prueba de mi existencia.
Además, tenía que ponerme a ser realista; Luciano era mi amigo de corazón, pero
yo me moría era por estar cerca de Jefferson y en ese momento que Dios me estaba dando
la oportunidad de mantener la relación con él, no iba a dejar que la rabia acabara con mi
amor. Las palabras de apoyo y los consejos que Luciano me había dicho como mi
compañero del alma, llevada de la mano por mi esposo, me importaban un pito. Yo
adoraba a mi príncipe y no le iba a hacer caso a mi orgullo tonto.
Jefferson oyó esas palabras y no dijo nada, yo en cambio, estaba súper nerviosa ¿Y
cómo no estarlo si me iba a enfrentar a la madre de mi esposo? Lo cierto era que la mano
de mi príncipe tomando la mía con seguridad me daba mucha fortaleza, pero no la
suficiente para hablar con alguien tan importante como la reina.
Ella sin más, nos llevó al vestíbulo y en la sala se quedaron las hermanas de
Jefferson y su tía, yo en el camino aún no sabía lo que se traía esa señora que era mi suegra
entre sus delicadas manos y su cabecita llena de ideas locas; sin embargo, me daba terror
que cooperara con un bien merecido regaño por la falta de responsabilidad en las acciones
de las últimas horas de su hijo y de la esposa de éste, o sea yo.
Cuando entramos a ese exquisito lugar Jefferson me invitó a sentarme en un gran
mueble de seda. Él en oposición, se quedó parado pegado de la pared y cruzando las
piernas claramente nervioso de lo que iba a escuchar se quedó mudo. Su madre bastante
seria se sentó en una sencilla silla de madera y con elevada elegancia se arregló los
cabellos.
Por unos buenos segundos nadie dijo nada, la seducción de la brisa que recorría el
ambiente era placentera y parecía querer envolvernos en silencio acondicionado. La calma
que se percibía en el ambiente, provocaba un mar de emociones seductoras que podía
jurar por mi alma que si Jefferson y yo fuéramos estado solos allí, hacer el amor habría la
actividad que estaríamos realizando.
Pero ¿Qué estaba pensando? Jefferson y yo estábamos metidos en un gran lío, digo
la reina madre nos había pedido a los dos que fuéramos a Nueva York con mis padres; sin
embargo, el hacer el amor no era lo que teníamos que arreglar durante ese fin de semana;
ya que, el viaje había sido planeado era para acomodar los problemas maritales de
nosotros como pareja, no los de la cama. Sí, ya podía aceptar que la vana excusa de ir a
Nueva York era eso, una excusa mal hecha.
Muy al contrario de mí, la reina madre se veía muy cómoda de estar en el vestíbulo.
Y ¿Cuándo ella actuaba diferente a eso? Mi suegra siempre tenía mucho coraje para
hablarnos a todos los que la rodeábamos y su delicadez era algo que impregnaba todo a su
alrededor. ¿Qué nos iba decir en esa reunión privada? ¿Por qué no hablaba de una buena
vez? ¿Me iba a dejar con la angustia toda la vida?
Yo me quedé callada, podía sentir las manos sudándome por los nervios que me
rodeaban el alma y el cuerpo. Jefferson era un hombre especial y en ese intervalo me lo
estaba demostrando. Jamás me podría sentir sola cuando él estuviera conmigo,
apoyándome y queriéndome.
Yo no dije nada, estaba como hipnotizada en otro planeta. Ese era un problema que
a mí me envolvía, sin embargo, me daba de todo interrumpir esa conversación entre
madre e hijo. Además, las manos me estaban temblando tanto que sentía que pronto me
desmayaría.
— ¿No sospechas nada?—la reina madre me abrazó sonriendo muy alegremente sin
dejar de ver a su hijo— Eso significa que me gustó oírlo de tu boca hoy, en este lugar y en
este tiempo.
—No son tonterías—la reina madre me acarició los cabellos—Mariska es una buena
muchacha y cuando me llamaste esta mañana para decirme que sus problemas se habían
arreglado y que necesitabas que las sirvientas mudaran tus cosas a la habitación de ella,
pensé que el mejor regalo que le podía hacer a mi nuera era escucharte decirle que la amas
delante de mí. ¿No crees que fue una gran idea?
Jefferson no contestó, sí, su madre siempre pensaba en todo y eso era prueba de
ello. ¿Cómo se le había ocurrido que Jefferson iba a disfrutar de decirme que me amaba
delante de ella? No, claro que no, mi esposo era un hombre guerrero en todo el sentido de
la palabra, pero confesarle amor a una persona delante de su madre significaba para él
símbolo de mucha debilidad.
Dos horas después sentada solitaria en el mobiliario del jardín, yo todavía podía
recordar la conversación de Jefferson y su madre ocurrida en el vestíbulo. Mi esposo no
había dicho nada después, pero sus ojos revelaban que no aprobaba las declaraciones de
amor en público. Al final la reina madre y él habían cambiado el tema de la plática y yo al
filo de la apatía si acaso había dicho un par de oraciones, afirmaciones y negaciones.
La gente podría decir lo que quisiera, pero lo cierto era que en el fondo Jefferson y
su madre eran muy parecidos. Cada uno construyendo castillos de sueños, demostraban lo
que sentían de forma diferentes. Mientras la reina madre era alegre, comprensiva y
demostradora de amor, mi esposo era de los que se ahogaba en sentimientos con tal de no
expresárselos al exterior.
Yo era afortunada en eso, pues él había sido capaz de decirme esas palabras que
suenan tan cursis y que son tan difíciles de decir, pero que para nosotras las mujeres
significan lo mejor. “Te amo” ¿Cuántos hombres eran capaz de expresarlas con el corazón?
Casi ninguno; ya que, ellos por ser el sexo fuerte siempre las decían era para conquistar a
las chicas que agregaban a sus listas horrendas de conquistas.
Jefferson no solo me había dicho que me amaba sino que me lo había demostrado.
Las cosas desde ese día no podrían ser como antes. Ambos nos queríamos y por ese amor
estábamos dispuestos a olvidar nuestras diferencias. Él gruñón, presumido e inexpresivo
como era y yo alegre, tonta y soñadora. Éramos la pareja ideal para crear un trofeo para los
competidores de la fórmula uno.
—No quiero que me trates como una estúpida y la forma como me hablas me duele
mucho.
— ¿Y a mí qué crees que me hace la forma que actúas conmigo? De verdad que no
puedo creer que mi primo haya logrado envolverte nuevamente.
—No—me gritó y luego le dio un golpe a un árbol que daba sombra en ese jardín—
No quiero sentarme y tampoco hablar contigo—me vociferó y yo intentando contener la
calma y las lágrimas que me habían estrangulado los ojos, me quedé en silencio para evitar
una discusión peor.
— ¿Por qué él siempre tiene que salir ganando en todo?—mostró unos sentimientos
de odio que a mí me causaron pavor— ¡Oh sí! Se me olvidaba es que él es el príncipe
heredero.
—No, —me volvió a gritar y luego se colocó los brazos en la cabeza—Tú no quieres
ser feliz, lo que te pasa es que sigues empeñada en ser la esposa de Jefferson y no terminas
de entender que él no te ama.
—Yo decidí volver con mi esposo, creo que tengo todo el derecho de continuar con
él ¿Por qué no estás de acuerdo?
—Jefferson siempre consigue todo lo que quiere y desea, —las mujeres lo ven como
el hombre más guapo, los hombres quieren ser como él; siempre es el centro de atención.
Yo soy un simple chico adoptado cuyos verdaderos padres lo vendieron a unos
narcotraficantes para poder comprar sus vicios.
—Luciano tú eres mi amigo—subí las escaleras que iban hacia la entrada del
palacio—pero no te voy a permitir que me trates como un gusano. Yo te quiero, pero nada
más. El hombre de mi vida, fue, es y seguirá siendo Jefferson. .
Entré al palacio y me fui directo a la biblioteca, ahora más que nunca necesitaba
conocer el final del libro “Mi Pequeña Princesa”. Sí, me identificaba mucho con la
protagonista, ella era igual que yo; es decir, una chica incomprendida que cambia su vida
y que asimismo se enamora; pero que encuentra muchas dificultades, sobre todo, con las
demás personas que la rodean.
En ese lugar me dirigí a donde estaba esa novela, mi único consuelo era que había
varios textos de ese libro y que a pesar de que Jefferson se había llevado uno, yo tenía la
oportunidad de tomar otro para examinarlo, leerlo y conocer el desenlace del capítulo
final.
En ese instante, se abrió la puerta de la biblioteca y Máire entró vestida como gran
señora. No, no cargaba la misma ropa de cuando Jefferson y yo habíamos entrado al
castillo; pero bueno, eso era cosa de ella y tampoco tenía que darme alguna explicación si
quería ser reina de belleza o modelo de pasarela cada dos minutos.
Cerró la puerta de la biblioteca y seguidamente se acercó a donde estaba yo. A
veces yo me sentía tan pequeña ante una mujer tan elegante como lo era ella que temblaba
como en esos segundos lo estaba haciendo. No era nada fácil tratar a alguien como lo era
Máire, sin embargo, el demostrarle miedo tampoco entraba en mis propósitos.
—Sí, claro—sentí pavor de lo que ella me iba a decir; por lo que dejé el libro sobre
la mesa—pero, ¡Por favor, no me llame princesa! ¡Dígame Mariska!
—Tenemos muchas cosas que aclarar—me hizo sentir con sus palabras que me iba a
morir; por lo que, preferí no mirarla a los ojos rectamente.
—No pienses que porque yo no hablo casi contigo—ya venía con sus
recriminaciones—no me doy cuenta de la amistad que mantienes con mi hijo.
—No quiero que creas que mi cabeza anda creando ideas locas—sonrió
peligrosamente—pero debes saber que mi hijo está enamorado de ti.
—Sí, es solo tú amigo—me tomó de las manos—pero Luciano está enamorado de ti.
—Pero…
—Jefferson y yo estamos intentando ser una verdadera pareja—fue tan fácil decir
eso—realmente ambos nos amamos.
—La idea fue de Jefferson—le anuncié cambiando mi torpeza por mayor seguridad.
—Mi hijo—palideció de solo expresar eso—no quiere entender eso. Él cree que
Jefferson siempre ha tenido suerte y eso no es verdad.
—Yo creo que Luciano está resentido porque sus verdaderos padres lo vendieron y
no tuvo suerte con su pobre madre adoptiva —le aseguré sin razonar mucho mis palabras.
—Sí, creo que es eso—su voz sonó menuda—pero es que Luciano tiene que
entender que él no es la única persona que ha sufrido en este mundo. ¡Imagínate a
Jefferson! Cuando mi sobrino tenía sólo cinco años, su padre lo castigó por sacar una nota
mala en una asignatura, dejándolo dormir afuera en el patio durante toda la noche. Como
esa, han sido las muchas las situaciones que a Jefferson le terminaron endureciendo el
corazón. Otra vez, lo hizo dormir en una habitación llena de serpientes.
—No, no podía hacerlo—se levantó de su asiento—ella era una mujer que ya había
visto el fracaso del matrimonio de sus padres; además, había sido criada a la antigua y
como sabes ese tipo de mujeres viven por sus esposos. Ahora ella ha cambiado, pero creo
que lo hizo muy tarde.
Yo me levanté del asiento sin saber qué diablos pensar; por un momento, deseé
haber estado en la vida de mi esposo en esos años. Yo sí lo hubiese defendido de los
maltratos del difunto rey. Yo sí fuera intervenido para que él no llorara.
Finalmente Máire se marchó y yo como idiota me puse a llorar. ¿Por qué antes
nadie en el palacio me había hablado de esos sufrimientos? Solo Carolyn, Jefferson y ahora
Máire me habían explicado con detalles esos sucesos. Además, si yo los hubiese sabido
antes, Jefferson y yo no hubiéramos perdido tanto tiempo que gastamos peleándonos
como niños y más bien la paz, fuera sido una buena carta para jugar con él.
Todos en la familia real comimos en silencio como siempre y sino fuera sido por la
interrupción a media cena del duque del palacio, las cosas fueran terminado así.
Tristemente este señor llegó con muy malas noticias; al parecer una muchacha de 25 años
se había subido a la torre más alta de un reconocido edificio de la ciudad con la amenaza
de que se iba a arrojar al vacío, sino llegaban a hablar con ella el príncipe y la reina madre.
Al oír eso todos nos asustamos; pero la reina madre no se dejó menospreciar,
tampoco Jefferson que había recibido la noticia como si fuera una promesa llevada hacia el
horizonte por el viento. Yo; en cambio, estaba muy asustada ¿Y cómo no estarlo si mi
esposo estaba inmerso en todo ese problema?
— ¡Sus altezas!—dijo el jefe de ellos haciendo una reverencia, luego besó la mano de
la reina madre y saludó de mano a mi esposo—Necesito que tomen esta situación con
mucha calma. Si ya el excelentísimo duque les has informado; una chica de edad
aproximada 25 años está montada sobre la torre más alta de edificio “Antes” con la
amenaza de lanzarse al precipicio si ustedes no hacen actos de presencia allí.
—No, creo que eso va a ser imposible—aseguró el jefe del comando y escuchar esas
palabras a mí me hizo sentir fría del terror.
Yo escuché eso y sentí espanto. Esa chica sí que estaba desequilibrada y el hecho de
pedir ver a mi esposo y a la reina madre para poder bajarse de esa torre, demostraba lo
mal que estaba de la cabeza. Lo cierto era que el sonido de la voz del jefe del comando de
emergencia cuando hablaba era lo que me causaba más desasosiego.
— ¿Por qué no salimos de una buena vez de todo esto?—planteó Jefferson actuando
como si esa situación fuera de lo más natural para él—Estamos perdiendo tiempo aquí y
cualquier segundo puede ser crucial para salvarle la vida a esa muchacha.
— ¡Con sus permisos!—el jefe del comando hizo nuevamente una reverencia en
forma de despedida; posteriormente Jefferson, la reina madre, el duque y los agentes del
comando de emergencia dieron media vuelta hacia la salida y se retiraron.
A las dos horas todos estábamos en las afueras del palacio esperando noticias de
Jefferson y de su madre; sin embargo, ninguno de los dos llamó para informarnos sobre
las circunstancias y de cómo se estaban llevando a cabo. Por lo que, haciéndole caso a
Máire me retiré a la habitación para esperar allí a mi esposo.
Cuando entré en el dormitorio lo primero que noté fue que de sorpresa alguien
había colocado pétalos de rosas en la cama. La luz que me iluminó los ojos al ver esa
belleza fue algo especial y me sentí contenta de que a partir de esa noche Jefferson fuera a
dormir conmigo en ese lecho.
Era preciso que me prepara para recibir a mi príncipe; me desnudé palpitando, con
un cosquilleo en el estomago tomé una toalla y me introduje en el baño para asearme. En
la regadera me sentí feliz de estar viviendo algo tan maravilloso y le rogué a Dios para que
la chica saliera viva de ese momento.
A pesar de todo, yo jamás podría desearle algo malo a un ser humano y menos a
una persona que tuviese problemas mentales. Al fin y al cabo dicen que de locos todos
tenemos un poco. Jefferson tendría que salvarle la vida, sin importar el costo; ya que, yo
sabía que si la chica moría, él jamás podría ser el mismo. Se sentiría triste y su pobre
corazón sufriría mucho.
Además, ya Máire me había explicado del trauma que Jefferson tenía por la culpa
de su grotesco padre y si la tal chica de 25 años moría a mi pobre esposito se le iría la vida
en ello. Aunque una cosa sí era cierta, si la chica se suicidaba; entonces, mi príncipe me iba
a tener a mí siempre para apoyarlo.
Salí al rato del baño y encontré sobre la cama un sexy Baby Doll rojo que alguien
aprovechando que yo estaba en el baño había dejado en el dormitorio para que yo me lo
pusiera. Lo vi, lo tomé con la mano y comencé a estremecerme. ¿Qué iba a pensar Jefferson
si me lo veía puesto?
Nada malo, de eso estaba segura. Jefferson me adoraba y esa forma de querer tan
llena de deseo era una de las cosas que más me habían atraído de él cuando nos
conocimos. Tantas veces había oído de mis amigas y de las revistas de moda que una
buena manera de hacer que un hombre cayera rendido a los pies de una mujer era con el
uso de ese minúsculo trapo y en ese instante yo iba a comprobar esa hipótesis.
Me coloqué el Baby Doll con unos tacones rojos que descubrí del lado inferior de la
cama y cuando terminé de arreglarme sentí mucho miedo de ver llegar a mi esposo. No
me vi en el espejo; tomando en cuenta que, la pena me hacía colorear las mejillas. Aún no
sabía cuál iba a ser la reacción de Jefferson cuando me viera así vestida. ¿Me juzgaría mal o
bien? Lo realmente cierto era que no iba a ser nada fácil esperarlo cubierta de esa forma.
Pasaron las horas y yo aún estaba esperando a Jefferson sentada en la cama, el muy
tonto ni siquiera se dignaba a llamarme. De un segundo a otro, la angustia se apoderó de
mí y encendí la televisión para ver si estaban transmitiendo la noticia en los canales. Pero
no, la información estaba censurada y de eso, seguro que la culpa la tenía el duque.
Pasaron otras horas más y tampoco Jefferson apareció. El muy idiota sabía como
hacer que las personas le besaran el culo de tanto adularle y en tanto, yo estaba muy
preocupada por él y por su madre, lo cierto era que yo nunca podría ocultar esas
emociones. Mi cuerpo estaba tembleque y podía jurar que si fuera asistido a ese edificio
con Jefferson lo más seguro era que con mi miedo habría destruido la operación de los
agentes.
Caminé como tres pasos hacia la cama y cuando lo hice sentí que la puerta del
dormitorio se abrió. Era Jefferson que por fin había llegado, al verlo el corazón se me
detuvo y con su mirada mi aliento pareció extraviado. Él me miró sonriente y pasó a la
habitación cerrando la puerta detrás de su precioso cuerpo.
—Te ves como una diosa—me susurró en el cuello y yo no supe que contestarle. El
corazón me hacía tuqui tuqui y sentía miedo de que si hablaba se me iba a salir por la
boca—y en este momento, lo único que deseo es arrancarte esa ropa propicia del pecado,
tirarte en la cama y hacerte el amor miles de veces hasta que los dos quedemos exhaustos.
—Esa idea suena genial— entrecerró sus ojos, mostró una ligera sonrisa y me llevó
cargada a la cama, yo por mi parte sentí una oleada de deseo y tensión sensual que me
hizo suspirar de placer — me va a encantar saborearte.
Pero esas palabras no eran tan necesarias que él las dijera; ya que, un par de horas
después estando los dos abrazados en la cama luego de haber alcanzado numerosas veces
el clímax, el cansancio nos revelaba que la emoción de hacer el amor no era igual para
aquellas personas que buscaban sólo sexo, que para aquellos seres que están realmente
enamorados.
— ¡Yo también te amo!— le dije sin más, pues aunque me había agradado oírle
decir esas palabras, sabía que él también necesitaba escucharlas. Ahora que sabía lo que mi
esposo había sufrido durante su infancia, yo le iba a decir “Te amo” cada vez que me fuera
posible. A cada hora, a cada minuto, a cada segundo no era lo único relevante, debido a
que, lo más importante era que él las escuchara dichas con el corazón.
— Pero, yo todavía tengo una duda—le dije y él arrugó el gesto— ¿Cómo supiste
que yo había recibido la foto de Kimberley y tú en Miami? —le pregunté con una voz de
niñita malcriada que a él lo hizo sonreír—yo no le dije a nadie que lo sabía.
— ¿Esa es tú duda?—preguntó incierto y yo le afirmé con la mira que esa sí era mi
duda—Muy fácil, un día entré a tu dormitorio a buscarte y estabas dormida. Entonces,
buscando entre tus cosas para ver si descubría algo sobre la razón de tu odio hacia mí,
encontré la fotografía con la carta metida en la gaveta de tu peinadora. Le habías escrito
unas palabras y con eso confirmabas mis teorías de que me odiabas.
—Bueno, ese día también encontré un poema que te escribí el día que llegaste aquí.
Pero, digamos que de eso no me siento muy orgulloso; ya que pensé que lo había botado
¡Te imaginaras mi cara cuando descubrí que lo habías encontrado, leído y guardado– Y
entonces, mirando el techo del dormitorio me dijo el poema completo:
Escuché sus palabras y di un leve suspiro, lo cierto era que jamás me hubiese
pasado por la cabeza que Jefferson había revisado esa tonta fotografía en mi habitación.
Tampoco que él me había escrito ese poema que a mí tanto me había gustado.
—Y en cuanto a lo de la foto—continué—sé que fui una tonta por creer más en esa
imagen; pero quiero que sepas que deseo olvidar el pasado y con eso reconstruir nuestro
futuro. Sé que no debería tener dudas; sin embargo, estoy tratando de superarlas todas.
— ¡No te preocupes!—me besó la mejilla— ¡Me encanta que seas tan especial y
diferente conmigo! Nunca podrás ser como las demás mujeres—él terminó de decir esa
frase y ambos nos quedamos unos segundos en silencio.
—Yo también te quería decir algo que durante toda la noche en el edificio “Antes”
me estaba rondando la cabeza— me expuso poniéndome su cálida mano en los labios—
¿Te importaría que te lo dijera aquí?
— ¡Claro que no!— Ahogué un pequeño suspiro para evitar que Jefferson se diera
cuenta de que estaba maravillada de ver que él estaba intentando parecer el esposo
perfecto.
—Créeme que fui feliz cuando ese día me dijiste que estabas tomando pastillas
anticonceptivas; ya que, me encantaba saber que cada vez que te hiciera el amor desde ese
día, no iba tener que desafiar mi poca voluntad para separarme de ti y salir a buscar un
preservativo.
—Por eso, antes de que pase más tiempo y las cosas entre los dos sigan su curso—
prosiguió dándome un beso en la oreja—quiero hacerte una propuesta.
— ¿Qué te parece si postergamos eso de tener hijos por unos cuantos años?—me
introdujo la lengua en la oreja y yo vibré—mi madre anda ansiosa por tener nietos, pero
creo que tú y yo debemos estar preparados para ser padres.
—Sí, creo que eso sería lo mejor— Me comentó con la voz ronca acariciándome los
senos con su enérgica mano— Estaba pensando que lo más correcto sería que esperáramos
los años que nos faltan para graduarnos y luego de ello, entre los dos viéramos la
oportunidad de tener hijos.
— ¡No estoy segura!—le rodeé el cuello con los brazos y lo volví a besar a lo que él
me colocó presuroso de espalda al colchón y comenzó a realizar una labor elocuente de la
que ninguno de los dos nunca se cansaría. Me expuso el cuello a su boca y luego lo demás
vino de ganancia.
Cuando abrí los ojos esa mañana Jefferson estaba sobre mí, la mirada de deseo que
me mostró fue tan definitiva que dejé que él condujera esa traviesa relación que
mantuvimos rápidamente en ese instante. Lo amaba y deseaba tanto, que amanecer de esa
forma era lo más maravilloso que me había pasado en mi corta vida. Hacer el amor con mi
esposo siempre sería un hecho demasiado evidente para los dos; ya que, siempre que
estábamos juntos el deseo nos hacía temblar hasta que llegábamos a la cúspides de nuestro
apetito.
Luciano me miró inquieto y consternado durante todo ese tiempo. La reina madre
mantuvo en su boca una sonrisa bastante contagiosa. Máire y las hermanas de Jefferson
comieron con cautela y con ojos entornados. Al parecer ellas estaban perturbadas por los
cambios que se habían dado en la familia durante los últimos días.
Jefferson oyó esa directa y repentinamente se sintió incómodo; pero no dijo nada, en
cambio, se dio media vuelta y se retiró del comedor. Yo me quedé sorprendida, la forma
en que mi esposo se había comportado no me parecía la más adecuada, él no tenía que
haberse marchado para dejarme con su primo; además, no me gustaba para nada lo
candente y contento que Luciano actuaba esa mañana ante mi presencia.
—Mariska, Mariska, Mariska—Tragó con dificultad dándose cuenta de mi tedio y
de mi hastío— ¿Te encuentras bien?
—La vida es así— susurré con los latidos del corazón acelerado— ¿No te parece que
ésta es una realidad un poco incómoda? Digo, tú y yo hablando de esas cosas.
—No creo que esa sea una buena idea—le dije con gran conmoción intentando
hacer de la cólera que sentía, un travieso espejismo.
—De acuerdo—me rendí pero no le di la mano, luego caminé con dirección hacia el
salón de billar y él me siguió. En el camino hacia allí, yo no podía dejar de pensar en que
tenía que ser fuerte para no dejar libre el alto tono de vulnerabilidad que tenía ante ese
amigo.
Abrí la puerta del salón de billar y entré presurosa. Luciano ajustó la puerta y yo no
supe que decirle, lo cierto era que estaba muy nerviosa porque ya conocía la noticia de que
él estaba enamorado de mí. ¿Ahora, cómo iba a actuar frente a él?
— ¿Sí? —Crucé los brazos, le miré a los ojos y actúe como si lo tensa en que estaba
no fuera un problema para mí— ¿Sí, Luciano?
— ¿Qué?—Me costó mucho reunir la fuerza suficiente para decirle esas palabras.
¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que quiero seguir siendo tu amigo— El tono de voz con el que habló
me apaleó como una bofetada.
— ¿Bromeas?—le pregunté incrédula bajando los brazos— ¿De veras? ¿Por qué?
—Algo así—se tensó dolorosamente—y creo que sino lo hago mi primo me corta la
cabeza.
—De verdad, que me gustaría que las cosas fueran sido de otra manera—musité
respirando hondo.
—Yo lo amo, Luciano—le dije apenas consciente de que hablar con Luciano sobre
mi amor por Jefferson era un completo error.
Mi primera clase fue de Lengua Contemporánea, allí unos chicos realizaron una
exposición oral y yo distraída en mis pensamientos no escuché nada de lo que ellos decían.
Aún no podía creer que Jefferson se hubiera disgustado conmigo. ¡Idiota! ¡Idiota! Pero, era
mi idiota y así me gustaba.
Mis amigas estuvieron durante toda la clase murmullando entre ellas y creyendo
que yo las estaba escuchando, sobre mi fin de semana en Nueva York. Con un tono de voz
bastante encantador, atento y sensible Gabriela, Marianny y Rosiris me hacían preguntas
íntimas sobre lo que pensaban mis padres sobre Jefferson. Yo estaba tan ida que ni
siquiera me preguntaba cómo ellas sabían sobre mi visita a Nueva York con mis papás;
pues yo a nadie le había dicho nada.
Odiaba estar en una situación tan incómoda; sobre todo, porque ellas conocían los
celosos que podían ser mis padres en cuanto a mí. Claro, se estaban preguntando cómo
habíamos hecho Jefferson y yo para estar juntos. Esa información; así me la preguntaran
de miles de manera, siempre se iba a quedar entre Jefferson y yo.
No obstante, esa no iba a ser la única información y experiencia que se iba a quedar
entre mi príncipe y yo; ya que, en medio de la clase, él animado por no se qué, entró sin
llamar al salón y se dirigió a la profesora. Yo al verlo me puse colorada y me sentí mal de
no poder escuchar las cosas que le estaba diciendo a la maestra.
Finalmente, él culminó de hablar y sin voltearse para verme se retiró del salón de
clases. Inmediatamente de eso, la profesora se dirigió a mí:
Jefferson en el pasillo, estaba parado pegado de la pared con una cara que no
mostraba nada. Se veía tan guapo, serio y misterioso que por un momento mi cuerpo ardió
en llamas. Ese era el problema de él, que lograba volver locas a las mujeres, sin por lo
menos mover un dedo.
Sentada sobre la mesa abrí las piernas y dejé que Jefferson se apretara más contra
mí. Él me besó el cuello con desvergüenza y yo me erguí entre sus brazos. Después no lo
pude evitar y gemí cuando sentí la mano de mi esposo levantarme un poco la camisa para
acariciarme los senos con más soltura.
— ¿Cómo dices? —Me quedé rígida al darme cuenta de cuáles eran sus intenciones,
eran las que me había imaginado— ¿Te has vuelto loco o qué? Alguien podría vernos o
escucharnos. ¡Esto no está bien! ¡Eres un sádico morboso!
A lo que él sonrió y me dijo al oído lo sexy que me veía cuando me enojaba con él,
luego me mordisqueó el cuello y eso fue determinante para que mi fuerza de voluntad se
fuera al zipote. No tuve el valor ni la disposición de decirle que no; así que le quité
presurosa la camisa y Jefferson me acarició ansiosamente las nalgas a través de la falda.
—Todo lo que soy yo te lo debo a ti— Me acarició el cuello y con ello logró que yo
sintiera un torbellino de emociones muy suavemente. Aún en esa situación, yo no lo podía
creer, me embargaba una emoción muy profunda de saber que era la esposa y la mujer de
Jefferson. Además, no era únicamente por lo de las relaciones sexuales, él me decía con el
corazón que me amaba y eso significaba mucho para mí. Asimismo, me estaba abriendo su
corazón y eso me hacía muy, pero muy feliz. ¿Cuántas chicas podían contar con algo como
eso?
Durante las siguientes clases yo estuve peor que antes, no podía dejar de pensar en
que, a partir de ese momento, no sólo tenía que preocuparme por parecer una chica bien
educada e instruida, sino que tendría que ver si podía mirar a las demás personas a la cara
sin que mis ojos reflejaran que había hecho el amor con mi esposo en un salón abandonado
de esa universidad.
Entre esas horas no me pude contactar ni comunicar con Jefferson, el trajín de que
ni siquiera me había levantado de mi asiento para respirar aire puro, cuando ya el nuevo
profesor entraba a salón de clases, me tenía verdaderamente agotada. Además, recibir la
mala noticia de mis amigas de que a la última hora teníamos examen escrito no me alegró
mucho; ya que durante el fin de semana no había estudiado nada de nada. ¿Y cómo iba a
hacerlo si había estado de viaje para Nueva york y no precisamente revisando internet o
libros de consulta?
Al final presenté el examen partiendo de los conocimientos previos que tenía sobre
el tema. Lo cierto era que de veinte preguntas logré responder menos de la mitad. Ahora sí
que la raya de una persona bruta sería confirmada. Iba a asesinar a Jefferson por no
dejarme estudiar como Dios manda.
Pero, lo que no me gustaba de ese sitio era la intención de los estudiantes que allí se
reunían a pasar los ratos libres de “Soy su sirviente”, “lo que quiera nada más pídalo”,
“me fascina verla por aquí, princesa”, “usted es una estrella que ha bajado del cielo para
armonizarlos el lugar”. Tampoco el hecho de que la música callejera como el rap, el reggae
y el punk estuvieran prohibidos en ese lugar, pues a esos muchachos lo que les fascinaba
era la música clásica del tipo instrumental.
—Tienes una cara de cansancio horrible— me manifestó con los ojos iluminados
Washmatt— ¿Qué te ha pasado?
—Nadie nombró el sexo— Ray se comió una fresa—si se picaron fue porque ají
comieron.
—Después dicen que las mujeres somos chismosas— Marianny tomó una fresa
entre sus manos y se la lanzó a Ray—pero ustedes son peores porque de todo arman un
cuento.
Yo sonreí mordiéndome los labios; sí, a ese profesor le gustaba dar clases
demasiados intensas; pero ni modo, si quería aprender inglés tenía que hacer el sacrificio y
calármelo tal y como era. No, estar con Jefferson jamás podría ser un sacrificio, él valía
todas las locuras que tuviera que vivir. Mientras ambos estuviéramos de acuerdo en
disfrutar nuestros momentos juntos, los demás era ingreso final.
Es que, no era nada más por lo guapo e inteligente que era, sino porque podía
desafiar al mundo entero para hacerse sentir. Me amaba, sus ojos me lo revelaban a cada
segundo que pasaba conmigo. Su corazón palpitando me gritaba el amor que sentía por
mí.
Durante todo el tiempo de mi trabajo conté los segundo para volverlo a ver. Aún
cocinando esos pasteles no podía creer que el amor y el deseo fuera tan de la mano.
Amaba a Jefferson con el alma y lo deseaba con el corazón. ¿Quién podría decir que la
pasión se podía agotar? Alguien que nunca se hubiese enamorado.
De repente y casi cuando era la hora de salida del trabajo, Kimberley apareció en la
cocina del la cafetería-restaurant con su carita de mosquita muerta e hizo su acostumbrada
actuación de niña “todo lo sé”, “todo lo tengo” y “todo lo puedo”. Yo nunca pensé que esa
actitud de ella hacia los demás, a mí me hiciera saber que yo nunca tendría que envidiarle
nada a esa estúpida. Esa necia era un gran problema y con su carita fresca creía que se
estaba comiendo el mundo.
Jefferson no la amaba a ella, de eso estaba completamente segura. Además, las cosas
que hacía para llamar la atención de él era una prueba febril de que estaba muy necesitada
de cariño. Pero con mi príncipe no iba a contar, tenía que irse olvidando de que
nuevamente iba a ser su novia, o que pronto iba a tener esa relación basada en el sexo con
mi esposo. Los dos habían terminado y esta vez era para siempre.
¿Pero, qué odiaba de ella? Eran tantas cosas resumidas en una sola palabra
“Insoportable”, ella era insoportable, no tenía nada de sencillez, hacía uso de su mala
gana para humillar al resto de la gente y manipulaba a todos con su vocecita de “Me siento
tan mal”.
Consecutivamente, tuve una clase con la señora “Lali”. Ella era una mujer de 60
años que más bien se parecía a una bruja de cuento de hadas. Era tan arpía que esa tarde
únicamente porque había llegado un par de minutos tarde me había echado una soberana
bronca. Yo, aunque me costó un poco al principio, tuve que pedirle disculpas por mi
“descortés” desempeño delante de una mujer mayor. Lo cierto era que aún me hacía falta
conocer lugares del palacio para cortar camino y llegar más rápido a ciertos lugares
Esa dama dictaba la clase de “Recursos Naturales”, ésta era una asignatura bastante
larga en donde se me enseñaba todo sobre los recursos naturales con los que contaba la
nación. A mí que se me olvidaban con facilidad los nombres un tanto difíciles, cada vez
que me reunía con esa mujer, terminaba echando chispas.
Pero eso era fácil de decir para la señora “Lali”, una persona que llevaba estudiando
la parte natural de país por muchos años y que había repetido esos nombres cientos de
veces. Yo; en cambio, me equivocaba cien veces y era juzgada otra trescientas veces más
por ella.
Por lo menos el sonido del teléfono de esa profesora me salvó. Rápidamente un
tono de una canción conocida comenzó a sonar dentro de la habitación y la señora “Lali”
agarró el auricular dispuesta a contestar. Yo no pude evitar ponerse de todos los colores
del arcoíris. Ahora, sí tenía algo con que recriminarle su perfección; pues, ella a mí si me
obligaba a mantener el celular apagado cada vez que entraba a su clase.
—Sí, para ti—me expresó eclipsada— La llamada era del príncipe Jefferson—yo no
podía creer lo que estaba escuchando—Dice que vayas en ese momento a su piscina
privada—yo palidecí nerviosa—porque necesita hablar contigo.
—Ah, no —salió del hoyo en que parecía encontrarse—ese tipo de cosas no son mis
problemas—entonces, haciéndome señas para que me fuera me corrió de su presencia—
¡Pero, vete, que te están esperando! ¡No esperes más tiempo! Tú esposo es muy delicado y
si llega a saber que te hice perder tiempo aquí o si llegas tarde a la cita, me va a regañar
como si fuera una niña.
—Pero—tartamudeé.
Corrí a toda velocidad a través del patio del palacio. ¿Qué se traía Jefferson entre
manos? Lo cierto era que pensar en entrar a la habitación donde Jefferson tenía su piscina
privada, me ponía los pelos de punta. Yo nunca había entrado allí y ahora de repente, iba
para allá por una invitación de él.
Me esforcé por llegar lo más rápido posible a ese sitio. No por lo que dijo la señora
“Lali” sobre que mi esposo era muy delicado y si llegaba tarde la iba a regañar a ella. Sino
porque estaba deseosa de hablar con mi príncipe, lo deseaba tanto y quería pasar un rato,
aunque fuera corto, con él.
A los pocos minutos ya estaba parada frente a frente de la puerta de esa habitación.
Estaba nerviosa, agotada y con el corazón en la boca. Pero, tenía algo que me alegraba el
alma, Jefferson era mi recompensa por haber corrido tan velozmente.
Entonces, nerviosa como estaba abrí la puerta con la llave tarjeta, me adentré a la
habitación y después la cerré. La morada estaba un poco oscura, la luz que poseía era muy
tenue y solo era creada por un montón de velas enfiladas sobre unas escaleras que
comunicaban el cuarto con lo que deberían ser los baños.
El lugar era precioso y tenía una ambientación muy jovial. No se parecía en nada a
su dueño; ya que, más bien se concebía como un sitio familiar y natural. Jefferson en
cambio, parecía de hierro forjado. En ninguno de mis sueños me habría imaginado estar
en un lugar tan hermoso como lo era aquel.
La piscina era privada como lo había sabido desde tiempo atrás. Pero era más bella
y atractiva de lo que me había conjeturado en mis fantasías. Dentro de ellas habían pétalos
de rosas rojas esparcidas, el agua se veía cristalina y la luz de una preciosa lámpara con
forma de corazón la alumbraba tenuemente.
— ¿Te gusta nuestra piscina?—me llegó Jefferson por atrás y me abrazó, yo vibré y
me pegué de él—mi alma siempre se siente bien cuando nada en ella.
—Pensé que tu invitación se debía a que tenías un asunto que tratar conmigo—dejé
que me besara los cabellos—pero parece que otros son tus planes.
—Yo voy a hacer el hombre perfecto para ti—me anunció Jefferson desde dentro de
la piscina—me gusta hacer por ti todo lo que nunca he llegado a hacer por nadie más.
— ¿No te vas a bañar conmigo?—me preguntó mostrando esa media risa que me
encantaba.
Salí con una toalla en la cintura esperando que Jefferson se hubiese puesto su traje
de baño. Así, por lo mínimo mi cuerpo no se vería tan excitado a como realmente estaba.
Caminé hacia la piscina y sin intención de inducir a Jefferson lo miré intentando ocultar
mis perturbaciones.
—Es tan intenso lo que profeso por ti—me mordió suavemente los labios—que
necesito de ti para poder vivir—luego introdujo su lengua en mi boca y yo lo abracé del
cuello—Eres lo mejor que me pudo haber pasado—me contuvo el mentón con su mano
derecha y me besó más enérgicamente.
—Quiero gritar que te amo—me dijo con los ojos iluminados— ¡Te amo!—gritó
levantando su cabeza y sus ojos hacia el techo— ¡Te amo!—yo le besé el cuello
persuasivamente y él me abrazó más fuertemente. Posteriormente me volvió a besar
intensamente en los labios.
Hacer el amor y alcanzar el clímax en la piscina fue lo más lindo, sexy y excitante
que me pasó en el proceso de ir a conocer la piscina privada de Jefferson. Fue algo
maravilloso que siempre a los dos nos emborracharía de gozo cuando en un futuro uno de
los dos recordara ese momento. Nos habíamos besado tanto que las marcas que nos
habíamos dejado en el cuerpo iban a tardar unos cuantos días en borrársenos.
Cuando salimos de la piscina, Jefferson se portó como todo un caballero, se fue a los
baños y trajo consigo mi ropa y la de él, según porque quería verme vistiéndome. El muy
canalla tenía una sonrisita que lamentablemente yo también poseía en mis labios. Los dos
sabíamos que nos pertenecíamos uno al otro.
— ¿Qué son esos?—le pregunté mientras agarraba las bragas y me las ponía.
— ¿Los NiNi?—él se subió el cierre del jean, y yo le afirmé que sí con la mirada para
que me respondiera—esos son muchachos que ni trabajan, ni estudian. Por eso, se les
llama NiNi.
—Si estás conmigo—se acercó a mí, me abrazó y luego me besó—Claro que te vas a
divertir.
—Jefferson—lo tomé del cuello— ¿Sabías que la señora “Lali” te tiene miedo?
—No, claro que no—me aseguró besándome la mejilla—pero ella siempre ha sido
así. Cuando mi padre estaba vivo, ella era una de las que me ponía los castigos crueles
cuando me portaba mal o no actuaba con el decoro que tenía que hacerlo. Ella es una
mujer demasiado fuerte y no sabe de qué forma enseñar al resto de la gente.
El día miércoles en la tarde, no compartimos juntos mucho tiempo como una pareja
y tuvimos que aguantar las ganas de acariciarnos, tocarnos y besarnos, esto debido a que
un grupo de estudiantes de cuarto grado de primaria estuvieron de visita en el palacio en
una excursión por el palacio real para conocer la historia del país.
Jefferson esa tarde actuó indiferente como sino le importara nada, estuvo todo el día
con el duque con su cara de obstinación de siempre y por un momento parada cerca del
establo y viéndolo conversando con un periodista de esos “chupa sangre” sentí que yo
tenía suerte de ser la única persona en el mundo que lograba sacarle palabras y
conversaciones largas a él.
Muchas veces había oído a personas que nos rodeaban a ambos decir que el carácter
de Jefferson era tan intransigente que jamás lo habían oído hablar en público llevando una
“conversación” como tal y eso era verdad, mi esposo estaba acostumbrado a solucionar
todo y tratar a las personas con simples “si”, “no”, “¿y?”, “no me interesa”, además de las
frases de hombre gruñón que callaban al resto de las personas de golpes.
Al final del día todos nos fuimos a dormir temprano por el cansancio de tantas
horas de trabajo. Apenas la puerta de nuestra habitación se cerró, Jefferson me tomó en
brazos y me hizo entrar al baño para lavarme con él. Cuando los dos estábamos en la
cama, totalmente agotados y felices, yo me encontré sonriéndome a mi misma. Jefferson
dormido se veía como un Dios semental y por un segundo me pregunté ¿Siempre será así?
El día jueves fue un día de sol radiante pero también de mucho calor. Todos en la
universidad estuvimos bastante acalorados, buenos mal que todos los salones tenían aire
acondicionado. Yo ni siquiera me pude concentrar mucho en las clases porque a cada rato
que intentaba hacerlo recordaba que por fin Jefferson estaba a mi lado como un verdadero
esposo y comenzaba a extrañarlo.
Jefferson los acompañó e indujo con eso a mis amigas para que ellas también
fueran. Al rato ni había casi trabajo en la cafetería-restaurant porque la mayoría de
estudiantes estaban viendo ese dichoso partido. Asimismo, el señor Jeus les dio el día libre
a varios de sus trabajadores para que fueran a disfrutar del partido y cuando menos
sospechaba estábamos únicamente él y yo en la cafetería-restaurant.
— ¿De qué te ríes?—él también se rió y caminó a donde estaba una silla para
sentarse— ¿Qué se te hace tan gracioso?
—Creo que nunca te voy a ver haciendo esas tareas—le confesé y él me acercó más
hacia su cuerpo y luego me sentó en sus piernas.
— ¿Y si el señor Jeus nos ve?—mi cuerpo se volvió gelatina entra sus manos—él
está allá afuera.
El calor perduró por varias horas más; así que todos los amigos de Jefferson, mis
amigas, e incluso Kimberley y Luciano después de que llegamos de la universidad nos
pusimos a nadar en la piscina principal del palacio. En la noche, mi esposo y yo junto a
toda la familia teníamos que asistir a la fiesta de compromiso de una niña rica llamada
Irie; así que, tomar un descanso entre la universidad y nuestras obligaciones era algo muy
positivo para todos.
Sin embargo, durante toda esa tarde, la oscura y exhibida presencia de Kimberley
me hizo mucho daño. No estaba celosa; sin embargo, sí estaba furiosa de ver a esa niña
mimada y ricachona hacer actuaciones bobas sobre su estado de salud, únicamente para
llamar la atención de mi esposo.
A mitad de la fiesta Jefferson me invitó a bailar una canción romántica que estaba
sonando. Me tomó de la mano y me llevó al centro de la pista de baile. Los fotógrafos que
estaban allí aprovecharon el momento para tomarnos miles de fotos. Era divertido sentir
los ojos de tanta gente sobre nosotros.
El baile empezó y yo me sentí segura entre los brazos de mi esposo. Su cuerpo era
tan duro y resistente que por un momento pensé en que él podría estar hecho de piedra.
Me gustaba su físico, me fascinaba su mirada, adoraba su carácter, no podría vivir sin estar
con él y con su preciosa forma de ser conmigo.
— ¿Estás seguro de que podemos hacer eso?—le pregunté esperando una respuesta
afirmativa—Digo ¿Si nos vamos nadie lo va a notar? ¿Si nos vamos después no nos van a
criticar? La prensa puede mañana sacar un artículo en nuestra contra, sí de esos que a
sacado desde que nos casamos.
No fueron necesarias las palabras de excusas para retirarnos. Jefferson con la ayuda
del duque logró que ambos nos retiráramos de la fiesta sin que el resto de los invitados
notaran nuestra falta. A los pocos minutos los dos íbamos en la limusina hacia el palacio y
a la media hora ya estábamos entrando a nuestro dormitorio real.
—Me gusta pensar que cada día pasamos más tiempo libre juntos—le dije estando
sentada sobre la cama abrazando mis piernas—Me gustaría que pasáramos las
veinticuatro horas del día juntos.
— ¿Estar juntos las veinticuatro horas del día para siempre?—Jefferson vio por la
ventana el glorioso amanecer—Eso sería genial.
—Pero nunca podremos hacer eso—le hablé con decepción bajando la cabeza hacia
mi pecho—aunque los dos pensemos uno en el otro todo el día.
—En los últimos días hemos estado muy ocupados—me dejó pasar a su lado y
ponerme delante de él— ¿Por qué no nos vamos de vacaciones?—me rodeó con sus brazos
y puso su mentón sobre mi hombro. Yo miré las hermosas montañas llenas de colores
naturales y tirité al estar cerca de mi marido.
—Además, me fascinó el día que pasamos en el “El Cielo y más Allá” —me besó el
cuello y yo sentí lo caliente de su boca sobre mi piel— ¿Me encantaría ir otra vez y a ti?
—Claro que sí— contesté nerviosa y lo besé—contigo iría al fin del mundo.
—Entonces, hoy mismo mando a las sirvientas a que nos hagan las maletas para el
viaje— dijo dándome la vuelta hacia él—y arreglo todo para que mi presencia aquí no
haga falta por esto días.
— ¿Crees que no vas a hacer falta aquí?—le pregunté con el ceño fruncido.
—Eres muy atractivo y responsable pero en el fondo eres muy parecido a mí— Pasé
una ojeada hacia su provocativa boca y le toqué los labios con el dedo del medio—Te
gusta la aventura, sientes amor y deseo y asimismo el corazón te palpita cuando estas
enamorado. ¡Eres muy tierno!
—Sí, mientras solo me vayas a servir a mí—se cruzó los brazos en la cabeza—Ese
día hasta pensé en ponerte un traje de sirvienta; pero como te vi tan furiosa me arrepentí.
— ¿Así te gusto, no?—Ni siquiera intentó coartar la sonrisa de éxito que floreció en
sus deliciosos labios—y tú me gustas despistada, tal y como eres.
Inmediatamente que entramos a ese lugar, Jefferson se arrojó cansado en uno de los
preciosos muebles. Yo me quedé un tiempecito parada en la pared. Necesitaba unos
segundos para asimilar que mi esposo y yo estábamos nuevamente allí. Ese sería el mejor
fin de semana de nuestras vidas
—Esto es... es muy encantador —crucé las piernas relajadamente—me gusta mucho
este sitio.
—Ahora sí estamos los dos solos—lo besé en la mejilla. Él cerró los ojos y después
yo lo besé en la boca— ¡Podremos hacer lo que queramos y tú puedes dejar de actuar tan
cerrado conmigo!
—A mí también.
—Si les digo que ellos nos invitaron para acá, es porque tengo razón.
Jefferson me soltó y arrugó el gesto. Yo lo vi y no supe qué decirle. Esas voces eran
demasiado conocidas por los dos. Eran todos los muchachos que nos habían acompañado
en el primer viaje y si lo que habíamos escuchado ambos era cierto, Luciano los había
traído allí haciéndoles creer que nosotros dos los habíamos invitado.
—Si eso es necesario, sí quiero eso—él contrajo el guiño desconcertado por lo que
yo acababa de decirle—no quiero problemas, ni pleitos, ni algarabías. Sé que este fin de
semana era para compartir los dos solos; no obstante, ahora no podemos hacer nada. Si te
pones a discutir ahora, las consecuencias van a ser peores. Vamos a pasar este fin de
semana tranquilo con ellos y al regreso, cuando lleguemos al palacio podrás reclamarle a
Luciano todo lo que quieras.
Cuando pude salir del cuarto de estar, Jefferson había desaparecido de la cabaña, lo
que significaba que él ya se había presentado en la cabaña principal de la isla. Ni modo,
eso simbolizaba que él y yo íbamos a tener que dormir en la habitación real de esa
hermosa cabaña y nuestro nidito de amor quedaba a otro nivel. ¡Qué mala suerte!
Todos se vieron a las caras y no dijeron nada. La cara de obstinación y furia que
Jefferson reflejaba no era muy linda que digamos. Yo me quedé callada, él tenía toda la
razón de comportarse como un ogro de cuento, pero tampoco lo podía dejar explotar de la
irritación.
—Espero que las cosas se den bien hoy—afirmó Rosiris—Deseo con el corazón que
Jefferson no tenga que trabajar mañana para que no se tenga que ir.
—Eso nunca— dijo con los ojos iluminados —Nos quedaremos en la cabaña en
donde está nuestro equipaje; además necesitamos pasar tiempo a solas. Por lo menos en
las noches sólo estaremos tú y yo—añadió con una sonrisa pícara en los labios.
—Eso te lo prometo—lo besé dulcemente en los labios; sin embargo, eso para él no
fue suficiente; ya que, me abrazó fuertemente e introdujo su lengua en mi boca. Yo le
respondí de la misma manera. Jefferson se separó un poco de mí y mostró una expresión
salvaje e irracional en sus dos hermosos ojos que reflejaban lo excitado que realmente
estaba. Luego me besó nuevamente.
— ¡Está bien!–me puse de pie y le di la mano aunque sabía perfectamente que lo del
cambio de ropa por el traje de baño era un truco para estar conmigo a solas.
Llegamos al poco tiempo a nuestra cabaña, Jefferson al entrar me alzó en sus brazos
y me llevó a nuestro dormitorio. Allí no me arrojó inmediatamente a la cama como yo
podría haber esperado. En cambio, me llevó al baño en donde un jacuzzi negro estaba
perfectamente preparado para que ambos nos diéramos un baño.
Me puso de pie y poco a poco fue quitándome la ropa. Luego se desnudó él.
Cargada entre sus fuertes brazos entré al jacuzzi y después dejé que él también entrara.
Los dos comenzamos a masajearnos uno al otro y a acariciarnos con sensualidad. No nos
importaba no estar enteramente solos; puesto que, estar juntos como pareja, en ese instante
era lo que nos importaba.
El colmo de los colmos llegó cuando Luciano hizo un castillo de arena y comenzó a
decir a voz populi que ese era el castillo en donde yo viviría con él. Sin importar la
presencia de Jefferson y del resto de los muchachos anunció que estaba rezando para que
mi divorcio llegara pronto; ya que, yo no era una mujer acorde para su primo, mejor
dicho, que su primo no era el chico adecuado para mí.
Esas palabras pusieron muy furioso a Jefferson y con toda la razón que podía tener.
¿Qué carajo decía Luciano? ¿Y con qué derecho? Yo observé concisamente a Jefferson y lo
que vi en su oscura mirada no me gustó nada. Él dominado por la ira se puso de pie y se
pasó la mano sobre la mandíbula ambicionando matar con ellas a Luciano.
— ¡Se acabó el señor amable! —Me dijo sin mirarme—No aguanto más a mi primo.
Le voy a enseñar a dejarte en paz.
Y sin esperar a que yo lo pudiera detener. Se fue hacia adonde estaba su primo y
arremetió contra él con ganas de matarlo, Jefferson estaba celoso y ésta vez con toda la
razón ¿Cómo Luciano se había atrevido a pregonar delante de todos todas esas cosas? Lo
primero que hizo fue un darle un golpe en la cara, a lo que Luciano sorprendido lo
empujo. Todos los muchachos se acoplaron cerca de ellos supuestamente para evitar la
pelea; no obstante, eso ya era tarde.
Jefferson encima de Luciano me miró y no dijo nada. Sus ojos reflejaron que estaba
más furioso que antes; pero a pesar de eso, no hizo más nada en contra de su primo. Lo
soltó del cuello y se puso de pie, finalmente, sin pedir por lo menos una disculpa caminó
entre todos y se retiró hacia la cabaña pequeña.
Al ver a mi esposo así, mi corazón se puso tristón. Los chicos ayudaron a Luciano a
levantarse de la arena. Lo cierto era que Jefferson era un hombre que no soportaba que lo
vieran o que lo tocaran, era una espiga sin flor. Pero que odiaba más, a las personas que
deseaban arrebatarle lo que por ley a él le pertenecía. Verlo explotar esa tarde contra su
primo era una prueba explicita de lo que podía llegar a hacer cuando sentía que alguien se
creía con el derecho de robarle sus tesoros.
— ¡Siento que esto haya pasado!—le anuncié muy temblorosa porque sabía que yo
tenía mucha culpa de esa pelea. Si no le fuera dado tantas alas a Luciano, él nunca se
hubiese enamorado de mí.
—Todos los días la misma historia con Luciano se quitó la camisa manchada con
sangre de la nariz de Luciano— ¡Qué fastidio!
—Por favor, no me abraces para contentarme. Estoy furioso contigo porque con tus
acciones me haces daño.
—Luciano está así porque tú le diste alas—me alzó un poco la voz— ¡No sabes
cómo me sentí cuando habló de divorcio!
Yo me detuve en seco cuando iba hacia la puerta para irme. Jefferson tenía razón, él
no era para nada culpable de lo que había pasado, más bien había aguantado mucho desde
la mañana. Me di la vuelta hacia él y sonriéndole me arrojé a sus brazos.
Jefferson me cubrió de besos y yo entrecerré los ojos. Así era como me gustaba estar
con él, sin peleas, sin engaños, sin sufrimientos. Era un placer tenerlo para mí cuando
quisiera. Yo no lo pude evitar y abrí la boca para que la lengua de Jefferson hiciera sus
labores; sin embargo, él no dejó de besarme superficialmente.
—Está visto que los dejamos solos y comienzan a darse besos—me dijo imitando la
voz de mi amiga Marianny —Eso va a ser lo que los muchachos, en especial tu amiga, van
a pensar de los dos; pero, no me importa. Te voy a besar cada vez que me sea posible. No
te voy a dejar en paz hasta que mi primo se de cuenta de que yo nunca te dejaría libre. Tú
me amas, yo te amo y él lo tiene que aceptar.
— ¡Qué tonta soy!— parpadeé asombrada— ¿Cómo no vi antes que Luciano estaba
enamorado de mí? Únicamente por tu amor he seguido adelante con este matrimonio
porque si fuera confiado un poquito más en él, ahora los dos estaríamos divorciados.
—Me imagino lo que están pensando todos en ese momento—lo tomé del cuello y
lo besé— ¿Quién sabe qué estarán haciendo ahí dentro?—imité la voz de Bartolomé.
—Claro que sí—me respondió con voz suave—Yo no voy a permitir que entre
Luciano y Kimberley nos estropeen nuestro fin de semana.
—Sí, claro que sí—me respondió con la mirada penetrante que me hacía suspirar—
Ella está incluida en nuestra batalla por amor.
—Gracias—le expresé con pena destinando mi mirada al piso—Gracias por ser así
conmigo.
De todas formas, las horas llegaron y el problema del pleito entre Jefferson y su
primo quedó al olvido y más cuando mi príncipe, para evitar un chisme o una
aglomeración de preguntas sin sentidos, les comunicó a todos que la riña había sido una
pequeña bromita que habían planeado su primo y él para ver qué sucedía.
A la mañana siguiente mis síntomas se hicieron realidad. Como todos los meses la
menstruación me confirmó que seguía siendo una mujer acta para la reproducción.
Jefferson al notar mi cara de titubeo, sencillamente me besó y me prometió que me iba a
cuidar como Dios manda; además, me juró un par de veces que me amaba con el corazón
y que si por alguna razón tenía que durar una eternidad sin hacerme el amor, aguantaría
solamente para estar junto a mí.
Eso me alegro muchísimo, cosa que no sucedió cuando las chicas y los muchachos
comenzaron a preguntarme del motivo que me hacía ponerme ropa holgada para la playa
y no el traje de baño para bañarme en el agua. La pena me puso bastante desconcertada y
al final tuve que inventarles un cuento de camino a todos, para que dejaran sus
interrogaciones por un buen rato. Cuando tuviera la oportunidad, les apretaría el cuello a
todos.
Durante todo ese día, todos nos divertimos como niños. Jugamos voleibol de playa,
atrápame si puedes, las escondidas. Asimismo, bailamos y cantamos, comimos parrilla y
bebimos vino tinto por largas horas. Paseamos a caballo y recolectamos caracoles. Los
momentos vividos durante ese día, sinceramente serían inolvidables. Jefferson me dio
tantas pruebas de su amor que yo no podía sentirme más feliz y Luciano actuó como el
mejor amigo que una chica podría tener.
El día siguiente fue algo más habituado, en la universidad ninguno de los chicos
podía dejar de hablar de lo bien que se habían sentido en esas mini vacaciones en la isla de
Jefferson. Kimberley actuó tan necia como lo era todos los días de su vida y Luciano
intentó simular y parecer un chico afortunado de tener un primo como Jefferson.
En la tarde yo estuve en las clases diurnas en el palacio y casi no tuve tiempo para
hablar y ver a mi esposo. Él estuvo nuevamente reunido con el conde y eso no me extraño;
ya que, durante el sábado y el domingo Jefferson no se había comunicado con él ni
mediante su laptop. Durante largas horas ninguno de los dos salió del despacho y cuando
lo hicieron fue para cenar.
A las dos horas llegué al palacio. Una limusina negra estaba estacionada en el
paradero de carros. Eso me hizo darme cuenta que los invitados extranjeros ya estaban
allí. Me bajé educadamente del auto y con ayuda de un guardaespaldas caminé hacia el
castillo. Inmediatamente, fui recibida por un sirviente que me llevó con demasiados
honores hacia donde estaba mi esposo. Las piernas me temblaban y el corazón lo tenía en
la boca.
Ella me vio, se auto presentó y con una sonrisa fingida se alegró de conocer a la
esposa de Jefferson. Yo sólo le dirigí unas cortas palabras porque al corto tiempo ya estaba
siendo dirigida a la oficina principal del palacio. Allí estaban reunidos mi esposo y el
senador; por lo que llegar ahí primero era lo más correcto.
—Sí, claro que sí— anunció el senador, luego yo apenada bajé la cabeza—De seguro
que durante estos dos días, mi hija y ella se van a llevar de maravilla y van a pasar mucho
tiempo juntas.
¿Quién iba a pensar que esas palabras a mí me tendrían toda la tarde en otro
planeta? No pude pasar mucho tiempo con la chica, pues para mí era obligatorio asistir a
una práctica de baile con Carolyn. Ella iba a tener la fiesta de cumpleaños el día viernes; y
a la reina madre se le había ocurrido que para dar una buena impresión ante los invitados,
lo mejor era que mi cuñada y yo, junto a un par de bailarines profesionales, diéramos una
demostración de baile a todos los asistentes a la fiesta.
Anna pasó parte del tiempo que tuvo durante esa tarde junto a Luciano. Él la llevó a
dar un paseo por los límites del palacio, la ayudó a darle de comer al caballo de Jefferson y
con sus dos ojos abiertos le mostró las piezas antiguas que adornaban el museo privado
del palacio real.
—Príncipe Jefferson, debería conocer más a mi hija. Si lo hace podrá ver que cuando
a ella se le mete algo en la cabeza se pone terca.
—Me ha dicho la reina madre que tú eres difícil de convencer y que también eres
terco. Vamos a ver si logras ganarme, Jefferson.
— ¿Qué haces aquí tan tarde? —Me inquirió Jefferson arqueando una ceja—Pensé
que ya estabas durmiendo.
Cuando ambos logramos salir, yo solté mi mano de la de él con desdén y con eso
Jefferson cerró la puerta de la oficina para evitar que los visitantes escucharan nuestra
conversación. Ya no podía evitar la rabia que sentía por ver la proximidad de esa
muchacha hacia mi esposo y la oscura mirada de deseo que presentaba ella.
—Pensé que esa chica ya estaba durmiendo—le expresé con un tono bastante árido.
—Decidió quedarse esperando a su padre—me respondió adivinado que yo estaba
hablando de la hija del senador— ¿Qué te sucede Mariska? ¿Por qué te ruborizas con tanta
cólera? ¿Por qué estas furiosa? Esos ojos de cólera te delatan fuertemente.
—Lo siento —anuncié con un destello de calor—te estaba extrañando mucho y vine
a ver si ya habías terminado.
— ¿Es eso o es otra cosa?–dudó acariciándome la cara— ¿De qué tienes miedo,
Mariska?
Me dirigí a la habitación real con la cabeza bien en alto, no era que sintiera dudas
del amor que Jefferson sentía por mí, sino que odiaba la forma tan buscona que actuaba la
hija del senador. Parecía tan necesitada de un hombre, que varias veces odié que mi
esposo la tratara tan bien.
Media hora después, acostada en la cama con los ojos cerrados sentí la puerta del
dormitorio abrirse. Jefferson entró con mucha cautela en sus pasos y cerró la puerta. Luego
se quitó la ropa y se fue al baño, unos minutos después regresó de allí con una pijama
puesta sobre su cuerpo y se acostó sobre la cama. Ya era la una de la madrugada y lo cierto
era que se sentía agotadísimo de tanto trabajo.
— ¿Por qué actúas tan extraña?—me preguntó con una discreta voz.
—No lo tomes a broma—me puse seria y arqueé las cejas. La furia que estaba
intentando controlar ya se me estaba escapando por los poros y no sabía si podía aguantar
más mostrándome como la esposa tranquila.
—No lo estoy tomando a broma sólo que me gusta verte actuar de esa manera—se
ruborizó y luego se puso serio—pero quiero que sepas que esa chica es la hija del senador
y que para llevar a cabo el negocio que mi madre está planteando, necesitamos
mantenerlos contentos a los dos. Si esa muchacha le dice a su padre que yo la he tratado
mal, ese señor no va a aceptar negociar. Para ella es fácil salir corriendo y decirle a su
padre que no haga ningún negocio con nosotros; pero a nosotros no nos conviene eso.
—Pero, ¿Por qué es tan importante ese negocio?—le indagué con un gesto de pánico
que a él le hizo abrazarme más profundamente— ¿No lo puedes hacer con otro?
— ¡Yo también te amo!—le declaré, aunque lo cierto era que la rabia que poseía no
se había calmado lo suficiente como para aceptar esa situación. En lo que quedaba de ese
día iba a intentar parecer normal, más eso no quería decir que viera con buenos ojos lo que
estaba pasando.
Durante toda la mañana, yo no pude dejar de pensar en que esa chica estaba cerca
de mi esposo y que estaba acaparando toda su atención. Sentada en mi puesto sin tomar
en cuenta la clase, podía ver en mis imaginaciones a Jefferson riéndose con ella. Eso era
una barbaridad.
Llegué al palacio y en ningún momento me encontré con mi esposo. Tuve que pasar
largas horas en mis clases extras y en los ensayos para el baile del cumpleaños de mi
cuñada sin la acostumbrada vigilancia de Jefferson. El muy señor estaba compartiendo con
Anna como si se conocieran de toda la vida. La llevó a pasear a caballo, le enseñó la
biblioteca, le mostró su enorme piano y asimismo tocó para ella, se acercó a un punto de
ella que los celos que no habían desaparecido por completo florecieron nuevamente en mí.
— ¿Me llevas a conocer tu cine privado?—le preguntó Anna a mi esposo con una
voz chillona de niñita sifrina cuando los dos iban caminando hacia la entrada del palacio y
ella lo llevaba a él arrastras—A mí me encanta el cine y como mi padre tiene muchos
contactos en Hollywood lo más seguro es que protagonice una película.
— ¡Está bien!—Jefferson asintió con la cabeza sin atreverse a voltearse hacia donde
yo estaba— ¿Qué te gustaría ver?
—Eso es porque nunca has hecho el amor en un cine—se sacudió los cabellos hacia
atrás con sensualidad—Algún día deberías probar eso.
Pasaron varias horas en que Jefferson no entró al cuarto. El muy cínico estaba
reunido con el duque para finiquitar los detalles del negocio con el senador. Al parecer
todo les había salido bien y la chica se había ido de lo más contenta con la forma en que
Jefferson la había tratado; por lo que su padre había aceptado negociar.
En ese momento, Jefferson abrió la puerta con gran sigilo y entró al dormitorio,
después pasó por mi lado, se sentó en la orilla de la cama y con preocupación me dijo:
— ¿Estás bien?
—No, pero tampoco quería cenar—le confesé haciendo hincapié en las tres últimas
palabras “No quería cenar”.
—Perdona, ¿cómo dices?—me hice la que no lo había escuchado. Lo cierto era que
no quería darle una explicación tan directa de lo que me estaba pasando. De todas formas,
él no se merecía de mí una ilustración total sobre mí.
—Es así, ¿verdad?—él mismo respondió su pregunta, lo que lo hizo alejarse de mí—
¡Maldición!—apretó un puño.
—Tú solo piensas en sexo—le grité dejando que una lagrima se atragantara en mi
mejilla—todo el tiempo es sexo. Hoy no te has volteado a verme ni un segundo, pero
ahora como quieres sexo, haces el sacrifico de acercarte a mí.
— ¿De qué hablas?—se acarició la boca con la mano queriendo con ello
tranquilizarse.
—Sí, claro que te amo—me respondió sin soltarme la mano. Yo arrugué el gesto en
una cruda muestra de que no le creía; pero él pareció no darme por vencido—Confía en mí
Lo digo de corazón.
Me quedé callada lo que lo hizo pensar a él que yo lo creía la peor persona del
mundo.
— ¡Maldita sea, Mariska!—le dio una patada al aire— ¿Por qué actúas de ese modo?
Lo único que quiero que sepas es que yo sí estoy feliz de haberme casado contigo, no me
importa si las cosas no sucedieron como los dos esperábamos; ya que, estar contigo ahora
para mí lo es todo.
Sin embargo, pasaron las horas y no dejó que su amor lo hiciera flaquear en algo
que tenía la razón. Yo estaba actuando dejándome llevar por los celos y no estaba
contemplando los hechos. No dijo nada durante toda la noche, aunque yo ya sabía que él
no podía dormir. Jefferson estaba despierto igual que yo y eso me hacía doler el corazón.
¿Por qué yo tenía que ser tan boba e insegura?
Luciano sí pareció notar que mi esposo y yo andábamos peleados; pues, era obvio
por el carácter distraído, alterado, frenético y roto de Jefferson en esa mañana. No
obstante, en vez de hablar de eso decidió darme su apoyo, me tomó de la mano cuando
todos estábamos tomando el desayuno y me miró con una cara de querer suministrarme
su soporte en todo.
Eso puso más irritado a Jefferson; ya que, sin esperar a que la hora del desayuno
acabara y la media hora del correspondiente reposo, se levantó de la mesa con la excusa de
que se sentía mal. Yo me quedé en shock y en una gran conmoción, me sentía tan mal de
haber propiciado esa pelea entre mi príncipe y yo.
Durante toda la mañana ninguno de los dos nos dirigimos la palabra y no le quitaba
la razón de que estuviera malhumorado conmigo; tomando en cuenta, que él no había
hecho nada malo que acarreara mi berrinche de la noche. Me había portado aunque me
doliera como la mismísima Kimberley.
Cuando fue la hora de la retirada me sentía más mal que antes. Caminando solitaria
por los pasillos de la universidad me sentía decepcionada de que Jefferson no me hubiese
ido a buscar a la cafetería restaurant. Me dirigí adolorida hacia la limusina para regresar al
palacio y cuando estuve cerca del auto no pude evitar sentirme enferma.
Él al verme decirle una mentira tomó nuevamente el libro dispuesto a seguir con su
lectura. Yo tirité al darme cuenta de que si quería hablar con él y arreglar nuestra relación,
ese era el momento.
—Sé que anoche pretendiste hablar conmigo—le hablé con cierto nerviosismo—y
que yo no te dejé hacerlo, pero es que los celos me orillaron a perder la confianza que tenía
en ti.
—Oh, por la Virgen del Socorro...—se quitó las manos de la nuca—no vengas con
eso.
—No entiendes...—le dije poniéndome las manos en la cara para aspirar frenar las
lagrimas que me amenazaban con hacerme llorar frente a él—yo sé que me equivoqué.
—Yo también—me dijo quitándome las manos de la cara para poder verme
directamente a los ojos—Yo también me equivoqué.
— ¡Déjame terminar!—me hizo callar con la mano—Déjame contarte todas las cosas
para que esos celos tuyos ya no tengan razón de ser.
—La razón por la que tuve que ser tan cordial con Anna—Yo lo oí adquiriendo
unos nervios de punta—fue porque el negocio que tenía con su padre se trataba de la
extradición de un violador en serie que fue encontrado hace un par de semanas tocando a
un niño cerca de una escuela.
—Yo tengo claro que esa chica durante días se cansó de hacerme ojitos, pero yo te
amo a ti y eso no va a cambiar.
—Jefferson…— lo tomé en brazos—No pretendo vivir sin ti. Sin embargo, a veces
me porto tan tonta. Lo siento mucho ¡Perdóname! Yo sé que tú jamás me querrías nada
más que por sexo y también sé perfectamente que me amas; no obstante, no pude evitar
sentirme celosa de verla tan pegada de ti.
—No tiene ninguna importancia—se colocó una mano en el cabello en señal de estar
lleno de muchas ilusiones—Si te pones así cuando ves a otra mujer acercarse mucho,
quiere decir que me amas.
—No, eso no es así—expresé atónita de verlo actuar tan tranquilo— ¡Yo te amo!
Pero te he puesto en un aprieto. Tienes todo el derecho de estar enfadado conmigo.
— ¿De veras? —Le murmuré casi en la boca— ¡Estás de broma!—más él ignoró mis
palabras y me besó. Yo solamente al sentir el tacto de sus labios sobre los míos no pude
evitar que mis emociones se descontrolen
—Pensé que los ricos vivían a dieta— le comuniqué arqueando una ceja—pero,
bueno—no lo pude evitar me eché sobre él y me senté en sus piernas con deseo.
Finalmente, hice lo que los dos estábamos esperando desde hace días, lo besé con
intensidad y provocación describiendo con ello, una pasión indescriptible.
Jefferson cerró los ojos y comenzó un recorrido desde mis labios para arriba, tocó
con su boca mi nariz y mis ojos. Después, me acarició con su mano la espalda y eso me
hizo gemir como desesperada. Tomando algo de valor, yo me despegué unos centímetros
de él y sonriendo me quité la camisa.
Al hacerlo, Jefferson se quedó mudo de ver el sostén negro que cargaba puesto. Sin
esperar más tiempo me lo quitó de un bamboneo y luego me besó arrogante los senos. Me
pasó la lengua con delicadeza por el lunar y eso me hizo sentir como si estuviera a punto
de caerme en el cielo.
Más tarde de eso, los dos estábamos desnudos y pegados uno del otro, queriendo
que ese momento nunca se acabara.
—Y sin embargo, anoche me hiciste sufrir— parpadeó con cariño—No pude dormir
durante toda la noche.
— ¿Yo? Estoy ocupado—su voz se hizo más gruesa de lo normal— ¿Para qué?
¿Qué? ¿No platicarás en serio? ¡Maldita sea, no hables tonterías! Yo no voy a ninguna
parte.
Perturbada por la pequeña discusión que estaba teniendo mi esposo por el teléfono,
tomé la blusa y me la puse. Seguidamente, me abroché los botones intentando no parecer
tan patética.
— ¡Dios mío! ¡No hagas nada!—le dijo extenuado—Sí, está bien. No voy a hacer
nada que te moleste—lo miré y no supe qué diablos pensar, tomé un cepillo y me dispuse
a peinarme— ¡Ya lo sé!—gritó extenuado— Allá voy—apagó la llamada y arrojé el
teléfono con furia.
—No, claro que no—buscó su ropa interior y se la puso—pero me tengo que ir.
— ¿Qué?—pregunté sorprendida.
“Al lugar en donde voy tú no puedes ir” esas crudas frases que mi esposo me había
dicho me tenían pensando. ¿Cómo había sido capaz de hablarme así? ¿Qué me estaba
ocultando? ¿Por qué no me tenía confianza? Me daba terror que mi príncipe estuviera
haciendo cosas detrás de mis espaldas.
Él me soltó y aunque ambicioné parecer normal a todos los días, los ojos aguados
me delataron el malestar que poseía.
Me mordí el labio, sabía que si le contaba a Luciano lo que había sucedido él iba a
empezar a decirme cosas.
—Él actúa muy extraño—le dije y Luciano se quedó perplejo como sino lo pudiera
creer—Por ejemplo, horita estábamos muy bien en la limusina y de repente recibió una
llamada de alguien desconocido, se bajó del auto y desapareció.
—No puede ser verdad eso que estás diciendo—me puse la mano en la frente
tratando de pensar—Jefferson me ama.
—Te lo digo en serio—me hizo mirarlo tomándome del mentón— ¿Donde más se
supone que está?
—Ni tú misma crees que en tus palabras—se colocó las manos en la cabeza—Tú
sabes que tengo la razón.
—Por favor, no me mire así—le supliqué—No le diga a nadie que estoy aquí. Lo
que pasa es que necesito que me lleve urgentemente a esta dirección—le di el papel al
amable hombre y él condujo por el camino.
Me bajé del taxi y le pagué al chofer con una gran suma de dinero. Por lo menos,
Jefferson me había permitido tener efectivo en la cartera para casos de emergencia. Luego
me despedí del señor y decidí entrar al lujoso edificio. A la entrada estaba un portero
durmiendo, situación que aproveché para pasar sin haberme anunciado mi llegada ante
Kimberley.
El ascensor subió más lento que una tortuga recién nacida o por lo menos, yo lo
sentí así. La cara la tenía tan pálida y el aire me faltaba de la ansiedad, No quería perder a
mi esposo pero si él me estaba engañando no dudaría en separarme. Ya no tenía ganas de
seguir luchando por nuestro amor.
Al fin el ascensor llegó a la estación indicada y yo salí de allí. Caminé por un pasillo
y viendo las puertas pude encontrar el número de apartamento de Kimberley. Las piernas
me estaban tiritando, lo que tenía que ser lo iba a conocer de inmediato. ¿Por qué tenía que
ser tan insegura? ¿Acaso no podía confiar más en mi esposo?
No, en ese instante, no me podía poner a pensar en eso. Necesitaba salir de las
dudas que me carcomían el estomago. Necesitaba saber si Jefferson me amaba como lo
decía siempre o era sólo cuestión de tener un buen sexo. Con las manos sudándome tocó el
timbre y esperé, lo toqué una segunda vez y ahí si tuve respuesta.
Yo asentí y aproveché que ella me estaba dando paso para pasar. Caminé y noté
cuando Kimberley cerró la puerta a mi espalda. Me detuve en la sala, este era un lugar
acogedor, bien plantado y agradable. Al echarle una rápida ojeada a la sala del
apartamento noté que Jefferson no andaba por allí, pero…
—Vine a ver está película— sonreí mordiéndome los labios para no romperme la
boca de la rabia— ¿Así, que este es su nidito de amor?—caminé lentamente por la sala
mirando superficialmente las cosas que estaban en ese sitio.
— ¡No me digas amor! —Paseé por un lado de Kimberley y la miré con desprecio
de arriba abajo—Tu primo tenía toda la razón.
—Así que por eso estás aquí —Jefferson apretó sus puños al lado de su cuerpo—
¡Debí habérmelo imaginado!
—Je, je, je—reí sin ganas dirigiéndome a la puerta— ¡Me largo de aquí! Prefiero
dejar solito a los dos tortolos.
No se atrevió a abrir la boca para pronunciar una palabra, no tenía las agallas para
hacerlo. Era culpable, su silencio lo delataba. Además, estaba adolorido por el fuerte golpe
que le había propinado.
Yo, en tanto, me sentí privada de cariño. No podía continuar allí viéndolos juntos
en un lugar como ese. Abrí la puerta y sin enfrentarme a la mirada cínica de Kimberley o
la de perrito regañado de Jefferson salí del apartamento.
A los pocos minutos el ascensor se detuvo en la planta baja. Abrí con el corazón
arraigado las puertas y salí del aparato. Caminé deprisa queriendo huir y no encontrarme
con mi esposo. ¿Por qué tenía que hacerme sufrir de esa manera tan vulgar?
De pronto, Jefferson llegó a planta baja y siguió detrás de mí, cuando por fin me
alcanzó me tomó del hombro y me volteó hacia él. Entonces, me miró y sus ojos
lagrimosos revelaron lo triste que estaba; más, yo no quería ni siquiera escucharlo.
—Lo que pasó no es…—no lo dejé terminar de hablar, pues con mucho odio le di
una bofetada con todas mis fuerzas.
— ¿Era por esto que no querías que viniera contigo?—le pregunté con decisión—
Claro, tenías una cita con ella.
—Para verla, —le grité limpiándome las lágrimas de los ojos—para decirle que no
se preocupara porque tú realmente no me amas.
—Yo contigo no voy a ninguna parte—me quité unos cabellos de la cara—vine sola
y regreso sola.
Caminé a toda prisa por la planta baja del edifico. Luego abrí la puerta que
comunicaba el edificio con el exterior y sin darle alguna explicación al portero que se me
quedó mirando sorprendido me marché de allí. Finalmente había logrado salir de ese
monstruoso lugar.
Tenía el cuerpo todo adolorido pero haciendo una revisión rápida a mi organismo,
al parecer el accidente no había sido nada serio. ¡Dios, gracias por eso! La cara me parecía
normal a todos los días, las piernas las tenía uniformes y los brazos estaban algo
hinchados. Ni collarín en el cuello cargaba puesto. Bueno, eso quería decir que tenía que
dejar de huir de mis problemas y enfrentarme a mi esposo.
—Quiero el divorcio—le dije sin darme cuenta que él no había notado que me había
despertado. Al haber hablado yo, Jefferson quitó las manos de su cara y con una sonrisa se
acercó a mí con preocupación aunque a la vez con alegría de verme bien.
—No quiero saberlo—lo sentencié con cólera—De todas formas, ya vas a ser libre
para estar junto a ella.
—Eso no tiene nada que ver—decidí no mentirle con respecto a mis sentimientos
hacia él.
Entonces, sin esperar mi respuesta caminó hacia la puerta y salió furioso del cuarto.
Yo, en esa situación tan sola, no pude evitar echarme a llorar. A pesar de todo lo que había
sucedido, no podía obviar que Jefferson era el hombre de mi vida, era el que me hacía
sentir cosquillas con solo proporcionarme una sutil mirada. Era el que me daba besos con
el corazón y no sólo con la boca.
— ¿Qué hace ella aquí?—me crucé de brazos conteniendo la rabia—No puedo creer
que se haya atrevido a venir aquí y que tú, mi amigo la hayas dejado pasar.
—Primero quiero que sepas que…—anunció Kimberley poniendo una voz muy
lejana—Jefferson nunca te ha engañado. Él nunca te ha sido infiel conmigo, la razón por la
que tú nos encontraste juntos hoy fue porque yo lo llamé y le pedí que fuera a visitarme
con la amenaza de que si no lo hacía me iba a cortar las venas. Además, le dije por teléfono
que si te contaba algo de eso a ti, en su conciencia iba a quedar mi suicidio.
—Pero tú…—la cabeza se me hizo un nudo de preguntas— ¿Qué tienes que ver tú
con esto?
—Todo—me confesó con los ojos aguados—Yo ayudé a Kimberley con este plan y
con muchos otros.
—Sí, con otros—Kimberley me buscó con la mirada— ¿O por qué crees que Luciano
te dio la dirección de mi apartamento? Yo tenía que llevar a Jefferson a mi apartamento y
él tenía que hacerte ir a visitarme, para que vieras a tu esposo allí. Lo ocurrido hoy no fue
casualidad.
—Tampoco fue casualidad que…—Luciano parecía tener roto el corazón—las fotos
de Jefferson y Kimberley en Miami haya llegado a ti. Yo fui el sujeto que te las hizo llegar
y fui yo el que le pagó a ese hombre para que fotografiara a Jefferson cuando Kimberley se
puso a llorar y mi primo la abrazó.
—Asimismo, —el cuerpo de Luciano se tensó—fue idea de nosotros que los dos se
sintieran celosos de nuestra presencia casi invasora. Decidimos que una buena forma de
separarlos era metiéndoles cizañas a los dos sobre sus acciones, que se pusieran furiosos
de vernos tan cerca de ustedes, que comenzaran a dudar de la pureza de su amistad con
nosotros.
Todo lo que ha pasado fue por nuestra culpa—Luciano susurró— Bueno, además,
también hicimos otras cosas para separarlos; pero realmente eso sería echarle más leña al
fuego.
Sé que a cualquiera que le habría pasado algo parecido lo primero que fuera hecho
sería hacerle una cruz a ese par; no obstante, yo no podía hacer algo como eso, Luciano era
primo de mi esposo y ese lazo siempre estaría allí y bueno, Kimberley era la novia de mi
príncipe cuando él me conoció y decidió casarse conmigo. Yo era la que había actuado mal
al separarlos.
Más que dolida con ellos, estaba dolida conmigo misma porque no había sido capaz
de confiar en mi esposo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de qué Jefferson sí me
amaba y ahora no sabía si tenía una oportunidad de arreglar mi relación con mi príncipe.
Sí, estaba encantada de saber que Jefferson no me había sido infiel, pero a la vez
tenía tanta rabia de haber desconfiado de él. Quería devolverle con todo mi ser, el amor
que siempre me había entregado limpiamente. Aunque, mi esposo aparentaba delante de
la gente ser un civilizado príncipe, cuando estábamos solos se convertía en un manso
corderito que vivía por hacerme feliz.
Pero, si quería buscar un poco de paz en la familia y el palacio tenía que olvidar lo
sucedido con Luciano y Kimberley y comenzar una nueva vida. En ese instante,
necesitaba controlar mi rabia, por lo menos soñando con golpear la almohada. Odiaba ser
la santa del reino, si por dentro sentía tanta cólera como el mismísimo leviatán.
—Siento interrumpir; pero ¿Qué hacen ellos aquí?—se abrió de pronto la puerta y
Jefferson entró a la habitación.
Yo me quedé muda, debía seguir más allá con mi decisión de no dividir la familia
de Jefferson. Para ello, solamente tenía que perdonar a aquellos que me habían hecho daño
aunque mi sed de odio estuviera haciendo estragos en mi alma. Me esforcé por actuar
normal ante la presencia de mi esposo y con una cara de inocencia dije:
—Esa pregunta es muy tonta, ellos vinieron a ver mi estado de salud después del
accidente.
—Bueno, ya creo que Luciano y yo nos tenemos que retirar—Kimberley expresó
sonriendo—Espero que te mejores, Mariska.
—Ella no vino para eso—me atreví a decirle con el corazón partido encogiendo los
hombros— ¿Y cómo salió lo de la prensa?
Mi esposo tenía una desagradable mirada, yo no sabía cómo empezar a decirle todo
lo que llevaba por dentro, no era que fuera incapaz sino que tenía pavor de que él me
rechazara y aunque sabía que tenía todo el derecho de hacerlo, yo no quería que las cosas
culminaran de esa forma tan cruel. Asentí al darme cuenta que ya no podía seguir dejando
correr el tiempo innecesariamente, ese era el momento de hablar con mi príncipe.
—Quiero estar contigo—le di un beso en la mejilla—Estoy loca por ti. ¡Lo siento!
— ¿Qué quieres decir?—me tomó del brazo y me hizo mirarlo— ¿Qué ha pasado
para que hayas cambiado de parecer?
—Es una larga historia—me senté con cuidado en sus piernas—Pero, se resumen en
la visita de Luciano y Kimberley; ambos me vinieron a decir que ellos habían estado detrás
de todas las cosas que nos habían pasado, incluso en lo de las fotos tuyas en Miami con
ella. Además, me dijeron que lo de tu presencia en el apartamento de Kimberley se debía a
que ellos habían preparado todo para que yo te encontrara allí y pensara que los dos
estaban engañándome. ¡No sé cómo pude desconfiar de ti! ¡Lo siento tanto! ¿Me perdonas?
—El placer es todo mío—me tocó una pequeña cicatriz que tenía en el brazo—Estos
moretones te van a durar algunos días, mañana es la fiesta de mi hermana ¿Qué vas a
hacer?
— ¿Cómo?—sonreí con los ojos enrojecidos—Yo no voy a hacer nada, todo está
preparado y con gusto voy a estar allí para agasajar a tu hermana.
— ¡Eres muy fuerte! —Me besó el moretón—Con ese carácter fuerte conquistaste mi
corazón.
—No te vayas nunca de mi lado—lo abracé alegremente— ¡Quédate conmigo para
siempre!
—Probablemente, eso me va a costar un poco—me besó el cuello—Esa sí que es una
mentira ganadora del campeonato mundial a la mejor mentira metida por un sujeto—se
echó a reír mansamente— Yo siempre me voy a quedar contigo— y besándome los labios me
hizo la promesa de vivir juntos eternamente.
—Lo siento princesa—se cruzó de brazos como signo de haber dado la ultima
palabra—pero, usted debe permanecer aquí por lo menos durante un día completo. A eso
los médicos les llamamos observación y sirve para vigilar la evolución del paciente.
—Sólo va a ser por esta noche— se aclaró la garganta y me miró con ojos de
manipulación total— ¡Cálmate...! Si quieres nada más pasas la noche aquí y luego en la
mañana el médico te da de alta.
— ¡Te vas a quedar sólo por esta noche!—expresó perdido la paciencia— ¡Debes
acatar las órdenes del doctor!
—Muy bien — Le sostuve la mirada dándome cuenta que nada podía hacer para
perder ante el sutil método de persuasión de Jefferson— Soy toda suya, doctor—
finalmente me acosté en la cama y me arropé con el cobertor.
—Doctor, ¿Le serviría que mi esposa pase nada más que la noche en el hospital?—
Jefferson alzó la barbilla y le preguntó al doctor con una expresión muy sombría—Creo
que ella no podría aguantar las veinticuatro horas de internación asignadas por usted en
este lugar.
Cuando salimos finalmente del hospital al día siguiente, Jefferson estuvo en todo
momento al lado mío. Me cubrió de los periodistas que intentaban tomarnos fotos desde la
distancia que los guardaespaldas habían cercado, me ayudó a subir a la limusina, me hizo
reír cuando estaba triste de pensar que tenía que separarme de mis padres y me confesó en
último lugar que iba a permitir que ellos pasaran ciertos días de la semana en el palacio
para acompañarme y que también me iba a apoyar cuando yo quisiera pasar el fin de
semana en la casa de ellos.
Finalmente, abrió con pericia la puerta del vehículo y salió de él. En el patio del
palacio, me abrió la puerta de la limusina y rápidamente yo salí muy feliz de estar en el
lugar que siempre sería mi hogar. Él esperó a que todos se retiraran de por esos lugares y
luego parado frente a frente de mí, me hizo mirar el cielo. Allí en letras hechas con humo
puestas por un avión decía “Mariska, eres lo más lindo que me pudo ocurrir en la vida. ¡Te
amo!”
—Estas cosas cursis que estoy haciendo, solamente soy capaz de hacerlas por ti—
me apretó contra su pecho.
—No son cursis, No lo pude evitar, me alcé un poco y le di un sencillo beso en los
labios—es hermoso.
— ¿Ah no?—me volvió a abrazar y besar y ésta vez con mayor intensidad. Yo no
pude evitar responderle, lo deseaba tanto, quería que me hiciera el amor y aunque
intentaba negarlo él tenía mucho dominio sobre mí y sobre mi cuerpo.
Durante todo ese día, en contra de los muchas negativas de las personas más
cercanas a mí, de mis padres, de mis cuñadas, de la reina madre, de Máire, de Luciano y
claro que de Jefferson, practiqué el baile que le había prometido a Carolyn. Ella se había
portado muy bien conmigo y yo no la iba a defraudar.
Por fin, la noche llegó y la fiesta comenzó. La cantidad de invitados era menor que
la de la fiesta del matrimonio de mi esposo y mío. Mis padres estuvieron en una de las
mesas más transcendentales y todos nuestros amigos y amigas asistieron. Hasta Kimberley
llegó con un hermoso vestido negro acompañada de su padre. Cuando Jefferson la vio, no
pudo evitar preguntarme la razón de su presencia; más yo con una sonrisa le musité al
oído que ya no quería más discordias entre nosotros. Y eso era cierto, digamos que no
quería que nuestro grupo de amigos se dividiera por una tontería que al finito no nos
llevaría a nada bueno.
La cumpleañera estuvo largas horas sonriente, aunque como me decía por largas
instantes se sentía demasiada asediada. Yo, por mi lado, soñaba con quitarme esos
molestos tacones que me había calzado en los pies. Esperaba algún día poder
acostumbrarme a ellos.
La canción trataba sobre una pareja de enamorados que luego de casarse comienza
a discutir como niñitos; pero que en ese proceso de acostumbrarse uno al otro, empiezan a
perder el miedo que sienten a cometer errores. Errores que con el tiempo se va
transformando en una muestra más del amor que se tienen.
Yo durante el baile no pude dejar de mirar a mi esposo; a pesar de que ésta era una
danza intermedia; es decir, ni muy lenta ni muy rápida. Moví con mucha sensualidad la
pelvis para inducirle un deseo espectacular y llevarlo a la gloria. Él no se volteó ni un
momento para dejar de mirarme. Sus ojos reflejaban un ansia que ya me estaba
adiestrando en ver en él.
—De eso nada—le acaricié los brazos tratando de parecer lo más cuerda que mi
cuerpo me lo permitía—Eso tiene que esperar hasta que se vaya el último invitado de la
fiesta.
—Eso no lo creo—me besó los labios con provocación— ¡No necesariamente tiene
que ser así!—me besó con mayor desafío en sus palabras.
— ¡Qué mente tan sucia tienes!—me alejé de su boca tratando de comprender sus
palabras— ¿Qué estas insinuando? ¿Quieres que nos escapemos de la fiesta de tu
hermana?
—Algo así—sonrió con malicia —Sé que eso es una completa locura; no obstante, el
verte bailar allí fue algo que está acabando con la poca cordura que me queda. ¡Te deseo!
—Lo cierto es que…—me empujó a la pared y luego me besó con más ardor—Me
quiero escapar contigo en este instante. Además, no me importa continuar en esta fiesta
porque ya estoy aburrido. Carolyn y los demás no nos van a extrañar; ya que estarán
pendientes de sus cosas.
—Eres un hombre increíble—le dije estremecida—No asegures las cosas con tanta
facilidad; ya que, escapar de aquí no es tan fácil.
—Entonces hay que hacerlo bien—me tomó de la mano y me besó la palma—
porque yo conozco varios caminos que nos servirían para escaparnos sin que nadie se de
cuenta.
Jefferson me llevó tomada de la mano por algunos pasillos que hasta ahora yo
desconocía y en vez de explicarme el camino que tendría que tomar para llegar a nuestro
dormitorio la próxima vez que intentáramos huir de una fiesta o de una reunión,
sencillamente se mantuvo callado durante toda la caminata. Bueno, si ese era su secreto,
siempre se lo iba a respetar.
—Me gusta esa sonrisa de atestada—se levantó, se colocó sobre mí y me besó los
labios—y no quiero que nunca se te borre—finalmente yo abrí los ojos.
—Jefferson…—lo tomé del cuello y lo besé con ardor—Ni en mis mejores sueños
pude imaginarnos como ahora. La realidad es mejor que la fantasía.
—Me encanta cuando te pones tan serio—le desabroché con lentitud cada uno de
los botones; en tanto, el cerraba los ojos para sentir mejor—me encanta cuando pareces
estar a contracorriente, me fascina cuando pareces un ogro de cuentos de hadas, no puedes
dejar de hechizarme cuando tienes esos arranques de gruñón.
—Eso nunca va a pasar—coloqué mis manos sobre las de él; ya que, decidí ayudarlo
a quitarse los pantalones—Yo quiero que ambos estemos juntos hasta que seamos un par
de viejitos y tú andes con un bastón mientras yo te espero sentada en mi mecedora.
Meses después…
— ¿Viste la cara de la reina madre cuando le dijimos que queríamos pasar nuestro
aniversario en “El Cielo y más Allá”?—le pregunté a un Jefferson que parecía no estar
tomando en cuenta mis palabras; tomando en cuenta que, tenía el brazo sobre los ojos
fingiendo tener sueño y estar cansado.
— ¡Está bien!—se acomodó en su asiento del avión y cruzó los brazos sobre su
pecho— ¿Qué me ibas a decir?
—Soy tonto, pero así me amas—se echó a reír con gracia—y tampoco puedes vivir
sin mí.
— ¡Tonto!—le arrojé un cojín de los que estaban en los asientos del avión; más, él no
atajó con su mano derecha— ¡Eres un tonto!—me crucé de brazos fingiendo estar colérica
y luego me acomodé más en el puesto.
— ¿Por qué no vienes y me lo dices aquí?—me preguntó con un tono de voz
indescifrable, sí como ese que tenía durante la mayor parte del tiempo— ¡Ven y dímelo
frente a frente de mi cara!
— ¿Crees que no me atrevo?—me puse de pie y me paré frente a él con las manos
en ambos lados de la cadera— ¡Eres un tonto!—pero, Jefferson pareció no darle
importancia a mis palabras; pues, rápidamente me haló hacia él y me sentó en sus
piernas— ¿Qué haces?—no pude evitar preguntarle.
—No, no soy nada sencillo—me puso la mano derecha sobre el hombro descubierto
por un vestido sin mangas y luego me acarició esa parte con suavidad—soy un príncipe y
un comportamiento tan corriente nunca sería mío. Soy más bien, tan fenomenal como una
quimera.
—Eres un ser bastante sandio—lo miré directamente a los ojos— ¡Cretino! —le solté
casi en la boca.
—Tú eres solo para mí—expresó tomando algo de aire—Mi vida no es lo mismo sin
ti —me besó el cuello apretándome hacia su pecho y rodeándome con sus brazos—No
quiero que nos divorciemos nunca.
—Eso nunca va a pasar—le mostré una mirada traviesa y luego abrí el primer botón
de su camisa—Tú y yo estaremos juntos incluso hasta cuando nos estemos peleando y
odiando—introduje mi mano entre su camisa y pude acariciar su perfecto pecho—y
cuando lleguemos a la isla te lo voy a demostrar.
—Antes de que pasen más tiempos—le susurré al oído—tengo que señalarte que
eres el hombre que me hizo cambiar mi vida para mejor. No me importa lo obstinante que
dicen en el palacio que puedes llegar a ser, yo te amo igual.
— ¿Obstinante?—sonrió— ¡uuhmm! Cuando regrese al palacio voy a darles un
largo regaño a todos.
—Sí, igual que yo a ella—me abrazó tiernamente—más eso no quiere decir que
tenga que ponerme de rodillas a sus pies. Yo soy el heredero de la corona y no puedo abrir
mi corazón tan a la ligera, si lo hago contigo es porque eres mi esposa.
Llegamos a la isla mucho rato después, el viaje en el yate fue muy corto y a los
pocos minutos los dos estábamos en camino de la cabaña. No nos fuimos a la cabaña
principal; ya que esa no nos gustaba tanto como la que estaba al lado de esa, sí esa donde
hicimos el amor por primera vez.
Los guardaespaldas caminaron delante de los dos llevando consigo las maletas.
Jefferson los autorizó para quedarse a dormir en la cabaña principal; pero antes, entre
todos nos arreglaron el equipaje en nuestra pequeña cabañita. Yo al entrar, me sentí
totalmente maravillada; pues el lugar había sido acondicionado como si para una luna de
miel se tratara. Había ramos de rosas en diversos sitios de la sala, la chimenea estaba
encendida, había una hermosa y romántica música en el ambiente y además, los
candelabros estaban prendidos mostrando llamas fluorescentes.
En una mesa finamente adornada estaba una botella de vodka y algunas copas.
Asimismo estaban algunos platillos elegantemente preparados y servidos en vajilla de
plata. En todo el centro de la mesilla estaba colocado un precioso florero con una delicada
margarita blanca flotando en unos centímetros de agua.
Jefferson dejó que un sirviente de mediana edad le abriera su silla y luego se sentó
frente a frente de mí. Posteriormente, dejó que los sirvientes nos sirvieran vodka en las
copas a los dos y después les invitó muy amablemente a que se retiraran. Yo estaba muy
emocionada y ya no me importaban los errores del ayer. Esas iban a hacer unas vacaciones
para recordar.
—Sus Excelencias—expresaron a dúos los sirvientes con refinada educación y luego
se retiraron de la cabaña; más atrás se marcharon los guardaespaldas.
Jefferson estaba nervioso y para apaciguar sus emociones fue el primero en tomar
de la copa. Yo estaba sonriente, pues me encantaba pensar en la química que había entre
nosotros dos. Me encantaba saber que a pesar de todo lo que habíamos vividos, aún
estábamos juntos.
— ¿Aún me pregunto cómo es posible que mi vida haya cambiado tanto en este
último año?—sonreí muy animada—Ser tu esposa a significado para mí lo más
maravilloso del universo.
—Y hablando de cuentos—lo miré con regocijo— Tengo que decirte algo que he
querido confesarte desde hace mucho tiempo: Me gusta mucho que hayas leído el libro
““Mi Pequeña Princesa”. Cuando descubrí que lo estabas leyendo me sentí tan feliz. A
pesar de que no te gustan ese tipo de novelas, verte leerlo ha sido maravilloso para mí, ya
que, me gusta que tengas ese pequeño toque romántico.
—Sí, pero no se lo digas a nadie—pasó un dedo por encima de una de las velas que
estaban sobre la mesa para hacer algo de sombra en el ambiente—ese toque romántico es
exclusivo para ti y nadie tiene que saberlo. Yo no podría vivir siendo el príncipe romántico
y cursi. Además, ese libro me gustó porque no es la repetitiva historia de terror, ciencia
ficción o de suspenso; más bien era un relato sobre el romance entre dos seres totalmente
distintos.
— ¡Uf, qué miedo!—solté su mano y le arrojé un beso con ella—Ya todos deben
saber a lo que se atienen. Por lo menos yo estoy salvada.
Por unos segundos ninguno de los dos habló y nos dedicamos a escuchar el sonido
de las olas del mar que se introducía por los preciosos ventanales de la cabaña.
—Gracias por venir conmigo a estas vacaciones—de pronto Jefferson susurró—
Estás preciosa.
— ¡No hagas eso!—le declaré como una niñita— ¿No ves que se ve como si te
estuviera haciendo un favor?
— ¡No lo digo por eso!—arrimó su silla hacia donde estaba yo y luego me acarició
la boca dejándome hambrienta de besos —Sino que sé que para estar hoy conmigo, tuviste
que dejar plantada a Carolyn con la preparación de la fiesta de las estrellas de rock.
—Sí, claro que estás de acuerdo—me extendió su copa en las manos para que yo
brindara con él—La verdad es que ese chico es muy buen partido.
— ¿Crees que ellos también quieran casarse?— repuse con los ojos brillantes de la
excitación de estar en un momento tan cercano con mi esposo —Digo, porque una nueva
boda sorpresa en la familia sería de infarto para la reina madre.
—Yo creo— me eché a reír dulcemente—que ellos dos estaban enamorados desde
hace mucho tiempo, incluso desde que los dos nos hacían cosas para separarnos; pero que
como estaban tan empeñados en lograr que nos divorciáramos, no lo veían ni lo
aceptaban.
— ¿Y lo de tu amiga Rosiris con mi amigo Brandon?— me miró directamente a los
ojos—Esos sí que me sorprendieron más; ya que, aunque no se casaron, el irse a vivir
juntos a la semana de hacerse novios, fue algo muy asombroso.
—Sí, eso sí—me quiso dar otra probada de la comida—pero hoy no venimos a
hablar de ellas ni de nadie más. Estas vacaciones son para nosotros dos y para nadie más.
— ¿Sí?—me acarició el cuello hablando con voz ronca—Yo pensé que eran tus
padres quienes te mandaban.
—Se hacen todo tipo de milagros por las personas que se quiere— expresó elevando
la barbilla — ¡No tienes ni idea de lo que significa para mí hacer todo lo que esté a mi
alcance por hacerte feliz!—luego me besó como si su vida dependiera de ello.
—Te deseo con la mayor pasión que un hombre puede sentir— manifestó con
mucho temblor en la voz—No sabes cómo me pones cuando quiero tenerte entera para mí.
—Yo nunca podría existir sin los momentos que pasamos juntos—lo volví a rodear
con mis brazos dócilmente—Tú eres el hombre más especial que he conocido.
—Eres muy atractiva—me guiñó un ojo con picardía y me agasajó una mejilla—y es
por eso que en este momento no pienso en más nada que en hacerte mía. Vamos a obviar
la parte de la comida y a disfrutar mejor de estar juntos.
— ¡No hagas eso! —Agité las pestañas de una manera solicitante—Eso es un golpe
bajo. Ni siquiera me dejaste comer; pero no voy a caer en tus trampas y en tu seducción—
me crucé de brazos fingiendo estar segura de no caer en sus redes.
— ¿No tienes curiosidad por tocar mi cuerpo?—se paró muy cerca de mí con
provocación y yo le afirmé con la mirada que sí—Bueno, veamos si es verdad—entonces,
me tomó la mano derecha y me la puso en sus arrogantes bíceps.
—Posees un cuerpo tan perfecto como el de un atleta—lo acaricié con las mejillas
sonrosadas— Esto es maravilloso y extraordinario. Estoy chiflada por ti.
—Claro que sí—lo besé en el pecho para demostrarle cuál era el tipo de comida que
yo deseaba ingerir.
—Eso es lo que quiero—le besé el otro pezón—Quiero que no respondas por tus
acciones.
—No, no estás soñando—me alzó en sus brazos y yo rodeé con mis piernas sus
caderas—Eso es solamente el amor—finalmente me llevó cargada a nuestro dormitorio.
Más tarde podíamos comer esos deliciosos platillos; en ese instante, los dos queríamos
merendarnos uno al otro.
http://www.mcanime.net/descarga_directa/anime/detalle/ddmf_itazura_na_kiss_2424_mas_ova_mas_op
eded2/72031
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