Está en la página 1de 278

ARGUMENTO

¿Crees que el amor está sujeto a las decisiones en la vida? ¿Realmente alguien se
puede enamorar a través de un matrimonio por conveniencia? Seguro que te hago esas
preguntas y no sabes la respuesta. Es que la vida es así, no sabemos sobre ciertas cosas
hasta que la vivimos.

Es por ello, que deseo contar mediante estas líneas mi gran historia de amor, ¡vaya!
Sí que me costó decidirme a contarla. No lo sé, fue quizás por el título pues digamos que
Imperdonable no hace alusión precisamente a una radiante historia de afecto, ternura,
amor y pasión; ya que, lo que yo he vivido los últimos tiempos de mi vida ha sido un
abismo lleno de decepciones, engaños y tinieblas.

¿Qué puedo decir? Casarse a temprana edad y con un matrimonio arreglado no es


justamente el sueño de ninguna chica y menos si ese casamiento resulta ser con un
individuo insensible que nunca podrá llegar a amarte como te lo mereces.

Pero bueno, ya eso no importa, el mal está hecho y mi vida está arruinada, ya nunca
será lo mismo rodearme de cierta gente, jamás podrá ser igual preocuparme por el destino
de las demás personas. El hecho de vivir una pasión con amargura me marcó la vida para
siempre.

Está bien, a lo mejor estoy exagerando un poco, lo cierto es que si lo analizo


actualmente, realmente mi vida no está tan destrozada como lo pienso; por tanto, si yo creí
al principio de hallarme en algunas experiencias que nunca más podría llegar a sonreír,
me equivoqué.

¿Y cómo no podría equivocarme? Digo estar dividida entre dos grandes hombres
no es y nunca ha sido nada fácil. Pero aprendí de mis experiencias, experiencias que seguí
viviendo durante tantos días y noches, durante mucho tiempo y que hicieron que
cambiara mi inclinación. Lo acepto transformé mi pensar mediante el desarrollo de ciertas
aventuras fuera del más existencial desorden y descubrí que una vida sin amor no vale ni
siquiera una pieza de oro.

YUGEISY CABRERA

Mariska
IMPERDONABLE
El amor es un dulce néctar y un hermoso acordeón musical dicen algunas personas.
Son esos similares seres los que revelan que los seres humanos deben pasar la vida como si
fuera la última gota de agua del chorro. Son ellos mismos los que dicen que amar nunca
podrá decretarse como un delito.

Yo, una chica inteligente y soñadora, no estoy de acuerdo con tal afirmación y
¿Cómo podría estarlo si a mí me condenaron a amar a quien no debía? No sé quien fue el
culpable de tal castigo, lo que sí sé es que con tal acción me destruyeron el corazón y me lo
curaron de la mejor forma posible.

Soy una estudiante promedio de una reconocida universidad del país, tengo
dieciocho años; sí la edad intermedia entre los diecisiete, cuando aún eres una adolescente
menor de edad e inmadura y los diecinueve cuando ya eres toda una mujer. Estudio
primer año de comunicación social, carrera que de verdad a mí no me gusta.

Desde temprana edad ésta servidora quiso estudiar para ser chef, pero nunca pude
lograrlo. La situación económica en mi hogar no era de lo mejor y tuve que escoger un
quehacer que fuera bien pagado a la hora de obtener un título universitario y empezar a
trabajar.

Mis padres se llaman Vicmary e Iran. Soy la hija única de un matrimonio


regularmente procedente y la singular descendiente de unos progenitores trabajadores que
siempre han luchado por tener una familia cómoda y preciosa.

Mi madre es el ama de casa de mi linaje, tiene cincuenta y cinco años de edad,


aunque aparenta físicamente sólo treinta y cinco. Ella es una señora sensible, idealista y
alegre que siempre sabe que decir o que hacer en el momento más adecuado.

Mi padre es el trabajador de mi casa, tiene cincuenta y siete años y es un hombre


todo terreno, como los autos. Es sensato, justo y considerado; además, tiene un lema “La
vida siempre da momentos buenos y malos y a pesar de que los últimos sean horribles, la
gente debe siempre sonreír”.

Fue esa expresión la que me hizo aceptar mi futuro sin los ricos alimentos que
deseaba aprender a preparar. Decidí por mi misma ingresar a una universidad de
excelencia para estudiar comunicación social y obtener igualmente maravillosas notas
para poder ingresar al curso electivo que en la academia dictaban de “Delicias Dulces”.

“Delicias Dulces” es un proyecto de la universidad para que los estudiantes del


instituto que desean utilizar sus horas libres diarias en alguna labor loable, sin descuidar
sus estudios universitarios puedan aprender a realizar recetas apacibles como pasteles,
tortas, pastas, carnes; en tanto trabajan en la cafetería-restaurant de la academia y reciben
unos ingresos financieros extras.

Yo pertenezco a ese proyecto. En el curso somos unas veinte personas, entre


cocineros, pasteleros, dulceros, reposteros y camareros que preparamos deliciosas recetas
para que los comensales puedan pasan un apacible momento de compartir.
Me encantan esas cuatro horas diarias que estoy en la cafetería-restaurant
cocinando. No me la quiero echar de la mejor, pero creo que tengo mucho talento en el
área; sobre todo cuando se trata de preparar riquísimos mouse de chocolates y tortas con
crema pastelera. Éstas últimas son mis favoritas.

Mi mamá es la que me señala que si sigo comiendo tanto dulce me voy a poner
como una pelota y que voy a tener que decirle adiós a mi barriguita plana de modelo de
pasarela. ¡Ojala eso fuera sido así y de ningún modo nada de lo que me ocurrió fuera
pasado!

Pero bueno, como iba diciendo soy una estudiante regular, no tan buena en las
matemáticas, en la física, ni en la química. Como diría mi mamá “en las tres Marías”. A mí
me gusta vestir bien sexy, escuchar música bailable y andar en las discotecas con mis
compañeras de la uni, especialmente con mis amigas que son tres y son inmejorables
porque desde que empecé la carrera han estado conmigo.

Gabriela, alías “la loca del aprisco”, ella es una chica de veinte años que hace
mención a su apodo porque de verdad pareciera que sí estuviera loca. Cree en los
extraterrestres y jura que su hermano menor fue cambiado al nacer por uno de estos seres
cósmicos, planetarios y paranormales.

Marianny, “Miss cerebro porrudo”, ella es una estudiante súper, pero súper
aplicada; mejor dicho la nerd e intelectual de la escuela. Es una muchacha obstinada,
tozuda que siempre cree tener razón en todo y que si se le discute mucho una opinión o su
forma de pensar te hace sentir inferior al explicarte las pruebas de sus teorías en los
apócrifos de los más conocidos científicos.

Rosiris, “la gordis” o el alma de la escuela como también se le conoce. Ella es una
chiquilla hermosa de alma que a pesar de tener uno kilitos de más, siempre tiene corazón
para hacerte sentir importantísimo para su vida. Cuando hace una fiesta por su
cumpleaños asisten muchas personas, más de las que están en la lista de invitados y
cuando alguien la conoce queda prendado de sus encantos juveniles.

Ellas son las amigas que todo el mundo quisiera tener y que creo que en el universo
la única que se jacta de tenerlas soy yo. Siempre las tres me han apoyado
indiscriminadamente y desde que las conozco, desde hace un año, me siento a gusto de
tenerlas cercas.

Por eso en la universidad, particularmente en mi clase nos llaman “El cuarteto


dinámico”; ya que, a pesar de lo que puedan pensar muchos nos queremos casi como
hermanas y no nos molestan las frases ridículas de quienes nos creen lesbianas.

Esta última afirmación, quiero decir lo de que somos lesbianas surge


principalmente porque mi universidad parece un rincón de las tinieblas, en el cual los
chicos y chicas te critican si no eres igual o parecido a ellos. Parece que el hecho de que
ésta sea uno de los mejores institutos superiores en el país y que conjuntamente sea de
carácter pública, arruina la sensación de algunos de bienestar.

Me imagino a mi mamá riéndose de mí y pensando en que cómo no tendría que ser


pública si yo nunca podría pagar una universidad privada. Lo cierto es que lo de que la
académica es pública no me molesta, lo que a mí más me da rabia es que la mayoría de los
estudiantes son niñitos ricos que se cultivan aquí para salir del instituto, egresados con
excelsitud.

Mi pregunta es ¿Por qué ellos no se van a universidades privadas de hijos de papi?


La respuesta es muy sencilla, todos absolutamente todos esos muchachos quieren tener
por lo menos un contacto breve con el chico más famoso del país. ¿Qué quien es él? Esa si
que es una pregunta odiosa.

Se llama Jefferson y es un muchacho de 19 años todo serio, formal, educado,


correcto y distinguido, que no es para nada simpático, agradable, sociable, abierto ni
cariñoso. Asimismo que para nada se merece la atención que tiene del resto de los
estudiantes en la uni.

¿Qué tendría de especial un joven con tales características? Esa pregunta sí que es
viable de contestar. Este chico es nada más y nada menos que el príncipe heredero del
trono del país. Es decir, que es el que está más cerca de ser coronado como próximo rey de
la nación. Es el hijo de la reina madre Kalish, que con 50 años tiene tres hermosos hijos.

¡Wau! Aún hoy me cuesta decir que ese chico es un príncipe y que estudia en la
misma universidad donde yo lo hago; aunque claro que él no estudia comunicación social,
de solo imaginármelo como reportero de televisión me dan ganas de vomitar.

Sin embargo, como decía, bueno él no estudia comunicación social, estudia ciencias
políticas, ¡uf! ¡Qué aburrido! De exclusivamente pensar en grandes leyes, estatutos y
legislaciones me siento caer rendida por el sueño durante largas horas pues a mí la lectura
no se me da mucho y según he oído por ahí para estudiar esa carrera lo más importante es
leer bastante.

El chico es un muchacho, no hay que negarlo, completamente guapo. Todas las


chicas en mi universidad y en mi clase están que babean por él. Están tan locas por
conquistar su corazón que le besarían los pies y el camino por donde transita. Es más,
todos los días lo esperan llegar y salir de la universidad en su lujosa limosina, tal cual él
fuera lo mejor y tal como si de una estrella de cine se tratara.

Pero realmente el chico es un ser sin corazón que humilla a todo el mundo con solo
mostrar esa mirada excedida, muy común en él, de superestrella. Esa mirada que a las
chicas derrite y que a mí particularmente me aterroriza.

Mis amigas que también están chifladas por él, dicen que esa mirada es irresistible y
yo les pregunto que qué puede tener de irresistible una mirada aplacadora que ni siquiera
muestra una sonrisa para variar. Ellas creen que yo soy una tonta que por andar pensando
en los pajaritos volando no veo más allá de mis ojos.

Al final no me importa, él me cae bastante mal, igual o tanto como su sifrina y


popular novia Kimberley. Ésta última si que es una monstruosidad de persona, mira a la
gente pobre con asco y repugnancia, no saluda a nadie; es más no da ni los buenos días y
simultáneamente se cree la mujer más hermosa del universo.

Ella usa faldas de corazones con picos, siempre carga en su bolso las sandalias de
moda, nunca la he visto repetir una ropa, toma la mano de Jefferson como si fuera de su
propiedad y habla casi en susurro como para que nadie escuche de lo que está hablando.
Eso sí, cuando está de malas pobre del que se cruce en su camino.
A mi parecer, Jefferson y esa chica si que hacen la pareja perfecta y con su tonto
grupo de riquillos más todavía; ya que los bellos enamorados terminan siendo los más
millonarios de la universidad y del país.

Gracias al cielo que en el año que llevo en la universidad nunca me he encontrado


de frente con ese duito. Siempre los veo de lejos pero un contacto como tal con ellos nunca
lo he tenido; tomando en cuenta, que de seguro me fuera burlado y mofado de ellos en su
cara; por tanto yo soy así, es decir, toda lanzada y soberbia y no fuera podido disimular mi
malestar.

Lamentablemente la suerte de las personas no dura para siempre y mucho menos la


mía, todo cambió un día al mediodía en el que me tocó turno en la cafetería-restaurant. Lo
acepto, mi respuesta a la situación que se me presentó en ese momento no fue la más
adecuada pero en ese instante me sentí tal mal que no pude evitar actuar indebidamente.

Eran las 12:18 AM de un día viernes, sí el vil día en que todas las personas en el
mundo andan como locas por el stress de que ya casi comienza el fin de semana. Yo estaba
feliz en la cocina, me habían entregado un parcial y había sacado la nota completa, así que
juré por mi misma que dicha situación de alegría no tendría que cambiar nunca.

De pronto mi promesa se quebró, oí los gritos de algunos sujetos afuera de la cocina


y me alarmé. No reconocí todas las voces, una sola identifiqué y fue la Jeus, mi jefe en la
cafetería-restaurant. Él estaba discutiendo con una mujer cuya voz era desconocida para
mí y le decía que no había nada de malo en la Focaccia al rosmarino que le había servido,
pude oír cuando le manifestaba:

—Le aseguro que ese Focaccia al rosmarino lo preparó mi mejor chef.

— ¿Su mejor chef? —Le contestó la voz de mujer—Usted sí que está perturbado. Si
ese Focaccia al rosmarino lo preparó su mejor chef no me puedo imaginar los que hacen
los peores.

En ese momento me sentí horrible, qué se creía la cretina que estaba hablando. Yo
era una buena chef y de eso no había ninguna duda.

—Kimberley—intervino otra voz— ¡Cálmate, por favor! ¡Estás haciendo el ridículo


del año!

— ¡Su Alteza, por favor! —Dijo el señor Jeus— ¡Explíquele a su novia que ese
Focaccia al rosmarino está bien! Yo mismo supervisé su realización porque usted me
anunció esta mañana que hoy sus amigos, su novia y usted iban a almorzar aquí.

—Así que de eso se trataba—pensé, era la tonta de Kimberley, junto a el príncipe


del país y sus amigos, las personas que se atrevía a criticar muy horripilantemente mi
Focaccia al rosmarino. En ese tiempo no pude mantenerme serena, mi rabia ardió
fieramente por lo de la comida y decidí sin recapacitarlo mucho que esos engreídos
tendrían que pagar de una forma a otra su ofensa.

Me quite la bata y el gorro de chef, me lavé las manos y después me solté los
cabellos para verme presentarme delante de esa “sin cerebro” y finalmente salí dando
trompazos a la puerta, dispuesta a reclamarle a la “cabeza hueca” de Kimberley tal
insensatez.
—Yo se lo digo señor, si ese Focaccia al rosmarino causa malestares en mi cuerpo,
nunca más volverá a trabajar en algún restaurant del país.

—Le aseguro señorita que esto no volverá a pasar—le alegó con gran temor Jeus.

Cuando abrí la puerta de la cocina, salí hacia donde se oía la discusión, me asomé a
la recepción y me fije que el chico que se encargaba de esa área estaba hablando con uno
de los clientes. Caminé hacia el comedor y posteriormente avancé hasta la parte más
elegante y allí me ofusqué muchísimo. Al pobre de Jeus, Kimberley lo estaba humillando
de lo peor y delante de casi toda la universidad y principalmente delante de los amigos
millonarios de Jefferson. Me armé de valor, qué se creía esa estúpida; claro, como tenía
dinero se creía superior al resto de la gente.

— ¡Oye, cretina! —Llegué y furiosa me crucé de brazos— ¡Deja de molestar al señor


Jeus!

— ¿Y tú quién eres?—Kimberley me miró de arriba abajo— ¡No te metas en


problemas que no son tuyos!

No supe qué contestar a eso, únicamente me fijé en Jefferson que estaba frente a
frente de mí y que puso sus ojos en los míos de una manera muy diferente a lo que estaba
acostumbrada cuando otros seres me veían.

— ¡Oh, sí que es guapo! —Pensé llena de escalofríos, en tanto la garganta se me


secaba de la impresión de tenerlo tan cerca de mí y mi cuerpo quedaba hechizado por su
solemne y asombroso cuerpo.

El sonrió sin muchas ganas. Me revisó con la mirada de los pies a la cabeza y luego
le dijo a Kimberley en voz baja:

— ¡Estás escenitas no me gustan! Si sigues con esto me voy a marchar de este lugar.
La gente ya comienza a vernos feo.

—Soy lo mejor que pudo haber pasado por esta universidad—Kimberley expresó
en voz alta para que todos los allí presentes, escucharan sus habladurías—Así que tengo el
derecho a comer lo mejor.

—La Focaccia al rosmarino no está mal—le comuniqué a Kimberley poniendo


mucha energía en mi voz—Yo misma lo preparé y si no te gustó ve a otro sitio a comértelo

— ¿Tú cocinaste esto?—Kimberley manifestó con ironía; en tanto, señalaba el plato


de Focaccia al rosmarino— ¡Con razón! ¡Qué asco!

—No veo que tenga de malo la comida—intenté razonar con esa chica—Si me lo
explicaras, podríamos hacer algo.

— ¡Está horrible!—Kimberley me gritó de una forma bastante grotesca—Al parecer


los ingredientes usados los sacaron del peor mercado del mundo.

—Esos ingredientes fueron traídos de Italia—declaré, ya a punto de estallar—No


pueden ser de mala calidad; puesto que, si nos ponemos a analizar el Focaccia al
rosmarino es tradicional de ese país.
— ¡Qué discurso tan molesto!—Kimberley se levantó de su asiento y también cruzó
los brazos—Lastima que es dicho por alguien que de seguro ni siquiera ha pasado por un
aeropuerto.

— ¡Eso no es problema tuyo!—le repliqué sin ponerme a pensar mucho que ella era
una cliente más del restaurant y no debía tratarla con discordia.

— ¿Saben una cosa?— Jefferson se puso de pie sin mostrar ninguna emoción en sus
palabras —Yo no nací para hacer el ridículo—en seguida de eso, caminó dispuesto a
retirarse del restaurant. Junto a él, todos sus amigos también se pusieron de pie para
también marcharse de ahí.

— ¿Para dónde vas? —Kimberley intentó agarrar del hombro a Jefferson— ¡No me
dejes sola!

— ¡Suéltame!— Jefferson se zafó de las manos de Kimberley— No te han dicho que


no se debe mirar a los ojos a alguien superior a ti o es que acaso se te ha olvidado

Después de eso me quedé muda y blanca como un papel, ¿Cómo era posible que
Jefferson se atreviera a humillar tan feo a Kimberley si ella era su novia? ¿Acaso ella había
metido la pata hasta el fondo? Si por lo menos, Jefferson no se viera tan sexy, mis ojos no
lo fueran visto con perfil de tonta embelesada y en ese momento hasta me fuera atrevido a
defender a Kimberley.

Pero, también había que preguntarse ¿Cómo Kimberley había podido olvidar que
así no se trata a su majestad? Ella era su novia, pero eso para un ser tan obstinante como
él, no significaba nada. Ahora, ella sí que había metido la zanca en un hoyo negro porque
desde ese día sería la comidilla de los habladores de la escuela.

No se como fui capaz, agaché mi cabeza y le hice a Jefferson una reverencia.

—Lo siento, su majestad—le participé apenada con el corazón latiéndome como


locomotora —Lo siento mucho. De verdad, que la Focaccia al rosmarino la preparé con los
mejores ingredientes. No era mi intención inmiscuirlo en este problema.

— ¿Por qué no te vas a tu cocinita de cartón y nos dejas en paz a nosotros?—


Kimberley volvió a hablar y esta vez le puso la mano derecha sobre el hombro a
Jefferson— ¿Amor, por qué no la despides?

—Kimberley, estamos hablando de cosas serias—Jefferson se alejó de ella—


¡Compórtate!

— ¡Qué boba!—oí la voz de alguien burlarse.

— ¿Cómo se atreve?—declaró otra.

— ¡Es una ignorante!—expresó otro.

No sé cómo pude aguantar tanto un momento así, me sentía terrible, apenada y


quería que me tragara la tierra de una buena vez y para siempre. El señor Jeus intentó
intervenir en ese momento y poner calma en la situación. ¿Por qué siempre yo tenía que
estar metida en tales momentos de humillación y vergüenza? ¡Trágame tierra!—pensé
muy dentro de mí.
— ¡Tranquilos, tranquilos! —Enunció el señor Jeus—Tratemos de mantenernos
serenos.

Odiaba estar en aquella situación y sentirme arrepentida no me ayudaba en nada,


cuando levanté un poco mis ojos y vi allí parado al príncipe sentí desmallarme, él me veía
con ojos impenetrables y Kimberley a unos pasos de él me observaba con cara de querer
matarme como a un sancudo.

Jefferson pareció calmarse un poco, rápidamente regresó a la mesa y se paró frente


a frente de su novia; después me miró herméticamente a mí y al señor Jeus.

—Kimberley ¿Te parece que el Focaccia al rosmarino está horrible?—Jefferson


volvió a mirar a Kimberley y ella afirmó con la cabeza que sí, a lo que el príncipe tomó el
plato, caminó hacia una papelera y luego arrojó la comida en el cesto—Aquí tienes el
almuerzo. Se acabó el problema.

—Pero ¿Por qué has hecho eso?—le preguntó Kimberley bastante molesta.

—Por nada—luego le hizo un gesto con los dedos a sus amigos y dando media
vuelta todos ellos salieron detrás de Jefferson, del restaurant.

— ¡Esto me lo vas a pagar!—Kimberley me gritó y posteriormente salió detrás de


Jefferson a toda velocidad.

Yo, en tanto, no salía del impacto de ver la manera tan cruel y la forma tan
inhumana como Jefferson había “solucionado” el problema con el Focaccia al rosmarino,
En esos momentos me quería morir. Morir fuera sido una tontería, lo indiscutible era que
quería matar a el príncipe por ser tan desalmado.

— ¡Guerra de comida!—gritó un muchacho que estaba sentado sobre una de las


mesas y al finalizar de pronunciar esas palabras, los estudiantes que estaban en la
cafetería-restaurant comenzaron a arrojarse comida como animales.

Cuando reaccioné, supe que no podía quedarme en ese lugar. Así que decidí
marcharme temprano. Regresé a la cocina, recogí mis cosas y después me encaminé hacia
mi casa. Cuando llegué a mi hogar le di gracias al cielo que mi mami no estuviera por allí.
Subí en veloz carrera a mi habitación y me metí en el baño para verme sin dudar en el
espejo del lavamanos, la cabeza llena de comida, de la dichosa guerra ocurrida en el
restaurant.

— ¡Mi cabeza! Parezco una payasita—lloré de amargura—Esa cretina quién se


cree—chillé al recordar mi discusión con Kimberley—Seguro que habla con el príncipe
para que me despidan ¡Es una rogona!

Tomé temblando una toalla y me introduje en el baño. Allí abrí la regadera y con
todo y ropa decidí darme un buen lavado. Justo en esa situación agradecí también al cielo
que mis padres no anduvieran por ahí, de sólo imaginarme la cara de horror de ambos, el
cuerpo me ardía de la rabia.

Esa noche cené con mis padres. No pude dejar de recibir los regaños de mi madre
por haber dejado la ropa mojada sobre mi closet y no en la lavadora del cuarto de lavado.
Mi padre; en cambio, estuvo de acuerdo conmigo, es más me contentó oírlo decir:
— ¡Cálmate, mujer! No molestes así a Mariska, el hecho de que no haya tenido
cuidado con su ropa no quiere decir que esté haciendo algo mal. A lo mejor, es la moda de
las chicas de ahora. Yo he escuchado que las chicas muchas veces se vayan con ropa.

—Muy moda o no, no me gusta—aseguró mi madre—buenos-mal que siempre la


pongo a lavar su ropa.

— ¡Perdón, mamá!—tragué saliva con desatino, al mismo tiempo que me acariciaba


la nuca— ¡No te preocupes! Dentro de un par de horas lavaré la ropa y verás que todo será
como si no fuera pasado nada.

Al decir esas frases me horroricé, ¿Sería mejor contarles todo lo pasado esa tarde a
mis padres? ¿Lo descubrirían por ellos mismos? ¿La realeza tendría capacidad de venir a
reclamarme por la mala acción que yo cometí contra la novia de uno de sus integrantes?

Las respuestas no las pude encontrar ni siquiera acurrucada en mi cama una hora
después. No podía conciliar el sueño, cada vez que mis ojos se cerraban, la cara de
humillación de Kimberley se me cruzaba por la cabeza. Esa noche ni el contar ovejas me
sirvió de mucho.

A la mañana siguiente, me levanté bastante tarde. Tenía ojeras en la vista producto


del trasnocho de la noche anterior. La cabeza me estaba ardiendo y aunque lo intentaba no
podía olvidar lo sucedido en la cafetería-restaurant.

Quería echar a correr o desaparecer por una pared. ¡Bárbaro! El dichoso príncipe
era un bárbaro y seguro que movería todas sus fichas para que me echaran de la
universidad y lo peor de todo, es que tenía asegurado que hasta mi trabajo en la cafetería-
restaurant lo había perdido.

Me bañé en el único baño que hay en mi dormitorio, me enjaboné y luego me


enjuagué. Quería darme el mayor de los tiempos posibles para ver si a última hora no
sucedía algo que me impediría ir a la escuela.

Dejé pasar un par de horas antes de decidirme a salir del baño, vestirme y luego,
muy de luego, ir a la uni. Me vestí súper recatada, no deseaba que alguien me lanzara un
piropo esa mañana, lo que añoraba era evaporarme y eso nunca sucedería.

Cuando llegué al instituto me sentí ahogarme en llanto. La odisea del día anterior
había significado sólo un preámbulo. Todos a mí alrededor me veían como un bicho raro,
incluso Ivanovn, la cholla de la universidad. Esta chica me torcía los ojos en señal de
desprecio y seguidamente se unía con sus amigas y les expresaba:

— ¿Cómo se atreve esa a regresar a la academia? Después de lo que le hizo ayer a la


señorita Kimberley no tiene ningún derecho de estar aquí.

Las otras dos que estaban con ella se reían tapándose la boca y luego una de las dos
decía:

—Dicen que el príncipe ya habló con la rectora para que la retiren de la escuela.

— ¿Enserio? —Murmuró la otra—vaya se puede ir olvidando de la carrera. Eso le


pasa por meterse con la novia del príncipe. ¿Es qué está loca?
Seguí mi camino sin detenerme a saludar, estaba helada y no precisamente del frío.
¿Qué iba a pasar con mi familia si yo no podía continuar estudiando? Mi destino o futuro
no se orquestaba nada simpático. Por lo menos no me había encontrado con mis amigas;
pues están si que me iban a echar una verdadero bronca por algo que jamás
comprenderían.

Vi la hora en el reloj de la escuela. Ya eran pasadas las once, las tres clases que yo
tenía ese día ya las había perdido; por tanto la hora de ellas hacía rato que había
transitado. Entonces, me dirigí a la cafetería-restaurant, era hora de saber por lo menos, si
seguía teniendo mi trabajo.

Cuando llegué me espanté, era la primera vez que mi cuerpo reaccionaba de esa
manera en ese lugar. Caminé con socarronería entre las mesas llenas de gente y me dirigí
hacia el mostrador. Allí, como siempre, estaba el señor Jeus que con su gran sonrisa me
saludó como todos los días.

— ¡Hola, querida!—comunicó— ¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esas caras de


difunta?

—No bromeé con eso, señor— le dije—mire que tengo mucho miedo por mi futuro
en este lugar; ya que, después de lo de ayer…

—Después de lo de ayer, nada—me interrumpió —Hasta ahora no ha venido su


majestad a pedir tu despido, tampoco ha venido al señorita Kimberley y creo que eso es
una buena señal.

— ¿Ni el príncipe ni Kimberley han venido?—dudé.

—Claro que no, —me respondió—Y creo que ninguno de los dos debería hacerlo
porque la señorita Kimberley fue la que empezó todo ese alboroto ¡Quédate tranquila! Ven
cumple con tu trabajo.

Esas palabras me sirvieron para tranquilizarme un poco.

Me dirigí a la cocina y evadiendo las miradas de disgusto de mis compañeros en la


cafetería-restaurant resolví tomar el sartén por el mango y comenzar a ejecutar mis labores
como cocinera. Estando en la cocina del restaurant fue que pude respirar profundamente y
pensar:

— ¡Gracias, Dios mío! Te debo una.

Pero realmente la situación no estaba del todo calmada. Una de mis compañeras de
trabajo que se llamaba Nerea no se conformó con mirarme mal sino que me dijo un poco
de cosas malas. Ella siempre me había tenido envidiaba; más, yo nunca pensé que iba a
llegar a tanto.

— ¿Cómo puedes venir a trabajar después de lo que hiciste ayer?

—Nerea—el señor Jeus intentó atajar sus palabras— ¡No vayas a empezar!

—Si todos ustedes se quieren hacer como si no fuera pasado nada ¡Está bien!—
Nerea señaló a todos los que estaban en la cocina—pero eso no me quita el derecho de
decir lo que pienso.
—Nerea—el señor Jeus intentó tranquilizarla un poco.

— ¡Déjela, señor Jeus!—hablé con desgana—Ella tiene razón y es su derecho decir y


hacer lo que piensa.

— ¡Vaya, por lo menos eso sí está bien en ti!—Nerea me miró de arriba abajo—Aún
no puedo creer que seas tan cínica. Dime ¿De verdad pensabas que te ibas a meter con
gente tan importante y saldrías victoriosa?

—Eso no es así—rezongué.

— ¿Ah y cómo es?—esa tonta me estaba haciendo perder la paciencia—Con eso que
hiciste pusiste en peligro el empleo de todos y si por cosas de la vida el príncipe o la
señorita Kimberley cierran la cafetería-restaurant, todos vamos a quedar desempleados.

—Yo…—no me salían las palabras correctas de la boca— ¡Quiero pedirles una


disculpa a todos! Sé que la forma en que actué ayer no fue la correcta y me equivoqué.

— ¿Y con esas cursis palabras crees que vas a tapar todo?—Nerea estaba paranoica
¿Acaso me odiaba tanto?

—Nerea ¡Ya basta! —El señor Jeus la tomó de la mano y la hizo mirarlo—Si sigues
con esto la que vas a ser despedida eres tú.

Nerea miró al señor Jeus y dando media vuelta en un claro berrinche, se fue a
caminar por ahí. Al rato regresó con una cara de querer matarme, pero sin decirme nada.

Al ver que nadie más me dijo nada decidí que iba a intentar olvidar toda esa
pesadilla y me propuse preparar algo especial y delicioso para ese día. Total, aún
conservaba mi empleo y si lo iba a perder en los próximos tiempos, no sería en ese
instante. Resolví preparar un Bouillabaisse, plato típico de Francia.

El platillo consistía en una sopa a base de pescado y mejillones. Utilicé un cuchillo


para recortar los aliños clásicos del platillo. Un ayudante me ayudó a preparar los
diferentes tipos de pescados y el señor Jeus se encargó de la parte de sazonar.

Cuando la comida estuvo montada en la hornilla, el ayudante pidió permiso para


retirarse a la zona exterior para tomar algo de aire, el señor Jeus se marchó con otro
trabajador para sacar unas cuentas de entrada y salida del restaurant. Al poco rato;
también se retiraron de la cocina los demás empleados.

Me sentía tan feliz porque no lo podía creer, aún conservaba mi trabajo y lo que me
gustaba más, tenía que admitirlo, el príncipe se había portado como lo que realmente era;
es decir, un gran soberano y un caballero. No me había mandado a despedir y ni siquiera
me había reclamado por lo pasado el día anterior.

Continué tan metida en mi trabajo y en mis pensamientos que no percibí los pasos
que me indicaban que alguien se acercaba a mí. Por un momento creí que era el señor Jeus
el que había abierto la puerta y entrado; entonces le resté importancia, seguro que venía a
preguntarme sobre alguna receta que se le había olvidado o sobre si yo conocía el lugar
donde había dejado un utensilio.
— ¡Ya casi está listo el Bouillabaisse! —Me volteé a verlo y vaya que a quien vi no
me gustó nada. Estaba allí parado mirando con una cara nada simpática.

—Grrr… Me imaginé que estarías aquí—dijo Jefferson con voz muy gruesa tal y
como si estuviera a punto de explotar de la rabia—De verdad que si eres caradura venir a
trabajar cuando ayer humillaste públicamente a mi novia.

Me quedé muda y cándida como una tiza. Él estaba frente a mí, allí a solas conmigo
pero no como me lo hubiera imaginado. Tenía los ojos negros y una media sonrisa
demasiado cautivante.

— ¡No sé de qué me habla!— me atreví después de un rato a decirle y me volví a


voltear hacia la mesa dispuesta a no dejarme intimidar.

—Me parece que aún no percibes las consecuencias de tus actos de ayer— Jefferson
colocó una mano sobre mi hombro y me acarició suavemente el cuello. Yo de espalda de él
no sabía qué responder a ello.

— ¿Va a cerrar el restaurant del señor Jeus?—Me di la vuelta hacia él y le pregunté


sintiéndome tan adolorida por ese lugar que tanto amaba.

—No, éste lugar no está tan mal—Jefferson realizó una breve ojeada a la cocina del
restaurant—Prefiero tomar otras acciones.

— ¿Me va a despedir?—pregunté sintiendo que me quemaba por dentro.

— ¿Por qué no debería de hacerlo?—me acarició las mejillas, las cuales ya


empezaban a sonrojarse—Dame una buena razón para no hacerlo.

—No fue mi culpa—el corazón lo tenía angustiado por recibir tantas emociones a la
vez—Yo solo quería defender al señor Jeus. Su novia lo estaba maltratando muy feo.

—Bueno, pero…—su voz sonó como un susurro—Si te disculpas con Kimberley a lo


mejor puedo pensarlo y no hacer que te despidan.

—Yo…—lo que me estaba pidiendo era demasiado para mí—Yo no me voy a


disculpar con ella por lo que hice. Ella me ofendió muy feo y aunque sea una cliente del
restaurant, eso no le da ningún derecho.

—Bueno; entonces no hay más de que hablar—me dio la espalda simulando que se
marchaba de allí.

Y yo tomándolo por el brazo lo detuve:

— ¡No, por favor! No haga que me despidan. Yo adoro este trabajo y he luchado
cada día por estar aquí.

Jefferson se dio media vuelta hacia donde estaba yo y quedó muy cerca de mí. Yo
no sabía qué pensar estábamos muy juntos uno del otro y sin darnos cuentas estábamos
dejando que la atracción nos uniera más.

—Tienes unos labios muy hermosos—Jefferson me miró la boca con ojos de deseo.

— ¿A qué se debe eso?—le pregunté con voz ronca.


— ¿No te gusta que te digan palabras bonitas?— su media sonrisa se percibía cada
vez más, más y más provocativa.

—Yo…—las manos me estaban sudando del nerviosismo—Yo pensé que usted era
una persona seria.

— ¿Quieres que te demuestre lo serio que puedo llegar a hacer?—me preguntó y sin
esperar la respuesta me alzó del suelo y me montó sobre la mesa de la cocina. Yo no sabía
que decir ni que pensar; qué carajo me estaba pasando si permitía todo aquello.

— ¡Hueles maravillosamente!—me acarició con su nariz gran parte del cuerpo. Y


dejó varios besos en las partes que más le atraían en su recorrido por mi cuerpo. Empezó
por el cuello al que le regaló una caricia más suave con su lengua, luego sus manos
candentes se movieron por mi espalda como perro por su casa.

—Me encanta tu olor a perfume—me dijo y luego descendió a la entrada de mis


senos—te prometo—aseguró—que todo este cuerpo será para mí—y sin esperar a que yo
expresara algo con respecto a eso me besó el seno derecho sobre la ropa.

—Tú eres grandiosa—mi cuerpo vibraba sin pudor alguno aunque yo no quería que
él actuara de esa forma—Me imagino lo sensual que debes ser.

—Yo no soy sensual—estaba entrecortada y cada vez me estremecía mucho más—


ni siquiera…—no terminé de decirlo ¿Para qué iba a decir que aún a mi edad seguía
siendo virgen?

Jefferson buscó con su boca el otro seno y la mano que tenía sobre mi espalda
descendió hacia mi trasero. Eso me hizo palpitar como una leona en celo. Cerré los ojos y
podía sentir mi cuerpo todo sudado de expectativa. Vibré intensamente y podía notar
cómo me palpitaba el corazón con suprema violencia.

— ¿Por qué tiemblas?—se detuvo y me preguntó, sus ojos estaban avivados de puro
y candente ardor — ¿Todo eso te lo provoco yo?

—Príncipe…—abrí los ojos y lo miré sumamente perturbada, podía sentir el


corazón salírseme por la boca y las mejillas sonrojadas.

— ¡Eres...! —me acarició la frente y pude notar como a Jefferson le palpitaba la vena
que tenía en el cuello —Te hago tiritar y eso me gusta—se acercó más a mí y buscó
pacientemente los labios. Ya estaba a punto de besarme cuando la voz de una mujer lo
hizo alejarse velozmente de mí.

— ¡Disculpen!—dijo Nerea—Parece que interrumpo algo.

Yo no dije nada, no podía disimular la aceleración que recorría todo mi cuerpo y


Jefferson tampoco, a leguas se notaba lo que estábamos haciendo. El pensar en eso, me
hizo bajar la mirada, no podía enfrentar la mirada detestable de la tonta de Nerea.

Apresurada, decidí marcharme de allí. Ya no podía salir airosa de un momento tan


comprometedor como ese. El príncipe había dado rienda suelta a una sensualidad que yo
desconocía y eso no era algo que podía afrontar en ese instante. A medida que huía de la
cocina de la cocina del restaurant pude oír como él le decía amargadamente a Nerea:
—La próxima vez que entres a un lugar en donde estoy yo y no te anuncies antes,
me la vas a pagar.

Luego, pasó por su lado e intentando detenerme, me persiguió llamándome con


monumentales gritos. Yo no volteé a donde él me gritaba. Tenía que huir de sus dominios
en ese mismo instante. Además, estaba muy mortificada y ni el correr a todo lo que me
daban los pies me hacía sentir mejor.

En tanto andaba, pude sentir los ojos situados sobre mi humillada humanidad de
las personas que estaban en la cafetería-restaurant. Podía divisarlos tal cual como eran; es
decir, ingratos, criticones y horrendo, esto claro que dicho de una manera bastante
simplificada

Atravesé la cafetería-restaurant con prisa y desolada, ahora sí que mi vida estaba


acabada y si la chismosa de Nerea comenzaba a contar lo que había visto, mi vida se
volvería una bomba explosiva. Luego salí por el pasillo, necesitaba urgentemente correr a
un lugar seguro, si me eternizaba en esa universidad mi vida terminaría por acabarse.
Seguí por las escaleras, precisaba acabar con mi infierno.

En ese lapso fue cuando lo conocí. Yo corría sin fijarme a donde iba, como dije
anteriormente sin pensar en nada más sino en huir de los dominios del príncipe. Estaba
asustada y rabiosa a la vez; en tanto, mi cuerpo lo que me pedía era que lo evaporase.
¿Estaba loco? ¿Cómo había podido dejar que las cosas llegaran tan lejos?

Corriendo a toda marcha me doblé el pie. Era la primera vez que me pasaba algo
parecido en la universidad. Iba bajando velozmente por las escaleras y rodé como una
pelota. Caí de un golpetazo como un balón de futbol por las escaleras, luego giré escalón
por escalón y ya en la última escalinata caí sobre unos brazos que me esperaban en el suelo
para rescatarme.

Era él, el chico de mis sueños, alguien que nunca antes había visto en la escuela,
alto, sexy, de cabellos largos como de top model, con un cuerpo maravilloso y una boca
sensual. Un hombre en todo el sentido de la palabra. Era guapo, pero lo seguro era que no
tanto como Jefferson. ¿Por qué seguía pensando en él?

— ¡Vaya!—el sujeto me comunicó entre risas—Acaba de caerme en los brazos la


dulce damisela de mis fantasías.

Yo no supe que decir, intenté levantarme y el cuerpo entero me dolió. Él me ayudó


al alzarme y cuando ya estuve de pie sonrió.

—Creo que debería llevarte a la enfermería—me expresó— ¿Estás bien?

—Sí—le contesté.

— ¿Sí qué? —Me preguntó—Si vas conmigo a la enfermería o si te sientes bien.

—Si me siento bien.

En ese momento, la gente que nos envolvía y demás metiches comenzaron a


rodearnos a ambos. Querían saber qué había pasado y yo podía oírlos murmurar cosas
sobre si yo estaba bien o no.
— ¡Trágame tierra!—pensé al imaginarme el espectáculo que estaba haciendo, otra
vez estaba en la boca de todos los estudiantes.

A la postre noté que los que nos estaban asediando abrían un camino para que
alguien pasara. No lo podía creer, era otra vez él que se acercaba. Tenía los ojos duros y
secos para variar y me veía con cara de desagrado y queja.

Él miró a todos con desprecio y rápidamente todos los que nos habían estado
asediando a mi salvador y a mí se retiraron a sus lugares de orígenes en la academia.

— ¿Ese chico nunca se ríe? —repasé yo mentalmente; en tanto me sobaba la pierna


derecha.

—Primo Jefferson—gritó mi salvador con alegría—te he estado buscando pero no te


encontraba.

—No sabía que venías a la universidad—le contestó sin mucho ánimo Jefferson—
¿Viniste a la escuela a buscarme?

—Algo así—respondió con júbilo mi salvador— vine con tu mamá, ella está en uno
de sus proyectos.

— ¡Ah!—declaró a secas Jefferson— ¿Es por eso qué estas perdiendo el tiempo?

Me congelé, seguro que se estaba refiriendo a mí. Sí claro, cómo no iba a estar
perdiendo el tiempo su primo con alguien como yo. Entonces, ¿Jefferson también había
estado perdiendo el tiempo hace rato?

Repasé la cinta. ¿Qué era lo que acababa de oír? ¿Acaso esos dos chicos eran
primos? ¡Qué horror! Había metido la pata y con dos integrantes de la realeza. Éste chico
también era un príncipe y rebobinando las cosas siempre lo había visto en televisión, ese
chico era súper famoso. Su nombre era Luciano y por su buena conducta todo el mundo
lo quería aunque no llegaba a ser tan popular como Jefferson que era adorado por las
masas muy a pesar de su mal carácter.

—No, claro que no—carcajeó Luciano—no estoy perdiendo el tiempo. El tiempo lo


está perdiendo tu madre que vino a hablar con el director de esta institución para ver si le
permiten hacer un casting entre las estudiantes de aquí para conseguirte esposa. La reina
madre dice que las jóvenes de aquí son bien educadas, y bueno, de muy buena condición
social.

— ¡Yo no me voy a casar!—aseveró con elegante autodominio Jefferson—Ese no es


mi deseo más próximo.

—No, claro que no—carcajeó Luciano—ya me lo has dicho como cien mil veces.

—Y por cierto, primo—continuó—no estoy perdiendo el tiempo.

— ¿Ah, no?—dudó con sarcasmo Jefferson

— ¡Oh! Mis más sinceras disculpas—se apesadumbró mi salvador; en tanto, me


hacía a mí una reverencia— estaba con mi amiga aquí presente—me presentó ante
Jefferson.
—Como dije ¡Perdiendo el tiempo! —Balbuceó Jefferson con rabia en sus ojos ¿Era
celos lo que se veía en sus ojos?— ¡Qué pérdida de tiempo contigo primo! ¿Por qué no
aprendes que hay personas que no prometen mucho en la vida?

— ¿Por qué no me dejará tranquila? —medité al oír sus frías palabrotas, ciertamente
se estaba refiriendo a mí ¿Le había importado tan poco la escena en la cocina del
restaurant?

— ¡No seas gruñón—fantaseó mi salvador—la vida es dulcita y hay que disfrutarla.

— ¡Deja de perder el tiempo!—regañó Jefferson a su primo—Mejor vamos a buscar


a la reina madre antes de que cometa alguna imprudencia que me destruya la existencia a
mí.

— ¡Está bien!—entonces mi salvador se puso de rodillas ante mí y besó mi mano


derecha—Fue un placer conocerte, mi nombre es Luciano, soy un príncipe, pero por favor,
nada de llamarme su majestad.

En seguida de eso, Luciano se levantó del suelo, yo sonreí, ese sí que era un
príncipe azul. Todo elegante, dotado de gracia, atento y considerado. Él evidentemente
que sí se merecía una reverencia mía. Él sí que tenía la mejor forma de hacer sentir a una
persona de maravilla. No que jugaba con las personas como Jefferson.

— ¡Mis más sinceras disculpas!—me acuclillé casi al suelo muy apenada; mientras
sentía los ojos de Jefferson puestos en mí.

— ¡No seas bobita!—me alzó con júbilo— ¿Acaso no somos amigos?

— ¿Amigos?—dudé temblando.

—Sí, tú y yo a partir de este momento.

Yo no lo podía creer, ese sí que era un verdadero chico con corazón transparente.

—A partir de hoy vamos a ser los mejores amigos—me tomó otra vez la mano y me
dio nuevamente un beso en ella—eres mi mejor amiga.

—Por cierto—manifestó sonriente— ¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Mariska—respondí sin pensar.

—Es un bellísimo nombre—me manifestó acariciando con su mano derecha mi


mejilla izquierda.

Justo en esa situación, Jefferson carraspeó a voz alzada para que Luciano y yo lo
escucháramos, entonces mi salvador me soltó y yo alcé con disimulo la mirada un poco.
Sudando un poco fijé mi mirada hacia el pasillo de la escuela, pero me arrepentí cuando
mi cuerpo comenzó a temblar, no me recordaba que allí estaba Jefferson y ahora él estaba
peor que antes, pues mostraba una cara causal de miedo y con ganas de matarme a mí y a
su primo.

Luciano se acercó elegantemente de mí, me dio un beso en la mejilla y


posteriormente me susurró, casi pegado a mí oído:
— ¡Qué tengas feliz tarde!—después caminó hacia su primo. Éste estaba atónito y
rabioso, sus ojos lo delataban y por un momento agradecí las cosas que habían pasado
porque gracias a eso yo había aprendido que Jefferson nunca podría ser un chico que
demostrara su sufrimiento. Aunque yo hubiera rodado por las escaleras y hecho el
espectáculo del siglo, todo eso había valido la pena pues por su cara de demonio
energúmeno, él estaba sufriendo. Me imaginaba que era eso ¿O no?

Jefferson caminó con su primo a su lado. Se veía bastante enfadado. Un segundo


después se detuvo en el camino, se volteó con enigma hacía mí y seguidamente me
informó como si no hubiese pasado nada, de nada:

— ¡Niña, puedes conservar tu trabajo y tu cupo en la universidad!

A continuación se giró nuevamente hacia su primo y caminó con él a su lado. Pude


oír como Luciano le preguntaba en el camino sobre a qué se refería con lo de que yo podía
conservar mi trabajo; más esta vez Jefferson lo dejó con la duda.

Cuando desaparecieron de mi vista yo grité y salté de la felicidad, no podía creerlo,


me había salvado después de todo. Gracias al cielo.

— ¡Ay!—por la caída, me dolía la pierna y el brazo— ¡Ay!—me sobé con altruismo.

Me puse seria, había conservado mi empleo pero a qué precio. Caminé cojeando por
el pasillo, dispuesta a regresar a la cafetería-restaurant. Jamás podría ver a Nerea con la
misma cara de decencia; puesto que, ya no tenía cara para hacerlo.

Esa tarde retorné feliz como una lombriz a mi casa, abrí la puerta en un soplo, tiré
mi bolso sobre un mueble y luego vi a mi madre acostada sobre una colchoneta en el
suelo. Ella estaba viendo la televisión y tenía puesta sobre el rostro una mascarilla de
zanahoria que siempre se colocaba cuando estaba haciendo ejercicios.

Ese día no fue la excepción, mi mamá tenía en la tele puesto un programa de


ejercicios y ella estaba haciendo prácticas de algunos adiestramientos que un sujeto en la
pantalla le informaba que hiciera. Cuando me vio sonrió.

—Al fin llegaste—me dijo—ve colócate un poco de mascarilla de zanahoria y ven a


hacer ejercicios conmigo.

— ¿Yo?—dudé con sarcasmo—pero si no lo necesito, mi peso está bien.

— ¿Acaso uno nada más hace ejercicios para rebajar? —Preguntó intrigante mi
madre—esto se trata de salud y es por eso que todos las personas debemos ser buenos
deportistas.

—Bueno si tú lo dices—me rendí— ¿Dónde está la mascarilla?

—En la nevera—me confesó ella.

Seguidamente fui al baño, me lavé la cara y me la sequé con una toalla. Me revisé
algunas partes del cuerpo para ver si me habían quedado marcas de la caída por las
escaleras y fui feliz cuando no me encontré ninguna de gran peligrosidad. Todas pasaban
de simples rasguños y raspaduras. Además, hice una breve ojeada sobre las partes de mi
cuerpo que Jefferson me había manoseado y no había ninguna prueba del delito.
En seguida me dirigí a la cocina y saqué del refrigerador la mascarilla. Me la puse
en el rostro con ayuda de una espátula y al cabo de unos pocos minutos ya estaba acostada
en la colchoneta, al lado de mi progenitora, tratando inútilmente de hacer correctamente
los ejercicios.

En la noche acompañé a mis padres a una discoteca, sí, ya me imagino lo que


estarán pensando “las discotecas son para los jóvenes y sus padres están ya bastante
mayores”, pero no, tanto mi mamá como mi papá son dos seres geniales y jóvenes en
espíritu y yo estoy de acuerdo con que gocen su vida como mejor les parezcas.

Y no lo puedo negar me gusta salir a andar y a bailar con ellos dos. Estoy segura
que junto a su compañía me divierto, no corro regularmente ningún peligro, no tengo que
andar pidiendo aventón a personas desconocidas para que me regresen a casa a altas
horas de la noche porque mi papá lleva su chatarrita para arriba y para abajo y además,
bailo con quien me plazca sin tener las responsabilidades de iniciar un noviazgo; ya que
mi progenitor me defiende de todo y de todos.

Al día siguiente me levanté como de costumbre de la cama, me cepillé los dientes,


me lavé, me vestí y luego desayuné. A la media hora ya estaba montada en el autobús de
transporte de la universidad.

Esa mañana sabía por qué necesitaba hacer como si nada fuera pasado el día
anterior, tenía ganas de seguir con mi vida tranquila e inadvertida de todos los días de mi
existencia. Tenía fantásticas ganas de reencontrarme con mis amigas pues desde horas
antes de la discusión con Kimberley no hablaba con ellas, es más, me había negado a
contéstales sus mensajes y llamadas por teléfono para evitar responderles a sus preguntas
pecaminosas sobre Jefferson y yo.

Es que ya me podía imaginar las cosas que sus cabecitas llenas de basura estaban
inventando. Que si el príncipe se había enamorado de mí y que por eso me había
defendido de su novia. Que si yo había logrado robarle a Jefferson a la fría de Kimberley.
Que si pronto sería la nueva princesa del país.

¡Oh! Sería bestial que todas esas suposiciones fueran reales; no obstante, eso era
imposible, Jefferson nunca se enamoraría de una mujer como lo era yo. Bastaba con
comparar a la sobre educada de Kimberley conmigo para darse cuenta de que esa chica
ganaba contra mí con una elevada ventaja.

No es que esta servidora fuera fea. No, eso no era. Me considero bonita y atractiva
pero al ver el linaje de esa muchacha yo no tenía ni siquiera una mínima de oportunidad.
La joven era refinada, millonaria e inteligente, asimismo, hablaba cinco idiomas y tenía
gran talento para el modelaje. En cambio, mi persona era pobre, tapada en muchas cosas,
sin una gran educación y conjuntamente, apenas manejaba ordinariamente el idioma
español.

Cuando llegué al colegio no vi ni un alma afuera, el lugar estaba desolado y por un


momento me sentí como en un cementerio oscuro aunque era de día y estaba era en la
universidad. No me preocupé por la poca presencia de estudiantes afuera en el
estacionamiento, ni por la inmensa cantidad de autos estacionados afuera del instituto;
decidí entrar a la uni como todos los días sin darle importancia a lo extraño que se
percibía todo.
Cuando abrí el portón me asusté ¿Qué era lo que estaba pasando en mi
universidad? ¿Desde cuándo había cambiado tanto? No lo podía creer en los pasillos de
ese lugar habían interminables colas de estudiantes mujeres con fotos del príncipe y
planillas de origen desconocido.

Era sorprendente la situación de ese sitio, las chicas estaban en la cola y los chicos
estaban del otro lado sentados en grupos en las mesas hablando con gritos de algareros.
No se podía entender una sola voz; ya que, todos hablaban casi al mismo tiempo.

Me acerqué a la cola de chavalas, deseaba averiguar sobre la razón de tan larga fila
de muchachas. Me coloqué en un lugar intermedio de la hilera y después intenté alzar un
poco los pies para estando más alta poder ver lo que estaba ocurriendo al principio de la
línea de chicas.

No podía ver nada, yo no era tan alta y la cola estaba bastante desplegada y
desordenada. ¡uff! ¡Qué incomodo era estar ahí! A cada rato me atropellaban las personas
y me empujaban sin pedirme unas merecidas disculpas.

— ¡Oye haz la fila al final, no te colees! —me dijo, señalando el final de la cola, una
de las muchachas que era nada más y nada menos que Ivanovn, no le pude responder
nada, ni siquiera yo sabía a qué se debía tal alboroto y por qué estaba allí.

En ese momento, sentí la mano de alguien que me arrastraba hacia atrás, me sacaba
de entre la gente e inmediatamente me metía en un salón solitario, en donde a forma de
broma me decía:

—No me digas que tú también vas a hacer el casting.

Era Luciano con una cara ocurrente en su cara, para variar la situación.

— ¿Casting? ¿Qué casting? —le pregunté consternada—no sé de qué me hablas.

— ¡Boba!—sonrió con una luz pura en los ojos—el casting para escoger a la futura
esposa de mi primo.

Entonces, me acordé de las palabras de Luciano el día anterior:

— El tiempo lo está perdiendo tu madre que vino a hablar con el director de esta
institución para ver si le permiten hacer un casting entre las estudiantes de aquí para
conseguirte esposa.

— ¡Ah!—entendí por fin—Ese casting, si supieras que no me interesa.

—De modo que ya sabías—protestó pícaramente Luciano.

—No creo que haya sido un secreto—le confesé en intimidad limpia—Ayer le dijiste
al príncipe en mi presencia que su madre deseaba hacer un casting para conseguirle
esposa.

— ¡Verdad!—se carcajeó—Contigo no puedo tener secretos.

Yo sonreí con gozo, me encantaba que Luciano fuera tan apropiado conmigo. Él se
había robado mi corazón de amigo en sólo un par de encuentros. La mujer que llegara a
ser su novia sería muy feliz.
— ¿Y tú no vas a hacer la cola? —me preguntó al rato de unos segundos en silencio.

— ¡No!—aseveré—Digamos que a mí tu primo no me interesa para nada, mucho


menos para casarme—Y menos con lo ocurrido en la cocina del restaurant.

Le mentí a Luciano, claro que sí me fuera gustado hacer la cola y ser yo la escogida
para ser la esposa de Jefferson; pero admitírselo a él y a mis amigas, que de seguro
también estaban haciendo la fila, sería cavar mi propia tumba. Además, no estaba segura
de que Jefferson me aceptaría después del ridículo que le hice pasar en la cafetería-
restaurant.

Tampoco yo estaba dispuesta a ser la prometida de un chico del cual no estuviera


enamorada. Algo es el gustar y la atracción física y otra, otra muy diferente, es el amor.

Si ésta servidora algún día se casaba sería con alguien que realmente amara y
estando segura de que la otra persona sintiera lo mismo. Pero sin correspondencia de mi
amor, nunca lo haría.

Aparte, estaba la presencia de Kimberley, la novia de Jefferson. Ella me había


jurado que yo se las pagaría y si aún no sabía lo de Jefferson y yo en la cocina del
restaurant era un milagro.

—Un momento, reflexioné mentalmente—si en la escuela están haciendo casting


para escoger la futura esposa del príncipe ¿qué ha sucedido con ella? ¿Habrán terminado?

— ¿Y Kimberley?—me atreví a preguntarle finalmente a Luciano—Todos en la


universidad sabemos que ella es su novia.

—Era, querrás decir—corrigió Luciano con dulzura—ellos terminaron ayer. A mi


tía, la reina madre, no le parece que Kimberley sea la mujer indicada para un hombre
como Jefferson y él bueno, salía con esa chica porque ella se acomodaba al estilo de la
realeza. Mi primo no es de estar con una sola mujer y dicho por él, ella ya lo estaba
aburriendo con sus berrinches

—Pero…—fluctué con lastima— ¿Él está enamorado de ella?

—Nooooo—prosiguió Luciano—Mi primo no se enamora de nadie. Él solo busca


sexo, sexo y sexo. Pero sabes; para mí que mi primo sabe que nunca podrá llegar a algo
serio con ella y aprovechó esta oportunidad para dejarla. Si no fuera así no se fuera
rendido tan rápido hasta lograr que la reina madre la aceptara como su esposa.

— ¡Ah!—respiré con apremio; en tanto veía a Luciano observarme con esos


bellísimos ojos.

— ¡Mira!—prolongué mi conversación ensalivándome los labios—pero ayer él dijo


que nunca se iba a casar.

—Sí—se tocó la barbilla—pero no le queda más remedio que aceptar el matrimonio


con la mujer que escoja mi tía.

— ¿Por qué?—lo interrogué con incertidumbre


—Porque ya hace dos años que el rey padre murió y tú sabes que las leyes de este
país dicen que una mujer sola no pude dirigir un país. Así, que a pesar de que mi tía sigue
viva, no puede administrar a la nación. Jefferson tiene que casarse para que él junto a su
nueva esposa se conviertan en los nuevos reyes del territorio nacional. Jefferson no está
feliz con lo del matrimonio; más no le queda otra cosa por hacer que consentir.

Cavilé, así que eso era lo que sentía un chico como Jefferson. Separarse de su novia
porque su madre no la ve adecuada y luego tener que casarse con una total desconocida.
Me entristecí y por un momento me lamenté de juzgarlo tan mal.

— ¿Te sientes bien?—me preguntó asustado Luciano— ¡Estas pálida!

—Sí—falseé—lo que pasa es que ya tengo que irme—necesito irme—grité


mentalmente.

— ¡Ah!—carcajeó Luciano—se me había olvidado que te había secuestrado.

—Sí—sonreí fingidamente, luego me acerqué a la puerta del salón—Nos vemos otro


día—no fue una pregunta.

— ¡Claro!—aseveró con confianza Luciano y sacó su teléfono del bolsillo de su


pantalón— ¿Me puedes dar tu número de…?

No le di la respuesta, ni siquiera lo dejé terminar. Salí dispara del aula y corrí


abriéndome camino entre la gente hacia el baño de mujeres. Me urgía tomar aire
profundamente porque si no lo hacía en los próximos segundos iba a romper a llorar.

Me había comportado egoísta, cruel, patética e impía. ¿Cómo había sido capaz de
pensar tan mal de Jefferson? ¿Acaso yo era perfecta y tenía el derecho de juzgar a ese
chico? Él seguro que no se merecía eso.

En tanto, corría por los largos pasillos recordaba cada momento vivido con él en los
encuentros de ayer y de anteayer. Sí, fueron momentos llenos de mucha rabia, odio y
pasión. Más, ese chico no se merecía nada de lo que le estaba pasando ahora y por lo tanto,
cualquiera que fuera su reacción ante un matrimonio obligado sería natural ante la forma
como estaba siendo tratado.

Corrí hacia los baños más lejanos de la escuela, no quería que nadie estuviera allí
para interrumpirme las ganas que tenía de estar a solas. Ubiqué el cuarto de baño de las
chicas, sí uno de esos cuyas características principales son el de ser educados y modernos
de acuerdo a nuestra distinguido sexo.

En seguida entré de prisa, sin fijarme en quien estaba dentro. Abrí el lavamanos,
metí mis manos en el agua fría, tenía el corazón en la boca y las lágrimas comenzaban a
salírseme de los ojos. Estaba triste y en sí no sabía la razón de todo eso. Bueno, había
actuado mal al pensar cosas malas de Jefferson, pero eso no significaba que yo tuviera que
tomármelo tan a pecho.

De pronto los oí, oí las voces de un par de personas en uno de los baños
individuales del lugar, una de esas voces pertenecía a una mujer y la otra a un hombre. Yo
temblé, quienes estuvieran allí estaban aprovechando la oportunidad que se les presentaba
al estar esa zona solitaria para hacer sus cochinadas.
— ¡Me encantas!—dijo la mujer—tú sí que sabes tratar a una mujer.

— ¿Enserio?—dijo el hombre—me gustaría que siempre fuera así.


Lamentablemente no todas las personas piensan eso.

— ¿Por qué dices eso?—indagó la voz de mujer.

—No, por nada—el hombre vaciló y se quedó totalmente callado.

Me ofusqué, ahora los baños de la escuela eran para que las lindas parejitas
tuvieran sexo a granel como si no les importara. Eso era asqueroso y sucio, ¿Acaso no
podían pagar un hotel?

Me acerqué al baño, fueran quienes fueran los que estuvieran allí dentro iban a ser
atrapados por mí. Ser descubiertos infraganti sería poco para lo que les iba a pasar.

Tomé la puerta con cuidado, era ahora o nunca; así que rápidamente abrí la
portezuela.

— ¡Ah!—gritó ella al verme e inmediatamente intentó cubrirse los pechos.

— ¿Qué haces aquí?—me preguntó él, tratando de cubrirla a ella con su cuerpo,
muy a pesar de que también estaba desnudo o por lo menos del pecho para arriba.

Me quedé en shock, no podía decir nada. ¿Por qué tenía que haber sido él? ¿Por qué
de entre tantos chicos tenía que ser él el que estaba allí en esa situación? No pude hablar,
las piernas me comenzaban a temblar y estaba a punto de desmayarme.

— ¿Estas sorda?—preguntó con cólera Jefferson— ¿Te comió la lengua el ratón? ¡No
deberías estar aquí!

— ¡Lo siento!—grité desesperada y salí huyendo de ahí. Ahora si que mi vida


estaba acabada.

Esta vez, Jefferson no me siguió a carreras como el día anterior y aunque lo fuera
deseado yo sabía que eso nunca ocurriría. Además por qué tenía que hacerlo si lo había
interrumpido en un momento tan cumbre, tan… no sé, tan agridulce.

Estaba con ella, estaba con su novia Kimberley, la mujer que según todos él amaba.
Estaban teniendo sexo, estaban haciendo de las suyas mientras que yo había estado
preocupada por él, estaba acostándose con ella cuando un día antes me había seducido a
mí tocando todo mi hermoso cuerpo. ¡Qué idiota había sido!

Anduve en veloz carrera por la escuela. No podía detenerme porque sentía que si lo
hacía mi vida estaría acabada. Sentía las lágrimas mohínas correr por mis mejillas con
dolor. Estaba que nadaba en llanto como la damisela traicionada. Esquivé a todos los que
se me cruzaban en el camino y odié haber abierto esa puerta.

Salí en penumbras por los pasillos de la universidad. A pesar de la cantidad de


gente, avistaba que estaba sola en el infierno. Mi corazón estaba destruido por primera vez
y en ese momento certifiqué muy internamente en mí que había sido una tonta y una
mensa.
Transité con la garganta secas, al parecer ya estaba comenzando a acostumbrarme a
estar en tal difícil situación. Bajé las escaleras con poco aplomo. Requería
inaplazablemente huir de mi vida y no regresar nunca más.

Por un momento, ambicioné insertarme en uno de esos videos de rock donde la


tiniebla es el pan de cada día. Allí, por lo menos me sentiría bien. ¿Qué me estaba
pasando? ¿Por qué me hacía sentir irritada el hecho de que Jefferson estuviera con su
novia? Ella era su chica y yo, yo… no lo pude pensar, me dolía mucho.

En ese instante, tropecé con alguien a quien no pude ver a la cara, mis pensamientos
estaba en otro lugar y yo no estaba disponible ni para pedir disculpas. A la mujer se le
cayeron unas carpetas al suelo y yo no dije nada, traté de recogérselas y al intentar hacerlo
se me cayeron peor.

— ¡Lo siento!—anuncié con dolor, en tanto las lágrimas delataban mi dolor.

— ¿Qué te pasa mi niña?—dijo la dama tomándome con cariño de los brazos—


¿Estas bien?

—Sí—le falseé, pero las lágrimas seguían recorriendo mis mejillas sonrojadas.

— ¡No!—gruñó ella—tú no estas bien, estas llorando.

—Le aseguro que estoy bien—seguí mintiéndole al mismo tiempo que me secaba
las lágrimas.

—Pero estas llorando—dudó la distinguida señora.

— ¡No pasa nada!—le aseguré— ¡Estoy bien!—más las flemas que comenzaban a
ceder, me evidenciaban.

— ¿Tiene esto algo que ver con el príncipe?—me preguntó

— ¿Con el príncipe?— Le pregunté con incertidumbre y curiosidad.

—Sí, con el príncipe—aseveró la mujer con modestia—Bueno, quiero decir


específicamente con el casting para encontrarle esposa al príncipe.

Al oír eso respiré profundamente y el nudo en la garganta confirió un poco. Por un


momento, me invadió una energía de paz al saber que esa mujer no sabía nada de lo que
me había pasado hacía unos pocos segundos. Ella hablaba del casting, y del casting yo no
sabía nada en sí, exceptuando lo que me había contado Luciano.

— ¡No!—negué con seguridad—No tiene nada que ver con el casting. Yo no


siquiera hice el casting.

—Y eso mi niña ¿Por qué?—la dama puso en tela de juicio mis palabras.

—Bueno, es que yo…—titubeé también yo, mientras no me salían de la boca las


palabras que iba a decir, pero después no me importó lo que iba a comunicarle a esa
mujer.

—Bueno yo no soy tan boba para creer que tengo una oportunidad con el príncipe.
—Pero tú eres muy linda—afirmó la señora.

—Ja, ja, ja—sonreí de pena— Pero eso no significa nada. El ser princesa es una labor
muy grande e importante y yo no creo que esté preparada para ser una soberana.

— ¿Crees que la belleza no es importante? —inquirió la señora con interés.

—Bueno, para mí no es lo más importante—alegué con confianza—Las personas


pueden ser bellas pero si no tienen humanidad, alma o principios eso no le vale de nada.

—Niña—atestó la señora—espero que tú seas la próxima reina del país.

— ¿Yo? Inquirí incierta—Eso nunca va a suceder y ahora si me disculpa me tengo


que ir.

—Claro, claro—aseveró la señora—Mis más sinceras justificaciones por meterme en


tu camino.

—No, claro que no—negué yo, un poco más alegre—Soy yo la que me la llevé por
delante ¡Sorry!

Entonces di la vuelta y seguí con mi camino, ahora me sentía un poco más


desahogada y llena de confianza y aunque quisiera negarlo el hablar con un ser totalmente
desconocido para mí, me había ayudado mucho.

Cuando salí afuera de la universidad, no tomé un autobús, tampoco un taxi, decidí


que iba a caminar para tratar de mejorar mi vida. Era importante que estuviera tranquila
al llegar a mi casa; puesto que, tampoco iba a poder aguantar el interrogatorio de mis
progenitores por la cara de espectro que poseía en ese momento.

Caminé por una larga hora. A pesar de que estaba cansada, yo no estaba acorde
para presentarme tan tristona en mi hogar. A leguas se notaba que yo estaba tratando de
olvidar un dolor muy profundo.

Saqué de mi bolso mi lápiz labial e intenté pintarme una sonrisa de cartón. Oí el


trinar de los pájaros, ellos sí que estaba alegres. Observé a los niños dar carreras a través
del monumento de un patriota y al final agradecí que el otoño estuviera cerca porque las
hojas de los arboles me acompañaban en mi ahogo.

Me acosté boca arriba en la grama de una casa, no me importaba si yo misma no


entendía mi dolor. Tenía tanta inocencia que tampoco deseaba aceptar que me había
enamorado perdidamente del príncipe. No obstante, tampoco era capaz de mirar de frente
al mundo y confesarle que estaba loca por un hombre con el cual nunca llegaría a tener
una relación amorosa.

Él pronto se casaría, sino era con Kimberley serían con cualquier otra. Yo jamás
podría llegar a besarlo, a tocarlo y menos a ser su esposa. Jefferson me había tratado como
una mujerzuela y entre nosotros había una gran barrera de separación.

Acostada, miré el cielo bastante profundo y melancólico. Yo misma no entendía por


qué me pegaba tanto el ver a Jefferson junto a Kimberley, si ya estaba acostumbrada a
verlos juntos de la mano recorriendo la uni. ¿Acaso, me había afectado tanto el que me
fuera acariciado?
Me levanté de las gramas y caminé hacia un par de heladerías que estaban allí.
Desde afuera me fijé en lo pequeñas que realmente eran y lo grande que yo las veía
cuando estaba pequeña. Eran preciosas, tenía tanto tiempo que no me acercaba a una
como ahora que me sentí extrañada y como si yo fuera una pequeña niña.

Por un momento, deseé introducirme en ella y quedarme allí para siempre. Era muy
duro enamorarse sola y tenía que admitir que ya estaba inconsideradamente enamorada
de Jefferson.

Pasaron horas y más horas y yo aún en ese lugar, vi a la gente llegar y retirarse,
sentí el viento resoplar con valentía y perdí el tiempo mirando los azulejos posándose en
los arboles.

Cuando decidí regresar a casa ya eran entradas las seis de la tarde. Caminé con la
misma paciencia que antes y no pasaron quince minutos de más cuando ya estaba cerca de
mi hogar. Ahí si que conseguiría compañía y amor. Al ver la hora que era decidí llamar a
mi madre pero el teléfono sonaba ocupado y no pude enviarle mensajes.

Asustada por no avisarles a mis padres que andaba de vaga por allí. Decidí recortar
camino por la vieja estación del tren abandonada. Muy tarde, me di cuenta que esa no era
una buena idea cuando sintiendo el basurero que era todo allí, comencé a asustarme
notando que no había ni un alma en pena caminando por esos lugares.

— ¡Qué suerte la mía!—sentí la mano fuerte de un hombre tomarme por el cuello y


pegarme de una pared—No puedo creer lo que he pescado hoy.

— ¡Por favor, no me haga nada!—manifesté entrecortadamente y sintiendo que mi


respiración comenzaba a desacelerar.

El hombre era un sujeto de unos cincuenta años, que olía horriblemente a alcohol y
estaba lleno de suciedad. El verlo daba terror pero el escucharlo era peor.

— ¡Tienes la cara muy bonita!—me acarició la cara con sus manos mugrosas.

—Llévese todo lo que quiera—le supliqué llorando—pero no me vaya a hacer daño.

— ¿Qué me puedes ofrecer tú si tienes una cara de pobretona?—introdujo su mano


derecha entre mi camisa—Prefiero tu cuerpo a otra cosa.

— ¡No me haga daño!— chillé asustadísima—Yo…

—Eres una belleza y no voy a perder esta oportunidad—se pegó a mi cuerpo como
una garrapata—Te voy a hacer mía.

— ¡Déjeme ir!—intenté empujarlo pero eso no sirvió de nada— ¡Por favor!

—Ja,ja,ja,ja—se rió como la basura que era—¿Estás soñando?

—Tengo esposo y cuatros hijos—le mentí para ver si así se apiadaba de mí—
Además de mi mamá y de mí papá ¡No me mate! ¡Por favor!

— ¿Y quién te dijo que te iba a matar?—pegó con fuerza mi cabeza de la dura


pared—Bueno, quizás lo haga, pero después de probarte—me lamió el cachete con
asquerosidad.
— ¡Idiota!—grité y no sé de dónde conseguí la fuerza necesaria; sin embargo, en un
acto de desesperación le di una patada por los testículos, él gritó agarrándose esa zona y
yo aproveché su dolor para empujarlo. El individuo cayó al suelo y yo salí corriendo en
tanto lo oía gritar:

— ¡Mal nacida! ¡Me la vas a pagar algún día!

Corrí en veloz carrera y no paré sino hasta varias cuadras lejos de donde había
dejado al sádico ese. Luego, me puse a llorar ¿Qué más podía pasarme en ese día? Odiaba
todo lo que me había pasado y para empeorar las cosas casi sufro una violación ¿Qué
fuera sido de mi vida si eso me fuera ocurrido?

Haciendo memoria del susto que me había llevado, decidí que no debía estar en la
calle. En una época en la que oscurece tan temprano como ahora cualquiera puede hacerle
cosas malas a otras personas. Emprendí otra carrera fulminante y decidí que no iba a parar
hasta llegar a mi casa.

Veinte minutos después, me encontré agotada, respirando cansadamente y sin


saber qué explicación podía darles a mis padres por no avisarles que iba a ir a pasear por
allí. Molesta conmigo misma caminé la última cuadra que me quedaba para llegar a mi
hogar y justo cuando estuve frente a frente mi casa…

— ¡Susto!—Grité, qué hacían todos esos carros rodeando mi casa.

Me morí, llegué al cielo y volví a bajar a la tierra, mi casa estaba rodeaba por
decenas de automóviles de lujos, de periodistas y de luces de bengala.

— ¿Qué carajo?— me acerqué enfadada.

Más vale que no, cuando estuve cerca de la gente un poco de periodista
comenzaron a caerme encima para interrogarme.

— ¿Qué se siente ser la feliz escogida?

— ¿Cómo creé que su vida cambiará a partir de hoy?

— ¿Qué piensan sus padres?

— ¿Qué?— pensé, ni siquiera yo sabía de que ellos me estaban hablando.

—Dicen las malas lenguas que usted no es una persona de recursos ¿Es eso cierto?

—No se de que me están hablando—me atreví a confesar— ¡Yo no entiendo!

—Todos nosotros hablamos—se limitó a comunicar un periodista de sexo


masculino colocando su micrófono muy cerca de mi cara—de la escogencia que hizo la
reina madre el día de hoy para que usted sea la futura esposa del príncipe.

— ¿Qué dijo?—temblé y entrecerré los ojos; en ese momento no supe más de mí, las
piernas me temblaron, el cuerpo se me erizo, la cabeza me dio miles de vuelta y lo último
que recuerdo fueron las voces de los periodistas diciendo:

—Se acaba de desmayar.


—Abran paso para que le entre aire.

—No la dejen caer al suelo.

—Hay que llamar al 911.

Abrí con paciencia los ojos, no reconocía el lugar donde estaba. Estaba en otro
planeta acostada en una lujosa cama.

—Ya despertó—reconocí la voz preocupada de mi madre.

—Hija ¿Estás bien?—anunció mi papá, colocándose muy cerca de mí.

Me levanté de la cama con gran sacrificio y me senté muy incómoda.

— ¿Qué pasó?—expresé tocándome la cabeza — ¿Dónde estoy?—alcé la mirada.

—Estas en el palacio real. Estas en nuestra habitación, ¡Querida!—anunció una voz


que estaba parada frente a mí.

Y yo me quedé perpleja, ¿Qué acababa de decir? Jefferson estaba loco y ¿Cómo me


había llamado? ¿Querida?

Me volví a desmayar, no lo pude evitar. Digo esa era una reacción natural para lo
que me estaba sucediendo. No era algo fácil de asimilar lo que acababa de oír.

Pasó el desmayo cuando ya estaba en total soledad en la habitación; sin embargo,


en el medio de él pude sentir que un médico me inyectaba para que siguiera durmiendo.
Cuando esto también pasó, no lo pude evitar y fui incapaz de abrir los ojos, tenía mucho
en que pensar. Las cosas no eran tan sencillas y menos tomando en cuenta lo que estaban
anunciando las voces reunidas afuera de la habitación.

—Ellos no se pueden casar—anunció una voz que reconocí como la de mi padre.

—Ella ha sido escogida para ser la futura esposa de mi hijo, no lo puede evitar—dijo
una mujer—yo soy la reina y sé por qué he decidido que ella sea la próxima reina del país.

— ¡Su majestad!—anunció mi madre—Ella tiene un futuro por delante, no es justo


que renuncie a él para casarse con alguien a quien no ama.

Mi futuro, mi apreciado futuro, no lo quería perder. Era injusto que yo tuviera que
sacrificarme por ese idiota de pacotilla. No y no, no lo iba a aceptar. Si tenía que morir
para no hacerlo, estaba bastante dispuesta.

De repente, moví una mano hacia un lado de la cama y lo que toqué no me gustó.
Abrí los ojos de repente y vi a Jefferson acostado en la misma cama que yo. Al sentir mi
cuerpo me di cuenta que yo estaba totalmente desnuda. Ése idiota había abusado de mí.

— ¡Idiota!—grité furiosa y me levanté corriendo de la cama.

— ¿Qué? ¿Estás loca?—me gritó Jefferson estregándose los ojos tal y como si yo lo
fuera despertado de un profundo sueño.
— ¿O es qué te gusta verme desnudo? ¿Me deseas tanto que no te pudiste
aguantar?—sus palabras me hicieron enfrentar la dura realidad, él también estaba
totalmente desnudo.

Yo me quedé perpleja, era la segunda vez que lo veía mostrando su espectacular


pecho y ésta vez sí que estaba desnudo. Él me vio con una sonrisa picara a los ojos. Se
levantó pacientemente por el otro lado de la cama y yo tontamente di la espalda hacia la
pared para no terminar de verlo desnudo. Con calma y sin prisa él abrió un closet y sacó
dos batas.

Una se la puso él en su bellísimo cuerpo y una me la arrojó en la cabeza para que yo


me la pusiera ¿Qué ganaba Jefferson humillándome tan feo? Casi sin orgullo tomé la bata
y me la coloqué en el cuerpo. Ahora era mi turno de darle su lección.

— ¿Por qué me haces esto?—le pregunté rabiosamente.

— ¿Cómo qué por qué?—se hizo el desentendido—Yo siempre hago lo que me da la


gana.

— ¡Eres un desgraciado!—la rabia terminó de explotar y tomando un jarrón antiguo


se lo arrojé en el pecho. La vasija cayó al suelo y Jefferson me miró sorprendido.

— ¡Toma esto!—le lanzó otra cosa de cerámica y él se movió de lugar para


esquivarla.

— ¡Te odio!—le tiré un vaso de vidrio, éste ni siquiera le pasó por un lado.

— ¡Mejora tu puntería!—se echó a reír y yo frenética le arrojé unos carritos de


colección que estaban colocados apropiadamente sobre una mesa. Estos le dieron en la
frente y por un momento me sentí orgullosa de al fin lograr hacer algo en contra de él.

— ¡Estás loca!—me gritó tocándose la frente que ni siquiera una gota de sangre
tenía.

—Yo estaré loca, pero tú vas a estar muerto—le lancé otra vasija de cristal; más
nuevamente mi mala puntería no llegó a darle.

—Eres una loba guerrera—caminó seductoramente hacia mí— no puedo dejar de


imaginarte oyéndote gemir—se pegó a mí y me abrazó—No sabes cuánto deseo hacerte
mía—finalmente me soltó y se dio media vuelta para después recoger uno de los carritos
que yo le había arrojado.

— ¡Ya te estás acostumbrando a mirarme desnudo!—dijo mirándome por encima


del hombro y llevando el carrito hacia el closet—después de que nos casemos ya no habrá
sorpresa.

Yo me quedé muda, lo había visto totalmente desnudo. Había sido una experiencia
humillante y peor por lo que acaba de decirme él. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué
seguía metiéndome en problemas? No, no era yo, era ese mentecato que se había cruzado
en mi camino a la felicidad.
No me aguanté, salí corriendo tras de él y me abalancé sobre su cuerpo, tomándolo
del cuello con ganas de ahorcarlo. Si me había tocado mi hermoso cuerpo, lo iba a pagar
con su vida.

— ¡Sucio!—le grité con odio y lo pegué contra el closet—Eres un sucio.

— ¡Déjame, loca!—me gritó Jefferson— ¿Qué te pasa?

— ¡Eres un maldito profanador!—le expresé ahorcándolo un poco más—Te


aprovechaste de que yo estaba desmayada para abusar de mi.

— ¡Yo no abusé de ti!—me vociferó desesperado —Ni siquiera me interesas.

— ¿Y por qué estoy desnuda?— Le recriminé mordiéndome los labios.

— ¡Ah, eso! —me dijo sonriendo muy cómodamente y hasta con tono chistoso—No
podías dormir con ropa así que te hice el favor.

— ¿Favor?—me enfurecí más— ¿Consideras eso un favor?—y apreté con las uñas
de mi dedo sobre su nuca.

—Si y ahora tú me vas a hacer un favor a mí—me dijo de lo más tranquilo.

— ¿Qué?—le pregunté pero él ni siquiera llegó a responderme. Caminó conmigo


alzada con las piernas separadas entre sus caderas y sosteniéndome con sus fuertes
manos. Luego sin tapujos me arrojó sobre la cama.

— ¿Qué es todo esto?—le pregunté asustada.

—Esto querida es hacer el amor—se limitó a contestarme y comenzó a besarme el


cuello. Yo asustada no podía decir nada, tenía la mente perdida en el horizonte.

Los gritos debieron de llegar a oídos de los que estaban fuera de la habitación; pues
en ese mismo segundo la puerta del dormitorio se abrió de par en par y un bullicio de
gente entró dando alaridos.

— ¿Qué está pasando aquí?—gritó una mujer que reconocí como la reina madre.

— Se suponía que primero iban a hablar con ella—mi padre manifestó con
seriedad—y ahora resulta que estos dos ya están en la parte de la luna de miel.

— ¿Qué?—pregunté torpemente y empujé a Jefferson lejos de mí, él se quitó y me


dejó levantarme.

— ¡Bueno!—dijo la mujer muy contenta; en tanto Jefferson caminaba algunos pasos


lejos de mí, se acariciaba con dolor el cuello que yo le había maltratado y en seguida se
pasaba la mano por los cabellos—Es hora de que todos salgan de la habitación,
exceptuando los padres de esta chica, ¡Por supuesto!

Mis padres se quedaron muy cerca de mí, en tanto el resto del público que había
visto tan bochornoso espectáculo salía de la habitación.

— ¡Todo esto ha sido extraño!—manifestó la reina madre cuando la gente abandonó


del dormitorio—Esto era lo que faltaba que pasara.
— ¿Faltaba?—preguntó dudosa mi madre— ¿Acaso le parece bien lo que acaba de
pasar?

—Claro que sí—vociferó la reina madre— ¿No ve? —expresó señalando a Jefferson
y a mí—Ambos chicos estaban solos en una habitación casi desnudos, a excepción de la
bata y bueno estaban haciendo sus cositas por ahí.

— ¿Casi desnudos?—me pregunté mentalmente y caí en cuenta, Jefferson y yo


habíamos estado en la cama, uno encima del otro y lo peor con muy poca ropa sobre
nuestros cuerpos. Igualmente, todos nos habían visto en ese corrompido momento. Así
que de ese favor se trataba lo que había dicho Jefferson, el muy canalla me había usado de
la forma más sinvergüenza.

— ¿Y eso qué significa?—le grité a la reina madre, absolutamente asustada—No


estábamos haciendo nada malo.

—Claro que no, mi niña—me dijo la reina madre acercándose a mí y tomándome


con cariño de las mejillas.

En ese momento la vi a los ojos, era una mujer bellísima y esos ojos azules, no sabía
por qué pero me hacían recordar a alguien.

— ¿Será posible?—me dije a mi misma en el subconsciente.

— ¡Sí, soy yo!—me expresó leyéndome el pensamiento—Sí, yo fui la mujer con la


que chocaste hoy en la escuela, sólo que como veras estaba disfrazada para pasar de
incognito ante la gente.

No le respondí nada, estaba muda completamente.

—Hoy fui a tu universidad para buscar a una chica especial para que se convirtiera
en la futura esposa de mi hijo; pero no me podía conformar con cualquiera, así que quería
ver si podía conocer a alguien exclusivo y diferente y mira —me señaló con ambas
manos— ¡Te encontré!

— ¡Sí, claro!—masculló con burla y entre los dientes Jefferson.

— ¡Esto es una locura!—declaré con desespero, alejándome un poco de la reina


madre y cruzándome de brazos—Él y yo no tenemos nada en común; además nos
odiamos.

— ¡No seas bobita!—expresó con ternura la reina madre—Es de saber que yo te


escogí a ti porque eres una buena persona; además del odio al amor hay un solo paso.

— ¿Y eso qué tiene que ver?—le recriminé con rabia.

—Eso es muy importante—presagió con astucia—porque eso significa que serás


una buena reina.

—Asimismo—persistió con picardía y cinismo— también es importante que ustedes


dos se casen para que la prensa no vaya a mortificarnos con el chisme de que ustedes
estaban solos en una habitación, totalmente desnudos y haciendo el amor.
— ¡Figúrense!—continuó dando pasos a través del dormitorio— ¿Qué va a decir la
gente? La reputación de ambos va a terminar por el suelo.

— ¿Y quién va a saber lo que pasó aquí?—enuncié con sarcasmo y reto en las


palabras.

—Cualquiera de los que estaban aquí dentro y nos vieron—interrumpió con sátira
Jefferson— ¿No ves? Había mucha gente aquí y cualquiera podría llamar a un periodista
amarillista y contarle todo.

— ¡Imagínate!—prosiguió con descaro —“Joven estudiante universitaria es


encontrada in fraganti, teniendo sexo con el príncipe, futuro rey del país” van a
destrozarte.

Yo me quedé lela, eso era cierto. Si alguien decía que el príncipe y yo habíamos
estado tirados en una cama en pelotas, mi vida iba a estar acabada. Por un momento me
sentí mundana, profana y blasfema.

— ¡Eso es mentira!—le manifesté con ardor a Jefferson, tratando de ganar tiempo—


Tú me estas manipulando igual o peor que la reina madre.

— ¿Quieres apostar?—él me retó.

—Esto es una pesadilla—gruñí como niñita—seguro que el sujeto del parque me


drogó y ahora estoy delirando y alucinando.

— ¿Qué sujeto del parque?—Jefferson me preguntó obviamente preocupado.

—Nada—lo miré con cólera—estaba pensando en voz alta.

— ¿Alguien te hizo un daño porque si es así en este momento lo mando a


encarcelar?—De verdad que se veía preocupado.

— ¡Cállate! ¿Sí?—no podía dejarme quebrar por alguien tan manipulador como
Jefferson.

— ¡A mí no me mandas a callar!—Jefferson vociferó hecho un tigre enjaulado.

— ¡Te digo, que te calles!—le volví a decir—La única persona que me a hecho daño
eres tú.

— ¡Hija!—mi madre se acercó a mí e intentó calmarme— ¡No pelees, por favor!

—Reina madre, perdone ¿Pero está segura de que ellos dos deberían casarse? —mi
padre preguntó con recelo.

—Claro que sí—la sonrisa de la reina madre era cautivadora y contagiarte.

Entonces, mi padre supo que lo del matrimonio no daba marcha para atrás.

— ¡Hija!—se acercó a mí—ya esto no depende de ti.

— ¡Te odio!—le recriminé a secas a Jefferson.


— ¡No más que yo!—me respondió con una expresión cínica, descarada y
desvergonzada— Tú sólo ve ésta boda como un negocio y verás que hasta comienza a
gustarte la idea.

— ¿Negocio?—le examiné con odio en los ojos—Un negocio es mejor que esto.

—No sé de que te quejas—me acobardó con provocación—Va a ser un matrimonio


arreglado pero vas a tener la fortuna de casarte con un príncipe.

Yo dudé, casarme con él no significaba para nada una cuestión de fortuna.

—Y bueno ¿Qué dices?—preguntó Jefferson al cabo de un rato— ¿Qué decisión has


tomado? Con una licencia especial podremos casarnos a más tardar pasado mañana.

— ¿Por qué tan rápido?—no pude evitar preguntarle.

—Creo que la respuesta a esa pregunta es obvia—manifestó señalando con los ojos
la cama toda desordenada, en donde habíamos estado durmiendo desnudos hacía solo un
ratito.

— ¡Está bien!—le grité rendida y con una gran frustración —Ustedes son unos
miserables.

— ¿Miserables?—dudó Jefferson— ¿Por qué?

— ¿Por qué?—le redundé—Porque estoy segura que todo esto fue parte de un plan
de la reina madre y de ti para hacerme casar contigo.

— ¡No sueñes tanto!—se burló él arrogante retirándose hacia el baño—Ni que


fueras el único plato de comida en el desierto.

Bueno, voy a bañarme—expresó antes de entrar al baño—Si no les molesta, necesito


darme una ducha después de tanto trabajo con Mariska, la muy… no me dejó…descansar
ni un segundo—gritó desde adentro de él.

Yo oí esa última frase y deseé matarlo, pero me contuve. Ya nada podría hacer para
librarme de ese matrimonio aunque me lo propusiera. Todos salieron del dormitorio y yo
me arrojé sobre la cama y luego grité de dolor y de rabia. Pero lo único que logré con eso
fue que Jefferson me gruñera desde el baño:

— ¡Qué dramática eres!

Esa noche después de dar mi acto de presencia ante la prensa para anunciar el
compromiso entre Jefferson y yo, me quedé encerrada en mi nueva habitación, no junto a
mi futuro esposo como fuera querido la reina; más al fin y al cabo dentro del palacio.
Tengo que destacar que en ese aspecto si fui valiente porque no di mi brazo a torcer hasta
que todos aceptaron que en tanto, no se llevara a cabo la boda yo no dormiría con ese
idiota.

La reina madre por lo menos se compadeció de mí en ese designio y mandó a


Jefferson a dormir a otra habitación. Él aceptó con una cara irónica y mordaz como
queriendo decir que yo no le importaba así que para no discutirme se acomodó en el
dormitorio de al lado.
También fue la reina madre la que le pidió a todos los residentes del palacio que no
me molestaran. Eso fue un designio suyo por lo que según dijo ella yo le estaba
proporcionando. Sí, lo que ustedes se imaginaran, mi mano y mi libertad a un cara dura.

La rueda de prensa para anunciar el compromiso formal entre Jefferson y yo se


llevó a cabo en el lobby de un prestigioso hotel de la ciudad. La cantidad de periodistas
que estaban allí era exorbitante y yo estaba vibrando del pavor de encontrarme en una
situación tan fuerte.

La reina; en cambio, se veía tan feliz al anunciar a la prensa que la boda de su hijo
conmigo sería en menos de cuarenta y ocho horas. El verla tan calmada y pacificada no me
dejó concertarme en las preguntas que me hacían los periodistas. En un momento me
cansé de tratar de fingir aires de grandezas ante ellos y contesté según lo que me parecía
más correcto.

Allí, a mi lado siempre estuvo Jefferson y no sé porqué pero al tenerlo tan cerca me
asusté mucho al sentir que las cadenas de mi libertad estaban siendo apretadas con todas
las fuerzas posibles para que ya no me soltara.

Durante el rato que sucedió después del compromiso formal ante la prensa, casi no
tuve contacto con nadie, no fui capaz de salir al vestíbulo para interactuar con la gente y
estuve tirada en la cama intentando calmar mis lágrimas.

Fueron horas de despegue del mundo que me rodeaba; es más, supe que mis padres
se iban a quedar a vivir en el palacio real hasta que la boda se llevara a cabo porque una
mucama me lo contó en secreto. Después de eso, nadie entró a mi dormitorio. Tampoco yo
tuve la disponibilidad de salir, estaba exhausta, amargada y lo peor quería asesinar
fríamente a Jefferson.

Es que de solo imaginarme casada con ese gruñón, libertino, arrebatador,


indomable, desinhibido y deseable hombre, los bellos de la piel me ardían como agua
caliente y él no estaba haciendo nada para evitar que yo me volviera loca del deseo de
estar a su lado el resto de mis días.

¡Qué cursilería barata! De solo conjeturarme como la esposa de ese príncipe de


quincalla mi estomago se hinchaba de la irritación. Yo no podía hacerme muchas ilusiones
con ese matrimonio arreglado, él tenía razón, era más fácil ver esa boda como un negocio y
no como el resultado de un amor incondicional.

Por un momento, recostada en la cama mis ojos se aguaron al pensar en eso. Tenía
el corazón cansado de tanta mala suerte. ¡Qué diferente fuera sido todo si Jefferson se
fuera enamorado de mí!

Pero no; en cambio, el muy necio parecía estar divirtiéndose con todo lo que me
estaba pasando. Ni siquiera sentía lastima por mí porque yo estaba arriesgando toda mi
existencia. Ni siquiera se había movido de su dormitorio para pedirme disculpas por lo
veces que me había humillado. Ni siquiera me había dado el consuelo que me merecía por
ser su prometida. ¡Claro me estaba viendo como su chistecito personal!

Esa noche a penas pegué un ojo para dormir. Estaba muy enervada, tenía tantas
cosas en mi cabeza y me sentía tan sobrecargada que mi cuerpo parecía un tempano de
hierro forjado. Además, me costaba quedarme dormida en una cama, en un dormitorio y
en una casa que no era la mía.

Otra mujer en mi lugar se fuera sentido de mil maravillas disfrutando su cuento de


hadas; más, yo no lo podía hacer. Estaba cercada en un laberinto de fuego del cual
presentía iba a salir quemada, sin contar con que el olor de Jefferson aún se mantenía en el
dormitorio.

Me desperté en la mañana con el trinar de los pájaros en mi ventana, ¡ojala fuera


sido así! Pero no, eso nunca sucedió; en cambio, abrí los ojos al sentir unas pequeñas
manitas de niña sobre mi cara que me molestaban con energía los ojos, la nariz y la boca.

— ¡Eres muy bonita!—me dijo la niña—o por lo menos más preciosa que la anterior
novia de mi hermano.

— ¿Qué?—le dije incomoda y me senté en la cama, colocando sobre mi cuerpo la


cobija.

—Lo que oíste—me respondió con timidez—Con razón que mi hermano te pidió
matrimonio.

Al oír eso me tambaleé, ¡Fuera dado toda mi vida para que fuera sido él el que me
propusiera matrimonio!

Me levanté sin decirle nada, entré al baño y me cepillé los dientes rápidamente.
Luego salí hacia el dormitorio y me encontré otra vez con la niña. Aún no se había
marchado, por lo que decidí sentarme otra vez en la cama.

— ¿Tú eres la hermana de Jefferson? ¿Verdad?—la interrogué pidiéndole al cielo


que la respuesta fuera negativa, no por la niña en sí sino porque ya me sentía
suficientemente incomoda como para tener que ser examinada por las quimeras de una
pequeña a la que acababa de conocer.

—Sí—me respondió con ilusión –Mi nombre es Darlyn Lynette y soy el bebé de la
casa; bueno así me dice mi hermano Jefferson. Él a mí siempre me ha tratado muy bien,
muy diferente a mi hermana Carolyn con quien siempre riñe.

— ¿Tu hermana Carolyn?—dudé curiosa, al parecer las sorpresas no acababan, yo


siempre había sabido que Jefferson tenía dos hermanas pero digamos que no esperaba
conocerlas nunca.

—Si—contestó la niña— ¡mira!—se sentó muy cómoda en la cama—te la voy a


enseñar—y sacó de un bolso azul que llevaba cargado en el hombro derecho, un pequeño
librito, tipo diario. Ella lo abrió y mi boca se quedó vacía al ver que era un talonario de
fotos familiares.

—Esta flacucha que ves aquí es mi hermana—me anunció con poca vergüenza; al
mismo tiempo que me enseñaba la fotografía de una chica como de 15 años bañándose en
bikini en la playa.

— ¡Ah!—le dije sorprendida, puesto que yo siempre había creído en el pudor de la


realeza y la foto aunque no mostraba a la chica exhibicionista, tampoco la exponía muy
recatada.
— ¿No te gusta?—me preguntó perturbada.

—Sí, claro—me adelanté a contestarle—Ella es muy hermosa.

— ¡Ah! Entonces si te gustó la fotografía de mi hermana más te va a gustar la de


Jefferson.

Cuando oí eso mi voz se quebró intentando oponerme a las intenciones de esa niña.
Me puse totalmente lívida del miedo ¿Para qué iba yo querer ver una fotografía de ese
necio? No, esa era una mala idea porque si Jefferson se enteraba de que su hermana me
había enseñado una foto de él me iba a cortar la cabeza.

—Mira, este es mi hermano cuando aún era pequeño—me expresó con afición
enseñándome una postal de un niño como de ocho años.

Yo me quedé empapada de sorpresa. Él si que era lindo cuando era chico. Bueno,
con eso no quiero decir que al crecer no se viera bien, ahora estaba mucho mejor. Lastima
que la sonrisa de felicidad que mostraba en la fotografía era casi nula en la actualidad.

— ¿Qué están haciendo?—llegó de sorpresa.

Yo alcé la mirada para verlo ¡Vaya! Sí que se veía sexy por las mañanas. Tenía una
mirada impenetrable y salubre pero de igual forma se veía bello, hermoso de los pies a la
cabeza sobre todo mostrando esos pectorales tan bien detallados a través de la camiseta.

—Estamos viendo fotografías—anunció sonriente la niña.

Y yo espabilé, no podía mostrarle a ese tonto que estaba pasmada por él.

— ¡Darlyn Lynette, deja de hacer eso!—le expresó secamente a su hermana.

—Pero…—dudó la pequeña.

— ¡Ya te dije!—gritó irascible—No seas una niña malcriada.

—Sí, —se levantó de la cama— ¡Discúlpame, hermano!—y luego haciendo una


reverencia a su hermano y otra a mí salió de la habitación.

— ¡Eres un idiota!—lo insulté cubriéndome más el cuerpo con la cobija, aunque


cargaba piyamas.

— ¿Comenzamos de nuevo?—me preguntó paseándose por el dormitorio— ¡Eres


un idiota!—expresó haciendo una arruinada imitación de mi voz.

— ¡No te burles!—le grité con antipatía, colocando mis manos sobre la cobija.

— ¡Basta!—me gritó fúrico—Si me vuelves a llamar idiota te mando a fusilar.

Al oír eso me preocupé ¿Sería Jefferson capaz de enviarme a pasar por eso? No lo
podía dudar, al fin y al cabo era un muérgano, insensible y mordaz cuyas ordenes siempre
eran ley divina; muy a pesar de que la pena de muerte estaba desde hacía tiempo abolida
en el país.
Me levanté de la cama torciéndole la mirada y por dentro de mí deseé estar en mi
casa, en mi cama, en mi dormitorio. Allí sí que estaría tranquila, acostada arropada hasta
la cabeza y feliz como una lombriz.

Entonces, él sin por lo menos pedir permiso se acercó a mi cama y se sentó en la


punta de ella, yo por mi lado, temblé al verlo sentarse tan sensualmente como lo había
hecho en la parte baja de mi cama.

— ¿Por qué te sientas allí?—le reproché al unísono que me sentaba en la cama—


Nadie te ha dicho que te puedes sentar.

—No me digas—se burló de mí—Por si no lo has olvidados te recuerdo que ésta es


mi cama.

¡Susto! Tenía razón aunque me costara admitirlo. Esa cama donde yo había pasado
la noche anterior era la misma donde él se entregaba a las manos de Morfeo, el dios de los
sueños. Es que, sin necesidad de pensarlo mucho su aroma estaba esparcido en toda la
habitación.

— ¡Era tu cama!—le expresé fluctuante sudando de frío temerario— ¡Ya nunca va a


ser así!

— ¿Estás segura?—me preguntó con una carita de terciopelo adorable.

— ¡Sí!–le contesté sin chistar.

Entonces, sentí mi cuerpo temblar cuando lo percibí moverse de su lugar y sentarse


a mi lado. Aguanté saliva, no podía demostrarle que su presencia tan cercana me ponía a
temblar.

Sin embargo, él no dijo nada, al contrario se puso totalmente mudo y yo apreciaba


sus ojos sobre mis ojos, mi cuerpo y sobre toda yo. Fríamente en esa situación, mi
organismo quiso salir corriendo de allí y alejarse del peligro que se avecinaba, volteé mi
mirada hacia la pared y decidí que no iba a verlo.

Él se me acercó con sigilo y me tocó la espalda, yo temblé del miedo. ¿Qué carajo
estaba haciendo Jefferson? Yo no le gustaba ni para diversión ¿Entonces? ¿Por qué siempre
tenía que salir con algo como eso?

En ese momento, supe muy dentro de mí que ese chico podría percibir mi miedo
hacia él. Tenía que alejarlo de mi humanidad pero sin demostrarle el terror que le tenía. Lo
hice, lo enfrenté, me volteé a verlo y un nudo se me hizo en la garganta.

No obstante, Jefferson me ignoró, se levantó de la cama y se comenzó a mirar en el


espejo de mi peinadora. Se estaba revisando la frente.

—Espero que el carrito que me pegaste ayer no me haya formado un chichón en la


frente—anunció tocándose esa zona de la cara.

—Eso fue ayer—sonreí al recordar esa escena—si se te fuera formado un chichón ya


se te vería ¿No crees?

— ¡Muy chistosa!—arrugó el gesto— ¡Eres una violenta desquiciada!


—Ja,ja,ja,ja,ja—me carcajeé—Eso te sirve para que veas con quien te estás metiendo.

— ¡Eso mismo te digo yo a ti!—me miró a través del espejo.

— ¡Ah! ¡Qué dramático!—me acerqué a él— ¡Déjame revisarte esa frente! —e


intenté tocarle la frente.

Más, él negó con la cabeza y no me permitió hacerlo, me tomó la mano con fuerza y
me la torció por la espalda, luego moviéndome unos pasos hacia el espejo me miró con
desprecio pero a la vez con ansias, luego de eso me dijo:

—Nunca le toques la cara a un hombre.

En ese instante, sentí hormigas en el estomago, él me volteó hacia él y después


acercó su boca a sólo unos centímetros de mi boca y me vio con ojos llenos de ansiedad. Yo
no supe por qué pero en ese momento deseé que Jefferson con los labios me besara, me
rozara, me acariciara y me mimara.

No obstante, eso nunca sucedió. De pronto, se alejó de mí dando unos pasos y se


acomodó la camisa en una acción de chico serio. Yo lo vi actuar así y mi cuerpo chilló de
frenesí. Era un mentecato inmejorable e incorregible que nunca iba a cambiar para
ajustarse a mí.

—Eres una acosadora de hombres—me expresó con majadería—Estuviste a punto


de besarme.

— ¿Qué?—me intimidé— ¡Tú si que eres estólido!

— ¡Sigues insultándome! —Notificó con perplejidad—Primero soy un bárbaro,


luego un estúpido idiota y ahora un estólido.

— ¿Y cómo quieres que no te insulte?—le reconvine odiosa—Te crees el chico más


guapo del mundo pero no lo eres. Yo no soy como las demás chicas que sueñan con
besarte.

—Entonces, ¿No quieres besarme? —me increpó con una mirada recóndita—Bueno,
mala suerte.

Yo me mordí el labio derecho, ¡Vaya! Sí que quería besarlo pero sabía muy bien que
no podía forzar las cosas con él. Además, que nos casáramos no significaba que yo tenía
que derribar el muro que el universo se había empeñado en construir entre nosotros dos.

—Claro que no quiero besarte—le contesté ofuscada.

—Y ¿Qué pasaría si yo te robara un beso?

—Eso nunca sucedería—exclamé dudosa; en tanto mis labios se sentían caliente y


ansiosos de que los devoraran.

— Más vale que no tientes a la suerte —me insinuó con aúllos de lobo salvaje.

—Yo no quiero que me beses, tampoco quiero besarte—gruñí con poca serenidad.
En ese instante, los dos nos quedamos en silencio cuando oímos los pasos de
alguien que se acercaba al dormitorio, era Luciano vestido todo de blanco con chaleco y
corbata, yo lo vi entrar por la puerta y me puse roja como un tomate. Esperaba con
ilusiones que no hubiese oído la plática de su primo conmigo.

— ¿A quién no quieres besar?—me preguntó gracioso.

Pero fue Jefferson el que le contestó:

—A nadie—recusó fúrico Jefferson— ¿Qué estás haciendo tú en el dormitorio real?

— ¡Hui!— bramó sandunguero Luciano—No te pongas bravo, Tú siempre andas


pertinaz.

— ¡Eso es cierto!—interrumpí con gentileza—No sé, pero creo que Jefferson debería
ser más considerado. Es un príncipe no un marciano. —de alguna forma a otra quería
desviar el tema de conversación.

Jefferson me oyó decir esas palabras y se solidificó. Su mirada encandilada de


aborrecimiento se puso en mi cara. A pesar de que estaba a unos metros de distancia de mí
yo sentí que me estaba estrangulando.

— ¿Por qué no se van al leviatán?—vociferó temerario.

Yo me quedé callada, en tanto las piernas se me movían como gelatina. Estaba


asustada y en ese instante deseé no tener una boca tan comunicativa como hasta ahora.
Luciano me miró y su cara reflejó desasosiego.

—Bueno—dijo luego de un rato—si estas así porque no te quieres casar con ella, no
lo hagas.

Jefferson le dio una ojeada a Luciano con cara de pocos amigos. Se notaba que no le
parecía esa resolución.

—Sabes lo que deberíamos hacer—expuso con regocijo Luciano—Deberíamos


intercambiar lugares y así sería yo el que me tendría que casar con esta preciosidad—al
expresar eso me tomó de la mano y me dio algunas vueltas sobre mi misma.

Yo me tambaleé un poco, en cierta forma me gustaba que me tomara en cuenta para


sus planes de matrimonio y que me dijera que yo era una hermosura; no obstante, no
estaba de acuerdo con que él me tomara como un trofeo que su primo y él podían echar a
la suerte; tal como si ambos tuvieran el derecho a repartirme tranquilamente.

— ¡Deja a mi prometida!— ordenó rabioso Jefferson, quitando la mano de Luciano


de la mía y creando la debida distancia entre ese chico y yo— ¿No ves que está en paños
menores?

¡Pom! Mi orgullo se fue a pique, otra vez el cascarrabias tenía razón. Estaba en
piyamas, recién levantada y seguro que estaba haciendo el oso del año delante de Luciano.

— ¡No te preocupes!—chistó Luciano—Además, estamos los tres y no está pasando


nada. Todo lo contrario a cuando estaban ustedes dos solos.
—Cuando estábamos Jefferson y yo no estaba pasando nada—le comuniqué con
dicha—Él entró a la habitación sin pedir permiso.

Jefferson me oyó decir eso y su cuerpo se empinó.

— ¡No te preocupes!—Volvió a decir Luciano—yo sé que por ti nunca habrá nada


con este gruñón pero te advierto que tengas cuidado; Jefferson es de temer.

— ¡Deja de decir tonterías!—carraspeó Jefferson—Ya se lo dije a todos, éste es un


matrimonio por conveniencia, nunca habrá amor, ni pasión, ni nada que se le parezca.

Al manifestar eso, se dirigió fúrico a la puerta y salió del dormitorio. Yo lloré


internamente; de alguna forma él tenía razón, nuestro matrimonio era una completa farsa.

Con el sonido de la puerta al cerrarse, Luciano se me acercó con una muy poco
disimulada felicidad. Sus ojos mostraban una satisfacción inexplicable y hermética y su
boca reflejaba un gusto ameno. Entonces, sin pena me susurró casi a la boca:

—Lo único bueno de este matrimonio es que voy a poder tenerte cerca.

Y sin esperar a que yo le respondiera, se dirigió a la salida y salió de la habitación.


Yo me quedé boquiabierta; aún no entendía que había querido decir Luciano con lo de
tenerme cerca, pero sus palabras me aturdieron mucho.

Ese día, no asistí a la academia. Todo mi día transcurrió entre clases de pasarela,
refinamiento, etiqueta y entre el hecho de dejar que me tomaran las medidas para el
vestido de novia. Apenas salí de mi dormitorio, los modistas, peluqueros y demás, me
tomaron de la mano y me dirigieron a un camino incierto.

Yo no dije nada, estaba transitando por una carretera de pedregales y peñascales


que no me gustaba. Mi mundo en solo un suspiro de gato había cambiado
exponencialmente. Traté de controlar mi ira hacia el resto de la gente y evadí cualquier
excusa que me impulsara a pelear contra la corriente.

Pasé largas horas intentando estar serena, sabía perfectamente que mis ataques de
pánico y de cólera no servirían de nada. Intenté un millón de veces sonreír cuando los
maquilladores e incluso los modistas me decían que yo era una preciosidad y callé cuando
más me convenía.

— ¡Ingenuos!—pensé, en tanto dejaba que un maquillador me pusiera rímel en los


ojos— ¿Qué sabe él de belleza?

Porque ¿Acaso alguien puede ser una preciosidad si está amargado internamente?
Eso lo dudaba. Yo no era tan hermosa como para merecer tantos halagos y ya de por si
estaba amargada.

— ¡Tonto!—rumié, mientras el peluquero me tomaba un mechón de cabello y me


cortaba una pollina estupenda que luego peinó a ambos lados de mi cara.

Porque ¿A quien se le puede ocurrir que mis cabellos totalmente lisos se les podía
domar con una plancha para alisado? Sólo a ese peluquero, mis cabellos eran
perfectamente lisos y no tenían necesidad de someterse al calor de una plancha.
— ¡Imbécil!—grité cuando me sentí acosada a la distancia por Jefferson que entraba
de vez en cuando a la habitación destinada a mi arreglo personal para jugarme una mala
pasada con el ardid de su mirada inentendible.

Porque ¿Podría ser su mirada así de penetrante? Digo, yo estaba tan embelecada
por él que con solo verlo llegar a la puerta del dormitorio mi cuerpo se embobada por él.

— ¡Qué sexy!—murmullé cuando lo vi trotar como forma de hacer ejercicio, es que


se veía tan lindo, tan sensual, tan hombre que no pude evitar mirarlo, hostigarlo con los
ojos y mucho menos repararlo sádicamente

Porque ¿Quién podría negar que era bello desde la punta del dedo gordo del pie
hasta la última hebra de sus cabellos? Y ¿Quién podría negarse a mirar sus oscuras cejas
pobladas como de diamante?

— ¡Es un maravilloso hermano!—manifesté a voz alzada cuando lo vi jugar


divertido con su hermana menor. Esa Niña lo puso a bailar y tocar con la guitarra una
coreografía de una canción infantil y yo aguantando las risas no podía creer que él fuera
capaz de eso.

Porque ¿Ser un buen hermano no era eso? Cuidar y mimar a sus hermanas menores
aún cuando seas un príncipe y debas seguir ciertas reglas de refinamiento.

— ¡Qué dulce! —deslumbré cuando lo vi abrazar a su hermana Carolyn con un


gesto tan tierno como conmovedor.

Porque ¿Él era acaso así de lindo siempre? Pues a pesar de lo cara obstinante que
era por fuera, con sus dos hermanas era un pan de Dios, todo dulce y cariñoso.

Pero todo eso, como todas las cosas que pasan en el universo, pasó de un momento
a otro y al final del día me sentí muy cansada. Más de lo que me concebía al llegar a mi
casa después de unas horas de arduo trabajo en la cafetería-restaurant. Entré a mi
dormitorio y me arrojé en mi lecho. No necesitaba más trabajo por ese día y ya ni tenía
ánimos de cambiarme la ropa por el pijama.

Cerré los ojos imaginándome que todo eso era un triste sueño del cual pronto
despertaría. Me urgía olvidar los cambios que se habían producido en mi existencia. Me
apremiaba seducir al olvido para que se acordara de que yo aún seguía viviendo en este
mundo.

—Mi vida es un desastre—susurré con desconsuelo.

—Lo que me falta es que ese necio me esté espiando a través de las cámaras de
seguridad—manifesté rabiosa.

—Si es así, seguro que ya me vio otra vez desnuda—dije con los ojos tupidos—Al
fin y al cabo anoche también dormí en esta habitación.

Entonces abrí los ojos de golpe, eso no podía ser porque si era como me lo estaba
imaginando mataría a Jefferson. Decidí que iba a hacer una inspección al dormitorio.
Desde tanto años atrás había escuchado que en eso lugares tan multimillonarios siempre
hay cámaras escondidas que resolví que lo mejor era averiguar para evitar cualquier
artimaña.
Destapé sin hacer mucho ruido los closet, los armarios, los espejos ocultos tras las
cortinas y todo lo que para mí representara un posible lugar perfecto para ocultar una
molesta cámara. Visualicé cada zona oculta del baño y del jacuzzi; por si las filmadoras
estaban por allí, revisé debajo de la cama, alrededor del baño, dentro de las sabanas de la
cama, en todo lugar de la habitación. Duré largo rato examinando el aposento por si acaso
descubría una cámara espía en uno de esos lugares.

Pero como debía imaginármelo no había nada. El lugar estaba limpio de cualquier
pecado original. Las ropas de Jefferson habían sido sacadas de los guardarropas y llevadas
a su nuevo dormitorio, los zapatos, las corbatas, todo había desaparecido.

Me entristecí al notar lo anterior, puesto que eso representaba que el olor de la piel
de Jefferson pronto comenzaría a desaparecer, y si era así muy desconsolada me iba a
sentir. Yo deseaba sentir su presencia aunque sólo fuera a través de su aroma corporal.

Cansada de buscar y no encontrar nada decidí buscar detrás de uno de los tres
escaparates que estaban presentes en la estancia. Me acerqué tranquila al lugar y
arrodillándome vi en la parte trasera del closet.

Allí fue cuando lo vi, era un pequeño papel doblado en varios pedazos oculto tras
un aparador. Tenía letras, eso se veía hasta desde donde yo estaba y además, era muy raro
encontrarlo en ese sitio pues siempre había oído que esos lugares eran extremadamente
ordenados y limpios.

Con sumo cuidado estiré la mano hacia el lugar donde estaba escondido, empujé
muy adentro, detrás del escaparate y lo saqué con cuidadito; eso sí, sin prontitud para no
aporrearme la mano, pero con quietud para obtenerlo rápido.

Me levanté del suelo limpiándome las rodillas llenas de polvo sucio y me propuse a
abrir el papel doblado. Lo hice y puse mis ojos en esa hermosísima letra y en lo que estaba
escrito allí. Era el mejor y más bello poema que nunca antes en mi vida había letrado. Las
letras no eran muy grandes, apenas de unos cinco centímetros, pero la inspiración era
agraciadísima.

“¿Cuántas veces viviste cerca de mi?


Un millón de veces o más,
No lo sé, han pasado muchos encuentros
desde ese instante en que te conocí,
ha pasado mucho desde ese momento especial.
Eres mi amiga, mi amante, mi mujer,
eres la diosa que me apoya en todo,
un ser tan especial y valiente
que gruñes y te sonrojas al mismo tiempo.
Ahora quiero decirte que te quiero.
Eres mi cielo, mi fuego, mi mar.
contigo sé que nunca perderé mi camino,
te amaré por el resto de mis días.
Por favor, no dudes de mis sentimientos
¡Te amo! ¡Te amo!
Sé que a veces parezco una cara dura
y ni tus locuras me hacen reír,
pero no pongas en tela de juicio
lo que yo estoy sintiendo por ti,
no eres una chica más
y este amor no es un simple ardor o una ardiente pasión;
pues va mas allá de eso.
¡Te amo con todo mi corazón!
Y por ti viviré para hacerte feliz
Como conmigo tú has hecho.
Dicen que los hombres no deben llorar,
Yo nunca he podido dejar de hacerlo por ti,
a pesar de que a leguas parezco un tirano
y que soy incapaz de sentir amor o dolor.
Para mi tú eres mi maravillosa muñeca de porcelana
eres un ángel terrenal que nació todo para mí”.
Lo leí y mi organismo físico se alegró, ese poema era totalmente único, nunca
podría haber algo tan adonis como eso. Era tan hermoso como ver un espectáculo
romántico en Las Vegas. El autor de tan bellos versos tendría que ser un sentimental
empedernido y un enamorado para nada frío ni insensible.

Sí, lo más seguro era que su autor fuera un poeta inspirado y enamorado, de esos
que siempre se ponen el corazón en la mano para mostrar divinos sentimientos. ¡Vaya! El
escritor tendría que ser un sujeto maravilloso, de esos que pueden sentir emociones tan
buenas y positivas que a todos sus lectores conmoverían.
El autor de ese poema en nada se podría parecer a Jefferson y lo más seguro era que
ese papel estaba escondido en ese inexplicable lugar porque al príncipe no le había
parecido. Sí, seguro que el autor lo había escrito y luego se lo había enseñado a Jefferson y
él lo habría tirado al infinito porque le había parecido una cursilería barata.

Me arrojé con cansancio en la cama, ese poema era lo que me había hecho falta para
relajarme y sentirme bien. Cerré mis ojos, era ahora o nunca, tenía que intentar dormir otra
noche en la cama de Jefferson. Por lo menos, desde que sus cosas habían sido mudadas a
otra habitación su olor no estaba tan impregnado en el lecho.

Esa sí que era una invención, a pesar de que se habían cambiado las sábanas, los
cubrecamas y los armarios; la habitación de Jefferson seguí oliendo a su maravillosos olor
de macho alfa. Ese placentero olor de macho alfa que a mí me estaba volviendo loca.

Cuando me desperté a la mañana siguiente mi cuerpo estaba totalmente relajado,


me sentía como una princesa en un cuento de hadas y tenía que confesar que no sabía el
por qué, al fin y al cabo ese día iba a renunciar a mi libertad

Estaba dudosa de mí percibir, era inconcebible que yo estuviera totalmente


suavizada cuando sólo faltaban unas pocas horas para que se llevara a cabo mi
matrimonio con el idiota de Jefferson.

— ¡Buenos días señorita!—entró al dormitorio una mucama muy finamente


ataviada—Le ruego que se prepare porque en el salón de belleza del palacio ya la están
esperando para darle los primeros toques para la boda.

Después de escuchar esas cautivantes palabras me mordí el labio inferior y


entrecerré los ojos, hasta ahora no podía aceptar que en las próximas horas yo sería la
señora del príncipe, pero en ese preciso instante me di cuenta que aunque quisiera echar
todo el casorio por la borda y huir, nunca podría hacerlo.

Seis largas horas duré con el gentilicio que estaba arreglándome para ese
descabellado consorcio, en ese período no vi ni a cien mil leguas a Jefferson, a pesar de que
sus dos hermanas a cada rato se acercaban a donde estaba yo para hablar conmigo y para,
según ellas, darme tips para no ponerme nerviosa durante la boda, como si ya no lo
estuviera, en realidad estaba temblando de pavor y a la vez de emoción. En una de esas se
quedaron ellas dos conmigo a solas y me llevé una sorpresita.

—Trata de parecer una novia natural—manifestó cariñosa Carolyn—No vayas a


parecerte a esas modelos frígidas que salen en las revistas.

— ¿Frígidas?—le pregunté— ¿Son todas ellas frígidas?

— ¡Claro que no!—me anunció chistosa—Hay modelos realmente espectaculares;


pero así como las hay de esa forma hay otras que viven por ser témpanos de hielo.

—Ja, ja, ja eso es un chiste muy bueno —se rió noblemente Darlyn Lynette tratando
de entrar en la conversación aunque sin entender de lo que hablábamos su hermana y yo.

—Mira Darlyn Lynette —carraspeó Carolyn— ¿Qué te pareces si vas a ver como
anda nuestro hermano con los arreglos y yo ayudo a Mariska a arreglarse?
— ¡Está bien!—balbuceó con gracia Darlyn Lynette—se nota que ustedes dos
quieren estar a solas—y seguidamente se marchó.

—Me siento tan extraña de estar aquí—le confesé a Carolyn apenas se marchó su
hermana; en tanto yo la miraba abrir el cierre de su cartera para buscar algo—Me gustaría
tanto regresar a mi casa.

Más, Carolyn pareció no oírme, estaba pensando en otra cosa y asimismo estaba
distraída buscando algo en su bolso. Abrí los ojos bien profundamente con demasiada
curiosidad por conocer que se traía mi futura cuñada entre manos.

— ¡Son para ti!—expresó con elegancia mostrando en sus manos una caja de
pastillas.

— ¿Qué?—pregunté temblando— ¿Qué son?

—Son pastillas anticonceptivas—contestó con total calma en sus palabras—Tú no


amas a mi hermano y mi hermano tampoco te quiere a ti; así que creo que me darás la
razón de que en este momento sería una catástrofe que quedaras embarazada de él.

—Pero…—temblé al imaginarme con una inmensa barriga de embarazada—tú


mamá espera que Jefferson y yo tengamos un hijo.

—Sí, eso es cierto—confesó con crudeza en sus gestos—pero antes de tomar en


cuenta a mi madre, debes saber que si traes un hijo al mundo sin amor van a ser él el que
van a sufrir.

—No sé que decir—vibré con absurda desconfianza— ¿Y tú cómo sabes que tener
un hijo en tales circunstancias va a ser tan difícil para el niño?

—Tengo un ejemplo muy cercano—se le endureció la vos con miedo a hablar—no


debería contarte esto porque si Jefferson descubre que te lo dije me mataría. Cuando mi
padre y mi madre se casaron, mi mamá amaba muchísimo a mi papá, pero ella no sabía
que él no sentía lo mismo. Entonces, mamá a las pocas semanas de matrimonio quedó
encinta y mi difunto padre comenzó a tratarla de forma diferente. Ya no le demostraba
amor y exclusivamente la trataba para mostrarla a la sociedad con su futuro descendiente.

—Eso que me dices es espantoso—le confesé lucida de lo que acaba de oír, pero
sabiendo que el matrimonio entre Jefferson y yo iba por el mismo camino.

—Al nacer Jefferson las cosas no cambiaron—susurró infeliz—Mi padre actuaba


como si mi hermano no fuera un niño, no le daba cariño, nunca lo abrazaba y lo crió duro,
cruel y a lo inhumano; ya que, según él y sus ancestros, mi pariente tenía que aprender
desde pequeño a ser el próximo rey de la república y eso se aprendía era de esa forma.
Cuando mi hermana y yo nacimos lo empeoramos todo; pues nosotras para él solo éramos
las hembras de la casa.

A medida que escuchaba esa sorprendente charla mi cuerpo reaccionaba


inexplicablemente, tomando en cuenta que, me dolía muy en el fondo el dolor que años
atrás había padecido Jefferson.

—Es por todo esto, que cuando te pido que tomes las pastillas anticonceptivas y lo
hago a secas es para que tu hijo no vaya a pasar por lo mismo; tomando en cuenta que si es
varón correrá con el destino de tu futuro esposo y si en hembra será igual de nadie como
nosotras. Ya conoces el carácter de Jefferson, él es igual a mi difunto papá y actuara de la
misma forma que lo hizo él hace años.

—Yo…—balbuceé tomando entre mis manos las pastillas y tomando la decisión


definitiva de cuidarme para no quedar embarazada en mucho tiempo—Yo voy a
protegerme de un embarazo.

Ella siguió como si nada con sus actividades y yo no podía sentirme más extraña.
Mi vida definitivamente estaba bastante cambiada. Luego de unos minutos decidí cambiar
de conversación.

— ¿Te puedo preguntar algo?—le expresé llena de dudas.

—Lo que quieras—se miró en un espejo intentando hacer poses para s las futuras
fotos que se tomaría durante la realización de la boda.

—Jefferson tenía un trío de carritos de colección en la habitación en donde yo estoy


durmiendo ahora—manifesté recordando que yo había visto esos juguetes en el
dormitorio— ¿Esos son de él?

— ¿A qué viene esa pregunta?—me interrogó extrañada.

—No sé—me eché a reír—Es que no veo un sujeto como él jugando con carritos.

—Esos carritos mi hermano los ha guardado durante muchísimos años— Carolyn


me habló de forma demasiado tranquila para lo que estaba revelando, no era por los
carritos era por lo oculto tras de ello—Durante toda su infancia nunca él nunca pudo jugar
nada y con nada. Un día el duque le regaló los carritos y como ambos sabían que mi padre
se pondría furioso si se enteraba, el duque los guardó por muchos años. —yo estaba
asombrada con lo que estaba escuchando—El mismo día de la muerte de mi progenitor,
Jefferson le pidió los carritos al duque y los guardó en su dormitorio—vaya, era
extraordinaria toda esa historia—Visto desde una perspectiva exterior puede parecer que
con esa acción, Jefferson lo que deseaba era celebrar la muerte de mi papá; sin embargo, lo
cierto es que mi hermano nunca pudo tener una infancia feliz.

En seguida de esa extraña y reveladora conversación no hablé más con mis futuras
cuñadas. Con la reina y mi futura suegra tampoco dialogué, ella estaba realizando una
gran labor para acondicionar la boda del siglo. Tengo que aceptar que la entiendo, ella
estaba totalmente ocupada tratando de llevar a cabo un matrimonio que no tuvo el tiempo
necesario e indispensable para prepararse.

Cuando llegó la hora de partir al matrimonio salí del palacio acompañada de mi


padre y de unos cuantos guardaespaldas en una limosina con dirección a la iglesia. Me
sentía lánguida y debilitada por el duro trabajo de todas esas horas, pero igual mi corazón
estaba que chocaba de la emoción de pensar que pronto yo sería la esposa y compañera de
Jefferson.

Muy rápido; a pesar de la multitud en carros que nos seguía, llegó el vehículo a la
iglesia se estacionó afuera del templo di un pausado gemido de aliento al pensar que
desde el mismo momento que entrara a la iglesia no podría dar marcha atrás. Pronto sería
la mujer de ese tosco ser humano. ¡Sí, de ese bello hombre que tanto había sufrido en su
infancia!

El chofer de la limosina salió del automóvil y me abrió la puerta para que yo saliera,
mi padre emergió del carro por la otra puerta. Entonces, él me tomó del brazo para ser él
el ser que me entregara en el altar.

El vestido no era algo que me ayudara mucho a caminar; ya que era un elegante
traje de corte columna confeccionado en Saten Organza y Satén Nupcial con detalles de
Pedrería, el estilo de la cola era Catedral monarca y el velo era un tanto largo. Como tenía
que ser una novia tradicional las joyas que usé eran perlas; pues los aretes, la pulsera y el
collar fueron diseñados en perlas de color natural.

Mi padre me condujo a la entrada de la iglesia, mientras sentía y percibía el bucillo


de cientos de personas que estaban rodeando el lugar con frenética locura sólo para ver lo
que consideraban la boda del año. Muchos de ellos cargaban cámaras y yo podía jurar que
nunca en mi vida me habían tomado tantas fotos.

Incontable cantidad de periodistas usaron sus cámaras para detallar, según ellos, el
momento más esperado en un siglo. Yo me sentía en los momentos más difíciles de mi
vida como si fuera un jarrón de porcelana luchando por no romperse.

Las dos grandes portezuelas que estaban decoradas con bellísimas flores se abrieron
al unísono y mi papá me encaminó a mi futuro, yo me quedé muda totalmente. El lugar
por dentro, estaba adornado como si del mismo cielo se tratara, poseía innumerables
arreglos florales y una famosa cantante de piano vals realizó una presentación
maravillosa.

La cúpula principal donde el príncipe me estaba esperando estaba decorada


finamente con rosas rojas situadas en posición de cascada. Jefferson estaba allí parado
junto a su madre, que también estaba elegantísima. Mi madre a un lado de la reina se veía
magnifica. Más él, era lo mejor dentro de esa iglesia, estaba sexy, guapo, magnifico con su
chaqué negro, tenía puesta una chaqueta prolongada desde el frente hasta las colgaduras
posteriores que se ajustaba con un fastuoso corpiño blanco y un lazo blanco. Estaba
sencillamente excelente.

Di un paso y me encantó ver que el pasillo por donde tenía que transitar junto a mi
padre y mis damas de honor, que eran mis nuevas cuñadas, éste lugar estaba adornado
con una alfombra del mismo color de mi vestido y con pétalos de rosas rojas encima. Los
asientos donde los invitados estaban colocados tenían en sus bordes extraordinarios
arreglos de Gerberas.

Y justo allí estaba ella, no lo podía creer ¿Cómo él se había atrevido a traerla a la
catedral? ¿Por qué de todos los lugares del mundo esa mujer tenía que estar allí? Trepidé
de incertidumbre y pavor. Jefferson era un total descarado.

Kimberley me miró y yo a ella, las dos nos odiamos y eso se notaba a miles de
kilómetros de distancia. Entonces, ella me volteó la mirada y me dejó con la garganta seca.

En ese momento, vacilé un poco, yo no podía casarme con el príncipe; esa boda era
un absurdo, un completo y destructivo absurdo. Pero eso no fue suficiente, entrecerré los
ojos para buscar las causas por las que no debía de estar en ese lugar y decidí que tenía
que salir corriendo lejos de ahí, lejos, muy lejos de ahí; sin embargo, cuando los abrí ¡Vaya!
Ya estaba frente al altar.

Jefferson me miró con una sonrisa impenetrable, de seguro que estaba gozando
haciéndome la vida un infierno oscuro; en cambio yo no sabía qué hacer ni cómo actuar.
Ya comenzaba a odiarlo, sentía muchas nauseas y quería vomitarle la cara para quitarle
con ello esa sonrisa de chico malo que me estaba matando.

No le dirigí la mirada, tenía que evitar por todos los medios caer rendida ante su
esbelta sonrisa y sus perfectos ojazos de perla. El tampoco me continuó viendo, volteó su
mirada hacia el sacerdote pues estaba tratando de obviarme y eso me dolió, al pensar que
su repulsión no la disimulaba ni un poco.

— ¡Queridos hermanos!—dijo el sacerdote—estamos aquí reunidos para celebrar la


feliz unión de esta linda pareja real. Si hay una persona dentro de esta iglesia que tenga
una razón para que esta pareja no contraiga nupcias que hable ahora o calle para siempre.

– ¿Qué hable ahora o calle para siempre?—pensé en mis adentros; esa sí que era una
frase para tomar en cuenta.

—No habiendo ninguna objeción podemos continuar…—prosiguió el párroco.

Yo no pude oír nada de eso.

—Ustedes han venido a esta Iglesia para que el Señor selle y fortalezca su amor en
presencia del ministro de la Iglesia y de esta comunidad. –Continuó el eclesiástico— Cristo
bendice abundantemente este amor. El los ha consagrado a ustedes en el bautismo y ahora
los enriquece y los fortalece por medio de un sacramento especial para que ustedes
asuman las responsabilidades del matrimonio en fidelidad mutua y perdurable. Así, en la
presencia de la Iglesia, les pido que digan sus intenciones.

— ¿Han venido aquí libremente sin reservas para darse uno al otro en
matrimonio?— Preguntó el padre.

Yo tampoco oí eso, Jefferson contestó que sí pero al ver que yo estaba muda me dio
un suave empujón con el brazo.

—Sí—dije perdida en el espacio y pude percibir las risas de un grupito de personas,


ubicadas atrás de nosotros.

— ¿Se amarán y se honrarán uno al otro como marido y mujer por el resto de sus
vidas?

—Sí—contestó el príncipe y más allá yo respondí afirmativamente.

—Como es su intención entrar en el matrimonio, unan sus manos derechas, y


declaren su consentimiento ante Dios y ante la Iglesia.

Jefferson me tomó de la mano derecha y comenzó a decir:

—Yo, Jefferson Evans Thomsson Wright, te tomo a ti, Mariska Lucía Perroni
Torrealba como mi esposa. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y
en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Yo no supe que decir, me hervía la sangre y si eso continuaba así iba a reventar de
la furia. Él me apretó un poco la mano en señal de que era mi turno y como muestra de
que no me iba a dejar ir; entonces me armé de valor y comencé a hablar:

—Yo, Mariska Lucía Perroni Torrealba, te tomo a ti, Jefferson Evans Thomsson
Wright como mi esposo. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en
la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Luego siguieron otras cosas:

—Príncipe Jefferson Evans Thomsson Wright ¿Aceptas a Mariska Lucía Perroni


Torrealba como tu esposa? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud
y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

—Sí—aseveró Jefferson a secas.

— Mariska Lucía Perroni Torrealba ¿Aceptas a Jefferson Evans Thomsson Wright


como tu esposo? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la
enfermedad, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

Yo me quedé tiesa, ese era el mejor momento de huir y de dejar todo atrás, al fin y
al cabo él no me amaba y nunca lo haría, no tenía por qué dejar toda mi existencia por un
ser tan egoísta como él.

Pasaron algunos segundos en total sordina, la verdad no sé cuantos fueron y yo aún


estaba en mi mundo; incluso Jefferson comenzó a inquietarse. Yo no decía nada y pensaba
que tenía que salir corriendo de ahí.

No obstante, al pensar en eso sentí la voz de Jefferson susurrarme al oído:

—Si sales de aquí sin aceptar y me dejas en ridículo mundial; entonces todo el
mundo se va a enterar del pequeño lunarcito que tienes alojado en tu seno izquierdo —
susurró con voz amenazadora.

— ¿Qué?—palidece; en tanto me preguntaba cómo él podría saber que yo tenía un


lunar en mi seno izquierdo, pero ahí mismo tuve mi respuesta; pues me acordé qué el me
había visto desnuda. — ¡Eres un bastardo!—le reprendí en voz baja.

—El padre espera por ti, amor—me dijo en voz alta Jefferson.

Yo sentí pavor, él era un bastardo pero no podía dejar que me rayara la reputación.

—Acepto—calimbé con rabia.

—Muy bien—dijo con alegría una voz detrás de mí que reconocí como la de Kalish,
la madre de Jefferson.

Lo siguiente que ocurrió fue la bendición de los anillos. El padre tomó los anillos en
su mano y alzándolos expresó:

—Que el Señor bendiga estos anillos que se han dado el uno al otro como signo de
su amor y fidelidad.

—Amén—Todos contestaron
— Señor, bendice y consagra al Príncipe Jefferson Evans Thomsson Wright y a la
princesa Mariska Lucía Perroni Torrealba en su amor entre sí—prosiguió el sacerdote—
Que estos anillos sean un símbolo de fe verdadera entre ellos, y recuérdales siempre de su
amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor

—Amén—Repitieron todos.

Y casi al final el intercambio de anillos. Jefferson me tomó la mano y me puso el


anillo en mi dedo anular, luego manifestó:

— Princesa Mariska Lucía Perroni Torrealba recibe este anillo como signo de mi
amor y de mi fidelidad. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Luego me tocó el turno a mí, le tomé la mano a Jefferson y le coloqué el anillo en el


dedo anular.

Al final hablé con desconcierto:

— Príncipe Jefferson Evans Thomsson Wright acepta este anillo como signo de mi
amor y de mi fidelidad. En el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

—Bueno, sin nada más a lo que hacer mención, ahora por el poder que me otorga la
santa iglesia católica y el estado yo los declaro, Marido y Mujer. Ya puede besar a la novia.

— ¿Qué?—dudé en lo más profundo de mis entrañas— ¿Eso también toca? ¿No era
eso algo inventado por las películas?

Más, Jefferson no dijo nada se acercó un poco a mí y yo me ofusqué bastante que le


salí con una de las mías:

—No sueñes con que te vas a aprovechar de mí—le murmuré a secas, pero mi voz
se quebró cuando sentí los labios de él posados en los míos.

Un beso, un maravilloso beso que nunca podría olvidar. Su boca sobre la mía me
dejó temblando y no me importó que hubiera público o que fuera un beso corto, para mí
sus labios me habían marcado para siempre el corazón. Luciano se nos quedó mirando con
asombro y eso lo noté; pues, ni siquiera me dio tiempo de cerrar los ojos; además, el
temblor de sentirme rodeada por una inmensa cantidad de periodistas que tomaban fotos
me mantuvo tiritando de estremecimiento.

Él despegó sus labios de los míos y tomándome de la mano me invitó a salir de la


iglesia. Yo estaba muda pues el príncipe me había dejado completamente en una
metamorfosis y en el fondo sabía que para ese idiota ese contacto de nuestras bocas había
sido un simple teatro.

Eso me lo terminó de comprobar cuando me conducía por el pasillo:

—Hagamos el mejor show de nuestras vidas.

Yo me humedecí los labios; entonces, eso era lo que significaba para él, un simple
espectáculo para pasar el rato y quedar bien entre la gente que lo rodeaba.
Todos los invitados a la iglesia comenzaron a acercarse a nosotros para felicitarnos,
pero yo no estaba en ese sitio, ni siquiera sabía quiénes eran las personas que me estaban
abrazando y mostrando su cariño.

Lo peor fue que en mi incomodidad total, vi acercarse a Kimberley a donde


estábamos Jefferson y yo. Ella no podía ser tan descarada y jugar tan mal; si mi nuevo
esposo y ella aún se amaban yo no los había separado.

—Felicidades Jefferson, espero que seas muy feliz—le dijo en un tono burlón al
príncipe, mientras se acercaba a él y lo abrazaba; dejándome a mí a un lado como si yo me
tratara de un espejo roto.

Roto, rota estaba yo por dentro con lo que estaba sucediendo y sobre todo por lo
que ocurrió a continuación.

—Ella podrá ser tu esposa y la princesa, pero yo soy tu mujer—le susurró al oído
Kimberley a Jefferson, posteriormente dio media vuelta y se marchó de la iglesia.

Yo me volví pálida, en tanto sentía un escalofrío recorrer mi espalda; por qué me


estaba sucediendo todo eso, si ellos se amaban tanto por qué no se casaron y me dejaron a
mí libre de todo esa opresión.

— ¡Wow!, no pensé que asistieran tantas personas reconocidas a nuestra boda—


anunció Jefferson en voz alta, actuando como si la acción de Kimberley nunca hubiese
sucedido— ¿Sabes? Este va a ser el suceso más importante de una larga década.

No le pude contestar, estaba furiosa y si le decía algo podría arruinarle el momento.

—Pero, trata de disimular un poco tu rabia, corazón—me anunció al oído—


Deberías estar feliz, ahora eres una princesa.

No le expresé nada, era un fodongo por el que no valía la pena perder saliva
hablando.

—Los periodistas están por todos lados—me anunció cuando íbamos saliendo del
templo dispuestos a tomar la limosina—Me imagino la cantidad que nos rodeará en
nuestra luna de miel en Canouan, en las Islas Granadinas.

— ¿Luna de miel?—dudé en mis pensamientos— ¡Ah, eso si que no!—no le iba a


permitir seguir burlándose de mí.

—No habrá luna de miel—le comuniqué con descaro—´Tú lo dijiste, debemos ver
esta boda como un matrimonio por conveniencia y como un negocio, y en los negocios no
se pueden mezclar otras relaciones.

—Deja de estar bromeando—me manifestó Jefferson saludando al público presente


con gran disimulo— ¿Te volviste loca?

—Que no va a ver luna de miel—le canté con rabia—Yo contigo no voy ni a la


esquina.

Y sin decirle nada más, le hice señas al chofer de la limosina para que me abriera la
portezuela del vehículo. Éste hizo su labor y yo me adentré al carro. Jefferson se quedó
mudo y sin esperar más tiempo también se adentró a la limosina; entonces con furia cerró
la puerta.

Adentro, el príncipe le dio ordenes al chofer a través de un intercomunicador para


que condujera y este señor abriéndose camino entre la gente condujo con destino hasta el
palacio. A la sazón, Jefferson tocó un botón que subió la pantalla negra que cubría el cristal
que separaba al conductor de los pasajeros y apagó el intercomunicador para evitar que el
chofer y el guardaespaldas escucharan nuestra conversación, finalmente comenzó a hablar
disgustado:

—No entiendo tu forma de ser—me fulminó con la mirada— se puede saber ¿Por
qué no quieres ir a nuestra luna de miel?

— ¿Qué por qué no quería ir?—pensé mentalmente pues no entendía la actitud de


él si sólo hacía unos minutos había estado junto a Kimberley muy acaramelado.

—La verdad es que no puedo creer que seas tan mojigata—siguió hablando
Jefferson—Al fin y al cabo la luna de miel es sólo sexo y para mí eso no es cosa de otro
mundo.

— ¡No es por eso!—me atreví a decirle—Ya te lo dije, este matrimonio es un simple


show para los dos y yo no estoy dispuesta a tener sexo contigo sólo para mostrarme como
la gran esposa del príncipe.

—Ja, ja, ja, ja —se rió Jefferson con tormento y tengo que aceptar que esa fue una de
las pocas veces en mi vida que lo había visto reírse—Tú eres única, prefieres seguir siendo
una virgen puritana que entregarte a mí ¡Eso es increíble!

—Yo veo nada de malo en ser virgen, a mi me gusta.

—A mí también me gusta que aún te mantengas virgen, eso es algo tan poco común
estos días—dijo escuchando mis palabras; en tanto, se me quedaba viendo con lujuria.
Entonces, yo me arrepentí de haber pronunciado esas palabras.

Jefferson sonrió; sí, había logrado incomodarme; pero eso era algo que casi siempre
él lograba cuando estaba cerca de mí. Yo sabía claramente que el deseo que mi esposo
sentía por mí era sólo parte del momento; más, estaba dispuesta a todo por él. No, claro
que no, no iba a dar mi brazo a torcer cuando él había estado en la iglesia, el día de
nuestro matrimonio, con Kimberley.

— ¿Entonces, no vamos a tener sexo?—pronunció de pronto y yo espabilé.

—No, claro que no—le refuté con amargura y pude notar el cambio en los ojos de
Jefferson—así que ve buscándote una habitación para ti solo porque yo continuo
durmiendo en la mía.

—Te recuerdo Princesa Mariska que esa habitación era mía.

—Pues ahora es mía y por favor no me llames Princesa Mariska, yo soy Mariska y
más nada.

— ¡Está bien, Mariska!—enunció con pereza el príncipe—si eso es lo que tú quieres,


después no te quejes de que no te regalé la luna de miel y la noche de bodas—Y diciendo
esto extendió los brazos hacia arriba, se estiró, cerró los ojos con fastidio y luego echando
la cabeza en el asiento se quedó dormido.

Cuando llegamos al palacio la limosina fue aparcada en el estacionamiento y con


ello una docena de guardaespaldas se dirigieron al vehículo para abrir las puertas de
salida con muchos honores. Atrás, mucho atrás llegaron los vehículos que transportaban al
resto de personas que asistirían a la fiesta, incluso aquel donde estaban mis familiares y los
de mi nuevo esposo.

La enorme celebración trascurrió normal, puras apariencias y disimulos entre


Jefferson y yo. Sonrisas provocadas con chistes malos y agarraditas de manos demasiado
creadas. Casi no tuve contacto con mis padres y mucho menos con las hermanas de mi
esposo. Esas horas se fueron dando eternas; ya que, para los dos era un martirio estar allí
juntos.

Los fotógrafos nos tomaron cientos, miles de fotos que al día siguiente saldrían
retractadas en las primeras planas de la prensa y de revistas nacionales e internacionales.
En ese momento, millares de sensaciones se alojaron en mi corazón; pues muy en el fondo
podía percibir las malas críticas de los periodistas porque yo no encajaba en esa cruel
sociedad.

Y Jefferson no intentaba para nada entenderme, prefería un largo rato, pasar las
horas junto a sus amigos riquillos de la universidad. ¡Gracias al cielo que no invitó a
Kimberley a la celebración porque ahí si que yo fuera desfallecido.

Aunque, tenía que aceptar que la distancia que él había intentado poner durante la
noche ayudaba mucho a que yo no me sintiera tan mal; pues cada vez que estaba cerca de
él, y eso no podía negarlo, mi cuerpo vibraba de la emoción de tenerlo cerca. Esas cínicas
palabras y esa mirada de deseo que había tenido en la limusina aún retumbaban en mi
oído.

Además, estaba un tanto gustosa al percibir el gran esfuerzo que Jefferson estaba
realizando para complacer a todos los asistentes. Era divertido verlo caminar de un lado a
otro para parecer cortes y distinguido, claro que para lograrlo en ningún momento perdía
la educación y el refinamiento.

Al menos yo si me mantenía tranquila y me sentía divina con esos tacones que me


hacían ver más alta y que además me daban un aire de superioridad que nunca antes
había podido sentir. Me encantaban esos tacones, nunca en mi vida me había colocado
unos así. El precio de ellos seguro que sería incalculable; pero me gustaban. Más, a
Jefferson no le parecía así:

—Pensaba invitarte a bailar nuestros primeros valses juntos, pero creó que eso seria
aceptar pasar un bochorno delante de los invitados y no estoy preparado para ello. Tú eres
capaz de pagar tu bravura por lo de la boda, pisoteándome con amargura con esos
tacones.

— ¡Vaya, qué desastre!—murmulló despiadadamente mirándome de arriba a


abajo—No puedo creer que te tengan que poner tacones de esa magnitud para poder verte
alta.

Me lo comí con la mirada, era un perverso y cada vez me lo demostraba más.


— ¡Eso no es tu problema!—le dije—Si por lo menos fueras nacido un poco bajo, no
pensarías eso. Además yo tampoco quería bailar contigo. — ¡Mentirosa!—pensé en mis
adentros, claro que añoraba bailar con él— ¿Qué te parecería usarlo tú por lo menos por
unos 10 minutos? A lo mejor te caes y yo podría reírme un rato.

Jefferson no contestó y eso hizo que mi cuerpo se sintiera con ganas de abrazarlo; ya
que, yo nunca lo haría usar tacones de mujer, jamás lo humillaría de esa forma, ni de
ninguna otra. Pero a pesar de que pensaba eso, yo estaba estúpidamente brava, ese tonto
se había fijado en que yo era baja de estatura y ahora me lo estaba reprochando. No
obstante, para mi tristeza los periodistas confirmaron que él tenía razón y que yo era un
desastre total.

Me sentí fuera de onda cuando uno de ellos se acercó y saludó de mano a Jefferson
sin por lo menos saludarme a mí; eso me puso mal, tenía que tomar aire para relajarme; ya
que, aunque me costara aceptarlo me dolía en el alma que esos seres se estuvieran
comportando como si yo no valiera nada.

— ¿Vas a tener que entrenar mucho a esta chica para que algún día llegue a ser una
verdadera princesa?—expresó burlescamente el susodicho.

Yo parada junto a Jefferson, al oír esas sucias palabrotas cerré los ojos y respiré
profundo tratando de contener una lágrima que amenazaba con cruzar mis mejillas con un
alto desenfreno. Me mordí el labio inferior y apreté sin ninguna intención la mano del
príncipe.

Jefferson no dijo nada, él muy idiota parecía no tener ni la menor intención de


defenderme ante tal repúgnate hombre. Es más, el referido corresponsal continuó con su
ofensivo discurso:

—El trabajo de convertir a esta chica en una princesa nunca va a acabar pues eso
será casi imposible. ¿Cuándo se ha visto que de un cactus se haya podido construir una
bella flor?

Yo me enloquecí en mis adentros, mientras mi mente susurraba ¡Bastardo! ¿Cómo


era posible que ese señor me estuviera ofendiendo y que Jefferson no intentara
defenderme?

—Le ruego por favor que no hable así de mi esposa—expresó ásperamente Jefferson
y yo no pude evitar sentirme sorprendida—Ella es la nueva princesa de la corona y muy
pronto será la reina.

—Pero…—intervino dudoso el periodista—aquí todos sabemos que ella y usted se


comprometieron por un matrimonio arreglado y que de todas las chicas, ella era la que
menos tenía probabilidades de ser la feliz seleccionada.

—Esa chica como usted la llama—corrigió con voz testaruda Jefferson—es mi


esposa; así que por favor evite dirigirse a ella como esta chica. Para usted es la princesa
Mariska y eso no tiene discusión. Sino quiere perder su trabajo es mejor que trate de
recordar mis palabras.
El inepto periodista abrió los ojos como un búho y yo sonreí, Jefferson me había
defendido ante una adversidad tan profunda y tenía que estar clara que le estaba muy
agradecida.

—Lo siento príncipe Jefferson, eso no se volverá a repetir—masculló con rabia el


periodista y haciendo una fingida reverencia se retiró de la vista del príncipe y de la mía.

—Gracias por defenderme—le expresé muy contenta a Jefferson al notar la partida


del periodista.

—No es nada— me comunicó con simpleza—aunque ese periodista tenga razón, no


puedo permitir que esa verdad salga a voz pública en la prensa de mañana.

Me quebré como si de un espejo nuevo se tratara. El era un muñeco de pacotilla.

— ¿Sabes qué?—le musité pedante —Tú y tu valiosa clase y sociedad pueden


meterse por un huequito y explotar con él.

— ¿Me estas amenazando de muerte?—preguntó intrigado Jefferson.

— ¡No, claro que no!—le respondí con astucia—yo podré ser pobre y no pertenecer
a tu ridícula sociedad pero eso no quiere decir que tenga un instinto asesino innato. Si
parezco una asesina eso es porque me vez con tu mirada falsa.

— ¡No voy a permitir que me hables así!—me tomó Jefferson de la mano con mucha
fuerza —Yo no soy tu juguetito.

— ¡Eso te lo digo a ti! —le recriminé—No sabes el daño que me has hecho y aún así
no pierdes oportunidad para hacerme sufrir.

—Yo tenía un futuro ya escrito y tú lo arruinaste con este disparatado matrimonio.


Yo no quería casarme pero eso a ti ni a tu madre les importó.

Jefferson no dijo nada, al parecer mis palabras le cayeron muy en el fondo del
corazón porque su rabia pareció disolverse de un momento a otro. En cambio la mía se
aceleró como un tornado a punto de azotar la ciudad, de eso también se dio cuenta
Jefferson que sin dudarlo un poco me soltó la mano.

Yo no pude evitarlo, me alejé de él en veloz carrera y el mentecato ese ni siquiera


me siguió para pedirme disculpas por la sucia forma como me había tratado. Salí con el
ramo de novia en las manos fuera de la casa, solicitaba con una urgencia inmedible tomar
un poco de aire puro.

Aún hoy no sé qué impresión causé ante los periodistas y los invitados; pero es que
en ese momento lo único que se me ocurrió fue salir rápidamente de la fiesta y quedarme
afuera más sola que la una. Ese instante fue un completo error pero es que odiaba tanto a
Jefferson que lo que más deseaba era tenerlo a un millón de kilómetros de distancia.

Corrí bastante rápido a través de los grandes corredores del palacio. Ni siquiera
presté atención a los sirvientes que me pasaban por el lado. Sentía en mi alma tantas
confusiones que muy dentro de mí no sabía si era amor u odio lo que concebía por mi
recién estrenado esposo.
Me detuve en secó sobre un antiguo puente de madera que estaba levantado sobre
un pequeño arroyo y actuando precipitadamente arrojé al agua el ramo de novia con todas
mis fuerzas.

— ¡Idiota!— grité al horizonte con desesperación porque no entendía cómo carajo


Jefferson y yo íbamos a vivir entre el amor que no sentíamos uno por el otro, la pasión que
me hacía vibrar el cuerpo a mí, la sequedad del carácter de él y el odio que nos salía a
ambos a flor de piel.

— ¡Esa palabra es muy fea!—anunció Luciano llegando al puente por detrás de mí.

Yo lo oí y me volteé de inmediato, ya me estaba cansando de mi imposibilidad de


estar un momento a solas. Él se paró junto a mí y sonrió.

—Si me preguntas creo que cometiste el peor error de tu vida.

Yo me giré de nuevo hacia el lago tratando de esquivar su mirada.

— ¿De qué hablas?—le pregunté temblando.

—Te casaste con mi primo, eso sí que fue un error.

— ¡Por favor no me hables de eso!—le rogué obstinada— ¡No te lo estaba


preguntando!

— ¡Perdón!—estableció dándose la vuelta hacia el lago y bajando la cabeza hacia el


agua en donde las flores terminaban de hundirse.

—En ese sitio debieron estar desde el principio—me anunció con una alegría muy
poca disimulada.

—Si Jefferson se estera me va a matar.

—Ja, ja, ja tú si que eres boba—catalogó—Él no te puede hacer nada. Es tu esposo


no tu martirio y si te mata será enjuiciado de por vida.

—Martirio—manifesté desolada— martirio es el que voy a vivir yo estando casada


con él.

— ¡No te preocupes!—susurró—siempre vas a poder contar conmigo y el divorcio,


esa si que es una buena opción. ¡Piénsalo!

— ¡Sí, claro! Bueno de todas formas ¡Gracias! digo por consolarme.

—Es un placer—me colocó la mano derecha sobre el hombro.

— ¿Interrumpo algo o es que aparecí de estorbo?–expresó secamente Jefferson


haciendo su extraña aparición a la que ya me estaba acostumbrando.

Me volteé hacia él asustada, al unísono que Luciano acomodaba su cuerpo para


quedar frente a frente de Jefferson. Ambos temblamos y yo bajé la mirada para no
excusarme delante de mi esposo; aún no entendía porqué cada vez que Jefferson estaba
junto a mí, mis ojos esquivaban su táctil mirar.
— ¡Hola primo!—saludó con cordialidad Luciano—Ni siquiera sentimos tus pasos
llegar por aquí—me abrazó colocando su brazo derecho sobre mi hombro.

— ¡Suelta a mi esposa!—Jefferson se enfrentó a su primo con molestia poca


disimulada— ¡Me parece muy extraño verlos aquí solos!

— ¡No estés pensando cosas que no son!—sentí desvanecer mi orgullo porque


presentía que ya yo le pertenecía a Jefferson, que ya él era irremediablemente mi esposo y
eso era muestra de que tenía derecho a regañarme por lo que considerara impropio.

— ¡No seas tan obstinado primo!—notificó con valoración Luciano—Todos


sabemos que éste fue un matrimonio arreglado; así que, tus celos fingidos no están
haciendo de mucha ayuda.

— ¡Tú no sabes nada; por lo tanto, deja de meterte en esas cosas!—estableció


sosegadamente Jefferson.

— ¡Ustedes no se aman!—expresó con alegría Luciano y a Jefferson esa actitud


mostrada por su primo le hizo hervir la sangre, apretó su puño y dejó que la cólera
respondiera por él.

— ¡Jefferson, vete de aquí porque no quiero hablar contigo!—le supliqué sintiendo


las lagrimas en los ojos a punto de volver a hacer su acostumbrado recorrido por mis
mejilla— ¡No quiero una pelea y no estoy dispuesta a soportar una de ellas!

— ¡Primo, haz lo que te dice!—Luciano le pidió arrogante a mi esposo— ¡Déjala


aquí, ella y yo la estamos pasando muy bien!—reveló haciendo gran hincapié en sus
últimas palabras!

— ¡No me des órdenes!—Jefferson se abalanzó con un fuerte golpe en la cara sobre


Luciano— ¡Aléjate de ella!—dijo sin razonar sus palabras complicando la situación—Ella
es mi esposa y tú tienes que verla de esa forma; entre ella y tú nunca habrá nada—Luciano
adolorido no le respondió al golpe pero mostró una declarada mirada de odio al unísono
que se sobaba la cara.

— ¡Estas loco!—le grité a mi esposo memorizando con detenimiento sus palabras—


Tu primo y yo somos amigos y nada más— ¡No sabes lo que dices!

— ¡Deja de defenderlo!—el corazón de Jefferson se perforó de rabia—A leguas a mi


primo se le nota que tú le gustas y yo no pienso permitir que me vean la cara de cornudo.

Yo oí esas palabras y mi mente dejo de razonar. Llegué rápidamente a la conclusión


de que esa discusión no tenía ningún sentido y menos si algún periodista la presenciaba
pues las habladurías de la prensa serían catastróficas; además mi esposo era un idiota pero
no se merecía que yo le destruyera la reputación.

— ¡Por favor, Jefferson no actúes de esa manera!—le supliqué acercándome a su


cuerpo y tomándolo de la mano; pero él se zafó con rabia de mí; se percibía bastante
furioso.

— ¿Bueno, qué quieres?—le grité rabiosa—ya conseguiste que me casara contigo; a


pesar de que yo no quería hacerlo y ahora te pones con esa.
—Sí, tienes razón—sonrió irónico—ya yo conseguí que te casaras conmigo y eso
significa que aunque mi primo haga lo que quiera hacer, tú eres para mí y él nunca podrá
tenerte.

Yo me quedé muda; pues él tenía razón, desde el momento que el padre nos había
casado mi libertad había comenzado a pertenecerle a Jefferson. Me volteé hacia donde
estaba Luciano y lo percibí morderse la lengua de la rabia. ¿Sería que de verdad él sentía
algo por mí? No, claro que no, esa era una locura vana.

—La fiesta espera por nosotros—le articulé inexpresivamente a Jefferson—Yo no


voy a pasar la noche aquí viéndolos a los dos reñir como si fueran carajitos—y caminando
hacia el palacio decidí que yo no iba a seguir viéndolos a ellos golpearse como salvajes; los
dejé a los dos parados quietos en el puente y respiré lo mejor que podía; pero, en tanto
caminaba, el juicio me hacía pensar tantas cosas y el corazón me decía mentalmente
“Jefferson, no hay nadie más que tú”

Las horas continuaron y Jefferson no se volvió a acercar a mí; él estaba furioso para
variar y no fue capaz de enfrentarse a mí ni por un minuto, Luciano; por su parte, no
volvió a la fiesta por lo que me imaginaba podía ser consecuencia del golpe que le había
ocasionado mi esposo. En el tiempo que pasó tuve la compañía de Darlyn Lynette y de
Carolyn; ellas sí que se mostraron asiduas a compartir conmigo.

Al terminar la fiesta, no intenté volver a hablar con mi esposo. Si él se creía con el


derecho de ignorarme; entonces, yo también lo enredaría en mi red. Me dirigí a mis
aposentos con delirante miseria, necesitaba con urgencias estar un momento a solas. Me
sentía ahogada en melancolía y no era nada más por el hecho de haberme casado con
Jefferson o por haber sufrido durante toda la celebración las palabras aguijonadas de los
periodistas burlistas que me juzgaban por no ser de una condición social bastante
aventajada como lo eran los invitados a la fiesta de matrimonio; sino que más bien y sobre
todo era por la separación que tendría de mis padres a partir de esa noche.

Jefferson no dijo nada cuando entré a mi dormitorio sin despedirme de él. El muy
canalla parado cruzado de brazos cerca de su habitación parecía estar disfrutando de
verme quemándome en un fogón de ardiente esclavitud. Le pasé por un lado y ni siquiera
intentó detenerme para que pasara la noche de bodas en su cama.

Me acosté a dormir muy triste y con desosiego, aunque no se lo dije a mis padres.
Tampoco les confesé que Jefferson y yo dormiríamos separados, pues no quería que
sufrieran más de lo que ya lo estaban haciendo. Al cabo de una hora ellos se marcharon a
casa y yo me sentí más sola que un gato en el desierto; por lo que después de eso, intenté
dormir a pesar de que sabía que no podría hacerlo.

La melancolía que sentía era tan profunda que no me preocupé en explicarle a la


reina o a mis cuñadas que yo no iba a dormir con Jefferson. Él por primera vez en el día se
apiadó de mí y me excusó con los demás:

—Ella dormirá conmigo cuando se sienta preparada, acuérdense de que todo esto
es nuevo para ella y lo mejor es dejarla tranquila. Pero por favor, que esto no salga al
público.
Una hora después, aún acostada en la cama yo no podía pegar un ojo. Me movía
como loca en la enorme cama y deseé con todo mi corazón que la luz de un nuevo día se
asomara por la ventana. Me fuera gustado mucho despedirme de mis papás pero tuve
tanto miedo de hacer algo imprudente que decidí que lo mejor era esperar otro día para
hablar con ellos; así fuera por teléfono.

—Esto es culpa tuya, Jefferson—anuncié en voz alta— ¡Ya veras que no me voy a
preocupar por ti, te haré la vida un infierno!

En ese momento sentí la puerta de la habitación abrirse y me asusté como gallina en


el corral. Se suponía que esas habitaciones eran seguras; en cambio, la gente se conducía
por los dormitorios como ladrones.

Más, no dije nada al ver una figura bastante conocida para mí. Era Jefferson y
aunque la luz estaba apagada yo lo identifiqué tan sensual como siempre, con el cuerpo
tan esbelto que mostraba lo gallardo que solía ser.

— ¡Hola!–dijo acercándose a la cama; no obstante, yo no le dije nada, estaba


temblando de verlo en un lugar que tenía que ser de privacidad plena para mí.

— ¡Se qué estas despierta; así que por favor deja de fingir que estas dormida—se
sentó en la cama; hecho que me hizo mucho mal pues sentirlo tan cerca de mí no era nada
fácil.

— ¿Qué quieres?—anuncié con intensidad— ¿No ves que estoy dormida?—Me


senté en la cama esperando una disculpa pero en cambio; él sonrió burlón.

— ¡Te ves tan hermosa cuando te pones a discutir inútilmente!

—Ja, ja, ja—reí sin ánimos— ¿Qué quieres?—crucé mis brazos sobre mi pecho.

—Sólo vine a decirte que…—participó poniendo la voz muy dulce—Eres una gran
persona; así que, da todo lo que tengas para ser una buena princesa y en un futuro no muy
lejano una excelente reina. —Yo lo miré sorprendida— ¡No vayas a fallar! Tú tienes
grandes oportunidades para ser alguien importante. —No supe que decirle—No dejes que
te afecte lo que te digan las personas criticonas; pues ellos te fastidian por envidia. Eres
imprescindible para la nación y si te equivocas muchas personas van a sufrir las secuelas.

—Gracias—Jefferson me oyó agradecerle y se me quedó mirando blandamente; yo


apaciblemente le sonreí con alegría y satisfacción—Digo por tus hermosas palabras.

— ¡A la orden!—expresó poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta con el fin de


marcharse—¡No quiero que actúes erradamente; tu futuro es el de ser la próxima reina y
eso nadie lo va a cambiar—luego de eso se retiró de mi dormitorio y yo me arrojé contenta
a la cama; por lo menos, Jefferson usaba el corazón de vez en cuando.

Pues sí, Jefferson era el hombre de mi vida aunque los dos fuésemos como el agua y
el aceite. Era atractivo, sexy, lascivo, inteligente, hábil, seductor, fascinante, maravilloso,
persuasivo, apasionado, enérgico y poderoso, él era un ser que con solo poner sus ojos en
algo lo derretía. Tenía todo para conquistar el mundo y esto no se debía principalmente a
su dinero y a su título real.
Las pocas horas que me quedaron de sueño las disfruté sabiendo que valía la pena
estar allí por tener la fortuna de estar cerca de Jefferson ¿Cuántas mujeres podían tener tal
suerte y privilegio? ¿Cuántos hombres podían dar tan excelentísimas atenciones como las
daba Jefferson? Eso era algo que tenía una respuesta muy sencilla, nadie.

A la mañana de un nuevo día, la claridad que entraba por la ventana y la blanda


brisa que batía con levedad los cortinones me anunciaron la llegada de un anónimo
amanecer. Abrí los ojos con pereza pues el cansancio aún estaba presente en mi
humanidad, lo ocurrido en los últimos días me tenía agotada de los pies a la cabeza.

Sonreí de mi suerte, días atrás yo era una muchacha común y corriente y ahora era
toda una princesa y en un futuro la reina de la nación. Eso era algo que ni en mis mejores
sueños me imaginé. En ese momento se abrió lentamente, casi en susurro, la puerta de la
habitación.

— ¡Con permiso señorita!—anunció entrando al dormitorio una asistenta vestida de


negro y blanco con unas ropas cargadas en las manos—Son las 6:00 de la mañana y ya es
la hora de tomar el desayuno en el comedor real así que el príncipe Jefferson me envía
para avisarle que tiene diez minutos para alistarse y salir al comedor a comer.

— ¡Gracias!—le manifesté tímida pues aún no me acostumbraba a eso de señorita y


princesa. Pero tampoco me puse a pensar mucho en eso, me levanté con pereza de la
cama, tomé la ropa que la doncella me estaba proporcionando y me dirigí al baño para
darme un baño y arreglarme. Por lo menos en este palacio las damiselas no hacían cosas
como en las películas que yo había visto por televisión, esas en donde las doncellas bañan
y visten a las princesas.

Entré al comedor real temblando, me sentía muy nerviosa y no sabía por qué pero
en ese momento me sentía un perfume vulgar, envuelto en agasajo de oro. Jefferson
vestido provocador y sexual con franela en forma de V y jeans se levantó de su asiento y
me señaló con sus hermosísimos ojos el asiento que sería desde ese momento mi lugar en
la mesa.

Luciano imitando a mi esposo también se levantó para hacerme unos honores en los
que yo no estaba instruida. La reina al ver esa situación se rió, la hermana de ella llamada
Máire, que era la madrastra de Luciano agachó la cabeza hacia la mesa, Carolyn y Darlyn
Lynette en cambio, se quedaron mudas con sus manos bien escondidas debajo del
inmenso mesón; en el cual estaba colocado en todo el centro, un hermosísimo jarrón lleno
con margaritas, sí mis flores favoritas, las cuales me imaginé fueron escogidas por mi
esposo como una forma de agradarme por lo mal que se había comportado el día anterior.

El desayuno estuvo riquísimo y me alegré justó allí de haber tomado unas clases de
modales y refinamiento con mi madre dos años atrás. La cosa no me pareció tan tortuosa y
fui feliz de tener a Jefferson siempre a mi lado haciéndome señales con los ojos cuando
estaba metiendo la pata en algo. Lo cierto era que esa parte de él tan magistral no la
conocía hasta ahora.

Después del desayuno vino el reposo rutinario del palacio que duró media hora
más, luego todos nos levantamos en silencio de nuestros lugares. Jefferson se fue a trotar
para bajar la comida y a mí la reina me asignó a la asistenta vestida de negro y blanco que
me había levantado de la cama para que estuviera siempre cerca de mí en el palacio. Ésta
muchacha, que después supe que se llamaba Lina Duplaá, fue la que me llevó a dar un
paseo por el palacio y me explicó las clases particulares que tendría que tomar a partir de
ese día luego de regresar de la universidad al palacio.

Asimismo fue ella quien me mostró los lugares que estaban prohibidos para mí en
la residencia, entre los cuales estaba la piscina privada y oculta de Jefferson la cual era
para diversión exclusiva de mi esposo y de nadie más; por lo menos, en ese aspecto yo
podía contar con la piscina del palacio que si era pública para los residentes del lugar.

Seguidamente, esa muchacha me llevó a conocer los lugares de esparcimiento del


castillo; por ejemplo, fuimos juntas al centro hípico, al parque, al salón de karate, al salón
de billar, al salón del té, al cine privado de la corona, a la librería y a otros no menos
importantes.

Esa mañana quedé sorprendida de ver cosas tan espectaculares en el palacio, cosas
que en los día anteriores no me había fijado. Por ejemplo, yo nunca antes me había puesto
a pensar en la razón por la cual la cama matrimonial de mi habitación medía 150
centímetros de ancho; no obstante, esa chica me explico que esa cama había pertenecido a
parejas de reinas y reyes anteriores, que había paso de generación en generación y que
tenía más de 140 años.

De esta manera, me fijé en que en todo el palacio había sistemas de aire


acondicionado. Éste era un sistema por conducción que distribuía el aire por conductos
escondidos bajo un falso techo. Igualmente, revisé que en la sala principal los cuadros
estaban ordenados formando una figura geométrica, pero que en el recibidor éstos
respetaban una línea vertical.

En todas las habitaciones había baño con lavamanos doble e hidromasajes, incluso
en mi dormitorio, que pertenecía legalmente a Jefferson. El baño de mi cuarto tenía gran
confort y funcionalidad, poseía grifería con control de gasto y temperatura, revestimientos
de cuarzo compacto y de acero inoxidable, espejos por todas partes y lo más importante,
era súper amplio.

Posteriormente, las dos fuimos a la sala de lectura y de allí a lugar para tomar el
desayuno y a la sala principal. Conocimos la pérgola que estaba en la zona de la piscina,
con hamacas igualmente de madera. En dicha piscina de lujo había luces que flotaban. Lo
cierto era que la decoración de jardines, terrazas y piscinas se transformaba gracias a la
iluminación
Luego de allí, ambas nos dirigimos a la biblioteca. Estábamos en ese sitio cuando
Jefferson llegó a donde estábamos las dos, yo lo vi entrar al local y me enmudecí de lo
guapo que estaba. Con el tercer cambio de ropa en lo que iba de la mañana se veía de
rechupete.

— ¡Por favor! ¿Podría dejarnos a solas?—dijo sin comunicar a quien se estaba


dirigiendo.

— ¡Sí, señor!—anunció Lina Duplaá — ¡Con permiso! Hizo su acostumbrada


reverencia y se retiró.

— ¿Sabes qué hora es?—me preguntó seco.

— ¡No lo sé!—dije en tono burlón—no tengo reloj.

— ¡Muy chistosa!—arrugó el gesto—Son las ocho de la mañana y ambos tenemos


clase a las ocho ¿Será que como ya eres princesa los estudios ya no te importan?

— ¡No digas eso!—le supliqué humilladísima—Estaba conociendo el palacio pero


en ningún momento he pensado en dejar de ir a la universidad. Además si los dos
hubiésemos ido a la luna de miel, hoy no estaríamos aquí.

— ¡Sí claro!—se mofó—Cuando las excusas llegaron tu foto estaba puesta en el


diccionario. Lo cierto es que si hubiese habido luna de miel, tú en este momento estarías
debajo de mí; pero como no hubo ni un corto viaje para consolarnos; ni modo, a clases.

— ¡Eres un sádico morboso! ¡Eres un idiota! Lo que te pasa es que me tienes


envidia—le dije en tono de niña malcriada tratando de obviar la imagen que se cruzaba
por mi cabeza de Jefferson y yo juntos—Por eso me haces la vida imposible.

— ¡Yo no te hago la vida imposible!

— ¡Claro que sí escuincle! ¡Acéptalo! —Me defendí orgullosa—Cada cosa que haces
o has hecho, incluso lo de besarme en la iglesia sin mi consentimiento fue porque me
tienes envidia.

— ¡No seas ingenua!—se mordió el labio inferior—y para que lo sepas ¡Tú no sabes
besar!—me dijo inexpresivo—Para mí el beso de nuestra boda no significó nada y sólo fue
parte del show de la boda. ¡Tú no sabes besar!

Me quedé tiesa de la cólera, él era un bruto que siempre lograba hacerme sentir
humillada. Jefferson me dio la espalda dejándome con el puño cerrado como en veces
anteriores que había deseado golpearlo y que como ahora no había sabido que contestarle.

—Te espero en la limusina porque me imagino que iras con esa ropa y no iras a
cambiarte para durar una hora más arreglándote—comunicó inexpresivo— ¡No tardes
mucho!
Yo me quedé a solas malhumorada, aún no entendía cual era el verdadero Jefferson,
si el amable de algunas veces o el amargado de siempre.

Salí del palacio, hasta donde estaban estacionadas las limosinas reales, mostrando
mi cara de amargada de los últimos días; no sabía por qué pero de pronto mi recién
estrenado esposo había vuelto a ser el patán de siempre. Tampoco rondaban por mi cabeza
sospechas que respondieran a mis dudas. Lo cierto era que Jefferson mostraba una cara de
querer matar a la primera persona que se cruzara en su camino.

Al llegar al vehículo en donde los choferes reales me llevarían a la uni, vi a mi


malhumorado esposo esperándome en la puerta del carro y a solos unos metros a Luciano.
Él sí que mostraba una cara sonriente de niño bueno y cuando me vio fue corriendo a
abrazarme y a alzarme en brazos con un tono de emoción que hasta a mí me sorprendió.

— ¡Sorpresa!—comunicó alzándome un poco del suelo— ¡A partir de hoy voy a


estudiar en la misma universidad que tú y mi primo!

— ¿Enserio?—expresé algo incomoda— ¿Y cómo hiciste para cambiarte de


universidad si estamos a mitad de semestre?

— ¡Corazón mío!—musitó precipitado poniéndome otra vez en el suelo—dime algo


que la realeza no pueda lograr conseguir y te doy un premio.

— ¡Se ven tan patéticos!—musitó Jefferson que seguía parado en la puerta de la


limusina esperando y sin intentar disimular un poco su rabia entró al carro delirante,
energúmeno y enardecido.

Luciano puso cara de ingenuidad y yo apenada no supe darle alguna explicación de


lo sucedido; me despedí de él, algo que era tonto pues a partir de ese día nos veríamos en
la universidad a cada rato y luego le di un beso en la mejilla. Finalmente subí a la limosina
con lentitud, sin por lo menos dirigir la mirada hacia donde estaba Jefferson, ya que, no
quería más problemas; por lo que, decidí disfrutar el paseo hacia el instituto e ignorar su
obstinada carota.

En el camino, los dos estábamos sentados separados por una distancia prudente sin
voltear a vernos. Jefferson manejaba su teléfono último modelo y yo sencillamente
intentaba gozar del paisaje de la ciudad. Conjuntamente, en mis pensamientos estaban las
caras y charlas de todos en la universidad, especialmente las de mis amigas ¿Qué sería lo
primero que me dirían?

Lo más seguro era que lo inaugural que harían sería que verían mi elegante vestido
de esa mañana, ya que, no sólo era lo bien diseñado que estaba éste sino lo que se notaba a
leguas de distancia y era lo costoso que resultaba ser; eso sin contar que yo nunca había
asistido a la universidad con un vestido; así fuera de los baratitos que me compraba en la
tienda de segunda mano más cercana a mi casa.
Al especular sobre eso, reflexioné que para mí los inventos más grandiosos que
pudo crear el hombre fueron el pantalón y la minifalda. El primero representa una gran
muestra de los derechos de las mujeres; así, muchos los discurran como vestuarios
improcedentes para las féminas.

Yo, sentada en la limusina, justo en el medio de la ciudad y sin perderme un poco


del paisaje cavilé que había oído decenas de veces que en gran cantidad de religiones y
sectas se les prohíbe a las chicas usar ese vestuario y que por ejemplo las mujeres del
judaísmo no lo pueden utilizar. Yo no entiendo nada de esa cultura, ellos tendrán sus
razones para tales prohibiciones, pero a mí particularmente, me fascina usar pantalones.

Me acordé al mirar pasar por la acera a unas chicas con pantalones puestos, que en
una clase de la uni, una profesora que siempre usaba pantalón, nos relató que el uso del
pantalón se originó hace muchísimos años cuando las mujeres comenzaron a laborar
sembrando el campo y se vestían con ese vestuario para que los hombres no las
descubrieran y las dejaran trabajar. Asimismo, nos narró que en 1920, a falta de hombre
que laboraran en las fábricas por la segunda guerra mundial, las mujeres comenzaron a
trabajar en industrias y por ende a usar pantalones.

El invento de la minifalda fue otra revolución y tengo que sentenciar que le


agradezco mucho a la diseñadora de modas británica Mary Quant, quien para su creación
se inspiró en el automóvil Mini en 1965. La minifalda fue uno de los inventos más
criticados pero a la vez más provocador que se han implantado.

Aterricé a la tierra al pensar en lo anterior, lo que más me afectaba en ese período


no era el uso del pantalón o de la minifalda; sino era lo que mis amigas y todas las chicas
en la universidad pensarían de mí. ¿Cuál y cómo sería la carga de preguntas que me
harían cuando yo llegara en la limosina? Y además, que luego de eso, vendría lo demás; es
decir, los regaños por no invitarlas y las dudas sobre el futuro de ese matrimonio.

Pero, ese tampoco era el mejor instante, ni el más adecuado para estar pensando en
eso; pues, tenía cosas más importante en que ponerme a pensar y analizar; una de ellas era
intentar pensar en la forma más correcta de llevar una buena relación con mi esposo
aunque él parecía no querer poner ni un mediecito de su parte.

—En la universidad—Jefferson dijo de pronto guardando su celular en el bolsillo de


su pantalón—somos marido y mujer; por lo tanto, te ruego que dejes de poner esas carotas
de mofas que sueles hacerme y que no me insultes, por lo menos cuando estemos en
público.

— ¡Yo no te hago mofas!—le respondí dirigiendo mi mirada hacia donde estaba él.

— ¡Por favor, escúchame!—me puso los ojos torneados de fuego impulsivo


intentando tomar calma—La sociedad es muy criticona y si saben que no nos llevamos
bien van a destrozarnos a ambos. Seremos el hazmerreir de todos y terminaremos
humillados en prensa mundial ¿Quieres eso?

— ¡No, claro que no!—le respondí urgida.

— ¡Entonces, mejor haz lo que te digo!—manifestó tomando pausa entre cada


palabra que decía.

—También—prosiguió viéndome directamente a los ojos, mostrando una mirada


tan espectacular que mis mejillas se sonrojaron como ropavejero con traje nuevo—necesito
que comiences a compartir con mis amigos–arrugué la cara al oír la propuesta de mi
esposo—sé que ellos no te caen bien; no obstante, tienes que hacer un pequeño esfuerzo
por tratarlos. Ellos pertenecen a una clase bastante privilegiada de la sociedad y mantener
contactos con ellos te favorece mucho.

— ¡No los soporto!—le declaré en seco— ¡No puedes obligarme a tratarlos!

— ¡No te estoy obligando!—me corrigió extático—pero tienes que comprender que


como princesa lo mejor que puedes hacer es rodearte de la más alta esfera del país.

— ¿Y mis amigas dónde quedan?—le inquirí bastante consternada—Ellas son mis


amigas, yo no las voy a abandonar.

— ¡Ya me imaginaba eso!—susurró dominado por una ironía que llegaba hasta los
vellos de mi piel.

— ¡Ellas son muy buenas!—las defendí ante lo que yo pensaba iba a hacer una
nueva discusión entre Jefferson y yo; pero él no me siguió la palabra, volteó su mirar
nuevamente hacia la ventana de la limosina y respiró profundamente.

— ¡Está bien!—se rindió al fin luego de un par de minutos en silencio; en seguida


regresó su mirada hacia donde estaba yo—Puedes seguir andando con tus amigas; pero
sólo con una condición.

— ¿Y cuál es esa?—me obligué a seguirle la mirada— ¡Espero que no sea nada


imposible de llevar a cabo.

— ¡No te preocupes!—me puso la mano en la cabeza y me acarició como si yo fuera


un bebé—Lo único que tienes que hacer es incorporar a tus amigas a mi grupo; así, ambos
salimos ganando.

— ¿Incorporarlas?—Fluctué—No entiendo a qué te refieres.

—Me refiero a que las unas a mi grupo—me rebatió con unos ojos como de lobo
salvaje, bestial y cazador—Tú sabes que entre clase y clase siempre todos tenemos diez
minutos libres, a esa hora reúne a tus amigas con mis amigos y así todos quedamos en
paz. Todos en la uni nos van a ver juntos como pareja y las palabras afirmativas hacia
nuestra relación irán creciendo velozmente.
Yo pensando en lo genial que iba a hacer todo iba a darle las gracias al escucharlo
decir esas palabras; más el permaneció hablando:

—En cuanto a tu trabajo como cocinera—me acarició la nariz de una forma bastante
tentadora— Como ya he sabido que ser chef es lo que a ti más te gusta hacer, sigue en pie
la decisión que se tomó hace días de que sigas trabajando en la cafetería-restaurant de la
universidad.

— ¿Enserio?—le pregunté con un nudo en la garganta ¿No me vas a prohibir que


trabaje allí?

— ¡Claro que no!—me tocó los labios con sus sensuales dedos de la mano—Podrás
trabajar dos horas después de las clases; ya que esas mismas son las horas en que yo tengo
prácticas de futbol. Así que, cuando los dos terminemos nos regresamos juntos al palacio.
Además, tu talento es algo no se puede desperdiciar.

— ¡Gracias!—le dije temblorosa.

—Lo único que te pido a cambio es que pases el tiempo libre que tienes entre las
clases, compartiendo conmigo y con mis amigos y que ¡Por favor, no vuelvas a provocar
una guerra de comida!—al oír sus palabras yo sonreí; sin embargo, eso a él no le hizo
ningún efecto bueno; debido a que, inmediatamente alejó su mano de mi cara y volteó
nuevamente la cabeza hacia la ventana que estaba en su lado del asiento.

En ese soplo de viento, la limosina llegó al estacionamiento de la universidad y yo


temblé de pavor, faltaba poco para recibir las miradas, críticas y habladurías de todos los
estudiantes del instituto. Jefferson me vio como chica tembleque y por lo menos me dijo
una palabra de aliento:

— ¡No te preocupes, todo va a salir bien!

El vehículo se detuvo y el chofer salió del auto, el guardaespaldas que estaba del
otro lado también abrió la puerta y salió. Después ambos al unísono abrieron las puertas
de la limosina para que Jefferson y yo saliéramos. Él salió por el lado derecho con total
sensualidad y yo salí por el lado izquierdo tratando de no parecer tan corriente.

Luego de eso, mi esposo se acercó a mí y con un suave y fuerte gesto de aprobación


me tomó de la mano. El chofer y el guardaespaldas hicieron su acostumbrada reverencia y
posteriormente regresaron al carro. A un lado de la limosina real se estacionó la que
trasladaba a Luciano; Jefferson lo vio salir del automóvil y ni siquiera se dignó a esperarlo
para entrar a la universidad los tres juntos. En vez de eso, me hizo caminar a su lado a
toda prisa y sin por lo menos detenerse

Casi al unánime todos los que estaban parados en los alrededores del
estacionamiento y cerca de la entrada a la universidad se voltearon a vernos y yo sentí un
fuerte estremecimiento y un inesperado e impresionante temor. ¡Vaya, así se sentía ser el
centro de atención!

Ivanovn parada en la segunda escalera que conducía hacia la puerta del instituto
me miró de arriba a abajo con una expresión de incredulidad que hasta a mí me hizo daño.
Jefferson y yo pasamos por su lado y ninguno dijo nada. Era tan extraño sentir que la
gente actuara como si yo fuera alguien importante, que cuando entramos a la universidad
mi corazón se paró en seco.

— ¡Amiga!—aparecieron corriendo Gabriela, Marianny y Rosiris, —Por fin


apareciste.

— ¡Hola, chicas!—les susurré intentando respirar.

— ¡No puedo creer que seas la esposa de un príncipe! —Dijo Rosiris soltando un
gemido ahogado— ¡No puede ser tu esposo! ¡No lo puedo creer!

— ¡Yo tampoco!—pestañeó Gabriela.

—Sí, es la esposa de un príncipe —Jefferson aún lado, intervino en la


conversación— ¿Y ustedes son?

— ¡Ah!—caí en cuenta de que no había hecho la adecuada presentación—Jefferson,


ellas son mis mejores amigas: Gabriela, Marianny y Rosiris. Chicas, él es mi esposo, el
príncipe Jefferson.

Y él extendió la mano dispuesto a presentarse con educación; más las chicas


metieron la pata completamente porque se abalanzaron sobre él como bebé por un
caramelo. Cuando Jefferson se logró zafar de ellas, me vio con una cara de incomodidad
que hasta a mí me hizo perder la cabeza. Después de eso, me dio un beso en la mejilla en
forma de despedida y se marchó a su clase.

Un único beso en la boca me había dado en su vida; pero de repente me había


besado la mejilla. Aún no podía creer que eso podría pasar. Jefferson sabía interpretar bien
su papel de esposo cuando estaba en público y a mí eso me parecía de lo más normal ¡Ese
día se avecinaba como el mejor de mi existencia!

¿Qué puedo decir de ese día? Son tantas cosas; pero resumidas en una sola cosa.
Creo que ha sido el día en que he respondido a más preguntas de mis amigas y en que me
he visto más perseguida por los estudiantes varones del instituto. Todos, absolutamente
todos, incluso los que ya tenían novia, hacían cualquier locura para llamar mi atención.

Asimismo, cabe destacar que ese fue un día horrible para mí; pues los tiempos de
reunión que Jefferson me pidió fueron de espantos; ya que, sus amigos eran todos unos
ridículos que a cada cierto tiempo me lanzaban sus venenosas espinas de “Jefferson no es
el hombre para ti”, “si el matrimonio dura más de un mes me regalas algo”, “eres tan poco
refinada”, ¿No tienen luna de miel? Y “están casados, pero ¿Son marido y mujer?”.
Todas esas palabras fueron oídas por mis amigas y yo sufrí al escucharla ¿Por qué
Jefferson no me defendía y prefería quedarse en silencio? Eso era algo que me molestaba;
pues, él en vez de parecer mi esposo, se asemejaba a mi peor enemigo. Todo eso, sin contar
que prefería hablar con su ex novia Kimberley, tal como si yo no estuviera ahí.

Sí, ella estaba en su grupo de amigos y eso para mí era la perdición; estar cerca de
ella me afectó demasiado y más cuando estando sentados todos en la misma mesa, la
susodicha sacó su delicado pie de su sandalia y comenzó a acariciar a Jefferson por debajo
de la mesa.

Él como sonso no dijo nada; pero se dio cuenta de que yo me había percatado de lo
que su ex estaba haciendo; por lo que tosió nervioso y Kimberley dejó el jueguito. En ese
momento, juré que si algo como eso volvía a pasar nunca más me sentaría a compartir con
sus amigos. Gracias a Dios que la estúpida esa se rindió y dejó vencida, su don de dar
placer a mi esposo.

También estaba sentado con nosotros Luciano, él sí que estaba contento y decía
cualquier tontería para hacerme reír. Cuando eso pasaba, Jefferson pelaba los ojotes como
marciano y me miraba con odio. ¿Qué carajo tenía en contra de su primo? ¿Por qué si se
veía tan animado charlando con su ex me veía con odio cuando Luciano me contaba sus
chistes y yo sonreía?

Después de la última clase me dirigí a la cafetería-restaurant; ahí respiré un


poquito. Lo cierto es que casi no me concentré al imaginarme a mi esposo ser diferente con
Kimberley a lo que era conmigo. No se reía, ni se relajaba; pero sí hablaba con ella con
naturalidad, no como lo hacía conmigo.

Otra cosa que me hizo respirar un poco en la cafetería-restaurant, fue recordar las
locuras que habían hecho los chicos del instituto para hablar conmigo. Hasta mis
compañeros de trabajo estaban contentos de que yo me volviera bastante popular entre los
chicos del instituto, pues todos me veían con cara de bobos e iban corriendo a comprar
dulces a cada rato; lo que significaba más clientes y más dinero para el establecimiento.

Pero, en ese día lo peor que pasó de todas las cosas malas, fue que estando yo en la
cafetería-restaurant, Kimberley apareció de pronto, dizque para hablar conmigo. Sí, fue
una enorme sorpresa y una desastrosa casualidad que me hirió mucho el orgullo.

Yo estaba recogiendo las cosas para retirarme del trabajo. Lo cierto era que había
sido un día muy largo en el que muchos clientes pidieron “conocer a la chef”, lo cual, era
una buena excusa para ellos para tener algún tipo de trato conmigo. Me sentía agotada,
extinguida y con ganas de quedarme a dormir por una semana en mi enorme cama del
palacio.

Bueno, como iba diciendo, estaba tarareando una canción de amor que estaba muy
de moda en esa época cuando a mi espalda se detuvo ella en seco. Yo no la escuché entrar
ni tampoco entendía la forma como había logrado entrar a la cocina sin que alguien la
fuera visto, tampoco andaba pendiente, mis labores en la cocina me tenían nadando en
mares lejanos y mis pensamientos no estaban transitando por allí.

—Así que no has dejado de trabajar de cocinera—expresó insensible y cínica,


viendo con estoicismo toda la cocina, a lo cual yo me volteé a verla rápidamente—La rama
torcida nunca su árbol endereza.

— ¿Qué haces aquí?—tartamudeé intentando parecer lo más normal que me fuera


posible, cosa que no lograba realizar; pues, cada vez que lo intentaba el recuerdo de su
presencia en la iglesia me apuñalaba el alma.

—Pensabas que me iba a quedar quieta—caminó unos pasos alrededor de la cocina


y se detuvo justo donde estaba un plato de pasta con salsa tres quesos que yo había
preparado para comer en la limusina de camino al palacio.

—Te casaste con el amor de mi vida—manifestó con poca clemencia—y ¿Eres una
simple cocinera? Eso es difícil de creer.

— No soy una simple cocinera—me mordí el labio al pronunciar esas torpes


palabras de autodefensa—y si Jefferson me escogió para ser su esposa fue por algo.

—Ja, ¡Eres una idiota!—se mofó— Estas muy equivocada, ¿Acaso no puedes ver
que lo del matrimonio fue un simple arreglo para que Jefferson subiera al trono y para que
tuviera un hijo?

—Él y yo somos una pareja—sentenció abrumándome con sus palabras—Su


matrimonio no va a durar mucho tiempo; pero mientras, él y yo seremos amantes.

— ¡Eso es mentira!—berreé chiflada pretendiendo hacerla callar.

— ¿Es mentira?—pestañeó con sus enormes ojos de ricachona— ¿Estas


completamente segura?

—Eres una…—me desgasté el labio ambicionando con ello que Kimberley se alejara
de mí—Eres una ramera y te mueres de la rabia porque Jefferson me escogió a mí y no a ti.

— ¡Cállate!—injurió levantando la mano derecha con la disposición de darme una


fuerte cachetada, afortunadamente Jefferson llegó de pronto y le sostuvo la mano justo
cuando iba a pegarme.

—Te juro por Dios que si la tocas, voy a hacer tu vida un infierno—le anunció con
una rabia que hasta a mí me hizo descolorar; ya que, ahí pensé en lo maravilloso que era
él; debido a que, aunque todo el tiempo se veía atractivo y sexy, cuando actuaba de esa
forma se veía más atento, fuerte e irresistible que siempre.

—Jefferson—gimió la muy cínica—No es lo que tú piensas, todo fue culpa de ella.


—No sé de quien fue la culpa, pero a mi esposa la respetas—le dijo mostrando sus
ojos oscuros como si en ese instante estuviera dispuesto a asesinarla.

Kimberley bajó la mano y Jefferson la soltó; entonces él volteó sus lindos ojos hacia
donde yo estaba, se veía tan guapo cuando estaba furioso que me dejó sin aliento.

—Jefferson—tartamudeó Kimberley—mira…

—La próxima vez que hagan algo así—manifestó insondable —las dos van a tener
serios problemas conmigo ¿Entendieron?

Kimberley afirmó con la cabeza que sí y yo no me moví de donde estaba. Aún no


podía creer lo que estuvo a punto de pasar, iba a pelear por un hombre y no cualquier
hombre, éste era un príncipe y mi esposo ¡Qué locura!

Jefferson se volteó hacia donde estaba ella y le hizo señas con la mirada para que
saliera de allí. Ella lo obedeció y por un momento yo envidié el lenguaje de señas que
ambos tenían, eso era algo que mi esposo y yo nunca podríamos llegar a tener. Nosotros
de la única forma que podríamos comunicarnos, sería mediante golpes y recriminaciones.

Inmediatamente que Kimberley desapareció, Jefferson se acercó a mí con


demasiada rapidez, yo lo vi hacer eso y mi cuerpo vibró de la emoción. Él se detuvo frente
a frente de mí, con su cara angelical me miró directamente a los ojos y con su enorme
mano de caballero de brillante armadura me acarició la cara.

— ¡Lo siento!—susurró pegado muy cerca de mí—No quise que esto pasara.

—Tenías mucho tiempo saliendo con ella, —trepidé al pronunciar esas frías
palabras—ni modo, tengo que adaptarme a eso.

— ¡No te preocupes!—habló despacito—Tú eres mi legítima esposa, ella no es nada.

— ¿No es nada?—le pregunté dudosa—Pues, a mí me parece que ella es la mujer de


tu vida.

— ¡No hables así!—me acarició melosamente los labios con el dedo—Ella ya


pertenece al pasado.

— ¿Al pasado?—comuniqué dejando que la ira se apoderara de mí y apartándome


de pronto de Jefferson—Eso díselo a ella.

—Mariska—suplicó.

— ¡Deja de actuar como el perfecto esposo!—le grité—te ves como un idiota.

—Bueno, si no quieres actuar civilizadamente—me gritó él a mí—yo no te voy a


suplicar que te comportes; pero quiero que tomes en cuenta una sola cosa—Estaba rojo de
la furia que presentaba —Cuando tengas problemas, no vengas a mí pidiendo ayuda, te
defendí hoy de Kimberley; más, yo no voy a estar todo el tiempo atrás de ti.

— ¡Maldito sea tu poco reflexionado orgullo de mujer independiente!—vociferó


colérico.

— ¡Eres un cabeza hueca!—le recriminé y entonces pensé en huir de allí. Intenté


salir a tomar algo de aire; por lo que me dirigí a la salida pensando en lo cruel que era
pensar que mi amor no era correspondido. No obstante, Jefferson corrió a toda prisa
detrás de mí y me detuvo en la puerta.

—No entiendo— siseó tomándome de la mano—Si mi primo está enamorado de ti y


yo por eso no armo un escándalo ¿Por qué yo si tengo que calarme tus lloriqueos porque
Kimberley sigue enamorada de mí?

— ¡Luciano no está enamorado de mí!—negué aturdida recordando que sí,


Jefferson sí armaba escándalos.

— ¡Eso dices tú porque estas ciega!—me aseguró apretándome la mano con furia—
Su sentidos de la vista destella que te ama y tú no te das cuenta. Ese no quiere ser anda
más que tu amigo.

— ¿Sabes qué?—le expresé soltando su mano de la mía—No todas las personas son
como tú—y sin esperar que Jefferson me diera su respuesta, abrí la puerta y me dirigí
hacia la salida de la universidad. No estaba preocupada por dejar mis cosas abandonadas,
el aire que necesitaba en ese momento era más importante.

Cuando salí afuera de la cafetería-restaurant sentí la mano de Jefferson tomar la mía


para luego seguir caminando. ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿No entendía que necesitaba
estar un momento a solas?

— ¡Acuérdate del teatro!—me anunció adivinando mis pensamientos y caminando


rápidamente conmigo hacia el estacionamiento donde nos aguardaba celosamente la
limusina.

Al regresar al palacio nada excepcional ocurrió, la única particularidad o hecho


diferente de ese día fue el hecho de comenzar con las clases particulares; ya que, digamos
que los profesores que me tocaron eran más duros y secos que “atomic bomb” o mejor
dicho que “wild hurricane, hard and dark”.

Esa noche me fui a dormir temprano, sólo me preocupé en cenar y reposar; ya que
cuando la reina me invitó a compartir un rato con sus hijas afuera, tuve que negarme;
debido a que, tristemente estaba agotadísima. Las labores de ese día fueron muy fuertes y
Jefferson con sus recriminaciones lo que hizo fue agotarme física y mentalmente.

Aún cobijada en la cama podía oír las palabras de Jefferson y de Kimberley “Él y yo
somos una pareja, su matrimonio no va a durar mucho tiempo; pero mientras, él y yo
seremos amantes”, “¿Acaso no puedes ver que lo del matrimonio fue un simple arreglo
para que Jefferson subiera al trono?”, “Tú eres mi legítima esposa, ella no es nada” “Ella
ya pertenece al pasado”.

Me costó mucho dormirme, aún no estaba del todo acostumbrada a la vida del
palacio y además, por momento me sentía súper solitaria. Tenía que aceptar que
aguardaba la esperanza que de repente Jefferson abriera la puerta y me pidiera que
comenzáramos de nuevo, que luego me besara con ardor, me desnudara y que finalmente
los dos termináramos haciendo el amor.

Sí, era una locura; pero ¿Qué más podría desear si Jefferson era mi esposo? Lo
amaba y aún no entendía cómo en tan poco tiempo él había logrado robarme el corazón;
no obstante, tendría que bajarme de esa nube y aterrizar en tierra; tomando en cuenta que,
mi esposo nunca correspondería con mi amor.

Las siguientes dos semanas fueron un desorden total lleno de mucho trabajo; entre
la universidad, mi trabajo en la cafetería-restaurant, las reuniones de sociedad, las ruedas
de prensa, las citas de negocios con los millonarios y con los empresarios, las clases
particulares en el palacio, las discusiones con mi esposo, las malas reuniones con sus
amigos, mis amigas y Kimberley, los compañerismos con Luciano y los regaños y no
regaños de los profesores del instituto; me sentía ahogada en mi propio mundo de
fantasía.

Tengo que confesar que fueron los quinces días más trabajosos de toda mi
existencia. Conocí muchos lugares de elegante estilo y majestuosidad, asistí con Jefferson a
montones de banquetes, kermesse, cocteles, fiestas temáticas, eventos lounge, eventos
empresariales, congresos, conciertos y fiestas taurinas.

Creo además, que han sido los días en los que mi esposo y yo hemos estados más
juntos, pero a la vez más separados; esto tomando en cuenta que, durante esos momentos
apenas nos dirigíamos palabras. Hablar era tal y como Jefferson me había dicho; es decir,
parte del teatro de estar casados. Las palabras entre ambos eran sólo parte de una obra
dramática en la que ni siquiera intentábamos conocernos mejor. Luciano; en cambio, él si
se preocupaba por hablar y compartir conmigo.

Tengo que agregar que lo único magnífico de ese período fue sentirme como en
familia cerca de las hermanas de Jefferson, con las que algunas veces me fui de paseo a
hacer ejercicios de introspección, a comprar en los Centros Comerciales más caros de la
ciudad, a visitar galerías o a asistir a cursos de tejer bufandas y de hacer velas.

Lamentablemente, las cosas parecían que no iban a cambiar y menos por el hecho
que ocurrió el día viernes de la última semana de esos quince días. Esa mañana me levanté
súper agotada y sino fuera sido por Lina Duplaá que me despertó, como todas las
mañanas, creo que fuera seguido durmiendo por un lapso más largo al que siempre había
estado acostumbrada.
Llegué a la mesa del desayuno bastante adormilada. En ese momento, sí que
merecía unas lindas y largas vacaciones. No me preocupé por la cara de soñolienta que
poseía y menos le correspondí con una sonrisa a Luciano cuando él se levantó como todos
los días para darme la bienvenida. El agotamiento general que percibía ahora sí que estaba
haciendo estragos.

Pero, eso se me quitó en seco cuando me di cuenta que ¡Rayos, Jefferson no se


encontraba! ¿Dónde carajo estaba él? La reina no dijo nada, luego de manifestar en voz
alta la oración diaria, los sentados en la mesa nos pusimos a comer como si nada.
Seguidamente, reposamos los alimentos y cada uno se levantó de la mesa; yo decidí que
iba a beneficiarme de ese instante para ir a la habitación de mi esposo a averiguar todo
sobre lo que estaba pasando.

Sin embargo; fui detenida en el camino, Luciano ésta vez me persiguió a lo largo y
ancho del palacio y no me dejó quieta hasta que logró alcanzarme. Máire, viéndonos con
decepción jugar ese bendito juego, arrugó el gesto y continuó con su camino hacia la
biblioteca.

— ¡Espérame, querida!—susurró tomándome de la mano y deteniéndome ¿Te pasa


algo?

—No, no me pasa nada—mentí; ya que, hablar con Luciano de mi esposo era como
estar traicionando a mi pareja.

—Se me ocurrió una gran idea—parafraseó arreglándose los cabellos—Todos


sabemos que Jefferson no va a asistir a la universidad hoy; así que sería bueno que tú y yo
nos fuéramos juntos al instituto.

— ¿Jefferson no va a asistir a la universidad hoy?—pensé mentalmente sin prestarle


atención a lo que estaba diciendo Luciano.

—El muy idiota se enfermó—anunció Luciano tocándome la cara con dulzura, a lo


que yo me aparté disimuladamente.

— ¿Jefferson está enfermo?—le pregunté preocupada y él sencillamente me miró a


los ojos con esa mirada brillante que a mis amigas hacía suspirar.

— ¿Qué clase de pareja son ustedes?—se burló controladamente—Mi primo se


enferma y tú eres la última en enterarse.

Sí, era la última en enterarme; pero eso a mí no me importaba en ese momento, lo


que más quería en esos segundos de angustia era saber ¿De qué estaba enfermo mi
esposo? ¿Cuándo se iba a curar? ¿Era grave lo que poseía?

—Tiene una simple fiebre—aseguró testarudo Luciano al darse cuenta; mediante


una pícara visualización de mis ojos, de que yo estaba preocupada por Jefferson— ¡No te
preocupes! Él es un caballo de hierro y no se merece para nada que te preocupes por él.
—A pesar de todo—yo palidecí al decir esas palabras tan ciertas—él es un ser
humano y merece piedad.

— ¡Boba! Es por esa razón que te domina como lo hace—me guiñó un ojo—
Entonces, ¿Nos vamos juntos a la universidad?

—No, claro que no—me negué pues sabía perfectamente que si yo me marchaba
con Luciano, alguien del palacio iba a ir corriendo a chismearle a Jefferson y éste iba a
agarrar una rabieta de muchos años, que jamás iba a lograr perdonarme.

— ¿Tiene algo de malo que te vayas conmigo a la uni?—preguntó Luciano


mostrando miles de dudas en los gestos— ¿Te parece tan mal pasar un rato conmigo?

—Nooo—me negué sabiendo que el daño que le estaba haciendo a Luciano era
irreparable—Lo que pasa es que; a pesar de que eres un buen amigo, yo no puedo llegar
contigo a la universidad. Somos casi cuñados y la gente comenzaría a hablar.

—Pero a ti no te debe preocupar lo que piense el resto de la gente.

—Pues a mí sí me importa—le confesé mirando el suelo—así que, te suplico


Luciano; que por favor, aceptes mi negativa si realmente eres mi amigo.

— ¡Está bien!—se rindió por fin—Nunca quise ponerte entre la espada y la pared—
y haciendo uso del poco orgullo que le quedaba me dio un beso en la mejilla—te espero en
la universidad ¡No llegues tan tarde!— y se retiró.

Claro que no llegué tarde a la universidad, inmediatamente que Luciano se retiró, a


mí no me quedó otra cosa por hacer que seguirlo. Le pedí disculpas por actuar tan egoísta,
pero también le explique que si deseaba que nuestra amistad continuara era mejor que
intentáramos evitar discusiones bobas. Él afirmó que estaba de acuerdo y al final nos
abrazamos como grandes compañeros; entonces, él ocupó su limusina y yo la mía.

Yo no sabía lo que estaba haciendo; más de una forma muy indirecta me estaba
vengando de que ninguna persona en el palacio me fuese avisado que mi esposo estaba
enfermo y que por ende, no asistiría ese viernes a la universidad. En el camino me sentí
como pájaro sin nido; extrañaba demasiado la presencia odiosa de Jefferson y sabía que ya
nada podría hacer para aliviar mis penas. El dolor y la angustia por vislumbrarlo enfermo
me carcomía el alma. Estaba haciendo bastante melodramática.

Durante todo el día mi cuerpo se sentía solo. Los amigos de él e incluso Kimberley
casi no hablaron conmigo; parecía que le prestaban más atención a las niñerías que decían
mis amigas y a las bromas de Luciano. Mi mente se imaginaba a Jefferson sufrir por esa
maligna fiebre y los ojos se me enmudecían cada vez que oía su voz llegar a la universidad
de repente.

No obstante, eso nunca llegó a pasar. De eso me di cuenta cuando fue la hora de mi
trabajo en la cafetería-restaurant y mi esposo no se percibía por ningún lado. Finalmente,
cuando salí del instituto, afuera me estaba esperando Luciano, él me acompañó a tomar la
limusina y seguidamente se alejó hacia su carro.

Cuando llegué al palacio no le presté mucha atención a las clases particulares, ni a


mis profesores. Tampoco entendí mucho de música, de idiomas, ni de tecnología. Es más,
en esos instantes me imaginaba a mi príncipe asistiendo a sus clases diarias de padel, de
tenis, de Pilates, de Yoga, de Tai Chí o de artes marciales; lamentablemente, a esos
obligatorios estudios, tampoco asistió.

A la hora de la cena me sentí cansada mentalmente de tampoco verlo sentarse a


tomar los alimentos. Por un momento, quise preguntarle a la reina sobre el estado de salud
de mi esposo, pero no lo hice; sobre todo porque me acordé de la principal norma a
cumplir durante el desayuno, el almuerzo o la cena: Cero palabras y nada de
conversación.

Cené sin muchos ánimos; ya que, mi corazón estaba pensando en mi pobre esposo
que se encontraba enfermo. Lo sentía muchísimo, mi alma estaba llorando y a cada minuto
esperaba con ansias que él saliera de su habitación y que anunciara que ya se encontraba
recuperado. Mi corazón arrinconado me decía que lo auxiliara o que fuera su enfermera
particular.

Pero eso no pasó y la cena terminó. Posteriormente, todos nos levantamos al


unísono y yo decidí que necesitaba algo de aire. La reina pareció adivinar mis deseos pues
mandó a colocar luces flotantes decorativas en la piscina. Finalmente, nos invitó a todos a
mirar las estrellas en esa noche de luna llena

Fue así como la reina Kalish, Luciano, Máire, Carolyn, Darlyn Lynette y yo, nos
sentamos a mirar las lejanas estrellas debajo de una de las Pérgolas de Madera del palacio,
la cual estaba en el jardín, junto a la terraza y la piscina, Desde allí, yo podía ver las
hermosas luces flotantes decorativas, en forma de flores que estaban colocadas esa noche
en la piscina. Era un momento que nunca podría olvidar; tomando en cuenta que, la reina
había acertado al mandar a colocar esas luces para el anochecer de ese día.

Luciano se colocó su traje de baño y decidió que la noche estaba hermosa para
bañarse. Carolyn y Darlyn Lynette se dedicaron a darle nombres a las estrellas. Máire y la
reina decidieron refrescar sus respectivas caras con crema exfoliante y yo sentada como
una estatua vacía, tenía la mente en blanco.

A pesar de la belleza de la noche; me sentía completamente sola y tampoco entendía


la razón por la cual ninguno de los allí presentes se preocupaba por la salud de mi
príncipe. Fue el pensar en eso, lo que me hizo darme cuenta de que la vida de palacio
jamás podría ser igual a la de mi casa, en donde si por ejemplo yo me enfermaba, mis
padres me consentían como si me tratara de un bebé.
Más, las cosas no se mantuvieron así por mucho tiempo. Esa noche ocurrió un
hecho curioso que yo nunca podré olvidar aunque pasen los años y me convierta en
viejita. Un hecho que siempre guardaré en lo más profundo de mi corazón y que fue el
inicio de una aventura suficientemente desvergonzada.

Yo me mantenía en una silla abandonada a mi merced, sufriendo mientras los


demás disfrutaban, sencillamente porque aún estaba triste, pues la fiebre de Jefferson no le
había permitido asistir a la universidad y tampoco compartir conmigo durante el día. Me
sentía abrumada y afligida; debido a que esa había sido la primera vez que Jefferson no
había ido junto a mí a la universidad. Funestamente en todo el día lo había extrañado
demasiado.

De pronto se me prendió un bombillo lleno de ideas ¿Por qué no aprovechar que


todos estaban pendientes de los suyo para ir a visitar a Jefferson? Era una gran idea y me
ayudaría mucho a ganar puntos con mi esposito. No podía olvidar que él aún estaba serio
conmigo porque yo me la pasaba con Luciano para arriba y para abajo.

—Bueno, me voy a acostar—susurré intentando comunicarle a los allí presente mi


retirada, afortunadamente nadie estaba pendiente de lo que yo estaba haciendo o diciendo
y nadie me escuchó despedirme. Ser el centro de atención de todos, especialmente de las
hermanas de Jefferson, para ese instante, no era algo súper maravilloso; pues me restaba
espacio, tiempo y libertad para hablar con mi esposo a solas.

Caminé de prisa hacia el dormitorio de Jefferson y agradecí al cielo que en ese


palacio no hubiera cámaras de vigilancia, ya que, sentirme patrullada por sujetos
desconocidos, en tanto pretendía hablar con mi esposo, era algo que para nada me
gustaba.

Tum, tum, toqué la puerta y esperé algunos segundos a que alguien me contestara,
tum, tum, volví a llamar, pero nadie abrió la puerta. Intenté una tercera vez y como
finalmente nadie contestó me rendí. No iba a seguir adulándole a ese idiota, incapaz de
decirme que estaba enfermo. Como cosa rara me estaba ocultando sus temores, a mí, su
mujer.

Me di media vuelta y al hacerlo la puerta del dormitorio de Jefferson se abrió y allí


estaba él totalmente de pie y con una cara de ángel que brillaba en el universo. Mi esposo
me tomó del brazo y me haló con todas sus fuerzas hacia adentro de la habitación.

— ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —le ordené hecha furia; más él no me escuchó y con el pie
cerró fuertemente la puerta, dejándonos a ambos dentro de su habitación.

— ¿Te volviste loco?—le recriminé cuando logré liberarme de su mano.

—No, no me volví loco—sonrió con esos labios de carmín que a mí me hacían


suspirar—es solo que…
— ¿Qué?—me crucé de brazos bastante rabiosa.

— ¡Te extrañé muchísimo!—y se acercó un paso hacia mí a lo que yo di un paso,


pero hacia atrás, intentando como tonta distanciarme un poco de él.

— ¿Tú no me extrañaste?—me acarició las mejillas, llenándome con ello, el cuerpo


del olor de la rosa bien perfumada.

—Yo…—tartamudeé mensa.

—Claro que sí me extrañaste—fantaseó contento Jefferson y volvió a dar un paso


hacia mí, a lo que yo nuevamente di un paso hacia atrás.

—Jefferson—me atreví embobada a susurrarse, mientras él seguía acariciando mis


mejillas.

— ¿Qué? —me dijo delicado.

—Yo…—volví a tartamudear.

—Eres fantástica—me anunció dando otro paso hacia mí y nuevamente yo me eché


para atrás, pero en ese instante, sí percibí las altas temperaturas de mi marido.

—Me pregunto ¿Cómo será volver a besar tus lindos labios?—me expresó sin
aliento tocándome la boca—Me encantaría volver a sentirlos pegados a los míos.

Yo oí estremecida eso y arrugué el gesto; sí, estaba loca por Jefferson; no obstante,
debía mantener mis pies puestos en la tierra. Él no me amaba y lo más seguro era que en
ese momento estuviera alucinando por la fiebre que tenía y que por eso estuviera
acalorado; aunque lo cierto era que en esos minutos, él sí estaba caliente, más era por otra
cosa y ¡Qué cosa!

— ¡No te preocupes!—me anunció dando otro paso hacia mí y yo repetidamente


dio otro paso hacia atrás—No te voy a besar.

—Aún estoy furioso contigo por no venir a visitarme durante todo el día, —me
confesó tocándome los cabellos—parece ser que yo no te importo mucho.

—Jefferson…—balbuceé idiotizada—tú me importas mucho, claro que estaba


preocupada por ti.

— ¿Enserio?—murmuró dando otro paso hacia donde estaba yo, y nuevamente mi


cuerpo reaccionó igual que las veces anteriores; ya que, repetidamente me eché para atrás.
Lamentablemente, la pared estaba allí y a partir de ese momento mi cuerpo no podría dar
un paso más hacia atrás.
—Me encanta escuchar eso—me susurró al oído izquierdo y yo vibré de la
emoción—No sabes lo loco que me vuelves ¡Me avivas todo el cuerpo!—Entonces, yo
dirigí mi cara hacia su entrepierna y confirmé sus palabras ¡Vaya, sí que estaba avivado!

— ¡Te deseo!—me confesó—quiero tenerte entera para mí. No puedes imaginarte


las veces que he soñado con tenerte entre mis brazos, totalmente desnuda y dispuesta para
mí. No puedo dormir de tanto pensar en hacerte el amor, imaginándote gritando mi
nombre cuando lleguemos juntos al paraíso. Son incontables las veces que he pensado en
ti y que he tenido que darme duchas de agua fría para refrigerarme.

—Jefferson…—insistí, pero él pareció no escucharme; de pronto colocó su mano


derecha en mi seno y yo solté un seductor gruñido. Estaba como hipnotizada y con el
corazón latiendo, ya hasta creía que iba a morir de calor y de ansiedad.

Jefferson no me dijo nada, con el dedo acarició mi labio inferior, en tanto veía con
sus oscurecidos ojos mis pechos totalmente hinchados y abandonados a su merced. Yo
lancé un fuerte gemido y él me tapó la boca rápidamente con su mano libre.

—No querrás que nos escuchen—me dijo mirándome como un lobo salvaje;
entonces, yo me negué con los ojos pues me fascinaba la forma en que mi marido me
miraba y él procedió a dejar mi boca en completa libertad— ¡No te inquietes! Estas
paredes están recubiertas de full seguridad y lo que una persona dice o hace dentro de
estas habitaciones se queda dentro y nadie se entera. El problema es que si te escucho
gritar otra vez, te juro que no voy a poder reprimir mis impulsos de hacerte mía.

Luego su hermosa y seductora mano bajó desde mis pechos hasta mis caderas y sin
medir las consecuencias introdujo su mano, a través de la falda y me acarició la curva de
las nalgas; yo no lo pude evitar y gemí de puro placer apretándome contra el cuerpo duro
de él.

Posteriormente, él me rozó la mejilla con la nariz y yo vibré excitada. Jefferson me


estaba haciendo perder la cabeza y en ese momento no sabía cómo detenerlo, tampoco
quería hacerlo. Necesitaba seguir pegada a él, por lo menos por esa noche.

Yo cerré mis ojos y justo ahí sentí que mis piernas me iban a hacer caer; ya que,
Jefferson se pegó más a mi cuerpo y con sus labios recorrió mi cuello, en tanto, introducía
la mano por mi camisa y llega hasta mis redondeados pechos.

Mi querido príncipe acarició maravillados mis cabellos y su respiración se volvió un


completo y suplicante jadeo. Los dos estábamos como en otra dimensión donde lo único
que era relevante era el sentir. Estábamos actuando como dos seres lascivos que
necesitaban uno del otro para ser feliz.

Sentí su olor, y comencé a respirar con dificultad. Él me volvió a besar el cuello,


parecía estar obsesionado con esa parte de mi cuerpo y se percibía tan vulnerable ante mi
presencia, que por un momento yo anhelé su amor.
— ¿Por qué no viniste a verme en todo el día?—me preguntó al oído.

—Yo, Jefferson…—le susurré claramente estimulada y temblé al sentir sus manos


manosearme deliciosamente todo el cuerpo—yo si quería venir a verte, lo que pasó fue
que tu primo me dijo que no lo hiciera; ya que tú estabas bien.

Jefferson escuchó mis sinceras palabras y ligeramente se puso tenso e irritado. En


ese momento, supe que había metido la pata al ser sincera con mi esposo; pues él sin nada
de disimulo se alejó de mí de golpe.

—Jefferson—me sentí solitaria— ¿Qué te pasa?

— ¿Enserio quieres saberlo?— Me replicó furioso y yo tuve que afirmarle con la


mirada.

— ¡Eres una hipócrita!—me comunicó sin temor alguno— ¿Por qué no dices la
verdad? La razón por la cual no viniste a verme en todo el día fue porque estabas con mi
primo abrazada como si fueran la pareja del año.

—Jefferson, eso no es cierto—le manifesté herida—yo no estaba abrazada a tu


primo.

— ¡Mentirosa, eres una mentirosa!

—Bueno, sí lo abracé hoy, pero no con la intención que tú piensas—le confesé


sedada por sus ojos—y fue una sola vez; ya que somos grandes amigos.

— ¿Grandes amigos?—palideció como energúmeno—Eso no es lo que piensa


Luciano, él quiere una relación amorosa contigo y tú te estas dejando llevar por él.

—Él es solo mi amigo—le dije torpemente—¿Vas a volver con tus teorías malsanas?

—Por ahora es tu amigo, pero en poco tiempo vas a estar estúpidamente


enamorada de él, —se sentó en la gran cama en completa tensión

—Los dos sabemos que este es un matrimonio arreglado; —titubeó—sin embargo,


yo no voy a permitir que me vean la cara de tonto cornudo.

—Yo no te voy a engañar—le expresé con un gran sentimiento de culpabilidad—lo


que pasó aquí…

—Lo que pasó aquí—me completó la frase poniéndose de pie—sólo fue parte del
teatro, necesitaba que me dijeras la verdad sobre lo sucedido entre Luciano y tú hoy, y
¿Qué mejor forma de saberlo?

—Me estas diciendo que…—me armé de paciencia para hablar—que me usaste


exclusivamente para averiguar todo sobre el abrazo que le di a Luciano.

—Algo así—me espetó.


— ¡Te odio!— le reprendí con la mirada—Yo nada más vine aquí porque quería
saber ¿Cómo carajo seguías de salud?

—Estoy bien ¡Gracias!—me articuló cruzándose de brazos— ¿Y tú cómo andas?

— ¡Idiota!—le grité buscando mi camino hacia la salida; pero él me alcanzó y me


tomó de la mano.

—Aunque tengo que confesar que me gustó mucho tu presencia aquí—balbuceó


como un Dios terrenal— ¿No sabes lo fantástico que sería que durmiéramos juntos toda la
noche?

— ¡Eso nunca!—le grité nuevamente y soltándome de su mano, me dirigí a la


puerta, entonces tomé el picaporte sin mirar atrás, y salí huyendo del dormitorio de
Jefferson hacia mi habitación.

Ahí me tiré en la cama desesperada y sin mayor pena por mis propias acciones me
puse a llorar. Jefferson me hacía daño con esas actuaciones teatrales y aún el muy estúpido
no sabía qué tanto. Me quedé despierta gran parte de la noche y horas después, totalmente
agotada, caí en un profundo sueño.

Al día siguiente pasó otro hecho bastante fuerte, yo que aún no podía olvidar el
hecho de que Jefferson me hubiese besado el cuello en la noche y que soñaba con que ese
beso fuera en la boca, tampoco podía olvidar en lo que terminamos luego de hacer esas
cosas. Fue una discusión tonta, pero a mí me había hecho mucho daño.

Esa mañana yo estaba durmiendo de lo más lindo, tenía el cuerpo agotada, más
estaba feliz de que por fin fuera sábado. Ahora sí que podría descansar como tenía días
deseándolo. Sin embargo, eso no duró mucho, de repente Jefferson entró a mi habitación
hecho furia. ¿Sería que nunca podría ser diferente conmigo? ¿Yo valía tan poco para él?

Sin ponerse a reflexionar en si yo seguía aún dormida o en si estaba vestida, me


quitó a la fuerza la cobija y me dejó en el mini pijama que cargaba puesto. Al hacer eso él,
yo me desperté asustada y di un grito de alarma. Mi esposo era un bárbaro que necesitaba
urgentemente clases intensivas de etiqueta.

Jefferson me miró medio desnuda con unos ojos salvajes que me conmovieron;
estaba sin palabras y eso me alegró, quizás no estuviera enamorado de mí pero podía
actuar como todos los hombres ante una mujer medio desnuda; además, observarlo actuar
de esa forma me encantaba pues podía sentir su anhelo por mí, aunque decía que yo no
sabía besar; su maniobrar reflejaba lo contrario. Si el día anterior me había rechazado,
ahora su accionar lo estaba descubriendo ante mi presencia.

— ¿Qué te pasa estúpido?—le grité un poco alarmada.

Él se mordió los labios y no me dijo nada. Estaba como en otro planeta y esa era una
de las tantas veces que yo lo veía en tal condición ante mi presencia; pues otras veces me
había visto de esa manera pero sólo la noche anterior no había sido capaz de disimularlo
tan poco. Ahora, tenía una urgencia loca por disimular su excitación.

—Te comió la lengua el ratón ¿Qué haces aquí?—le grité nuevamente tratando de
taparme con la manos.

—Tu piel es bastante dócil—me dijo tartamudeando— ¡Me gusta verla!

Escuché esas crudas palabras y me puse colorada; en ese momento, no sabía por
qué pero añoraba repetir el beso de la ceremonia de matrimonio o que él me besara el
cuello y me acariciara como la noche anterior; sí, él me había dicho que mi beso en la boda
no había significado nada y luego de su beso en el cuello y de sus caricias también
habíamos terminado peleando; más sentir sus labios sobre los míos era para mí el sueño a
cumplir más cercano. La sonrisa que rondaba sus labios era alucinante y me encantaba.

Después de eso; no se oyó nada, un silencio de cementerio para nada violento se


avistó misterioso e incomodo y yo traté de aguantar mis deseos de abrazarlo. No podía
correr hacia sus brazos y abalanzarme sobre sus brazos para llenarlo de miles sensaciones;
tampoco podía compartir mis ganas con él.

No podía decirle nada, estaba muda como un difunto antes de ser enterrado y no
podía dejar de estarlo, tenía demasiadas razones para mantenerme callada. Mi silencio
rápidamente comenzó a incomodarlo; así que se acarició la barbilla y volteó la mirada.

— ¿Por qué dices eso?—le comuniqué temblando, intentando hacerlo volver a


verme.

—Estamos casados, somos marido y mujer—anunció con total calma—Creo que


tengo el derecho de decirte esas cosas.

Me sentí avergonzada, era extraño analizar la forma como se estaba portando


conmigo. Pero no podía dejar que mis sentimientos salieran a flote porque sabía que lo
que él quería era burlarse de mí. La anoche anterior me lo había confirmado.

— ¡Deja las tonterías!—le informé con presunción y él se volteó a verme—No digas


esas cosas tan absurdas. Yo para ti solo soy un objeto, una esposa para mostrarle a la
prensa y a tus amigos. Esto es un teatro.

—Por favor, no comiences—expresó con poco reconocimiento de sus palabras—


Además yo no vine a decirte cosas bonitas, vine fue a pedirte que te arregles porque
tenemos un desayuno con motivo de la inauguración de un parque temático para niños.

— ¡Ay, no!—berrinché— ¿Tenemos que ir? ¡Hoy es sábado, día de descanso!

— ¡Deja de molestarme! Que hoy sea sábado no significa nada ¿Vienes o no a la


inauguración?
—Esteee, la verdad es que preferiría no ir—reflexioné un poco— Además tú tienes
amigos influyentes ¿Por qué no los invitas a ir contigo?

—No quiero ir con ninguno de ellos, tienes que ir tú; ya que eres mi esposa—
reprodujo Jefferson.

— ¡Eso es muy aburrido!—le chillé amonestándolo—En esos lugares siempre me


siento muy incomoda.

—Razón de más para que vayas— irrumpió Jefferson meticulosamente—Sería una


oportunidad irrepetible para que me demuestres lo bien que te desarrollas en una reunión.

— ¿Perdón?—me incomodé.

—No lo tomes a mal pero aún no sabes entablar muy bien conversación con el
público que nos adepta. A veces cometes unos errores fatales que te hacen ver muy mal.

—Sí, eso lo sé—le confesé apenada—Pero entiende que estoy cansada y quiero
dormir. ¡Tengo una grandiosa idea: Quedémonos en casa!

—No sueñes con que me vas a manipular para no ir—arrugó el gesto— Siempre
haces lo que se te da la gana porque todos en el palacio te apoyan pero hoy no. ¡Vamos a ir
a la inauguración!

— ¡Ya empezamos otra ves!—le susurré decepcionada de que nuevamente nuestra


conversación estuviera empezando a ser conflictiva.

—Te advierto—informó seductor Jefferson— ¿No quieres ir? Está bien porque si tú
no vas yo tampoco voy; pero me quedo aquí contigo encerrado en el dormitorio todo el
día y si tengo que descansar lo haré en tu cama.

Al oír eso me asusté, si mis oídos habían escuchado bien y mi traductor funcionaba
bien eso significaba que…no podía pensarlo y mucho menos decirlo; era una locura.

—Es que me da pereza ir a esa inauguración—le dije trepidando, tratando


irremediablemente de cambiar el tema de conversación—Pero podría ayudarme a
convencerme si me lo pidieras con educación. ¡No te vendría mal un poco de cortesía hacia
mí!

— ¡No sé que voy a hacer contigo!—analizó lleno de dudas— ¡Está bien! Quieres
que te lo pida de rodillas ¡Lo voy a hacer! —Se arrodilló con gracia— ¿Podrías ir conmigo,
por favor?

Al escucharlo hablar de esa manera me sentí volando en las nubes, era tan dulce
algunas veces aunque fuera sólo por obligación.

— ¡Claro que voy contigo!—acepté finalmente su invitación—Si me lo pides así, voy


contigo.
—Muy bien—se levantó y adoptó una postura más seria— ¡Vístete y vámonos!
¡Qué no nos van a esperar todo el día!

— ¡Está bien!—me levanté de la cama sin prestarle atención a la poca ropa que
llevaba encima y a la mirada de bobo que tenía mi esposo—Me voy a poner una ropa bien
cómoda.

— ¡Sí, claro!—mantuvo una postura rígida y avivada— ¡Por el amor de Dios y de la


virgen santísima, date prisa! ¡Nos están esperando!

—No te preocupes, vamos a llegar a tiempo—y por favor no te acerques a mí hasta


que esté vestida.

— ¡Eso es algo con lo que sólo tú sueñas!—me remedó con insolencia.

—De todas formas, no te acerques a mí hasta que esté vestida—le repetí esquivando
su torneado cuerpo.

— ¡Esposita, yo si fuera tú pensaría muy bien las palabras antes de pronunciarlas!


¡Te aconsejo que analices mucho lo que sale de esa preciosa boquita porque te estas
acercando demasiado al fuego y te puedes quemar! Tengo que confesarte que siempre he
tenido miedo de enamorarme de una mujer, pero jamás he tenido miedo de acostarme con
alguien—lo oí susurrar estremeciéndose en voz muy diminuta.

Yo escuché eso último y me dirigí velozmente a los armarios, tomé rápidamente


una ropa que Jefferson no pudo distinguir y como un correcaminos caminé hacia el baño
dispuesto a bañarme y a vestirse; pero sobre todo, marcando la debida distancia de él y
huyendo de sus oscuras intenciones.

Media hora después salí del rociado totalmente acicalada. Cargaba puesta una
falda negra hasta las rodillas con una blusa blanca; además de unas preciosas botas de
cuero azabache. Los cabellos me los había lavado y secado y me había recogido un gancho
de lado.

Salí tarareando una canción y al no escuchar ni un balbuceo pensé que Jefferson ya


había salido del dormitorio. No obstante, él continuaba allí, de pie frente a frente de mí.

—Vamos ¡Habla! Sé que te mueres por decirme como me veo en esta ropa.

Sin embargo; Jefferson no dijo nada, estaba mudo y rojo como un tomate ¿Sería que
lo había impresionado con mi forma de vestir sensual y sexy? ¡Vaya! A pesar de todo el
dinero que poseía, seguía siendo un hombre leal a las mismas respuestas de pasión.

— ¿Te gusta? —Le chequeé con voz palpitante— ¿Sabes qué si callas es porque
otorgas?

— ¿Vas a ir con esa falda tan corta?—balbuceó Jefferson con un tarugo en la boca.
— ¡Claro que sí!—le respondí sorprendida y dando una vuelta muy sensual—A mí
me fascina vestir así y creo que tengo todo el derecho de continuar con ello.

— ¡No puedes vestirte así!—me ordenó rabioso y lleno de hostilidad —Este año la
moda es llevar las faldas más largas ¡Estas fueras de moda!

— ¡No importa!—le contesté con resentimiento—Yo puedo estar fuera de moda


pero no me importa, pues estoy bastante cómoda. Además ¿Cómo quieres que me vista?
¿Con una falda que me llegué a los tobillos como las abuelitas?

—Yo no te dejaré salir así, quiero decir mostrando las piernas como si no fueras mi
esposa— replicó malhumorado.

Al escuchar esas crudas palabras mi corazón se detuvo en seco, Jefferson estaba


celoso y su mirada, y más aún sus palabras lo delataban enteramente. Él como que se dio
cuenta de la metida de pata que había cometido; por lo que, tosió un poco, se calmó y
cambió la trama del diálogo.

— ¿No vas a maquillarte? —me interrogó ingenuamente.

— ¡Claro que sí!—yo también obvié el tema— ¡Ahora mismo lo haré! —y me


acomodé en la peinadora dispuesta a hacerme más hermosa de lo que ya era.

— ¡Por favor, no te pongas mucha sombra en los ojos!

— ¡Está bien!—le canté entendiendo que él no era nada simpático con eso de las
mujeres maquilladas.

Los pocos minutos que duré maquillándome Jefferson no volvió a hablarme. Él


estaba bravísimo conmigo nuevamente y esta vez como muchas de las veces anteriores yo
no había tenido la culpa. Bueno, corrijo, si la había tenido pero nada más que un tanto. Me
arreglé la cara lo mejor que pude y al estar lista, los dos nos dirigimos a la puerta y él sólo
expresó una sola palabra:

— ¡Vámonos!

Ese día fuimos a muchas partes los dos solos, pero casi nunca estuvimos juntos
nosotros nada más. Siempre había cientos de personas alrededor nuestro y Jefferson con
su enorme educación intentaba quedar bien ante todos.

Ambos llegamos al palacio bastante tarde en la noche. Yo agotada me dirigí a mi


habitación a quitarme esas molestas ropas, después me di un merecido baño, me puse una
ropa más cómoda y finalmente salí al comedor a tomar la cena.

Cuando llegué Jefferson y Luciano se levantaron para darme la bienvenida, pero el


primero actuó más sorprendente. Se notaba que estaba dudoso de verme vestida con un
sencillo mono de deportes, una ceñida camiseta y unas simples pantuflas de algodón.
Yo sonreí, no me veía de lo más distinguida ni de lo más fina; pero ahí estaba yo,
como todos los días haciendo de las mías. Sí, ésta vez no era por andar con faldas cortas y
pantalones ceñidos sino por lo relajada que estaba vestida. Más, esta vez no estaba
arrepentida de escoger ese tipo de vestuario, estaba agotada de todo y en especial de
andar todos los días con tacones alto y una indumentaria súper elegante, lo cual era de
total obligatoriedad para cumplir en el palacio.

Sin embargo, no tuve que pensar mucho en eso, ya que, Jefferson hizo un gesto de
aprobación y definitivamente yo entendí que él me apoyaba en eso de estar cómoda.
Después, fue el turno de Luciano que con su acostumbrada sonrisa se alegró de verme
llegar al comedor, vestida sencilla como lo había hecho.

La cena transcurrió normal, no podía ser de otra manera. Perezosamente yo comí


suavemente los platillos de esa noche y por primera vez desde que estaba en el palacio, no
había sentido ganas irreprimibles de huir hacia la casa de mis padres.

Al levantarme de la mesa algo bueno también ocurrió que me hizo sentirme


nuevamente en un verdadero hogar.

— ¿Puedo hablar contigo a solas?—me preguntó Jefferson en voz alta para que los
allí presente lo escucharan e inmediatamente todos, incluyendo a Luciano, abandonaron el
comedor.

— ¿Qué deseas hablar conmigo?—le pregunté dudosa.

—Mañana—me anunció—no habrá trabajo.

— ¿Lo dices en serio?—inquirí contentísima— ¿No va a haber nada de trabajo? ¿No


habrá nada de esas reuniones aburridas?

—No, no lo habrá; —respondió mirándome directamente a los ojos—es por eso que
quiero que vayamos mañana al club “Weariness not, I relieve yes”. Es una buena
oportunidad para descansar, allí hay piscina, restaurant, hotel y muchas cosas admirables
para relajarse.

— ¿Quieres que vaya contigo?—indagué temblorosa viendo al suelo.

—Por supuesto que sí—me aseguró y sin dudar un instante se acercó a mí y me dio
un suave beso en la mejilla derecha—Tú eres mi esposa—y en definitiva se marchó de mi
vista.

Esa noche me acosté decidida a no lavarme la mejilla que Jefferson me había


besado. Quería conservar el sabor de su boca por lo menos por esas pocas horas de sueño
y qué mejor forma de hacerlo. Dormí y soñé cosas hermosas, en mi mente vi a Jefferson
besarme la boca y cuando me desperté lloré amargamente porque no era verdad.
— ¿Van a ir juntos al club “Weariness not, I relieve yes”?—preguntó esa mañana
Luciano en el salón del té, después de que absolutamente todos habíamos desayunados en
el comedor.

Pero Jefferson no le contestó, estaba demasiado inmerso en su laptop como para


hablar con su primo, yo en cambio, estaba feliz; pues la salida de ese día era algo así como
una cita, cita que llevaba esperando por mí y por mi marido mucho tiempo.

—Voy a ir con ustedes—aseguró de lo más contento Luciano—sería bueno pasar


por fin un domingo de descanso.

Y yo palidecí, eso no estaba bien; ya que, Jefferson y él últimamente no se llevaban


muy bien y esa decisión lo empeoraba todo. Gracias a Dios mi esposo no dijo nada, ni
tampoco hizo gesto de desaprobación. Estaba más pendiente de su laptop, qué de lo que
hacían o decían los allí presente.

Llegamos al club a las diez de la mañana, Jefferson y yo en la limusina real y


Luciano en la suya. Aún no me cabía en la cabeza porque mi esposo había permitido a su
primo asistir al club con nosotros. Parecía que le había restado importancia al hecho.

— ¡Maldita sea!—anunció al momento Jefferson, justo cuando nos dirigíamos


caminando a la entrada del club y Luciano pasó campante por delante de nosotros con
dirección a dicho lugar.

— ¿A qué te refieres?—le pregunté dudosa.

— ¿De verdad quieres saberlo?—me repreguntó tomándome de la mano, de la


forma que ya se había acostumbrado a hacerlo.

Yo no le contesté, sabía perfectamente que se refería a su primo que se había


autoinvitado al club. Caminé con mi esposo del brazo y decidí que pasara lo que pasara
intentaría que ese día fuera el mejor de mi existencia ¡Qué equivocada estaba!

En el club fuimos atendidos por una gran cantidad de personas. Yo no me puse el


traje de baño para bañarme como lo hicieron Luciano y los amigos de Jefferson al llegar
ellos también a ese lugar. No sé, no me sentía nada cómoda estando rodeada de tantas
personas desconocidas y menos sabiendo que los amigos de mi marido andaban perezosos
por allí.

Kimberley; por el contrario, se puso un traje de baño tipo tanga y cuando yo la vi, el
cuerpo se me puso en total tensión. Claro, la muy estúpida tenía un solo propósito por
cumplir ese día: Seducir a mí apuesto esposo. ¡Era una canalla! Jefferson, por su parte, no
le prestaba mucha atención, estaba más entretenido con la charla que estaba manteniendo
con sus amigos y eso a mí me hacía muy feliz.

—Jefferson—Kimberley habló casi sin acento y dio una vuelta sobre su cuerpo—
¿Crees que yo haya acertado al ponerme este traje de baño?
Jefferson se volteó hacia ella casi al unísono que sus amigos. Yo me quedé
petrificada, me ardía la sangre de saber que esa niñita estaba usando tales estratagemas
para hacer que mi marido la tomara a consideración. Mis manos al percibir la situación tan
incómoda comenzaron a sudar de frío.

— ¡Dios, dame fuerza!—rogué en mi interior.

—Te ves muy bien—contestó con indiferencia y sin muchos ánimos Jefferson,
después se dio media vuelta para continuar charlando con sus amigos.

Eso hizo que Kimberley se pusiera histérica, disimuló bastante su cólera y en vez de
tirarle un objeto a Jefferson para que reaccionara, se acercó hasta donde yo estaba sentada
pretendiendo tomar un refresco de naranja.

—Así que Jefferson te trajo para acá—me dijo sentándose al lado mío, en una silla
plegable azul que estaba colocada cerca de la piscina—Yo no sé que está pensando
Jefferson.

No le contesté, pero mis cejas se enarcaron. El comentario de la odiosa esa me había


puesto furiosa. ¿Por qué carajo la muy tonta estaba ese día allí? ¿No se suponía que iba a
ser una cita? Yo nunca había oído historias de citas en donde las ex se pasearan como
bailarinas árabes.

—Bueno, corrijo—manifestó con voz calmada—sí, sé la razón de Jefferson.

— ¡Está entrenándote!—me miró complacida a los ojos—Es que eres tan poca cosa
que hay que darte clases de etiqueta, aún en estos lugares.

— ¡No lo dices en serio! –Le sonreí intentando mantener la compostura—Él y yo


sólo queremos descansar del trabajo de la semana.

— ¡Qué tonta eres!—se mofó aceptando una bebida de un sirviente que se había
detenido junto a ella para ofrecerle algo de tomar—pero en fin—concluyó cuando el
sirviente se retiró—¡No sabes el gusto que me da verte aquí hoy! —suspiró como una
diosa en el paraíso.

— ¿Por qué lo dices?—le pregunté sintiendo una brisa fría por todo el cuerpo.

— ¡Qué mensa eres!—me burló cínicamente— ¡Todo hay que explicártelo con pelos
y señales!

— ¡No me trates así!—le ordené intentando parecer fuerte.

—Ohhh—replicó con gracia y yo volteé mis ojos hacia donde estaba Luciano,
tratando como boba de reírme de sus graciosas muestras de nado sincronizado, pero a la
vez forzando a parecer lo más natural posible ante mi rival.
—Bueno, te voy a explicar—me anunció con pleitesía y yo la miré acomodarme los
cabellos.

—Tú piensas como boba— insistió, tomando una primera probada de su bebida —
que porque te casaste con Jefferson, él no tiene nada conmigo; sin embargo, hoy te voy a
demostrar lo contrario.

Yo abrí los ojos profundamente y tomé un sorbo de mi botella de refresco. La miré


pensativa ¿Qué diablos se traía entre manos Kimberley? Mis pocas experiencias hablando
directamente con esa chica siempre me habían herido el orgullo.

—Estoy segura—Kimberley continuó con su palabrerío—que si yo hago una


muestra de teatro aquí, todos saldrán corriendo hacia mí.

— ¿A qué te refieres?—le pregunté vulnerable a lo que ella pudiera decir o hacer; ya


que, lo cierto era que era extremadamente hermosa. Cada vez que la miraba sentía como
las piernas me flaqueaban.

—Me refiero—musitó colocando sus preciados cabellos entre sus hombros—a que si
en este momento, yo me hago la niña inocente que se está ahogando en la piscina, todos
los aquí presente reclamaran mi atención, en especial Jefferson, que correrá a rescatarme
de esas aguas profundas de perdición.

—Tú vas a ver que tu esposo te va a dejar sola— miró directamente al muy
bronceado Jefferson— Él me va a preferir a mí, pues me ama como yo lo amo a él.

—Ahora si me disculpas—se levantó haragana de la silla y se zambulló en la piscina


dejando en la silla la copa medio llena que antes se estuvo tomando.

Yo me quedé sin respiración, la muy insulsa tenía la facultad de hacerme mucho


daño, aunque como todos estaban pendiente cada uno de lo suyo, no notaban la forma tan
mezquina que tenía ella de hacer sus artimañas y mi cuerpo como tonto sudaba de
desesperación al recibir sus palabras de puñal de sangre.

Luciano se salió de la piscina y se acercó directamente hacia mí. Bueno, por lo


menos yo podía contar con su compañía y su sonrisa de príncipe encantador. Él tomó una
toalla que estaba colocada en una de las sillas y después se sentó en la orilla de la piscina,
justo delante de mí.

— ¿Por qué no trajiste tu traje de baño?—Luciano me comunicó en voz bastante


alta, lo que hizo que Jefferson dirigiera su cabeza hacia donde estaba yo, pues se le notaba
que estaba esperando mi respuesta.

—Yo…—titubeé—si traje ropa para bañarme.

— ¿Y entonces?—formuló Luciano esa interrogante— ¿Por qué no te la pusiste?


Jefferson me miró con los ojos profundos y redondos, con una clara muestra poca
disimulada de que esperaba mi respuesta. No me dijo nada con palabras, pero su mirada
reflejaba una incertidumbre total que a mí me conmovió de los pies a la cabeza.

— ¡Auxilio!—gritó de repente Kimberley desde adentro del agua— ¡Me estoy


ahogando!

Y eso fue la explosión que se necesitaba para que Jefferson se olvidara de mí. Mi
marido se volteó presuroso su cabeza hacia la piscina y haciendo borrón y cuenta nueva
junto a sus amigos se acercó velozmente a la alberca.

— ¡Auxilio!—volvió a gritar— ¡Me ahogo!

Y Jefferson no lo dudó ni un momento. Sin tomar en cuenta en que se iba a mojar la


bermuda que cargaba puesta, se lanzó ligero a la piscina para rescatar a su ex. Yo me
quedé muda y recordé las palabras de la estúpida esa “si en este momento yo me hago la
niña inocente que se está ahogando en la piscina, todos los aquí presente reclamaran mi
atención, en especial Jefferson, que correrá a rescatarme de esas aguas profundas de
perdición”.

Al poco rato, Jefferson salió de la piscina con Kimberley cargada en brazos. Sus
amigos nerviosos comenzaron a rodearlos y Brando que estaba cerca de mi esposo le
susurró al oído:

— ¡No entiendo! Yo siempre he felicitado a Kimberley por lo muy buena nadadora


que es.

— ¡No despierta!—manifestó Luciano acercándose al gentilicio— ¡Hay que hacer


algo!

—Uno de nosotros tiene que darle respiración boca a boca— manifestó Bartolomé.

—Sí, yo he visto en televisión que eso ayuda mucho— convino Washmatt—


¡Jefferson, Hazlo tú!

Y yo al oír eso me alarmé, no podía ser que siempre a mí las cosas me salieran tan
mal; no obstante, a la muy mentecata esa se le ocurría el plan de llamar la atención de
todos los allí presente y ¡wau, todo le salía perfecto! De paso mi esposo no parecía tan
alarmado por la situación, parecía que su interés en colaborar como salvavidas era
inmune.

Eso lo terminé de comprobar cuando sin voltearme a ver puso sus labios sobre los
de Kimberley y le dio respiración boca a boca. Yo lo odié en ese instante, ¿Por qué me
estaban haciendo eso ellos dos? Si querían besarse, tranquilamente lo podían hacer lejos de
mí para no hacerme más daño del que ya me estaba haciendo.
Al ras de eso, Kimberley vomitó el agua que tenía claramente almacenada en la
boca y se sentó abrazando a Jefferson. Yo respiré profundo e intenté ignorar los aplausos
que los allí presentes le dieron al héroe del día: Jefferson.

— ¡Gracias corazón!—Kimberley le aclamó al oído a Jefferson, haciendo hincapié en


la última palabra para que todos escucharan— ¡Eres mi héroe! Se me encalambró el pie y
no pude hacer nada.

Yo no pude aguantar más esa humillación. Si lo que Kimberley quería era


demostrarme que Jefferson la prefería a ella, claro que lo había logrado. Salí corriendo de
allí intentando alejarme lo más pronto posible de esos idiotas y no me importó quedar mal
ante todos. Después mi esposo me reclamaría todo lo que quisiera; pues, las circunstancias
lo menos que ameritaban eran mis preocupaciones.

Corriendo a toda prisa como lo estaba haciendo, pensaba en que lo que necesitaba
para sentirme algo mejor era disolver mi furia con algo o con alguien. Corrí como una loca
y atravesé los caminos del club actuando como una llorona ambicionando cubrir sus
tristezas. Mi suplica al cielo estaba directamente relacionada con unos momentos a solas.

En ese momento, la piel se me había endurecido. Deseaba golpear al primer menso


que se me cruzara en el camino. ¿Cómo era posible que todos le hubieran creído esa mala
actuación a Kimberley? Acaso ninguno se preguntó: ¿Cómo si esa mujer antes era una
buena nadadora, de repente se le ha olvidado nadar?

Me llené de ira y de odio; pero sobre todo, de rabia. Por unos segundos me imaginé
morder a una persona; sí, así como lo hacen algunas perras enfurecidas cuando están
cuidando de sus crías. Quería refrenar mi orgullo y darme un tiro para dejar de existir
para siempre de este mundo. Pero también sabía que si hacía algo como eso, viudo
Jefferson se volvería a casar y esta vez con esa mongólica.

Me dirigí al lavabo debido a que era lo que tenía más cerca, pues lo baños estaban
en una zona muy difícil de llegar para mí; tomando en cuenta, que ese lugar era tan
grande que si me ponía a andar demasiado me iba a perder con facilidad y ésta vez no
quería que algo así sucediera.

Entré corriendo al lavabo mientras reflexionaba que el de Jefferson sí que era un


círculo de amigos bastante difícil de llevar, ¿Cómo le iban a pedir a mi esposo que le diera
respiración boca a boca a esa? ¿Acaso no se habían puesto a reflexionar que yo estaba por
allí?

Abrí apurada el lavamanos para enjuagarme la cara; pues el rostro lo tenía que
echaba chispas de la rabia que sentía y justo cuando intentaba mojarme el semblante, la
puerta del baño se abrió y entró Jefferson.
— ¡Dios que cara tienes!—comunicó con una mirada misteriosa que me hizo
tambalear de lo incomoda que me podía llegar a sentir al tenerlo cerca. Yo no le dije nada
y me quedé observándolo en tanto él se lavaba las manos en el lavamanos.

—La misma de toda mi vida—le participé bastante dolida luego de unos


segundos— ¿Qué quieres que me corte la cabeza para hacerte feliz?

—Eres bastante obstinante ¿Sabías?—me aseguró arrogante mirándose al espejo.

—Más obstinante eres tú—le recriminé furiosa sintiendo una punzada en el pecho.

— ¿Por qué? Porque puedo estar en cualquier lugar y no parecer perdido; por lo
menos no soy como tú que no cabes en ningún lugar, con nada ni con nadie.

— ¡Odioso!—le discutí amargamente— ¿Cuándo vas a dejarme en paz? Siempre


tienes que insultarme con tus detestables palabras.

—Eres mi esposa, no te debe doler que te diga la verdad—se volteó hacia mí.

—Soy tu esposa no tu juguete—expresé dramáticamente— ¿Por qué siempre tienes


que ser tan duro conmigo incluso en presencia de tus amigos? Desde que llegamos aquí,
no me has tomado en cuenta para nada ¡Ojala no hubiera venido a este lugar! Tú eres un
monstruo.

—Mira esposita, esas palabras no te las voy a permitir; comienza a dirigirte hacia mí
con respeto.

— ¡Ya empezamos otra vez!—murmullé desencantada de que Jefferson no me


entendiera lo que en ese momento estaba sintiendo al verme humillada por sus amigos y
por su ex. Se me empañó la mirada, la tristeza que me embargaba era muy grande.
¿Cuándo Jefferson se daría cuenta del daño que me hacía con su actitud hacia mí?

— ¿Por qué me invitaste aquí para humillarme? —Le censuré desgarrada—Yo


quería venir; pero lo único que deseaba era un poco de paz y tú no me la has dado. Actúas
como un ogro de cuento conmigo.

— ¿Te molesto tanto?—preguntó lleno de complicidad.

—Noooo—adopté una postura de burla total— ¿Qué comes que adivinas?

El oyó eso y arrugó el gesto de la cara, lo vi bravísimo y sentí pavor de estar a solas
con él por lo que podría hacerme; ya que me estaba entregando su oscura mirada de odio
y pasión y eso me daba terror.

—Tú eres tan insensible que me haces la vida imposible en el palacio y que de paso
me traes aquí a burlarte de mí junto a tu pandilla de amigotes y ante tu ex.
— ¡Eso no tiene nada de precisión!—contendió reciamente Jefferson—No tengo la
culpa de que no sepas actuar frente al público.

— ¡Deja las mentiras! Eres un idiota sólo me trajiste a este lugar para que yo fuera la
burla de tus amigos—Le grité delirante—Tus amigos nunca podrán ser mis amigos
¡Entiéndelo! Yo jamás voy a ser amiga de tu ex.

— ¡Ya!—me dijo sin gesto—Tú no entiendes nada.

— ¿Qué? ¿Qué carajo no entiendo?—le grité con furia.

— ¡No me molestes!—aulló furioso—Yo no tengo la culpa de que tú no seas capaz


de mantener buenas relaciones con ninguna persona.

— ¡Tus amigos me odian!—me dio un ataque de histeria—y tú ex novia también.

—Eso no es cierto—defendió a sus amigos—Ellos son muy buenos.

— ¡Eso es falso!—le aseguré—ellos me odian y yo no les voy a rogar de rodillas que


me quieran. Son de lo más insoportables.

— ¿Te molestan tanto mis amigos?—preguntó sin reservas— ¿Los odias?

— ¡Ellos me aborrecen! ¿No entiendes?—grité con hipocondría y sentimiento—


Todos esos bobos son tan hipócritas que dan la impresión de ser muy simpáticos pero son
de lo peor. Además, les dan alas a ti y a Kimberley para que continúen con su relación.

— ¡No hagas esto por favor!—me rogó—No quiero verte hacer cantaletas.

— ¡Cállate!—se me llenaron los ojos de lágrimas.

— ¡Por favor, te lo ruego! —Habló tapándose los ojos en una mueca de total
indignación— ¡No te pongas a llorar como una niña malcriada!

— ¡Por lo que más quieras, vete!—le supliqué llorando— ¡Déjame sola! Tú


solamente quieres hacerme daño.

— ¡Tranquila, que no te voy a hacer ningún mal! Tampoco soy tan ogro como la
gente piensa.

—No, no eres un ogro—lo pateé con amargas palabras—más bien eres un sujeto
horripilante, terrorífico y caricaturesco que ya estas a punto de alcanzar tu certificado de
monstruo. ¡Te felicito, estar cerca de graduarte de monstruo!

— ¡Basta ya!—exclamó colérico— ¡No pienso aguantarte más tonterías! ¡Madura,


por favor!

Al oír esas crudas palabras sentí las piernas aflojárseme. Estaba avergonzada
porque sabía que en el fondo él tenía muchísima razón. Me estaba comportando como una
niña inmadura que prefería humillarlo con infantiles palabras que darle la cara y
enfrentarlo de verdad. ¿Por qué no podía decirle lo que me había dicho Kimberley ante de
zambullirse en la piscina?

— ¡Vete, hazme el favor!—le grite humillada en tanto las lágrimas corrían por mis
mejillas— ¡Déjame sola!

El se pasó la mano por la cabeza con desesperación, se notaba que no estaba


acostumbrado a reñir con una persona tan cabezotas como yo. Como me quería Jefferson
en ese momento, pero como yo no lo quería ver prefería combatir con él.

Mientras, yo sentía como si me fuera a desmayar. Un mareo me atacó y comencé a


ver todo a mi alrededor bastante borroso. Las lágrimas no me dejaban mirar a Jefferson
claramente pero él parecía no notarlo.

— ¿No entiendes?—le pregunté desesperada—Si me quedo por lo menos un


segundo más cerca de ti, me voy a volver loca.

— ¿Te aburre tanto estar conmigo?—me interrogó con los ojos indescifrables.

No pude contestarle, era muy difícil de responderle que sí sabiendo que eso era
mentira.

—Claro que te aburre—anunció sin dudar— ¿Me acerqué demasiado a la respuesta


verdad? Esto es inconcebible. Con mi primo nunca te aburres, pero conmigo siempre lo
haces, hoy te traigo aquí y es lo mismo; sin embargo, ya te lo he dicho cientos de veces ¡No
aceptaré ni una excusa más! ¡Aléjate de mi primo!

— ¿Qué tiene que ver él con esto?—arrugué el gesto incapaz de entender las
razones que tenía Jefferson para inmiscuir a Luciano en nuestra conversación.

—Todo—gritó apretando muy enérgico los dientes—Si piensas que me voy a poner
de rodillas para suplicarte que te alejes de Luciano ¡Estas equivocada! Te tienes que alejar
de él porque sencillamente los dos somos de la misma familia y yo soy tu esposo y te lo
prohíbo.

— ¡Tú no me mandas!—grité colmada de furia y cólera—Tu primo es mi amigo y


no me voy a alejar de él sólo porque tú lo deseas. ¿Qué te pasa con él? Él y yo somos muy
amigos, no obstante nuestra relación no pasa de ahí. Si lo que deseas es que nosotros no
tengamos ningún trato; entonces tú y yo tampoco debemos seguir manteniendo trato
alguno; ya que tú lo has dicho “Somos de la misma familia”.

— ¡No es lo mismo!—gritó con la voz muy fuerte.

Yo lloré silenciosamente al oírlo gritar, por qué siempre la comunicación entre


Jefferson y yo era tan difícil de llevar. Por qué él siempre malinterpretaba las cosas.
— ¡Lástima por ti!—tomó pausa en sus palabras y sonrió con sarcasmo—pero tengo
que darte una penosa información; aunque no me soportes tú y yo no podremos
separarnos.

— ¿Por qué?—bajé la voz hasta que únicamente se oyó un susurro.

— ¿Por qué?—dudó con cinismo— Porque “Whom god has joined together tet no
man put asunder”

— ¿Qué?—temblé de pavor– ¿Qué quiere decir eso? A mí no me hables en chino.

—Ja, ja, ja—se rió con gracias—Bobita eso no es chino es english.

—Bueno como sea—contrasté rabiosa— ¿Qué significa eso? Yo no soy ninguna


bilingüe.

—“Whom god has joined together tet no man put asunder” significa “Lo que Dios
ha unido que no lo separe el hombre” Las palabras del sacerdote ¿Te acuerdas? Te guste o
no estamos casados y para siempre.

—Sí claro, te informo que yo no le pertenezco a nadie; —me sentí humilladísima—


además mira quién habla sobre “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, el
que parece que no se acuerda de esas palabras eres tú que andas de coqueto con
Kimberley. Si hasta le diste respiración boca a boca. ¡Ella es tu querida!

— ¿Yo ando de coqueto?—titubeó en forma de chiste—Te recuerdo que Kimberley


era mi novia antes de que tú y yo nos casáramos y a pesar de lo de nuestro matrimonio,
ella sigue siendo mi amiga. Si le di respiración boca a boca fue porque casi se ahoga. En
cambio, mi primo si anda de conquistador contigo.

Me ofusqué, cómo era posible que fuera tan descarado y sin vergüenza. De paso
que me tenía que aguantar a sus amigotes tenía que actuar como tonta porque él deseaba
andar de Robín Hood con la estúpida esa y lo peor ¿Cómo podía meter a Luciano en
nuestra discusión?

— ¡Eres insoportable!—le dije maravillándome a mí misma por haber sido capaz de


hablarle—y sabes qué quédate si quieres quedarte, yo me voy ¡Me tengo que ir!—y sin
esperar su respuesta me dirigí a la salida y salí furiosa del lavabo. Es más, no volteé hacia
donde estaba él ni siquiera cuando casi le di un portazo en la cara con la inepta puerta del
cubículo.

—Mariska—Él me siguió presuroso llamándome con su placentera voz de


terciopelo— ¡Mariska, espérame! ¡No te vayas! ¡Tú y yo tenemos que hablar!

Caminé presurosa por el patio de grama del club sin atreverme a darme la vuelta,
estaba que echaba candela por la boca y Jefferson tenía mucha culpa de eso, él era un
individuo tan… uff, era mejor no decir la palabra.
— ¡Vaya!—tropecé sin querer con Luciano— ¡Disculpa!

—No te preocupes, amiga—me dio un toque en la cabeza— ¿Pero qué te pasa?—me


preguntó al verme llorar— ¿Por qué estas llorando?

— ¡Quiero irme de aquí!—gemí y dejé que sus enormes brazos me abrazaran—


¡Llévame al palacio, por favor!—le supliqué llorando.

—Si, está bien yo te llevo al palacio—me susurró con consternación—pero ¿Qué te


ha pasado? ¿Por qué estas así?

—A ella no le pasa nada—intervino Jefferson en la conversación bastante


posesivo—y Luciano hazme el favor de soltar a mi esposa—expresó vacío acercándose a
donde estamos su primo y yo abrazados.

Yo me separé de Luciano y me paré entre él y Jefferson; en tanto con las manos


intentaba borrar las lágrimas que corrían por mis mejillas. Mi esposo me vio y me
recriminó con los ojos el espectáculo tan inmensamente grande que estaba llevando a cabo
en el club.

— ¿Qué le has hecho a Mariska?—le preguntó lleno de ira Luciano a Jefferson—


¿Por qué no me contestas? ¿Por qué está llorando?

—Yo no le he hecho nada—respondió rabioso Jefferson—Además, lo que pase entre


mi esposa y yo no es tu problema.

—Claro que es mi problema—corrigió exaltado Luciano—yo soy su amigo y tengo


el derecho de saber sobre todo lo que le pasa y más cuando sé que le has hecho daño.

Al oír esas crudas palabras Jefferson apretó el puño conteniéndose de meterle un


golpe a su primo, yo parada entre los dos no sabía que diablos hacer, pues si ambos se
peleaban el entretenimiento de ellos dos iba a ser de campeonato. Mi esposo lo vio con
cara de cortarle el cuello y yo temblando no sabía que hacer para evitar el desastre que
sospechaba se avecinaba.

— ¡Por favor, chicos!—les supliqué intentando interceder en el conflicto—no


discutan aquí porque si alguien los ve nos va a ir mal a todos.

—A mi no me importa—grito Luciano con tono desafiante—ya es hora de que todos


se enteren de la clase de esposo con que te casaste.

— ¡No te metas conmigo!—le ordenó enfadado Jefferson—si quieres podemos


arreglar este problema de una buena vez, no te tengo miedo.

— ¡Ya basta!—les supliqué.


— ¡Fíjate, que yo tampoco te tengo miedo!—convino insensible Luciano—si crees
que te voy a tener miedo sólo porque eres el príncipe heredero del trono ¡estas
equivocado!

— ¡Basta chicos, no hagan esto!—les supliqué nuevamente— ¡No discutan, por


favor! Esto no es correcto—pero ninguno pareció oírme pues las amenazas que alcanzaba
a escuchar entre ellos eran cada vez peor.

— ¡Basta!—les grité cansada de dar oídos a su discusión—si quieren pelear


¡Háganlo! No me importa, yo me regreso al palacio sola.

— ¡Yo te acompaño!—balbuceó al instante Luciano tomándome de la mano—yo te


llevo al palacio.

— ¡Ni lo sueñes!—manifestó crudamente Jefferson y al instante separó la mano de


su primo de la mía—ella es mi esposa, no lo debes olvidar; por lo tanto va conmigo a
cualquier parte.

— ¡Muy bien!—dije soltándome de la mano de Jefferson sin pararme a detener que


le estaba haciendo daño a Luciano—entonces, nos vamos porque no pienso aguantar un
segundo más estando aquí.

Al finalizar de decir esas prodigiosas palabras me abrí camino entre los dos primos
y me alejé caminando de ambos. No había dado muchos pasos de allí cuando sentí la
mano fría de un chico tomar la mía con cautela. Me volteé hacia él con nerviosismo y me
sorprendí al ver que era Jefferson. Al parecer la costumbre de llevarme de la mano no se le
había olvidado.

Caminamos sin hablarnos hacia la salida del club, Jefferson parecía llevar el paso y
yo sencillamente tenía demasiadas cosas en la cabeza como para decirle con mi voz de
súper mujer que yo sabía caminar perfectamente y que por favor me soltara; además, no
me podía quejar por lo menos Jefferson no me había dejado regresar sola al palacio.

Salimos al estacionamiento y Jefferson me condujo hasta donde estaba estacionada


la limusina, allí estaba el chofer parado tomándose un vaso de agua mineral. Apenas nos
vio arrojó el vaso en una papelera y caminó dispuesto a abrir la puerta del auto.

— ¿Ya se van?–apareció de pronto la figura de Brandon acompañado de


Kimberley—pero si aún es temprano.

—Sí, nos vamos–contestó mirando de frente a Kimberley y a Brando—Mariska no


se siente muy bien.

Al escuchar esas palabras no pude restarle importancia a la situación y no sé por


qué pero me acordé de cómo Jefferson había rescatado a su ex de la piscina y me dieron
unos celos incontrolables.
—Al parecer hoy no es el día de las chicas—Brando bromeó—Primero fue
Kimberley y ahora Mariska.

— ¿Ya podemos irnos?—me dirigí a mi esposo sintiendo un cosquilleo en el


estomago; no pude evitarlo, le coloqué el brazo sobre el hombro y lo abracé de forma que
lo sentí muy cerca de mí. Jefferson me miró con ojos redondos que no expresaban nada,
¡uff! lo odiaba y lo amaba cuando me miraba de esa forma; él dio un paso dispuesto a
subir conmigo a la limusina; pero la mano de Kimberley que tomó la izquierda de él, lo
detuvo en seco.

— ¡No te vayas, por favor!—le suplicó sin importarle mi presencia—tenemos


muchas cosas de que hablar—Yo la miré y quise arañarle la cara.

—No me puedo quedar ¡Disculpa!—Jefferson le respondió mostrando sus brillantes


ojos de príncipe— Mi esposa está cansada y yo no puedo dejar que se marche sola. Tienes
que comprender que ella es lo primero para mí.

—No, ella no es lo primero para ti—se puso de rodillas y le tomó la mano en forma
de suplica—yo soy todo para ti. ¡Tú me amas, no la quieres a ella! Ella es una aparecida
que se cruzó en nuestro camino pero que pronto va a desaparecer.

—Kimberley no hagas una escena de ésta—Jefferson le imploró sorprendido—Tú


sabes que tú y yo ya no somos nada.

— Lo dices porque ella está aquí, pero los dos sabemos que no es verdad— Brandon
intentó levantarla del suelo pero ella no se dejó llevar— ¿Cómo puedes decirme esas
cosas?

—Entiende—Jefferson le soltó su mano—entre tú y yo nunca más habrá nada. Sólo


seremos amigos porque nunca más existirá algo más entre los dos.

—Ella es la culpable—se puso de pie desesperada—Ella es la culpable de que ahora


no me quieras. ¡Por favor, no me dejes!

—Ella no es culpable de nada—Jefferson me tomó del hombro y me hizo mirar


erguida a mi rival—Ella es mi esposa. Tienes que aprender a aceptar eso porque aunque te
duela no hay más verdad que esa.

Y al culminar de expresar eso, Jefferson me tomó por la cintura y me dirigió hacia el


auto. Entramos a la limusina y mi corazón terminó de romperse en mil pedacitos, ella era
la mujer que él amaba y eso nunca una persona como yo lo podría cambiar. Yo había sido
la causante de que esa relación se terminara y eso lo estaba pagando bien caro.

Al llegar al palacio me encerré llena de rabia y tristeza en mi habitación, ni siquiera


estuve dispuesta para cenar pues el hecho de enfrentarme cara a cara con mi esposo me
daba terror. Además, tampoco podía presentarme ante Luciano y pedirle una excusa
prefabricada por haberlo dejado a un lado en el club; no podía hacer eso, él no se lo
merecía.

A la mañana siguiente, Jefferson no me dirigió la palabra en un buen rato y cuando


lo hizo únicamente fue porque necesitaba comunicarme algo urgente. Llegamos a la
universidad, pasadas las ocho de la mañana y él ni siquiera me reclamó por la hora. Al
parecer no le importaba el factor tiempo que nos había hecho llegar un poco tarde al
instituto.

En el tiempo libre que, ambos tuvimos entre clase y clase, los amigos de Jefferson y
mis amigas fueron los que más tuvieron contacto oral. Adhemar que era un sujeto muy
seguro de sí mismo intentó hacer algunas gracias para que Marianny aceptar salir con el al
parque de diversiones en la noche del viernes.

Gabriela sacó su laptop y comenzó a enseñarle a Washmatt y a Bartolomé páginas


web que hablaban sobre los extraterrestres y yo no sé si fue para quedar bien, pero los
chicos aseguraron que ellos también creían en que había vida fuera de nuestro planeta.

Brandon y Rosiris hablaron sobre sus comidas favoritas, es más los dos me pidieron
consejos de recetas de comidas españolas para prepáralas cuando tuvieran oportunidad.
Yo les expliqué como se hacían las alitas en salsa de champiñones, aunque realmente no
me acuerdo si les dicté los ingredientes correctos.

Ray, Luciano y Kimberley; por su parte, hablaron sobre una película que habían
visto los tres por separado en el cine. La peli se llamaba “Proyecto de Vida” y contaba la
historia de una muchacha que después de estar tres años separada de su madre, regresa a
su casa para pasar el verano, allí la chica descubre que su mamá está conviviendo con un
hombre más joven que ella, chico del cual pronto la joven se enamora y por el cual
comienza una lucha en contra de su mamá.

Jefferson no habló en ningún momento, utilizando su laptop se puso a realizar


algunos informes escritos que debía entregar esa semana para una de sus asignaturas,
durante todo ese rato no se volteó ni una vez a verme y eso fue lo que me hizo darme
cuenta de que él seguía furioso conmigo por la pelea del día anterior.

Y no le quitaba la razón, yo me había comportado como una idiota al armar ese


berrinche; ya que no era lógico mi actitud, había sido boba al creer que una persona tan
prepotente como mi marido algún día iba a sentir algo por mí. Él jamás me iba a amar de
la misma forma que amaba a su ex. Ella era todo para ese príncipe de pacotilla y la prueba
más remota estaba en la forma tan desesperada como se había lanzado a la piscina para
evitar que se ahogara.

Pero eso no me iba a hacer desfallecer, tampoco iba a andar de rogona, si él no me


quería dirigir la palabra; pues, entonces, yo tampoco le iba a adular para que me hablara.
A partir de ese instante, estábamos oralmente divorciados. Desde ese momento, Jefferson
podría olvidarse de sus posibles sueños de verme deprimida, arrinconada y humillada.

Cuando llegamos al palacio, mi cuerpo y mi mente estaban más tranquilos, ya no


era la chica aturdida y confusa de la mañana. Fui a la clase de idioma, esperando poder
relajarme intentando machucar algún idioma y luego descansé en la piscina. No me bañé
en esas aguas; ya que, me daba pavor que alguien en el palacio me viera. Al atardecer
caminé por el jardín con Luciano y el me mostró algunas de sus flores favoritas.
Finalmente cené, vi una película en el cine del castillo y me acosté suficientemente
agotada.

—Gracias Dios, muchas gracias—anuncié caducada en la cama—Eres grandioso


conmigo y me das muchas cosas maravillosas—después de eso, me di una pequeña vuelta
y me quedé dormida.

Los siguientes días transcurrieron normales, Jefferson y yo apenas nos dirigíamos la


palabra. En la universidad actuábamos como si realmente no estuviéramos enfadados,
sino como si la discreción y la moderación fuera el lema de nosotros como pareja real. En
el palacio cada uno anduvo por su lado y el único lugar en el que nos topamos más cerca
uno del otro, fue en el comedor durante los desayunos y las cenas; ya que, grandiosamente
los almuerzos lo pasamos con nuestros amigos en el instituto.

Uno de esos días, yo estaba trabajando en la cafetería-restaurant y Jefferson entró a


ese sitio con el propósito de según él hablar conmigo. Lo cierto era que como ese día había
sido muy templado y frío, había tenido que colocarse un suéter y acercarse a la cocina para
tomar un café y así calentarse.

Yo estaba lavando una vajilla cuando Jefferson entró a la cocina de la cafetería-


restaurante acariciándose los brazos para darse calor. Al cruzar la puerta actuó como un
mercenario y sacó con palabras muy antipáticas a todos los cocineros que se encontraban
allí. Yo lo vi y me enloquecí al darme cuenta de lo gruñón y opresor que era mi esposo con
el resto de la gente. Él parecía más bien un maleante de esos de las películas de acción; que
luchaban contra el resto de los personajes del film.

— ¡Qué felicidad poder estar un momento en total soledad!—expresó estirando su


cuerpo con pereza cuando se percibió solitario, a excepción de mí—Veo que has hecho tus
deberes en la cocina—miró algunas comidas colocadas suavemente sobre una mesa.

—Realmente no puedo creer que seas tan desagradable—le avisé pasando por su
lado— ¿Te costaba mucho hablarle a mis compañeros de trabajo con cortesía?

—Solo estaba bromeando—se acercó a mí y me tomó del brazo— ¿Por qué nunca
puedes apoyarme cuando realizo algo?
—Eres un ser muy egoísta—intenté mirarlo a los ojos para que le dolieran mis
palabras— ¿Qué leviatanes estás haciendo aquí? ¿Por qué carajo sacaste a mis compañeros
de aquí de forma tan cruel y humillante?

—Soy el príncipe de este país y futuro rey—sonrió maliciosamente—Además, tengo


mucho frío y deseaba tomarme un café. Normalmente lo mando a pedir con alguien pero
creo que es mejor tomarlo aquí contigo.

— ¡Qué quieras café no quiere decir que maltrates al resto de la gente—me atreví a
corresponderle la sonrisa— ¿Por qué tienes que actuar así?

— ¡No seas estúpida!—me puso la mano en el hombro y cuando yo pensé que me


iba a abrazar se quedó en stop—Si soy un príncipe como mi primo voy a terminar siendo
el hazmerreír de todo el mundo.

— ¿De dónde has sacado esa absurda e ilógica idea?—le acaricié los brazos—Eso es
algo que a nadie debería importarle.

—Pero eso es una estupidez—me puso el dedo en los labios y luego me hizo abrir la
boca para que yo le mordiera seductoramente el índice—Tú sabes que todos ellos esperan
alguna oportunidad para acabar con la realeza.

—Esa fue una de las razones—yo le mordí deleitosamente el dedo y el sonrió—por


la que cuando llegaste al palacio, se instalaron unos dispositivos de rastreo y búsqueda en
tu teléfono y en el reloj que te regaló la reina madre. Ninguno de nosotros podíamos dejar
que alguien para hacerme daño, atentara contra ti.

— ¿Disculpa?—me quedé pasmada— ¿Qué significa eso?

—Eso significa—me susurró en el cuello—que siempre y cuando cargues tu


teléfono y tu reloj contigo, yo siempre sabré dónde estarás. Nunca te me vas a perder de
vista.

— ¡Qué vergüenza!—entrecerré los ojos, muy apenada— ¿Y qué pasó con mi


privacidad?

—Tú tienes tu privacidad—me quitó un mechón de cabello de la cara—lo que ni la


reina madre ni yo queremos es que te nos pierdas, o que en otro caso quieras alejarte de
mí.

Al oír esas palabras, yo me puse muy rabiosa, tanto así que me alejé de Jefferson.
¿Cómo era posible que el muy tonto desconfiara de mí y pensara que yo podría escaparme
de él? Igualmente, si alguna vez lo pensaba hacer, no iba a ser tan tonta como para
llevarme conmigo el reloj y el teléfono con el dispositivo instalado. Eso sería muy burdo
porque iba a ser rastrada a los pocos minutos. Si alguna vez huía no iba a cargar con ese
teléfono y ese reloj fichado por las agencias de seguridad.
Jefferson se sentó en una silla como si yo le hubiese dado permiso para ocupar ese
lugar. Se frotó las manos en un intento fallido de calentarse y cerró los ojos para relajarse.

— ¿Tienes mucho frío?—me arrodillé en el suelo frente a frente de él— ¿Cómo te


encuentras?

Y Jefferson sonrió.

— ¡Con tu forma de ser haces que me sienta mejor!—me tomó de las manos y yo no
pude evitar temblar al oír sus palabras.

—Por favor, escúchame—le supliqué intentando mantenerme serena—Siento


mucho no apoyarte cuando eres testarudo, pero es que no te entiendo—Pero él no me dijo
nada; en cambió se me quedó mirando con los ojos iluminados y me apretó más
posesivamente las manos.

— ¿Ocurre algo?—me atreví a preguntarle queriendo con ello obviar el hecho de


sentirme tan cerca de él. En tanto, el frío de la tarde y la lluvia comenzaba a ceder

— ¿Por qué no me besas?—me inquirió de un momento a otro—Si necesito estar


caliente, esa es una buena forma de lograr que mi cuerpo vuelva a su estado natural.

— ¿Qué?— parpadeé de la impresión y sistemáticamente me levanté ofuscada del


suelo soltándome de sus preciosas manos— ¿Te volviste loco?—caminé unos pasos lejos
de él.

—Eres demasiado melindrosa para mí ¡No puedo evitar desearte!—caminó detrás


de mí y me alcanzó rápidamente, luego me tomó de la mano y me giró hacia donde estaba
él— ¿No te parezco irresistible?

—No tengo nada más de que hablar contigo—intenté dar por concluida la
conversación— ¡Te volviste loco!

—Sólo va a ser un beso— murmuró—Un beso de amigos. Además yo lo deseo.

— ¿Perpetuamente obtienes lo que ambicionas y deseas? —lo miré incomoda—eres


un arrogante.

—Mentirosa, no soy arrogante —lo fulminé con la vista—Bueno, está bien soy
arrogante, pero tienes que tomar en cuenta que esa es una características que nos define a
nosotros los hombres.

— ¡Por Dios!—hice un gesto de niñita tonta—Esto es inconcebible.

—Umm—me acarició el cuello—No hagas eso que vas a terminar excitándome. Yo


quiero un beso, un único y sencillo beso de amigos.
— ¿Sólo un beso?—dudé de sus palabras; sin embargo, él me confirmo con la
cabeza que iba a ser un solo beso—Madre mía ¿Estás de broma?

— ¿Qué te da tanta desconfianza?—Me interrogó caprichoso—cualquiera que nos


escucha hablando pensaría que te estoy pidiendo algo muy difícil de dar. En fin—me soltó
y buscó la salida—ya no quiero que me des un beso, parece que la lluvia a cesado; y creo
que mejor voy a tomarme el café a otro sitio—expresó caminando hacia la puerta y
comprobándome con eso que él ya no quería tomar un café junto a mi compañía.

—Vaya, ahora te vas—me crucé de brazos decepcionada de que Jefferson al sentirse


rechazado por mí, había dejado de insistir con lo del beso— ¿Te has vuelto maniático?

—No, claro que no—dijo caminando sin voltearse hacia mí—Pero, a mí no me


gustar andar de rogón. Nos veremos las caras—finalmente salió de la cafetería-restaurant.

Yo me sentí enfurecida, eternamente Jefferson podría contar con mi ayuda; más a él


parecía que no le importaba eso, pues, un beso no era nada para mí príncipe y yo como
tonta hasta había pensado en dárselo. Desde ese momento, confirmaba la promesa que
días atrás me había hecho, Jefferson podría olvidarse de sus posibles sueños de verme
desalentada, marginada y sometida porque lo iba a ignorar completamente.

Torpemente, eso no se llegó a cumplir tan completamente; esto tomando en cuenta


que, llegó ese desgraciado viernes. Sí, ese viernes en que mis ideas de permanecer fuerte
ante las demostraciones terroríficas del mundo, se fueron al carajo. Jefferson volvió a hacer
de las suyas y esa vez sí que las hizo criminalmente.

Ese día la mañana se fue bastante rápida, o por lo menos la hora del desayuno. La
reina madre anunció como todos los días su oración y luego todos comimos en silencio.
Finalmente me levanté del comedor y decidí que antes de ir a la universidad pasaría un
rato por la biblioteca del palacio; allí buscaría algunos textos para leer en los ratos que
tuviera libre durante el fin de semana que se aproximaba. Estaba considerando escaparme
de mi vida vacía; mediante novelas.

Además, hasta el momento, el lugar del palacio donde me sentía mejor era la
biblioteca. Ahí, lo más seguro era que encontraría un buen libro para leer. Entré calladita a
ese mar de libros y decidí buscar entre los enormes y largos estantes alguno que tuviera
una historia que me regocijara el alma y el estomago, no sabía la razón pero desde que
Jefferson me trataba con peor indiferencia de la habitual, la comida me caía en el estomago
como plomo.

Es que la biblioteca del palacio era hermosa. Poseía una sala de estudio/consulta
que se caracterizaba por ser despejada, encantadora tranquila y con una iluminación bien
regocijante. Era un lugar fantástico en donde se podía dejar volar la imaginación.
Contaba con diversos ambientes para la consulta de prensa y revistas, unos para la
colección de referencia y otras para el trabajo individual. Los puestos de lectura estaban
llenos de mesas corridas.

Asimismo había tres mostradores de información y préstamo, en los cuales no


atendía nadie; pues la mayor parte del tiempo la biblioteca se la pasaba solitaria. También
había algunos depósitos para guardar los documentos y libros más importantes y
antiguos.

Finalmente era bellísimo observar las docenas de estanterías con tablas


horizontales; en las cuales, estaban dispuestos con el lomo hacia la pared los libros; éstos
eran de diversos tamaños, grosor y diseño, de diferente temática, contenido y grado de
antigüedad.

Luego de darle ojeada a algunas novelas, decidí que esos eran los textos que quería
leer. Nada de libros de biología, matemática, física o química; esos no me llamaban ni un
poquito la atención. Es más, la cabeza mía no era muy abierta a recibir esos contenidos;
pues, no me daba para mucho.

Tomé una novela llamada “Dos y Dos Son” y leí el argumento en la cubierta
posterior. La novela contaba la historia de una muchacha virgen que ingresaba a una
universidad en donde las chicas vivían nada más que por el sexo. Justo cuando ella se
encuentra en un dilema sobre si acostarse con un amigo para que nadie la critique o
quedarse para vestir santos, conoce al amor de su vida que resulta ser gay.

La novela me llamó la atención, aunque me parecía demasiado romántica para ese


día en que yo no me encontraba con muchos ánimos de leer algo como aquello; así que
coloqué el libro en un carrito de biblioteca para llevarlo hacia sala de estudio/consulta y
busqué otra obra.

El segundo que escogí fue uno llamado “La Ciudad de Invierno”. El argumento de
esta novela también era sobre romance y misterio. Contaba la historia de Annie una chica
que se muda del campo a la ciudad para reencontrarse con su padre y allí conoce al hijo
adoptivo de ese señor quien a escondidas es un conocido narcotraficante.

Sí, también me gustó muchísimo. El libro me parecía genial pero no para leerlo en
ese momento de pie; por lo que sin espera un segundo, lo coloqué en el carrito de
biblioteca dispuesta a llevármelo para leerlo en los mesones.

El tercer libro que seleccioné fue uno llamado “Mariposas y Arcoíris” el cual trataba
de dos hermanastros que deciden casarse para heredar una fortuna, pero que luego de ese
disparatado matrimonio descubren que el dinero no compra la felicidad.

El cuarto libro que opté fue “Mi Pequeña Princesa” que relataba la historia de una
chica criada en las sombras de un barrio que descubre que es realmente una princesa. A
partir de ese momento, la joven es obligada a casarse con un millonario príncipe que le
demuestra que la realeza es feliz cuando esa alegría no prende de un hilo.

El quinto fue uno llamado “El Doctor y su Enfermera” que contaba las relaciones
amorosas entre un reconocido doctor y una enfermera recién graduada que sueña con
subir de categoría y que usa malamente el amor que el protagonista siente por ella para
hacerse famosa.

El sexto fue un libro que se llamaba “Muerte al Chuletas” que relataba la historia de
un reconocido asesino a sueldo apodado “El Chuletas” que un día asesina crudamente al
compañero de un policía de narcóticos y que a partir de ese momento comienza una
batalla por salvar su vida sin que la hija de ese policía salga herida; pues ya está
enamorado de ella.

El séptimo fue una novela llamada “La puerta del Colegio” que contaba la historia
del amor entre dos jóvenes adolescentes que deciden verse a escondidas en la puerta del
colegio en donde estudian; como consecuencia de que sus padres no les permiten tener
una relación afectiva entre ellos.

El octavo era una novela titulada “Vacío del Alma” que describía la pasión y el
amor entre un chico muerto y una joven estudiante de arte que lo conoce en el teatro de la
ciudad.

Tomé todos esos libros y los coloqué en el carrito de biblioteca, pero aún no estaba
convencida de que fueran suficientes, quería encontrar más novelas para leerlas durante
ese fin de semana que venía en la vuelta de la esquina. Necesitaba mantenerme ocupada y
qué mejor forma de hacerlo que leyendo.

Estaba tan distraída pensando en mis ideas sobre las actividades que iba a realizar
ese fin de semana que no oí los pasos de Jefferson acercarse a mí y tomar uno de los libros
que estaba en el carrito.

—Así que “Mi Pequeña Princesa”—me anunció con una cara que no reflejaba nada
y yo apenada me volteé hacia él—me habían hablado de las cursilerías de las chicas; pero
no pensé que llegara a tanto.

—Estúpido—susurré con una voz liviana para que el muy tonto no me escuchara.

—Por lo menos deberías saludarme—comunicó sin soltar el libro y abriendo los


brazos para simular que me iba a dar un abrazo, el cual nunca llegó a mí— ¡Hola, esposito!
¿Cómo estás?

Le saqué la lengua como una niñita mimada y Jefferson sonrió refinadamente. Al


parecer le fascinaba verme actuar de esa forma; ya que, se le iluminaron los ojos como si
fueran relámpagos.
— ¡Estoy aquí!—manifestó—Estoy acompañándote a la biblioteca, algo que casi
nadie hace.

— ¡Qué alegría! —le dije con poco animo y mucho resentimiento

—Eres realmente encantadora, pero cuando hablas lo arruinas todo—Jefferson


colocó disgustado el libro en el carrito— ¿Quién puede entender a una persona como tú?

— ¿Cómo yo?—dudé cerrando el puño respirando abismalmente para no


abofetearlo.

—Sí, como tú—expresó ignorando mi rabia claramente revelada en mi expresión


corporal—Digo, como tú en la parte de que eres bastante cabezotas, nunca quieres perder
ante nadie y tampoco puedes ver más allá de tus ojos; es por eso, que confías en todo el
mundo y funestamente la gente se aprovecha de ti. Eres tan despistada que cometes
muchos errores inexcusables.

— ¡Estás loco! —Vacilé intentando desconocer sus frías palabras aunque sabía que
él tenía muchísima razón—Pero, qué puedes decir de ti—Jefferson arrugó el gesto—Eres
demasiado prepotente y tú comportamiento hacia mí es realmente vergonzoso. No tienes
respeto por tu esposa, me tratas como si yo fuera nada y quieres ser el amigo de tu ex
novia como si eso fuera de lo más normal.

Caminé rabiosa y con la cabeza bien en alto hacia la sala de estudio/consulta. Ni


por lo menos esperé el derecho de defensa que tenía Jefferson. A mí no me importaba lo
que él pensara y tenía que evitar la posible jaqueca que me daría si continuaba discutiendo
con ese tonto.

Llegué y coloqué algunos libros en una de la mesa, Jefferson se detuvo muy cerca
de mí y me miró perturbado. No dijo nada, más sus ojos describían una rabia a punto de
explotar la biblioteca.

— ¿Por qué no te vas?—le pregunté esquivando su siniestra mirada; en tanto, podía


oír los recortes de prensa y los titulares de la televisión del día siguiente “Príncipe asesina
a su esposa porque ésta le respondió groseramente” —me gustaría leer algo a solas—
bueno, si es que podía leer; debido a que, el corazón me palpitaba, las piernas me
temblaban y la garganta la tenía reseca. Jefferson no tenía por qué saber que mi ilusión era
llevarme algunos de esos libros de la biblioteca para cumplirle la ley del hielo a su bella
cara durante el fin de semana.

—Ésta es mi biblioteca—habló sonriendo con un enorme cinismo y se sentó sobre la


mesa—así que puedo andar por aquí cuantas veces quiera.

—No eres ni un céntimo gracioso—le amonesté cruzando los brazos


malhumorada— ¿Por qué siempre tienes que burlarte de mí?
— ¡No seas bobita! —Me rozó el labio inferior con la yema de los dedos y yo temblé
como diamante en celo a punto de ser tomado entre poderosas manos—Yo no me burlo de
ti porque sea gracioso, sino porque me encanta verte puesta de malhumor.

— ¿Eso qué quiere decir?—balbucí respirando torpemente y recordando con ello


que mi corazón se podría detener en cualquier momento si seguía cerca de mi esposo.

— ¡No lo sé!—se encogió de hombros y me acarició la boca más intensamente—Aún


hoy estoy intentando entenderme; pero tengo que confesarte que no lo puedo evitar, sería
un idiota si intentara controlar mis deseos. Requiero verte furiosa y alborotada, añoro con
verte golpearme como desequilibrada cuando estés arisca, necesito hacerte mía cuando
todo eso pase y con ello tranquilizarte completamente.

Jefferson se excitó a sí mismo y con ello a mí también. Sus palabras sonaban tan
crudas que mi cuerpo reaccionó intensamente. Demandaba que me besara y que me
acariciara como la vez pasada; ya que, en ese momento estaba dispuesta a recibir todo lo
que él me ofreciera

Justo cuando Jefferson me iba a besar, se oyó un llamado de la puerta y al instante


entró una criada con una bandeja con té. Yo que ni me acordaba de haberle pedido que
me llevara algo para tomar cuando iba a entrar a la biblioteca, me sentía bastante nerviosa.

—Le traigo el té que me pidió—dijo la trabajadora del servicio— ¡Ohh! ¡Disculpe su


alteza! No sabía que estaba aquí.

— ¿No le han dicho que no debe interrumpir a dos personas cuando están
hablando?—le gritó a la empleada con descarada frialdad alejándose unos pasos de mí—
¿Será qué nos puede dejar a solas? —respiró misteriosamente y comprimió los puños que
amenazaban con lanzar al suelo la bandeja de té.

— ¡Lo siento!—chilló la mujer a punto de dejar que las lagrimas brotaran de sus
ojos— ¡Mis más sinceras disculpas!—y sin pedir permiso para su retirada salió corriendo
llorando de la biblioteca llevando consigo la bandeja de té.

—Bueno, ahora si podemos seguir hablando—anunció tranquilamente Jefferson.

— ¡No quiero hablar contigo!— le vociferé con el corazón dolido; puesto que, me
dolía mucho que fuera siempre tan estricto con todo el mundo que lo rodeaba— ¡Eres un
parásito!

—Me temo que sí—me manifestó con un tono de voz bastante agrio—pero así te
gusto.

— ¡Idiota!—le arrojé la mano derecha dispuesta a darle una soberana cachetada que
se tenía bien merecida.
— ¡Sí, hazlo—me ordenó Jefferson alcanzando mi mano para detenerme—Eso sería
perfecto para mí porque te aseguro que si lo haces, hoy no podrás salir de aquí. Va a ser
fascinante desnudarte en este sitio, montarte sobre la mesa y hacerte el amor como un
salvaje.

— ¡Bárbaro!—le grité soltando mi mano de la de él, luego me dirigí a la salida y sin


mirar atrás teniendo las mejillas sonrosadas le di un portazo a la puerta y salí huyendo de
allí.

Durante el viaje hacia la universidad, Jefferson no me dijo nada. Parecía estar


pensando en los pajaritos volando y yo; en cambio, deseaba mucho que me pidiera unas
preparadas y arregladas disculpas.

Al final en la universidad cada quien tomó su camino y yo tuve que adaptarme a la


rutina de los viernes; entre lo que destacaba la dulce voz de la profesora de dibujo, la cara
de gruñón del profesor de idiomas y la sequedad de la profesora de computación.

Al concluir la mañana estaba súper agotada y no podía creer que tuviera que asistir
a la clase de deportes. Mis amigas como siempre estaban felices de ver al guapo profesor
que dictaba deportes; pero yo, en cambio tenía la cabeza y los pensamientos en mi esposo.

Cuando entré en la cancha palidecí al oír que el profesor de deportes anunció a voz
populi que ese día había práctica de beisbol. Mi cara de horror fue tan grave que mi amiga
Gabriela se dio cuenta de que estaba asustada. Ella conocía mis pocos talentos para la
educación física y en una muestra de apoyo siempre me había dicho que los deportes
habían sido inventados por los marcianos.

—Amiga ¡Haz tu mejor esfuerzo!—me comunicó cooperativamente—cualquier cosa


yo te ayudo.

En un momento no pude evitar sonreír ¿Cómo me iba a ayudar mi amiga si ella era
peor que yo en los deportes? No, esa sí que era una bobada. Estiré mi cuerpo con flojera,
bostecé y decidí aceptar mi triste destino de ese día. Pero las noticias iban de mal en peor;
debido a que, sentado en las gradas estaba mi esposito junto a sus amigos.

Ya yo sabía que él tenía la última hora libre; más era un descaro que en vez de irse
por allí, asistiera a la cancha de deporte para verme hacer el ridículo de mi vida. Sí, el muy
tonto siempre andaba actuando como un ogro de cuento con su mirada inquisidora, pero
en ese instante lo estaba haciendo peor.

El profesor puso una prueba de bateo y para ello nos hizo formarnos a todos los
estudiantes. Aprovechando esa circunstancia decidí ponerme de última esperando con fe
que la hora de la clase se terminara antes de que me tocara el turno a mí.

Sin embargo, eso no sucedió, la mayoría de los muchachos pasaron rápidamente la


prueba y cuando fui a ver me tocaba el turno a mí. El profesor al ver que era mi turno me
miró con desesperación y angustia, el muy tonto ya estaba acostumbrado a mis pocos
talentos para el deporte ¿Y cómo no acostumbrarse si yo durante las clases anteriores
había provocado algunos accidentes?

Entre ellos, estaba el vidrio de la ventana roto por una pelota de futbol que salió
volando, la cesta de baloncesto que le cayó en la cabeza a uno de mis compañeros, el
varazo que le di a uno de mis compañeros, la raqueta de tenis que mandó al hospital al
guapo profesor de deportes.

—Eres un desastre con la pelota; pero ni modo ésta es una materia obligatoria en la
universidad— protestó el profesor de deporte entregándome el bate y totalmente
indiferente al grupo de muchachos que se burlaban de mis malos dotes para la educación
física.

Yo me sentí bastante mal, realmente hacer el ridículo era algo que últimamente me
sonaba mucho y se me daba bastante bien. Jefferson; por su parte, sentado junto a sus
amiguitos en las gradas estaba riéndose de las palabras del profesor.

No lo podía creer, tranquilamente él tenía que estar apoyándome, pero no; en


cambio parecía disfrutar de mi mala suerte. Lo vi desde la cancha y mis ojos se volvieron
oscuros del flagelo, lo odiaba por hacerme cosas como esas; más esta vez yo saldría
victoriosa y él me las pagaría.

— ¿De qué se ríen?—les grité a sus amigos; pero sobre todo a mi esposo. Luciano
sentado en una parte solitaria lejos de Jefferson no expresó nada, él si que me apoyaba en
todo.

Todos ellos al oí mi grito se quedaron serios, igualmente que mis compañeras de


grupo, el profesor y Luciano. Ahora sí que les había dado un tortazo en la cara a todos y
les había dado una dosis de su propio chocolate. Bueno eso pensé yo, hasta que Jefferson
se puso de pie y con su sensual voz me reveló:

— ¡Disculpa esposita! Pero no deberías hablarme así.

—Sí, no me digas—le contesté con la voz acelerada.

— ¡Claro!—conversó Jefferson—pero por favor, no discutamos amorcito y menos en


público.

— ¡Necio!—bramé llena de mucha calamidad—Seguro que ni tú ni tus amigos


saben jugar beisbol.

— Tienes razón—mintió zalamero mi esposo—Pero si no nos crees vamos a hacer la


prueba ¿Qué te parece si arreglamos todo esto con un juego en la cancha de beisbol? Tus
compañeras contra mis amigos ¿Qué te parece esposita?
— ¿Te volviste loco?—le pregunté bastante dramática y sin medir mis palabras—
todos aquí saben que nosotras la llevamos perdida, ustedes son hombres y nosotras unas
débiles mujeres.

—Era sólo una propuesta— anunció con feroz brusquedad—No sabías que fueras
tan cobarde como para negarte.

Mi amiga Rosiris que nunca perdía una y que por ser la más popular de la
universidad nunca podría quedar en ridículo ante los demás no aceptó mi determinación;
en cambio, se acercó a mí y casi en susurro me dijo al oído:

—Amiga ¡No hagas eso! Tienes que decir que si vamos a jugar; estamos pasando la
pena del año delante de todos.

—No puedo hacerlo—le contraataqué—Tú sabes que no sé jugar beisbol.

— ¡Tranquila, te quedas en la banca!—me comunicó—nosotras jugamos y tú


únicamente tienes que esperar el triunfo. Luego arreglas el problema con el príncipe en el
palacio.

Escuché atentamente cada palabra expresada por mi amiga ¡Vaya! ¡Qué fácil sonaba
todo eso! ¿Sería que funcionaría de esa forma? Tendría que funcionar.

— ¡Está bien pero después no te quejes si perdemos por mi culpa!

Desde ese momento fui feliz y fuera continuando estándolo por más tiempo si
cuando Jefferson y su pandilla bajaron de las gradas, ellos no le fueran añadido un toque
más picante al juego de pelota.

— ¿Qué les parece si como premio al ganador, el equipo que pierda tenga que serle
de sirvientes por un día a los felices triunfadores? —sugirió Brandon

— ¡Esa es una buenísima idea!—lo apoyó la lengua viperina del necio de Adhemar.

—Tienen razón—convino Jefferson—Pero para evitar reciñas de sospechas de


trampas demando que la princesa Mariska juegue como lanzadora, que yo también
ocuparé ese lugar en mi equipo; Así, si uno de los dos pierde, tendrá que ser el sirviente
del otro junto a su equipo de beisbol.

—Los ganadores serán los amos y señores y los perdedores los esclavos por un día;
pero la realeza no se escapará de participar en los dos ámbitos; por lo que una persona de
la realeza será esclavo y la otra será amo.

— ¡Se volvieron locos!—gemí espantada por lo que acaba de escuchar pues sabía
que si yo jugaba mi equipo perdería irremediablemente y tenía que ser la “esclava” de
Jefferson; ya me lo podía imaginar, sería algo espantoso.
Pero nadie pareció percibirme hablar; todos tomaron sus respectivos lugares y la
única que pareció compadecerse de mí fue mi amiga Rosiris que hablándome
pausadamente me chilló dramática tratando de disculparse:

— ¡Te juro por Dios que no fue mi culpa!

Más, yo hice como si no la fuera oído; ese era mi fin en el deporte y de todas
maneras la que iba a hacer el burlesco era este cuerpecito mío, no el de ella; así que ¿Por
qué tenía que ponerse en mi lugar? Este era mi fin, ya me las pagaría Jefferson.

Sin embargo, él con una cara de mosquito muerto parecía estar disfrutando de mi
nueva y próxima humillación. Yo lo percibí y más cuando se acercó campante a mí con sus
ojos brillantes de príncipe azul y me participó:

— ¿Estás bien esposita? Porque lo que soy yo me siento muy bien; ya que voy a
disfrutar este partido de beisbol.

—Te juro que te vas a arrepentir de hacerme esto—le manifesté ofuscada.

— ¿Qué cosa? No te estoy diciendo ni haciendo nada—fingió inocencia.

— ¿Cómo que qué cosa? Todo esto del partido de beisbol es una estrategia tuya
para tiranizarme delante de gran parte de los estudiantes de la universidad—le declaré
llena de ira.

—Pero por Dios—gruñó Jefferson divertido— ¿Cómo puedes creer eso de mí?

— ¿Cómo?—le reviré—porque te conozco y como sé lo bárbaro y troglodita que


puedes ser, estoy segura que esto pertenece a un oscuro plan tuyo y de tus amiguitos.

— ¡Vaya! Tienes una imaginación súper infantil ¿No lo sabías? —Se puso rígido—
Además, eres bastante grosera ¿Por qué no te lavas esa boca con jabón?

— ¿Por qué no te la lavas tú?—le torcí los ojos como una muchachita de preescolar.

—Yo no necesito lavármela; no obstante, tengo una mejor idea ¿Por qué mejor yo no
te lavo la tuya?

— ¿Y cómo piensas hacerlo?—le pregunté intentando disimular que no había


entendido sus seductoras palabras.

—Hay muchísimas maneras—dijo sonriendo a media risa—Por ejemplo, si te


desmayas a mi me encantaría ser el primero y el único en darte respiración artificial boca a
boca.

— ¡No digas esas cosas!—le supliqué—Yo no soy Kimberley que finge


ahogamientos para que su héroe la rescate—me atreví a confesarle.
— Claro que no eres ella—me susurró arreglándome un mechón de cabello— ¡Eres
mi esposa!

— ¿Podrías dejar de actuar como idiota?—le pregunté brava al darme cuenta de que
Jefferson me veía como su esposa ¿Entonces, cómo veía a su ex?

— ¡Si eso es lo que quieres! —me participó serenado—No obstante te advierto que
lo más seguro es que en este juego gane mi equipo; así que no te hagas muchas ilusiones;
vas a ser mi esclava por un kilométrico día.

— ¡Eso lo veremos!—lo reté sabiendo muy en el fondo que iba a perder.

—Ja, me vas a decir que no estás encantada de jugar contra mí—alardeó sin
censura.

— ¡No! No estoy encantada—le confesé con bastante color en las mejillas.

— ¡No te pongas con eso!—me retorció destempladamente—Yo no te obligué a


jugar beisbol.

— No, pero tienes un sutil método de persuasión para que todos hagan lo que tú
quieres—le manifesté irónicamente.

— ¡Triste por ti!—pronunció originalmente y luego se alejó de mí y tomó su lugar


en su equipo de beisbol.

Yo me sentí infernal, en muy poco tiempo sabría de una nueva pena y podría
comprobar los crueles métodos de opresión de ciertas personas con dinero. En esa larga
lista estaba en primer lugar mi querido esposo.

El juego emprendió con un sorteo para conocer quién comenzaría a batear; todas las
chicas y yo fuimos afortunadas pues nos tocó el turno a nosotras. La primera en batear fue
la estrella de la universidad, quien si no otra que Rosiris; ella como no me lo podría haber
imaginado hizo un excelente papel pues a punto de ser ponchada por mi esposo sacó la
pelota del estadio con un grandioso jonrón.

Después vino a batear Gabriela que por estar pensando en los marcianos y
extraterrestre recibió tres strike y rebotó ponchada con una impactante forma de
lanzamiento realizada por uno de los mejores pitcher que había visto; es decir, Jefferson.
Las únicas tres pelotas que mi esposo le arrojó fueron atajadas por el Catcher Washmatt.

De tercera fue Marianny, que a pesar de sus cálculos matemáticos para hacer un
gran papel perdió contra Jefferson pues bateó y a pesar de que no le hicieron out sólo
pudo llegar a la primera base; ya que su pelota no corrió lo suficiente.

Con el marcador de uno a cero a favor nuestro, me tocó el turno de batear a mí;
tengo que asimilar que a medida que me acercaba a mi lugar de bateo podía oír las voces
de los mirones que aseguraban que ese juego lo ganaba el equipo de mi esposo. Eso me
hizo sentir súper nerviosa y quise arrojarme por un barranco y no levantarme nunca más.

Lamentablemente, no pude hacer nada para agrandar la brecha de diferencia.


Jefferson me dio con todo y con sólo unos pocos tiros me pochó para hacer el último out.
Al hacerlo me sentí fatal pues todos comenzaron a hacerme mofas por mi falta de talento
ante un juego tan tradicional en nuestro país.

Consecutivamente, le tocó el turno de bateo al equipo de los chicos y no pude hacer


mucho pues como les lanzaba la pelota a los muchachos, ellos la bateaban y hacían carrera.
Si no fuera sido por Rosiris que atajó algunas y realizó varias jugadas grandiosas las
carreras fueran sido mucho mayores a las seis marcadas por Jefferson, Washmatt,
Brandon, Adhemar, Ray y Bartolomé.

Los siguientes innings fueron más de lo mismo; ninguna carrera metida por parte
de mi equipo y muchas implantadas por el equipo de Jefferson. Al parecer él se estaba
divirtiendo de verme hacer el chocarrero de la década. Es más cuando a él le tocó cerrar el
penúltimo innings y el juego iba quince a uno, las personas que estaban en las gradas se
levantaron para aplaudirlo.

Pero él en vez de dirigirse a la zona de bateo, como tenía que haberlo hecho, pidió
tiempo y se acercó a mí con su cara bien limpia y desvergonzada; después de ello me
enunció:

—Me va a encantar verte perder y hacerte mi esclava. Me imagino que esa actividad
incluirá ser mi prisionera sexual.

— ¡Estúpido! —Le reprendí; ya que me estaba tratando como una prostituta de la


calle—Te juro que aunque sea lo último que haga te voy a ganar. No sabes lo mal que me
hace estar cerca de ti.

Jefferson no refutó nada, se quedó callado y con un sensorial caminar propio de un


príncipe se dirigió a la zona de bateo. Yo, en mi lugar estaba temblando viéndolo tan
sensual, encantador y atractivo como nunca podría haber otro príncipe. Algún día él sería
completito para mí y yo sería la luz de sus ojos.

No, no podía pensar en eso ahora, tenía que dejar de soñar con pajaritos volando si
quería enseñarle el dulce sabor de la venganza a Jefferson. Esta era mi oportunidad de
hacerlo pagar y no la iba a desaprovechar. Le lancé la primera pelota y penosamente fue
una bola, después le lancé dos más y fueron dos bolas más. El cuarto lanzamiento fue un
strike y finalmente le arrojé una pelota que él si pudo batear pero que cayó redondita cerca
de mí. Por lo que la tomé velozmente y corrí a primera base para hacerle un espectacular
out. El príncipe corrió y se lanzó con fuerza a la base, pero no llegó a tiempo, yo toqué la
base primero que él.
Todos se quedaron boquiabiertos, era la primera vez que se veía algo así, Jefferson
había perdido y contra mí. Estaba en las nubes no lo podía creer; estaba feliz; sin embargo,
tristemente metí la pata hasta el fondo pues él me odió bastante cuando le dije:

—Atasca tu boca amorcito ¿Te sorprende que te haya ganado una mujer?

Jefferson se levantó del suelo y se me quedó mirando con rabia. Yo me estremecí


violentamente; mientras escuchaba los murmullos enaltecidos de la gente que aún no
entendía todo lo que había pasado. El cochino destino me estaba jugando la peor partida
de mi vida; pues era catastrófica la mirada de mi esposo para ese instante. Me aborrecía,
estaba segura de eso, mi estomago tensionado me lo decía.

Él en cambio, pareció no verse muy afectado por la mañosa humillación; de pronto


se sacudió el sucio que tenía en el pantalón y me miró con sus ojos lobunos, penetrantes y
destellados a los ojos. Yo me ruboricé toda y Jefferson lo notó; es que se veía tan guapo y
tan poco ingenuo que era todo lo que necesitaba ver por el resto de mis días.

—Disfruta de este momento de gloria—señaló con tardanza y sin escrúpulos —


porque mañana vas a ser mi sirvienta. Me va a encantar verte vestida de doméstica; pero
claro que con un vestido bien cortito.

Y terminado de expresar eso, dio media vuelta y siguió su camino tal y como si
nada fuese pasado. Yo me quedé pálida como un papel, tragué fuerte y me acaricié los
cabellos como ejemplo de incomodidad. Estaba incomoda ¿Y cómo no iba a estarlo?
Quiero decir, Jefferson no estaba enamorado de mí; sin embargo, no perdía ninguna
oportunidad para hacerme una de sus propuestas indecentes y obscenas.

Cuando el partido continuó estaba un poco más segura de mi misma y logré


ponchar a Washmatt y a Brandon para hacer los dos últimos out del inning. Por primera
vez en el juego me había sentido cómoda conmigo misma y con mis habilidades; además,
mis compañeras estaban orgullosas de mí y tenían muchas esperanzas de que pudiéramos
lograr la merecida recuperación para ganar el juego.

El último inning empezó finalmente, sí ese cruel inning que acabó con todas esas
esperanzas de ganar. Rosiris realizó un estupendo jonrón que puso el juego quince a dos,
luego bateó Gabriela que logró llegar a primera base, Marianny lanzó un imparable,
recorrió dos bases y ocupó la segunda base, teniendo por delante a Gabriela en una tercera
base.

Supremamente, me tocó el turno a mí que deseé batear con toda las potencia que
podía y alejar muy lejos la pelota de lo que mi vista alcanzaría a ver. Al recibir la bola que
me lanzó Jefferson lo hice con tanta fuerza que di tremendo jonrón. Corrí a toda prisa, aún
traicionada por la verdad de haber hecho tan loable acción y el juego se puso cinco a
quince.
Desde allí, la confianza se puso a favor de nosotras y aunque Jefferson intentó
mejorar a su equipo ponchando a las jugadoras de mi equipo; haciendo con ello, dos out,
lo cierto fue que una excelente labor realizada por las chicas y una fatal ejecutada por los
compañeros de su equipo, logró cerrar la brecha de carreras de nuestro equipo; pues se
cosecharon diez enormes carreras faltando un out para concluir la primera parte del
inning.

Luego de un rato, el público estaba frenético y los amigos de Jefferson angustiados,


cosa que parecía no pasarle a él; pues estaba tranquilo y con esa misma calma que reflejaba
ponchó a una chica de mi equipo para hacer el último out.

En el cierre del último inning les tocó el turno de bateos a los varones; yo estaba
realmente asustada porque nada más con una carrera que los chicos lograran meter iba a
perder ante mi esposo y lo peor es que él era la primera persona en tomar el bate.

Inoportunamente, Jefferson volvió a pedir tiempo y se acercó a mí; esta vez tenía
una preciosa sonrisa en los labios y los ojos más oscuros que nunca. Yo, en mi lugar me
rogaba mentalmente a mi misma para dejar de ponerme nerviosa ante su presencia. Las
chicas y yo teníamos que triunfar, perder no estaba entre nuestros planes futuros.

—Para ser mi prisionera sexual—manifestó con una voz profunda y seria—prefiero


que te pongas un vestido rojo, nada de negro tal y como estuviéramos de luto o rosado
como si fueras una muñequita de torta.

— ¡Cállate!—lo desafié con cólera sintiendo amor y deseo al mismo tiempo, en


tanto, mi cabeza muy apenada se sentía abochornada de que Jefferson estuviera pensando
en esa cosas en tales circunstancias—¡Tú vas a perder!

Más, Jefferson se rió de lo que consideró un chiste, él estaba seguro de que yo iba a
perder y para nada le importaban mis palabras llenas de rabia. Era definitivamente un
fulano con clase que podía volver loca a cualquier mujer, muy especialmente a mí, su
esposa.

Con el tiempo fuera, mi esposo se colocó en la zona de bateo y yo con la pelota en la


mano estaba temblando, tenía que ganar, lo tenía que hacer más que todo por mis amigas
que no debían ser sirvientas de nadie. Asimismo, era fundamental que Jefferson perdiera
para que no fuera tan creído y para demostrarle que yo también podía jugar y ganar en la
guerra; él tenía que aprender que no todo el tiempo tenía porqué vencer.

Cerré los ojos y le rogué al cielo para que me ayudara; luego con mucha fe arrojé la
pelota con toda el ímpetu que pude; sin embargo, no sirvió de nada, más bien pareció
ayudar a mi esposo; pues, él bateó fuertemente la bola y la arrojó fuera de la cancha con un
hermosísimo jonrón que acabó con el juego después de una dura batalla deportiva.

Todo el público que estaba en las gradas salió corriendo con dirección a la cancha y
yo estaba conmocionada. Jefferson viéndome con sus ojos sensuales recorrió todas las
bases como si de un verdadero juego de beisbol mundial se tratara. La alegría entre los
estudiantes que se percibía era descomunal.

Cuando Jefferson pisó la zona de llegada los chicos que eran sus compañeros de
equipo lo cargaron con alegría. En tanto, mi cuerpo se quedaba totalmente dominado y
pegado al suelo, tal como si de una estatua se tratara. No podía creer que había perdido,
eso era absurdo.

Las chicas de mi equipo estaban rabiosas, tampoco lo podían creer pues habíamos
estado tan cerca del triunfo que vernos derrotadas era sorprendente. El aire que se
respiraba en el ambiente era de derrota-triunfo y eso a mi no me gustaba nada. Quería
explotar de la rabia; ya que no veía justo el fracaso.

Además, ver a mi esposo gozar por su conquista me humillaba bastante. Él era un


insensato que me había doblegado a cero con su aplastante forma de jugar beisbol. Ni
siquiera porque era su esposa me había dejado ganar como muestra de cortesía y
educación. ¡Idiota!

A pesar de eso, no podía dejar de mirarlo; allí donde estaba rodeado por sus amigos
que lo felicitaban, estaba demasiado apuesto y sereno. No parecía un chico de porcelana
barata, sino uno de mármol fino. Me encantaba la pinta de galán que tenía en casi todos
los momentos de su vida. ¡Uff verlo nunca podría ser pecado! Tenía que morderme la
lengua para reprimir el impulso de tirarme hacia él.

—Y aquí tenemos a la perdedora—manifestó lleno de alegría Ray, señalando a


donde estaba yo parada— ¡Bárbaro, eres un desastre ambulante! ¡Fracasada!

— ¡Cállate, majadero! —le grité a Ray sin muchas ganas pues estaba agotada en
cuerpo y alma por todo el esfuerzo en vano que había hecho para ganar el partido.

— ¡Pero, qué delicada!—bramó burlescamente Brandon—Le duele que le digan la


verdad.

— ¡Estúpidos! ¡No se metan conmigo!—grité aturdida, bastante molesta y con ganas


de ahorcar a Brandon y a Ray— ¡No me gustan que me introduzcan en sus chistes malos!

Pero al decir esas últimas palabras un escalofrío recorrió mi cuello como si el pavor
que sentía dominara todos mis sentidos. Sabía que había metido la pata asquerosamente al
insultar a Ray y a Brandon porque si Jefferson me había escuchado me iba a reprender;
más, ésta vez con toda la razón de hacerlo; ya que, una palabra tan fea había salido de mi
boca y lo peor era que había sido en público.

Afortunadamente, Jefferson para mi consuelo no estaba pendiente de lo que yo


estaba haciendo o diciendo; el hecho de estar tan rodeado de gente le estaba consumiendo
el tiempo y eso a mí me dejaba mucha ventaja.
— ¡Buenas tardes!—sentí una tristeza al escuchar su fina voz—Creo que me perdí
del triunfo de Jefferson—anunció Kimberley pasando por mi lado sin voltear a verme y
acercándose a donde mi esposo se encontraba.

— ¡Hola, Jefferson!—le anunció con inocencia—Creo que tengo que felicitarte por
tu triunfo en el juego de beisbol; pero es que no sé como hacerlo; estoy tan apenada de ser
la única en la uni que me perdí este partido.

— ¡No te preocupes, Kimberley!—respondió Jefferson apoderándose de la


situación—Tú tienes tus propios preocupaciones como para andar pensando en un juego
de beisbol.

— ¡No, claro que no!—sonrió ella—para mí nada puede ser más importante que
estar aquí contigo—y sin pensar en lo incomodo de la situación se arrojó sobre él y lo
abrazó.

Eso me encendió; ¿cómo esa necia podía ser tan cruel y sensible a la vez? ¿Cómo
podía estarlo abrazando sabiendo que yo andaba por allí? Ella era una basura de persona
y ni por lo menos lo disimulaba un poco para callar a la gente que los rodeaba. Jefferson;
mientras, a mi parecer se sentía a gusto con la situación; tomando en cuenta que no la
separó de él ni por un momento.

La cólera se metió como puñal en mi ser y mi organismo; sobre todo porque yo de


pie y como estatua podía sentir las miradas y murmullos de burlas hacia mí por estar
presenciando una muestra de amor tan comprometedora entre mi esposo y su ex.
Desoladamente, ellos no sabían el daño y el destrozo que causaban en mí sus muestras de
amor; ya que se seguían abrazando como sino se querían despegar uno del otro.

—Ninguno de ellos saben lo que es actuar con decoro— apareció ligero Luciano y
se colocó a mi lado—parecen un par de adolescentes.

No le respondí nada, ni siquiera me molesté en preguntarle sobre las razones de su


presencia allí, yo estaba descuartizada y sin color alguno sobre la piel y tenía mayores
cosas en que impacientarme. Sentía miedo, rabia, odio y coraje por ver a mi esposo
abrazado de esa mujer y rodeado por los participantes de la universidad. Él parecía tan
contento y por un momento la envidia de no ser Kimberley se apoderó de mi alma

Además, no podía engañar a nadie pues se me notaba claramente en los ojos que
estaba sufriendo como un caballo sin libertad y como una paloma enjaulada en una
mazmorra de oro. Estaba haciendo el oso de año y eso no me gustaba; me estaba cansando
de vivir entre esos dos.

— ¡Por mí, muéranse todos! —les grité y no sé como tuve valor para hacerlo pero
moví mis pies fuertemente hacia la feliz parejita y los empujé sin principios y con furor,
luego corrí para desaparecer de allí y me dirigí a los camerinos de la cancha; entrañaba la
soledad de un momento en el desierto.
Allí tiré la puerta de golpe y me encerré a llorar, con las manos tapando mis ojos me
puse a reflexionar que Jefferson era una cabezota por el que yo sin quererlo vivía al límite
del odio y el amor. ¿Cómo un chico como él podía tener tantas caras en el mismo cuerpo?
¿Cómo podía parecer tan bello pero actuar como si fuera el ogro de un cuento de terror?

En mis ojos las lágrimas me acuchillaban como dagas voladoras, estaba sufriendo
una gran depresión y una tristeza que en mi corta vida no había sentido. El corazón me
dolía y los sentimientos que batallaban en mi corazón yo no los podía explicar. Soñaba con
poder sacarme a Jefferson del alma y quería con toda mi alma alejarme de él para siempre.

No creía en su cara angelical, no podía hacerlo y menos cuando estando casada con
él lo había descubierto tal y como era; es decir, sin mascara ni adornos. Jefferson no era
nada bueno, me humillaba, me dañaba y me agrietaba el alma y sin embargo, allí estaba yo
llorando por él.

— ¡Tonta! ¡Tonta! ¡Tonta!—me repetí una y otra vez a mí misma, perdiendo el


miedo a enfrentarme a la realidad, en tanto dejaba que mis piernas cedieran y disiparan su
poder; me arrodillé en el suelo y sin disimulo lloré y lloré queriendo quedarme sin aliento.
Entre las líneas del tren me quería lanzar.

— ¿Puedo pasar?—me gritó ahogadamente Jefferson desde detrás de la puerta—


¡Necesitamos hablar!

— ¡Déjame sola! ¡Márchate!—le grité limpiándome las lágrimas y levantándome del


suelo— ¡Quiero estar a solas!

—Lo siento, pero no me voy a ir y tampoco te voy a dejar a solas ¡Abre la puerta,
por favor!—suplicó desde afuera.

—No, no quiero hablar contigo.

— ¡Mariska, déjame entrar!—Ladró con voz irritable— ¡Mariska! ¡Mariska, abre la


maldita puerta! —Gritó endemoniado pero yo no le contesté.

—Si no quieres abrir la estúpida puerta, entonces usaré la fuerza—respingó


abriendo con fuerza la dura puerta, yo lo vi y mi corazón se quedó en shock— ¡Ya te dije
que tenemos que hablar!

Jefferson entró y caminó pausadamente mientras mi garganta tragaba con


desespero, no podía confesarle que estaba llorando por él, no podía seguir humillándome
¡Eso nunca! Le di la espalda y caminé un poco lejos de él, hacia la pared del camerino.

— ¿Por qué lloras?—me preguntó —Odio esas escenitas de pareja en público—me


dijo acercándose a mí— ¿Cuándo vas a madurar?
Me di la vuelta y lo vi; entonces, por un momento odié su forma tan serena de
mirar. Era un caprichoso insufrible que me hacía la vida bastante difícil, Sí, conocerlo
había sido el peor error de mi existencia.

—Acabas de dejarme en ridículo delante de todos—anunció con la voz mezquina—


Ni siquiera para disimular tu rabia me felicitaste por mi triunfo. ¡Imagínate, todos se
compadecieron de mí por tener una esposa tan odiosa!

No le contesté, Jefferson debía saber que yo no era una odiosa y las razones de mi
rabia; pero a consideración parecía que no tenía ningún deseo de reconocer su error de
unos minutos atrás. ¿Por qué siempre parecía el bueno de la historia?

—Yo les propuse a los chicos que ustedes podrían cumplir la apuesta este fin de
semana y creo que sería bueno hacer un viaje para llevarla a cabo—notificó prudente—
Aún no hemos decidido el lugar pero por lo que a mí respecta me va a encantar verte
hacer de mi sirvienta—arrugó con sensualidad el gesto— ¡Mañana va a ser un gran día!

— ¡Imbécil!—susurré alzando muy poco la voz queriendo dejar esa frase solo para
mis oídos.

— ¡Ojo con lo que pronuncias con esa boquita de chocolate!—me manifestó


escuchando claramente mis palabras—Yo no tengo la culpa de que hayas perdido el
partido.

—Ya te dije que no quiero hablar contigo—le manifesté atónita— ¿Por qué entraste
al camerino?

—No había un cartel de “PROHIBIDO”—me informó burlista.

No le respondí, no quería seguirle la corriente pues yo estaba furiosa pero era por
otra cosa.

— ¿Y no vas a felicitarme?—me figuró—yo gané y creo que me lo merezco.

— ¡Esta bien, señor perfecto!—le anuncié con demasiado flagelo, mostrando pocas
ganas— ¡Felicidades por tu triunfo! —entonces me crucé de brazos.

— ¡No aguanto más tus malos augurios! —Me comunicó irascible de mi poca
disposición a tener una acorde conversación con él— Si no quieres felicitarme no lo hagas
solo para quedar bien. Además, aún no te perdono el haberme hecho quedar ante todos
los estudiantes en ridículo. Ya es la segunda vez que armas uno de tus berrinches.

— ¿De qué hablas?—me sorprendí de su mensaje bajando los brazos—Yo no te he


hecho nada.

— ¡Claro que sí!—me corrigió—Hoy nos empujaste a mí y a Kimberley y el


domingo saliste corriendo berrinchuda cuando salvé a Kimberley de ahogarse ¿O no te
acuerdas de eso?
— ¡Te odio!—le grité con desespero al darme cuenta de sus intenciones de hacerse
la víctima—yo no era el que estaba de prostituto abrazado de otra mujer que no era su
esposa.

—Ja,ja,ja—se burló con gracia—Así que estas celosa.

—Yo no estoy celosa—le grité al pensar que él sí que era un verdadero imbécil —
¡Eso, ni lo sueñes!

Entonces, él puso una cara amargada; sí esa cara de señor testarudo que no me
gustaba ni medio centímetro; pero entre ella y la de frialdad que mostraba todos los días,
aún esa tarde no sabía con cual quedarme.

— ¡Eres una impertinente!—me declaró con poca expresión en la cara—No me


haces mucha gracia.

— ¿Y?—dudé unos segundos— ¡No sabes cómo me gustaría escaparme de ti!—le


respondí sin pensar mucho en mis palabras.

— ¡Deja las tonterías!—pareció perder el sentido— ¡Acepta que estas celosa de


Kimberley y de mí!

— ¡Eso no es así! ¿Cómo puedes tener un corazón tan de piedra?—alimenté su odio;


en tanto en mis adentros lloraba desconsoladamente– ¡Idiota!

— ¡No te preocupes!—se puso serio y yo no podía dejar de adorarlo cuando se


ponía así—No me importa que no aceptes tus celos; aparte, deberías estar feliz pues este
fin de semana me tendrás únicamente para ti.

— ¡Cállate!—le ordené angustiada perdiendo el aire— ¡Cierra ese pico que tienes
por boca! ¿No ves que me haces daño?

—Ya estoy harto de tus instantes de loca esquizofrénica—me reveló con poca
tranquilidad— ¡No te angusties!

Y eso me hizo desfallecer, no pude controlarme ni un segundo más y me eché a


llorar sin consuelo. Él se quedó como en shock y no se movió ni por un instante de su
lugar. Yo no sabía por qué carajo estaba haciendo una llantina delante de él; si con eso me
estaba haciendo mucho daño yo misma.

Jefferson me miró con los ojos redondos, con la voz seca y la garganta débil; estaba
tremendamente sorprendido de verme actuar como si fuera un bebé sin biberón. En tanto,
yo sin dejar de llorar me imaginaba lo feliz que él se sentía de haberme puesto a su merced
y lo triunfante que se debía concebir por verme sometida, otra vez.

Al cabo de un par de minutos, no sé cómo pasó pero mi llanto por fin lo conmovió y
me abrazó. Al sentir su fuerte pecho pegado al mío me dio un escalofrío tremendo a lo
largo y ancho de mi cuerpo. ¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba abrazando? Eso era un
sueño hecho realidad.

— ¡Bueno, está bien, me equivoqué!—susurró en mi oído derecho con una voz muy
glamurosa — ¡Lo siento!

—No te burles de mí—murmullé pegada a su hombro pues sabía que él no flirteaba,


simplemente intentaba quedar bien ¿O no? — ¡Tú no sientes nada!— le avisé mientras se
me retorcía el estómago y me salían unos hoyos en las mejillas

— ¡Claro que sí!—aseguró con voz ronca— ¡Lo lamento muchísimo! Digo el haberte
hecho llorar.

— ¡Tonto!—gemí y le di un suave golpe en el pecho— ¡No quiero tu consuelo!—


pero al hablar las lagrimas fueron más fuertes que antes.

— ¡No llores mi vida, no llores!—me acarició con los labios la mejilla dejando con
ello que mis ojos se entornaran —De ninguna manera mi intención ha sido hacerte sufrir.

Yo temblé al sentir sus labios en mi pómulo, aún no creía que Jefferson me estuviera
hablando con esas palabras tan dulce, sí, tenía que ser un sueño y pronto me iba a
despertar. Las piernas me tambaleaban y por un momento sentí que me iba a caer al suelo;
más, allí estaba él sosteniéndome con sus agraciados brazos de príncipe.

— ¿Has oído las historias de las parejas que se pelean y que luego se reconcilian con
un beso?—me preguntó muy cerca del oído con la testosterona bien activada—deberíamos
probar eso—y sin decir ninguna palabra más acercó sus labios a los míos y me besó con
total delicadeza y pasión. Yo no le dije nada, estaba soñando por las nubes, la cabeza me
daba vueltas y por unos segundos me olvidé de respirar; pero para mí eso no era necesario
pues allí estaba él dándome respiración boca a boca. ¡Eso si era dar respiración boca a
boca!

— ¡Válgame Dios!—gritó una voz recién llegada que hizo que mi esposo se separara
de mí rápidamente— ¡Lo siento, no quería interrumpirlos!—anunció Adhemar.

— ¿Qué estás haciendo aquí?—preguntó furioso Jefferson e intentó cubrirme con su


cuerpo— ¿Por qué no tocas la puerta antes de entrar?

— ¡Discúlpenme!—anunció apenado Adhemar—Yo no quería interrumpirlos pero


es que…

— ¡No interrumpes nada!—gritó bravísimo Jefferson— ¡Ella y yo no estábamos


haciendo nada!

— ¡Eso es mentira!—corrigió contento Adhermar—pero bueno como eso no es mi


problema, no me queda más nada por hacer o decir que darles mis felicidades porque lo
cierto es que hacen una pareja de ensueño; eso de verse a escondidas sólo para darse
cariñitos es algo muy lindo que a ustedes les queda de maravilla. Yo pensaba que no
hacían pareja, pero ahora que los veo me siento enamorado—entonces se giró a la salida y
se marchó del camerino.

— ¡Cómo me sacas de quicio!—le grité alejándome de él—No vuelvas a hacer lo


mismo otra vez ¿Me escuchas? ¡Eres un pervertido!

— ¿Qué te pasa?—divulgó con voz indescifrable—cualquiera cree que te obligué.


Hace sólo unos pocos segundos parecías muy dispuesta a colaborar conmigo.

Me quedé muda de la incomodidad, no sabía cuales eran los planes perversos de


Jefferson pero no quería averiguarlos; es que no lograba entender su forma tan disímil de
ser; ya que, por una parte era un caballero de armadura de oro y por otro lado un
completo y total idiota incapaz de sentir amabilidad por una persona como yo. Él habló
algunas palabras que no pude oír y por un momento me bloqué de la tierra y salí
corriendo hacia otro universo.

— ¿Sabes, quiero que este viaje sea bastante especial?— me dijo luego de unos
segundos mostrando una cara angelical — ¿Entonces, prefieres ir a “El Cielo y más Allá” o
a la montaña?

— ¿Qué, qué dijiste? —tartamudeé ansiando manifestar fuerza de voluntad.

— ¡Vaya, vaya!—expresó impaciente— ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Mi beso te dejó
tan desubicada? Te digo que si quieres ir este fin de semana para pagar tu castigo de ser
sirvienta por un día a “El Cielo y más Allá”, que es una de mis islas privada o a la
montaña. Los chicos no han decidido, pero a mí particularmente esa isla me trae muy
buenos presentimientos. Creo que muchas cosas buenas van a pasar allí.

— ¿Ah, sí?—manifesté sin muchas ganas—No sé, para mi es igual el sitio que
escojas tú; al fin y al cabo voy a ser tu esclava.

Pero rectifiqué al remembrar las palabras que Jefferson me acababa de decir:

— ¿Dijiste que tienes una isla privada?

—Sí, eso dije—me respondió con intriga— ¡Bueno, la verdad es que tengo muchas
propiedades y una gran cantidad de islas privadas, pero de todas formas tengo que
confesar que la que más me gusta y donde me siento más a gusto es en “El Cielo y más
Allá”.

—Entonces—me llené de mucha emoción— ¡Vamos para allá!

— ¡Buena escogencia, esposita!—platicó haciéndome una caricia en la cabeza—


Estoy de acuerdo contigo sería divertido ir a mi isla privada.

— ¿Y dónde queda?—curioseé con mirada ansiosa— ¿En qué parte del país?
— ¡No seas tontica!—me volvió acariciar la cabeza y yo arrugué el gesto—esa isla
no queda en nuestro país; está ubicada en Italia.

— ¿Vamos a ir a Italia?—le manifesté inquietada.

— ¡Claro!—respondió atrevidamente—Aunque pensándolo bien creo que lo mejor


es que nos vayamos en uno de mis aviones privados separados del resto del grupo. Los
demás pueden ir en otro avión.

— ¿Tienes un avión privado? —dudé asombrada.

—Sí, muchísimos—contestó tranquilamente tal y como si yo no le estuviera


hablando de algo tan relevante—En fin, nosotros dos iríamos en uno como pareja real y el
resto de los chicos y chicas viajarían en otro. ¿Qué te parece?

— ¡Está bien!—le contesté de lo más contenta y campante como una luciérnaga—


¡Claro que acepto!

Esa noche después de cenar, logré dormir en paz; pues no tenía tantas cosas de que
preocuparme en la cabeza. A pesar de lo que había pasado esa tarde entre Kimberley y
Jefferson no podía olvidar lo encantador que él se había portado conmigo en el camerino,
mucho menos podía olvidar el largo y dulce beso que los dos nos habíamos dado; fue
totalmente maravilloso.

Además, tenía otra fuertísima razón para estar contenta; ya que, Luciano en la cena
había decidido también acompañarnos a la isla privada de Jefferson, lo que significaba que
no me iba a sentir tan sola; pues, aunque sabía desde el principio que mis amigas iban a ir
no sabía por qué pero en el fondo sospechaba que ellas iban a estar más pendientes de mi
esposo, de los amigos de éste y de la isla, que de mí, su amiga del alma.

Esa mañana me levanté a las tres de la madrugada, era súper tempranísimo pero la
reina madre me había solicitado que me levantara temprano para que yo ayudara a las
sirvientas a escoger la ropa que me iba a llevar al viaje. Al final de ver tantas y tantas ropas
me desesperé y decidí que lo mejor era que ellas escogieran mi vestuario de viaje.

No desayunamos juntos porque Jefferson anunció que él lo haría en el avión,


después de eso yo volví a mi habitación y seguí ayudando a las sirvientas a elegir la ropa.
No entendía por qué si era un viaje de fin de semana tenía que llevar tan ropa y tantas
maletas.

Cuando por fin salí al estacionamiento donde Jefferson me estaba esperando estaba
súper agotada. Necesitaba algo de aire pues ver tanta ropa y tantas cosas me habían hecho
sentir incomoda. Para el viaje Carolyn me hizo ponerme una sencilla blusa color azul, una
minifalda negra y unos zapatos de tacón bajo del mismo color que la falda. Yo que
siempre vestía así. No me sentí nada incomoda.
—No puedo creer que mi primo vaya a ir a este viaje—oí decir a Jefferson cuando él
estaba mirando con cara de fuego a Luciano sin percatar que yo ya había aparecido y que
me estaba acercando a él.

— ¿Por qué te molesta tanto su presencia?—le pregunté tocándole el hombro para


que notara mi presencia.

Él se volteó hacia mí y abrió sorprendido los ojos; yo lo miré y no pude interpretar


lo que quería decir con esos gestos tan duros que me manifestaba en silencio. ¿Por qué
Jefferson era tan odioso con Luciano? ¿Así había sido siempre? ¿Ellos dos anteriormente se
llevaban tan mal?

—Te encanta hacerte esperar—me miró con cara de desesperación y cansancio


demostrándome con ello que ya estaba harto de esperarme, pero que eso no significaba
que tenía alguna intención de responder mi pregunta—creo que si fuera una emergencia y
tu fueras enfermera, los pacientes renunciarían a que tú los atendieras.

— ¡No seas malo!—chillé como niña malcriada quitando mi mano de su hombro y


pasando por su lado con la cara bien erguida—tampoco fue que tardé tanto.

—Sólo un par de horas—susurró con cara de melodramático siguiéndome el paso y


actuando como si sus palabras fueran verdaderas y no una completa exageración.

—Únicamente fue media hora de tardanza— le sermoneé montándome en la


limusina al unísono que Jefferson me sostenía la puerta para darme paso. Luego él entró al
vehículo y cuando el guardaespaldas cerró la puerta me manifestó:

—Espero que no andes de señorita con mi primo porque tienes que ser mi sirvienta
en este día.

—Él es mi amigo ¿Qué te pasa?—le vociferé mortificada—además, a mi no se me ha


olvidado que perdí la apuesta. Sé que voy a hacer tu sirvienta y no voy a poner excusas
para zafarme.

—Una pregunta—le dije luego de unos segundos sin hacer ningún ruido.

— ¿Qué?—me dijo bastante obstinado.

—No tienes que ser tan grosero—le amonesté mordiéndome el labio para no decir
nada más que lo fuera a poner peor.

—Al grano—me sentenció al unísono.

—Mi pregunta era…—dudé pensando en que Jefferson me podía hacer ver como
una idiota.

— ¿Qué?—me repreguntó acariciándose sus hermosos ojos de soberano.


— ¿Por qué tenemos que ir en limusina si el aeropuerto de tu familia queda en los
alrededores del palacio?

— ¡Bobita!—me tocó la nariz y me dio un ligero beso en la mejilla derecha—El


aeropuerto queda a unos cuantos kilómetros del palacio aunque está en los mismos
terrenos, no podemos ir caminando ni a caballo como en la edad medieval; pues nos
cansaríamos demasiado rápido.

— ¡Ah!—entendí finalmente intentando disimular el tono colorado que habían


tomado mis mejillas al sentir la suave boca de Jefferson sobre ellas.

Llegamos al aeropuerto privado de la familia real al poco tiempo. El chofer y el


guardaespaldas nos abrieron la puerta a mi esposo y a mí. Me quedé sorprendida de ver
tantas aviones y helicópteros juntos. También estaban por allí los amigos de Jefferson, mis
amigas, Luciano y dolorosamente y sorpresivamente Kimberley.

— ¿Qué hace ella aquí?—le pregunté rabiosa a Jefferson, viendo con flagelo como la
susodicha mujer subía contentísima al avión— ¿No la habrás invitado al viaje?

—No entiendo de lo que estás hablando—me anunció actuando de lo más normal y


cínico.

—Claro que entiendes—le recriminé intentando contener mi furia y apretando los


puños a ambos lados de mi cuerpo—Me parece tan espantoso que hayas invitado a
Kimberley a este viaje cuando ella ni siquiera estaba en la apuesta de ayer.

—Ah eso—me notificó poco preocupado—Digamos que a mi me gusta que las


cosas sean pares. Si tú invitaste a mi primo, que yo invite a Kimberley viene siendo lo
mismo.

—Eres…—no terminé de decirlo porque me di cuenta que la palabra “Insoportable”


no era suficiente definición de lo que él era—Lo que haces en contra de mí es
imperdonable,

— ¡Amiga!—me gritó desde las escaleras del avión Rosiris cuando estaba a punto
de abordar—nos vemos en la isla.

Yo levanté el brazo saludándola y mostrando una felicidad enorme porque ya


Marianny y Gabriela habían abordado el avión acompañadas del resto de los invitados a la
isla. Eso era una buena noticia; pues en la isla no me iba a sentir tan solitaria. El último en
subir al enorme aparato volador fue Luciano que sin medir las consecuencias de sus actos,
me arrojó un beso con la mano derecha antes de despedirse de mí con un adiós bastante
diferente a lo que yo estaba acostumbrada a recibir de él.

—Nos toca abordar a nosotros —Me manifestó Jefferson tomándome por los
hombros y haciéndome caminar a su lado directo hacia donde estaba nuestro avión.
—Desde el momento que los dos subamos a esa avión, tú día de esclavitud
comenzará a llevarse a cabo–me susurró al oído sin soltarme— creo que va a ser el día en
que mis sueños más salvajes se harán realidad.

Tragué fuerte conmocionada por lo que acaba de oír, esas crudas palabras podían
tener diferentes interpretaciones y era mejor no entrar en detalles en ninguna de ellas.
Preferí mirar desde afuera cada detalle del avión en el que ambos viajaríamos, detallé las
alas, la cabina del piloto y del copiloto, también la cola y las hélices.

Con su ayuda subí al avión, finalmente él entró y después los empleados del
aeropuerto cerraron la puerta para dejarnos a los dos adentro de un aparato en el cual yo
por primera vez iba a viajar. Posteriormente una auxiliar de vuelo o azafata, como yo la
conocía, entró dando las instrucciones de vuelo y de seguridad antes del despegue; por lo
que a Jefferson y a mí no nos quedó más remedio que sentarnos en los acomodados y
lujosos asientos.

Entre sollozos intenté disimular el miedo que sentía a volar, el avión despegó y por
un momento yo recordé los accidentes de aviones que cientos de veces habían transmitido
por televisión y que melodramáticamente a mí me había causado un pavor profundo y
unas reservas ilimitadas a volar en avión.

— ¿Sientes vulnerabilidad de estar entre las nubes?—me preguntó Jefferson


notando mi nerviosismo; pero yo no le confesé mi verdad, no podía quedar ante él como
una cobarde o una aerofóbica.

—En fin—declaró poniéndose cómodo— ya creo que es hora de que comiences a


ser mi sirvienta por un día.

— ¡Ah!—comprendí que mis miedos para él no valían nada— ¿Y me vas a hacer


vestir como una sirvienta?

—Mmm—expresó pareciendo como si lo estuviera pensando—No, claro que no—


susurró acariciándome la cara con bastante entusiasmo—yo no soy tan humillante—y por
un momento yo me alegré de esa noticia—pero, sí tienes que obedecerme en todo.

— ¿En todo?—dudé llena de escalofríos de esas dos inquietantes palabras.

—En todo— pactó con una maliciosa sonrisa, luego se alejó de mí y se acomodó en
el asiento con la pierna derecha sobre la izquierda mostrando con hincapié sus relucientes
músculos.

— Estoy de acuerdo ¿Y con qué comenzaría?—le inquirí sintiendo miles de cosas en


el cuerpo, en el alma y en el corazón; debido a que, cada vez que reflexionaba sobre las
palabras de Jefferson, más llegaba a la conclusión de que mi esposo quería aprovecharse
de mí y que estaba buscando el lugar perfecto para hacer el amor conmigo. Sí, el avión
privado era perfecto y estaba en la lista de los posibles sitios que él estaba buscando para
hacer de las suyas.

—Un café me caería de maravilla—comunicó él cruzándose de brazos y yo palidecí


de estar pensando tales cosas de mi esposo cuando el susodicho no parecía tener ninguna
idea mala en contra mí.

—No estás jugando limpio conmigo—le advertí en voz alta aunque por un
momento pensé que él no me había escuchado. Jefferson me miró con gentileza y sonrió
nuevamente.

El viaje fue duro y de estresante trabajo, tuve que preparar alimentos y servírselos a
Jefferson; además no supe por qué pero el tonto ese me obligó a lavarle y plancharle la
camisa que se le ensució a propósito con la comida, limpié los salones del avión, cumplí
cada uno de los mandados que él me hizo y asumí el rol de enfermera cuando él fingió
sentirse enfermo y tener dolor de cabeza.

Finalmente mi esposo me dejó descansar unos cuantos minutos en mi asiento, por


un momento agradecí la comodidad de ese maravilloso puesto y recliné con felicidad la
butaca. Por fin era momento de echar la siesta; no obstante, esa emoción duró poco cuando
la auxiliar de vuelo se acercó a nosotros y nos pidió cordialmente que nos preparáramos
para el aterrizaje.

Con desilusión me acomodé y esperé con ansias llegar a la isla para darme una
buena ducha para suavizarme y disminuir el dolor que tenía alrededor del cuerpo. A
medida que el avión descendía mi corazón palpitaba más lentamente.

Al llegar a la pista de aterrizaje de la isla estaba tan agotada que añoré estar en mi
cama dentro del palacio. Ya el avión donde viajaban el resto de los invitados había
aterrizado y cuando Jefferson y yo nos bajamos del avión todos nos recibieron con sonrisas
en sus labios. Hasta Kimberley mostró una felicidad bastante contagiosa.

Luciano al verme en la pista de aterrizaje salió disparado para donde yo estaba


parada y me cargó entre sus brazos. Jefferson no dijo nada, su cara seria tampoco reflejaba
nada.

—Estoy tan feliz de que ya hayas llegado —me habló contentísimo Luciano; sin
embargo, yo no le dije nada ¿Y cómo podía hacerlo si él estaba actuando como si estuviera
enamorado de mí? ¿Qué? No, eso no era así, él era mi amigo y como amigo se iba a
quedar.

Luciano me bajó de sus brazos y yo intenté parecer serena. Los encargados de


despachar las maletas nos entregaron a todos nuestros respectivos equipajes y
posteriormente una docena de guardaespaldas las tomaron en sus manos y las llevaron
cargadas a un yate con destino a la isla.
Todos caminamos detrás de ellos unos minutos para abordar el yate, luego hicimos
un recorrido por el mar de unos pocos minutos para llegar a la isla. En ese tiempo, las
conversaciones iban y venían; sin embargo, Jefferson no me dirigió ni una sola palabra, el
muy idiota se había vuelto a poner furioso conmigo; no intentaba encubrir su ira del resto
de las personas abordo y me mantenida sostenida de su mano como señal de pertenencia.

Cuando llegamos a la isla, todos nos quedamos perplejos de ver tan bellísimo lugar.
Yo que nunca había viajado a uno de estos lugares me sentí volar entre nubes de algodón.
Me encantó mirar tan blancas arenas envueltas por varias cabañas de lujosísimo confort.
Fue fascinante ver las preciosas palmeras que adornaban el lugar, el agua azul, el sol
caliente y los hermosos oasis que estaban cercados por caminos áridos, llenos de rocas y
vientos fuertes.

— ¡Gracias por venir a la isla! —comunicó Jefferson llevándonos a las cercanías de


la cabaña más grande, dirigiendo sus palabras únicamente a sus amigos, a mis amigas, a
Kimberley y a mí. Hecho que a mí me hizo quedarme perpleja; puesto que, no sabía la
razón pero las palabras de mi esposo no se habían encaminado a Luciano.

Cuando estabas cerca de la entrada, salió una mujer vestida muy sencillamente

— ¡Buoni giorni!—expresó la italiana—È un piacere ricevere i loro qui.

—Grazie Berenice, —comunicó Jefferson sin emoción alguna—Sono i miei ospiti—


manifestó señalándonos a todos—Per favore, voglio essere visto molto bene.

—Sissignore—anunció la mujer haciendo una suave reverencia.

—E si può andare in pensione—le ordenó secamente, intentando no parecer más


furioso de lo que ya estaba.

—Con il vostro permesso, lascio—luego la mujer dio media vuelta y entró a la


cabaña. Al unísono los guardaespaldas entraron a dicho lugar formando una columna y
cargando las maletas. Después, todos seguimos a Jefferson que de primer lugar entró a la
cabaña.

Jefferson nos mostró a cada uno nuestras habitaciones y por un momento yo sentí
pavor de que por andar guardando las apariencias, mi esposo y yo tuviéramos que dormir
en la misma habitación. Cuando él me llevó a mi dormitorio mi cuerpo protestó un gran
abuso emocional, no sabía que estaba pensando él, pero sospechaba que no era nada
bueno.

Pero, gracias a Dios que Jefferson no se quedó mucho tiempo en la alcoba y decidió
salir a continuar con sus labores de “guía turístico”. Ya sola en la habitación, yo decidí
que necesitaba cumplir con el propósito que me había planteado en el avión de darme un
baño.
Me desnudé como una maquina calculadora; en tanto, sentía los ojos cansados y
saturados como consecuencia del haberme levantado de madrugada para prepararme
para el viaje y por el no haber podido dormir durante el traslado del aeropuerto a la isla.
Coloqué la ropa sobre la cama y tomé una toalla blanca que estaba colocada en la puerta
de un guardarropa, me cubrí con ella y decidí que ya era momento de darme ese salpicado
que bastante merecido lo tenía.

Abrí la puerta del baño y agradecí nuevamente a Dios por ser tan bueno conmigo.
No podía ser algo malo que en el dormitorio hubiese un baño. Por lo menos no tenía que
andar caminando por toda la cabaña en busca de una ducha. Entré en la ducha y sonreí al
ver el enorme y redondo jacuzzi que mostraba la elegancia, sencillez y tecnología de ese
lugar.

Por un momento me di cuenta que ese regalo era para mí; ya que el jacuzzi estaba
preparado para que yo me diera un baño en esos instantes; porque desde que lo habían
puesto en marcha estaba saliendo mucha cantidad de espuma blanca. Entonces, llegué a la
conclusión de que Jefferson era el causante de eso. Nerviosa introduje un dedo en el agua
y me maravillé que ésta alcanzara los 38º C.

Sin dudarlo más, arrojé la toalla a cualquier lugar, entré al jacuzzi y me di un


merecido baño de agua y espuma tibia. Cerré los ojos y por unos segundos me quedé
felizmente dormida. No obstante, después de un corto tiempo de descanso, abrí los ojos
velozmente al sentir los pasos de alguien acercándose, tenía que ser Jefferson, podría
reconocer esos pasos dados al caminar hasta desde un kilometro de distancia.

— ¡Ni se te ocurra entrar aquí! —le grité súper nerviosa levantándome de prisa
dispuesta a buscar la toalla para cubrirme, sin embargo, no logré hacerlo. Jefferson abrió la
puerta del baño y me vio totalmente desnuda, al hacerlo no sabía por qué razón, no
obstante, su respiración comenzó a acelerársele.

— ¡Qué guapa eres!—Indicó con la voz entrecortada santurronamente, después se


acercó muchísimo a mí intentando parecer lo más sereno posible. Yo me quedé
boquiabierta por lo que Jefferson me acababa de decir. Era un príncipe totalmente
descarado y desvergonzado.

—Acabas de violar la poca intimidad que tengo en este lugar—le dije mirándolo
embobada intentando parecer tranquila, mientras veía por todo el baño pretendiendo
recordar cuál era el lugar en donde había dejado la denigrada toalla que necesitaba para
cubrirme.

— ¡Qué lástima me das! —Me articuló con la voz fría pero a la vez con un sabor
dulce como un helado de mantecado en sus palabras— ¡Eres tan tontita!

—Ya te lo he dicho varias veces, no atestigües tanto que soy tonta, yo estudio y
trabajo y no soy como otras chicas.
—Claro que eres tontita—me susurró tocándome la cara y bajando su mirada hacia
mis senos—No sabes lo que me estás haciendo al estar desnuda y de pie en este lugar. Si
no fuera porque soy un caballero, los dos terminaríamos haciendo lo que ambos deseamos
hacer desde que nos casamos.

— ¡No digas eso!—le supliqué sintiendo por todo el cuerpo un estremecimiento


agradable que me estaba volviendo loca.

— ¿De qué tienes miedo? Es sólo sexo, no sé por qué te pones melodramática—
pronunció con su marcado orgullo masculino.

— ¡No sólo es sexo!—le amonesté sintiéndome humillada.

— ¡Claro que sí!—me corrigió bastante irritable— ¡Tú no sabes besar y no debes
esperar más que eso! Yo no soy como mi primo que vive por ti, esperando amor. El amor
es de los débiles.

— ¡No tienes corazón! Mejor dicho lo tienes pero no sabes usarlo. Tu corazón es un
tempano de hielo—le grité dando por terminada la conversación y feliz porque finalmente
había visto donde había dejado la toalla. La tomé apurada y decidí que tenía que
abandonar el baño, me había peleado con él ¡Qué novedad!

Jefferson no dijo nada, se dio media vuelta y pasando por mi lado como si de un
mueble viejo se tratara salió apurado del dormitorio. Yo al verlo partir respiré profundo.
Necesitaba cargar algo de ropa si quería sentirme más cómoda cuando estuviera cerca de
él y si por lo menos quería reñir con él en iguales circunstancias.

Me puse un traje de baño algo elegante y sexy, necesitaba algo de seguridad ante la
presencia invasora de Kimberley. Ella iba a andar campante por allí y verme bien
arreglada por lo menos me subiría la autoestima.

Llegué a la sala de la cabaña a la media hora. Allí todos estaban reunidos junto a la
fogata. Yo con mi cabeza bien erguida decidí obviar la pena que recorría mi cuerpo de
estar medio desnuda con ese traje de baño; pues no estaba acostumbrada a mostrar tanto
mi cuerpo. Inmediatamente al pasar por el medio de mis amigas y de sentarme junto a
Luciano, Jefferson me miró con sus brillantes ojos de reproche.

Todos me vieron y por un momento me arrepentí de estar llamando tanto la


atención. Me veía guapa y sexy, lo que no era natural en una princesa, futura reina de la
república. Bueno, pero por lo menos me estaba entreteniendo al ver a mi marido con una
cara de sádico incorregible.

Rosiris, Marianny y Gabriela estaban sentadas en el suelo hablando como si


estuvieran acostumbradas a hacer uso de su galantería. Las tres se mostraron tranquilas de
estar en un ambiente tan natural y fino como lo era el de esa isla. En cambio, los amigos de
de mi esposo parados cerca de la puerta que iba hacia la cocina, parecían estar incómodos
de estar rodeados de ellas.

Sí, hasta ahora todos se habían llevado bien y la relación marchaba acorde a lo que
los psicólogos pedían; pero era que estar todos, reunidos en la sala de la cabaña, en traje de
baño y tomando café, era una situación bastante tentadora y pasional. Sobre todo, para
esos muchachos que tenían el apodo y la sangre de mujeriegos.

— Después de aquí—interrumpió el silencio Kimberley— ¿Podemos ir a bañarnos a


la playa?

—Sí, todos debemos ir a la playa—convino alegremente Adhemar—esa es una


buena idea.

Sin embargo, Jefferson no contestó ni sí, ni no. En cambio, desde donde estaba
sentado cerca de una gran ventana, me buscó con su sensual mirada y me guiñó un ojo. Yo
temblé de verlo hacer eso; más un fuerte apretón de mano de Luciano me despertó de tan
encantadora situación.

Cuando finalmente todos decidieron que era momento de salir a tomar el sol, yo
andaba internamente deprimida; pues eso significaba que mi día de sirvienta iba a
continuar. Quería detener el tiempo por un largo rato para no tener que atender a Jefferson
en todo lo que me solicitara.

Pensando en todas esas cosas me quedé solitaria en la sala, cuando me di cuenta de


eso fue cuando sentí la mano de Jefferson tomar la mía. Su fría mano entre la mía se sentía
caliente y mi cuerpo justo ahí reaccionó temblando como siempre.

—Mi primo está ganando muchos puntos contigo—me reclamó intentando


contener la calma; no obstante, estaba apretando con mucha fuerza mi pobre mano.

— No te debo ninguna explicación—anuncié decidida a no dejarme someter por él,


aunque por dentro estaba tiritando de sentir sus celos a flor de piel—él es mi amigo y
actúa muy bien conmigo.

— ¡Demasiado bien!—me haló con mucha fuerza hacia él y yo contuve la


respiración—Pero, yo soy lo que tú necesitas—entonces me rozó los labios con los suyos
como queriendo besarme; sin embargo, justo ahí, se alejó como tantas veces lo había hecho
anteriormente.

— ¡No seas malo! —Le dije acercándome a él y sintiendo miedo del posible rechazo
que iba a recibir por parte de mi esposo—él es una buena persona y tú siempre andas
tratándolo como escoria—y justo ahí le toqué la mejilla; más al hacerlo noté que la mano
de Jefferson volvía a tocar la mía.

—Yo…—balbuceó sin dejarme irme lejos de él—no puedo negar que él es muy
bueno.
—Viste—sonreí como si estuviera jugueteando con el viento—Tú realmente quieres
a tu primo. Deberías intentar llevártela mejor con él—justo cuando dije esas realistas
palabras me di cuenta que había metido la pata; ya que, Jefferson al unísono se puso rígido
y su mano me apretó fuertemente.

—Hay cosas que si supieras—dijo erguido—no las tomarías de ese modo.

Jefferson me miró y yo a él y por unos segundos nuestras miradas reciprocas nos


hicieron olvidar a ambos el tema que estábamos discutiendo. Jefferson me abrazó y eso
fue suficiente para que yo sintiera que su corazón le latía enérgicamente.

Jefferson me acarició los cabellos mostrando una ligera sonrisa en sus preciosos
labios de príncipe de todas las estrellas. Mi alma en silencio no sabía en que pensar, lo
necesitaba pegado a mí y no podía discutirle eso a mi estúpido corazón enamorado.

Unos segundos después, el muy tonto me soltó de sus brazos y se me quedó


mirando con sus intentos naturales de galán de telenovela. Yo no supe que coño decirle
porque estaba como en otro planeta hipnotizada por sus redondos ojos.

—Di lo que estas pensando—me atreví a decirle finalmente; esperando con avaricia
que él no se burlara de mí— ¿Me vas a ridiculizar?

—No—habló con una sonrisa que parecía sacada de revista de famosos— ¿Por qué
tendría que hacerlo?—Me preguntó con el ceño fruncido.

—Tú sabes de lo que estoy hablando—me atreví a decirle inoportuna.

—No, no sé de lo que estás hablando—y terminando de decir eso se alejó de mí y


salió de la cabaña dejando la respuesta en el aire, tal y como si nunca la fuera hecho.

Durante el resto de la mañana él no se acercó a mí y yo estuve feliz de que todos,


absolutamente todos olvidaran el castigo de ser sirvientes por un día; pues al final los
chicos y chicas y hasta Kimberley se dedicaron a disfrutar y obviaron la tonta apuesta que
habíamos hecho en el día anterior.

Luciano estuvo jugando voleibol de playa con los muchachos, mis amigas
estuvieron nadando junto a Kimberley, tal como si fueran amigas de toda la vida y
Jefferson, por su parte, estuvo largo rato sentado en la arena, pegado a su laptop
intentando comunicarse a través de ella con las personas del palacio.

Cuando se cansó de intentar en vano, la cerró y se acostó en la arena para tomar el


sol. Yo sentada muy lejos de él decidí que no podía hacerle eso; ya que, nuestros amigos
pensarían muy mal de nosotros como pareja. Me levanté de mi lugar apartado, caminé
hacia él y luego me senté a su lado; sin embargo, el muy idiota pareció no darse cuenta de
mi presencia. Prefería más dejar que el sonido de las olas le envolviera los oídos.
Es más, acostado como estaba en la arena al lado mío, no decía nada y el silencio
nos ahogaba como las olas del mar. Él tenía los ojos cerrados y el brazo derecho sobre la
cabeza. ¡Se veía tan sexy con su bermuda y su camiseta que en un momento deseé estar
pegada a él de todas las formas posible! Él pareció darse cuenta de que lo estaba mirando
porque se sentó en la arena y se me quedó mirando con ojos ávidos.

Yo no le dije nada; prefería que el silencio siguiera reinando entre nosotros dos.
Además, tampoco sabía que podía comunicarle luego de lo pasado en el baño y en la sala
de la cabaña; digo, él había estado a punto de besarme en esas dos oportunidades, y esas
veces, casi pero que casi que lo logra.

Igualmente, yo sentía pena de hablar; pues en esas dos ocasiones también había
estado con ganas de responderle el beso y había colaborado mucho en ese acercamiento.
Aunque no nos habíamos besado como lo habíamos deseado, nos habíamos acariciado
muchísimo con la mirada.

No sé si fue el mar, el sol o el sonido de los pájaros; pero en un momento Jefferson


se colocó encima de mí y yo lo perseguí con la mirada; se veía tan sexy que mi corazón
suplicaba su amor. Las chispas comenzaron a estañar entre los dos. Él estaba mudo; no
actuaba del mismo humor que lo hacía la mayor parte del tiempo; estaba siendo un
príncipe en todo el sentido de la palabra.

Jefferson admiró mis labios y los tocó con la yema de los dedos; yo palidecí, no
entendía nada de lo que estaba pasando pero sabía que mi esposo en el presente me estaba
viendo como un hombre mira una mujer. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo y él lo
percibió; se acercó más profundamente a mí y colocó sus labios muy; pero muy cerca de
los míos.

— ¡Ustedes son una pareja genial!—expresó llegando de repente mi amiga Rosiris—


¡Lo siento! ¿Los interrumpí?

Más Jefferson no le contestó, se levantó furioso de encima de mí y se marchó


rápidamente a la cabaña. — ¡Te odio Rosiris!—pensé en mis adentros bravísima de que
ella se hubiese atrevido a llegar en un momento tan incomodo para mi esposo y para mí.

En la noche todos nos dirigimos a la cabaña y nos sentamos en los acomodados


muebles de cuero, mi esposo se sentó muy cerca de la puerta de salida y le ordenó a una
de las sirvientas que sirviera algo para tomar. Kimberley se acomodó cerca de Luciano y
yo por fin respiré de la entrometida presencia de él.

En el tiempo que transcurrió desde que la sirvienta fue al bar a buscar la botella de
whiskies solicitada por mi esposo, hasta el momento que a esa señora se le ocurrió
regresar, Jefferson hacia anunciaciones de que estaba agotado y que era una buena idea
que todos nos fuéramos a descansar. Pero eso era una vil mentira, él en cambio, parecía
vivir sólo para intentar quedarse a solas conmigo. Yo no sabía qué estaba pasando por su
cabeza, pero sospechaba que yo estaba incluida en sus planes futuros.

—Mariska—habló desde sonde estaba sentada Kimberley—Deberías ayudar a la


sirvienta a servir el whiskies.

—Esa sería una idea genial—avisó desde una esquina Brando—Haber si pagas algo
de la apuesta que perdiste.

Yo palidecí en tanto pensaba que Jefferson no podía permitir aquella humillación;


más, a diferencia de lo que yo especulaba, él se mantuvo en silencio como momia en
cementerio. Por lo que, a los pocos minutos, tuve que servir el whiskies y todo lo que los
amigos de Jefferson y mis amigas me pedían.

—Juguemos a strip póquer— propuso Washmatt—sería divertido ver a las chicas


sin nada puesto en el cuerpo.

—Nooo—participó súper colorada Marianny — ¿Te volviste loco? Yo no pienso


desnudarme por un juego.

—Uff ¡Qué aburrida!—expresó Kimberley haciendo alusión a que ella si estaba


dispuesta a mostrarse como Dios la trajo al mundo.

— ¡Mejor pongamos algo de música y bailemos! —opinó Bartolomé poniéndose de


pie y extendiéndole la mano a Gabriela en una serena señal de invitación.

Y así fue, Jefferson mandó a otra sirvienta para que pusiera música en el
reproductor y al transcurrir los minutos casi todos estaban bailando. Entonces, agotada
pero al fin desocupada de mi trabajo de ser la sirvienta y servidora de whiskies y de otras
bebidas, me arrojé adormilada a uno de los muebles queriendo que me tragara la tierra.

Sin embargo, Jefferson pareció no notar mi cansancio porque se levantó de su


asiento y se dirigió hacia donde estaba yo. Kimberley al verlo bajó la mirada, de seguro
pensaba que mi esposo la invitaría a bailar a ella; más, por el contrario, él me extendió la
mano a mí en una clara y honesta invitación para que bailara con él.

— ¿Por qué no la invitas a ella?—le pregunté intentando negarme a su proposición;


pues, en el fondo sentía pena de esa estúpida—Kimberley debe desearlo mucho—pero
Jefferson no se dio por vencido; ya que, no bajó la mano y yo tuve que ponerme de pie
para bailar con él. El susodicho no disimuló su alegría de que yo hubiese aceptado bailar,
me tomó por la cintura y me condujo al centro de la pista de baile.

Allí, me abrazó dulcemente y mi cuerpo comenzó a temblar, mi respiración se


entrecortó y por un momento renuncié a mis pensamientos de que eso no era correcto.
Comenzamos a bailar y en ese momento mi alma vibró por las aglomeradas emociones
que sentía. Mi corazón estaba combatiendo con el mismo; pues no sabía si ser frío o dejarse
llevar por una ilusión sin muchas esperanzas.
—Ella no es nada para mí—Al instante, Jefferson me susurró al oído con un tono de
voz muy duro y su voz me hizo estremecer todo el cuerpo—Tú en cambio, significas
mucho.

— ¿Qué quieres decir?—titubeé como una niñita— ¡No entiendo!

—No dejo de pensar en lo que estoy sintiendo—me confesó dejándome con el


corazón esclavizado ante él—Yo quiero que tú seas mía, no me importa nada Kimberley.

Justo ahí, los dos dimos una suave vuelta pegados uno del otro y Jefferson
aprovechó y me tocó una nalga con disimulo, pero sus buenos modales provocaron que a
los pocos segundos él alejara su mano. Yo arqueé un poco el cuerpo, necesitaba con
urgencias algo de calma para poder entender lo que estaba pasando.

—Ella siempre está cerca de ti—le expliqué perturbada aprovechando que el alto
sonido de la música nos permitía hablar sin que nadie nos escuchara—creo que pasa más
tiempo contigo del que yo paso cerca de ti.

—Eres demasiada perfecta—sonrió tocándome la espalda con pasión—si fuera por


mí, me encantaría encadenarte para que estés conmigo siempre. Pero tú me lo haces muy
difícil, especialmente cuando estas tan cerca de Luciano.

Al dar una vuelta en el baile, yo vi a Kimberley sentada muy cerca de la chimenea


viéndonos a los dos con resentimiento. Ella estaba jugando con una copa de Martini y en
un momento, verla tan rencorosa me dio pavor. La antipatía de esa estúpida era
fulminante. Yo no era nadie para Jefferson y sin embargo, él estaba allí diciéndome
palabras bonitas.

— ¡Tú eres mía!—comunicó Jefferson arrogante e insolente—Eso nadie lo podrá


cambiar, ni siquiera mi primo.

—Yo soy tu esposa, no tu propiedad—anuncié mordiéndome el labio inferior,


rabiosa de que estuviera hablando de Luciano como si yo tuviera una relación con él.

— ¿Estás segura?—me besó la oreja con mucho escepticismo y malicia—Yo creo que
tú me perteneces y que a ti te gusta que sea así.

Yo temblé y él sonrió. ¡Vaya, Jefferson era un Dios! Entonces, ahí me di cuenta que
mi cuerpo estaba encendido y que con nadie más me podría sentir así. Mi esposo era lo
mejor que podría pasarme y jamás podría alejarme de él. Era ante todo mi pareja y por
siempre lo amaría aunque la tempestad acabara con nosotros.

—Tú eres mi esposa y eres mía; a pesar de que aún no seas mi mujer—concluyó
indolente besándome el cuello sin tomar en cuenta la gente que estaba allí. Yo no sabía qué
pensar, él me estaba seduciendo y delante de todos, incluso de su ex.
Sí, todas mis amigas, sus amigos, Kimberley, menos Luciano, pensaban que
Jefferson y yo éramos una pareja en todo el sentido de la palabra, pero ahora él se los
estaba comprobando. Les estaba demostrando que ya estábamos acostumbrados a estar
juntos. No podía dejar de pensar en la mirada asesina de Kimberley, tampoco en los ojos
inflamados de Luciano cuando nos veía desde el mueble colocado junto a la chimenea.

— ¿Qué te parece si nos vamos a un lugar a solas?—Me dijo Jefferson soltándose de


mi abrazo y tomándome de los hombros.

— ¿Para qué?—le pregunté asustada; pues ese momento no sabía qué era lo que
Jefferson quería hacer conmigo.

— ¡No te preocupes! —se rió sensualmente Jefferson quitándome un mechón de


cabello que tenía en la mejilla—No te voy a hacer nada que tú no quieras. Somos adultos y
Cualquier cosa que pase entre nosotros de ahora en adelante será porque ambos lo
queramos.

—Jefferson…—vibré acalorada— ¿Qué estas planeando hacer en contra de mí? No


vayas a hacerme sufrir.

—Nada malo va a pasar entre tú y yo, eso te lo puedo asegurar—sonrió


acercándose a mi oído— ¡Yo soy inocente! Además, si nos vamos a algún lugar donde
estemos a solas podemos tomar algo únicamente los dos, sin nadie que nos critique por
andar de borrachos.

—Y eso sería genial para desahogarnos—sonrió besándome la oreja— ¿Quieres irte


conmigo?

—Sí, si quiero—no podía negarme si me lo pedía de esa manera tan delirante, él ya


conocía la forma de manipularme actuando natural y sensual al mismo tiempo.

Jefferson sin prestar atención a lo que podrían decir de nosotros me tomó de la


mano y me llevó hacia la puerta de salida. Caminando hacia allí pude ver a Kimberley y a
Luciano por última vez, no sabía por qué, pero en ese momento me importaba un pito lo
que ambos pensaran.

Mi príncipe me llevó a una cabaña que estaba algo apartada de la cabaña donde
estaban los muchachos. En el camino no me dijo nada y yo temblorosa tampoco hice
alguna muestra de querer hablar. Estaba tan nerviosa preguntándome mentalmente qué
cosas podrían pasar entre mi esposo y yo en ese lugar.

La cabaña es una construcción moderna y actual que estaba fabricada con


materiales sencillos, entre los que destacaban los troncos de árboles y las piedras bocha. El
lugar estaba revestido con barnices y con maderas bien trabajadas. En el exterior destacaba
el jardín muy bien mantenido que estaba adornado con arboles exóticos.
Cuando entramos a la cabaña la luz estaba apagada, Jefferson no la encendió; en
cambio, fue a la chimenea y con ayuda de unos periódicos encendió la chimenea. Yo con
mucho miedo me quedé plasmada en la puerta de ese precioso lugar. Mi corazón me decía
tantas cosas que yo no sabía qué coño tenía que hacer.

Finalmente Jefferson se dio cuenta de mi pavor y se encaminó hacia mí. Me tomó


con erotismo de la mano derecha y sin decir ninguna palabra me adentró a la chimenea.
Mi cuerpo reaccionó como fuego, deseaba tanto pasar la noche con mi esposo, pero tenía
que mantener los pies sobre la tierra, para él eso no era nada, sólo era sexo y más nada.

Me dije a mi misma que no iba a dejarme embaucar, no podría irme a la cama con
mi esposo así lo deseara como un recién nacido a la mama de su mamá. No iba a ceder
ante una noche que podría traerme el mejor de los placeres, jamás podría acostarme con el
amor de mi vida.

— ¿Y qué vamos a hacer aquí?—le dije tomando aire y poniéndome más seria,
necesitaba parecer normal; así el orgullo me estuviera carcomiendo el alma.

— ¿No te lo imaginas?—me señaló Jefferson mostrando una cara bastante angelical;


más, yo no le contesté nada, pues sabía que lo que dijera me iba a causar muchos
problemas más adelante.

Jefferson me miró con sus ojos redondo, se alejó de mí y fue a la cocina, a los pocos
segundos regresó cargando entre sus manos una botella de coñac y dos copas. Yo lo miré y
mi corazón latió tan deprisa que creía que se me iba a salir por la boca. Él puso la botella y
las dos copas sobre una mesa, parecía tan original sus acciones que mis pensamientos
quisieron obviar que nosotros no éramos nada de nada.

—Quiero que pasemos una velada inolvidable—me confesó tomándome de la mano


y haciéndome sentar en uno de los elegantes muebles que adornaban la sala de la
cabaña—o por lo menos que intentemos pasar un rato agradable.

— ¿Qué quieres decir?—le pregunté cuando él estaba sirviendo las copas—no


estarás pensando en que tú y yo…

—No—me respondió sacándome de mis tontos sueños—no estoy pensando en eso.

— ¿Y entonces?—le repregunté aceptando la copa con coñac que él me estaba


ofreciendo— ¿Qué estas pensando?

Pero él no me contestó inmediatamente, se dedicó a servir su copa con lentitud y yo


palpitando no sabía qué pensar; seguidamente, se sentó en el mueble que estaba frente al
mío y tomó un sorbo con pasión.

—Quiero que pasemos más tiempo juntos—me confesó dejándome muda—quiero


que seamos una pareja más unida; así tristemente no nos podamos llevar bien.
Yo afirmé con la mirada sintiéndome decepcionada de haber pensado en sexo
cuando a Jefferson no le pasaba eso por la cabeza. Palidecí como una boba y juré que iba a
disfrutar el resto de la noche con la compañía de mi esposo; así, eso no fuera en una cama.

Los dos al unísono comenzamos a beber y a actuar como si nos conociéramos de


toda la vida. Actuamos como niños contando chistes e incluso yo me alegré de ver tan
contento a mi príncipe. Cuando la botella de coñac se terminó ambos quedamos con ganas
de seguir tomando licor; por lo que Jefferson se levantó y buscó en la cocina unas cuantas
botellas más de tan peligrosa bebida.

— ¿No pensaras que nos vamos a tomar todo eso?—le pregunté intrigada
señalando las botellas.

—Algo por el estilo—se sentó a mi lado y me ofreció una botella—Te toca


destaparla a ti.

— ¡Yo no sé!—me eché a reír.

— ¡Hazlo con la boca!—me dijo—saca el tapón con los dientes.

— ¡Bien!—tomé la botella y la coloqué en la boca y me dispuse a destaparla, en


tanto, los ojos de Jefferson estaban sobre el movimiento de mis labios. Él se lamió los
labios y yo supe que era una respuesta de deseo totalmente descarada.

Cuando la botella estuvo destapada le serví en su copa y yo me serví en la mía.


Decidí que ya que mi esposo y yo estábamos tan cercanos le iba a preguntar la razón de
que él y Luciano se la llevaran tan mal.

—Luciano…—lo miré disimuladamente—está muy feliz de estar aquí en la isla.

— ¿Tienes que hablar de él en este momento?—se bajó del mueble y se acomodó en


el suelo—Ya te dije que estos momentos son para nosotros dos.

—Sí, lo sé; pero es que me preguntaba…—le expresé asustada y él me llamó con la


mano para que me sentara a su lado.

— ¡Ven!—me dijo y me acomodó un lugar en el suelo justo donde estaba él.

—Jefferson—le susurré sentándome en el suelo pegada a él—A veces me preguntó


¿Por qué no puedes llevarte con tu primo?

— ¿Quieres saber por qué?—tomó un poco de su copa—Eso no es tan sencillo de


responder.

—Pero creo que tengo derecho a saberlo—berrinché como tonta.

—Sí, eso es verdad—se sentó abrazando sus piernas, las cuales, las había colocado
casi pegadas a su pecho— ¡Está bien! ¿Qué quieres saber sobre nuestra relación?
—No sé…—me puse sentada de rodillas—Ustedes son primos pero se tratan como
un par de enemigos sacados de una película de terror.

—Luciano me odia—se echó a reír despectivamente—y yo no puedo querer a


alguien que me odia ¿O tú si lo harías?

—Pero es que son primos…—intenté tocarle el hombro pero él se sacudió


intimidado.

—Realmente somos primos políticos segundos—me aclaró— Verdaderamente él es


primo político de mi madre. Si revisamos la historia él tiene más lazos, y no de sangre, con
mi madre que conmigo.

—Bueno, pero igual son primos—le manifesté enternecida.

—Él fue adoptado por Sina quien era tía de mi madre—me explicó— Máire lo crió
como su hijo, pero en los papeles de adopción sale como madre Sina. Ellos se tratan como
madre e hijo, pero, ya ves…

—Pero, vuelvo a repetirlo son primos de crianza—intenté mediar.

—Luciano siempre ha creído que yo siempre he tenido todo y él nada—tomó la


copa y bebió—pero está equivocado. Yo no tengo que hacerle entender que mi vida
también ha sido difícil, eso no es necesario. Si no me quiere querer, yo tampoco lo debo
querer.

— ¿Por qué dices eso?—le acaricié los cabellos y el vibró— ¡Cuéntamelo todo!

Y así Jefferson comenzó a contarme una historia bien dolorosa y fuerte, sobre la
infancia de ellos dos y de como el destino, la vida y las circunstancias habían destruido
algo que ni siquiera había llegado a florecer.

Realmente por las venas de Luciano no corría sangre real. Sus verdaderos padres se
llamaban Ligia y Miguel y eran unos alcohólicos que no dudaron en venderlo a unos
narcotraficantes para obtener dinero para comprar su vicio. En un trabajo coordinado
entre la Policía Nacional y la Junta de Detectives Clasificados, esos narcotraficantes fueron
atrapados y ¡Vaya sorpresa que se llevaron todos! esa banda de maleantes que más bien
parecían una secta, tenían en un cuarto totalmente inhumano a decenas de niños que eran
entrenados para robar, matar y vender heroína.

Entre ellos estaba Luciano, que había sido golpeado y maltratado por casi un año.
La tía de la reina madre que se llamaba Sina era una mujer “felizmente” casada. Ella
trabajaba como detective y vio a Luciano tan dulce que quedó encantada por la sonrisa
inocente de ese niño; así que, sin pensárselo mucho habló con su esposo Icke y los dos
decidieron adoptarlo.
Sina era una mujer hermosa que había pasado por mucho, se enamoró de Icke, un
empresario dueño de una agencia de modelaje con el que se casó a pesar del poco amor
que él le demostró desde el principio de la relación. El anciano abuelo de la reina madre y
de Máire y padre de Sina, nunca estuvo de acuerdo con esa relación; pero ella insistió
tanto que al final ese disparatado matrimonio se llevó a cabo.

Al poco tiempo de la boda entre Sina e Icke, éste último demostró lo rata que podía
hacer, le pegaba a su mujer, le era infiel y gastaba su dinero como si este creciera en las
ramas de los arboles. Todo se complicó más cuando Sina descubrió que no podía tener
hijos y cuando vio la oportunidad de adoptar a Luciano pensó que así salvaría su
matrimonio.

Una mala pasada del destino seguiría dañándole la vida a Sina, que sin darse
cuenta de las consecuencias de sus malas decisiones al continuar con un hombre que
realmente no la amaba, velozmente perdería la vida a consecuencia de una terrible
enfermedad.

Icke en una de sus andanzas con mujeres se contagió con VIH y al poco tiempo
contagió a su mujer y como ninguno de los dos asistió al médico prontamente, esa
enfermedad se volvió SIDA. La pareja solo duró dos años con la enfermedad, aunque
nunca se reveló a la prensa cuál era la anomalía.

Prontamente, la feliz pareja se convirtió en nada. Los dos perdieron la vida; puesto
que, él murió una tarde de abril y al día siguiente, tal y como si fueran sido la pareja
perfecta murió ella.

Ocho años tenía Luciano cuando sus padres adoptivos murieron y un año después
de esa terrible tragedia murió de tristeza el abuelo de la reina madre y de Máire y padre de
Sina. Luciano se quedó viviendo en el palacio junto a Máire que lo crió como su hijo
aunque era soltera. No lo pudo adoptar porque no era casada.

En el palacio, Luciano fue tratado como uno más de la familia, recibió amor, cariño
y comprensión. Muy diferente a Jefferson que tuvo que recibir una educación sumamente
rígida para poder ascender a la corona.

En ese punto de la historia, pude notar una lágrima en los ojos de Jefferson, pero no
se detuvo en el cuento y siguió contando:

Según lo que dijo Jefferson, él tuvo la peor de las infancias, si Luciano había sido
vendido por sus padres, había presenciado la muerte de sus padrastros y luego recibió
amor por parte de todos; Jefferson nunca había podido sonreír. Para Jefferson nunca hubo
infancia feliz, desde que nació su vida estaba destinada para ser el príncipe heredero y
futuro rey del país.

Su madre no era de clase alta, pero contaba con ciertas comodidades y su padre era
el hijo único de los antiguos reyes. La pareja se casó al mes de conocerse y al año nació
Jefferson. Desde ese día todos sabían que había nacido el hombre del futuro de la nación;
sobre todo el rey padre que comenzó a actuar indiferente con su esposa para según él
enseñarla a actuar en público.

Jefferson no había cumplido ni su primer añito cuando recibió la primera golpiza de


su padre porque para este señor, era indecoroso que un integrante de la realeza usara
pañales. Mi esposo fue enseñado a dejar los pañales muy rápidamente y no de la forma en
que debería haber sido. Al año y medio ya sabía ir al baño solo y aunque no lo hacía muy
bien, la reina madre a escondidas lo ayudaba.

A los dos años ya comía solo y tenía lugar en la mesa. Durante toda su infancia
nunca pudo hablar, gritar, correr, ni jugar como otros niños de su edad. Al contrario por
cada “metida de pata” que cometía el rey le daba con todo. Si Jefferson se atrevía a decir
una palabra de forma incorrecta, recibía una golpiza que le dejaba sendas marcas en el
cuerpo. Si hablaba con un tono de voz demasiado alto lo castigaban de una forma
horrenda y así a cada momento recibía malos tratos por parte del ser que tenía la misión
de protegerlo.

Es más, en una ocasión en que tenía ocho años; Jefferson casi se peleó en la escuela
con el hijo de un ministro que lo tenía asteado con eso de que era un niñito mimado
porque nunca se quejaba de las duras pruebas que hacía un profesor en la escuela. Cuando
su padre se enteró del conflicto con ese muchachito, no solo llevó a tirones a su hijo hasta
el palacio sino que ahí lo hizo arrodillarse sobre dos chapas de botellas con un tobo lleno
de arena en la cabeza por casi ocho horas.

En otra ocasión, por defender a su hermana Carolyn de unos brabucones, fue


azotado amarrado con mecates y luego bañado con agua fría; según su padre para que
aprendiera que es mejor actuar con decoro que hacer tonterías.

Varias veces por no comportarse a la altura de las ocasiones en ciertas fiestas de


gala, el rey padre le quemó a Jefferson la lengua con una cucharilla caliente y además, lo
hizo dormir totalmente desnudo en el patio sabiendo que el frío afuera era insoportable.

Y cuando Luciano llegó al palacio la situación se volvió peor para Jefferson; puesto
que, toda la atención se puso sobre el primero. Desde ese instante, comenzaron las
comparaciones, ya que, Luciano parecía el niño dulce y perfecto que cualquier padre
quisiera tener y Jefferson era el amargado niño que nadie quería.

El difunto rey padre tampoco cambió su manera de tratar a su hijo con la llegada de
Luciano, es más, confrontaba a ambos niños y siempre discriminaba a Jefferson; lo
continuó maltratando, lo golpeaba, lo dejaba desnudo todo el día y luego en esa forma le
daba con una correa de cuero y con un cuchillo lo apuñalaba de una forma poco profunda
para que aprendiera a no sentir dolor.
También la educación de Jefferson fue rígida, tanto así que ya a los 10 años se había
leído todos los libros antiguos de la biblioteca, los cuales fueron cambiados por nuevos
después de la muerte del rey padre. Este último momento, fue el de más regocijo para
Jefferson que no fue que se alegró por la muerte de su papá sino que sintió que por
primera vez la vida le sonreía.

Jefferson tenía 15 años cuando el rey padre sufrió un infarto fulminante en una
tarde de mayo. Padre e hijo ya habían discutido una hora antes debido a que Jefferson no
quería salir con una chica de sociedad que podía ser su futura esposa y el viejo se
encontraba acompañado de su secretario, el duque y de algunos guardaespaldas reunido
en el despacho. Todo estaba tranquilo hasta que el rey padre dijo sentirse mareado y a los
segundos cayó al suelo y todos los empleados salieron corriendo hacia él para auxiliarlo
pero ya era demasiado tarde; el rey padre ya había muerto.

¿Qué si Jefferson se había sentido culpable de eso? Claro que no, sencillamente hizo
lo que su padre le había enseñado durante años; ser fuerte e indiferente. Cabe destacar
que, hasta la prensa lo juzgo por ese accionar tan frío con el que había respondido a un
hecho tan lamentable como ese; tomando en cuenta que se trataba de la muerte de su
padre no la de un animal. Hubo hasta un periódico que publicó en primera plana “El
príncipe heredero no tiene lagrimas ni para llorar a su padre”.

Pero, eso no lo hizo dudar de su carácter serio ni un instante. Ya el daño estaba


hecho y su vida estaba arruinada; muy a pesar de que su opresor ya estaba acabado. No
lloró en el velorio, ni en el entierro en el cementerio real, ni durante el rezo del santo
rosario que duró nueve días y que consistió en un novenario mundial. No desperdició ni
una lagrima por ese padre que solo había sido el donante de esperma para que él naciera.

La prensa tampoco se preocupó en pedirle una entrevista; ya que, sabían que él se


negaría totalmente. Luciano sí dio declaraciones dolorosas y por ello, muchos pensaron
que definitivamente Jefferson era un ogro insensible y Luciano un ángel bajado del cielo.

Los días pasaron y también los años, pero ya nada fue positivo para Jefferson que
nunca en su vida pudo ser feliz, según lo que él mismo estaba contando en ese momento.
Madurar fue difícil y aún en estos momentos se le hacía difícil creer que había personas
buenas en la vida.

— ¿Quieres saber algo más?—Jefferson terminó la historia y se tomó un último


trago; después se levantó del suelo y caminó lentamente por la sala intentando contener el
dolor que tenía en el pecho.

— ¡Lo siento!—fue lo único que salió de mi boca porque no sabía qué más decir; lo
cierto era que me había sorprendido saber que Luciano y Jefferson habían sufrido mucho.

— ¡No te preocupes!—soltó una risa cortante— ¡Ya eso no me importa!

— ¿Lo dices enserio?—le pregunté llena de dudas.


—Sí, mi damisela en peligro—chisteó sin muchas ganas y yo sonreí; ya que, sí, yo
parecía una damisela en peligro, pero hasta ahora no me había dado cuenta.

Él no pudo aguantar más sus ganas de tocarme; así que se acercó a mí, se sentó de
rodillas en el suelo y me acarició la cara con dulzura, luego sin dar algún tipo de
explicación me dijo:

—Te ves tan hermosa por las noches.

Yo entrecerré los ojos y con afecto le acaricié la cara, no sabía cómo; pero la valentía
me hizo actuar sin pensar en las consecuencias.

—Tú eres hermoso—le manifesté sonriente—eres tan hermoso que me nublas la


mente. No puedo creer por todo lo que has pasado.

—Ya ni me acordaba de eso—manifestó con diplomacia.

— ¿Toleras mucho el alcohol?—quise cambiar el tema de conversación; puesto que,


sabía que si seguí dándole al temita de su infancia, Jefferson no tardaría en explotar de la
rabia.

— ¿A qué se debe esa pregunta?—Jefferson me preguntó intrigado.

—Es que te has tomado varias copas de alcohol y no te ves borracho—lo miré con
comicidad.

— ¿De verdad crees que con tomarme algunas copitas, alguien como yo se va a
emborrachar? —se echó a reír sin muchas ganas.

—Lo que pasa es que ustedes los ricos saben cómo beber—reté sus propias
palabras.

— ¿Nosotros los ricos?—me preguntó extrañado— ¿Y a cuál clase social perteneces


tú?

—mmm, yo pertenezco a…—hice como si lo estuviera pensando—Yo soy adoptada


de los ricos.

Pero Jefferson no me respondió a eso; en cambio, triste y extrañado como estaba se


levantó del suelo y tomándome cargada se dispuso a llevarme al dormitorio.

— ¿Qué estás haciendo?—le pregunté con los ojos entrecerrados.

—Sólo quiero llevarte a la cama para que estés más cómoda.

— ¿A qué cama?—le pregunté reaccionando perturbada.

—En esta cabaña hay muchas habitaciones—me susurró al oído—te voy a llevar a
una para que descanses.
— ¿Y tú en qué habitación vas a dormir? —parpadeé al sospechar planes
maquiavélicos en Jefferson.

— ¿No me invitas a la tuya?—me comunicó casi en los labios.

— ¡Muy chistoso!—alejé mi boca de la de él.

—Tiene los labios tan provocativos—sonrió plácidamente—estoy tan feliz de saber


que esa boquita nadie más la va a besar.

— ¡Eso es lo que dices tú!—actué como si dudara de sus palabras—¿Acaso eso es un


desafío?

—No, es más bien un hecho—me colocó en el suelo y me abrazó profundamente—


Yo soy tu hombre; en corazón, alma y te aseguro que en cuerpo.

— ¿Y si no puedes hacerlo?—le sonreí— ¿Digo, sino puedes besarme?

— ¡Claro que si puedo!—aseguró Jefferson—Mira te lo voy a demostrar—Me alzó


como si yo fuera una mochila y me llevó alzada sobre su hombro hacia mi dormitorio.

Lanzó la puerta de un tirón del dormitorio y yo por dentro me sentí tan feliz de
verlo llevarme en su hombro que quise olvidarme por un momento de la locura que era la
vida de ambos.

— ¡Aguanta un poco que ya llego a la cama!—me anunció con voz entrecortada y


así lo hizo, me colocó sobre mi lecho con gracia; en tanto se arrodillaba a mi lado en el
suelo y yo mientras, en la cama no podía dejar de reírme al analizar lo que estábamos
haciendo. Si alguien se enteraba de las cosas que habíamos hablado esa noche de seguro
esa sería la primera plana de los periódicos sensacionalistas.

Luego de eso yo entrecerré los ojos, estaba demasiado alegre como para ponerme a
pensar en lo que dijeran los demás; él también estaba contento y en un instante, se me
quedó mirando profundamente y sin mediar palabras puso sus labios en los míos.

— ¡No hagas eso!—le supliqué casi llorando y sentándome en la cama— ¡No deseo
que hagas eso!

— ¿Por qué?—me preguntó dudoso, pero a la vez con lasciva e inmoralidad—


¿Acaso no te gusto?

—Es porque no quiero que te burles de mí; además, ya tú me has dicho muchas
veces que yo no sé besar.

— ¡Eso es mentira!—sonrió acariciándome la mejilla derecha—tú besas mejor que


nadie, sólo que no quería decírtelo porque sentía miedo de tu reacción. Tus labios son
deliciosos, tu boca es para mí una perdición.
— ¡Como sea! ¡Solo, no lo hagas!—le respondí vacilante sin creer en sus palabras;
pero el pareció no escuchar mi tonto discurso pues volvió a poner sus labios sobre los míos
y ésta vez de manera más profunda.

Su lengua en un juego cruzado buscó la mía y de forma intermitente y sensual, las


dos se acariciaron una a la otra, como si no pudieran hacer más nada que besarse, tocarse y
amarse. Él con sus labios expertos recorrió mi boca con lujuria, su mano derecha buscó mi
cuello y se quedó allí por un buen rato; en tanto su lengua maestra daba una irrepetible
lección de amor y pasión.

Jefferson mantuvo largo rato los ojos cerrados y yo apoyé mis manos de mis
piernas porque sentía que me iba a desmayar sino lo hacía. Mi cuerpo le estaba
respondiendo al de mi esposo como si estuviera dominado por una locura recién florecida.

Él parecía todo un perito en la asignatura del ardor y la fogosidad pues no actuaba


para nada nervioso; muy diferente a mí que no dejaba de temblar como un huracán en
ascenso. En tanto, muy dentro de mi alma sentía pena de mi loco y alborotado accionar;
pues de mi boca salían gemidos que hasta ahora nunca habían sido pronunciados con
ninguna otra persona.

Aparte, yo no sabía que hacer ni qué hacer, si continuar con esa locura o parar de
inmediato; o sea estaba dolida por lo que me había contado Jefferson sobre su infancia;
más no estaba en otro planeta ¿O sí? De pronto sentí la mano derecha de Jefferson en mi
espalda y no pude pensar más.

Él me soltó los labios un momento y por un momento lo odié; no quería que mi


príncipe se alejara de mí; me miró con los ojos oscuros y redondos y yo también lo miré a
él; no obstante, no pasaron muchos segundos y sus labios volvieron a su lugar; buscaron
nuevamente la entrada de mi boca y con toda ansiedad mordieron mis labios; en tanto la
mano izquierda también hacía su trabajo y se posaba como la otra en mi espalda.

Seguidamente, su boca fue recorriendo otros horizontes en mí, se ubicaron en mi


oreja y luego en mi cuello. ¡Vaya, cientos de veces había soñado con hacer el amor con él!
Jefferson era un maestro en las artes de la seducción y aún con alguien como yo lo
demostraba.

De pronto, templé de ardor cuando sus manos buscaron mis caderas y me


acariciaron con avidez, su boca en ese instante perduró largos minutos en mi boca y
posteriormente siguió besándome por todo el organismo; se abrió atajo por las orejas, y se
posó con avidez en cada parte que besó, primero fue en los brazos, después en el pecho,
luego en el vientre y finalmente en cada parte de mi cuerpo que aún estaba protegido por
la ropa que llevaba puesta.

—Eres el amor de mi vida—me susurró ahogado en sus palabras.


Justo allí, los dos nos miramos a la cara, nuestros ojos brillaban al unísono y la
ansiedad de acariciarnos sin tapujos se hizo más realzada. Él colocó su mano sobre mi
seno derecho y por un momento pensé que iba a agasajarlo con sus profundos dedos de la
mano; pero no, en cambio dirigió su deliciosa boca hacia mi blusa e intentó besar el lunar
que yo tenía en esa zona, sobre la tela delgada de la camisa.

— ¡Me encanta este lunar!—dijo en una voz bastante ronca— ¡Me vuelve loco!

No pude dejar de gemir, era la primera vez que yo hacía algo así tan desinhibida
con mi esposo y por un momento sentí pena por mi accionar; no obstante, Jefferson no dijo
nada más, se veía muy tranquilo y en vez de hacerme callar como yo lo pude haber
pensado se levantó de un suspiro de gato y comenzó a quitarse la camisa.

— ¡Esto no está bien! ¡Vamos a detenernos! —dije en un balbuceo inentendible y


luego él se quitó el pantalón. A la sazón, se quedó en un sexy bóxer azul marino y yo no
supe como discutirle que dejáramos eso hasta allí. Se veía tan lindo y guapo que mi boca
se quedó sin habla.

Entonces, Jefferson se acercó a mí y sin mediar alguna palabra me besó


nuevamente; fue ahí cuando las dudas, por más que las tuviera, no me dejaron alejarme de
él. Lo amaba incondicionalmente y su boca era una enredadera que siempre me hacía
cometer locuras por él.

Porque era una locura lo que estaba haciendo, era una locura lo que sucedería
después durante esa madrugada. Una sola vez, una sola vez estuvimos juntos esa
madrugada y jamás podría olvidar lo hermoso que había sido.

Los pájaros y el sonido me despertaron, ya pasada las siete de la mañana. No abrí


los ojos inmediatamente, tenía el cuerpo dolorido y ya sabía a que se debía eso. Además,
un susto que me recorría el alma me estaba rondando el cuerpo. Hacer el amor con mi
esposo había sido lo más maravilloso que me había sucedido en la vida; pero cómo podía
actuar luego de eso.

Entonces me rendí, tenía que abrir los ojos así me estuviera muriendo de la pena.
Las cosas que habían sucedido esa madrugada fueron mi responsabilidad; por lo que, no
me podía arrepentir de entregarme a él en cuerpo y alma.

Abrí los ojos llena de miles de sentimientos y entonces me quedé sin respiración al
ver que me encontraba totalmente sola en la cama. Me levanté apresurada de la cama y sin
pensarlo mucho me coloqué una camisa de Jefferson. A continuación, apuradísima salí en
busca de mi esposo; ya que, los dos teníamos mucho de que hablar.

Una hora después, me rendí al darme cuenta que Jefferson no andaba por allí y que
había regresado al palacio. A esa conclusión llegué cuando lo llamé por teléfono y el muy
idiota tenía el celular apagado. Fue allí, cuando reflexioné y la rabia amenazó con
consumirme.
Más tarde me cambié de ropa y decidí regresar a la cabaña en busca de todos mis
compañeros; sin embargo, las palabras para esconder la incomodidad por las preguntas
que todos en la isla me hacían debido a la desaparición de Jefferson me estaban volviendo
loca. Asimismo, el dolor de cabeza por haber tomado la noche anterior me hizo quedarme
encerrada todo el día en mi habitación.

En la tarde la sirvienta me ayudó a recoger la ropa en las maletas para poder hacer
el viaje de regreso. Me sentí como robada y traicionada y no sabía por qué pero quería
matar a la primera persona que se me atravesara en el camino. Finalmente, les dije a los
guardaespaldas que ya podían llevar el equipaje al avión.

Posteriormente, me cambié de ropa y salí de la cabaña dispuesta a olvidar por lo


menos durante el viaje, el momento triste que estaba viviendo. Luciano cuando me vio en
la parte exterior de la casa se acercó apresurado a mí y sin dar alguna explicación me dio
un profundo abrazo.

Yo no supe qué decirle, nunca habría pensado que él actuara tan cariñoso conmigo.
Odiaba a Jefferson por dejarme pasar por todo aquello, sí, porque ya me podría estar
imaginando todas las cosas que pasaban por la cabeza de Luciano en esos momentos de
silencio; me estaría recriminando, estaría sintiendo lastima de mí.

Cuando por fin me soltó, yo no sabía qué carajo decirle; estaba temblando y las
lagrimas amenazaban con recorrer mis mejillas, estaba a punto de llorar, me sentía tan
minúscula y de eso el único culpable era mi querido príncipe.

— ¡No debiste pasar la noche con él!—me dijo Luciano tomándome de los
hombros—él solo te estaba usando y tú te dejaste usar.

—Luciano—susurré a punto de echarme a llorar— ¡Tú no entiendes!

— ¡No me hables así!—chilló alejándose de mí y haciendo un gesto de horror


explicito—Tú sabes que tengo razón. Yo entiendo todo; no soy un idiota.

—Luciano—intenté acercarme a él para hacerlo sentir mejor; más, él no me dejó


tocarlo; al contrario, cruzó los brazos y se odió así mismo.

— ¿Por qué lo hiciste?—me preguntó dándole un golpe al tronco de una palmera


que estaba allí—Porque te acostaste con él para tener un heredero.

— ¿Qué?—dudé desconsolada— ¿De qué estas hablando?

—De modo que no lo sabes—sonrió intentando con ello esquivar el llanto que
amenazaba con hacerlo decaer.

— ¿Qué no sé?—le inquirí sin entender nada.


— ¿Qué?—respiró como intentando parecer sereno—Mi primo planeó este viaje
para poder acostarse contigo y así poder tener un heredero. Él está enamorado de
Kimberley y tú sólo representaste su boleto para tener un descendiente.

Y yo no lo pude evitar, las lágrimas y el llanto me ganaron y aunque intentara


disimularlas el cuerpo me pedía a gritos que llorara a dura y melancólica forma, mi
amarga e inconsolable tristeza y mi afligido malestar. Por lo menos en ese sitio sólo
estábamos Luciano y yo; ya que, jamás podría explicarle a nuestros compañeros la razón
de mi dolor. Ellos ya habían abordado su avión y únicamente para volar estaban
esperando a Luciano.

Durante el recorrido en el avión la locura de todo lo que Luciano me había contado


me estaba carcomiendo el alma. Ya podía sospechar que ese dolor tan grande sería un
sentimiento que se alojaría eternamente el corazón. ¿Cómo Jefferson podía ser tan
perverso? Ah no, pero no me iba a dejar humillar; así que, mi esposo quería un heredero,
bueno, la cara que iba a poner cuando supiera que estaba tomando pastillas
anticonceptivas iba a ser de campeonato.

Llegamos al aeropuerto a las 5:00 de la tarde y finalmente todos nos separamos. Yo


abordé mi limusina y cuando lo hice, sentí al mundo moverse al revés, tenía ganas de
vomitar, estaba mareada y quería con todas las ganas desmayarme y no despertarme
nunca más.

En el camino hacia el palacio intenté recuperarme. A pesar de lo dicho por Luciano


quería con locura repetir los momentos vividos con mi esposo. No, eso si que no, nunca
más volvería a hacer el amor con él; así me lo pidiera de rodillas y ¿Cómo demonios lo
había llamado, hacer el amor? No, eso no era hacer el amor, era sólo sexo salvaje y nada
más.

Llegué al poco rato al palacio e inmediatamente la reina y las princesas me


recibieron con una alegría tremenda. La mamá de Luciano se quedó parada en la puerta
del castillo y cuando vio a su hijo bajar de su vehículo salió corriendo hacia él y lo abrazó,
tal y como si tuvieran años sin verse.

Juntos todos entramos al palacio y comenzamos a hablar sobre el viaje. Jefferson no


andaba por allí, ya que, según la reina estaba en una reunión en el despacho real. Por lo
menos, yo tendría más tiempo para pensar en lo que le iba decir.

Esa noche me acosté a dormir sin hablar con mi esposo. Ya vería él al día siguiente,
me iba a pagar el haberme usado como su objeto sexual y su tenedora de hijos. ¿Por qué
no iba y se los pedía a su ex? Ella se los daría con mucho gusto. Yo tenía mis límites y él
los había cruzado de la peor forma.

No pude dormir en toda la noche al pensar en la forma tan cruel y terrible en cómo
mi esposo me había usado. Le había entregado mi virginidad a contracorriente de las
consecuencias y ahí las tenía, Jefferson no me amaba y yo como tonta honraba su vanidad
y había sufrido por la horrenda infancia que él había tenido.

Durante toda la noche y la madrugada me convencí a mi misma de que iba a ser


fuerte. No me iba a dejar humillar más por ese idiota y su novia. Al fin y al cabo, no era ni
la primera ni la última mujer que “metía la pata”. Ya estaba decidida a hacer algo que a
Jefferson le doliera como era herir su pretensioso orgullo.

En el desayuno las cosas transcurrieron igual de aburridas que siempre. Nada de


palabras pronunciadas, cero conversaciones y sonrisas, pura elegancia, glamur y mucho
de esos platos tan horrendos como el caviar y el caracol. Por un instante, sentí pavor de
que alguien notara algún cambio en mi cuerpo; sin embargo, nada de eso pasó y yo me
alegré de que nadie percibiera algo extraño en mí.

Cuando el desayuno culminó me levante de mi asiento y me fui detrás de Jefferson,


era ahora o nunca. Tenía que darle a ese tonto un poco de su propia medicina y por qué no
algo de veneno para ratas para que sufriera muriéndose. Además, ya estaba decidido, a
ese obstinante no lo iba a venerar nunca más, tampoco le iba a suplicar un amor
inexistente que jamás alguien como él iba a sentir.

Lo encontré en la biblioteca sentado en una de las mesas ojeando un libro. Abrí con
tembleque la puerta y entré con los ojos hechos furias. Luego cerré la puerta y me acerqué
a él; más, Jefferson no se fijó en mí, al parecer la lectura lo tenía bien concentrado. Yo en
cambio, tenía tanta rabia que por un momento sentí ganas de romperle el libro en la cara.

Pero no, no lo hice y menos cuando al ver la portada reconocí el libro y descubrí
que era “Mi Pequeña Princesa”, el libro que yo había leído días atrás; eso me hizo dudar y
me arrepentí de hacerle algo malo y en oposición a eso tosí bien fuerte para que él notara
mi presencia y así fue; pues dirigió su mirada hacia mí y sus ojos me llevaron un segundo
al cielo. Tenía que aceptar que a pesar de la forma en que se había burlado de mí estaba
buenísimo y era un conquistador a todo terreno.

—Yo—temblé pensando en qué decir en el poco tiempo que teníamos para hablar
antes de irnos a la universidad, pues tenía que platicar con Jefferson sin la torpeza de
siempre para que él no notara mi nerviosismo—Yo vine a decirte—hablé con más
confianza reflexionando que mis palabras debían parecer tan naturales como el agua.

— ¿Qué?—dejó su libro a un lado de la mesa y me clavó su mirada en la mía.

—Yo vine a comunicarte—tragué fuerte e intenté hablar de corrido—que no tienes


que preocuparte por lo que pasó entre nosotros.

— ¿Qué?—volvió a decir y en un momento se puso de pie.


—Lo que oíste—le anuncié sin arrepentimiento—No te preocupes por la aventura
que vivimos— ¿Aventura? Para mí eso nunca sería una aventura—Los dos estábamos
trasnochados y no supimos lo que hacíamos.

—Pero—Jefferson habló contrariado—Mariska es que…—más no dejé que


terminara de hablar.

—No pienses que a mí no me gustó—le confesé dejándolo sin habla—la verdad es


que eres un excelente amante; no obstante, como te dije eso fue una simple y vaga
aventura.

—Mariska —susurró claramente herido por mis palabras.

—Además—continué, obviando con ello los ojos melancólicos que Jefferson


mostraba—Esa aventura no nos va a costar mucho porque si no lo sabes yo estoy tomando
pastillas anticonceptivas.

— ¿Qué?—se limitó a decir consternado.

—Lo que oíste, estoy tomando anticonceptivos para evitar un embarazo—le resumí
intentando soslayar mis penas internas; ya que, sabía que confesárselas en ese instante, no
valía la pena.

— ¡Mariska, escucha!—quiso tomar el control de la palabra; no obstante, yo


nuevamente no lo dejé.

— ¡No te preocupes!—le di con todo lo que tenía, pues sabía que esa era la única
forma de que me las pagara todas—Nuestra aventura de sexo no va a tener mayores
consecuencias—él me tomó del hombro y yo me alejé inmediatamente.

—Mariska—nos miramos uno al otro y él me tomó de la mano—yo creo que…

—Tienes que pensar en que fue sólo sexo, no sé por qué te pones tan
melodramático—le di con sus mismas palabras y luego me solté de su mano.

—Sé que la reina madre quiere tener un nieto y que éste sea el segundo en la línea
sucesora ¿Pero, qué le vamos a hacer?

—Mariska—siseó; más yo no le di ningún chance para continuar hablando—tú


estás…

— ¡No te preocupes!—caminé presurosa hacia la puerta—nadie en el palacio va a


saber que tuvimos sexo, ya yo hablé con Luciano y él prometió que nos guardaría el
secreto. Me imagino que tú hablaras con Kimberley para explicarle la situación.

—Ella no tiene nada que ver en esto—me dijo; sin embargo, yo hice como sino lo
hubiese oído—nosotros dos debemos hablar.
—No, ya te dije que no era necesario—y el me miró con ojos desesperados.

— ¡Adiós, Jefferson! —y respirando profundamente para no echarme a llorar


delante de él, abrí la puerta con desgana y salí apurada de la biblioteca. Después de eso,
salí corriendo con dirección hacia mi habitación, en donde me arrojé en la cama y me puse
a llorar.

Llorar fue lo que hice y aunque me había jurado a mi misma que iba a ser fuerte, no
podía evitar montar una llantina, debido a que, le estaba diciendo good bye a mi amor.
Estúpido Jefferson que me había usado como un coleto para limpiar el piso. ¿Qué
leviatanes tenía Kimberley y yo no para que Jefferson la prefiriera a ella? Ah sí, era su
esbelto cuerpo, su natural sensualidad y su tonta y macabra elegancia y educación de niña
de sociedad.

Ese día en la universidad las cosas transcurrieron como si del mismo infierno se
tratara. Jefferson no me dirigió la palabra en absoluto y Kimberley anduvo todo el tiempo
pegada de su brazo como si fuera un imán. Luciano estuvo muy cerca de mí todo el
tiempo y cuando sentía que me iba a volver loca, él sencillamente me abrazaba
demostrándome con eso que siempre podía contar con su amistad.

Los que parecían no notar nada eran mis amigas y los amigos de Jefferson que se
dedicaban a hablar y a hablar de lo divertido que había estado el fin de semana en la isla.
Ellos parecían amigos de toda la vida y yo por un intervalo de tiempo sentí rabia de
haberlos reunidos.

Cuando regresé al palacio me consagré a mis clases diarias. Luego Jefferson, la reina
madre y yo asistimos a la inauguración de una escuela, finalmente regresamos al castillo,
comimos la cena y yo me acosté a dormir.

Pero no pude hacerlo, cada vez que cerraba los ojos veía a Jefferson sobre mí
haciéndome el amor. No, no era amor, hasta cuándo me lo iba a repetir. Todo lo ocurrido
en la isla privada de mi esposo había sido sexo.

Angustiada, encendí la pantalla plana de la televisión y decidí que iba a ver algo en
ella para olvidarme de ese idiota. Durante unas cuantas horas me dediqué a ver algunas
películas e igualmente lloré cuando al final de la última, el protagonista moría en manos
de tan malvada protagonista.

Cuando logré dormirme soñé con el día de la boda de Jefferson y yo, pero en mis
fantasías todo era diferente porque la novia era Kimberley y esa majadera era la que se
estaba casando con mi príncipe. Yo sentada en el último puesto lloré amargamente la pena
tan apesadumbra que estaba empezando a vivir.

Durante los días que siguieron me alejé cada vez más de Jefferson, Luciano; por el
contrario pasaba cada tiempo que tenía libre junto a mí. La mamá de él no hablaba
conmigo nunca y por un momento me pregunté si era que ella me odiaba. Las hermanas
de Jefferson salieron varias veces conmigo a pasear; sin embargo, eso no me ayudaba
mucho para alegrarme.

Por lo menos el día viernes recibí una buena noticia durante la cena. Al fin podía
alegrarme de algo que sólo podría haber ocurrido en mis sueños. La reina madre siempre
tenía sus sorpresas bien guardadas.

—Mañana quiero que el príncipe Jefferson y tú vayan a visitar con tus padres, la
ciudad de Berlín—me dijo mirándome a los ojos—desde que se han casado tú no los has
vuelto a ver y ésta es una buena oportunidad para verlos.

— ¿Lo dice enserio?—pregunté suficientemente contenta de oír tan grandiosas


noticias— ¿Mañana saldré del país con mis padres?

—Sí—sonrió mirando a todos en la mesa y por un segundo yo miré la cara cariñosa


de todos, menos de Luciano que parecía que iba a asaltar un banco.

— ¿Y por qué va a ir Jefferson?—inquirió Luciano tomando una copa fuertemente


entre su mano derecha— ¿No puedo ir yo?

—No sé si se te olvida primo—intervino Jefferson con una cara de fascinación y


diversión que a mí me hizo sentir incomoda—pero Mariska es mi esposa.

—Sólo va a ser por un fin de semana—medió Máire haciendo que su hijo tomara un
suspiro—y el príncipe Jefferson tiene razón, él es su esposo y es quien tiene derecho.

Yo no dije nada, pasar un fin de semana junto a Jefferson era una prueba muy
difícil; sin embargo, el ver nuevamente a mis padres era un examen que valía la pena
cumplir. La reina Kalish tomó también su copa y en sus ojos se marcaban unos rasgos de
timidez pocos comunes en ella.

Así fue como al día siguiente a las seis de la mañana, mis padres estuvieron con un
par de maletas en el palacio. Yo los saludé emocionada y luego los cuatro abordamos la
limusina y nos dirigimos al palacio real. Cuando llegamos a Berlín ya el sol estaba
cambiando la fría mañana.

— ¡Es una ciudad hermosa!—expresó mi mami cuando íbamos entrando al hotel


más lujoso de Berlín.

—Gracias por habernos invitado, su alteza—mi padre comunicó en tanto, algunos


trabajadores del hotel nos dirigían a la recepción.

— ¡Es maravillosa esta ciudad!—mi madre estaba emocionadísima— ¡Ahora sí


podrán disfrutar de la luna de miel que no tuvieron!

Al oír eso, Jefferson y yo nos miramos y arrugamos el gesto y ninguno dijo nada
para evitar habladurías. Los guardaespaldas caminaron detrás de nosotros y un sujeto los
llevó a una zona exclusiva para ellos. El tipo que estaba en la recepción se portó de lo más
cordial con mi padre, mi madre, Jefferson y conmigo y nos explicó que las dos mejores
habitaciones del hotel estaban destinadas para nosotros cuatros.

Yo al oír esa mala noticia miré a Jefferson y le hice señas de que quería que los dos
habláramos a solas. Él me sonrió y me hizo seguirlo hacia un lugar apartado de la
recepción y yo añoré estar en el palacio en donde ni mis padres ni el resto de la gente
sabían la mala relación que mi esposo y yo teníamos.

— ¿Debemos compartir habitación?—le pregunté cruzándome de brazos cuando


supe que mis padres no podían escucharme discutir con el príncipe.

—Nos estamos alojando en el mejor hotel de Berlín—habló de lo más normal—lo


correcto es que “los dos” durmamos en el mejor dormitorio.

—Eso no está bien—titirité al pensar en todo lo que podía pasar en ese dormitorio.

— ¿Tienes miedo?—me preguntó intrigado.

— ¿De qué?—lo reté.

— ¿De qué se repita lo de la isla privada?—me preguntó.

— ¡Por supuesto que no!—me negué, después di media vuelta y me dirigí hacia
donde estaban mis padres y los trabajadores del hotel, finalmente les di ordenes a ellos
para que llevaran mi equipaje a esa habitación.

A los pocos minutos, que entré a la habitación con Jefferson yo sospeché que ese
sería uno de los mejores fines de semana en mi vida. Ninguno dijo nada y yo entré al baño
para hacerme un lavado sobre el cuerpo. Cuando salí de ahí, Jefferson estaba acostado en
la cama leyendo nuevamente el libro “Mi Pequeña Princesa”.

Media hora después, mi madre me llamó al teléfono del cuarto y nos invitó a
Jefferson y a mí a dar paseos para conocer era hermosísima ciudad. Jefferson dijo que no
estaba disponible para ninguna de esas charlatanerías y que yo fuera con mis progenitores
tranquilamente pero que intentara pasar desapercibida ante la prensa.

Cuando supe que Jefferson no iba a ir me sentí muy decepcionada y triste; ya que,
lo iba a extrañar mucho. Más, no le dije nada, me arreglé para salir y veinte minutos
después estaba paseando con mis padres y algunos guardaespaldas por la ciudad. Mi
padre me preguntó qué dónde estaba el príncipe pero yo le mentí diciéndole que se sentía
enfermo por el viaje.

Jefferson no salió del cuarto en todo lo que quedaba del día, la excusa de que se
sentía enfermo, por lo menos no causó gran impacto en la aprobación de mis papás.
Cínico, Jefferson era un cínico, seguro que estaba conversando con Kimberley y
contándole lo aburrido que se sentía de estar allí.
Duramos todo el día de paseo, conocimos la Isla de los Museos, el Muro de Berlín,
la Catedral de Berlín y el Parque Tiergarten. Mis progenitores se sintieron maravillados de
conocer lugares tan hermosos y yo deseé con toda mi alma tener a Jefferson cerca. Por lo
menos, la prensa no notó nuestra presencia en la ciudad.

Cuando regresamos al hotel, ya era un poco tarde pero eso no me hizo sentirme
cansada; invité a mis padres a comer en el restaurant del hotel y finalmente llegó la hora
de regresar a mi habitación. Me despedí de mis papás y ellos me dieron sendos besos en la
mejilla.

Entré en el dormitorio algunos minutos después. Cuando ya estaba dentro las


manos me sudaban, el corazón me palpitaba de prisa y las lágrimas amenazaban con
salírseme. Miré a Jefferson y sonreí al verlo acostado en el medio de la inmensa cama. Él
al sentir la puerta abrirse inmediatamente dirigió sus ojos hacia donde estaba yo.

Tosí odiando el sentirme tan mal al estar cerca de mi esposo. Él prendió la luz de la
habitación, se sentó en su lado de la cama y me extendió la mano.

—Puedes dormir en tu lado de la cama—se me partió el corazón al oírlo pronunciar


esas crudas palabras—yo no te voy a molestar.

—Gracias—e inmediatamente entré al baño, me di un remojón nervioso y me


coloqué un pijama nada sexy. Finalmente entré nuevamente al cuarto y me arrojé en mi
lado de la cama, en donde después de cubrirme con la cobija intenté dormir.

Pero no lo pude hacer, Jefferson estaba acostado tan cerca de mí que esos momentos
eran muy arduos. Quería con tantas ganas olvidarme de la pasada noche y estar con mi
esposo en el mismo dormitorio y en la misma cama no me ayudaba mucho. Odiaba vivir
tantas cosas, lo odiaba a él por ser tan cruel.

Al voltearme hacia él su mirada se cruzó con la mía. Jefferson tampoco podía


dormir eso estaba bastante claro; sin embargo, no podía acercarme a consolarlo, tenía que
como fuera apartarlo de mis pensamientos y de mis recuerdos más pasionales.

—La noche parece que va a hacer larga—sonrió colocándose sus manos sobre la
nuca— ¿No puedes dormir?

—Me siento muy extraña en esta habitación—le confesé apostando con ello mi
dureza—parece que ya me acostumbré al dormitorio del palacio.

—En mi cama siempre vas a estar cómoda—me miró eróticamente intentando darle
doble sentido a nuestra conversación.

—A eso no me refería—intenté esquivar sus palabras—Pero cuéntame ¿Qué has


hecho para poder comunicarte con Kimberley en este día? ¿Le has echado de menos?
Porque ella de seguro que ha intentado comunicarse contigo.
— ¡Eso no te incumbe!—me dio una estocada—No sé por qué siempre tienes que
meterla en nuestras conversaciones.

— ¡Cínico!— le gruñí y el tono con el que lo hice se mostró demasiado cargado de


reproche y de celos.

—No sé a qué te refieres—me declaró seguro de sí mismo—Ella y yo somos


simplemente amigos, muy diferente a nosotros dos.

—Sí, claro—hablé rotundamente resentida de esa necia.

—Es verdad—me miró sin poner ninguna excusa—Ella siempre a estado conmigo y
me ha mostrado su apoyo.

—Somos amigos—continuó provocándome—y ella sabe que a la única persona que


yo deseo es a ti.

—Bueno... si insistes, puedes contarme un cuento—pretendí hacerlo callar con ese


duro golpe—Tú nunca serás capaz de decirme la verdad y yo no voy a insistir.

—Te estoy diciendo la verdad—bajó los brazos de su nuca y se puso de lado para
enfrentarme cara a cara—Te deseo y no sabes cuánto. Ese día en la cabaña nunca sería
suficiente para un hombre como yo.

—Ja, ja, ja—me reí sin muchas ganas ansiando con ello transformar la conversación
en otra cosa— ¡No seas mentiroso, por favor! Fue sólo sexo.

—Te veo actuar así y me provoca atarte en la cama y demostrártelo—me confesó


sentándose en la cama—Yo no sé qué es lo que te pasa.

—No estarás enfadada conmigo—me susurró maliciosamente—yo no te he hecho


nada. Dime ¿Qué he hecho de malo para merecer esa actitud? ¿Fui tan malo en la cama?

— ¿Por qué no te duermes?—le pregunté dándome la vuelta en la cama para no


mirarlo y cortando con ello la conversación; ya que sospechaba que si seguíamos hablando
la cosa no iba a parar allí.

— ¿O es que acaso no te gusta estar aquí?—y cuando dije esas palabras me percaté
de que se había movido hacia mí y que se había pegado a mi cuerpo— ¿Por qué no te
duermes?—le volví a sugerir dándome la vuelta y mirándolo directamente a los ojos.

—Eso es muy cortés de su parte—me cuchicheó en el oído derecho—pero yo no


quiero dormir. Deseo hacerte el amor y creo que no podré aguantar más mis ganas de
hacerte mía.

—Yo…—suspiré y sentí las manos que me sudaban frenéticamente— ¡Lo sé!—y


esta últimas palabras las dije sintiendo un hormigueo por todo el cuerpo y leves cosquillas
en mi oído—pero es que…
— ¿Te puedo besar?—me susurró nuevamente en el oído—necesito con locura
besarte.

—Bueno, si eso es lo que deseas—me atreví a hablarle temblorosa— ¡Hazlo!

Y él lo hizo dejando mi mundo al revés, yo no sabía qué estaba haciendo y por qué
estaba actuando así; no obstante, tampoco me importaba debido a que deseaba ser su
mujer otra vez. Estaba enamorada de él y desesperadamente ese tonto sabía como
manipularme.

Por lo que fui nuevamente su mujer, sólo que estaba vez Jefferson se quedó a
dormir en mi cama. No me extrañaba eso; puesto que, él estaba muy cansado para
levantarse de la cama y yo como tonta lo vi quedarse dormido. Cuando por fin me quedé
dormida, la sonrisa que cubría mi rostro era espectacular.

Cuando desperté, él ya se había ido. Otra vez me la había hecho el muy cobarde.
Me levanté de la cama y me di un baño llorando; tomando en cuenta que, mi cabeza me
estaba diciendo lo que mi corazón se negaba a aceptar. Jefferson me había usado
reiteradamente para pasar el rato.

El resto del día fue un torbellino dividido entre felicidades, tristezas y momentos
desagradables. Jefferson no se apareció por allí y yo tontamente les dije a mis padres que
él se había marchado porque tenía demasiado trabajo por hacer. Aún, antes de marcharme
de allí pensaba en lo incomprensible que era que ese príncipe tuviera tanta vanidad que
con solo unas palabritas bonitas, yo me había acostado otra vez con él.

Me despedí de mis padres llorando cuando llegamos al aeropuerto del país y ellos
pensaron que era porque los extrañaba demasiado. Esa era una sola parte de la verdad,
pues tampoco podía hablar con mis progenitores de los problemas que rondaban mi
cabeza. Para ellos, muy especialmente para mi papá, mi príncipe era el marido perfecto.

Llegué al palacio y todos, a excepción de Jefferson, me recibieron en la entrada.


Luego cenamos, nos metimos en la piscina para nadar y finalmente nos fuimos a dormir, o
por lo menos, aquellos que sí podían hacerlo.

Las cosas empeoraron al día siguiente, me levanté, me aseé, me puse una ropa
cómoda para asistir a la universidad y posteriormente me peiné. Fue en la peinadora en
donde encontré la cosa que iba a marcar mi vida a partir de ese momento, ese papel sería
el recuerdo de momentos que nunca más volverían a ser.

Era una foto de Jefferson y Kimberley juntos. Era una imagen imponente con la
siguiente frase en la parte trasera “Jefferson y su ex pasaron el día de ayer juntos”. Yo no
lo podía creer, eso era una monstruosidad y peor era la carta hecha en computadora que
alguien desconocido había dejado a un lado de la fotografía y que relataba los sucesos
ocurridos entre mi esposo y su ex.
Éste decía que el día domingo, es decir el día anterior, el príncipe Jefferson había
salido con su ex a Miami y que habían pasado todo el día, juntos para arriba y para abajo.
Lo leí varías veces y no lo podía aceptar ¿Por qué Jefferson me estaba haciendo eso? Él se
había burlado de mí de la peor manera.

Furiosa tomé un marcador punta fina negro, de la gaveta de uno de los closet y
escribí echa un demonio la siguiente frase sobre ese papel “Léelo, para que más nunca te
haga llorar. Léelo para que no vuelvas a creer en sus mentiras”.

El sonido de la puerta del llamado de una de las sirvientas me hizo tomar aire,
guardé la fotografía y la carta en la gaveta del closet y decidí que necesitaba tomar algo de
aire para hacerme más fuerte. Necesitaba huir de esa cruel vida y la mejor forma de
hacerlo era escapándome de la universidad.

Y así sucedió todo, Jefferson y yo llegamos al instituto y yo inmediatamente me


dirigí al baño. Allí me recordé del dispositivo de búsqueda que tenía mi teléfono y mi
reloj; por lo que no lo dudé y los dejé abandonado sobre el lavamanos. Aún hoy no sé
cómo lo hice, pero montándome sobre uno de los inodoros, me salí del baño por la
ventana posterior que comunicaba con uno de los jardines. Luego salí corriendo sin
percatar las miradas de horror de unas chicas que andaban por ahí y finalmente me dirigí
a una de las puertas de salida.

Cuando alcancé la libertad no sabía qué camino agarrar, pero estaba decidida a
alejarme por un buen tiempo de mis tristezas. Recordar a Jefferson en esa fotografía era
un infierno, él era un terrible ser humano que me estaba matando de un golpe en el
corazón. Tomé el primer taxi que se me cruzó por la calle y obviando la mirada de
incertidumbre del chofer le pedí que me llevara a un parque natural que estaba por allí
cerca. Requería gritar todo lo que sentía en ese momento.

Le pagué al taxista con dólares y él se alegró de recibirlos. Luego me bajé del auto y
le solicité a uno de los campistas una bicicleta prestada. En un lugar como ese, andar en
ese medio de transporte era lo más correcto. Ante los ojos dudosos del muchacho tomé la
bicicleta y subí el cerro actuando con naturalidad.

Cuando llegué a la cima del cerro el corazón lo tenía desvelado. Entonces, lloré por
un largo rato. Todavía no entendía como mi belleza no había logrado cambiar la dureza
del corazón de ese tonto engreído. Cómo no había sentido desde el principio que ese
matrimonio no iba a funcionar. Tonta, tonta era yo por no saberlo.

Pasé largas horas en la cima de esa montaña llorando y pensando en lo que tenía
que hacer para salir de esa situación; ya que, sabía que de ninguna manera podía
solicitarle el divorcio a Jefferson. Eso era dejarle el camino libre para que fuera feliz con
Kimberley y eso jamás lo iba a consentir.
Cuando al fin me sentí sola decidí que era el momento perfecto para regresar al
palacio. Bajé la colina ocupando mi cabeza percibiendo la belleza de tan original lugar.
Tomé otra vez un taxi y posteriormente comencé mi retorno a tan odioso lugar.

Llegué al palacio media hora después, al estacionarse el carro en la parte exterior


del palacio los agentes de seguridad se abalanzaron sobre el vehículo. Al darme cuenta del
error que estaba creado; ya que, un secuestro era lo más simple que esos señores estaban
pensando que me había sucedido, decidí bajar del auto y ordenándoles compostura me
dirigí al castillo.

Al darse cuentas todos de mi llegada, como niños amantes del tetero salieron
corriendo del palacio para recibirme. Luciano fue el primero en abrazarme y yo triste
intenté mostrarle una sonrisa. La reina madre, Máire y las hermanas menores de Jefferson
también me abrazaron.

Jefferson fue el último en salir del palacio y por un instante, quise correr hacia él y
abrazarlo para consolarlo; ya que, se veía bastante desorientado. Se le notaba mucho que el
corazón le latía con fuerza al verme regresar al palacio. Yo no dije nada, me contuve de
reconfortarlo y recordé que él era el culpable del infierno que yo estaba viviendo.

—Por fin entraste en razón y volviste al palacio—dijo cruzándose de brazos y


seguidamente todos se separaron de mí para mirarlo a él.

—Ya estaba pensando en no regresar—le batallé tratando en vano de herirlo.

— ¿Enserio?—preguntó triste Luciano— ¿No ibas a regresar?

Pero Jefferson no dejó que yo le contestara a su primo, me tomó fuertemente la


mano y me haló hacia él.

—Hablemos en el dormitorio, aquí no hay nada de privacidad—entonces, me


condujo a mi habitación apuradísimo; en el camino yo no le dije nada, el muy safio no
sabía lo que era amar y por lo tanto, yo no debía sentir pena de él.

Ya en el dormitorio cerró la puerta con seguro para evitar interferencias.

— ¿Por qué?—me gritó a punto de echarse a llorar— ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué
incluso dejaste tú teléfono y el reloj? ¿Acaso no querías que te encontráramos?

Al oírlo hacerme esa pregunta lo comprendí todo, Jefferson no sabía que yo conocía
la noticia de su visita a Miami con Kimberley. Así, que eso era lo que pasaba; nadie sabía
mis razones para huir durante ese largo día. Bueno, los iba a dejar con su incertidumbre.

—Me cansé—le mentí cruzándome de brazos—ya este matrimonio me hartó.

—Mariska—susurró herido— ¡No hables así, por favor!


—Es la verdad— seguí mintiéndole sin verlo a los ojos —ya no quiero continuar con
esta farsa.

— ¿Quieres divorciarte?—me preguntó con un nudo en la garganta.

—Sí quiero pero no te preocupes que no lo voy a hacer—me negué caminando por
la habitación—pero eso no significa que tú y yo tengamos que pasar todo el tiempo, juntos
como si fuéramos una pareja.

—Somos una pareja—me tomó de la mano; sin embargo, yo me solté—Mariska


¿Qué te pasa? El sábado tú y yo estuvimos juntos y ahora me sales con esto.

— ¡Eso fue sexo!—lo evité aprovechando la seguridad sónica que había en cada
lugar del castillo y queriendo con mi voz consumirme por dentro—mejor acabemos con
todo este relajo.

—No quiero seguir con este embrollo—me atreví a decirle con rabia—No quiero
que pasemos tiempo a solas juntos, tampoco que me beses, no quiero que nos hablemos
cuando estemos sin nadie a nuestro alrededor, menos que intentes acostarte conmigo.

—Mariska—me miró con debilidad— ¿Qué estas fantaseando?

—Lo más correcto—sentí un cosquilleo doloroso en el alma—A partir de esta noche


tú y yo vamos a ser una pareja para el mundo exterior y nada más. No quiero seguir
contigo como una mojigata y menos tener sexo contigo.

— ¡Y no te preocupes!—me quité la camisa delante de él, intentándole demostrar


que no tenía ningún poder sobre mí y sobre mi cuerpo—No me voy a acostar con el
primer sujeto que se cruce en mi camino.

—Ahora si me permites, me voy a bañar—le concluí corriéndolo con mis palabras


de mi habitación. Él se quedó tieso con mucho rencor y rabia. No decía nada; pero en el
fondo yo sabía que mis palabas le habían hecho daño.

Supremamente rendido, él dio media vuelta y salió dando insultos en voz baja de la
habitación. Cuando me quedé sola y vi la puerta cerrarse detrás de Jefferson, no pude
evitarlo y me eché a llorar. Sentada en la cama, las manos me cubrían los ojos y las
lágrimas me llenaban las mejillas de un sabor amargo.

Los siguientes días que transcurrieron fueron un abismo para mí. En ningún
momento Jefferson y yo nos dirigíamos la palabra y exclusivamente lo hacíamos cuando la
situación lo ameritaba. Luciano en esos dolorosos momentos fue mi gran apoyo y no pude
evitarlo, le conté todas las cosas que tenía guardadas, incluso que Jefferson y yo habíamos
hecho nuevamente el amor. Él me abrazó y con una cara de ángel terrenal me dijo que me
había fijado en el hombre incorrecto.
Jefferson esos días se veía más obstinado que siempre. No abría la laptop, pero
tampoco hablaba con nadie, en el palacio se encerraba en su dormitorio y no dejaba entrar
a nadie. En la universidad le salía con groserías a sus amigos, e incluso a Kimberley. En
los momentos de reuniones elegantes actuaba como si realmente no estuviera allí. Al
parecer el ignorarlo como persona le dolía; pues era la primera vez que alguien lo trataba
de esa forma.

El fin de semana llegó y las cosas ocurrieron igual de terribles. La distancia entre
ambos se hacía cada vez más grande. La reina en esos días estuvo muy desconcertada y
varias veces nos preguntó a ambos sobre el motivo de nuestro disgusto; sin embargo,
ninguno fue capaz de responder con la verdad.

Hasta Carolyn unas cuantas veces que se quedó a solas conmigo me regañó por
andar peleada con su hermano. La muy buena se la llevaba mal con Jefferson y sin
embargo lo defendía. “Él te ama” “No sean tan inmaduros” “Dale una oportunidad” “Yo
creía que él era como mi padre, pero me equivoqué” “Tú eres la única mujer en su vida”
“Él es un hombre correcto” me decía, queriendo con todo ello, provocar una reconciliación
que parecía que no iba a llegar.

Pero por mi orgullo no podía reconocer eso que ella me decía, yo estaba dolida no
sólo por la fotografía sino por todo. Jefferson nunca me había demostrado amor y por eso
no podía creer en las palabras de su hermana. Es más, creía a ciegas era en lo que me decía
Luciano a cada rato “Él no te ama” “Él anda con Kimberley” “No le des más
oportunidades” “Lo único que quiere es un hijo tuyo”.

Las cosas pasaron a un límite insospechado el día miércoles de la semana que


comenzó después de ese fin semana. Ese día no hubo clases en la universidad, según por
lo que pude oír debido a que los profesores iban a asistir a una convención en otra ciudad.
El hecho de no levantarme temprano para ir a estudiar, sino el hecho de haber desayuno y
luego haberme retirado a mi dormitorio para volver a dormir me alegraba mucho.

A media mañana la reina madre llamó a la puerta de mi cuarto. Eso me dejó


desconcertada; ya que, tristemente nunca más mi vida podría ser igual ha como era antes
de haberme casado con el idiota príncipe de pacotilla: Jefferson. La privacidad y la soledad
no eran muy comunes en esos lugares

Abrí la puerta esperanzada de que lo que la reina madre me fuera a decir fuera
rápido, tonto y algo de lo que no preocuparse. Más, me equivoqué como siempre, ella que
siempre buscaba la forma de acercar a su hijo a mí, se le ocurrió la idiota idea de que como
en la universidad se había dado el día libre a todos los trabajadores del instituto e incluso a
los estudiantes, Jefferson y yo deberíamos aprovechar el día para pasarla juntos.

Como consecuencia de ello, no pude negarme y a la hora estaba montada en la


limusina real acompañada de Jefferson con dirección a un paseo del cual no tenía ningún
deseo de ir. En el viaje, el muy cretino no me dijo nada, sí, seguro que se le estaba
haciendo difícil el pasar ese tiempo libre conmigo.
La primera parada que ambos realizamos fue en un parque de diversiones, ahí gran
cantidad de periodistas nos rodearon y buscaron dándose empujones entre ellos mismos,
tomarnos unas fotos a mi esposo y a mí juntos. Yo me puse muy nerviosa, a pesar del
tiempo transcurrido desde la boda, no podía acostumbrarme a esa vida de famosos.

En ese lugar nos montamos juntos en diferentes atracciones; más yo en ningún


momento bajé la guardia con mi príncipe. Sabía que si él me veía debilitarme iba a
aprovechar la ocasión para manipularme. Me mostré seria, seca y sin ninguna sonrisa
cautivante.

Sentada en la “Silla Voladora” añoré como tonta la presencia de mi amigo Luciano,


él sí sabría hacerme sentir bien. Jamás ese chico podría ser como mi esposo que siempre
que hacía algo era para hacerme sufrir. Él nunca me podría hacer llorar, de ningún modo
me engañaría, en absoluto podría hacer algo que me hiriera el alma y el corazón.

La segunda parada fue hacia un parque temático donde los dos navegamos en
barco. Él se mantuvo largo rato rígido y sin pronunciar alguna palabra. Lo cierto era que
estaba disgustado porque yo lo había ignorado en el parque de diversiones y durante
todos esos días. En tanto, fuera del agua aún se mantenían rodeándonos centenares de
periodistas inoportunos.

Luego de allí, Jefferson me llevó a un famoso restaurant para que almorzáramos. Él


pidió “Pato a la naranja” y yo tratando de dejarlo en ridículo pedí una ensalada cesar y un
“Pargo Rojo encebollado”. Claro que la comida era deliciosa, más no era algo exagerado
comparado con lo que se acostumbraba a comer en el palacio.

Ya me podía imaginar los recortes de prensa del día siguiente “Princesa pide de
almuerzo algo poco elegante” y también podía hacerme una idea de las caras de reproches
de todos en el castillo cuando vieran los periódicos al día siguiente. Todos, absolutamente
todos iban a ver que yo no estaba preparada para ser princesa.

Seguidamente fuimos a una iglesia para escuchar la misa. El Padre se alegró mucho
de vernos a los dos allí juntos y hasta nos felicitó por el micrófono. Ahí me sentí más mal,
cómo podría cumplir las promesas del matrimonio si Jefferson no sentía el mismo amor
que yo sentía por él. Entonces, le pedí a los santos, ángeles, vírgenes que por favor me
ayudaran a llegar a una solución adecuada.

Al salir de la iglesia Jefferson me pidió que fuéramos de compras. Jamás me habría


imaginado que me iba a llevar al Centro Comercial más caro del país y que entraríamos a
comprar a la tienda más prestigiosa de la ciudad, allí tendría que escoger ropa nueva y
joyas para mí sin preocuparme por estar rodeada de hombres; ya que, éste era un negocio
exclusivo para mujeres. ¡Vaya, mi esposo estaba intentando ganar puntos conmigo! ¡No lo
iba a lograr!
Dentro de la tienda pudimos estar solitarios, nada más nos rodeaban la
dependienta, las vendedoras y los vendedores que laboraban en ese lugar. Escogí ropa
acorde a lo que antes de haberme casado me gustaba comprar, ya que, poco a poco me
estaba acostumbrando a ponerme la ropa que escogían los estilistas del palacio, que me
asesoraban sobre el atuendo, el peinado y la imagen que debía mostrar y que no me
permitían decirle no a una ropa que ellos sugerían.

Elegí minifaldas y top bien modernos y flamantes, pantalones ceñidos al cuerpo y


camisas bastante modernas. En ese momento no me molesté en parecer poco sensorial ante
las miradas externas que rodeaban las paredes de vidrio de la tienda. Ahí se encontraban
los periodistas esperando nuestra salida para tomarnos más fotos; por lo menos los
guardaespaldas nos estaban cuidando en todo instante.

La última ropa que me medí fue una falda corta con una raja del lado derecho de la
cadera y una camisa color verde manzana que me llegaba a la cintura. Siendo una princesa
lo más correcto era que escogiera ropas color rosa o fucsia y menos excitantes; sin
embargo, ni esos colores me llamaban un poquito la atención, ni quería parecer una
puritana.

—Y bueno ¿Cómo me veo?—le pregunté viéndolo sentado cómodamente en un


mueble color violeta, él se veía aburrido y yo estaba intentando parecer cortés ante la
presencia de los vendedores— ¿No te gusta mi ropa?

—Estás muy bien—Jefferson me vio con los ojos como tigre salvaje a punto de
comerse a su preciada presa y yo tirité excitada—pero te falta algo.

— ¿Qué?—dije temblorosa.

Entonces, él le hizo señas a una de las vendedoras para que fueran en búsqueda de
algo. Al poco rato, la mujer regresó con un collar de perlas entre sus manos y me lo puso
en el cuello. Justo ahí, no sé como Jefferson lo logró, pero no solo esa vendedora se marchó
de ahí; puesto que, todos los vendedores y vendedoras nos dejaron solos en la tienda.

—Te ves preciosa—Jefferson aprovechó la soledad para tratarme más


indecorosamente, luego se puso de pie y se acercó a mí—te ves exquisita.

Y sin esperar a que yo terminara de traducir sus obscenas palabras, me tomó de la


mano y me llevó a uno de los probadores de la tienda de ropa. Allí se encerró conmigo y
trancó con seguro la puerta para evitar que alguien interrumpiera esos momentos.

—Jefferson—balbuceé angustiada— ¡Déjame salir!

—No—me respondió mostrando unos ojos cautivantes—tú eres solo para mí y no


voy a permitir que los hombres que aquí trabajan te vean modelarles a ellos.
— ¡Estás loco!—pero esas palabras no me ayudaron mucho; tomando en cuenta
que, Jefferson se pegó a mi cuerpo aprovechándose del poco espacio que había en ese
cuartico.

—No, no estoy loco—manifestó con frenesí abrazándome— ¡Es deseo! ¡Quiero


estar contigo.

— ¡Deja de actuar como paranoico! —le reñí empujándolo un poco; sin embargo,
entre más lo hacia, él más se acercaba a mi cuerpo—Jefferson, por favor.

—Dicen que el amor y el deseo van de la mano—me besó en el cuello y luego los
senos— ¿Quieres averiguar si es verdad?

—No—le respondí; no obstante él no me hizo caso; ya que, se arrodilló en el suelo y


levantándome la camisa me besó eróticamente el ombligo.

—Jefferson—el deseo recorrió cada parte de mi cuerpo y sin pensar mucho coloqué
mis manos sobre la cabeza de él—Jefferson.

—El día que menos lo pienses—me murmuró en la barriga—vas a volver a ser


mía—entonces, evadiendo el estado de excitación que los dos poseíamos; se levantó de
suelo y sin voltearme a mirar, abrió la puerta del cubículo y salió de allí presuroso,
dejándome solitaria y pegada de la pared con una cara de mensa enamorada que hasta a
mi misma me daba lástima.

El día viernes nuevamente ambos nos acercamos un poco, ese día tampoco hubo
clases durante la mañana y la tarde; pues en la noche era la fiesta de disfraces que
anualmente la universidad realizaba para conmemorar a los profesores en su día.
Entonces, por las preparaciones suspendieron las clases.

Para ir a esa fiesta, me puse el primer disfraz que alcancé con la mano de una larga
cantidad que la reina madre me llevó a la habitación. Jefferson como siempre lo hacía con
toda su ropa, no escogió el suyo, sino que dejó que una sirvienta lo seleccionara por él.

Luciano se vistió de mariachi y antes de marcharnos se mostró bastante relajado de


asistir una fiesta conmigo. Él mostraba una cara de felicidad que por momentos me hizo
sentir descalabrada al pensar que a esa fiesta iba a ir era con Jefferson. Mi único consuelo
era que Luciano iba a ir en su limusina; pero por lo menos, los dos nos encontraríamos en
la fiesta.

—Es como si fuera una cita—me dijo delante de Jefferson y él se quedó mudo
intentando contener la ira que le atravesaba el pecho por lo que acababa de oír de la boca
de su primo. Luego pasó por un lado de nosotros y se dirigió sin despedirse a la limusina
real para esperarme allí.

Jefferson y yo llegamos a la fiesta al rato de que Luciano lo hiciera. Allí


inmediatamente buscamos a nuestros amigos. Kimberley vestida como una diablita saludó
de primera a mi esposo. Sus amigos le dieron un gran estrechón de mano y mis amigas lo
saludaron de beso. Por un momento, me sentí celosa de que yo no pudiera hacer eso.

Después de los saludos todos nos sentamos en una mesa grupal y comenzamos a
echar chistes sobre los profesores disfrazados que se encontraban en la fiesta. Luciano se
sentó a mi lado derecho y Jefferson en el izquierdo, por lo que por un instante, no dejaba
de pensar en lo tonto que era todo aquello.

Más tarde en la fiesta de disfraces de la universidad; Jefferson y yo bailamos juntos


para acallar a la multitud y a los cretinos que parecían estar pendiente de cada una de los
pasos que mi esposo y yo dábamos. Él vestía un traje de vaquero del oeste y yo el de una
muñequita pelo lindo. A pesar de eso, igual dábamos la impresión ante los demás de ser la
mejor pareja de la celebración.

Los dos actuamos cínicamente uno con el otro, tal y como si de un espejismo se
tratara. Hablábamos sólo lo necesario y únicamente para que los presentes no se enteraran
del conflicto que existía entre los dos esposos de la corte real. No había sonrisas de uno
hacia el otro; pero es que tampoco Jefferson era de las personas que se reían mucho.
Después de eso, ambos proseguimos a bailar cada uno con diferentes personas.

¿Qué iba a saber yo que Jefferson en uno de esos intentos para reconciliarse
conmigo iba a cambiarse de ropa y a hacerse pasar por otra persona? Si fuera sabido eso
de seguro que nunca se me hubiese ocurrido asistir a ese baile. Él era tan aprovechado e
indescifrable que siempre me daba una de sus sorpresitas.

Yo estaba sentada muy cómodamente en una de las mesas del gran salón donde se
efectuaba la fiesta de la universidad junto a mis amigas y a Luciano. De pronto llegó él
vestido como si de un espectro se tratara, con una máscara de conde sobre la cara y los
cabellos bastante diferente a como los usaba regularmente; lo cierto es que remotamente se
parecía a mi consorte.

— Princesa Mariska ¿Me concedería el honor de bailar conmigo esta pieza de


música?—dijo cambiando su tono de voz.

No supe que contestar, ya me estaba hartando de bailar con Raimundo y todo el


mundo; pero no podía decir que no a una propuesta que ya estaba ejecutada, aunque fuera
por un desconocido. Además, necesitaba un respiro para olvidar que al igual que yo,
Jefferson estaba aceptando invitaciones de bailoteo.

Ambos tomados de la mano nos dirigimos al centro de la pista, él se colocó frente a


frente de mí y luego me abrazó para danzar una canción con tono romántico. En ese
instante, no sospeché que Jefferson era aquel sujeto desconocido y deseé mentalmente que
fuera él la persona que estuviera bailando conmigo.

Comenzó la canción y uno y otro empezamos a bailar, yo lo hacía como en otro


planeta pues en mi mente estaba clavada la visión de Jefferson bailando con otra chica que
no era precisamente yo, ya que, tampoco lo estaba haciendo con Kimberley. Pero en
cambio, él parecía tener unas dotes especiales para la música que lo convertían en un gran
bailarín.

La garganta la tenía seca y estaba celosa aunque intentaba negármelo a mi misma.


De sólo imaginármelo tocando por la espalda a otra muchacha, el corazón se me trituraba
como si de una galleta se tratara. Es más, al contemplarlo en mi utopía acariciando a otra
chica las ganas de matarlo se me alborotaban.

— ¡Mundano!—Grité en mi mente— ¡Ojala que nunca más puedas tener una


relación sexual con nadie!

De pronto mi garganta se secó al oírlo pronunciar aquellas palabras:

—Las cosas entre ambos han cambiado—me dijo al oído—Nunca imaginé que
podría enamorarme de ti.

— ¿Qué dijiste?—temblé al examinar pausadamente su voz.

—Eres una mujer especial—susurró acercándose a mi boca—Me gustaría durar


eternamente a tu lado.

Me alejé presurosa de Jefferson, aunque él no me permitió alejarme de él y menos


me soltó de su lado. Lo vi a los ojos a pesar de la máscara y lo reconocí por fin; era mi
esposo que otra vez me estaba dando una sorpresa.

Lo distinguí con esos ojos tan tiernos y oscuros que no lo pude evitar, me fui
acercando a él; así como Jefferson se acercaba a mí y nuestras bocas se unieron
románticamente. Fue un beso tierno y sentimental que a los dos nos ató a un círculo de
amor lleno de mucha pasión.

Por unos eternos segundos me olvidé de todo lo que estaba pasado entre los dos, de
la gente a nuestro alrededor y de las normas de ética y moral. Lo único que intenté fue
apreciar esas sensaciones que no me eran ajenas y que acaba de redescubrir. En esos
instantes, él representaba para mí más que el aire que respiraba pero no podía decírselo.
Lo más importante era el momento, ya vendrían después las consecuencias.

Ambos nos separamos un poco, aunque pegados de alma, mente y corazón. Él me


tocó la cara disfrutando ese momento, parecía haber perdido el miedo que una vez me
había confesado de tener a enamorarse. Sí, no me lo había dicho directamente, pero esa
vez me había dicho que el amor era de los débiles.

—Tú eres todo para mí ¡Eres mi debilidad!—volvió a besarme con dulzura como
intentando no dejarme libre nunca—Me has enseñado a ser mejor persona y cuando me
miras ya no tengo cordura.
—Te introdujiste en mi vehemencia —me acurrucó como lleno de un ansia
lujuriosa—Ya no me importa confesarlo ¡Te amo!

—Siempre te he amado—confesó con la voz un poco gruesa—Le doy gracias a Dios


por permitirme conocerte y que seas mi esposa pues eres una obsesión para mí y jamás te
voy a compartir con nadie.

Al oír sus crudas palabras quedé en shock, qué era lo que acaba de oír ¿Él me
amaba? No podía ser cierto. Temblando le bajé la máscara y lo vi a los ojos; se veía tan
hermoso y sexy aún en esas fachas que por un momento añoré estar acurrucada con él.
Pero no, no podía dejarme envolver en sus tretas de príncipe de quincalla.

— ¿Qué te pasa?—lo regañé con el corazón en la boca tratando de hacerle creer con
astuta paranoia que cuando me había besado no sabía que era él, hiriéndole con eso en su
orgullo y en su vanidad— ¿Te volviste loco o qué? Tú y yo no tenemos nada.

Más, Jefferson pareció no percibir mis palabras; en cambio tomándome de los


brazos me acercó a su cuerpo y luego me comunicó con sutileza:

—Estas muy dentro de mi corazón, lo que siento por ti es muy profundo y sé que tú
también sientes lo mismo.

— ¡Deja tus bromitas!—le ordené bajando la voz para que nadie a nuestro alrededor
nos escuchara discutir, ocultando con una voz áspera la pasión que con sus palabras me
estaba haciendo sentir.

Y él volvió a hacerse sentir, me acercó la boca a la suya y se dispuso a besarme; más


yo logré soltarme de sus arrogantes extremidades; no podía permitir que volviera a
tocarme porque sabía que con un intento más yo iba a ceder a sus ambiciones. Jefferson no
me dejó marcharme, me tomó del cuello y volvió a acercar mis labios a su boca.

— ¡No!—me negué soltando sus manos de mi cuello; él me miró con los ojos
sombríos; puesto que, lo estaba rechazando una nueva vez pero esta vez había sido
diferente porque ambos sabíamos que los dos pegados junto al otro nos habíamos
descontrolado todos; pero sobre todo, yo que había abierto mi corazón.

En ese momento la canción terminó de escucharse y yo me alejé de prisa de él. No


podía darle más tiempo para que hiciera de las suyas conmigo y a lo lejos pude oírlo
murmurar palabras de furia en contra de su mala suerte. Al marchar precipitadamente me
tropecé de frente con Luciano; él me miró con cara de horror y yo no le dije nada, seguí mi
camino de largo y me senté vibrando en la mesa donde mis amigas me estaban esperando.

Cuando llegamos al palacio entrada la madrugada, los dos estábamos muy serios
uno con el otro. Luciano se fue a dormir inmediatamente y la reina madre nos esperó con
una de sus sorpresitas. Nos pidió que la acompañáramos al estudio y allí nos dio con todo.
—Este fin de semana lo van a pasar en la ciudad de Nueva York junto a los padres
de Mariska—nos dijo con una sonrisa en los labios que me carcomió el alma.

Entonces, yo me quedé en shock. Viajar con mis padres y con Jefferson por segunda
vez iba a ser todo un reto para mí. Sentí de todo, rabia, miedo, alegría, dolor; seguro que
esa era idea de Jefferson para aprovecharse de mí.

Al final los sentimientos entremezclados no pudieron evitar que mi esposo y yo


viajáramos con mis padres para Nueva York. Nos montamos en el avión privado cuando
ya había amanecido esa mañana y yo ardida no sabía en que pensar. Luciano se quedó en
el aeropuerto y diciéndome adiós con la mano me brindó su apoyo.

En el viaje, Jefferson no me dijo ninguna palabra. Parecía bien cómodo de visitar


Nueva York. El muy insípido había planeado todo eso, ahora más que nunca, estaba
segurísima de eso. Más, no me iba a dejar vencer, si quería guerra, guerra iba a tener.

—Ni se te ocurra contarle a mi madre que nuestro matrimonio es un desastre—le


dije rabiosa—No tengo ningún deseo de explicarle lo que se nota a leguas de distancia.

— ¡No te preocupes!—me miró oscuro—Yo me voy a portar bien.

Llegamos a Nueva York e inmediatamente nos alojamos en el hotel más lujoso y


caro de esa ciudad. Nuevamente se pidieron tres habitaciones: una para los
guardaespaldas, otra para mis padres y la de Jefferson y yo; y eso me molestó muchísimo;
así que, llamé aparte a mi “queridísimo esposo” para poder hablar con él a solas.

Él me siguió y se detuvo detrás de mí exclusivamente para recibir mis


recriminaciones.

— ¡Quiero que cada uno duerma en dormitorios separados!—me volteé hacia él y le


dije toscamente— ¡No voy a aceptar que me vuelvas a hacer lo de Berlín!

— ¡Muy bien!—se cruzó de brazos— ¿Y qué van a decir tus padres? Si se enteran de
que nuestro matrimonio está en crisis, van a sufrir muchísimo.

— ¡No me importa!—berrinché.

— ¿Enserio?—me hizo señas para que mirara desde esa distancia a mis padres, yo
los vi y temblé— ¡No te creo!

—Todo esto lo has hecho a propósito—lo miré con odio.

—A lo mejor—me sonrió cínicamente y me acarició la mejilla derecha— ¡Quiero


pasar tiempo contigo a solas!

— ¡No me toques!—me eché hacia atrás para quitar sus manos de mí.

— ¡Está bien!—actuó como despreocupado— ¡Está bien!


—Dormiremos en la misma habitación y en la misma cama—lo desafié de la forma
que supuse le iba a doler—pero tú y yo estamos separados.

— ¡Lo que tu digas!—su voz y sus ojos demostraban que él estaba disfrutando lo
que me estaba haciendo.

— ¡Me la vas a pagar!—volví a chillar echa un manojo de rabia.

—Donde y cuando quieras—se volvió a cruzar de brazos—para ti estoy disponible


cuando gustes.

Le iba a contestar que lo odiaba; más no tuve oportunidad de hacerlo. En ese


momento, se nos acercó a ambos, mi amorosa madre.

— ¿Pasa algo malo?—nos preguntó mi mamá—Por un instante, pensé que estaban


discutiendo insanamente.

—Por supuesto que no—Jefferson dijo a secas—ella y yo…—su voz sonó bastante
agria—ella y yo estamos bien—luego de eso se alejó de mi madre y de mí

— ¿Cómo puedes soportar un carácter tan frío?—mi mamá me interrogó con cierto
sentido del humor.

—Aún hoy, me pregunto eso—le respondí a secas.

A los pocos minutos, el personal del hotel trasladó el equipaje de todos para
nuestras respectivas habitaciones. Yo entré a la habitación, me di un buen y merecido baño
y sin importar que estuviera dejando a Jefferson solitario trabajando con su laptop, salí del
dormitorio para ir a pasear por allí.

Mis padres y yo de incognito junto a los guardaespaldas visitamos la Quinta


Avenida, el Empire State, el Times Square, el Central Park, el World Trade Center, el Wall
Street, la Estatua de la Libertad, el Chrysler Building, el Ellis Island, el Rockefeller Center,
el Puente de Brooklyn, el Grand Central Terminal, el Federal Hall, la Catedral de San
Patricio, la Catedral de San Juan el Divino y el estadio Madison Square Garden

Jefferson claro que se portó bien, durante todo el día apenas dos veces se comunicó
conmigo por teléfono para decirme que esperaba que lo estuviera pasando bien y yo que
deseaba recibir amor de él, me sentí vacía completamente de oírlo tan irreverente. Mis
papás estaban incómodos de notar que Jefferson no hacía nada para acercarse a nosotros e
hicieron muchas cosas para que se rompiera el hielo existente en la relación entre ellos y
yo. ¿Cuánto más tendría que soportar aquello?

Cenamos, Jefferson, mis padres y yo en el restaurant del hotel. La comida fue


maravillosa pero mi esposo actuó como si estar allí le importaba poco. Ya bien entrada la
noche él y yo nos fuimos a acostar caminando uno al lado del otro. Jefferson me abrió paso
para que yo entrara al dormitorio y más atrás lo hice él. Después cerró la puerta con
prudencia.

Yo gritando auxilio en mi corazón me dirigí a mi closet, de allí busqué un pijama y


me dirigí a ponérmelo en el baño. A la hora salí y me acosté. Jefferson estaba del otro lado
de la cama y la verdad era que yo lo vi más guapo que nunca ¡Qué difícil era estar a su
lado todos los días! Pasó largo rato sin que ningún ruido nos importunase, la vacante que
se percibía en el ambiente era horrenda.

A las dos horas todavía yo me estaba haciendo la dormida, no podía soñar


teniéndolo tan cerca de mí ¿Por qué me había manipulado para que aceptara venir con él a
Nueva York? Claro había usado a su madre para conseguir su bien arreglado plan de
conquista.

La última vez que habíamos estado durmiendo juntos ya hacía unos quince días,
pero nada había resultado positivamente. Sus errores habían dañado todo lo que yo pensé
en un momento podríamos tener. Él se había marchado con Kimberley a Miami y yo como
tonta lo había extrañado todo el día.

Mientras, Jefferson en su lado de la cama parecía estar pasando por lo mismo que
yo; pues se movía vorazmente. Al ponerme a pensar en eso, la mente se me nublaba y el
corazón se me dilataba recelosamente. Si lograba pasar esa noche lejos de él, entonces el
día siguiente sería más fácil, o por lo menos, sería un poco más vacío de complicaciones.

Jefferson parecía estar igual de incomodo ante mi presencia y yo no me mantenía


quieta en la cama ¿Cómo él pudo haber pretendido que durmiéramos juntos en la misma
habitación y en la misma cama una vez más? ¡Tramposo, ya vería que conmigo no podría!
Yo no iba a fracasar en mi proyecto de mantenerlo al margen de mi vida. Si el pensaba que
con ese tipo de acciones iba a comprar mi perdón estaba equivocado pues yo no me iba a
detener en mi venganza.

No obstante, a él parecía no agradarle esa idea; ya que de un momento a otro se


levantó como loco y desesperado de la cama y se paró frente a frente de mí luego de haber
encendido la luz. Yo no le dije nada, si quería aguantar hasta el día posterior hacerme la
dormida era el camino más fácil.

— ¡Ya no aguanto más!—me reprendió perdiendo los sentidos y sin flaquear un


poco, tomó mi cobija y quitándomela con insuficiente prudencia la arrojó muy lejos de
mí—Daría mi vida por estar otra vez contigo aunque sea sólo como amigos. Por favor, di
lo que piensas de mí pero no te quedes callada como últimamente lo haces.

— ¿Qué te sucede?—le pregunté bajando la voz para evitar que mis padres
escucharan desde su habitación que Jefferson y yo estábamos riñendo; puesto que, ya
había escuchado centenares de veces que en Estados Unidos las paredes son muy
delgadas, además en un momento me sentí totalmente desnuda; pues la pijama de short
corto y camisola no dejaba mucho a la imaginación. La de él, también formada por un sexy
short y una camiseta igualmente era eminente, se veía tan sexy que sin poder evitarlo mis
mejillas se colorearon con avidez.

— ¡Me enamoré de ti! ¡Estoy por primera vez enamorado y es de ti!—me anunció
con esa seguridad tan propia de él— Sé que cometí el error de dejarte abandonada en esta
casa para irme con Kimberley pero te juro que no me acosté con ella. Eres la mujer más
especial que he conocido en mi vida y yo nunca te he sido infiel. ¡Créeme, soy sincero!

Yo me quedé en un impacto total ¿Cómo Jefferson había averiguado que yo sabía lo


de Kimberley y él en Miami? Pero más aún ¿Cómo podía negar que tuvo algo que ver con
ella más allá de una relación amistosa?

—No quiero saber nada de eso—le expliqué con dureza en mis rasgos faciales; en
tanto me sentaba en la cama—Ese no es mi problema.

—Sí, ese es tu problema porque eres mi esposa—musitó lleno de arrepentimiento—


Sé que sabes lo de Miami; pero no es todo como parece. Sí, claro que fui con Kimberley a
Miami; más entre ella y yo no hubo nada.

— ¿Otra vez con mentiras?—le satiricé haciéndome la fuerte ante Jefferson—Eres


un mentiroso—lo miré de frente mordiéndome la lengua para no insultarlo con toda la
rabia que por días había censurado en mi silencio.

— ¡No!—habló con sentimiento— Te explico esto por si lo quieres saber “Kimberley


y yo sí estuvimos en Miami juntos, pero no pasó nada entre ambos”. Él día que te dejé en
el hotel y me fui con ella fue porque Kimberley me llamó a unos de mis teléfonos y me dijo
que si no estaba con ella allá se iba a quitar la vida.

— ¡Claro y ahí aprovecharon para acostarse!—consideré crecida de amargura, celos


y de desconfianzas.

— ¡No!—respondió a secas—Ella y yo no tuvimos nada.

— ¿Nada?—me sonreí con rabia y desconfianza— ¿Nada de nada?

—Sí, ella me amenazó con suicidarse y yo no podía dejar que hiciera eso—se echó
los cabellos hacia atrás—y le insistí tanto que al final no lo hizo; pero ella, también se sintió
incomoda allá; ya que, en Miami yo no dejaba de pensar en ti y Kimberley lo notó; pues
cada palabra que salía de mi boca llevaba marcada tu nombre.

—Ella me esperó en Miami demasiado alterada y cuando yo llegué intenté calmarla


—continuó tomando impulso quién sabe de dónde—Cuando por fin logré hacerla desistir
de esa locura, ella me invitó a acompañarla a comprar un helado y yo acepté porque
estaba consternado pensado que si la dejaba sola podía suicidarse. Ella al final de la tarde
me propuso que fuéramos a un hotel; no obstante, yo me negué, le dije que los dos no
podíamos ser nada más que amigos pues yo me había enamorado de ti.
— ¿Le dijiste que te habías enamorado de mí?—sentí un palpito en el corazón que
me impedía hablar con claridad.

—Sí, le dije que estaba locamente enamorado de ti—Jefferson con gran meditación
completó la frase—Ella se puso a llorar y yo la abracé. Justo en esa circunstancia fue que la
persona que te entregó esa foto con la carta nos vio en el restaurant y percibió la
oportunidad de hacernos sufrir tomando esas fotografías y manipulándote para que
creyeras que yo no te amaba.

—Yo sí te amo—me reveló—y sé que alguien te entregó la foto de Kimberley


conmigo en Miami para que lo leyeras; pero te juro que Kimberley y yo no tenemos nada.

— ¡Por favor!—le recriminé angustiada—No me hagas parecer tan tonta. Para ti yo


valgo tan poco que una noche me haces el amor y luego al día siguiente te vas con esa
bruja de gira por Miami. Perdón, rectifico no fue hacer el amor, fue tener sexo.

—Me fui con ella únicamente para evitar que se suicidara—me dio con toda el
alma—Por Dios tú me conoces, sabes perfectamente que soy un hombre tosco que nunca
podría enamorarse; no te das cuenta que si me fui con ella fue porque no hallaba la forma
de evitar que cometiera una locura.

— ¡Si, claro!—ironicé tomando la almohada entre mis manos, respirando para no


lanzársela a él—Te vas con ella y ahora resulta que era para salvarla. ¡Ahora eres Dios!
¡Eres un imbécil!

— Sí, si soy un imbécil y no soy Dios pero…—negó Jefferson caminando por la


habitación como si de un esquizofrénico se tratara— ¡Las cosas en Miami no sucedieron
como tú crees!

— ¿No, entonces cómo sucedieron? —lo desafié levantándome de la cama y


parándome frente a frente de él cruzando los brazos, pero separada por unos cuantos
pasos de su esbelto cuerpo.

—El día que dormimos juntos en Berlín—intentó explicar con calma—aún tú y yo


no habíamos definido nuestra relación.

— ¿Nuestra relación?—me reí con poco ánimo— ¡No hables tonterías!

—Sí, nuestra relación—contestó con una forma de hablar tan elegante que mi
cuerpo se sintió volar entre las nubes porque ese tipo de cosas que hacía eran las que me
volvía chiquitita ante él—El fin de semana anterior a nuestra visita aquí nos habíamos ido
de viaje a “El Cielo y más Allá” con los muchachos y las cosas habían resultado un caos total.
Primero el hecho de habernos pasado del límite y luego el de habernos acostados sin
tomar en cuenta en lo que nos estábamos metiendo.

—Yo sí sabía lo que estaba haciendo—le amonesté con rencor—y no fui tan cobarde
como otro, para arrepentirme de haber hecho el amor con un persona, no dar la cara y
después huir al palacio como una gallina. Claro, como lo que querías era tener un hijo, te
aprovechaste de mí y luego te fuiste.

— ¿Por qué crees que huí?—preguntó con intensidad— ¡No sabía qué hacer! Sí,
admito que lo del viaje fue una excusa para seducirte porque ya yo no podía dormir de
tanto que pensaba en ti y en soñar con tenerte todita para mí; sin embargo, en ningún
momento quise seducirte para aprovecharme de ti, ni planeé hacerte el amor para tener un
heredero. Caminé a través de la candela y me quemé con eso. No puedes juzgarme por
desearte como lo hice, ni tampoco por aprovecharme de la situación para hacerte el amor.

— ¿Qué?—dudé de sus palabras; mientras me sentía triste de imaginármelo


preocupado por haberme seducido y por haberse acostado conmigo—Tú no te
aprovechaste de mí.

— ¡Eso lo sé!—me afirmó con frenética irritación—pero en ese momento no lo sabía


y después de que te hice el amor y me di cuenta de lo que te había hecho, lo único que se
me ocurrió fue regresar al palacio para aplacar tu odio hacia mí. Te había seducido para
acostarme contigo ¿Cómo no me ibas a odiar?

—Yo no te odiaba—le dije esperando que con eso terminara la conversación; pero
eso no fue así.

—Me sentía como un demonio porque el día del partido de beisbol te había
escuchado llorar por mí y en la isla te había robado tu primera vez; pensé que estando
lejos de mí, lograrías perdonarme. Después, tú me dijiste que no le diera importancia a lo
sucedido porque ni siquiera podría haber problemas con un embarazo porque te estabas
cuidando.

— ¡Eso que me dices es falso!—lo abofeteé con mi voz dándome cuenta que la
conversación aún no iba a concluir—La razón por la que tú te marchaste fue porque te
arrepentías de haberme hecho el amor y créeme lo entiendo, estabas hablando de tus
problemas y no estabas acostumbrado a hacerlo. Además, ya me habías usado para
intentar procrear a un heredero qué más podías hacer allí.

— ¿Quién te dijo eso?—me preguntó colocándose las manos en la nuca y luego


bajándolas a ambos lados de su cuerpo—Yo no me acosté contigo para tener un hijo ¿Me
crees capaz de hacer eso? Yo no soy como mi padre.

—Yo también lo creía hasta que me abandonaste en la isla—le dije odiándolo con
toda el alma—pero me demostraste lo contrario.

—Además, para que lo sepas de una buena vez —respiré aire abismalmente—si yo
estoy tomando anticonceptivos desde el día que nos casamos fue porque tu hermana
Carolyn me las recetó para evitar entre tú y yo un embarazo no deseado y sin amor. Muy
diferente a tu madre que siempre te ha dicho que un hijo resolvería nuestros problemas de
matrimonio, ella cree que un hijo no puede surgir de una relación miserable e inestable
como la que tenemos los dos.

— ¿Hablas en serio?—se escarneció Jefferson tocándose con la lengua la punta de


los labios, lo que a mi parecer era un gesto de aprobación hacia las ideas de su hermana.

—Sí, hablo en serio—le contesté vacía—Ella es mucho más madura que tú ante
ciertas situaciones.

— ¡Eso no es del todo verdad!—parpadeó Jefferson con sus bellísimos ojos de


porcelana y se acercó a mí un paso, pero luego se detuvo.

—Pero tú tienes que saber que yo no huí de “El Cielo y más Allá” porque estaba
arrepentido de lo que había pasado entre los dos, si lo hice fue debido a que no podía
perdonarme a mí mismo el hecho de robarte tu virginidad. ¿Crees qué la única razón por
la que un hombre hace ciertas cosas es porque está necesitando de placer? ¿O porque
quiere tener un hijo? Créeme, yo estaba melancólico por lo de mi primo y mi padre, pero
sabía muy bien lo que estaba haciendo, te deseaba, necesitaba hacerte el amor, quería
hacerte mía.

— ¿No ves cómo estoy sufriendo maldita sea?—me expresó con sus instintos
naturales de hombre excitado—En este momento lo único que quiero es hacerte el amor
como un salvaje. ¡Te amo, pero también te deseo!

Mi corazón se aceleró al analizar lo anterior, si eso era cierto; entonces las cosas que
pasaron no fueron producto de un desliz como yo me lo había imaginado. Le di la espalda
a Jefferson necesitaba tomar algo de aire si no quería desmayarme como tonta.

— ¡Eres el amor de mi vida!—me confesó sollozando, cosa que me sorprendió y me


conmovió muchísimo; por lo que, me volteé a verlo sorprendida de sus palabras, a las que
empezaba a creer de repente—Desde el día que nos conocimos en la cafetería-restaurant
me volví loco por estar contigo; pero no quería aceptarlo, eras tan diferente al resto de las
chicas que no te importó que Kimberley fuera la novia de un príncipe para humillarla. Yo
siempre te he amado y si fuera por mí te tendría amarrada a mi mano con esposas. ¿No
ves que estoy desesperado porque por mi testarudez estoy lejos de ti?

—No lo veo, además si eso fuera verdad ¿Por qué no me lo dijiste antes?—le
pregunté llena de dudas en la cabeza y con fuertes latidos en el corazón—Me humillaste
delante de todos.

—Eso también lo sé, pero asume que siempre yo he estado pendiente de ti—su
corazón estaba a punto de llorar.

—El día después de que hubo el problema en el restaurant; es decir, el segundo día
que nos vimos en la cafetería-restaurant fui a buscarte para decirte lo que sentía. Sin
embargo y a pesar de que quería hacerlo, no lo hice; pues como siempre fui un cobarde
que no supo cómo actuar al verte allí, además, sin ánimos de poner excusas ese día pensé
que si te decía que te amaba me ibas a tildar de loco. Fue allí cuando decidí hablarte y
como tantas veces terminamos en una situación comprometedora y picante.

—Tú fuiste bastante seductor—balbuceé rabiosa de recordar lo ocurrido ese día.

—Es que como te dije, yo no sé tratar a las personas, menos a quienes más quiero.
Con la única persona que abro mi corazón es con mi hermana menor Darlyn Lynette
porque ni con Carolyn intento tener comunicación alguna. A mi madre solo le cuento las
cosas que pueden llamarse “necesarias”.

—De eso ya me he dado cuenta—reproduje más llevada a hablar con Jefferson,


sobre todo tomando en cuenta que veía en él un cierto aire de sinceridad.

—Luego te vi conversando con mi primo y me puse muy celoso—habló


conteniendo el impulso de llorar— no quería verte con nadie más y las muestras de cariño
de Luciano hacia ti fueron para mí muy dolorosas. Él siempre ha estado encima de ti.
Cuando yo creía que había logrado algo contigo; entonces aparecía él con su ridícula
sonrisa y me robaba tu atención.

— ¿Desde ese día te molestaste más con tu primo?—aluciné maravillada—Bueno,


de paso que ustedes dos nunca se han llevado bien.

—Sí, —me confesó tocándose la cabeza—tanto así que cuando llegamos al palacio le
exigí que se alejara de ti, según yo porque eras una loca; pero esa no era la verdad, yo
estaba celoso y te quería toda para mí. Él; en cambio, no me hizo caso, en vez de eso, hizo
todo lo imposible, llamó a no sé cuantas personas y se cambió de universidad sólo para
estar cerca de ti.

—Y sin contar con eso, para ese día mi madre ya tenía preparada la tontería esa de
buscarme esposa entre las estudiantes de la universidad al día siguiente. Lo que me puso
muy mal, sobre todo porque el día del casting no asististe a él para probar si quedabas
seleccionada. Eso quería decir que yo no te interesaba para nada.

— ¡Eso es falso!—le confesé sin miedo a verme engañada nuevamente—yo no sabía


de ese casting. Tu primo el día anterior habló contigo del casting en mi presencia pero yo
con mis despistes no lo tomé a consideración.

— ¡Lo sé! ¡Eres tan despistada!—notificó con mucho erotismo en los labios— mi
madre me dijo que tú no sabías nada de ese casting antes de notificarle a la prensa que
eras la feliz escogida; pero ya era muy tarde, tú ya me habías encontrado antes en la
universidad con Kimberley en el baño y al hacerlo vi en tus ojos que me odiabas.

—Nunca quise que me encontraras con Kimberley, lo de ella y yo era una relación
basada en el sexo, nada de amor y sin quererlo me dejé arrastrar a la propuesta que me
hizo esa tarde de compartir la última fecha juntos. Después de que te marchaste, no pude
acostarme con ella, me puse la camisa y salí del baño sin darle ninguna explicación. Si no
te busqué para darte una explicación fue porque no tenía cara para hacerlo.

Tragué saliva fuertemente, sus palabras me estaban llenando en alma de una forma
muy asombrosa, estaba perdiendo el miedo y el rencor que le tenía a mi esposo; pues
notaba un alto grado de verdad en su confección, si esa vez no había tenido sexo con
Kimberley ¿Sería que de verdad él no se había acostado con ella en Miami? ¿Sería cierto
que me había sido totalmente fiel?

—Lo bueno fue que las cartas estaban a mi favor; casualmente, el día del concurso
mi madre chocó contigo accidentalmente y le gustaste para ser la princesa, más tarde se
puso a investigar en la universidad y consiguió una foto tuya. Cuando regresó
tardíamente al palacio y me dijo que ya tenía su elección yo me puse furioso de que
escogiera por mí.

—Al rato, —prosiguió suplicante—cuando vi la fotografía tuya hablé con mi mamá


y le confesé que estaba enamorado de ti pero que no sabía si tú querías casarte conmigo
por lo ocurrido en la cafetería-restaurant; entonces, ambos pensamos que manipulándote
con ciertas cosas, tú tendrías que casarte conmigo.

— ¿Y luego qué pasó?—formulé la pregunta persiguiendo la esperanza que había


surgido en mí al creer que Jefferson sí estaba realmente enamorado de mí y no de
Kimberley.

—Te desmayaste al recibir la noticia de los periodista y mi madre y yo no sabíamos


qué rayos hacer —impugnó Jefferson—Te trajimos al palacio y te acostamos en mi cama;
en ese momento los dos supimos que esa era nuestra oportunidad para obligarte a casarte
conmigo; temblando te quité la ropa y ¡lo juro! cuando te vi desnuda, me excité como un
niño al recibir su primer juguete y me volví loco; ya que, eso no era algo que me pasaba
tan a la ligera, ni tan a menudo. Contigo fue amor y deseo a primera vista.

Al oír esas crudas palabras mi corazón se aceleró como una locomotora en plena
carrera hacia su destino. Quería abrazarlo y rendirme ante él; más el cerebro y su tonto
pensar me lo impedía. Quería disfrutar con él el resto de mis días pero las dudas que aún
rondaban mi mente me lo impedían.

—La garganta la tenía atragantada y aturdida, estaba como trastornado pero no te


lo dije y menos cuando vi el lunar que tienes en el pecho y ya no sabía qué hacer. Me
comporté como un acosador y quise acostarme contigo inmediatamente; más eso no era
suficiente, tú eras especial y te quería para estar a tu lado durante toda mi vida. Necesitaba
casarme contigo y luego hacerte mía.

— ¿Eso quiere decir?—titubeé como un bebé— ¿Yo tenía razón cuando pensé que
todo había sido una trampa tuya y de la reina? ¡Lo sabía!
—Sí, lo sabías—prosiguió manteniendo la debida distancia entre los dos—Mi
madre y yo ideamos el plan del dormitorio para que tuvieras que casarte conmigo así
fuera a la fuerza. Incluso lo de que mi hermana esa mañana entrara a tu habitación y te
enseñara mis fotos fue parte del plan. Yo soy tu esclavo y todo lo que he hecho fue para
que te rindieras a mí.

—Pero—dudé al recordar las fotos que el ser desconocido había dejado en la


peinadora de mi dormitorio del palacio—Tú siempre te has comportado conmigo como si
no te importara. No fue sólo el hecho de actuar cabezotas en contra de mí, sino que las dos
veces que dormimos juntos me dejaste abandonada antes de que yo me despertara, tal y
como si no te importara.

— ¡Eso lo admito!—indicó parándose muy erguido delante de la puerta cerrada de


la habitación y reflejando en sus ojos mucha pena—Pero como te dije la primera vez fue
porque estaba asustado de mirarte a la cara al día siguiente aunque sé que en el juego de
beisbol te propuse que fueras mi esclava sexual, sólo lo hacía para molestarte. Ese plan de
llevarte a la isla y seducirte no me había salido muy bien y yo tuve miedo de que me
odiaras.

—La segunda vez fue porque Kimberley me llamó como loca a mi celular y me dijo
que si no me reunía con ella se iba a cortar las venas. En ese momento, no sabía qué hacer
te adoraba pero ni siquiera te había confesado lo que sentía por ti.

— ¿Y qué sentías? —le pregunté sin rodeos esperando la respuesta que de seguro
iba a obtener.

— ¡Sentía que te amaba! Algo que tú no te imaginabas ni sospechabas—tartamudeó


como un entrecortado en pleno proceso de aprender a comunicarse— ¡Te amo Mariska!
¡No tengas dudas de mi amor! Por favor, sé tú misma y vuelve conmigo.

Y como si ambos pudiéramos leerle el pensamiento al otro, los dos al unísono


corrimos a encontrarnos y nos besamos, no supe cómo, pero las palabras de Jefferson se
habían entrado muy dentro del corazón y me estaban haciendo explotar mi lado más
sensual y erótico. Él me tomó fuertemente de la espalda y me besó con un albor que nunca
llegué a soñar ni en mis mejores sueños.

— ¡Odio de ti lo que no se puede odiar!—le manifesté con suavidad y alegría poca


disimulada— ¡Te amo!

— ¡Yo también te amo!—me susurró riéndose muy cerca de mi boca, sin dejar de
tomarme de la espalda tal como si no quisiera soltarme—Sin ti el mundo no valiera nada.

—Gracias—le correspondí dejándome besar nuevamente por él; pero esta vez con
un tono más apasionado que antes.
—Quiero vivir esta ilusión por muchos años—me susurró dirigiendo su mano a
lugares solo recorridos por él. Me tocó los senos a través de la camiseta y al hacerlo el
sonido gutural que salió de su voz me conmovió.

Yo no dije nada, sentía que si expresaba algo me iba a derretir. El cosquilleo que
sentía por todo el cuerpo cuando él me tocaba era algo que aún en tal circunstancia me
sorprendía. Era amor y deseo lo que sentía por mi esposo; pues únicamente con poner a
trabajar a sus manos especializadas, mi cuerpo y mi corazón se rendía ante él.

Me mordí la lengua sin poder imaginarme en otro lugar lejos de él. Tenía que
confesar que con sus palabras había logrado disolver mis dudas y mi amarga rabia. Él era
el mejor chico del mundo y era todo para mí. No tenía por qué tener dudas, él me amaba y
yo lo amaba a él y con eso era suficiente.

Jefferson me abrazó más fuerte y yo me mordí la lengua para evitar que la urgencia
de que me desnudara cobrara más vida que la de él. Se alejó un poco de mí y con su mano
derecha me acarició los brazos, las manos y los dedos, con la otra sencillamente se dispuso
a recorrer suavemente mi cuello.

Me miró a los ojos y con su mirada de Casanova le restó importancia a mi palpitar;


ya que, con mucho deseo en su vista logró que su dulce boca torturara la mía por un buen
rato. Luego con su poderoso estilo en cuanto a la pasión, me fue quitando sin presura la
camisa y luego el short, dejándome a mí únicamente con un biquini y con el pecho
totalmente a su vigilancia y quedándose él con toda su ropa de dormir.

— ¡Quédate aquí!—me susurró con pasión y alejándose un poco de mí se fue


quitando una a una la poca ropa que él llevaba encima, después acercándose a mí me
cargó entre sus brazos—¡Quiero que te quedes conmigo por siempre! ¡Te voy a demostrar
todo lo que te amo!

Me colocó con suavidad en la inmensa cama y yo me puse muy nerviosa; ya que era
la primera vez que él y yo íbamos a estar juntos sabiendo lo que sentía el uno por el otro.
Me mordí el labio y lo miré colocarse encima de mí, no podía creerlo; él era todo para mí.

— ¡Cierra los ojos y confía en mí!—me ordenó con susurro y yo me dejé llevar al
cielo acompañada de él.

Cerré los ojos y con ello descubrí que las sensaciones del cuerpo eran maravillosas
si se estaba con la persona que amaba. La noche se volvió de miles colores y sentir la
deliciosa boca de Jefferson en mi cuerpo borrándome todos los miedos que podría tener
fue una situación extraordinaria.

Sus manos tocaron con libertad todo mi cuerpo de arriba abajo y de abajo a arriba,
con lo que yo me entregué a su amor sintiendo el cosquilleo de su mirada sobre mi cuerpo.
Entonces, queriéndolo y confiando en su bonito amor abrí los ojos y entendí que aunque
quisiera separarme de su fuego, nunca podría hacerlo.
Nuestras bocas se juntaron desesperadas por permanecer juntas para siempre.
Deseo era lo que reflejaban nuestros ojos, la noche era una gran parte de ese fuego que nos
consumía a permanecer como si fuéramos uno solo, la oscuridad nos decía que nos
amábamos.

— ¡Te quiero!—Lo oí decir con la voz entrecortada y entonces mi mente y mi


corazón despegaron a un universo lejano donde existíamos únicamente nosotros dos.
Éramos almas diferentes que con diversas formas de actuar ante las circunstancias de la
vida no podíamos vivir lejos uno del otro.

Jefferson me abrazó y permaneció junto a mí sin decir nada, yo no pude evitarlo y


lloré de alegría; pues lo que había pasado entre mi esposo y yo había sido lo más
asombroso que me había sucedido en la vida. Él me acarició los cabellos y con gran
emoción me besó en la boca.

—Contigo aprendí a disfrutar la vida—me expresó después con gran entusiasmo y


no sé cómo pasó, pero en un momento los dos nos olvidamos de que estábamos en un
momento demasiado íntimo y nos echamos a reír.

— ¿No te arrepientes de lo sucedido, verdad?—me preguntó al oído.

—Jamás podría arrepentirme de hacer el amor contigo—le respondí—eres mi


esposo y yo… ¡Te quiero muchísimo!

— ¡Te amo!—me susurró al oído con gran ternura.

— ¡Yo también te amo!—le dije con los ojos llenos de ilusión— ¿Crees que mis
padres hayan escuchado algo? Creo que es bien sabido que las paredes en las
construcciones de Estados Unidos son casi nulas.

— ¡No, claro que no!—me acarició con su dedo índice el labio inferior—Además, no
te preocupes porque estos momentos aquí son únicamente para nosotros. Estamos casados
y no estamos cometiendo ningún pecado.

—Pero de todas formas—le confesé apenada—no está bien que estemos juntos
haciendo el amor cuando mis padres están en la habitación de al lado.

— ¡Tienes razón!—me hizo colocarme encima de él—pero no podemos hacer más


nada. Hay que adaptarse.

—A partir de hoy te daré todo en el amor—me plasmó con el gran poder de su


mirada—ya no puedo vivir separado de ti y cuando regresemos al palacio dormiremos
juntos en mi dormitorio, bueno corrijo en tu habitación.

— ¿Hablas en serio?—sentí un cosquilleo en las mejillas—Digo ¿Quieres dormir


conmigo?
— ¡Claro que sí!—me acarició el labio inferior— Tú eres todo para mí, no te voy a
compartir con nada ni con nadie nunca. Me enamoré de esta loca cocinera y quiero
disfrutarla.

— ¡Bobo!—lo golpeé con puño de niña en el brazo.

— ¡No me pegues tan duro!—me ordenó burlescamente conteniendo una risa


salvaje que amenazaba con revelarle a mis padres lo que él y yo estábamos haciendo en la
habitación—La verdad es que estoy fascinado de haber caído en la red de esa cocinera.

— ¡Bobo!—le repetí— ¡Deja las bromitas!

Pero Jefferson parecía que no me estaba escuchando ni prestando atención; pues se


colocó sobre mí y comenzó a besarme con suavidad y descaro por todo el cuerpo.

—Me encanta tu cuerpo de muñeca Barbie, no puedo dejar de besarlo. Tú eres


fabulosa, eres un lucero que ilumina mi vida. A pesar de que muchas veces estamos en
presencia de un escandaloso invierno, tú siempre brillas con tu hermosura.

— ¡Somos tan diferentes pero a la vez tan iguales!—dije pensando que Jefferson no
me había oído.

—Lo que importa es lo de aquí adentro—me tocó con delicadeza el corazón y para
mí eso bastó para hacerme perder la poca cordura que me quedaba, me acerqué a él y lo
besé a los labios con impudor y deseo.

Yo estaba tomando la iniciativa por primera vez y eso no me daba pena, ahora más
que nunca necesitaba de su inmejorable pasión y sabía que yo también tenía que aportar
en la relación. Me coloqué encima de él, en tanto mis labios no se separaban de los suyos.
Jefferson no dijo nada; su cara y su sonrisa reflejaban un embrujo incorregible.

Me amoldé a su cuerpo como la seda y a Jefferson le magnetizó esa nueva yo en la


intimidad; pues para los dos era extraño que yo estuviera haciendo la cabecilla en una
realidad que hasta ese momento habíamos compartido exclusivamente liderada por mi
esposo. Y no era que lo antes mencionado no fuera maravilloso para ambos; sin embargo,
no siempre tenía que ser así, pues para mi príncipe sentirse rendido a mis pies era un
sueño hecho contexto.

Lo besé durante largo rato y recorrí cada parte de su cuerpo con mis caricias
seductoras, Jefferson gimió y me tocó la espalda; más ya era muy tarde para que él tomara
la iniciativa; me apresuré a demostrarle mi amor con acciones bastante atentas y la
ansiedad que de pronto surgió entre los dos nos hizo llegar rápidamente al éxtasis de una
unión que nunca podríamos dejar de compartir.

En lo que restó de la noche; varias veces nos quedamos sin respiración después de
completar el acto de amor más relevante en nuestra vida de casados. Intercambiamos
lugares un par de veces y la gloria de estar juntos como una pareja de verdad nos llenó de
puro deleite y satisfacción. Luego agotados nos quedamos dormidos, uno abrazado del
otro; esperando la llegada de un nuevo día para compartirlos juntos.

El cielo amaneció a las pocas horas, yo abrí los ojos feliz por lo vivido la noche
anterior. Me sentía renacida y henchida de júbilo. Me dolía el cuerpo y no era
precisamente porque habíamos dormido, la verdad habíamos pasado nuestra mejor noche.

Pero Jefferson ya se había levantado de la cama y al no percibirlo en la cama mi


corazón se atiborró de angustia y miedo. Me senté angustiada en la cama y el corazón
empezó a palpitarme aceleradamente; Yo no quería que volviera a pasar lo de las dos
veces anteriores en la que mi esposo se había marchado y alejado de mí como si estar
conmigo sólo fuera sido un momento de demencia. ¿En dónde carajo estaba?

— ¡Buenos días!—se abrió la puerta y allí estaba él con una bandeja de comida
cargada en las manos—Espero no haberte despertado.

Yo sonreí, las cosas pasadas no habían sido un sueño o una simple aventura
causada por disimiles situaciones; me mordí el labio inferior mientras me abrazaba las
rodillas ¡Por fin, los dos éramos una verdadera pareja!

—Del servicio del hotel trajeron esta comida—se sentó a mi lado y me colocó en las
piernas la bandeja.

—Mmm se ve delicioso, —susurré al ver un plato con pechuga asada, acompañada


de una ensalada tropical y un vaso de jugo de manzana.

— ¡Estas hecha un lío! —murmuró sonriendo.

— ¿Estoy tan desordenada?—pregunté apenada.

— ¡No te vayas a poner hecha una furia!—sonrió nuevamente—Pero sí, estas hecha
un lío; pero sabes algo, te ves maravillosa—me acarició la nuca.

—Gracias—me iluminé maravillada—ahora me voy a cepillar los dientes y regreso


a comer ¡No te vayas a ir!—y me paré del lecho, me puse una bata sobre el cuerpo y salí
corriendo al baño. Allí me cepillé en veloz carrera para no desperdiciar ningún segundo y
luego regresé a la habitación.

— ¿No tardé mucho, verdad?—le pregunté con una cara de inocencia bastante
particular, después me senté en la cama y lo besé; él me respondió el beso, me puso las
manos en el cuello e introdujo su lengua en mi boca.

— ¡Te quiero!—me dijo y luego me soltó— ¡Ahora, a comer!—me volvió a colocar la


bandeja sobre las piernas.

— ¿Y tú no vas a comer?—lo interrogué arrugando el gesto por lo que parecía un


gesto de mala educación.
— ¡Más tarde!—dijo pícaro pero sin expresar mucho con sus palabras— ¡Es tú turno
para comer y no puedo interrumpirte!

— ¡Oh, qué gentil!—le bromeé y él sonrió.

—Por cierto, —me manifestó serio—lo que pasó anoche entre los dos—yo sentí
miedo por lo que iba a decir al sospechar que ya se había arrepentido—no quiero cambiar
mi forma de ser entre la gente.

— ¿Qué quieres decir?—dudé con un nudo en la garganta tomando la cuchara con


la mano derecha.

—Quiero decir que quiero que seamos marido y mujer y que seré un buen esposo a
partir de hoy—contestó tomando un largo sorbo de aire—pero que no quiero que me
vuelvas un chico sumiso entre la gente. ¡Veras, soy un príncipe y mi carácter siempre tiene
que ser fuerte y áspero!

—Yo no puedo ser como los demás hombres, —indicó acomodándome un cabello
que tenía levantado—al ser un príncipe tengo que ocultar mis emociones. No puedo sentir
algo demasiado explicito cuando estoy en público—luego me acarició la mejilla derecha.

—Pero tú…—concebí un mar de estremecimientos por toda la cara—Digo, yo te he


visto algunas veces sonreír cuando estamos entre la gente. Han sido muy pocas veces,
pero sí te he visto.

—Sí, tengo que aceptar que muchas veces mi mente se va de onda y se me olvida
también que tengo que estar serio—me tomó con cariño de la nuca—pero eso es sólo
cuando estoy contigo y tu sonrisa me saca de mi sitio. Eres un ser especial que mira lo que
has hecho—se señaló así mismo—ya no soy el mismo de antes. Me comporto como un
hombre muy diferente a lo que solía ser.

—Se que he fallado demasiadas veces y que tú me has perdonado todas ellas— me
besó ligeramente a los labios; —sin embargo, yo estoy loco por ti, eres seductora y
provocativa; a pesar de que, aparentas inocencia. Eres una diosa que hace que pierda
todos mis sentidos.

—Estoy inmejorablemente feliz de que nos demos esta oportunidad para amarnos
profundamente—me confesó haciéndome unas ligeras caricias en el pie, en tanto
mostraba sus llameantes ojos de lobo salvaje y ponía una postura bastante tensa. Estaba
excitado y poseía una actitud de cazador cuando divisa su presa, la tiene en la mira y
espera la señal para atacar y poner todo en su lugar.

— Pero no por eso puedo dejar de ser yo—me volvió a besar a los labios; más esta
vez usó un poco más de intensidad—Yo soy y tengo que ser, un ser completamente
dominante y recio cuando estemos en público porque soy el hombre más poderoso del
país.
—Aunque te parezca extraño, yo tengo que ocultar todas esas emociones que tú
hermosamente muestras entre la gente; —me afirmó endureciendo la postura y
suspirando profundamente—además, me gusta ser así; es decir, seco, serio, e insensible
como tú me dices. Estoy dispuesto a ser más abierto pero únicamente contigo y cuando
estemos a solas; no quiero empezar a comportarme diferente a lo que me gusta ser y
actuar cuando esté junto a otras personas.

— ¡Ah!—suspiré afianzando un poco de luz.

—No te vayas a poner brava por lo que te estoy diciendo; lo que pasa es que quiero
ser sincero contigo para no hacerte más daño del que ya te he hecho— declaró tocándome
con el dedo anular la mejilla y mostrando una hermosa cara de simplicidad.

—Y bueno ¿Qué te parece? ¿Qué piensas de lo que te he dicho?—me inquirió


concluyendo intentando parecer calmado y no excitado.

—Por mí está bien—le aclaré relajada porque me había hablado lo de marido y


mujer y porque me había hecho excitarme como una fiera; ya que, lo demás, realmente no
me importaba mucho pues mientras él estuviera conmigo lo demás era ganancia.

—Entonces eso en un trato—me estrechó la mano en la que yo tenía la cuchara—y


ahora a comer que se te va a enfriar la comida.

Y así lo hice como me dijo, primero tomé un poco de pechuga, luego algo de
ensalada y posteriormente me dediqué a degustar la comida que Jefferson con tanto cariño
me había llevado a la cama; ésta no era súper exquisita pero de igual manera me había
gustado; era una delicia culinaria; a pesar de que era lo primero y único que mi esposo
había cocinado en su vida. ¿Por qué siempre todas las cosas le salían bien?

En esos minutos Jefferson no pronunció ninguna palabra, se me quedó mirando


pensativo y sus ojos tampoco reflejaban nada. Yo; en cambio, embobada por su atrayente
mirada intentaba tragar cada uno de los bocados que me introducía en la boca. Sí, él me
había visto muchísimas veces comer pero esa mañana dicha situación era muy diferente a
las anteriores.

Tiempo después, procedí a tomarme el jugo; ¡Uff, cómo extraña la sencillez y


dulzura de un rico jugo de manzana! Lo degusté como si estuviera tocando el cielo; era
grandioso estar en esa ciudad con mi esposo; pues ésta vez para nada se parecía a la
última vez que ambos salimos fuera del país.

— ¡Estaba delicioso!—expresé colocando el vaso en la bandeja—Para no ser chef


esos señores del hotel cocinan muy bien.

— ¿Ya terminaste?—indagó Jefferson impenetrable y sin mostrar nada de nada.

— ¡Sí, todo estaba maravilloso!—le respondí tomando una servilleta y limpiándome


los labios— Quien preparó esto es un gran cocinero
— ¡Bueno, ahora es mi turno!—me comunicó tomando la bandeja y colocándola en
el suelo.

— ¿Tu turno? ¿Tu turno para qué?—le inquirí con incertidumbre; pero él no me
contestó con palabras; se impulsó sobre mí y me beso con atrevimiento. Ya con eso yo
tenía la respuesta, ahora era su turno de comer. Me acostó en la cama y yo me reí con
alegría profunda.

— ¿Y si mis padres nos escuchan?—le pregunté intentando no parecer demasiado


estimulada—ya deben estar despiertos.

—Somos marido y mujer—me respondió quitándome la bata—no estamos


cometiendo ninguna falta; además, ya no puedo esperar más para hacerte el amor—
entonces me miró proporcionándome con los ojos una muestra de amor casi inexplicable
y de deseo excesivo.

— ¡Tú eres solo para mí!—me besó el seno izquierdo— ¡Eres mía y de nadie más!
Me besó el seno derecho—me gusta tu olor—me besó la boca del estómago— tu color —
me besó el ombligo—tu sabor ¡Toda tú me gustas!—me besó la boca.

Yo le respondí el beso; él tenía razón, éramos marido y mujer y no había ningún


espejismo en eso. Habíamos perdido tiempo peleando como adolescentes y ahora
teníamos el derecho de disfrutar la compañía del uno y del otro. Y así lo hicimos, por un
par de horas esa mañana nos dedicamos a darle uno al otro todo lo que podíamos entregar
con total y placentera libertad.

Sentimos miles de sensaciones buscando alcanzar un límite; pero al parecer


ninguno de los dos queríamos conseguirlo; debido a que, con armónica audacia nos
entonábamos amor sin necesidad de ser vocalistas de un grupo de baladas. Nos
acariciamos sin pudor cada poro de nuestras pieles y vimos a través de los mismos ojos
una pasión tan fuerte como el vino tinto.

— ¿Está rico el almuerzo?—preguntó mi madre a Jefferson, sentada en la mesa del


restaurant del hotel y mostrándonos la comida que era rollitos de pollo rellenos de
espinacas con arroz chino tres delicias; además de ensalada de mango y piña.

— ¡Sí, está delicioso!—respondió sin gesto en la cara mi esposo— ¡El chef es


espectacular!

Yo lo vi y sonreí; lo cierto era que Jefferson apenas había probado la comida; él no


solía comer mucho y el mesonero en un gesto de agrado le sirvió gran cantidad de comida.
Bueno, al menos no iba a decir después que en el hotel lo estaban matando de hambre.

— ¿Y hoy nos marchamos? —Preguntó natural mi padre.

— ¡Sí, en la tarde!–respondió secamente Jefferson y yo lo miré con cara de


aprobación; así que esa era la parte que él no quería cambiar; la de ser el mismo gruñón e
insensible de siempre. ¡Qué felicidad! Así él me gustaba mucho más; para mí y sólo para
mí todo un príncipe azul y para los demás un ogro duro de corazón y de expresión que
nunca sonreía y que siempre embobaba a la gente con su carisma de chico malo.

Tres horas después, mi padre estaba tomando el sol en los alrededores de la piscina
principal del hotel. Mi madre, Jefferson y yo nos quedamos sentados por esos mismos
lares para compartir las últimas horas que nos quedaban juntos por ese fin de semana. Él
se mantuvo en silencio por largo rato y al parecer no le hacían gracia los chistes malos de
mi mamá.

Es así, como se dedicó a comunicarse con sus sirvientes del palacio a través de su
laptop, sí tenía que hacer eso para no despegarse completamente de su mundo y a mí eso
no me disgustaba ni un poquito. Mi progenitora; en cambio, apagó la tecnología de su
computador y se decidió a nadar en la piscina.

Allí en la piscina, nadó con mucha gracia haciendo movimientos con el cuerpo que
hasta ahora yo no les había visto hacer nunca. Empezó con una suave marcha, luego
ejecutó un espectacular paso, el cual a mí me pareció maravilloso, seguidamente elevó una
de sus piernas y se hundió en el fondo de la piscina, a los pocos segundos salió para tomar
aire.

— ¡Ven aquí, hija! ¡Vamos a nadar!—me ordenó mi madre caminando hacia mí, me
tomó de la mano y me levantó del asiento donde yo había estado sentada.

— ¿No quiere nadar su alteza?—le preguntó mi mamá a mi esposo—Sería divertido


que los tres nadáramos juntos.

Jefferson levantó la cabeza un poco y aún sosteniendo su laptop entre las manos
negó con la cabeza; seguidamente siguió con su trabajo. Mi mamá me hizo señas con la
cara para simular la cara de obstinado de mi príncipe y yo sonreí como tonta.

Entonces, mi madre y yo nos metimos en una sesión de nado sincronizado súper


complicada, pero a la vez, bastante provechosa.

Media hora después, yo estaba acostada bastante agotada en el mueble grande de la


sala especial y privada del hotel y mi madre sentada en uno de los pequeños, mantenía los
ojos cubiertos con un paño. Mi padre estaba dándose un merecido paseo por la ciudad y
mi esposo serio, todavía seguía manejando su laptop, pero esta vez sentado algo alejado
de nosotras.

— ¡Ha sido maravilloso!—expresó finalmente mi madre quitándose el paño de la


cara— ¿Qué te ha parecido hija?

— ¿Ah?—me senté agotada—Todo esto ha sido embarazoso y pensar que el


ejercicio es bueno para la salud.
— ¡No te quejes tanto!—me lanzó el paño en el cuerpo—si quieres mantener esa
buena figura debes hacer ejercicio por lo menos tres veces por semana.

Jefferson levantó un poco el mentón y me vio directamente a los ojos con gran
disimulo, yo lo vi también y a la sazón, sin mucho alarde él se lamió los labios con
provocación.

Yo sonreí torpemente intentando parecer natural ante mi mamá. Él era un abusador


loco y seductor que con sólo ese gesto había logrado hacerme temblar desde los pies hasta
la cabeza. Él en cambio, no había perdido ni un segundo su bien desarrollado recato; así
que, bajó la cabeza y siguió inverso en su computador.

—Creo que voy a darme un baño—dijo finalmente mi mamá—y tú Mariska


deberías hacer lo mismo— Luego se levantó, estiró su bien acomodada figura y finalmente
se dirigió hacia su dormitorio donde seguro que aprovecharía el agua caliente de su baño
para darse una ligera y bien merecida remojadita.

No habían pasado muchos segundos desde que mi madre abandonó la sala cuando
Jefferson dejó a un lado su laptop, se levantó rápidamente y se abalanzó sobre mí.

— ¡Me encanta ese olor!—dijo en un susurro pegado a mi oreja y acariciándome la


cara— ¡Tú hueles a deseo!

— ¡Claro que no!—le expresé emocionada intentando no parecer con las hormonas
alborotadas—Huelo a puro sudor del asqueroso.

—Para mí no es asqueroso—me besó dulcemente en los labios—es riquísimo y


sabrosísimo—me volvió a besar, pero esta vez al hacerlo se separó de mí inmediatamente
al oír acercarse hacia a nosotros a mi mamá, por lo que se sentó velozmente en su mueble
y tomó otra vez la laptop entre sus bellísimas manos.

— ¡No lo puedo creer! ¡No hay agua caliente en mi dormitorio!—comunicó


acercándose mi mamá a los dos—Y con lo que a mí me gusta bañarme tibiecita.

— ¡Por eso no hay problema!—le manifesté intentando parecer lo más tranquila que
la vida me permitiera—Puedes bañarte en nuestra habitación.

— ¡Uff, justo lo que yo estaba pensando!—sonrió llena de una alegría muy


contagiosa— ¡Vamos!—a los pocos minutos, Jefferson, mi madre y yo estábamos entrando
a la habitación principal del hotel. Inmediatamente, acompañé a mi mamá para el baño
para que se diera un buen baño.

— ¡No puedo creer que sea tan seco!—Mi mamá expresó apenas pusimos un pie en
el baño y sintió que Jefferson no podía oírnos ni vernos—¡No se ríe, no habla casi, siempre
está metido en su laptop ¿Qué clase de marido es?
— ¡No sé a qué te refieres mamá!—le manifesté intentando sonar neutra en algo que
yo sabía ella tenía la razón.

—Hablo de tu esposo, el príncipe Jefferson—me impugnó casi al conteste—Tú eres


tan llena de vida y él tan vacío que si no fuera por lo que escuché anoche, no creería que
ambos están enamorados.

— ¿Por lo que escuchaste anoche?—dudé poniendo mis manos en el agua del


jacuzzi para ver si estaba caliente, sintiendo por dentro miles de miedos al pensar que mi
madre había escuchado la discusión de la noche anterior entre Jefferson y yo.

—Bueno, corrijo—dijo muy dulcita—lo que oímos tu padre y yo anoche y esta


mañana—yo puse mi mirada en la de mi madre— En el día tu papá y yo estábamos
dudosos de que el matrimonio entre ambos anduviera en buenos términos; pues apenas y
se hablaban, pero anoche y esta mañana; aclaro, no por nuestra culpa, los oímos tantas
veces hacer el amor que comprendimos que ustedes si se aman pero que prefieren
guardárselo para los momentos que están a solas.

— ¡Ah!—respiré profundamente al darme cuenta de lo que a mi madre se refería—


¡No te preocupes! Jefferson es serio, rebelde y testarudo pero lo más importante es que me
ama igual que yo a él. Creo que nunca podré ser feliz con nadie más.

— ¿Sabes hija?—me preguntó mi mamá abrazándome—Tú carisma y su


sensualidad y malcriadez hacen de los dos la pareja soñada ¡Ámense, respétense y den el
todo por el todo para ser felices!

Mi madre se quedó en el baño para darse una ducha y yo salí de allí. Caminé por la
habitación temblando y pasé por donde estaba Jefferson recordando las palabras de mi
madre “los oímos tantas veces hacer el amor que comprendimos que ustedes si se aman”.
Era algo penoso saber que mis padres nos habían oído estar juntos.

Jefferson al verme soltó la laptop, se veía tan seguro de sí mismo que yo no le pude
decir nada, y ¿Cómo decirle que mis padres nos habían oído toda la noche y toda la
mañana hacer el amor? Ni siquiera me lo podía imaginar.

—Acabo de llamar al palacio y debemos regresar urgentemente para solucionar


algunas cosas con el abogado real; por lo tanto, ya llamé a tu padre y le dije que se
preparara debemos abordar el avión en menos de una hora—dijo Jefferson en tono
neutral.

—Entonces, creo que es mejor que vaya a decirle a mi madre que tiene que
apurarse—le contesté y me retiré al baño.

Minutos después, regresé al dormitorio y Jefferson no estaba. No pasó mucho


tiempo cuando mi madre salió ya lista y se retiró a su dormitorio para según ella apurar a
mi padre.
Yo, mientras caminaba de prisa en mis aposentos, estaba súper nerviosa; puesto
que, la verdad era que no tenía cara para enfrentar a mi papá, si con mi mamá no tenía
forma de excusarme por hacer el amor con mi esposo, con mi padre, tampoco. Él era un
hombre demasiado tradicional en cuanto al sexo.

Al menos en ese momento estaba sola, para mí era muy difícil para mí verlo a la
cara cuando mi madre me había confesado que nos había escuchado hacer el amor.
Tampoco podía observar a mis padres nuevamente sin sentir pena.

Me quité la ropa dispuesta a darme un baño para estar lista para emprender el viaje
de retorno al país. Primero fue la camisa, luego los zapatos y después la falda corta,
quedándome únicamente con la ropa íntima. Busqué apurada una toalla para taparme y
me solté los cabellos.

—Te ves tan hermosa—me dijo Jefferson abrazándome y yo temblé; pues ni


siquiera lo había oído entrar al dormitorio—No sabes lo que me encanta verte desvestirte,
pero más me gusta cuando soy yo el que te desnuda.

—Jefferson—suspiré vibrando al sentirlo tan cerca de mí— ¡No hagas eso, por
favor!

— ¿Qué no quieres que haga?—me preguntó besándome la oreja derecha—Yo soy


un niño bueno.

— ¡Demasiado bueno!—murmuré pegándome más hacia él y cerrando los ojos.

— ¿Quieres que nos bañemos juntos o aún estás apenada por lo de que tus padres
nos oyeron hacer el amor?

— ¿Qué?—titubeé abriendo de golpe los ojos— ¿Cómo…?

— ¿Cómo supe lo de tus padres?—me respondió la pregunta sin por lo menos


dejarme terminar de plantearla—Digamos que tu madre no sabe disimular cuando va a
hablar en secreto y escuché todo desde aquí.

Yo vibré de aprensión, ya que, por lo menos guardaba la esperanza de que mi


esposo no supiera nada de esa conversación. Tampoco podía entender las razones que
tenía Jefferson para hablar conmigo tan tranquilamente cuando hasta mi padre nos había
escuchado hacer de las nuestras.

— Entonces ¿Quieres que nos bañemos juntos?—me volvió a decir al oído; más yo
no le pude dar respuesta alguna, me solté de él rápidamente, me cubrí con la toalla y luego
me fui al baño a darme un regadero. Necesitaba de prisa tomar algo de aire así fuera en la
ducha.

Allí respiré por fin. Jefferson sí que estaba loco y me estaba volviendo loca a mí. Me
deseaba, me amaba y me hacía hacer cosas que yo nunca pensé hacer. Si un año atrás, mis
amigas me fueran dicho que iba a pasar una de las mejores noches de mi existencia,
durmiendo con el amor de mi vida en un hotel de Nueva York separada de mis padres por
una mínima pared, me fuera reído hasta morir.

Me lavé con toda la paciencia del mundo. Deseaba tanto bañarme con Jefferson; sin
embargo, sabía muy bien que no podía hacerlo pues no podía repetir la historia de la
noche anterior. Si Jefferson y yo empezábamos a acariciarnos, no habría nada en el mundo
que nos detuviera de hacer lo que los dos estábamos deseando.

Es más, al imaginarme a mi esposo abrir la puerta del baño y mirarme desnuda


regándome el cuerpo con agua y jabón como lo había hecho en la isla en Italia, no pude
dejar de sentirme incitada. Así que, cerré la puerta con seguro, palpitando por el poder
que él ejercía sobre mí, el cual era impresionante, aún en tales circunstancias.

Cuando salí del baño tenía esperanzas de que Jefferson ya fuese salido de la
habitación y que se fuera olvidado de la idea de darse un baño; sin embargo, no pude
engañarme mucho; pues, allí sentado en la cama con nada más que una toalla sobre el
cuerpo, estaba mi querido esposo. Yo lo miré y tragué fuerte, en tanto intentaba respirar
para no parecer tan estimulada.

—El baño ya está desocupado—le dije y él volteándose hacia mí, se levantó de la


cama y me miró radiante.

—Entonces, me voy a bañar—anunció caminando hacia mí y acariciándome la


cara—Estoy contando los segundos para tenerme otra vez completamente para mí.

—Jefferson—musité perdiendo por completo el poquito control que me quedaba.

— ¡No te preocupes!—me anunció besándome el cuello con ternura—Yo voy a


esperar hasta que lleguemos al palacio; pero, no sé si podré aguantar mucho más que eso.
¡Te deseo muchísimo!

— ¡Yo también te deseo muchísimo!—le confesé dejándome atrapar entre sus


brazos y abandonándome a un beso bastante seductor y provocador. Los dos estábamos
sobre estimulados; por lo cual, dejábamos que nuestras manos nos tocaran el cuerpo como
si nuestra vida dependiera de hacerlo o de no hacerlo.

— ¡Me voy a bañar!—expresó de pronto Jefferson alejándose al conteste de mí—Me


esperas arreglada afuera. Esa es una buena forma de no cometer alguna locura. Digo, no
sería bueno terminar haciendo esas locuras tan cerca de tus padres —Después de eso, se
fue derechito al baño a ducharse.

— ¡Tonto!—pensé razonando mi suerte; ya que, eso último fue lo que debimos


pensar la noche anterior para evitar que mis padres nos oyeran haciendo el amor. Pero él,
en cambio, había pensado en la reconciliación.
Me vestí súper apurada, era mejor eliminar un poco las tentaciones; esto tomando
en cuenta que, lo más seguro era que Jefferson la noche anterior si sabía que mis padres
nos estaban oyendo; pero al muy tonto no le importó y siguió provocándome y
deseándome como yo a él.

Abordamos el avión y a las pocas horas todos estábamos en nuestro país. Nos
despedimos de mi madre y de mi padre en el aeropuerto y eso para mí fue fatal. Yo
tristona y en un mar de melancolía los abracé intentando mantener por siempre ese
momento. Jefferson parado junto a mí no dijo nada, a veces el verse tan seco para personas
como mi mamá significaba que no quería a nadie; sin embargo, para mí esa actitud era
enteramente agradable.

Él se montó de primero en la limusina e inmediatamente tocó el botón que subía la


pantalla negra que cubría el cristal que apartaba al conductor de los pasajeros, luego, con
el corazón partido entré yo a la limusina. Mi mamá a un lado de la acera me dijo chao con
la mano derecha y eso significó para mí romper a llorar, mi padre se limitó a arrojarme un
beso en el aire.

El vehículo comenzó su viaje de retorno hacia el palacio y fue ahí cuando me di


cuenta que siempre extrañaría a mis progenitores. Desde lejos pude ver como ellos
abordaban también una limusina que los llevaría a su casa.

En el camino hacia el palacio, Jefferson no me dijo nada y yo tampoco le expresé


nada. Necesitaba guardar mi pena en silencio. El hecho de ver a mis padres tan lejos de mí
para mí era algo que me ahogaba el alma.

—Me siento mal de haberte separado de tu familia—anunció luego de un rato sin


pronunciar palabra, poniéndose muy cerca de mí y tomándome de la mano—Si fuera
sabido que era muy difícil para ti, jamás fuera inventado este matrimonio. Fui muy egoísta
al obligarte a casarte conmigo.

— ¡No seas bobo!—sonreí limpiándome con las manos las lagrimas de la cara—Si tú
no fueras inventado lo del matrimonio, ahora yo estaría envidiando a la estúpida,
superficial y engreída que se habría casado contigo.

— ¿La estúpida, superficial y engreída que se habría casado conmigo?—se echó a


reír— ¿Tú no crees que yo podría conseguir una buena esposa? ¿Yo no puedo conseguir
algo mejor que tú?

—Si no soy yo, no lo creo—anuncié mirándolo a los ojos con deseo y mordiéndome
el labio inferior—Chicas bonitas hay a montones; pero yo, yo soy diferente. Yo soy la única
mujer que podría ser tu esposa.

— ¿Estás segura de lo que dices? ¿Así tú padre haya querido cortarme la cabeza
crees que sólo tú podrías ser mi esposa?—me preguntó besándome los labios y dejándome
sin respiración.
—Mi padre nunca ha querido cortarte la cabeza—le corregí pensando que Jefferson
estaba hablando tonterías.

—Eso es lo que dices tú—me volvió a besar y yo no pude evitar abrazarlo con
deseo—pero me vas a decir tú que anoche y esta mañana no buscó uno de esos cuchillos
de carnicero para cortarle la cabeza al hombre que le estaba haciendo cositas a su única
hija—me comunicó con la voz baja a mi oído.

— ¿Tú crees que mi papá haya pensado en cortarte la cabeza?

—Claro que sí—divulgó separándose de mí y dirigiéndose al bar de la limusina de


dónde sacó una botella de whisky— ¿Quieres algo de tomar para que te sientas mejor?

—Sí—le afirmé y lo ayudé a sacar las copas; entonces, él destapó la botella y sirvió
whisky para los dos.

—Si anoche yo fuera sido tu padre, lo más seguro era que habría tumbado la puerta
de la habitación y le habría cortado la cabeza al profanador de hijas inocentes.

—Pero, yo no soy inocente—le aseguré tomando un primer sorbo de whisky.

—Eso lo sé—me dijo mirándome de arriba abajo, con una cara de apetito muy poca
disimulada; yo lo vi hacer eso y tragué fuerte, ahora más que nunca necesitaba fuerzas
para mantener mi decoro y mi educación.

—Pero tu padre—continuó, ingiriendo al hablar un poco de whisky de su copa—Él


es padre y esa actitud es su derecho. Nosotros no le podemos negar que actúe de esa
forma porque lo hace por amor. Igual que tu madre, que te dijo que pensaba que no veía
como un ser tan obstinante como yo, podría hacer feliz a una mujer con un carisma como
tú.

— ¡Ah!—suspiré y tomé otro sorbo de whisky—Pero ella está feliz por nosotros.

—Yo también estoy feliz por nosotros—manifestó colocando su copa sobre el bar y
sentándose nuevamente cerca de mí— ¡Te amo!—señaló tomándome de las manos— ¡Voy
a hacerte la mujer más feliz del universo!

— ¡Yo también te amo!—justo allí, Jefferson se acercó a mí dispuesto a besarme,


pero yo lo detuve—Aunque, aún tengo una duda; Si lo de que Darlyn Lynette me
enseñara las fotos ese día también fue parte del plan ¿Por qué tú reprendiste a tu
hermanita?

— ¿Y qué querías que hiciera?—me miró lleno de avidez quitándome de la mano la


copa y colocándola en el bar—A pesar de lo que me cuesta aceptarlo, soy un cobarde. Ese
día me dio mucho miedo de que rompieras las fotos de la rabia; así que, preferí sermonear
a Darlyn Lynette—volvió a intentar besarme; pero otra vez, yo lo detuve. Él me miró con
desespero y yo sonreí.
—Tengo otra duda—le participé acariciándole los cabellos que tenía en la frente—
¿Por qué cuando estabas con Kimberley no te molestaba hablar con ella y cuando estabas
conmigo preferías discutir? Además ¿Por qué no me defendías de tus amigos cuando estos
me trataban mal?

— ¡Uff!—agachó la cabeza—Aún sigues pensando en Kimberley—yo sonreí a


medias—bueno, está bien te lo voy a decir. La primera vez que pasamos juntos en la
universidad con mis amigos, tus amigas, Luciano y Kimberley; yo estaba furioso.

— ¿Furioso?—dudé.

—Sí, furioso—me afirmó decidido—yo estaba furioso porque Luciano se había


cambiado a la universidad y porque se había atrevido a tratarte con esa confianza con la
que está acostumbrado a dirigirse a ti. Entonces, decidí mantener una relación amistosa
con Kimberley para ver si se despertaban tus celos y por fin te volteabas a verme.

—Yo estaba celosa de verte junto a ella—le confesé—Se convirtió en mi sombra y en


mi maleficio.

—Pero yo no lo sabía—me acarició los cabellos—y esos días fueron de pesadilla


para mí. Te reías con él, le contabas casi todo, pasabas más tiempo con ese idiota que
conmigo.

— ¡Eres un tontito!—lo abracé con gentileza al pensar en todo lo que él había


sufrido por mí— ¡Pobrecito mi príncipe!

— ¿De verdad soy tu príncipe?—me preguntó casi en la nuca y me besó como fuego
en proceso de evitar la extinción—Porque si lo soy, tú eres para mí, mi hermosa princesa
de diamantes. ¡Eres mía, completamente mía!—y me besó con ansiedad.

Cuando Jefferson me soltó, le sonreí; justo ahí, sentada cerca de él me di cuenta que
nunca podría estar separada de él, lo amaba con la mayor intensidad posible y quería
pasar el resto de mis días pegada a su cuerpo.

— ¿Tienes alguna otra pregunta?—expresó tomando mi mano derecha y


poniéndola en su corazón—porque si aún tienes dudas, toca mi pecho y siente como late
de amor mi corazón. Como prueba de mi amor, hoy te estoy entregando mi enamorado
corazón.

Yo lo abracé y él me miró con ansia; entonces, le permití que me besara más


profundamente; me encantaba cuando Jefferson me hacía esos piropos porque sabía que
los decía con todo el corazón y con mucha sinceridad en sus palabras. No los exponía por
quedar bien, tampoco los adornaba para que sonaran bonito, en vez de eso, los comentaba
poniendo toda el alma en cada letra que comunicaba.

En ese instante, la limusina llegó al palacio; por lo que Jefferson se separó de mí


apuradamente y picándome el ojo me anunció que pronto tendríamos un montón de gente
cerca de nosotros. Yo entendí su indirecta; una diminuta sonrisa curvó mis labios; así que
me acomodé en el asiento y traté de actuar con compostura, pudor y decencia.

A los pocos minutos la limusina se detuvo y las puertas del vehículo se abrieron.
Jefferson salió por la puerta derecha y yo por la izquierda. Inmediatamente las hermanas
de mi esposo salieron a recibirnos, más detrás salieron la reina madre y Máire que
mostraron sonrisas cautivamente en sus labios en señal de alegría comprometedora.

Todos nos abrazaron y yo me sentí en familia por primera vez desde que estaba
viviendo en el palacio. Realmente antes estar bien con mi príncipe era lo que me hacía
faltaba para ser feliz y ahora que lo tenía no lo iba a perder. Apostarle a esa relación para
mí iba a ser la mejor prueba de mi existencia.

La reina madre nos invitó a entrar al palacio y Jefferson tomándome de la mano


caminó a mi lado. Nos veíamos realmente como un matrimonio adecuado y eso me hacía
de lo más feliz. Me moría por comenzar a disfrutar de nuestra relación y sabía que mi
príncipe estaba pensando lo mismo.

Luciano, como lo había sospechado durante el trayecto del aeropuerto hacia el


castillo, lo más seguro era que estaba furioso; ya que, no se asomaba por ahí. Sí, él tenía
muchas razones para sentirse decepcionado de mí; sin embargo, yo no podía dejar que el
odio se apoderara de mi corazón; pues, amar a Jefferson era algo que ni siquiera yo había
planeado.

Además, tenía que ponerme a ser realista; Luciano era mi amigo de corazón, pero
yo me moría era por estar cerca de Jefferson y en ese momento que Dios me estaba dando
la oportunidad de mantener la relación con él, no iba a dejar que la rabia acabara con mi
amor. Las palabras de apoyo y los consejos que Luciano me había dicho como mi
compañero del alma, llevada de la mano por mi esposo, me importaban un pito. Yo
adoraba a mi príncipe y no le iba a hacer caso a mi orgullo tonto.

—Debemos hablar los tres a solas—anunció la reina madre invitándonos a


acompañarla al vestíbulo—necesitamos aclarar algunas cosas.

Jefferson oyó esas palabras y no dijo nada, yo en cambio, estaba súper nerviosa ¿Y
cómo no estarlo si me iba a enfrentar a la madre de mi esposo? Lo cierto era que la mano
de mi príncipe tomando la mía con seguridad me daba mucha fortaleza, pero no la
suficiente para hablar con alguien tan importante como la reina.

Ella sin más, nos llevó al vestíbulo y en la sala se quedaron las hermanas de
Jefferson y su tía, yo en el camino aún no sabía lo que se traía esa señora que era mi suegra
entre sus delicadas manos y su cabecita llena de ideas locas; sin embargo, me daba terror
que cooperara con un bien merecido regaño por la falta de responsabilidad en las acciones
de las últimas horas de su hijo y de la esposa de éste, o sea yo.
Cuando entramos a ese exquisito lugar Jefferson me invitó a sentarme en un gran
mueble de seda. Él en oposición, se quedó parado pegado de la pared y cruzando las
piernas claramente nervioso de lo que iba a escuchar se quedó mudo. Su madre bastante
seria se sentó en una sencilla silla de madera y con elevada elegancia se arregló los
cabellos.

Por unos buenos segundos nadie dijo nada, la seducción de la brisa que recorría el
ambiente era placentera y parecía querer envolvernos en silencio acondicionado. La calma
que se percibía en el ambiente, provocaba un mar de emociones seductoras que podía
jurar por mi alma que si Jefferson y yo fuéramos estado solos allí, hacer el amor habría la
actividad que estaríamos realizando.

Pero ¿Qué estaba pensando? Jefferson y yo estábamos metidos en un gran lío, digo
la reina madre nos había pedido a los dos que fuéramos a Nueva York con mis padres; sin
embargo, el hacer el amor no era lo que teníamos que arreglar durante ese fin de semana;
ya que, el viaje había sido planeado era para acomodar los problemas maritales de
nosotros como pareja, no los de la cama. Sí, ya podía aceptar que la vana excusa de ir a
Nueva York era eso, una excusa mal hecha.

Continúe callada, sentada y temblorosa en ese agraciado mueble. Allí no podía


negar que me sentía pequeñita, pues todo me carecía de buen gusto y no era por lo de la
elegancia; tomando en cuenta que ese vestíbulo parecía uno de los lugares con más confort
en el palacio. Lamentablemente la escena por la que estaba pasando no me enorgullecía
mucho.

Muy al contrario de mí, la reina madre se veía muy cómoda de estar en el vestíbulo.
Y ¿Cuándo ella actuaba diferente a eso? Mi suegra siempre tenía mucho coraje para
hablarnos a todos los que la rodeábamos y su delicadez era algo que impregnaba todo a su
alrededor. ¿Qué nos iba decir en esa reunión privada? ¿Por qué no hablaba de una buena
vez? ¿Me iba a dejar con la angustia toda la vida?

—Ustedes no pueden continuar así—reveló luego de unos segundos en silencio,


pero con la cara que lo dijo a mí me dio un susto terrible, ella daba la impresión de que nos
estaba desafiando a Jefferson y a mí— Peleando como niños y luego pareciendo una pareja
normal.

—Antes de que pase más tiempo y la conversación siga adelante—participó


Jefferson sin mucho color en las mejillas, evitando con sus palabras que su madre
continuara la larga charla que se avecinaba—yo quiero decir que aunque no es fácil decir
te amo, yo de verdad estoy enamorado de Mariska. Sé que eso te los he dicho cientos de
veces madre, pero ahora sí estoy seguro de lo que estoy diciendo.

Yo me quedé callada, podía sentir las manos sudándome por los nervios que me
rodeaban el alma y el cuerpo. Jefferson era un hombre especial y en ese intervalo me lo
estaba demostrando. Jamás me podría sentir sola cuando él estuviera conmigo,
apoyándome y queriéndome.

—Eso lo sé—dijo la reina madre poniéndose de pie y dándole un abrazo a su hijo—


yo sólo quería ver que lo decías delante de mí y de ella.

— ¿Qué?—preguntó separándose despectivamente de su mamá—ya va, no estoy


entendiendo nada ¿Qué quieres decir con eso?

Yo no dije nada, estaba como hipnotizada en otro planeta. Ese era un problema que
a mí me envolvía, sin embargo, me daba de todo interrumpir esa conversación entre
madre e hijo. Además, las manos me estaban temblando tanto que sentía que pronto me
desmayaría.

— ¡Hijo querido!—expresó la reina madre sentándose a un lado mío del mueble—


Desde que conociste a Mariska siempre andas diciendo que la amas, pero nunca se lo has
dicho delante de mí.

— ¿Y eso qué significa?—Dudó Jefferson poniendo el pie derecho sobre la pared y


cruzándose de brazos, olvidándose de las normas de cortesía y educación.

— ¿No sospechas nada?—la reina madre me abrazó sonriendo muy alegremente sin
dejar de ver a su hijo— Eso significa que me gustó oírlo de tu boca hoy, en este lugar y en
este tiempo.

— ¡No digas tonterías!—Jefferson gritó pálido.

—No son tonterías—la reina madre me acarició los cabellos—Mariska es una buena
muchacha y cuando me llamaste esta mañana para decirme que sus problemas se habían
arreglado y que necesitabas que las sirvientas mudaran tus cosas a la habitación de ella,
pensé que el mejor regalo que le podía hacer a mi nuera era escucharte decirle que la amas
delante de mí. ¿No crees que fue una gran idea?

Jefferson no contestó, sí, su madre siempre pensaba en todo y eso era prueba de
ello. ¿Cómo se le había ocurrido que Jefferson iba a disfrutar de decirme que me amaba
delante de ella? No, claro que no, mi esposo era un hombre guerrero en todo el sentido de
la palabra, pero confesarle amor a una persona delante de su madre significaba para él
símbolo de mucha debilidad.

Dos horas después sentada solitaria en el mobiliario del jardín, yo todavía podía
recordar la conversación de Jefferson y su madre ocurrida en el vestíbulo. Mi esposo no
había dicho nada después, pero sus ojos revelaban que no aprobaba las declaraciones de
amor en público. Al final la reina madre y él habían cambiado el tema de la plática y yo al
filo de la apatía si acaso había dicho un par de oraciones, afirmaciones y negaciones.

La gente podría decir lo que quisiera, pero lo cierto era que en el fondo Jefferson y
su madre eran muy parecidos. Cada uno construyendo castillos de sueños, demostraban lo
que sentían de forma diferentes. Mientras la reina madre era alegre, comprensiva y
demostradora de amor, mi esposo era de los que se ahogaba en sentimientos con tal de no
expresárselos al exterior.

Yo era afortunada en eso, pues él había sido capaz de decirme esas palabras que
suenan tan cursis y que son tan difíciles de decir, pero que para nosotras las mujeres
significan lo mejor. “Te amo” ¿Cuántos hombres eran capaz de expresarlas con el corazón?
Casi ninguno; ya que, ellos por ser el sexo fuerte siempre las decían era para conquistar a
las chicas que agregaban a sus listas horrendas de conquistas.

Jefferson no solo me había dicho que me amaba sino que me lo había demostrado.
Las cosas desde ese día no podrían ser como antes. Ambos nos queríamos y por ese amor
estábamos dispuestos a olvidar nuestras diferencias. Él gruñón, presumido e inexpresivo
como era y yo alegre, tonta y soñadora. Éramos la pareja ideal para crear un trofeo para los
competidores de la fórmula uno.

—No puedo creer que lo hayas perdonado—mis pensamientos no me dejaron notar


que Luciano se había sentado a mi lado— ¿Qué puedo decirte?

Me desperté de mis sueños y palidecí al notar su presencia. Se veía acabado,


decepcionado y preocupado y yo era la culpable de eso. Pero ¿Qué quería que yo hiciera?
Estaba enamorada y las mujeres enamoradas solo veíamos los sentimientos; además, yo
estaba segura del amor que Jefferson sentía por mí, nunca más volvería a dudar de su
amor.

—No entiendo ¿Por qué actúas de esta manera?

— ¿Qué, por qué? ¡Estás loca definitivamente”!

—No quiero que me trates como una estúpida y la forma como me hablas me duele
mucho.

— ¿Y a mí qué crees que me hace la forma que actúas conmigo? De verdad que no
puedo creer que mi primo haya logrado envolverte nuevamente.

— ¡Luciano no hables así!—se me escaparon esas palabras sin haberlas pensado


antes—Él y yo queremos darnos una oportunidad de ser felices.

— ¡Basura!—Luciano gritó y al instante se levantó desquiciado del mobiliario y le


dio una patada al pote de basura que estaba colocado en la parte de cemento del suelo—
¡Eso es basura!

— ¡Luciano, no te pongas así!—le ordené pavorosa de verlo actuar de esa manera


tan sobresaltada ¿Qué le estaba pasando a mi amigo del alma?— ¡Siéntate, hablemos!

—No—me gritó y luego le dio un golpe a un árbol que daba sombra en ese jardín—
No quiero sentarme y tampoco hablar contigo—me vociferó y yo intentando contener la
calma y las lágrimas que me habían estrangulado los ojos, me quedé en silencio para evitar
una discusión peor.

— ¿Por qué él siempre tiene que salir ganando en todo?—mostró unos sentimientos
de odio que a mí me causaron pavor— ¡Oh sí! Se me olvidaba es que él es el príncipe
heredero.

—Luciano…—le susurré queriendo apaciguar su rabia—Tú sabes que para mí no a


sido fácil todo esto; pero yo amo a Jefferson y quiero ser feliz con él. ¡No me juzgues por
estar enamorada de tu primo! Esto no tiene nada que ver con que él sea el príncipe
heredero.

—No, —me volvió a gritar y luego se colocó los brazos en la cabeza—Tú no quieres
ser feliz, lo que te pasa es que sigues empeñada en ser la esposa de Jefferson y no terminas
de entender que él no te ama.

—Él no ha sabido amarme—hablé con prudencia—pero yo estoy segura de que me


ama. ¡No actúes como si estuvieras en su corazón para saber lo que él siente!

—Eso no es necesario—me musitó machacado—Tampoco hay que ser adivino para


saber que mi primo no te quiere, tú eres la única que cree en sus palabras.

—Él sólo quiere tener un heredero—me expresó debilitado—y tú gustosa estas


dispuesta a dárselo.

—Yo decidí volver con mi esposo, creo que tengo todo el derecho de continuar con
él ¿Por qué no estás de acuerdo?

—Jefferson siempre consigue todo lo que quiere y desea, —las mujeres lo ven como
el hombre más guapo, los hombres quieren ser como él; siempre es el centro de atención.
Yo soy un simple chico adoptado cuyos verdaderos padres lo vendieron a unos
narcotraficantes para poder comprar sus vicios.

— ¿Sabes qué?—me levanté del asiento furiosa—Jefferson no es una mala persona y


si yo creí en tus palabras sobre la trampa para tener un heredero fue porque validaba
mucho nuestra amistad. Sin embargo, creo que voy a tener que dejar de ser tu amiga; ya
que, me estoy dando cuenta que sientes mucha rabia por mi esposo y que quizás, solo
quizás, todo lo que haces y dices es para hacerlo sufrir.

— ¡Eso no es cierto!—me apuntó desilusionado y rojo como un tomate—Yo no soy


una porquería de persona.

—Bueno, si eso es verdad—lo sentencié buscando mi camino hacia el palacio—


entonces, tienes toda esta noche de hoy para pensar sobre si quieres seguir siendo mi
amigo—él se fue detrás de mí y yo al percibirlo siguiéndome decidí seguir hablando—Yo
no me voy a separar de Jefferson y sino lo vas a aceptar, lo mejor que puede suceder es
que dejemos nuestra amistad hasta aquí.
—Mariska ¡No hables así!—me imploró desesperado.

—Yo no me voy a separar de Jefferson—caminé más deprisa—Él me ama y yo lo


amo a él; por lo tanto, no voy a permitir que me humilles únicamente porque decidí
continuar mi relación.

—Mariska—me rogó intentando alcanzarme con la mano a lo que yo me zafé,


ninguno de los dos estaba tomando en cuenta a los sirvientes y guardaespaldas que
transitaban a pie por allí.

—Luciano tú eres mi amigo—subí las escaleras que iban hacia la entrada del
palacio—pero no te voy a permitir que me trates como un gusano. Yo te quiero, pero nada
más. El hombre de mi vida, fue, es y seguirá siendo Jefferson. .

Al terminar de decir esas palabras Luciano se detuvo y dejó de seguirme, yo al


darme cuenta de eso continué mi camino. No podía seguir aceptando que todos mi
alrededor me siguieran tratando como un coleto; menos aquellos que decían ser mis
grandes amigos.

Entré al palacio y me fui directo a la biblioteca, ahora más que nunca necesitaba
conocer el final del libro “Mi Pequeña Princesa”. Sí, me identificaba mucho con la
protagonista, ella era igual que yo; es decir, una chica incomprendida que cambia su vida
y que asimismo se enamora; pero que encuentra muchas dificultades, sobre todo, con las
demás personas que la rodean.

En ese lugar me dirigí a donde estaba esa novela, mi único consuelo era que había
varios textos de ese libro y que a pesar de que Jefferson se había llevado uno, yo tenía la
oportunidad de tomar otro para examinarlo, leerlo y conocer el desenlace del capítulo
final.

Me senté en el asiento de una de las mesas destinadas a la investigación y me puse a


ojear el libro. Por dentro estaba temblando; ya que, no sabía qué pensar con respecto a la
actitud de Luciano. No lo entendía y me molestaba que él estuviera pendiente de la
relación que teníamos Jefferson y yo, tal y como si ambos le debiéramos algún tipo de
explicación.

De verdad que mi esposo y yo éramos dos personas totalmente diferentes; pero a


nadie tenía que importarle eso. Jefferson era el amor de vida y aún ese día no sabía de qué
manera decirle a mi corazón que tenía que bajarse de esa nube. No me importaba volver a
llorar mientras mi príncipe estuviera a mi lado acompañándome.

En ese instante, se abrió la puerta de la biblioteca y Máire entró vestida como gran
señora. No, no cargaba la misma ropa de cuando Jefferson y yo habíamos entrado al
castillo; pero bueno, eso era cosa de ella y tampoco tenía que darme alguna explicación si
quería ser reina de belleza o modelo de pasarela cada dos minutos.
Cerró la puerta de la biblioteca y seguidamente se acercó a donde estaba yo. A
veces yo me sentía tan pequeña ante una mujer tan elegante como lo era ella que temblaba
como en esos segundos lo estaba haciendo. No era nada fácil tratar a alguien como lo era
Máire, sin embargo, el demostrarle miedo tampoco entraba en mis propósitos.

—Princesa Mariska—me anunció ásperamente— ¿Puedo hablar contigo?

—Sí, claro—sentí pavor de lo que ella me iba a decir; por lo que dejé el libro sobre
la mesa—pero, ¡Por favor, no me llame princesa! ¡Dígame Mariska!

— ¡Está bien!—dijo con el corazón lleno de devoción—Mariska—después tomó un


asiento y se sentó frente a frente de mí.

— ¡Dígame!—mostré una sensación comprometedora; ya que, lo cierto era que no


quería hablar con ella. Máire era una mujer muy segura de sí misma que casi nunca desde
que yo estaba viviendo en el palacio me había hablado tan directamente. Para ella un
abrazo de bienvenida cada cierto tiempo para quedar bien con los demás, era más que
suficiente.

—Tenemos muchas cosas que aclarar—me hizo sentir con sus palabras que me iba a
morir; por lo que, preferí no mirarla a los ojos rectamente.

— ¿Qué cosas?— le pregunté temblorosa queriendo escaparme corriendo de allí. Sí,


lo más seguro era que uno de los chismosos del palacio le habían ido con el cuento a Máire
de la discusión que Luciano y yo tuvimos hacía solo unos minutos, ahora ella estaba allí
para cantarme unas cuantas verdades en defensa de su hijo.

—No pienses que porque yo no hablo casi contigo—ya venía con sus
recriminaciones—no me doy cuenta de la amistad que mantienes con mi hijo.

— Máire…—le dificulté la conversación queriendo con ello no meterme en una


plática para la cual no estaba preparada.

— ¡Déjame terminar!— ¡Uff! era igual de dictadora que su hermana, la reina


madre—No estoy de acuerdo con la confianza que le das a mi hijo y que pases tanto
tiempo con él y es por eso que durante todo este tiempo me he mantenido al margen de
los dos.

—No quiero que creas que mi cabeza anda creando ideas locas—sonrió
peligrosamente—pero debes saber que mi hijo está enamorado de ti.

— ¡Eso no es verdad!—dije sorprendida por las cosas que acababa de escuchar— Él


es solo mi amigo.

—Sí, es solo tú amigo—me tomó de las manos—pero Luciano está enamorado de ti.

Yo me quedé callada y cómo no hacerlo si me estaba enterando de algo que hasta


ese momento me negaba a aceptar. Luciano estaba enamorado de mí ¿Y ahora qué?
—Necesito que seas feliz con Jefferson—ésta mujer era un caso serio; pues me
hablaba de tantas cosas a la vez que me hacía perder el camino de la conversación—y que
confíes en él. Jefferson te ama y no lo puedes perder.

—Pero…

—Pero nada—ésta mujer no permitía el debate—Me da mucha tristeza que mi hijo


tenga esperanzas en que tú algún día le vas a corresponder con su amor; sin embargo,
también sé que tú amas realmente es a Jefferson. De eso me di cuenta desde el mismo día
que llegaste al palacio. No quiero que dejes de ser la amiga de Luciano, pero sí deseo que
pases más tiempo con tu esposo.

—Jefferson y yo estamos intentando ser una verdadera pareja—fue tan fácil decir
eso—realmente ambos nos amamos.

—Sí, eso lo sé; pero tengo que confesar—expuso sonriendo—que me hubiese


gustado que su matrimonio no se fuera llevado a cabo de la forma tan chiflada en que se
ejecutó.

—La idea fue de Jefferson—le anuncié cambiando mi torpeza por mayor seguridad.

—Algo que nunca me hubiese imaginado—me apretó la mano con satisfacción—


pero es que mi sobrino siempre ha hecho las cosas a su manera. Creo que el hecho de
haber crecido con un padre que no lo quería ha influenciado en su forma de ser.

—Jefferson ya me ha hablado de eso—le conté con los ojos aguados a punto de


llorar—Además, la primera vez que supe fue por su hermana Carolyn, creo que a Jefferson
no le gusta hablar de ese tema.

—No, no le gusta hablar de eso—me acarició la mejilla derecha en forma de


consuelo, algo que nunca podría imaginar que podría pasar—Su padre fue una persona
muy orgullosa que conquistó a mi hermana únicamente para traer al mundo un posible
heredero. Cuando Jefferson nació, ese señor nunca le demostró cariño y lo hizo actuar
como si fuera un ogro. Lo entrenó para que su mirada hiciera temblar a todos a su
alrededor y le dijo que empezara a desenvolverse como un rey.

—Mi hijo—palideció de solo expresar eso—no quiere entender eso. Él cree que
Jefferson siempre ha tenido suerte y eso no es verdad.

—Yo creo que Luciano está resentido porque sus verdaderos padres lo vendieron y
no tuvo suerte con su pobre madre adoptiva —le aseguré sin razonar mucho mis palabras.

—Sí, creo que es eso—su voz sonó menuda—pero es que Luciano tiene que
entender que él no es la única persona que ha sufrido en este mundo. ¡Imagínate a
Jefferson! Cuando mi sobrino tenía sólo cinco años, su padre lo castigó por sacar una nota
mala en una asignatura, dejándolo dormir afuera en el patio durante toda la noche. Como
esa, han sido las muchas las situaciones que a Jefferson le terminaron endureciendo el
corazón. Otra vez, lo hizo dormir en una habitación llena de serpientes.

— ¿Y la reina madre nunca hizo nada para defender a Jefferson?—le pregunté


intensamente, imaginándome a mi esposo de niño sufriendo maltratos.

—No, no podía hacerlo—se levantó de su asiento—ella era una mujer que ya había
visto el fracaso del matrimonio de sus padres; además, había sido criada a la antigua y
como sabes ese tipo de mujeres viven por sus esposos. Ahora ella ha cambiado, pero creo
que lo hizo muy tarde.

— ¿Y Jefferson no ha ido a psicólogo por eso?—le indagué sintiendo mucha


curiosidad— ¿Él no ha ido a consulta con uno?

—No, claro que no—sonrió apartándose un mechón de cabello de la cara—Jefferson


es demasiado duro para recibir consejos de otra personas que no sea él mismo y bueno,
ahora acepta los tuyos.

Yo me levanté del asiento sin saber qué diablos pensar; por un momento, deseé
haber estado en la vida de mi esposo en esos años. Yo sí lo hubiese defendido de los
maltratos del difunto rey. Yo sí fuera intervenido para que él no llorara.

—Jefferson jamás tendría un hijo para hacerle lo mismo— me anunció Máire—así


que no creas las palabras de quienes te dicen que él se casó contigo para tener un heredero.
Mi sobrino está por primera vez enamorado de alguien y esa persona eres tú; lo que
sucede es que no sabe como demostrar sus sentimientos. ¡Apóyalo y veras que en poco
tiempo sus recuerdos borrosos y sus traumas desaparecerán de su cabeza y de su corazón!

Finalmente Máire se marchó y yo como idiota me puse a llorar. ¿Por qué antes
nadie en el palacio me había hablado de esos sufrimientos? Solo Carolyn, Jefferson y ahora
Máire me habían explicado con detalles esos sucesos. Además, si yo los hubiese sabido
antes, Jefferson y yo no hubiéramos perdido tanto tiempo que gastamos peleándonos
como niños y más bien la paz, fuera sido una buena carta para jugar con él.

En la cena Luciano ejerció una muestra de chico a contracorriente que hasta a mí me


sorprendió. Él que siempre se había puesto de pie ante mi llegada, esa noche permaneció
sentado con una cara de que iba a matar al primero que se le cruzase en el camino.
Jefferson; en cambio, sólo esperó a que yo me sentara para tomarme de la mano por debajo
de la mesa.

Todos en la familia real comimos en silencio como siempre y sino fuera sido por la
interrupción a media cena del duque del palacio, las cosas fueran terminado así.
Tristemente este señor llegó con muy malas noticias; al parecer una muchacha de 25 años
se había subido a la torre más alta de un reconocido edificio de la ciudad con la amenaza
de que se iba a arrojar al vacío, sino llegaban a hablar con ella el príncipe y la reina madre.
Al oír eso todos nos asustamos; pero la reina madre no se dejó menospreciar,
tampoco Jefferson que había recibido la noticia como si fuera una promesa llevada hacia el
horizonte por el viento. Yo; en cambio, estaba muy asustada ¿Y cómo no estarlo si mi
esposo estaba inmerso en todo ese problema?

El duque dejó entrar a un grupo de agentes del comando de emergencia “Péndulo


del Día”; el cual, era un equipo de gran elite que estaba especializado en situaciones de
alto riesgo. Al verlo, Luciano se mostró nervioso, lo que demostraba que si quería a su
primo. Máire no dijo nada, estaba súper perturbada y lo más seguro era que no quería
empeorar el ambiente con sus impulsos. Las hermanas de Jefferson se abrazaron entre
ellas.

— ¡Sus altezas!—dijo el jefe de ellos haciendo una reverencia, luego besó la mano de
la reina madre y saludó de mano a mi esposo—Necesito que tomen esta situación con
mucha calma. Si ya el excelentísimo duque les has informado; una chica de edad
aproximada 25 años está montada sobre la torre más alta de edificio “Antes” con la
amenaza de lanzarse al precipicio si ustedes no hacen actos de presencia allí.

— ¿Por qué no envían dobles?—intervino muy consternado el duque—es un riesgo


llevar a sus altezas a ese lugar ¡Podrían correr algún peligro!

—No, creo que eso va a ser imposible—aseguró el jefe del comando y escuchar esas
palabras a mí me hizo sentir fría del terror.

— ¿Qué les puedo decir?—expresó poniendo una cara de intranquilidad bastante


llamativa—la chica es una esquizofrénica obsesionada con la realeza y está poniendo en
sus manos el poder de quitarse la vida. Si se llega a dar cuenta de que la estamos
engañando va a arrojarse del edificio.

—Ella—prosiguió mostrando una foto de la chica que la reina madre al instante


tomó con su mano derecha—cree que es parte de la realeza y que es la esposa del príncipe
Jefferson.

Yo escuché eso y sentí espanto. Esa chica sí que estaba desequilibrada y el hecho de
pedir ver a mi esposo y a la reina madre para poder bajarse de esa torre, demostraba lo
mal que estaba de la cabeza. Lo cierto era que el sonido de la voz del jefe del comando de
emergencia cuando hablaba era lo que me causaba más desasosiego.

— ¿Por qué no salimos de una buena vez de todo esto?—planteó Jefferson actuando
como si esa situación fuera de lo más natural para él—Estamos perdiendo tiempo aquí y
cualquier segundo puede ser crucial para salvarle la vida a esa muchacha.

—Eso mismo digo yo—manifestó el jefe del comando de emergencia— ¡Créanme


que si hubiera otra manera de salvarle la vida a ella, no los haría pasar por nada de esto!
—Bueno—le reina madre se puso de pie y se acercó al jefe del comando de
emergencia—entonces, manos a la obra.

Jefferson también se levantó de su puesto en la mesa y luego sin despedirse caminó


hacia el duque, yo cerrando los ojos quise dejar que pasara el tiempo para que nada malo
le pasara a mi esposo y a su madre. Desde el día que había llegado al palacio no había
pasado por una prueba tan fuerte.

— ¡Con sus permisos!—el jefe del comando hizo nuevamente una reverencia en
forma de despedida; posteriormente Jefferson, la reina madre, el duque y los agentes del
comando de emergencia dieron media vuelta hacia la salida y se retiraron.

Ahora sí que yo moriría de tristeza, el destino me estaba jugando otra nueva


pasada. Jefferson y mi suegra iban a pasar por un momento bastante fuerte; pues la vida
de una chica iba a depender de como madre e hijo procedieran ante tal evento. Las horas
que vendrían iban a ser un nudo bastante difícil de desenredar.

A las dos horas todos estábamos en las afueras del palacio esperando noticias de
Jefferson y de su madre; sin embargo, ninguno de los dos llamó para informarnos sobre
las circunstancias y de cómo se estaban llevando a cabo. Por lo que, haciéndole caso a
Máire me retiré a la habitación para esperar allí a mi esposo.

Cuando entré en el dormitorio lo primero que noté fue que de sorpresa alguien
había colocado pétalos de rosas en la cama. La luz que me iluminó los ojos al ver esa
belleza fue algo especial y me sentí contenta de que a partir de esa noche Jefferson fuera a
dormir conmigo en ese lecho.

Era preciso que me prepara para recibir a mi príncipe; me desnudé palpitando, con
un cosquilleo en el estomago tomé una toalla y me introduje en el baño para asearme. En
la regadera me sentí feliz de estar viviendo algo tan maravilloso y le rogué a Dios para que
la chica saliera viva de ese momento.

A pesar de todo, yo jamás podría desearle algo malo a un ser humano y menos a
una persona que tuviese problemas mentales. Al fin y al cabo dicen que de locos todos
tenemos un poco. Jefferson tendría que salvarle la vida, sin importar el costo; ya que, yo
sabía que si la chica moría, él jamás podría ser el mismo. Se sentiría triste y su pobre
corazón sufriría mucho.

Además, ya Máire me había explicado del trauma que Jefferson tenía por la culpa
de su grotesco padre y si la tal chica de 25 años moría a mi pobre esposito se le iría la vida
en ello. Aunque una cosa sí era cierta, si la chica se suicidaba; entonces, mi príncipe me iba
a tener a mí siempre para apoyarlo.

Salí al rato del baño y encontré sobre la cama un sexy Baby Doll rojo que alguien
aprovechando que yo estaba en el baño había dejado en el dormitorio para que yo me lo
pusiera. Lo vi, lo tomé con la mano y comencé a estremecerme. ¿Qué iba a pensar Jefferson
si me lo veía puesto?

Nada malo, de eso estaba segura. Jefferson me adoraba y esa forma de querer tan
llena de deseo era una de las cosas que más me habían atraído de él cuando nos
conocimos. Tantas veces había oído de mis amigas y de las revistas de moda que una
buena manera de hacer que un hombre cayera rendido a los pies de una mujer era con el
uso de ese minúsculo trapo y en ese instante yo iba a comprobar esa hipótesis.

Me coloqué el Baby Doll con unos tacones rojos que descubrí del lado inferior de la
cama y cuando terminé de arreglarme sentí mucho miedo de ver llegar a mi esposo. No
me vi en el espejo; tomando en cuenta que, la pena me hacía colorear las mejillas. Aún no
sabía cuál iba a ser la reacción de Jefferson cuando me viera así vestida. ¿Me juzgaría mal o
bien? Lo realmente cierto era que no iba a ser nada fácil esperarlo cubierta de esa forma.

Pasaron las horas y yo aún estaba esperando a Jefferson sentada en la cama, el muy
tonto ni siquiera se dignaba a llamarme. De un segundo a otro, la angustia se apoderó de
mí y encendí la televisión para ver si estaban transmitiendo la noticia en los canales. Pero
no, la información estaba censurada y de eso, seguro que la culpa la tenía el duque.

Pasaron otras horas más y tampoco Jefferson apareció. El muy idiota sabía como
hacer que las personas le besaran el culo de tanto adularle y en tanto, yo estaba muy
preocupada por él y por su madre, lo cierto era que yo nunca podría ocultar esas
emociones. Mi cuerpo estaba tembleque y podía jurar que si fuera asistido a ese edificio
con Jefferson lo más seguro era que con mi miedo habría destruido la operación de los
agentes.

A la una de la madrugada ya estaba agotada de tanto esperar a mi príncipe. Decidí


que seguir esperándolo era perder más tiempo; por lo que, fastidiada de esperar y esperar
sin recibir la buena noticia de su llegada me levanté de la parte inferior de la cama
dispuesta a acostarme en mi lecho como Dios manda.

Caminé como tres pasos hacia la cama y cuando lo hice sentí que la puerta del
dormitorio se abrió. Era Jefferson que por fin había llegado, al verlo el corazón se me
detuvo y con su mirada mi aliento pareció extraviado. Él me miró sonriente y pasó a la
habitación cerrando la puerta detrás de su precioso cuerpo.

—Parece que la tía decidió darte el regalo de bodas ahora—dijo haciendo su


señalamiento a los pétalos de rosas que habían sobre la cama.

—Cuando yo entré ya estos estaban aquí—le respondí estremecida— ¿Y cómo te


fue con lo de la muchacha?

—Hace sólo unos minutos que terminamos—me confesó—las autoridades querían


que me quedara para dar las correspondientes declaraciones; pero yo me negué pues ya
estaba agotado; además te extrañaba muchísimo. ¡Gracias a Dios la chica no se lanzó del
edificio!

— ¡Eres un héroe!—le expresé siendo yo misma al hablar—Eres como los príncipes


de los cuentos de hadas.

— ¿Me extrañaste mucho?—me preguntó riendo tímidamente—porque yo sí te


extrañé.

—Mmm—hice como si lo estuviera pensando— ¡Claro que sí!—y sin esperar


ninguna señal de aprobación salí corriendo hacia él. Jefferson me alzó con sus manos y
después dejó que yo para sostenerme rodeara su cuerpo con mis piernas. Luego nos
besamos con dulzura.

—Te ves como una diosa—me susurró en el cuello y yo no supe que contestarle. El
corazón me hacía tuqui tuqui y sentía miedo de que si hablaba se me iba a salir por la
boca—y en este momento, lo único que deseo es arrancarte esa ropa propicia del pecado,
tirarte en la cama y hacerte el amor miles de veces hasta que los dos quedemos exhaustos.

—Entonces, —me atreví a decirle— ¿Por qué no empezamos ya?

—Esa idea suena genial— entrecerró sus ojos, mostró una ligera sonrisa y me llevó
cargada a la cama, yo por mi parte sentí una oleada de deseo y tensión sensual que me
hizo suspirar de placer — me va a encantar saborearte.

Pero esas palabras no eran tan necesarias que él las dijera; ya que, un par de horas
después estando los dos abrazados en la cama luego de haber alcanzado numerosas veces
el clímax, el cansancio nos revelaba que la emoción de hacer el amor no era igual para
aquellas personas que buscaban sólo sexo, que para aquellos seres que están realmente
enamorados.

— ¡Te amo!—Jefferson parpadeó y la vulnerabilidad que manifestó a mí me


conmovió; ya que yo sabía que el decir esas palabras para él era muy difícil— ¡Te amo
muchísimo!

— ¡Yo también te amo!— le dije sin más, pues aunque me había agradado oírle
decir esas palabras, sabía que él también necesitaba escucharlas. Ahora que sabía lo que mi
esposo había sufrido durante su infancia, yo le iba a decir “Te amo” cada vez que me fuera
posible. A cada hora, a cada minuto, a cada segundo no era lo único relevante, debido a
que, lo más importante era que él las escuchara dichas con el corazón.

— No te puedes imaginar lo feliz que me haces—le brillaron los ojos y me dio un


beso en la mejilla.

— Pero, yo todavía tengo una duda—le dije y él arrugó el gesto— ¿Cómo supiste
que yo había recibido la foto de Kimberley y tú en Miami? —le pregunté con una voz de
niñita malcriada que a él lo hizo sonreír—yo no le dije a nadie que lo sabía.
— ¿Esa es tú duda?—preguntó incierto y yo le afirmé con la mira que esa sí era mi
duda—Muy fácil, un día entré a tu dormitorio a buscarte y estabas dormida. Entonces,
buscando entre tus cosas para ver si descubría algo sobre la razón de tu odio hacia mí,
encontré la fotografía con la carta metida en la gaveta de tu peinadora. Le habías escrito
unas palabras y con eso confirmabas mis teorías de que me odiabas.

—Bueno, ese día también encontré un poema que te escribí el día que llegaste aquí.
Pero, digamos que de eso no me siento muy orgulloso; ya que pensé que lo había botado
¡Te imaginaras mi cara cuando descubrí que lo habías encontrado, leído y guardado– Y
entonces, mirando el techo del dormitorio me dijo el poema completo:

“¿Cuántas veces viviste cerca de mi?

Un millón de veces o más,

No lo sé, han pasado muchos encuentros

desde ese instante en que te conocí,

ha pasado mucho desde ese momento especial.

Eres mi amiga, mi amante, mi mujer,

eres la diosa que me apoya en todo,

un ser tan especial y valiente

que gruñes y te sonrojas al mismo tiempo.

Ahora quiero decirte que te quiero.

Eres mi cielo, mi fuego, mi mar.

contigo sé que nunca perderé mi camino,

te amaré por el resto de mis días.

Por favor, no dudes de mis sentimientos

¡Te amo! ¡Te amo!

Sé que a veces parezco una cara dura

y ni tus locuras me hacen reír,

pero no pongas en tela de juicio

lo que yo estoy sintiendo por ti,

no eres una chica más


y este amor no es un simple ardor o una ardiente pasión;

pues va mas allá de eso.

¡Te amo con todo mi corazón!

Y por ti viviré para hacerte feliz

Como conmigo tú has hecho.

Dicen que los hombres no deben llorar,

Yo nunca he podido dejar de hacerlo por ti,

a pesar de que a leguas parezco un tirano

y que soy incapaz de sentir amor o dolor.

Para mi tú eres mi maravillosa muñeca de porcelana

eres un ángel terrenal que nació todo para mí”.

Escuché sus palabras y di un leve suspiro, lo cierto era que jamás me hubiese
pasado por la cabeza que Jefferson había revisado esa tonta fotografía en mi habitación.
Tampoco que él me había escrito ese poema que a mí tanto me había gustado.

— ¡Olvídalo!—le pedí acariciándole el abdomen con calidez, en tanto, su


hombreado olor me embriagaba—Me gustó muchísimo tu poema, aunque no sabía que tú
lo habías escrito lo guardé. ¡Eres maravilloso!

—Y en cuanto a lo de la foto—continué—sé que fui una tonta por creer más en esa
imagen; pero quiero que sepas que deseo olvidar el pasado y con eso reconstruir nuestro
futuro. Sé que no debería tener dudas; sin embargo, estoy tratando de superarlas todas.

— ¡No te preocupes!—me besó la mejilla— ¡Me encanta que seas tan especial y
diferente conmigo! Nunca podrás ser como las demás mujeres—él terminó de decir esa
frase y ambos nos quedamos unos segundos en silencio.

—Yo también te quería decir algo que durante toda la noche en el edificio “Antes”
me estaba rondando la cabeza— me expuso poniéndome su cálida mano en los labios—
¿Te importaría que te lo dijera aquí?

— ¡Claro que no!— Ahogué un pequeño suspiro para evitar que Jefferson se diera
cuenta de que estaba maravillada de ver que él estaba intentando parecer el esposo
perfecto.

Jefferson me soltó de su brazo y se sentó nervioso en la cama. Claramente


perturbado me daba la impresión de que lo que me tenía que decir era bastante
importante y grave. Él se mordió el labio inferior y al unísono las manos le temblaban. Yo
me senté en la cama y lo abracé, fuera lo que fuera lo que me tenía que decir, iba a contar
con mi apoyo.

—Yo, ahora sé lo que es amar—comenzó a decirme con una sensación


abrumadora—si antes andaba con todas las mujeres con las que se me presentaba la
oportunidad de acostarme, era porque no sabía lo que era estar enamorado—me acarició
la mano palpitante—cuando te conocí no podía dormir de tantas veces que soñaba con
hacerte el amor.

—Créeme que fui feliz cuando ese día me dijiste que estabas tomando pastillas
anticonceptivas; ya que, me encantaba saber que cada vez que te hiciera el amor desde ese
día, no iba tener que desafiar mi poca voluntad para separarme de ti y salir a buscar un
preservativo.

Yo no supe que comentarle, estar escuchando esa confección tan explicita de mi


esposo no era nada cómodo y menos cuando lo veía a la cara y notaba su serena expresión
de macho alfa.

—Por eso, antes de que pase más tiempo y las cosas entre los dos sigan su curso—
prosiguió dándome un beso en la oreja—quiero hacerte una propuesta.

— ¿Una propuesta?—titubeé y los ojos de él puesto en los míos me hicieron llegar


de pronto al cielo.

— ¿Qué te parece si postergamos eso de tener hijos por unos cuantos años?—me
introdujo la lengua en la oreja y yo vibré—mi madre anda ansiosa por tener nietos, pero
creo que tú y yo debemos estar preparados para ser padres.

— ¿Hablas enserio?—le pregunté intentando parecer serena ante los labios y la


lengua de Jefferson—Digo, ¿Quieres esperar para tener a nuestro hijo?

—Sí, creo que eso sería lo mejor— Me comentó con la voz ronca acariciándome los
senos con su enérgica mano— Estaba pensando que lo más correcto sería que esperáramos
los años que nos faltan para graduarnos y luego de ello, entre los dos viéramos la
oportunidad de tener hijos.

—Estoy de acuerdo—susurré con una sincera sonrisa en los labios— ¡Vamos a


esperar para tener hijos! Cuando estemos preparados para tener un hijo, lo tendremos.
Además, el tener hijos después de que nos graduemos nos va a disminuir unos cuantos
dolores de cabeza. ¿No te parece?

— ¡Eres mi dueña!—me sentó en sus piernas y yo ejerciendo mi papel de su mujer,


le envolví la cintura con las piernas —Tus deseos son órdenes para mí. Lo que a ti te
parezca, será lo que yo voy a aceptar.

— ¡Oh sí! ¡Eso me gusta!—lo besé instintivamente en los labios y él me respondió el


beso; no obstante, a los segundos se separó de mí y me preguntó con cara de inocencia:
— ¿Estas exhausta?

— ¡No estoy segura!—le rodeé el cuello con los brazos y lo volví a besar a lo que él
me colocó presuroso de espalda al colchón y comenzó a realizar una labor elocuente de la
que ninguno de los dos nunca se cansaría. Me expuso el cuello a su boca y luego lo demás
vino de ganancia.

Cuando abrí los ojos esa mañana Jefferson estaba sobre mí, la mirada de deseo que
me mostró fue tan definitiva que dejé que él condujera esa traviesa relación que
mantuvimos rápidamente en ese instante. Lo amaba y deseaba tanto, que amanecer de esa
forma era lo más maravilloso que me había pasado en mi corta vida. Hacer el amor con mi
esposo siempre sería un hecho demasiado evidente para los dos; ya que, siempre que
estábamos juntos el deseo nos hacía temblar hasta que llegábamos a la cúspides de nuestro
apetito.

— ¡Buenos días!—expresó agotado esbozando una picara sonrisa cuando al fin


había logrado hablar.

— ¡Buenos días!—le enuncié sin inhibición y luego le di un dulce beso en la boca.

A la hora los dos estábamos en el comedor tomando el desayuno junto a toda la


familia. Jefferson desplegó durante toda la comida su mirada de chico anti parabólico y yo
perturbada no sabía de qué forma parecer normal sentada frente a los demás presente.
Digo, antes de ir a comer, ambos nos habíamos bañado juntos y entre un besito por aquí y
otro por allá, habíamos acabado haciendo el amor de nuevo en nuestro lecho matrimonial.
¿Cómo debía actuar ante eso?

Luciano me miró inquieto y consternado durante todo ese tiempo. La reina madre
mantuvo en su boca una sonrisa bastante contagiosa. Máire y las hermanas de Jefferson
comieron con cautela y con ojos entornados. Al parecer ellas estaban perturbadas por los
cambios que se habían dado en la familia durante los últimos días.

La cena culminó y todos se levantaron de la mesa. Jefferson esperó a que yo me


pusiera de pie; en ese instante, supe de fondo que Luciano iba a conservar conmigo
porque cuando yo me puse de pie, él también se paró de la mesa.

— ¿Qué tal todo, Mariska?—me preguntó desorientado— ¿Será que podemos


hablar un momento a solas?

Jefferson oyó esa directa y repentinamente se sintió incómodo; pero no dijo nada, en
cambio, se dio media vuelta y se retiró del comedor. Yo me quedé sorprendida, la forma
en que mi esposo se había comportado no me parecía la más adecuada, él no tenía que
haberse marchado para dejarme con su primo; además, no me gustaba para nada lo
candente y contento que Luciano actuaba esa mañana ante mi presencia.
—Mariska, Mariska, Mariska—Tragó con dificultad dándose cuenta de mi tedio y
de mi hastío— ¿Te encuentras bien?

—Sí, me encuentro bien—le clavé un puñal invisible— ¿Qué quieres?—me crucé de


brazos.

—Lo cierto es que yo necesito hablar contigo—me confesó y yo me quedé


observando sus ojos segura y fijamente—Necesitamos conversar.

—Creo que ayer conversamos lo suficiente— mascullé suavemente.

—No, claro que no—metió las manos en los bolsillos de su pantalón—Ayer


quedamos disgustados y eso a mí no me parece que sea lo mejor.

—La vida es así— susurré con los latidos del corazón acelerado— ¿No te parece que
ésta es una realidad un poco incómoda? Digo, tú y yo hablando de esas cosas.

—No, esto es lo correcto—murmuró ásperamente y me tomó de la mano derecha,


yo me solté nerviosa y deseé que Jefferson estuviera allí dándome su apoyo.

—Dame un respiro, Luciano—le supliqué dándole una ojeada de reojo—Ayer me


trataste mal y hoy estas queriendo conversar conmigo en el comedor. ¿Qué van a pensar
todos de ti y de mí?

—Entonces, si ese es el problema —me propuso mostrando unas mejillas rojas


llenas de esperanzas— ¡Hablemos en el salón de billar!

—No creo que esa sea una buena idea—le dije con gran conmoción intentando
hacer de la cólera que sentía, un travieso espejismo.

— ¿Por qué no?—Habló como si fuera totalmente inofensivo— ¿Aún seguimos


siendo amigos?

Yo me quedé pensando en su propuesta y la garganta se me hacía un nudo


imposible de desenredar. Si Jefferson fuera estado allí, hacía rato que me fuera sacado de
ese embrollo. Sí, se fuera ido a los puños con sus primos; sin embargo, al final yo no fuera
tenido que llevar a cabo esa costosa conversación con Luciano.

— ¡Ven conmigo, Mariska!—me volvió a pedir y me extendió la mano.

—De acuerdo—me rendí pero no le di la mano, luego caminé con dirección hacia el
salón de billar y él me siguió. En el camino hacia allí, yo no podía dejar de pensar en que
tenía que ser fuerte para no dejar libre el alto tono de vulnerabilidad que tenía ante ese
amigo.

Abrí la puerta del salón de billar y entré presurosa. Luciano ajustó la puerta y yo no
supe que decirle, lo cierto era que estaba muy nerviosa porque ya conocía la noticia de que
él estaba enamorado de mí. ¿Ahora, cómo iba a actuar frente a él?
— ¿Sí? —Crucé los brazos, le miré a los ojos y actúe como si lo tensa en que estaba
no fuera un problema para mí— ¿Sí, Luciano?

—Quería disculparme—caminó hacia mí y forzó una sonrisa. Yo lo miré a los ojos y


me dolió ver que las lágrimas le estaban inundando la vista

— ¿Qué?—Me costó mucho reunir la fuerza suficiente para decirle esas palabras.
¿Qué quieres decir?

Pero Luciano no me contestó al instante, apartó la vista y terció levemente la cabeza


con mucha frustración en su mirada.

—Quiero decir que quiero seguir siendo tu amigo— El tono de voz con el que habló
me apaleó como una bofetada.

— ¿Bromeas?—le pregunté incrédula bajando los brazos— ¿De veras? ¿Por qué?

—Porque somos amigos ante todo—me anunció con expresión desconcertada— ¿O


tú no lo crees?—me preguntó torciendo el gesto

—Lo siento, Mariska—continuó diciendo, mientras se apoyaba de una de las mesas


de billar—No sabes lo que me pesa la forma en que te traté ayer. Fui un tonto y no apoyé
tus decisiones.

—Estoy impresionada— manifesté renuente a abandonar la amistad que mantenía


con Luciano, al fin y al cabo, él siempre se había portado conmigo a la altura de las
circunstancias—me gusta que hayas reflexionado.

—Algo así—se tensó dolorosamente—y creo que sino lo hago mi primo me corta la
cabeza.

—De verdad, que me gustaría que las cosas fueran sido de otra manera—musité
respirando hondo.

— ¿Por qué?—preguntó desconcertado.

—Porque tú eres un gran chico—le dije entrecortadamente—y yo no he sabido


valorar tu amistad.

— ¡Qué bien!—expresó carente de alegría—pero me parece que lo más importante


es que tú y mi primo estén bien. Si se aman; entonces, van a ser muy felices.

—Yo lo amo, Luciano—le dije apenas consciente de que hablar con Luciano sobre
mi amor por Jefferson era un completo error.

— ¡Qué bien! —Me acarició la cara— ¡Me alegro muchísimo!

En la limusina Jefferson no me dirigió ni una palabra, al parecer no estaba nada


contento con que Luciano me haya pedido hablar a solas con él. Yo, tampoco intenté
dirigirle alguna palabra, si iba a empezar a actuar como un celopata, yo no iba a intentar
adularle para que me hablara.

Mi primera clase fue de Lengua Contemporánea, allí unos chicos realizaron una
exposición oral y yo distraída en mis pensamientos no escuché nada de lo que ellos decían.
Aún no podía creer que Jefferson se hubiera disgustado conmigo. ¡Idiota! ¡Idiota! Pero, era
mi idiota y así me gustaba.

Mis amigas estuvieron durante toda la clase murmullando entre ellas y creyendo
que yo las estaba escuchando, sobre mi fin de semana en Nueva York. Con un tono de voz
bastante encantador, atento y sensible Gabriela, Marianny y Rosiris me hacían preguntas
íntimas sobre lo que pensaban mis padres sobre Jefferson. Yo estaba tan ida que ni
siquiera me preguntaba cómo ellas sabían sobre mi visita a Nueva York con mis papás;
pues yo a nadie le había dicho nada.

La profesora no se dio cuenta de los murmullos que había en la clase y si los


percibió, sencillamente los ignoró. Yo no contesté nada de las interrogantes de mis amigas,
preferí hacer como si no fuera conmigo y rechacé la conversación que estaba sobre el
tapete. No podía contarles nada de las veces que obviando la presencia de mis papás en la
otra habitación, había hecho el amor con mi esposo.

Odiaba estar en una situación tan incómoda; sobre todo, porque ellas conocían los
celosos que podían ser mis padres en cuanto a mí. Claro, se estaban preguntando cómo
habíamos hecho Jefferson y yo para estar juntos. Esa información; así me la preguntaran
de miles de manera, siempre se iba a quedar entre Jefferson y yo.

No obstante, esa no iba a ser la única información y experiencia que se iba a quedar
entre mi príncipe y yo; ya que, en medio de la clase, él animado por no se qué, entró sin
llamar al salón y se dirigió a la profesora. Yo al verlo me puse colorada y me sentí mal de
no poder escuchar las cosas que le estaba diciendo a la maestra.

Finalmente, él culminó de hablar y sin voltearse para verme se retiró del salón de
clases. Inmediatamente de eso, la profesora se dirigió a mí:

—Príncesa Mariska, la solicita el príncipe Jefferson afuera.

Yo escuché eso y temblé como sonsa quedándome sin aliento. Ya me podía


imaginar lo que Jefferson se traía entre manos, sí, estaba furioso y me iba a dar un sermón
por hablar con Luciano sin su presencia. Pero ¿Qué quería que hiciera?

Me levanté de mi asiento asustada y obvié los murmullos de mis compañeros de


clases. Atrapada en la red de interrogantes de los chicos, de las chicas, e incluso de la
profesora, crucé el salón, abrí la puerta, salí del salón y luego volví a cerrar la puerta para
que nadie escuchara la conversación entre mi esposo y yo.

Jefferson en el pasillo, estaba parado pegado de la pared con una cara que no
mostraba nada. Se veía tan guapo, serio y misterioso que por un momento mi cuerpo ardió
en llamas. Ese era el problema de él, que lograba volver locas a las mujeres, sin por lo
menos mover un dedo.

Me tomó de la mano y haciendo que el corazón me palpitara me haló hacia él. Yo lo


vi directamente a los ojos y tirité cuando percibí que sus párpados me llenaban el alma
con un montón de sensaciones aromáticas. Entonces, sin esperar a que yo me reconfortara,
él caminó conmigo arrastras.

— ¿A dónde me llevas?—le pregunté perturbada, pero él no me contestó.

Caminó por los largos pasillos de la universidad llevándome halándome y yo no


supe cómo detenerlo. Me engatusó apretando mi mano con la suya, para que lo
acompañara a un salón apartado de la universidad y eso significaba que lo que me tenía
que decir era gravísimo porque si no, no se fuera tomado tantas molestias en buscar un
lugar solitario para que nadie nos escuchara discutir.

Me hizo entrar a un salón abandonado y retirado de la universidad y yo esperando


que la pelea no fuera tan grave, esperé a que él entrara, cerrara la puerta y comenzara su
bronca; pero en vez de eso, Jefferson cerró la puerta velozmente, me miró con mucho
descaro y luego se abalanzó sobre mí. Me besó disparatadamente y me abrazó como si su
vida dependiera de eso. Yo no supe que pensar, la sorpresa, la excitación y la falta de
aliento no me lo permitían.

Jefferson me colocó su mano derecha en mi espalda y la otra la llevó hasta mi


cuello, luego me empujó unos pasos hacia atrás y me subió hasta una mesa. Yo abrí mi
boca para que el beso fuera más profundo. Entonces, lo oí inhalar profundamente. Era una
perversión lo que estábamos haciendo en ese salón; pero el deseo era más profundo.

Sentada sobre la mesa abrí las piernas y dejé que Jefferson se apretara más contra
mí. Él me besó el cuello con desvergüenza y yo me erguí entre sus brazos. Después no lo
pude evitar y gemí cuando sentí la mano de mi esposo levantarme un poco la camisa para
acariciarme los senos con más soltura.

Abrazada a él podía oler la fragancia de deseo que se percibía en el ambiente.


Jefferson me besó el cuello con ansia y finalmente bajó su boca hacia mis senos. Mis uñas
colocadas sobre sus hombros intentaban sostenerse de una caída a la profundidad que se
avecinaba. Le iban a quedar arañazos de eso estaba completamente segura.

Entonces, Jefferson sonrió y mi cuerpo se puso en tensión. ¿Qué se traía mi esposo


entre manos? ¿Cuáles eran sus planes? ¿Por qué me había traído a ese lugar? ¿Por qué me
manipulaba besándome y haciéndome sentir la dulzura de sus labios? ¿Acaso pensaba
en…?

Más Jefferson no me contestó ningunas de mis interrogantes mentales; en cambio


continuó con sus caricias y demandó que yo también lo tocara. Estaba ardiendo por mí y
los ojos de fuego, la boca hambrienta y el cuerpo sudoroso lo demostraban.
— ¿No me añorabas?—me preguntó al oído al darse cuenta de que yo me había
puesto tensa—porque yo te he añorado tanto durante todo este tiempo que he tenido que
secuestrarte para hacerte el amor aquí.

— ¿Cómo dices? —Me quedé rígida al darme cuenta de cuáles eran sus intenciones,
eran las que me había imaginado— ¿Te has vuelto loco o qué? Alguien podría vernos o
escucharnos. ¡Esto no está bien! ¡Eres un sádico morboso!

Pero él no dijo nada; en cambio, enterró su cabeza en mi cuello y siguió


marcándome con sus besos. Entonces, yo le respondí a eso dándole arañazos de deseo en
la espalda e intentando inspirar aire con mi respiración agitada

A lo que él sonrió y me dijo al oído lo sexy que me veía cuando me enojaba con él,
luego me mordisqueó el cuello y eso fue determinante para que mi fuerza de voluntad se
fuera al zipote. No tuve el valor ni la disposición de decirle que no; así que le quité
presurosa la camisa y Jefferson me acarició ansiosamente las nalgas a través de la falda.

No fue necesario que nos desnudáramos completamente. El deseo y la pasión


fueron tan obvios que a los minutos ambos estábamos gimiendo sintiendo chispas de
excitación de la cual nunca nos cansaríamos. Entre besos y caricias anhelantes e intensos
ambos terminamos haciendo el amor en el salón abandonado de la universidad.

— ¡Te amo!—me susurró al oído agotado— ¡Te amo!

— ¡Yo también te amo!— tomé sus manos entre las mías.

—Todo lo que soy yo te lo debo a ti— Me acarició el cuello y con ello logró que yo
sintiera un torbellino de emociones muy suavemente. Aún en esa situación, yo no lo podía
creer, me embargaba una emoción muy profunda de saber que era la esposa y la mujer de
Jefferson. Además, no era únicamente por lo de las relaciones sexuales, él me decía con el
corazón que me amaba y eso significaba mucho para mí. Asimismo, me estaba abriendo su
corazón y eso me hacía muy, pero muy feliz. ¿Cuántas chicas podían contar con algo como
eso?

De pronto, me acordé de la hora y empujé suavemente a Jefferson—La profesora de


Lengua Contemporánea me está esperando—le dije bajándome de la mesa y
acomodándome la falda y la camisa. No, no me estaba esperando, pero lo más seguro era
que ella me iba a matar por llegar tarde, si es que aún me daba tiempo para llegar a su
clase.

Jefferson sonrió con un león, posteriormente se subió el pantalón, se subió el cierre


y a continuación buscó su camisa, luego se la puso y se volteó para donde yo estaba
intentando acomodarme para no parecerme a una mujer de la calle. Seguidamente, él me
pasó un sarcillo que se le había enredado en su camisa. Yo lo tomé perturbada, me lo puse
en la oreja y palpitando me alisé la blusa.
—Me gusta cuando te pones desesperada—me replicó serenamente, arrogante y
poderoso— ¡Me provoca comerte entera! ¡Eres mía!

Yo palidecí rígidamente, el muy tonto seguía provocándome sabiendo que


estábamos en la universidad y que cualquier persona podría andar por allí. Levanté mi
rostro hacia él rostro y decidí que nuevamente no iba a caer entre sus brazos.

—Probablemente tengas razón—me atreví a decirle y al finalizar de decirle eso me


acerqué a la salida buscando la puerta—pero horita tengo clases—y finalmente me retiré
de ese salón abandonado.

Durante las siguientes clases yo estuve peor que antes, no podía dejar de pensar en
que, a partir de ese momento, no sólo tenía que preocuparme por parecer una chica bien
educada e instruida, sino que tendría que ver si podía mirar a las demás personas a la cara
sin que mis ojos reflejaran que había hecho el amor con mi esposo en un salón abandonado
de esa universidad.

Entre esas horas no me pude contactar ni comunicar con Jefferson, el trajín de que
ni siquiera me había levantado de mi asiento para respirar aire puro, cuando ya el nuevo
profesor entraba a salón de clases, me tenía verdaderamente agotada. Además, recibir la
mala noticia de mis amigas de que a la última hora teníamos examen escrito no me alegró
mucho; ya que durante el fin de semana no había estudiado nada de nada. ¿Y cómo iba a
hacerlo si había estado de viaje para Nueva york y no precisamente revisando internet o
libros de consulta?

Al final presenté el examen partiendo de los conocimientos previos que tenía sobre
el tema. Lo cierto era que de veinte preguntas logré responder menos de la mitad. Ahora sí
que la raya de una persona bruta sería confirmada. Iba a asesinar a Jefferson por no
dejarme estudiar como Dios manda.

Cuando terminó el examen, las chicas y yo nos fuimos al jardín privado de la


universidad para reunirnos con Jefferson y sus amigos. La cara de cansancio que tenía fue
un detonante para hacer que ellas decidieran olvidar sus obscenas preguntitas sobre la
relación íntima que mi esposo y yo teníamos durante un corto rato.

En el jardín privado de la universidad únicamente se reunían las personas de la


crema y nata del instituto, y uno que otro invitado de esos ricachones. Yo había soñado
tantas veces entrar a ese sitio y sentarme en esas maravillosas áreas verdes que desde que
me había casado iba seguido, aunque fuera a solas, a pasar unos minutos caminando por
allí.

Pero, lo que no me gustaba de ese sitio era la intención de los estudiantes que allí se
reunían a pasar los ratos libres de “Soy su sirviente”, “lo que quiera nada más pídalo”,
“me fascina verla por aquí, princesa”, “usted es una estrella que ha bajado del cielo para
armonizarlos el lugar”. Tampoco el hecho de que la música callejera como el rap, el reggae
y el punk estuvieran prohibidos en ese lugar, pues a esos muchachos lo que les fascinaba
era la música clásica del tipo instrumental.

Las chicas y yo llegamos a donde estaban sentados en el jardín; Jefferson y sus


amigos, Kimberley y Luciano. Entre todos ellos habían colocado una sábana sobre la
grama para estar más cómodos y así poder hablar sobre los que les viniera en gana.
Marianny fue la primera en sentarse y luego le siguieron Rosiris y Gabriela. Yo me quedé
de pie, mi cerebro estaba tan agotado que ni pensaba en sentarse a descansar.

— ¿No te vas a sentar?—me preguntó incisiva Kimberley, mirándome


coléricamente a los ojos con propósito de intimidarme.

—Sí, claro—sonreí deseando matarla y lanzarla por un barranco. Más, no lo hice,


me senté al lado de mi esposo y decidí que no tenía que hacerle caso a esa tonta.

—Tienes una cara de cansancio horrible— me manifestó con los ojos iluminados
Washmatt— ¿Qué te ha pasado?

—Las cuatro acabamos de salir de un monstruoso examen horita—respondió


Rosiris por mí y al instante tomó una fresa que estaba colocada dentro de una taza sobre la
sábana—y Mariska salió mal porque no estudió—después la colocó en su boca y se la
comió.

— ¿No estudiaste?—Dudó Bartolomé— ¿Y qué hiciste durante el fin de semana?

Jefferson tosió claramente sorprendido por la pregunta y yo no pude evitar


ponerme roja como un tomate. Kimberley nos miró a ambos y los ojos se le pusieron como
candela entre fogata. Luciano me miró con una rabia nada disimulada.

—Esas preguntas no se hacen—chilló mortificado Adhemar— ¡Ese no es tu


problema!

—Eso es cierto—ladró Brandon con naturalidad—eso es parte de la intimidad de


Mariska.

— ¿Por qué los hombres son tan mal pensados?—palideció Gabriela—ustedes


siempre piensan en sexo.

—Nadie nombró el sexo— Ray se comió una fresa—si se picaron fue porque ají
comieron.

—No tuve tiempo de estudiar—me atreví a decir finalmente—estuve bastante


ocupada.

— ¿Y qué andabas haciendo?— balbuceó Bartolomé con el límite de la curiosidad


rechinándole el alma.
—Yo…—intenté responder serenamente, aunque no lo lograba mucho—Yo estuve
visitando Nueva York con mis padres y luego me mantuve estudiando ingles con un
profesor de idiomas—al final le respondí con una parte real y con otra parte de mentira.

— ¡Ah!—respiró profundamente Ray—y yo que estaba pensando en otra cosa.

—Después dicen que las mujeres somos chismosas— Marianny tomó una fresa
entre sus manos y se la lanzó a Ray—pero ustedes son peores porque de todo arman un
cuento.

—El problema con ese profesor—intercedió Jefferson haciéndose el Ángel de la


guarda delante de sus amigos—es que le gusta dar clases demasiado intensas—él me
guiñó un ojo con disimulo evitando con eso que el resto de las personas se dieran cuentan
de que lo había hecho y después con la boca me expresó en silencio “Te amo”.

Yo sonreí mordiéndome los labios; sí, a ese profesor le gustaba dar clases
demasiados intensas; pero ni modo, si quería aprender inglés tenía que hacer el sacrificio y
calármelo tal y como era. No, estar con Jefferson jamás podría ser un sacrificio, él valía
todas las locuras que tuviera que vivir. Mientras ambos estuviéramos de acuerdo en
disfrutar nuestros momentos juntos, los demás era ingreso final.

Durante mi trabajo en la cafetería-restaurant me sentí volar en las nubes. Era tan


fácil enamorarse de Jefferson cuando hacía por mí cosas que yo nunca podría imaginar.
Me había hecho seguirlo a ese salón abandonado solamente porque necesitaba
acariciarme, besarme y hacerme el amor y yo dando rienda suelta a mi pasión había
cedido gustosa. No tenía nada de que arrepentirme, jamás hacer el amor con Jefferson iba
a traer después un arrepentimiento fatal.

Es que, no era nada más por lo guapo e inteligente que era, sino porque podía
desafiar al mundo entero para hacerse sentir. Me amaba, sus ojos me lo revelaban a cada
segundo que pasaba conmigo. Su corazón palpitando me gritaba el amor que sentía por
mí.

Durante todo el tiempo de mi trabajo conté los segundo para volverlo a ver. Aún
cocinando esos pasteles no podía creer que el amor y el deseo fuera tan de la mano.
Amaba a Jefferson con el alma y lo deseaba con el corazón. ¿Quién podría decir que la
pasión se podía agotar? Alguien que nunca se hubiese enamorado.

De repente y casi cuando era la hora de salida del trabajo, Kimberley apareció en la
cocina del la cafetería-restaurant con su carita de mosquita muerta e hizo su acostumbrada
actuación de niña “todo lo sé”, “todo lo tengo” y “todo lo puedo”. Yo nunca pensé que esa
actitud de ella hacia los demás, a mí me hiciera saber que yo nunca tendría que envidiarle
nada a esa estúpida. Esa necia era un gran problema y con su carita fresca creía que se
estaba comiendo el mundo.
Jefferson no la amaba a ella, de eso estaba completamente segura. Además, las cosas
que hacía para llamar la atención de él era una prueba febril de que estaba muy necesitada
de cariño. Pero con mi príncipe no iba a contar, tenía que irse olvidando de que
nuevamente iba a ser su novia, o que pronto iba a tener esa relación basada en el sexo con
mi esposo. Los dos habían terminado y esta vez era para siempre.

¿Pero, qué odiaba de ella? Eran tantas cosas resumidas en una sola palabra
“Insoportable”, ella era insoportable, no tenía nada de sencillez, hacía uso de su mala
gana para humillar al resto de la gente y manipulaba a todos con su vocecita de “Me siento
tan mal”.

Ella se cruzó de brazos y se recostó de una mesa. Yo la vi y pensé en echarla de la


cocina; sin embargo, no me atreví a hacerlo; pues no quería armar un escándalo. Entonces,
decidí que antes de que pasara más tiempo tendría que hacer uso de mi poderoso orgullo
para hablarle con seguridad y energía. Iba a aprovechar los últimos minutos que me
quedaban en ese lugar para demostrarle que no le tenía miedo.

— ¿Qué haces aquí?—le pregunté tomando mi cartera de un estante con disposición


de retirarme—tienes que pedir desde afuera. No puedes entrar aquí.

—Vine—me miró de arriba a abajo—para informarte que aún no has ganado.

— ¿Qué?—le pregunté sonriendo y sorprendida a la vez.

—Lo que escuchaste—dejó la mesa y se acercó a mí intentando intimidarme—yo no


me voy a rendir solo porque Jefferson y tú pasaron un fin de semana acostándose en
Nueva York.

— ¿Qué?—la miré con odio y me coloqué la cartera en el hombro— ¿Quién te dijo


eso?—ya nuestros amigos sabían lo de la visita, pero lo de hacer el amor, no podía ser.

— ¡Lo siento!—habló como niña superficial— ¿Era un secreto?

—Mira—me mordí el labio pretendiendo contener mi rabia—siento que estés herida


de que Jefferson no te quiera; pero eso no te da ningún derecho de tratarme como una
basura y para que se te quede grabada en la mente, Jefferson y yo no nos acostamos, él y
yo hacemos el amor.

—Ja, ja, ja—se carcajeó agarrándose la barriga—eres tan cursi.

—Sí, lo soy—le manifesté levantando mi mentón—pero tú estas a años luz de serlo


y eso te duele bastante.

—Además, te informo—continué buscando la puerta para retirarme—voy a ser


todo lo que tenga en mis manos para ser feliz con mi esposo. Me vale una lechuga que tú
no estés de acuerdo. El final de mi matrimonio está detenido en el tiempo; ya que, nunca
va a llegar.
Por un momento, el alma se me fue del cuerpo y se posó en esa estúpida. Kimberley
era una mujer como cualquiera; pero actuaba como un murciélago. No me debía confiar en
ella ni en las cosas que me dijera; pues ella no tenía cara de querer rendirse. Salí de la
cocina y me dirigí al estacionamiento en donde me estarían esperando Jefferson, el
guardaespaldas y el chofer en la limusina.

A la llegada al palacio me recosté unos minutos en la cama de mi habitación. Aún


no le decía a Jefferson que Kimberley había ido a buscarme a la cafetería-restaurant para
decirme cosas malignas; pues, no sabía como hacerlo. Además, no quería arruinar nuestra
relación llena de armonía con momentos tan oscuros y agrios.

Después de eso, salí de mi dormitorio y Luciano me acompañó a dar un paseo a


caballo junto al profesor de equitación. No me parecía normal que Jefferson no me
acompañara; pero, al final terminé aceptando que él también tenía cosas que hacer. Por
ejemplo, mi príncipe ese día tenía una reunión “urgente” con los dueños de una
aseguradora que estaban siendo demandados por la reina por desfalcar a unos pobres
trabajadores del aseo urbano.

Luego de regresar de esa clase, Luciano se retiró a su dormitorio para darse un


merecido baño y yo también hice lo mismo, pero en mi habitación. Posteriormente, salí de
mi cuarto y cansada de esperar a mi príncipe, le pregunté a una de mis sirvientas
personales sobre si mi esposo había salido de su reunión. Lamentablemente ella no me
supo dar respuesta porque ni siquiera se había acercado al lugar de la asamblea, por lo
menos, para curiosear.

Consecutivamente, tuve una clase con la señora “Lali”. Ella era una mujer de 60
años que más bien se parecía a una bruja de cuento de hadas. Era tan arpía que esa tarde
únicamente porque había llegado un par de minutos tarde me había echado una soberana
bronca. Yo, aunque me costó un poco al principio, tuve que pedirle disculpas por mi
“descortés” desempeño delante de una mujer mayor. Lo cierto era que aún me hacía falta
conocer lugares del palacio para cortar camino y llegar más rápido a ciertos lugares

Esa dama dictaba la clase de “Recursos Naturales”, ésta era una asignatura bastante
larga en donde se me enseñaba todo sobre los recursos naturales con los que contaba la
nación. A mí que se me olvidaban con facilidad los nombres un tanto difíciles, cada vez
que me reunía con esa mujer, terminaba echando chispas.

—El mundo brilla—me dijo señalándome el globo terráqueo—con la ayuda de sus


recursos. No es posible que un simple nombre se te haga difícil de aprender.

Pero eso era fácil de decir para la señora “Lali”, una persona que llevaba estudiando
la parte natural de país por muchos años y que había repetido esos nombres cientos de
veces. Yo; en cambio, me equivocaba cien veces y era juzgada otra trescientas veces más
por ella.
Por lo menos el sonido del teléfono de esa profesora me salvó. Rápidamente un
tono de una canción conocida comenzó a sonar dentro de la habitación y la señora “Lali”
agarró el auricular dispuesta a contestar. Yo no pude evitar ponerse de todos los colores
del arcoíris. Ahora, sí tenía algo con que recriminarle su perfección; pues, ella a mí si me
obligaba a mantener el celular apagado cada vez que entraba a su clase.

— ¡Aló!—dijo poniendo su boca en la bocina del teléfono— ¡Sí, diga!—yo me quedé


viéndola— ¿En este momento? Bueno, si usted lo dice ¿Para dónde? ¡Dele un par de
minutos!—finalmente trancó la llamada y viéndome con cara de acusadora se cruzó de
brazos.

— ¿Pasó algo malo?—me atreví a preguntarle nerviosa— ¿Recibió malas noticias?

—No, no recibí malas noticias—bajó los brazos a un lado y respiró sutilmente—la


llamada era para ti.

— ¿Para mí?—le pregunté dudosa.

—Sí, para ti—me expresó eclipsada— La llamada era del príncipe Jefferson—yo no
podía creer lo que estaba escuchando—Dice que vayas en ese momento a su piscina
privada—yo palidecí nerviosa—porque necesita hablar contigo.

— ¿Y sobre qué?—pregunté mordiéndome la lengua.

—Ah, no —salió del hoyo en que parecía encontrarse—ese tipo de cosas no son mis
problemas—entonces, haciéndome señas para que me fuera me corrió de su presencia—
¡Pero, vete, que te están esperando! ¡No esperes más tiempo! Tú esposo es muy delicado y
si llega a saber que te hice perder tiempo aquí o si llegas tarde a la cita, me va a regañar
como si fuera una niña.

—Pero—tartamudeé.

— ¡Largo!—me dijo segura de sus palabras, a lo que yo me levanté de mi asiento y


me retiré corriendo de la habitación.

Corrí a toda velocidad a través del patio del palacio. ¿Qué se traía Jefferson entre
manos? Lo cierto era que pensar en entrar a la habitación donde Jefferson tenía su piscina
privada, me ponía los pelos de punta. Yo nunca había entrado allí y ahora de repente, iba
para allá por una invitación de él.

Me esforcé por llegar lo más rápido posible a ese sitio. No por lo que dijo la señora
“Lali” sobre que mi esposo era muy delicado y si llegaba tarde la iba a regañar a ella. Sino
porque estaba deseosa de hablar con mi príncipe, lo deseaba tanto y quería pasar un rato,
aunque fuera corto, con él.
A los pocos minutos ya estaba parada frente a frente de la puerta de esa habitación.
Estaba nerviosa, agotada y con el corazón en la boca. Pero, tenía algo que me alegraba el
alma, Jefferson era mi recompensa por haber corrido tan velozmente.

—Estas es la llave—se apareció de un momento a otro el duque y me entregó una


llave tarjeta—él no quiso que otra persona que no fuera usted abriera la puerta.

—Gracias—le dije y lo vi retirarse por donde había llegado—gracias–susurré


perturbada.

Entonces, nerviosa como estaba abrí la puerta con la llave tarjeta, me adentré a la
habitación y después la cerré. La morada estaba un poco oscura, la luz que poseía era muy
tenue y solo era creada por un montón de velas enfiladas sobre unas escaleras que
comunicaban el cuarto con lo que deberían ser los baños.

El lugar era precioso y tenía una ambientación muy jovial. No se parecía en nada a
su dueño; ya que, más bien se concebía como un sitio familiar y natural. Jefferson en
cambio, parecía de hierro forjado. En ninguno de mis sueños me habría imaginado estar
en un lugar tan hermoso como lo era aquel.

La piscina era privada como lo había sabido desde tiempo atrás. Pero era más bella
y atractiva de lo que me había conjeturado en mis fantasías. Dentro de ellas habían pétalos
de rosas rojas esparcidas, el agua se veía cristalina y la luz de una preciosa lámpara con
forma de corazón la alumbraba tenuemente.

— ¿Te gusta nuestra piscina?—me llegó Jefferson por atrás y me abrazó, yo vibré y
me pegué de él—mi alma siempre se siente bien cuando nada en ella.

—Pensé que tu invitación se debía a que tenías un asunto que tratar conmigo—dejé
que me besara los cabellos—pero parece que otros son tus planes.

—Mmm—me soltó y se dirigió a la piscina, a lo que yo temblé cuando lo vi quitarse


el traje de baño que cargaba y quedarse completamente desnudo— ¿Quién ha dicho que
no podemos hablar mientras nadamos?

Seguidamente se arrojó en el agua de la piscina y yo me quedé parada estremecida


sin saber lo que tenía que hacer para parecer de lo más normal ante mi marido. Ya él me
conocía por dentro y por fuera y era hermoso saber que él sabía cómo hacerme hacer
locuras por amor; pero el pensar que la señora “Lali” y el duque sabían lo que ambos
íbamos a hacer allí, me ponía de lo más tonta.

—Yo voy a hacer el hombre perfecto para ti—me anunció Jefferson desde dentro de
la piscina—me gusta hacer por ti todo lo que nunca he llegado a hacer por nadie más.

—En el closet—prosiguió sonriente—hay varios trajes de baños ¡Escoge uno,


póntelo y ven a nadar conmigo!
—Me voy a poner un traje de baño—crucé los brazos en mi espalda—pero sólo
porque voy a hablar contigo y sería inapropiado estar vestida como una monja en un lugar
como este.

— ¿No te vas a bañar conmigo?—me preguntó mostrando esa media risa que me
encantaba.

—Puede ser…—lo miré pensativa—Además, tú lo has dicho podemos hablar


mientras nadamos.

— ¡Anda a cambiarte y no me hagas esperar!—me ordenó.

—Y tú mejor ponte tu traje de baño porque no respondo de mí—le reviré.

—Eso es lo que deseo—siguió provocándome—no sabes cuánto lo deseo.

Fogosa me di la vuelta y me dirigí a los closet, allí encontré un cúmulo de trajes de


baño tipo tanga e hilos de diferentes colores y tamaños cada uno. Escogí el que me pareció
más correcto y adecuado para una dama como yo y después sin voltear hacia donde
estaba mi esposo, me dirigí al baño en donde dándome mi tiempo me quité la ropa que
cargaba y me puse el bañador.

Salí con una toalla en la cintura esperando que Jefferson se hubiese puesto su traje
de baño. Así, por lo mínimo mi cuerpo no se vería tan excitado a como realmente estaba.
Caminé hacia la piscina y sin intención de inducir a Jefferson lo miré intentando ocultar
mis perturbaciones.

—Entra a la piscina que el agua está buenísima—me pidió acercándose a mí y


lanzándome unas gotas de agua.

—No, gracias—le dije actuando ocurrente—esa agua está muy fría.

— ¿Y quién te ha dicho que no la podemos calentar?—me insinuó con una sonrisa


seductora en los labios.

— ¿Quieres seducirme?—le pregunté tragando fuerte— ¡Te estás portando mal!—


sonreí, luego me quité la toalla y me quedé en el traje de baño que había escogido.
Jefferson me miró y se mordió los labios, lo cierto era que estaba igual de excitado que lo
que yo estaba. Pero, yo hice como si no lo fuera notado, me arrojé a la piscina e intenté
nadar lejos de mi esposo.

Eso no le pareció nada considerado a Jefferson que inmediatamente que yo le pasé


por un lado, me haló por el pie hacia él. Entonces, me cargó entre sus brazos y me pegó de
la pared de la piscina. Mi cuerpo reaccionó como el sospechaba y mis labios esperaron con
ansia el beso que él me iba a dar.

—Es tan intenso lo que profeso por ti—me mordió suavemente los labios—que
necesito de ti para poder vivir—luego introdujo su lengua en mi boca y yo lo abracé del
cuello—Eres lo mejor que me pudo haber pasado—me contuvo el mentón con su mano
derecha y me besó más enérgicamente.

—Quiero gritar que te amo—me dijo con los ojos iluminados— ¡Te amo!—gritó
levantando su cabeza y sus ojos hacia el techo— ¡Te amo!—yo le besé el cuello
persuasivamente y él me abrazó más fuertemente. Posteriormente me volvió a besar
intensamente en los labios.

— ¡Yo también te amo!—dejé que él me apretara más potentemente contra la


pared— ¡Te amo!—grité al techo exponiendo mi cuello para que él lo besara con mayor
ardor.

Hacer el amor y alcanzar el clímax en la piscina fue lo más lindo, sexy y excitante
que me pasó en el proceso de ir a conocer la piscina privada de Jefferson. Fue algo
maravilloso que siempre a los dos nos emborracharía de gozo cuando en un futuro uno de
los dos recordara ese momento. Nos habíamos besado tanto que las marcas que nos
habíamos dejado en el cuerpo iban a tardar unos cuantos días en borrársenos.

Cuando salimos de la piscina, Jefferson se portó como todo un caballero, se fue a los
baños y trajo consigo mi ropa y la de él, según porque quería verme vistiéndome. El muy
canalla tenía una sonrisita que lamentablemente yo también poseía en mis labios. Los dos
sabíamos que nos pertenecíamos uno al otro.

—Mañana vamos a la inauguración de una nueva escuela—dijo Jefferson


poniéndose el pantalón—creo que el proyecto de inaugurar escuelas para evitar a los NiNi
es una buena estrategia de mi madre.

— ¿A los NiNi?—le pregunté sin saber nada de lo que me estaba hablando; en


tanto, me ajustaba el sostén.

— ¿Qué son esos?—le pregunté mientras agarraba las bragas y me las ponía.

— ¿Los NiNi?—él se subió el cierre del jean, y yo le afirmé que sí con la mirada para
que me respondiera—esos son muchachos que ni trabajan, ni estudian. Por eso, se les
llama NiNi.

—Ah—tomé la camisa y me la puse— ¡Espero divertirme!

—Si estás conmigo—se acercó a mí, me abrazó y luego me besó—Claro que te vas a
divertir.

—Jefferson—lo tomé del cuello— ¿Sabías que la señora “Lali” te tiene miedo?

— ¿Por qué lo dices?—arrugó el gesto y todo tembló dentro de mí.

—Porque me corrió de su clase—me eché a reír—Ella dijo que si yo llegaba aquí


tarde tú la reprenderías.
— ¡Vaya!—me olió los cabellos y me besó el cuello un par de veces— ¡Eso me gusta!
Tiene que aprender a guardarte respeto. Tú eres mi esposa y la futura reina del país; por lo
tanto, en vez de reprenderte como siempre lo hace, debe aprender a tratarte mejor.

— ¿Tú la has visto tratarme mal?—le pregunté ambigua.

—No, claro que no—me aseguró besándome la mejilla—pero ella siempre ha sido
así. Cuando mi padre estaba vivo, ella era una de las que me ponía los castigos crueles
cuando me portaba mal o no actuaba con el decoro que tenía que hacerlo. Ella es una
mujer demasiado fuerte y no sabe de qué forma enseñar al resto de la gente.

Escuchar esa confesión de Jefferson me partió el corazón. Él no tenía que haber


sufrido tanto durante su infancia. Los ojos se me hicieron agua al ponerme a pensar en su
sufrimiento y mi esposo pareció notar mi tristeza porque al unísono me besó dulcemente
los labios y me mostró con ello que eso ya a él no le dolía como antes. Mi príncipe había
madurado, pero con el apoyo de una herramienta-castigo nada agradable.

Los siguientes días fueron maravillosos, Jefferson y yo pasamos el mayor tiempo


que teníamos libre juntos. Ya yo había perdido la cuenta de cuántas veces habíamos hecho
el amor o de cuántas veces nos habíamos dicho que nos amábamos. Dicen que cada mujer
nace con su destino ya escrito, pues el mío a mí me parecía el más perfecto y eso me tenía
de lo más feliz que se podía estar.

El día miércoles en la tarde, no compartimos juntos mucho tiempo como una pareja
y tuvimos que aguantar las ganas de acariciarnos, tocarnos y besarnos, esto debido a que
un grupo de estudiantes de cuarto grado de primaria estuvieron de visita en el palacio en
una excursión por el palacio real para conocer la historia del país.

Jefferson esa tarde actuó indiferente como sino le importara nada, estuvo todo el día
con el duque con su cara de obstinación de siempre y por un momento parada cerca del
establo y viéndolo conversando con un periodista de esos “chupa sangre” sentí que yo
tenía suerte de ser la única persona en el mundo que lograba sacarle palabras y
conversaciones largas a él.

Muchas veces había oído a personas que nos rodeaban a ambos decir que el carácter
de Jefferson era tan intransigente que jamás lo habían oído hablar en público llevando una
“conversación” como tal y eso era verdad, mi esposo estaba acostumbrado a solucionar
todo y tratar a las personas con simples “si”, “no”, “¿y?”, “no me interesa”, además de las
frases de hombre gruñón que callaban al resto de las personas de golpes.

Al final del día todos nos fuimos a dormir temprano por el cansancio de tantas
horas de trabajo. Apenas la puerta de nuestra habitación se cerró, Jefferson me tomó en
brazos y me hizo entrar al baño para lavarme con él. Cuando los dos estábamos en la
cama, totalmente agotados y felices, yo me encontré sonriéndome a mi misma. Jefferson
dormido se veía como un Dios semental y por un segundo me pregunté ¿Siempre será así?
El día jueves fue un día de sol radiante pero también de mucho calor. Todos en la
universidad estuvimos bastante acalorados, buenos mal que todos los salones tenían aire
acondicionado. Yo ni siquiera me pude concentrar mucho en las clases porque a cada rato
que intentaba hacerlo recordaba que por fin Jefferson estaba a mi lado como un verdadero
esposo y comenzaba a extrañarlo.

Cuando llegó la hora de ir al trabajar me sentía bastante bien, la vida me estaba


entregando muchas cosas buenas y eso era maravilloso. Los chicos decidieron que iban a
ver el partido de futbol de la universidad que se realizaba en la cancha y yo me alegré de
no tener que ir.

Jefferson los acompañó e indujo con eso a mis amigas para que ellas también
fueran. Al rato ni había casi trabajo en la cafetería-restaurant porque la mayoría de
estudiantes estaban viendo ese dichoso partido. Asimismo, el señor Jeus les dio el día libre
a varios de sus trabajadores para que fueran a disfrutar del partido y cuando menos
sospechaba estábamos únicamente él y yo en la cafetería-restaurant.

Él por un momento se dedicó a acomodar las mesas y yo dentro de la cocina decidí


acomodar adentro de las vitrinas, la vajilla que minutos antes había lavado. No me sentía a
gusto con ir a ver el futbol porque el deporte para mí era un cero a la izquierda; además,
no quería estar cerca de Kimberley.

— ¿Te ayudo?—me preguntó Jefferson haciendo acto de presencia.

Lo miré dulcemente y no pude evitar reírme, imaginarme a alguien como él


haciendo oficios de cocina no era algo que tenía en mis metas de ver, eso era imposible.

— ¿De qué te ríes?—él también se rió y caminó a donde estaba una silla para
sentarse— ¿Qué se te hace tan gracioso?

— ¿De verdad quieres que te diga?—me acerqué y poniéndome frente a frente de él


le di un apacible beso en los labios.

—Sería maravilloso—susurró y yo me sentí feliz de tener el poder de ponerlo a mis


pies cuando quisiera.

—Creo que nunca te voy a ver haciendo esas tareas—le confesé y él me acercó más
hacia su cuerpo y luego me sentó en sus piernas.

—Pero, no es malo ofrecerse—me dijo y yo lo abracé por el cuello.

—Eres un caso perdido—lo besé— ¡Nunca cambies!

—Bueno ya que quieres que no cambie—me levantó y me volvió a sentar; sin


embargo, ésta vez permitiendo que yo le rodeara las caderas con mis piernas—sería bueno
acompañarme en mis locuras.

— ¿Qué locura estás planeando ahora?—me eché a reír.


—Ninguna mala te lo aseguro—me besó apasionadamente y dando suelta a la
pasión comenzó a quitarme la camisa.

— ¿Y si el señor Jeus nos ve?—mi cuerpo se volvió gelatina entra sus manos—él
está allá afuera.

—No, no lo está—me mordió el labio superior al mismo tiempo que buscaba el


broche del sujetador para liberarme los senos—le pedí—me vio arrugar el gesto—bueno,
corrijo, le exigí que se fuera a ver el partido a la cancha porque supuestamente yo te iba a
ayudar a arreglar la cafetería-restaurant.

—Eres un…—no terminé de decirlo; ya que, la boca de Jefferson comenzó a


besarme el cuello con frenesí.

—Soy todo lo que tú quieres—me musitó al oído— ¡Te amo!

El calor perduró por varias horas más; así que todos los amigos de Jefferson, mis
amigas, e incluso Kimberley y Luciano después de que llegamos de la universidad nos
pusimos a nadar en la piscina principal del palacio. En la noche, mi esposo y yo junto a
toda la familia teníamos que asistir a la fiesta de compromiso de una niña rica llamada
Irie; así que, tomar un descanso entre la universidad y nuestras obligaciones era algo muy
positivo para todos.

Sin embargo, durante toda esa tarde, la oscura y exhibida presencia de Kimberley
me hizo mucho daño. No estaba celosa; sin embargo, sí estaba furiosa de ver a esa niña
mimada y ricachona hacer actuaciones bobas sobre su estado de salud, únicamente para
llamar la atención de mi esposo.

Jefferson, aunque no me lo dijo directamente e intentaba contener su ira, se


encontraba igual que yo. Él estaba energúmeno de ver a su primo Luciano pegado como
un chicle de mí. El muy engreído ese desplegaba sus dotes de príncipe heredero como si la
presencia de su primo no le fastidiara en nada, cuando lo cierto era que sus ojos le
delataban la rabia que le tenía.

Al llegar la noche, toda la familia se vistió para la ocasión de la celebración. Yo me


puse un vestido negro que me llegaba a la rodilla y unos tacones de diamantes que
combinaban con el collar y el resto de las joyas que Jefferson había escogido para mí y para
esa noche. Él, se vistió de lo más elegante y para la ocasión escogió ponerse un perfume
francés súper agradable.

Llegamos a la fiesta a la hora premeditada. La celebración era realizada en la


preciosa y cara casa de los padres de la novia. Al llegar a toda la familia nos ubicaron en la
mejor mesa. Los amigos de Jefferson estaban esparcidos en otras mesas y a mí me pareció
impresionante no ver por allí a Kimberley.
El novio era un muchacho barrigón y barbudo de unos treinta años y la novia era
una agraciada señorita de sociedad de unos veinticinco años. La verdad era que para nada
hacían pareja y los dos aparentaban ser felices por estar comprometiéndose esa noche en
matrimonio, pero sus ojos y la distancia sentimental que había entre ellos, delataba que ese
era un matrimonio arreglado.

Ya yo tenía experiencia en ese tipo de cosas; no obstante, lo de Jefferson y yo era


algo totalmente diferente, él me amaba desde que me había conocido y yo también sentía
por él tales sentimientos. Nunca podríamos ser como esa triste pareja que se estaba
comprometiendo para casarse.

A mitad de la fiesta Jefferson me invitó a bailar una canción romántica que estaba
sonando. Me tomó de la mano y me llevó al centro de la pista de baile. Los fotógrafos que
estaban allí aprovecharon el momento para tomarnos miles de fotos. Era divertido sentir
los ojos de tanta gente sobre nosotros.

El baile empezó y yo me sentí segura entre los brazos de mi esposo. Su cuerpo era
tan duro y resistente que por un momento pensé en que él podría estar hecho de piedra.
Me gustaba su físico, me fascinaba su mirada, adoraba su carácter, no podría vivir sin estar
con él y con su preciosa forma de ser conmigo.

—Esta pareja parece que en vez de estar comprometiendo—me susurró al oído


llevando el paso de baile—está firmando su sentencia de muerte.

—Nosotros también la firmamos—sonreí contenta de tenerlo tan cerca de mí— ¿O


es qué no te acuerdas de nuestro extraño compromiso?

—A mí en lo particular me gustó–me besó dulcemente la mejilla—creo que ha sido


el mejor compromiso de la familia real de la historia universal.

— ¿Masoquista? —volví a sonreír, a lo que él me estrechó más fuertemente a su


cuerpo.

—No, realista—me besó con disimulo el cuello.

—Todo resultó bien porque ambos estábamos enamorados—le acaricié la espalda


seductoramente.

—Sí, eso es verdad—me puso la mano en el final de mi cintura y el comienzo de mi


trasero—y ahora lo que más necesito es demostrarte lo enamorado que estoy de ti.

—Jefferson—sentí una cosquilla tremenda en mi espalda—estamos en público.

—Sí—me murmuró en el oído derecho con total convicción—pero podemos irnos


ahora de esta fiesta sin que nadie se de cuenta y luego regresar al palacio. ¡Te deseo!

— ¿Estás seguro de que podemos hacer eso?—le pregunté esperando una respuesta
afirmativa—Digo ¿Si nos vamos nadie lo va a notar? ¿Si nos vamos después no nos van a
criticar? La prensa puede mañana sacar un artículo en nuestra contra, sí de esos que a
sacado desde que nos casamos.

—Si podemos irnos sin que nadie se de cuenta—detuvo el baile, me tomó de la


mano y me hizo seguirlo a un lugar apartado del salón—y no me importa lo que piense la
gente ni lo que hagan esos periodistas amarillistas.

No fueron necesarias las palabras de excusas para retirarnos. Jefferson con la ayuda
del duque logró que ambos nos retiráramos de la fiesta sin que el resto de los invitados
notaran nuestra falta. A los pocos minutos los dos íbamos en la limusina hacia el palacio y
a la media hora ya estábamos entrando a nuestro dormitorio real.

—La reina madre va a matarnos—dije; mientras Jefferson abrazándome y


besándome me adentraba a la habitación y con el pie derecho cerraba de golpe la puerta—
Cuando regrese al palacio va a cortarnos la cabeza y a ponerla de trofeo.

Al rayar el alba; es decir, al amanecer o como en muchos países dicen a la primera


hora de luz del día, antes de que salga el Sol, él se levantó de la cama y se puso a ver las
montañas desde la ventana del dormitorio.

Yo acurrucada en la cama mostraba una sonrisa reluciente que solamente se puede


ver en las mujeres que son bien amadas. Jefferson tenía el cuerpo y la mirada rozagante y a
mí no me importaba para nada que los dos hubiésemos escapados de la fiesta del día
anterior. Tampoco me afectaba si salía en prensa que ambos nos habíamos marchado de la
fiesta sin despedirnos.

—Me gusta pensar que cada día pasamos más tiempo libre juntos—le dije estando
sentada sobre la cama abrazando mis piernas—Me gustaría que pasáramos las
veinticuatro horas del día juntos.

— ¿Estar juntos las veinticuatro horas del día para siempre?—Jefferson vio por la
ventana el glorioso amanecer—Eso sería genial.

—Pero nunca podremos hacer eso—le hablé con decepción bajando la cabeza hacia
mi pecho—aunque los dos pensemos uno en el otro todo el día.

—Claro que lo podríamos hacer—me miró inquisitivamente—por lo menos por un


fin de semana.

— ¿Qué?—me levanté de la cama, me puse una bata sobre el cuerpo y finalmente


me dirigí hacia él— ¿Cuáles son tus nuevos planes? Yo te conozco y cuando pones esa
carita, sé que tramas algo.

—En los últimos días hemos estado muy ocupados—me dejó pasar a su lado y
ponerme delante de él— ¿Por qué no nos vamos de vacaciones?—me rodeó con sus brazos
y puso su mentón sobre mi hombro. Yo miré las hermosas montañas llenas de colores
naturales y tirité al estar cerca de mi marido.
—Además, me fascinó el día que pasamos en el “El Cielo y más Allá” —me besó el
cuello y yo sentí lo caliente de su boca sobre mi piel— ¿Me encantaría ir otra vez y a ti?

—Mmm—temblé y dejé que él me diera besos tiernos sobre mi cuello—no lo sé,


¿Qué día iríamos?

— Mañana sábado es un buen día— Jefferson no pudo evitar suspirar— ¿Quieres ir


conmigo a pasar este fin de semana solos?

—Claro que sí— contesté nerviosa y lo besé—contigo iría al fin del mundo.

—Entonces, hoy mismo mando a las sirvientas a que nos hagan las maletas para el
viaje— dijo dándome la vuelta hacia él—y arreglo todo para que mi presencia aquí no
haga falta por esto días.

— ¿Crees que no vas a hacer falta aquí?—le pregunté con el ceño fruncido.

—Por lo menos no te haré falta a ti—sonrió y después me besó los labios.

—Pero hay un pequeño problema—separé mis labios de los suyos—según mi


cuenta, para el día domingo tengo la menstruación.

—Umm—se rió guapetón—ese sí que es un problema.

—Ni modo—me acarició los cabellos inocentemente—Tendré que darme unos


cuantos baños de agua fría—yo sonreí trémula—sin embargo, no me importa, quiero pasar
esos dos días junto a ti, no me compromete mucho la paciencia que ni siquiera pueda
tocarte, ni hacerte el amor. Sabré esperar como un buen esposo.

—Eres muy atractivo y responsable pero en el fondo eres muy parecido a mí— Pasé
una ojeada hacia su provocativa boca y le toqué los labios con el dedo del medio—Te
gusta la aventura, sientes amor y deseo y asimismo el corazón te palpita cuando estas
enamorado. ¡Eres muy tierno!

—Hey ¿Y esas dulces palabras?—Manifestó mordiéndome el cuello con dulzura—


¿No sabes qué yo soy mayor que tú; por lo que, eres tú la que se parece a mí?

— ¿Huh?— me aferré con ímpetu de su cuello— ¡Eres un tramposo!

—No, soy tu esposo—me alzó entre sus brazos y me llevó en la cama.

Al día siguiente, Jefferson y yo abordamos el avión muy temprano en la mañana. Él


trabajó con el conde hasta altas horas de la noche del día anterior únicamente para poder
abandonar sus labores de príncipe por ese fin de semana. Yo sentada en mi butaca estaba
súper feliz, pasar otro fin semana junto a él, sin nadie más alrededor nuestro era algo que
siempre había soñado.

— ¿Me podría traer un copa de vino?—le preguntó Jefferson a la aeromoza.


—Sí, señor—sonrió la muchacha— ¿Y para usted señorita?

—No, no quiero nada—dije amablemente—estoy demasiado nerviosa para tomar


algo.

La aeromoza se retiró y Jefferson aprovechó para acercarse a mí, me quitó un


mechón de cabello de la cara y me dio un dulce beso en la boca. Yo me puse más nerviosa
de lo que ya estaba, le toqué dócilmente la boca y me humedecí los labios.

— ¿Nerviosa? Querrás decir deseosa— insinuó con una tenue sonrisa.

— ¡Deja de estar jugando conmigo!— le expresé con sequedad—aún no se me


olvida que la única vez que viajamos para la isla me pusiste de tu sirvienta.

— ¡Oh, Mariska, eso fue tan divertido!—prorrumpió divertido y echando a reír


como si le fueran contado un chiste—No puedo negar que cada segundo que paso contigo
es maravilloso.

— ¿Maravilloso?—le pregunté pensativa— ¿Te parece maravilloso ponerme de


sirvienta?

—Sí, mientras solo me vayas a servir a mí—se cruzó los brazos en la cabeza—Ese
día hasta pensé en ponerte un traje de sirvienta; pero como te vi tan furiosa me arrepentí.

—Cielos ¡Eres tan frío!—le di un suave golpe en el brazo.

— ¿Así te gusto, no?—Ni siquiera intentó coartar la sonrisa de éxito que floreció en
sus deliciosos labios—y tú me gustas despistada, tal y como eres.

El avión aterrizó tiempo después, los guardaespaldas quisieron llevarnos nuestras


maletas a la cabaña principal de la isla. No obstante, Jefferson se negó a eso diciendo que
prefería que él y yo nos quedáramos en la más pequeña. Sí, era la cabaña en donde ambos
habíamos pasado la primera noche juntos y de la cual teníamos tan buenos recuerdos.

Inmediatamente que entramos a ese lugar, Jefferson se arrojó cansado en uno de los
preciosos muebles. Yo me quedé un tiempecito parada en la pared. Necesitaba unos
segundos para asimilar que mi esposo y yo estábamos nuevamente allí. Ese sería el mejor
fin de semana de nuestras vidas

—Esto es... es muy encantador —crucé las piernas relajadamente—me gusta mucho
este sitio.

Jefferson no me contestó ni una palabra y supe que se mantenía seco y arrogante


porque los guardaespaldas estaban por allí llevando nuestras maletas al dormitorio. No
me importaba, ya me las pagaría, más tarde me las pagaría.

Cuando los guardaespaldas salieron de la cabaña, yo me sentía más tranquila. Era


más cómodo estar junto a mi príncipe sin que las demás personas nos estuvieran
rodeando. Inmediatamente que el último sujeto salió y cerró detrás de él la puerta, caminé
hacia Jefferson y lo abracé por detrás del mueble.

—Ahora sí estamos los dos solos—lo besé en la mejilla. Él cerró los ojos y después
yo lo besé en la boca— ¡Podremos hacer lo que queramos y tú puedes dejar de actuar tan
cerrado conmigo!

— ¡Mariska! —Susurró y se puso de pie—Vamos a dar un paseo—me tomó de la


mano y me llevó hacia el cuarto de estar, allí me dio un beso delirante y me tocó con
manos temblorosas los senos ¡Qué extraordinaria sensación de pasión nos envolvía a
ambos! ¡Por fin íbamos a estar completamente solos por un día completo! Mejor dicho por
dos.

Sin embargo, ahí los dos escuchamos las voces:

— ¿Estás seguro de qué Jefferson nos invitó a todos?

— Sí, desde luego.

— No sé me parece tan extraño.

—A mí también.

—Si les digo que ellos nos invitaron para acá, es porque tengo razón.

Jefferson me soltó y arrugó el gesto. Yo lo vi y no supe qué decirle. Esas voces eran
demasiado conocidas por los dos. Eran todos los muchachos que nos habían acompañado
en el primer viaje y si lo que habíamos escuchado ambos era cierto, Luciano los había
traído allí haciéndoles creer que nosotros dos los habíamos invitado.

— ¡Voy a matar a mi primo!—gritó furioso dándole un puño a la pared.

—Jefferson, por favor—le supliqué nerviosa— ¡No hables así!

— ¿Y qué quieres que diga?—me preguntó mirándome colérico— ¡Hola! Pasen


adelante—simuló cordialidad.

—Si eso es necesario, sí quiero eso—él contrajo el guiño desconcertado por lo que
yo acababa de decirle—no quiero problemas, ni pleitos, ni algarabías. Sé que este fin de
semana era para compartir los dos solos; no obstante, ahora no podemos hacer nada. Si te
pones a discutir ahora, las consecuencias van a ser peores. Vamos a pasar este fin de
semana tranquilo con ellos y al regreso, cuando lleguemos al palacio podrás reclamarle a
Luciano todo lo que quieras.

—Haz lo que te digo—intenté acercarme a él para hacerlo reflexionar.

— ¡No lo haré! —se alejó de mí.

— ¡Por favor!—le supliqué poniendo las manos como si estuviera orando.


—Está bien, iré a ver a mis invitados—gruñó, salió del cuarto y me tiró la puerta en
señal de lo temerario que estaba.

Cuando pude salir del cuarto de estar, Jefferson había desaparecido de la cabaña, lo
que significaba que él ya se había presentado en la cabaña principal de la isla. Ni modo,
eso simbolizaba que él y yo íbamos a tener que dormir en la habitación real de esa
hermosa cabaña y nuestro nidito de amor quedaba a otro nivel. ¡Qué mala suerte!

Decidí ir a la cabaña principal para presentarme. Actuar como una frenética


diciéndoles que se fueran de allí o que nadie los había invitado, no era algo que fuera a
arreglar el problema que parecía se avecinaba. Abrí la puerta del lugar y desde la entrada
vi a todos lo amigos de Jefferson, a mis amigas, a Kimberley y a Luciano, sentados en los
muebles de la sala. Jefferson estaba de pie con una mano detrás de la espalda,
pretendiendo no parecer furioso ante el resto de los muchachos.

— ¿Qué vamos a hacer de primeros?—preguntó Gabriela

—Juguemos a Verdad o Desafío—propuso Ray—pero en la playa.

—No, eso es aburrido— chilló Adhemar—mejor vamos a ocupar nuestras


habitaciones, nos cambiarnos de ropa y vamos a nadar en el agua.

—Mariska—Luciano se dio cuenta de mi presencia— ¿En dónde andabas?

Yo sonreí y no le contesté, eso no era problema de Luciano y menos se lo iba a decir


cuando nos habíamos arruinado el fin de semana a mi esposo y a mí.

—Ella estaba paseando—dijo Jefferson con sarcasmo y luego se acercó a mí y me


puso el brazo derecho sobre el hombro—pero cuando oyó sus voces tuvo que dejar esa
actividad.

Todos se vieron a las caras y no dijeron nada. La cara de obstinación y furia que
Jefferson reflejaba no era muy linda que digamos. Yo me quedé callada, él tenía toda la
razón de comportarse como un ogro de cuento, pero tampoco lo podía dejar explotar de la
irritación.

—Mejor vamos a nuestras habitaciones—propuso Washmatt poniéndose de pie.

—Sí, eso me parece bien— apuntó con calma Brandon.

—Entonces, vamos todos— Marianny también se puso de pie.

—Espero que las cosas se den bien hoy—afirmó Rosiris—Deseo con el corazón que
Jefferson no tenga que trabajar mañana para que no se tenga que ir.

—No, no lo haré—Jefferson me acercó más a él—Mariska puede contar con mi


presencia aquí durante todo el fin de semana.
—El poder del amor es grandioso—Bartolomé se levantó y sonrió profundamente.

— ¡Deja las tonterías!—rezongó Kimberley— ¡No digas estupideces!

A los pocos minutos todos se retiraron a sus habitaciones. Yo agotada decidí


recostarme un poco de uno de los muebles. Me fuera gustado más quedarme en una cueva
enferma por las partículas de polvo y el olor a humedad del lugar, pero acompañada
únicamente por mi esposo, que estar en ese lugar tan bien acondicionado; no obstante,
lleno de tanta gente.

— Me sorprende mucho—Jefferson se sentó a mi lado— ¡Qué mi primo sea tan


cabezota!

— ¿Y qué vamos a hacer?—le pregunté apoyando mi cabeza de su pecho—Digo,


ahora tendremos que mudar todo nuestro equipaje para acá.

—Eso nunca— dijo con los ojos iluminados —Nos quedaremos en la cabaña en
donde está nuestro equipaje; además necesitamos pasar tiempo a solas. Por lo menos en
las noches sólo estaremos tú y yo—añadió con una sonrisa pícara en los labios.

—Eso te lo prometo—lo besé dulcemente en los labios; sin embargo, eso para él no
fue suficiente; ya que, me abrazó fuertemente e introdujo su lengua en mi boca. Yo le
respondí de la misma manera. Jefferson se separó un poco de mí y mostró una expresión
salvaje e irracional en sus dos hermosos ojos que reflejaban lo excitado que realmente
estaba. Luego me besó nuevamente.

—Vamos a ponernos nuestros trajes de baño—se levantó del asiento—mientras


todos estén en sus dormitorio, nadie nos extrañará.

— ¡Está bien!–me puse de pie y le di la mano aunque sabía perfectamente que lo del
cambio de ropa por el traje de baño era un truco para estar conmigo a solas.

Llegamos al poco tiempo a nuestra cabaña, Jefferson al entrar me alzó en sus brazos
y me llevó a nuestro dormitorio. Allí no me arrojó inmediatamente a la cama como yo
podría haber esperado. En cambio, me llevó al baño en donde un jacuzzi negro estaba
perfectamente preparado para que ambos nos diéramos un baño.

Me puso de pie y poco a poco fue quitándome la ropa. Luego se desnudó él.
Cargada entre sus fuertes brazos entré al jacuzzi y después dejé que él también entrara.
Los dos comenzamos a masajearnos uno al otro y a acariciarnos con sensualidad. No nos
importaba no estar enteramente solos; puesto que, estar juntos como pareja, en ese instante
era lo que nos importaba.

Llegamos a donde los muchachos estaban bañándose en la playa dos horas


después. Las miradas de pensamientos sucios que todos tenían, no nos importó a ninguno
de los dos. Tomados de la mano, ambos nos sentamos en la arena para descansar. Cosa
que con el transcurrir de los momentos, ninguno lo pudo lograr. Kimberley estuvo
durante largo rato seduciendo a mi marido y Luciano cada cosa que hacía era para
demostrarme indirectamente su amor.

El colmo de los colmos llegó cuando Luciano hizo un castillo de arena y comenzó a
decir a voz populi que ese era el castillo en donde yo viviría con él. Sin importar la
presencia de Jefferson y del resto de los muchachos anunció que estaba rezando para que
mi divorcio llegara pronto; ya que, yo no era una mujer acorde para su primo, mejor
dicho, que su primo no era el chico adecuado para mí.

Esas palabras pusieron muy furioso a Jefferson y con toda la razón que podía tener.
¿Qué carajo decía Luciano? ¿Y con qué derecho? Yo observé concisamente a Jefferson y lo
que vi en su oscura mirada no me gustó nada. Él dominado por la ira se puso de pie y se
pasó la mano sobre la mandíbula ambicionando matar con ellas a Luciano.

— ¡Se acabó el señor amable! —Me dijo sin mirarme—No aguanto más a mi primo.
Le voy a enseñar a dejarte en paz.

Y sin esperar a que yo lo pudiera detener. Se fue hacia adonde estaba su primo y
arremetió contra él con ganas de matarlo, Jefferson estaba celoso y ésta vez con toda la
razón ¿Cómo Luciano se había atrevido a pregonar delante de todos todas esas cosas? Lo
primero que hizo fue un darle un golpe en la cara, a lo que Luciano sorprendido lo
empujo. Todos los muchachos se acoplaron cerca de ellos supuestamente para evitar la
pelea; no obstante, eso ya era tarde.

Los dos se estaban disputando mi amor. Jefferson recibió el empujón de su primo


con más rabia que antes; por lo que le volvió a dar otro golpe a Luciano. En un segundo
los dos se estaban dando monstruosos puñetazos que a mí me hacían temblar.

— ¡Sepárenlos!—no sé cuántas veces grité esa palabra— ¡Sepárenlos, por favor!—


hasta que harta de suplicar una separación que parecía tardar en llegar dejé que mi mente
reaccionara por mi corazón— ¡Dejen de pelear, por favor!—grité con tal intensidad que mi
voz llegó de inmediato a la voz de los dos primos, ellos se quedaron detenidos por un para
de minutos y se voltearon a verme.

—Ustedes son primos—chillé molesta— ¿Qué les pasa?

—Éste no es mi primo—Luciano gritó—todos lo saben. La reina madre viene siendo


mi prima política, pero él…

Jefferson encima de Luciano me miró y no dijo nada. Sus ojos reflejaron que estaba
más furioso que antes; pero a pesar de eso, no hizo más nada en contra de su primo. Lo
soltó del cuello y se puso de pie, finalmente, sin pedir por lo menos una disculpa caminó
entre todos y se retiró hacia la cabaña pequeña.

Al ver a mi esposo así, mi corazón se puso tristón. Los chicos ayudaron a Luciano a
levantarse de la arena. Lo cierto era que Jefferson era un hombre que no soportaba que lo
vieran o que lo tocaran, era una espiga sin flor. Pero que odiaba más, a las personas que
deseaban arrebatarle lo que por ley a él le pertenecía. Verlo explotar esa tarde contra su
primo era una prueba explicita de lo que podía llegar a hacer cuando sentía que alguien se
creía con el derecho de robarle sus tesoros.

Me fui detrás de él a la cabaña más pequeña. No me gustó no encontrarlo en la sala.


Seguí hasta nuestra habitación en donde lo encontré echando chispa de la rabia. El muy
tonto se veía bastante afectado de encontrarse en una situación tan comprometedora. Era
la primera vez que lo veía así.

— ¡Entra!—me dijo al sentir mis pasos detrás de él.

— ¡Siento que esto haya pasado!—le anuncié muy temblorosa porque sabía que yo
tenía mucha culpa de esa pelea. Si no le fuera dado tantas alas a Luciano, él nunca se
hubiese enamorado de mí.

—Todos los días la misma historia con Luciano se quitó la camisa manchada con
sangre de la nariz de Luciano— ¡Qué fastidio!

— ¡No te preocupes!–intenté abrazarlo pero él me rechazó.

—Por favor, no me abraces para contentarme. Estoy furioso contigo porque con tus
acciones me haces daño.

— ¿Qué acciones?—le pregunté dudosa sin saber de lo que me estaba hablando.

—Luciano está así porque tú le diste alas—me alzó un poco la voz— ¡No sabes
cómo me sentí cuando habló de divorcio!

— ¡No seas bobito!—le acaricié la mejilla—eso nunca va a pasar—luego busqué su


boca para que me besara pero él no lo hizo y me detuvo con la mano — ¿Me darías un
beso sin intentar morderme?

— ¿Por qué no me besas tú?—me preguntó inquisitivo.

— ¡No quiero!—me separé de él furiosa de que me tratara como si yo fuera un bicho


raro.

— ¡No te vayas, te lo suplico! —me imploró al darse cuenta de que yo pensaba


marcharme. Me agarró de la mano y no me soltó hasta que estuvo seguro de que yo no me
iba a ir. Pero yo seguí caminando hacia la puerta.

— ¡Está bien!—anunció soltándome para que yo me fuera—pero te digo una cosa,


antes de que acabe el día vendrás hacia mí porque veras que tengo la razón.

Yo me detuve en seco cuando iba hacia la puerta para irme. Jefferson tenía razón, él
no era para nada culpable de lo que había pasado, más bien había aguantado mucho desde
la mañana. Me di la vuelta hacia él y sonriéndole me arrojé a sus brazos.
Jefferson me cubrió de besos y yo entrecerré los ojos. Así era como me gustaba estar
con él, sin peleas, sin engaños, sin sufrimientos. Era un placer tenerlo para mí cuando
quisiera. Yo no lo pude evitar y abrí la boca para que la lengua de Jefferson hiciera sus
labores; sin embargo, él no dejó de besarme superficialmente.

— ¡Jefferson!—le susurré a los labios alentándolo a que me besara más


profundamente— ¡Jefferson!

—Está visto que los dejamos solos y comienzan a darse besos—me dijo imitando la
voz de mi amiga Marianny —Eso va a ser lo que los muchachos, en especial tu amiga, van
a pensar de los dos; pero, no me importa. Te voy a besar cada vez que me sea posible. No
te voy a dejar en paz hasta que mi primo se de cuenta de que yo nunca te dejaría libre. Tú
me amas, yo te amo y él lo tiene que aceptar.

— ¡Qué tonta soy!— parpadeé asombrada— ¿Cómo no vi antes que Luciano estaba
enamorado de mí? Únicamente por tu amor he seguido adelante con este matrimonio
porque si fuera confiado un poquito más en él, ahora los dos estaríamos divorciados.

—Yo también lo he pasado muy mal por su culpa— me permitió recostarme de su


cuerpo—pero, en estos momentos ya no me importa—me abrazó como un ángel—si
quieres continuar con su amistad sabré aceptarlo. Tú lo dijiste, él es mi primo y eso nada lo
podrá cambiar.

—Me imagino lo que están pensando todos en ese momento—lo tomé del cuello y
lo besé— ¿Quién sabe qué estarán haciendo ahí dentro?—imité la voz de Bartolomé.

—Regresemos a la cabaña principal—me propuso separándose de mí y mirándome


directamente a los ojos—Vamos a demostrarle a todos, especialmente a mi primo, que
estamos contentos de que estén aquí—luego me acarició la mejilla—en la noche podremos
regresar aquí para descansar.

— ¿Lo dices en serio?—Dejé escapar un sollozo.

—Claro que sí—me respondió con voz suave—Yo no voy a permitir que entre
Luciano y Kimberley nos estropeen nuestro fin de semana.

— ¿Ahora incluyes a Kimberley en esta batalla?—le pregunté sin dejar de mirarlo a


la cara.

—Sí, claro que sí—me respondió con la mirada penetrante que me hacía suspirar—
Ella está incluida en nuestra batalla por amor.

—Gracias—le expresé con pena destinando mi mirada al piso—Gracias por ser así
conmigo.

—Gracias a ti por confiar en mí—me levantó el mentón y al instante le surgieron


chispazos de humor a sus palabras—Gracias por ser Mariska—me besó dulcemente.
Cuando Jefferson y yo llegamos a la cabaña, la cara de consternación que todos
poseían a los dos nos hicieron sentir incómodos. Eso era razonable; sobre todo, después de
la pelea. Luciano tenía en sus labios una sonrisa nada convincente y Kimberley parecía
estar muy ensimismada. En cambio, Jefferson al entrar mostró una cara ensombrecida, tal
y como si fuera a matar a alguien.

De todas formas, las horas llegaron y el problema del pleito entre Jefferson y su
primo quedó al olvido y más cuando mi príncipe, para evitar un chisme o una
aglomeración de preguntas sin sentidos, les comunicó a todos que la riña había sido una
pequeña bromita que habían planeado su primo y él para ver qué sucedía.

Luciano no lo contradijo en eso, al parecer a él tampoco le servía mucho que esa


noticia llegara a la prensa. Actuó noblemente y hasta un abrazo lleno de compañerismo le
dio a Jefferson. Al contacto con su primo la cara de mi esposo se suavizó un escaso
centímetro y yo decidí que no iba a nombrar más nunca lo que había sucedido esa tarde.

A la mañana siguiente mis síntomas se hicieron realidad. Como todos los meses la
menstruación me confirmó que seguía siendo una mujer acta para la reproducción.
Jefferson al notar mi cara de titubeo, sencillamente me besó y me prometió que me iba a
cuidar como Dios manda; además, me juró un par de veces que me amaba con el corazón
y que si por alguna razón tenía que durar una eternidad sin hacerme el amor, aguantaría
solamente para estar junto a mí.

Le pedí que no fuera tan exagerado y le expliqué que ya el martes mi período se me


iba a estar quitando y que ya el miércoles podíamos amarnos libremente e incluso hacer el
amor. Jefferson no pareció sentirse afectado porque iba a tener que guardar dieta; en
cambio, anunció que esos días iba a compartir más conmigo, sin importar que no fuera
teniendo sexo.

Eso me alegro muchísimo, cosa que no sucedió cuando las chicas y los muchachos
comenzaron a preguntarme del motivo que me hacía ponerme ropa holgada para la playa
y no el traje de baño para bañarme en el agua. La pena me puso bastante desconcertada y
al final tuve que inventarles un cuento de camino a todos, para que dejaran sus
interrogaciones por un buen rato. Cuando tuviera la oportunidad, les apretaría el cuello a
todos.

Durante todo ese día, todos nos divertimos como niños. Jugamos voleibol de playa,
atrápame si puedes, las escondidas. Asimismo, bailamos y cantamos, comimos parrilla y
bebimos vino tinto por largas horas. Paseamos a caballo y recolectamos caracoles. Los
momentos vividos durante ese día, sinceramente serían inolvidables. Jefferson me dio
tantas pruebas de su amor que yo no podía sentirme más feliz y Luciano actuó como el
mejor amigo que una chica podría tener.

Jefferson y yo estuvimos todo el tiempo tomados de la mano, hicimos carreras para


ver quién llegaba más rápido por toda la playa, salimos de paseo por el mar durante una
hora y media en su yate lujoso, nos besamos cientos de veces, hablamos sobre muchas
cosas, reímos de tonterías, nos abrazamos cuando necesitábamos estar más próximos uno
del otro y nos dijimos que nos amábamos a cada rato que teníamos oportunidad.

Cuando en la tarde regresamos al palacio, Jefferson y yo estábamos agotados del


viaje a la isla, comimos una cena exquisita y después cada uno buscó su camino. Él se
reunió por largo rato con el duque en el despacho para revisar cómo habían estado las
cosas durante nuestras ausencias y yo me senté a ver las estrellas en el patio junto a
Luciano. Este último, durante el rato que me acompañó en mi visualización del cielo, no
dijo nada de lo pasado en la isla, al parecer todos iban a hacer como si realmente nunca
fuera pasado.

El día siguiente fue algo más habituado, en la universidad ninguno de los chicos
podía dejar de hablar de lo bien que se habían sentido en esas mini vacaciones en la isla de
Jefferson. Kimberley actuó tan necia como lo era todos los días de su vida y Luciano
intentó simular y parecer un chico afortunado de tener un primo como Jefferson.

En la tarde yo estuve en las clases diurnas en el palacio y casi no tuve tiempo para
hablar y ver a mi esposo. Él estuvo nuevamente reunido con el conde y eso no me extraño;
ya que, durante el sábado y el domingo Jefferson no se había comunicado con él ni
mediante su laptop. Durante largas horas ninguno de los dos salió del despacho y cuando
lo hicieron fue para cenar.

En la noche en nuestro dormitorio, él me dio una nueva noticia.

—Mañana vamos a tener visitas—me dijo acostado en la cama abrazándome—Va a


venir un senador de Estados Unidos acompañado de su hija por cuestiones de negocios.
Los dos van a quedarse por un par de días en el palacio.

—Mmm—le expresé entrecerrando los ojos—me voy a sentir extraña ante la


presencia de dos completos desconocidos en el palacio.

— ¡No te preocupes!—manifestó cerrando los ojos claramente agotado de todo el


trabajo de ese día—Ellos van a sentirse bien de conocer a una chica tan especial como tú.

Me quedé callada intentando no parecer más nerviosa de lo que yo estaba. Sí, ya me


estaba acostumbrando a vivir como una muchacha de sociedad; pero estar de día y de
noche con dos personas totalmente desconocidas y provenientes de otro país, me hacía
poner los pelos de punta.

— ¿Jefferson?—le pregunté luego de unos segundos en silencio, esperando que aún


no se fuera quedado dormido.

— ¿Qué?—entreabrió los ojos.

— ¿Crees que les caiga bien?


— ¡Bobita!—sonrió, luego se levantó un poco de la cama y depositó un suave beso
en mi mejilla—Tú le caerías bien a todo el mundo. ¡Eres mi esposa! No eres cualquier
mujer. Además, eres Mariska, una chica inteligente, soñadora, sensual, amante de la
libertad y sobre todo una joven que posee el corazón más grande que yo he visto.

A la mañana siguiente recibí la noticia de Jefferson de que él no iba a asistir a la


universidad porque tenía que ayudar a preparar la bienvenida para el senador y su hija.
Luciano aprovechó eso para estar cerca de mí durante un alto porcentaje de la mañana en
la universidad. Obviando a nuestros amigos y a Kimberley me abrazó como si fuéramos
amigos de toda la vida. Se rió conmigo, habló sobre sus sueños y me relató una historia de
amor sobre un asesino a sueldo y una cantinera.

En la tarde, un guardaespaldas me llevó de compras y me hizo ponerme un


hermoso vestido negro y unos zapatos del mismo color, después me llevó a la mejor
peluquería de la ciudad, en donde me arreglaron el cabello, me maquillaron y me hicieron
parecer sacada de una revista de moda de última generación.

A las dos horas llegué al palacio. Una limusina negra estaba estacionada en el
paradero de carros. Eso me hizo darme cuenta que los invitados extranjeros ya estaban
allí. Me bajé educadamente del auto y con ayuda de un guardaespaldas caminé hacia el
castillo. Inmediatamente, fui recibida por un sirviente que me llevó con demasiados
honores hacia donde estaba mi esposo. Las piernas me temblaban y el corazón lo tenía en
la boca.

No me pareció extraño no ver a las hermanas de Jefferson, a su madre y a su tía


caminar por allí. Todas ellas estaban sentadas en el salón principal junto a Luciano y a una
chica rubia de unos veinticinco años llamada Anna. Lo cierto era que ese ser era una
muchacha bonita y tenía los ojos más lindos que yo había visto en mi vida, pero lo demás,
me parecía más artificial y creado a punto de cirujano plástico que una muñeca.

Ella me vio, se auto presentó y con una sonrisa fingida se alegró de conocer a la
esposa de Jefferson. Yo sólo le dirigí unas cortas palabras porque al corto tiempo ya estaba
siendo dirigida a la oficina principal del palacio. Allí estaban reunidos mi esposo y el
senador; por lo que llegar ahí primero era lo más correcto.

Un sirviente abrió la puerta de la oficina y el otro me abrió el paso para que yo


pudiera pasar. Finalmente entrando, él hizo la esperada y ansiada presentación ante sus
superiores.

— ¡Su majestad! ¡Señor Senador!—hizo unas temblorosas reverencias el hombre—


Con ustedes la princesa Mariska, futura reina del país y señora de este palacio.

Yo entré a la oficina principal con discreción. Estaba aterrorizada como un cervato


asustadizo. La habitación estaba muy gélida y parecía más el lugar para un velorio que
para una reunión de negocios. El sirviente se retiró y yo, con cuidado y simulando una
torpe sonrisa, caminé hacia mi esposo para saludarlo y avisarle que ya había llegado.

—Mariska—murmuró Jefferson—Éste es el señor Agus, es el senador de Estados


Unidos, de quien te hablé ayer.

— ¡Mucho gusto!—extendí mi brazo derecha para darle un cordial apretón de


manos al visitante, el cual no recibí—Es un honor para todos tenerlo aquí.

— ¡Gracias!— sonrió dándome en vez del apretón un suave beso en la mano—Me


habían dicho que la esposa del príncipe Jefferson era hermosa, pero no me imaginaba que
tanto.

— ¿Verdad qué es hermosa?—intervino Jefferson deleitándose con mi presencia,


luego me tomó de la mano y me hizo colocarme al lado de él.

—Sí, claro que sí— anunció el senador, luego yo apenada bajé la cabeza—De seguro
que durante estos dos días, mi hija y ella se van a llevar de maravilla y van a pasar mucho
tiempo juntas.

¿Quién iba a pensar que esas palabras a mí me tendrían toda la tarde en otro
planeta? No pude pasar mucho tiempo con la chica, pues para mí era obligatorio asistir a
una práctica de baile con Carolyn. Ella iba a tener la fiesta de cumpleaños el día viernes; y
a la reina madre se le había ocurrido que para dar una buena impresión ante los invitados,
lo mejor era que mi cuñada y yo, junto a un par de bailarines profesionales, diéramos una
demostración de baile a todos los asistentes a la fiesta.

Anna pasó parte del tiempo que tuvo durante esa tarde junto a Luciano. Él la llevó a
dar un paseo por los límites del palacio, la ayudó a darle de comer al caballo de Jefferson y
con sus dos ojos abiertos le mostró las piezas antiguas que adornaban el museo privado
del palacio real.

Después, Anna se pegó como un chicle de Jefferson al que no dejó respirar


demasiado durante un buen rato. Caminó con él alrededor de la piscina principal, le contó
historias superficiales sobre su vida en Estados Unidos, le pidió que le obsequiara una rosa
roja que estaba dentro de un florero español y paseó tomada de su brazo como si los dos
estuvieran enamorados.

En la cena, ella sin darle importancia a mi presencia, ocupó mi lugar en la mesa


junto a Jefferson y durante toda la comida le hizo ojitos de deseo a él que a mí me hicieron
sentirme ahogada en alcohol subyugado. Me trató como si ella fuera la esposa de mi
príncipe y yo la recién llegada. Se rió con él, lo abrazó e incluso le limpió con el dedo una
pizca de comida que le había quedado en los labios. Lo cierto es que parecía estar loca por
ser su mujer.
Cuando yo me acosté para dormir en la noche, Jefferson aún estaba reunido con el
senador. Mi cuerpo estaba súper agotado de dar tantos pasos de baile y la esperanza de
que al día siguiente esas clases iban a continuar no me ayudaba en mucho. Tampoco me
pude dormir como lo había esperado, ya mi subconsciente se había acostumbrado a tener
a Jefferson durmiendo abrazándome y a falta de su cuerpo, mi humanidad se movía
desesperada. También, el saber que esa chica andaba por allí me ponía como un
desequilibrado de la rabia.

Varias horas después agotada de esperarlo sin respuesta, me vestí y salí de la


habitación en su búsqueda. Caminé por los pasillos silenciosos y fui directo a la oficina
principal. Desde afuera pude oír las risas y voces de los que se encontraban adentro.

— Estaremos muy bien juntos.

—No, creo que no. Yo soy un hombre muy obstinado.

—Príncipe Jefferson, debería conocer más a mi hija. Si lo hace podrá ver que cuando
a ella se le mete algo en la cabeza se pone terca.

—Me ha dicho la reina madre que tú eres difícil de convencer y que también eres
terco. Vamos a ver si logras ganarme, Jefferson.

—No puedo creer que mi madre te haya comentado eso.

Esas últimas palabras me hicieron ponerme paranoica. ¿Desde cuándo Jefferson


tenía tanta informalidad con las mujeres de su entorno? ¿Y qué carajo estaba haciendo el
senador? Parecía más bien que estaba vendiendo a su hija al mejor postor. Abrí la puerta
de la oficina con mucho cuidado y sin pedir permiso pasé de largo hacia donde estaba mi
esposo. El senador y su hija se quedaron en silencio, al parecer las había parecido tosca mi
forma de intervenir en esa conversación.

— ¿Qué haces aquí tan tarde? —Me inquirió Jefferson arqueando una ceja—Pensé
que ya estabas durmiendo.

— ¿Podemos hablar afuera?—le respondí con otra pregunta, Jefferson no me


contestó, se dirigió hacia donde estaba yo y tomándome del brazo me acompañó para
afuera de la oficina.

Cuando ambos logramos salir, yo solté mi mano de la de él con desdén y con eso
Jefferson cerró la puerta de la oficina para evitar que los visitantes escucharan nuestra
conversación. Ya no podía evitar la rabia que sentía por ver la proximidad de esa
muchacha hacia mi esposo y la oscura mirada de deseo que presentaba ella.

—Pensé que esa chica ya estaba durmiendo—le expresé con un tono bastante árido.
—Decidió quedarse esperando a su padre—me respondió adivinado que yo estaba
hablando de la hija del senador— ¿Qué te sucede Mariska? ¿Por qué te ruborizas con tanta
cólera? ¿Por qué estas furiosa? Esos ojos de cólera te delatan fuertemente.

—Lo siento —anuncié con un destello de calor—te estaba extrañando mucho y vine
a ver si ya habías terminado.

— ¿Es eso o es otra cosa?–dudó acariciándome la cara— ¿De qué tienes miedo,
Mariska?

— ¡No te lo voy a decir!—me alejé de él para que no pudiera leerme los


pensamientos a través de los ojos— mejor me voy a dormir—me di la vuelta dispuesta a
retornar a mi dormitorio.

— ¡Escucha!—me tomó del hombro—Ya voy a terminar aquí, espérame despierta


que creo que necesitamos hablar.

Me dirigí a la habitación real con la cabeza bien en alto, no era que sintiera dudas
del amor que Jefferson sentía por mí, sino que odiaba la forma tan buscona que actuaba la
hija del senador. Parecía tan necesitada de un hombre, que varias veces odié que mi
esposo la tratara tan bien.

Media hora después, acostada en la cama con los ojos cerrados sentí la puerta del
dormitorio abrirse. Jefferson entró con mucha cautela en sus pasos y cerró la puerta. Luego
se quitó la ropa y se fue al baño, unos minutos después regresó de allí con una pijama
puesta sobre su cuerpo y se acostó sobre la cama. Ya era la una de la madrugada y lo cierto
era que se sentía agotadísimo de tanto trabajo.

— ¿Estas despierta?— me abrazó suavemente.

—Me dijiste que te esperara—gemí ansiando parecer dura de corazón.

— ¿Por qué actúas tan extraña?—me preguntó con una discreta voz.

—Esa chica…—tartamudeé reservada.

— ¿Qué pasa con ella?—vaciló mirándome con los ojos seductores.

—Te ve de una forma que no me gusta—me atreví a confesarle— Además, quiere


acaparar toda tu atención.

— ¿Estas celosa?—se echó a reír seductoramente.

—No lo tomes a broma—me puse seria y arqueé las cejas. La furia que estaba
intentando controlar ya se me estaba escapando por los poros y no sabía si podía aguantar
más mostrándome como la esposa tranquila.
—No lo estoy tomando a broma sólo que me gusta verte actuar de esa manera—se
ruborizó y luego se puso serio—pero quiero que sepas que esa chica es la hija del senador
y que para llevar a cabo el negocio que mi madre está planteando, necesitamos
mantenerlos contentos a los dos. Si esa muchacha le dice a su padre que yo la he tratado
mal, ese señor no va a aceptar negociar. Para ella es fácil salir corriendo y decirle a su
padre que no haga ningún negocio con nosotros; pero a nosotros no nos conviene eso.

—Pero, ¿Por qué es tan importante ese negocio?—le indagué con un gesto de pánico
que a él le hizo abrazarme más profundamente— ¿No lo puedes hacer con otro?

— ¡No y debes confiar en mí!—me silenció con un beso.

— ¡Está bien! —Le articulé en cuanto él me soltó—Voy a confiar en ti.

— ¡Gracias! —Me dio un beso en la mejilla— ¡Te amo!

— ¡Yo también te amo!—le declaré, aunque lo cierto era que la rabia que poseía no
se había calmado lo suficiente como para aceptar esa situación. En lo que quedaba de ese
día iba a intentar parecer normal, más eso no quería decir que viera con buenos ojos lo que
estaba pasando.

A la mañana siguiente Jefferson tampoco asistió a la universidad, entre el hecho de


que tenía que continuar con sus negocios con el senador y hacer que la estancia de él y de
su hija fuera perfecta, no tenía tiempo para ese tipo de compromisos.

Durante toda la mañana, yo no pude dejar de pensar en que esa chica estaba cerca
de mi esposo y que estaba acaparando toda su atención. Sentada en mi puesto sin tomar
en cuenta la clase, podía ver en mis imaginaciones a Jefferson riéndose con ella. Eso era
una barbaridad.

Llegué al palacio y en ningún momento me encontré con mi esposo. Tuve que pasar
largas horas en mis clases extras y en los ensayos para el baile del cumpleaños de mi
cuñada sin la acostumbrada vigilancia de Jefferson. El muy señor estaba compartiendo con
Anna como si se conocieran de toda la vida. La llevó a pasear a caballo, le enseñó la
biblioteca, le mostró su enorme piano y asimismo tocó para ella, se acercó a un punto de
ella que los celos que no habían desaparecido por completo florecieron nuevamente en mí.

Ciega de rabia no dejaba de mirar fijamente a mi esposo. Él estaba compartiendo


con Anna de lo más feliz. Es más, ambos parecían dos eternos enamorados de portada de
revista de moda. Ella perfecta y él igual de perfecto. La pareja que todos soñaban con
cruzarse en sus caminos.

Pero, tampoco podía dejar que mi corazón se desanimara. Jefferson me amaba y


hacer del tonto con esa muchacha no significaba que me hubiera dejado de amar. De mis
ojos brotaron las lágrimas al pensar en eso, si mi príncipe se enamoraba de Anna, ahí si
que moriría de desolación.
Desde una silla colocada estratégicamente en el patio, vi a la feliz pareja hacer
varias actividades que hasta ahora Jefferson no había compartido conmigo. Sí, él había
hecho muchas cosas románticas por mí; sin embargo, como en ese instante, yo estaba muy
afectaba y ciega de los celos y la rabia intentaba hacer como si nunca nada de eso hubiese
sucedido.

— ¿Me llevas a conocer tu cine privado?—le preguntó Anna a mi esposo con una
voz chillona de niñita sifrina cuando los dos iban caminando hacia la entrada del palacio y
ella lo llevaba a él arrastras—A mí me encanta el cine y como mi padre tiene muchos
contactos en Hollywood lo más seguro es que protagonice una película.

— ¡Está bien!—Jefferson asintió con la cabeza sin atreverse a voltearse hacia donde
yo estaba— ¿Qué te gustaría ver?

—Lo que tú quieras— Anna se echó a reír y le apartó un cabello de la cara—y


continuando con el tema ¿Me vas a ir a ver al cine?—le preguntó acariciándole los
hombros.

—No lo creo—Jefferson intentó zafarse de la chica—A veces no tengo ni tiempo


para ver una película aquí.

—Eso es porque nunca has hecho el amor en un cine—se sacudió los cabellos hacia
atrás con sensualidad—Algún día deberías probar eso.

Esas deshonestas palabras fueron el agua que derramó mi vaso. Yo me sentí


humillada, la chica esa con su vocecita de tontita se le estaba insinuando a mi esposo y eso
no me gustaba nada. Ah, pero él no se quedaba atrás; pues, en vez de darle su paraíto, le
daba más bien alas para que siguiera hablando. Esa noche le iba a dar su merecido.

El senador y su hija partieron a las cinco de la tarde del palacio. Yo me despedí de


ellos junto a los demás integrantes de la familia y el duque. Luego dije que no tenía ganas
de cenar porque me dolía el estomago y decidí retirarme a mi dormitorio, no sin antes
esquivar la proposición que hizo la reina madre de llamar a un doctor de la clínica privada
del palacio para que me revisara. Yo no lo necesitaba y tampoco lo iba a molestar con una
vil mentira que nada tenía que ver en eso.

Pasaron varias horas en que Jefferson no entró al cuarto. El muy cínico estaba
reunido con el duque para finiquitar los detalles del negocio con el senador. Al parecer
todo les había salido bien y la chica se había ido de lo más contenta con la forma en que
Jefferson la había tratado; por lo que su padre había aceptado negociar.

— ¡Bruja!—murmuré en voz alta acostada en la cama en la oscuridad de la


habitación real.

En ese momento, Jefferson abrió la puerta con gran sigilo y entró al dormitorio,
después pasó por mi lado, se sentó en la orilla de la cama y con preocupación me dijo:
— ¿Estás bien?

—Sí, ya se me pasó el dolor—le mentí arropándome más con la manta.

— ¿De verdad te sentías mal?—dudó acariciándome la cara.

—No, pero tampoco quería cenar—le confesé haciendo hincapié en las tres últimas
palabras “No quería cenar”.

Jefferson suspiró amargado, se levantó de la cama y se retiró al baño. A la media


hora salió vestido con un pijama blanco de lo más sexy y se acostó en la cama. ¿Pero qué
estaba pensando? Esa noche no iba a caer en sus redes ni en mis deseos. Le iba a dar una
lección.

Yo, de espaldas a Jefferson no hice ningún movimiento para acercarme a él. Mi


príncipe me abrazó tiernamente y no sé por qué pero ahí mi cuerpo se fue moldeando ante
él, se relajó como gelatina de cumpleaños o como goma aglutinante. Mi esposo me acarició
con la mano las caderas y luego la pierna. Estaba excitado, eso no lo podía esconder.

Cuando sus labios rozaron mi brazo, yo no supe qué pensar. La dieta de la


menstruación se había acabado y ya ambos podíamos hacer el amor; no obstante, yo no
podía, tenía el corazón destrozado de ver a mi esposo flirtear todo el día con la Anna esa.
Él no me había tratado en todo el día y ahora venía como si nada hacia mí; pues, estaba
equivocado.

—Mariska…—murmuró él contra mi cuello—Mariska…

Oírle decir mi nombre simbolizaba para mí un dolor muy profundo. Intenté


contener las lágrimas que amenazaban con salírseme de los ojos y respiré profundo. Si
quería que Jefferson me respetara y me buscara para otras cosas más importantes que el
sexo, tenía que demostrarle que yo valía mucho.

—No, no debemos—me solté de su abrazó y me levanté apurada de la cama.

—Mariska ¿te ocurre algo? —Jefferson se sentó extrañado en la cama— ¿Qué


ocurre? ¿De qué se trata?

—Perdona, ¿cómo dices?—me hice la que no lo había escuchado. Lo cierto era que
no quería darle una explicación tan directa de lo que me estaba pasando. De todas formas,
él no se merecía de mí una ilustración total sobre mí.

— ¿No te gusta?—se levantó de la cama e intento volver a abrazarme.

— ¡No me toques!—me alejé de él. Cuando lo rechacé el quedó destrozado.

— ¿Por qué?—preguntó hecho un lío de dudas que para mí fueron dolorosas.

— ¡No puedo y no quiero!—le anuncié ansiando parecer sincera en mis palabras.


— ¿Ah, sí? —Me inquirió con un tono agudo en su voz—Eso no es verdad y tú lo
sabes. Me deseas tanto como yo a ti

— ¿Estás loco?—me eché a reír fingiendo— No pienso acostarme contigo.

— ¿Cómo?—indagó poniéndose ambas manos en la cabeza.

—Lo que oíste—le respondí echa un puñado de nervios— No pienso acostarme


contigo.

— ¿Cielo...Te incomoda tanto que te acaricie?—se acercó a mí y me tomó de la


mano.

Yo no le contesté y ¿Cómo le iba a decir que sí?

—Es así, ¿verdad?—él mismo respondió su pregunta, lo que lo hizo alejarse de mí—
¡Maldición!—apretó un puño.

—Tú solo piensas en sexo—le grité dejando que una lagrima se atragantara en mi
mejilla—todo el tiempo es sexo. Hoy no te has volteado a verme ni un segundo, pero
ahora como quieres sexo, haces el sacrifico de acercarte a mí.

— ¿De qué hablas?—se acarició la boca con la mano queriendo con ello
tranquilizarse.

—Hablo de ti y de Anna—le di la espalda para que no me viera llorar—Hoy se la


pasaron tan bien que no entiendo por qué me buscas si la tienes a ella. Ahora pienso que
todos tenían razón y que una chica como ella era la perfecta para ti.

—Eso no es cierto—me tomó de la mano y me hizo voltearme hacia él—Además, yo


hablé contigo. Ya te expliqué que eso era cuestión de negocios.

— ¿Jefferson, tú de verdad me amas?—le pregunté cambiando de tema— ¿Eres


realmente feliz conmigo?

—Sí, claro que te amo—me respondió sin soltarme la mano. Yo arrugué el gesto en
una cruda muestra de que no le creía; pero él pareció no darme por vencido—Confía en mí
Lo digo de corazón.

Yo me solté de su mano y caminé hacia la cama.

—No me crees—se puso la mano derecha en la frente—Mariska, tú me conoces


bien. Sabes que no te lo diría sino lo sintiera.

—Quizás, no es amor sino sexo—opiné tomando la cobija entre mis manos—A lo


mejor te gusta tener sexo conmigo y por eso me buscas. Pero si es así, ya te puedes ir
olvidando de que eso va a pasar nuevamente; pues yo no me pienso acostar contigo.
— ¡Muy bien! Insúltame—gruñó mirando el techo—Ahora soy tan perverso que
estoy contigo sólo por sexo. ¿Qué clase de persona me crees?

Me quedé callada lo que lo hizo pensar a él que yo lo creía la peor persona del
mundo.

—Dices que me quieres únicamente para tenerme en la cama—me llené de valor


para decirle esas crudas palabras.

—Eso no es verdad—me miró con ojos encorvados—Sí, acepto que antes de


conocerte tenía sexo sin responsabilidades de mantener una relación seria. Pero contigo a
sido diferente ¿Enserio, me crees tan patán como para usarte nada más que para obtener
sexo a cambio?

—Estoy asombrada—no me atreví a mirarlo a los ojos— ¡Qué fácil entiendes!

— ¡Maldita sea, Mariska!—le dio una patada al aire— ¿Por qué actúas de ese modo?
Lo único que quiero que sepas es que yo sí estoy feliz de haberme casado contigo, no me
importa si las cosas no sucedieron como los dos esperábamos; ya que, estar contigo ahora
para mí lo es todo.

— ¿Y tú eres feliz?—me preguntó; pero, yo no le contesté, levanté la cobija y me


acosté en la cama ignorándolo por completo— Oh, vaya ¿Y ahora qué?—dijo dándose
cuenta de que yo ya había terminado esa conversación.

—De acuerdo—expuso finalmente dándose por vencido—He captado la indirecta—


luego se acercó a la cama y se acostó a mi lado dejando una distancia prudente entre los
dos. Yo me mordí el labio inferior, esa iba a ser la primera vez que ambos íbamos a dormir
rabiosos uno con el otro desde que estábamos juntos en el dormitorio real y aunque
quisiera negarlo me dolía muchísimo.

—Hasta mañana— Expresó después de unos segundos en silencio. Se acercó a mí y


me dio un largo beso de buenas noches en los labios a lo que yo le respondí como tantas
veces anteriores; es decir, deseosa, enamorada y ávida. Luego se separó de mí, me dio la
espalda en la cama y cerró sus ojos. Ésta vez sentía pavor de que otra vez fuera mala con él
y que los celos míos hicieran perder lo que los dos teníamos.

Sin embargo, pasaron las horas y no dejó que su amor lo hiciera flaquear en algo
que tenía la razón. Yo estaba actuando dejándome llevar por los celos y no estaba
contemplando los hechos. No dijo nada durante toda la noche, aunque yo ya sabía que él
no podía dormir. Jefferson estaba despierto igual que yo y eso me hacía doler el corazón.
¿Por qué yo tenía que ser tan boba e insegura?

A la mañana siguiente cuando me desperté, Jefferson ya se había levantado y


retirado de la recamara. Me arreglé sintiendo un dolor en el corazón y después salí para
tomar el desayuno en el comedor. La reina madre al verme me preguntó sobre mi estado
de salud y yo con una sonrisa fingida le dije que me encontraba bien.

Luciano sí pareció notar que mi esposo y yo andábamos peleados; pues, era obvio
por el carácter distraído, alterado, frenético y roto de Jefferson en esa mañana. No
obstante, en vez de hablar de eso decidió darme su apoyo, me tomó de la mano cuando
todos estábamos tomando el desayuno y me miró con una cara de querer suministrarme
su soporte en todo.

Eso puso más irritado a Jefferson; ya que, sin esperar a que la hora del desayuno
acabara y la media hora del correspondiente reposo, se levantó de la mesa con la excusa de
que se sentía mal. Yo me quedé en shock y en una gran conmoción, me sentía tan mal de
haber propiciado esa pelea entre mi príncipe y yo.

Durante toda la mañana ninguno de los dos nos dirigimos la palabra y no le quitaba
la razón de que estuviera malhumorado conmigo; tomando en cuenta, que él no había
hecho nada malo que acarreara mi berrinche de la noche. Me había portado aunque me
doliera como la mismísima Kimberley.

En la cafetería restaurant no pude concentrarme mucho. ¿Y cómo podría hacerlo


sino había dormido durante toda la noche arrepentida por rechazar a mi marido? Sentía
náuseas al pensar en mi comportamiento tan bochornoso y la ensalada de cólera y
sufrimiento que sentía en el alma me daba espigazos en el corazón.

Cuando fue la hora de la retirada me sentía más mal que antes. Caminando solitaria
por los pasillos de la universidad me sentía decepcionada de que Jefferson no me hubiese
ido a buscar a la cafetería restaurant. Me dirigí adolorida hacia la limusina para regresar al
palacio y cuando estuve cerca del auto no pude evitar sentirme enferma.

El guardaespaldas me abrió gustoso la puerta, yo me adentré a la limusina y


después ese señor cerró la puerta del vehículo. Adentro del carro estaba Jefferson que ni
siquiera dejó de hacer lo que estaba haciendo para saludarme, Yo lo vi y mi corazón
tembló al verlo por segunda vez leyendo el libro de “Mi Pequeña Princesa”.

— ¡Oh, Dios!—no pude evitar sentirme asombrada.

— ¿Qué pasa?—dejó el libro que estaba leyendo a un lado y se volteó a verme.

—Nada, nada—respondí temblando.

Él al verme decirle una mentira tomó nuevamente el libro dispuesto a seguir con su
lectura. Yo tirité al darme cuenta de que si quería hablar con él y arreglar nuestra relación,
ese era el momento.

—Jefferson—balbucí helada— ¿Será qué podemos hablar?


—Ahora si quieres hablar—se colocó las manos en la nuca con mucha ironía—Muy
bien ¡Hablemos!—yo lo oí decir esas palabras tan fuertes y quise lanzarme de un abismo,
pero respirando profundamente intenté mantener el poco control que me quedaba.

—Sé que anoche pretendiste hablar conmigo—le hablé con cierto nerviosismo—y
que yo no te dejé hacerlo, pero es que los celos me orillaron a perder la confianza que tenía
en ti.

—Oh, por la Virgen del Socorro...—se quitó las manos de la nuca—no vengas con
eso.

—No entiendes...—le dije poniéndome las manos en la cara para aspirar frenar las
lagrimas que me amenazaban con hacerme llorar frente a él—yo sé que me equivoqué.

—Yo también—me dijo quitándome las manos de la cara para poder verme
directamente a los ojos—Yo también me equivoqué.

— ¿Qué?—pregunté sin entender nada.

—Lo que escuchaste—me tocó la boca con erotismo—Debí haber tenido la


suficiente confianza en ti para explicarte lo que sucedía.

—Jefferson—cerré los ojos maravillada por la sensación tan cálida de la mano de mi


esposo sobre mi boca.

— ¡Déjame terminar!—me hizo callar con la mano—Déjame contarte todas las cosas
para que esos celos tuyos ya no tengan razón de ser.

—La razón por la que tuve que ser tan cordial con Anna—Yo lo oí adquiriendo
unos nervios de punta—fue porque el negocio que tenía con su padre se trataba de la
extradición de un violador en serie que fue encontrado hace un par de semanas tocando a
un niño cerca de una escuela.

—Yo no te lo dije— puso un antebrazo sobre su cabeza, luego lo bajó, sonrió y


después me tocó los ojos con la otra mano—no porque no haya sentido confianza en ti o
porque me haya sentido atraído por Anna, sino; debido a que, no quería que te
preocuparas demasiado. Con tantas cosas que has tenido últimamente en la cabeza, no
quería darte más preocupaciones.

—Yo tengo claro que esa chica durante días se cansó de hacerme ojitos, pero yo te
amo a ti y eso no va a cambiar.

—Jefferson…— lo tomé en brazos—No pretendo vivir sin ti. Sin embargo, a veces
me porto tan tonta. Lo siento mucho ¡Perdóname! Yo sé que tú jamás me querrías nada
más que por sexo y también sé perfectamente que me amas; no obstante, no pude evitar
sentirme celosa de verla tan pegada de ti.
—No tiene ninguna importancia—se colocó una mano en el cabello en señal de estar
lleno de muchas ilusiones—Si te pones así cuando ves a otra mujer acercarse mucho,
quiere decir que me amas.

—No, eso no es así—expresé atónita de verlo actuar tan tranquilo— ¡Yo te amo!
Pero te he puesto en un aprieto. Tienes todo el derecho de estar enfadado conmigo.

— Sshh—me hizo callar nuevamente poniéndome un dedo sobre la boca—Acepto


tus disculpas. Es eso lo que querías escuchar que te dijera. ¿Y tú me perdonas a mí?

—Yo…—temblé de la emoción de ver la ternura que mi esposo poseía debajo de esa


fría postura—claro que te perdono—le toqué la boca con cariño.

—Mentirosa—me acarició la mano con mucha calma—Si me fueras perdonado no


actuaras de esa forma tan esquiva.

— ¿Y qué quieres que haga para demostrarte que te he perdonado?—pretendí


parecer serena.

— ¡Bésame!—me ordenó pegándose a mí— ¡Bésame como solo tú sabes hacerlo!

— ¿De veras? —Le murmuré casi en la boca— ¡Estás de broma!—más él ignoró mis
palabras y me besó. Yo solamente al sentir el tacto de sus labios sobre los míos no pude
evitar que mis emociones se descontrolen

—Esto me hace sentir como en un sueño—le susurré a la boca y lo volví a besar.

— Mmmmm—se despegó un poco de mí y llevó sus manos a mi blusa, luego


recuperando un poco la respiración me soltó el primer botón de la camisa— ¿Por qué no
aprovechamos que estábamos solos para besarnos, acariciarnos y hacer el amor?

—No ¿Aquí?—me despegué nerviosa de él—alguien podría vernos o escucharnos.

—Corazón—me abrazó fuertemente para no dejarme escapar—nadie va a oírnos ni


escucharnos. Esta limusina está fielmente resguardada y blindada, lo que hagamos aquí
adentro nadie va a enterarse.

—Pero…—le indiqué en un tono bastante entrecortado—ya casi vamos a llegar al


palacio y si nos encuentran in fraganti me voy a morir de la vergüenza.

— ¡Está bien!—Jefferson se separó de mí y tomó el intercomunicador,


posteriormente tocó un botón y lo encendió— ¡Por favor!—habló con el chofer y el
guardaespaldas—necesito que le den varias vueltas a la manzana y que no regresen
directamente al palacio.

—Pero, señor—habló la voz del guardaespaldas.


— ¡Ya escucharon!—les ordenó con una voz fuertísima—yo les aviso cuando sea la
hora de regresar y no hagan preguntas—entonces, apagó el intercomunicador para que los
hombres que iban adelante no escucharan nada.

— ¿Contenta?—puso el intercomunicador a un lado y se acercó a mí— ¡Por favor,


amor! No me hagas esperar hasta el palacio. Creo que los días de dieta han sido
suficientes.

—Pensé que los ricos vivían a dieta— le comuniqué arqueando una ceja—pero,
bueno—no lo pude evitar me eché sobre él y me senté en sus piernas con deseo.
Finalmente, hice lo que los dos estábamos esperando desde hace días, lo besé con
intensidad y provocación describiendo con ello, una pasión indescriptible.

Jefferson cerró los ojos y comenzó un recorrido desde mis labios para arriba, tocó
con su boca mi nariz y mis ojos. Después, me acarició con su mano la espalda y eso me
hizo gemir como desesperada. Tomando algo de valor, yo me despegué unos centímetros
de él y sonriendo me quité la camisa.

Al hacerlo, Jefferson se quedó mudo de ver el sostén negro que cargaba puesto. Sin
esperar más tiempo me lo quitó de un bamboneo y luego me besó arrogante los senos. Me
pasó la lengua con delicadeza por el lunar y eso me hizo sentir como si estuviera a punto
de caerme en el cielo.

Más tarde de eso, los dos estábamos desnudos y pegados uno del otro, queriendo
que ese momento nunca se acabara.

—Acabamos de hacer el amor en la limusina—le dije besándole el cuello—si la


prensa nos viera nos acabaría, si mis padres lo supieran me verían con horror.

— ¡No me importa!—me besó el hombro—Contigo soy capaz de ponerme a luchar


contra todo el mundo.

— ¡Eres mi príncipe! ¡Eres el hombre de mi vida!—le anuncié acariciándole los


cabellos—Yo también te eché de menos estos días.

—Y sin embargo, anoche me hiciste sufrir— parpadeó con cariño—No pude dormir
durante toda la noche.

—Yo tampoco—lo besé con vulnerabilidad.

En ese momento, el teléfono de Jefferson sonó. Yo me bajé de sus piernas y él tomó


el celular dispuesto a contestar.

—Aló—dijo seriamente— ¡Hola! ¿Cómo estás?

Me puse la braguita para ir acortando el tiempo y las tentaciones.


— ¿Qué ocurre?—continuó— ¿Qué pretendes comentarme? No me gustan las
conversaciones enredadas ¡Habla claro!

Yo escuchando muy atentamente la conversación no dije nada, me puse el sostén


queriendo con ello no verme ante mi esposo como una chismosa y entrometida.

— ¿Yo? Estoy ocupado—su voz se hizo más gruesa de lo normal— ¿Para qué?
¿Qué? ¿No platicarás en serio? ¡Maldita sea, no hables tonterías! Yo no voy a ninguna
parte.

Perturbada por la pequeña discusión que estaba teniendo mi esposo por el teléfono,
tomé la blusa y me la puse. Seguidamente, me abroché los botones intentando no parecer
tan patética.

— ¿Estás bien?—los nervios se le fueron a flor de piel— ¡Quédate quieta! Tú ganas,


enseguida voy para allá. ¡Por favor mantente quieta!

Yo asustada tomé el pantalón y me lo puse súper nerviosa ¿Quién era la persona


que estaba hablando con Jefferson?

— ¡Dios mío! ¡No hagas nada!—le dijo extenuado—Sí, está bien. No voy a hacer
nada que te moleste—lo miré y no supe qué diablos pensar, tomé un cepillo y me dispuse
a peinarme— ¡Ya lo sé!—gritó extenuado— Allá voy—apagó la llamada y arrojé el
teléfono con furia.

—Jefferson ¿Pasa algo?—no pude evitar preguntarle dejando el peine a un lado—


¿Te dieron una mala noticia?

—No, claro que no—buscó su ropa interior y se la puso—pero me tengo que ir.

— ¿Qué?—pregunté sorprendida.

—Le voy a avisar al chofer que te lleve al palacio—agarró apurado el pantalón y se


lo puso cesante—Al lugar en donde voy tú no puedes ir.

—Pero…—dudé hecha un petate en el cerebro.

—Pero, nada—sentenció osado y luego agarró la camisa y rápidamente se la puso—


Si confías en mí, debes aprender a entenderme.

Yo me quedé en silencio. No le pude decir nada, aunque el corazón lo tenía un hoyo


preguntón. Jefferson le dio ordenes al chofer para que me llevara directo al palacio y él en
la primera parada que encontramos en el camino, salió del auto y se marchó con destino a
quién sabe dónde.

La limusina llegó al palacio al poco rato. Yo me bajé de ella careciendo de buen


humor. ¿Qué se estaba trayendo entre manos Jefferson? ¿Por qué me había dejado sola? Yo
no sabía ni qué hacer ni qué pensar. Él había actuado de forma muy extraña y la llamada
que había recibido había parecido una tormentosa aparición infernal.

Cuando iba subiendo las escaleras, Luciano me estaba esperando en la más


superior. Yo me sentí mal, en eso momento no quería hablar con él ni que se pusiera tierno
conmigo. A pesar de que, Jefferson y yo nos habíamos reconciliado en la limusina, esa
llamada me había dejado pensando en tantas cosas.

“Al lugar en donde voy tú no puedes ir” esas crudas frases que mi esposo me había
dicho me tenían pensando. ¿Cómo había sido capaz de hablarme así? ¿Qué me estaba
ocultando? ¿Por qué no me tenía confianza? Me daba terror que mi príncipe estuviera
haciendo cosas detrás de mis espaldas.

Cuando terminé de subir, Luciano me saludó como si fuéramos amigos de toda la


vida. Es decir, con un profundo abrazo y un beso en la mejilla. Yo intenté parecer normal,
me había parecido mal la actitud mostrada por Jefferson antes de bajarse de la limusina,
pero él no tenía la culpa. Mi amigo Luciano era un buen chico y no se merecía que yo le
proporcionara mis preocupaciones.

Él me soltó y aunque ambicioné parecer normal a todos los días, los ojos aguados
me delataron el malestar que poseía.

—Bueno, ¿qué tienes?—Luciano me preguntó tomándome de los brazos.

—Nada—pretendí mostrarme amistosa— ¿Por qué debería tener algo?

—Estas viviendo una fantasía de ensueño pero no pareces feliz—me quitó un


cabello de la cara— ¿Pasó algo con mi primo?

Me mordí el labio, sabía que si le contaba a Luciano lo que había sucedido él iba a
empezar a decirme cosas.

—Valoro mucho tu apoyo pero tú y yo sólo somos amigos—le expresé alejándome


un paso de él—No puedes andar persiguiéndome todo el día.

—Eso es cierto—se cruzó de brazos—pero también es cierto que entre amigos no


hay secretos.

—Luciano…—deseé parecer serena—Lo que me está pasando no es grave.

— ¡Entonces, cuéntamelo!— Yo lo oí y me olvidé de la debida distancia que debía


tener con él. No me daba cuenta de que su amistad se había transformado en amor y ahora
se estaba convirtiendo en obsesión.

—Jefferson—empecé con mi relato—Es un gran hombre, a pesar de todo lo que ha


sucedido, lo quiero muchísimo. No obstante, a veces hace cosas que me desconciertan.
—Supongo que te quiere a su manera—me miró con gesto cerrado—pero, cuéntame
¿Qué son esas cosas que te desconciertan tanto?

—Él actúa muy extraño—le dije y Luciano se quedó perplejo como sino lo pudiera
creer—Por ejemplo, horita estábamos muy bien en la limusina y de repente recibió una
llamada de alguien desconocido, se bajó del auto y desapareció.

—Mariska, Mariska…—se masajeó los dedos de la mano derecha— ¡Qué inocente


eres!

— ¿Por qué lo dices?—le pregunté temblorosa.

—Está clarísimo—pareció muy seguro de sí mismo— Él tiene relaciones con otra


mujer y esa otra es Kimberley. Yo te dije que no te confiaras de ese par y ahora ambos
deben estar juntos.

—No puede ser verdad eso que estás diciendo—me puse la mano en la frente
tratando de pensar—Jefferson me ama.

—Te lo digo en serio—me hizo mirarlo tomándome del mentón— ¿Donde más se
supone que está?

—Creo que estás loco—me eché a reír tontamente—Él nunca me engañaría.

—Ni tú misma crees que en tus palabras—se colocó las manos en la cabeza—Tú
sabes que tengo la razón.

— ¡No digas tonterías!—miré hacia otro lado—Jefferson me ama y nunca me sería


infiel.

—Si tú lo dices—se cruzó las manos en la espalda—Pero, creo que deberías ir a


comprobar si lo que te estoy diciendo es cierto. Yo tengo la dirección del apartamento de
Kimberley porque como ya sabes somos amigos, yo podría dártela y…

— ¡No!—me negué rotundamente—yo no voy a hacer eso.

— ¿No vas a ir a enfrentar a Jefferson?—me preguntó con la voz entrecortada—


¿Por qué? ¿Tienes miedo?

—No, no es eso—yo estaba temblando con tanta información en mi mente—Es sólo


que…—no pude continuar hablando, la mente la tenía llena de cosas y en el pensamiento
mi subconsciente me decía “No puedes recurrir a la violencia; no obstante, sino
compruebas que ellos no tienen nada, vas a sufrir mucho”.

—Sino vas hoy a confrontarlos, mañana vas a arrepentirte—Luciano me puso la


mano en el hombro como muestra de su apoyo, luego sacó un papel del bolsillo de su
pantalón y un lápiz de tinta azul. Se dispuso a escribir sobre el papel y luego me entregó el
escrito.
— ¡Deja de hacer eso!—hice como si la desconfianza que le tenía a mi esposo no se
hubiese acoplado en mi corazón. Luciano volteó el gesto y dejó el papel sobre un muro.

— ¿Estás bien?—me preguntó con los ojos enardecidos.

—Estoy bien—susurré tratando de contener las lagrimas. Él se marchó hacia el


patio del palacio y me dejó a mí con la enorme tentación de agarrar el dichoso papelito y
lanzarme a ver a Kimberley en su edificio. Así, de una buena vez y para siempre
descubriría si Jefferson me engañaba con ella.

El pensar en eso, fue lo que a los pocos minutos me hizo decidirme a ir al


apartamento de Kimberley. No lo pude evitar, tomé apurada el papel y salí corriendo
hacia lo que yo consideraba la decisión más importante de la vida. Resolví que no podía
irme en la limusina porque eso me iba a traer algunos contratiempos. Además tenía que
hacerlo tipo escapada de telenovela; es decir, sin que nadie me viera o escuchara.

Teniendo cuidado con la vigilancia del palacio y con los guardaespaldas y


sirvientes que habitaban en el palacio, huí del castillo como la escapista de las historias
medievales. Me retiré sin que nadie notara mi desaparición y cuando estuve en una
distancia prudente tomé un taxi.

—Por favor, no me mire así—le supliqué—No le diga a nadie que estoy aquí. Lo
que pasa es que necesito que me lleve urgentemente a esta dirección—le di el papel al
amable hombre y él condujo por el camino.

Sé que cometí un grave error. Yo había actuado irresponsablemente al salir del


palacio sin vigilancia, es solo que en esos instantes, no pensaba ni razonaba en eso. Yo
quería salir de esas dudas que me estaban matando y Luciano tenía la razón, si quería
comprobar que Jefferson me engañaba o sino lo hacía, la mejor forma era enfrentarme a
Kimberley en su territorio.

En un cuarto de hora llegamos a la lujosa urbanización. Un vigilante vio entrar al


taxi al lugar y en vez de prohibirle la entrada, saludó al taxista con aprecio. Para mí todo
esto no era fácil, tenía que enfrentar una situación muy ardua. Sino lo veía en su
apartamento, ya sabía lo que iba a hacer, le pediría disculpas a esa tonta y regresaría al
palacio con el rabo entre las piernas; más, si él estaba allí…

Me bajé del taxi y le pagué al chofer con una gran suma de dinero. Por lo menos,
Jefferson me había permitido tener efectivo en la cartera para casos de emergencia. Luego
me despedí del señor y decidí entrar al lujoso edificio. A la entrada estaba un portero
durmiendo, situación que aproveché para pasar sin haberme anunciado mi llegada ante
Kimberley.

Revisé en una lista en la pared e investigué que el apartamento donde vivía


Kimberley era el 15D y que éste estaba ubicado en el cuarto piso del edificio. Con poca
seguridad entré al ascensor y toqué el número cuatro. Pronto iba a resolver mis dudas. Si
Jefferson estaba ahí me iba a terminar muriendo.

El ascensor subió más lento que una tortuga recién nacida o por lo menos, yo lo
sentí así. La cara la tenía tan pálida y el aire me faltaba de la ansiedad, No quería perder a
mi esposo pero si él me estaba engañando no dudaría en separarme. Ya no tenía ganas de
seguir luchando por nuestro amor.

Al fin el ascensor llegó a la estación indicada y yo salí de allí. Caminé por un pasillo
y viendo las puertas pude encontrar el número de apartamento de Kimberley. Las piernas
me estaban tiritando, lo que tenía que ser lo iba a conocer de inmediato. ¿Por qué tenía que
ser tan insegura? ¿Acaso no podía confiar más en mi esposo?

No, en ese instante, no me podía poner a pensar en eso. Necesitaba salir de las
dudas que me carcomían el estomago. Necesitaba saber si Jefferson me amaba como lo
decía siempre o era sólo cuestión de tener un buen sexo. Con las manos sudándome tocó el
timbre y esperé, lo toqué una segunda vez y ahí si tuve respuesta.

—Diga—Kimberley abrió la puerta y al verme se me quedó mirando con una cara


de pocos amigos— ¿Qué haces tú aquí?

—Jefferson ¿Está aquí?—le pregunté muy seria.

—No sé…—sonrió irónica—si quieres pasas a buscarlo a ver si lo encuentras.

Yo asentí y aproveché que ella me estaba dando paso para pasar. Caminé y noté
cuando Kimberley cerró la puerta a mi espalda. Me detuve en la sala, este era un lugar
acogedor, bien plantado y agradable. Al echarle una rápida ojeada a la sala del
apartamento noté que Jefferson no andaba por allí, pero…

— ¿Quién es?—Sonó otra voz que se fue acercando a la sala.

—Es tu esposita ¡Querido! —Kimberley le respondió y eso a mí me hizo hervir la


sangre.

— ¿Mariska?—Me dijo Jefferson asombrado cuando se plantó en la sala—Mariska


¿Qué haces aquí?

—Vine a ver está película— sonreí mordiéndome los labios para no romperme la
boca de la rabia— ¿Así, que este es su nidito de amor?—caminé lentamente por la sala
mirando superficialmente las cosas que estaban en ese sitio.

—Creo que deberíamos hablar—se acercó a mí y me tomó del brazo.

— ¡No me vuelvas a tocar más nunca en tu vida!—furiosa me sacudí.

— ¡Estás malinterpretando las cosas!—se colocó la mano derecha en la frente en una


clara muestra de indignación.
— ¿Ah sí? —Me puse las manos en las caderas y lo miré de frente— ¡Eres de lo
peor!

—Amor, mira…—quiso acercarse a mí pero yo me alejé de él.

— ¡No me digas amor! —Paseé por un lado de Kimberley y la miré con desprecio
de arriba abajo—Tu primo tenía toda la razón.

—Así que por eso estás aquí —Jefferson apretó sus puños al lado de su cuerpo—
¡Debí habérmelo imaginado!

—Je, je, je—reí sin ganas dirigiéndome a la puerta— ¡Me largo de aquí! Prefiero
dejar solito a los dos tortolos.

— ¡No te vayas!—caminó de prisa hacia mí.

— ¡Déjame en paz! ¡Te odio a muerte! —La rabia se apoderó de mí y le di un golpe


en la nariz—Eres muy duro de corazón—lo empujé con la mayor fuerza que pude tener y
él cayó al suelo.

No se atrevió a abrir la boca para pronunciar una palabra, no tenía las agallas para
hacerlo. Era culpable, su silencio lo delataba. Además, estaba adolorido por el fuerte golpe
que le había propinado.

Yo, en tanto, me sentí privada de cariño. No podía continuar allí viéndolos juntos
en un lugar como ese. Abrí la puerta y sin enfrentarme a la mirada cínica de Kimberley o
la de perrito regañado de Jefferson salí del apartamento.

Yo ya iba caminando hacia el ascensor cuando percibí que la puerta del


apartamento de Kimberley se abrió y que por allí salió Jefferson.

—Mariska, espera—caminaba angustiado— ¡Maldita sea! ¡Espérame!

Yo no lo esperé ni un segundo, abrí con rabia la puerta del ascensor y me adentré a


él. Las lágrimas estaban mojando mis ojos, pero de alguna manera aún lograba
controlarlas. Quería que todos se fueran al infierno.

Jefferson no logró entrar al ascensor antes de que la puerta se cerrara y yo tampoco


le dije nada. Temblando toqué el botón para que el aparato se dirigiera a la planta baja.
Jefferson, no se dio por vencido en su propósito de hablar conmigo, corriendo bajó del
edificio por las escaleras de emergencia.

A los pocos minutos el ascensor se detuvo en la planta baja. Abrí con el corazón
arraigado las puertas y salí del aparato. Caminé deprisa queriendo huir y no encontrarme
con mi esposo. ¿Por qué tenía que hacerme sufrir de esa manera tan vulgar?
De pronto, Jefferson llegó a planta baja y siguió detrás de mí, cuando por fin me
alcanzó me tomó del hombro y me volteó hacia él. Entonces, me miró y sus ojos
lagrimosos revelaron lo triste que estaba; más, yo no quería ni siquiera escucharlo.

—Lo que pasó no es…—no lo dejé terminar de hablar, pues con mucho odio le di
una bofetada con todas mis fuerzas.

— ¿Era por esto que no querías que viniera contigo?—le pregunté con decisión—
Claro, tenías una cita con ella.

—Eso no es así—intentó tomarme de la mano para tranquilizarme—yo vine para


acá para…

—Para verla, —le grité limpiándome las lágrimas de los ojos—para decirle que no
se preocupara porque tú realmente no me amas.

—No pongas palabras en mi boca que yo no he dicho—me ordenó poniendo los


ojos muy oscuros— ¡Vamos al palacio y allí hablamos!

—Yo contigo no voy a ninguna parte—me quité unos cabellos de la cara—vine sola
y regreso sola.

Caminé a toda prisa por la planta baja del edifico. Luego abrí la puerta que
comunicaba el edificio con el exterior y sin darle alguna explicación al portero que se me
quedó mirando sorprendido me marché de allí. Finalmente había logrado salir de ese
monstruoso lugar.

—Mariska— Me anunció Jefferson dando grandes pasos detrás de mí para intentar


alcanzarme— ¡Mariska, espérame! No es lo que tú piensas.

Yo caminé más rápidamente, en ese instante, no me sentía preparada para hablar


con él. Necesitaba escapar de sus poderosas garras, ya nada quedaba entre los dos y mi
alma estaba tan destrozada que no sabía cómo enfrentar mis más oscuros miedos.

—Mariska—volvió a gritar; no obstante, yo me alejé más de él, en un intento de


cruzar la calle para huir, un carro frenó muy cerca de mí para evitar atropellarme. Yo lo
esquivé obviando las maldiciones del chofer y caminé más de prisa para cruzar la calle en
sentido contrario; sin embargo, mi suerte no duró mucho, pues no vi un potente carro de
lujo que se avecinaba y lo último que recuerdo de ese momento fueron los gritos de
Jefferson antes de que los ojos se me cerraran como luceros desmayados.

—Mariska, Mariska, por favor. Mariska, mi amor, no te duermas, no lo hagas mi


vida. ¡Mariska, no me dejes! ¡No quiero que me dejes! Mariska.

Abrí los ojos encontrándome en un lugar de paredes blancas, Jefferson estaba


sentado en la parte inferior de la cama y al verlo con las manos cubriéndose la cara, supe
que me encontraba en un hospital accidentada luego de haber intentado escapar de mis
problemas.

Tenía el cuerpo todo adolorido pero haciendo una revisión rápida a mi organismo,
al parecer el accidente no había sido nada serio. ¡Dios, gracias por eso! La cara me parecía
normal a todos los días, las piernas las tenía uniformes y los brazos estaban algo
hinchados. Ni collarín en el cuello cargaba puesto. Bueno, eso quería decir que tenía que
dejar de huir de mis problemas y enfrentarme a mi esposo.

—Quiero el divorcio—le dije sin darme cuenta que él no había notado que me había
despertado. Al haber hablado yo, Jefferson quitó las manos de su cara y con una sonrisa se
acercó a mí con preocupación aunque a la vez con alegría de verme bien.

—Querida—indicó con un nudo en la garganta— ¡Gracias a Dios que estas bien! Si


te fuera perdido no se que fuera pasado conmigo.

—Deja de decirme querida—le solicité con rabia mientras intentaba a lo terco


sentarme en la cama— Quiero el divorcio.

—Mariska…—se llenó de ternura y me ayudó a sentarme—Lo que pasó en el


apartamento de Kimberley no es lo que tú piensas, lo que pasó fue que…

—No quiero saberlo—lo sentencié con cólera—De todas formas, ya vas a ser libre
para estar junto a ella.

—No, no digas tonterías—me tomó casi llorando de la mano—Yo te amo y no te


voy a perder por una bobada como esa.

—Cuando llegue el momento de nuestro divorcio—me solté de sus manos—podrás


hacer lo que quieras. No te conformes con verla sólo unos días o unas horas, ya podrás
estar con ella como en los finales de los cuento de hadas.

—Eso no va a pasar—me miró a los ojos con intensidad.

— ¿Por qué no?—preferí mirar a otro lado.

—Dime mirándome a la cara que ya no me amas—me tocó la cara muy


sensualmente.

—Eso no tiene nada que ver—decidí no mentirle con respecto a mis sentimientos
hacia él.

— ¡Maldición!—gritó agotadísimo de mí caradura, por lo que dándole un fuerte


golpe a la medicina que estaba destinada para poner las medicinas, procedió como un
energúmeno— ¿Por qué siempre tienes que actuar así? ¿Por qué nunca confías en mí? ¿Te
cuesta mucho escucharme? Por tu culpa casi tenemos que enviar a la cárcel al chofer que te
atropelló. Ese señor no tiene la culpa de tu falta de responsabilidad. Además, la prensa nos
está haciendo añicos.
—Sino te gusta como soy—le dije señalando la puerta—ahí tienes la puerta para
que te marches.

— ¡Está bien!—articuló mordiéndose el labio, conteniendo con ello las ganas de


darle otro golpe a la mesa—Me voy; pero no lo hago para siempre. Voy a dar una vuelta y
a darle algunas declaraciones a la prensa para ver si puedo aclarar las cosas; pero, tenlo
por seguro que voy a regresar y cuando lo haga, tú y yo tenemos que hablar.

Entonces, sin esperar mi respuesta caminó hacia la puerta y salió furioso del cuarto.
Yo, en esa situación tan sola, no pude evitar echarme a llorar. A pesar de todo lo que había
sucedido, no podía obviar que Jefferson era el hombre de mi vida, era el que me hacía
sentir cosquillas con solo proporcionarme una sutil mirada. Era el que me daba besos con
el corazón y no sólo con la boca.

A la sazón, la puerta de la habitación se abrió.

—Valiente amigo a resultado mi primo—Luciano se paró en la puerta con una


mirada indescifrable— A él le gusta parecer el esposo víctima de las artimañas de la vida.
¿Será que eso es cierto?

Yo lo escuché y no entendí nada de lo que me estaba diciendo, me sentía


gravemente desorientada. Asimismo, estaba súper agotada de pensar y reflexionar sobre
las cosas. No quería ser más la intérprete de simplezas como esas.

— ¡No finjas inocencia! —Luciano se rió dulcemente—sabes que te estoy hablando


de Kimberley y de Jefferson.

—A esa no me la nombres—volteé hacia la pared para cubrir mi triste mirada—Aún


no puedo creer que tú hayas tenido toda la razón y que ella y Jefferson hayan sido
amantes. Los dos me vieron caras de idiota.

—Mariska…—tartamudeó—Creo que ya es hora de que nosotros te hablemos


claro.

— ¿Nosotros?—le pregunté atreviéndome a mirarlo— ¿Nosotros, quiénes?

—Luciano y yo, Mariska—se aproximó a la puerta Kimberley y se me quedó viendo


con unos ojos tan intranquilos que por un momento sentí que me había muerto y que
estaba siendo transferida al infierno.

— ¿Qué hace ella aquí?—me crucé de brazos conteniendo la rabia—No puedo creer
que se haya atrevido a venir aquí y que tú, mi amigo la hayas dejado pasar.

—La verdad es que…—Kimberley pasó como perro por su casa al dormitorio y se


paró en todo el frente de mí—Luciano me ayudó para que nadie me viera entrar aquí.
Todos están molestos conmigo y hasta Jefferson me prohibió que me acercara a ti.
—No quiero hablar contigo de él—le contuve la mirada para tratar de intimidarla—
¡Ya has hecho suficiente!

—Mariska…—Luciano por fin entró a la habitación—Lo que Kimberly y yo


tenemos que contarte es muy importante para tu futuro.

— ¡No estoy entendiendo nada!—me puse la mano en el mentón como si estuviera


tratando de pensar— ¿Qué hacen ustedes dos juntos? ¿Kimberley, quieres arruinarle la
vida a Luciano o vienes a decirme el tiempo en que tú y Jefferson han estado juntos?
Luciano si lo que quieres es que me olvidé definitivamente de Jefferson, no te preocupes,
que eso está contemplado en las estrellas. Por favor, entiendan que no quiero hablar.

—Pero, tendrás que hacerlo—Kimberley me desafió—Mira que lo que Luciano y yo


estamos haciendo ahora no es nada fácil.

—Bien, si eso es lo que quieren—me volví a cruzar de brazos y me acoté en la


cama—Soy toda oídos.

—Primero quiero que sepas que…—anunció Kimberley poniendo una voz muy
lejana—Jefferson nunca te ha engañado. Él nunca te ha sido infiel conmigo, la razón por la
que tú nos encontraste juntos hoy fue porque yo lo llamé y le pedí que fuera a visitarme
con la amenaza de que si no lo hacía me iba a cortar las venas. Además, le dije por teléfono
que si te contaba algo de eso a ti, en su conciencia iba a quedar mi suicidio.

— ¿Qué?—me quedé pasmada— ¿Por qué hiciste eso?

—Porque ninguno de los dos—Luciano intervino en la conversación—quería que


ustedes fueran felices juntos. Kimberley quería estar con Jefferson y yo contigo. Ese fue el
último plan para separarlos de unos cuantos que realizamos con anterioridad. Nos
sentíamos mal porque todo lo que habíamos hecho para que los dos se divorciaran había
fracasados, pero cuando supimos lo de tu accidente los dos nos arrepentimos y decidimos
venir a verte para contarte todo lo que ha sucedido.

—Pero tú…—la cabeza se me hizo un nudo de preguntas— ¿Qué tienes que ver tú
con esto?

—Todo—me confesó con los ojos aguados—Yo ayudé a Kimberley con este plan y
con muchos otros.

— ¿Con muchos otros?—titubeé con la garganta atragantada de tanta información.

—Sí, con otros—Kimberley me buscó con la mirada— ¿O por qué crees que Luciano
te dio la dirección de mi apartamento? Yo tenía que llevar a Jefferson a mi apartamento y
él tenía que hacerte ir a visitarme, para que vieras a tu esposo allí. Lo ocurrido hoy no fue
casualidad.
—Tampoco fue casualidad que…—Luciano parecía tener roto el corazón—las fotos
de Jefferson y Kimberley en Miami haya llegado a ti. Yo fui el sujeto que te las hizo llegar
y fui yo el que le pagó a ese hombre para que fotografiara a Jefferson cuando Kimberley se
puso a llorar y mi primo la abrazó.

—También fue idea de nosotros—Kimberley siguió hablando con una bendita


mirada de arrepentimiento—que el viaje de ustedes a la isla quedara arruinado por la
presencia de todos. Entre Luciano y yo le dijimos a nuestros amigos y a las tuyas que
Jefferson nos había invitado para ir para allá.

—Asimismo, —el cuerpo de Luciano se tensó—fue idea de nosotros que los dos se
sintieran celosos de nuestra presencia casi invasora. Decidimos que una buena forma de
separarlos era metiéndoles cizañas a los dos sobre sus acciones, que se pusieran furiosos
de vernos tan cerca de ustedes, que comenzaran a dudar de la pureza de su amistad con
nosotros.

—Mi ahogamiento en la piscina—Kimberley sintió mucha tristeza—también fue


parte de esa estrategia para separarlos. Lo cierto era que no me estaba ahogando y me
aproveché de la lastima y el pavor de todos para hacer que Jefferson me diera respiración
boca a boca.

—Cuando Kimberley apareció para felicitar a Jefferson por el juego de beisbol—


Luciano quiso huir de lo que estaba sucediendo—fui yo quien la llamé para que
aprovechara el instante a favor de nosotros.

—Además, ¿Para qué te voy a mentir?—Kimberley hablaba con mucho dolor en su


voz—Lo cierto es que yo siempre he manipulado a Jefferson con cuentos de que me voy a
suicidar para que él no se aleje de mí.

Todo lo que ha pasado fue por nuestra culpa—Luciano susurró— Bueno, además,
también hicimos otras cosas para separarlos; pero realmente eso sería echarle más leña al
fuego.

— ¿Cómo pudieron?—me sentí ahogada en un precipicio de lodo— ¿Cómo


pudieron hacernos estos? Luciano, Jefferson es tu primo ¡Por Dios! Kimberley, ¿Qué te
hice yo para merecer esto? Sé que tú eras novia de Jefferson cuando me casé con él, pero
tampoco era para que inventaras todo esto en mi contra.

— ¡Lo siento!—Kimberley se acercó a mi y con mucho miedo me tocó un golpe que


tenía en el brazo—si yo fuera sabido que esto iba a pasar, nunca me fuera puesto a actuar
como una loca para hacerte daño.

— ¡Yo también, lo siento!—Luciano caminó hacia mí y me tocó los cabellos—


Cuando Kimberley y yo supimos que un carro te había atropellado, nos sentimos muy
apenados al ponernos a reflexionar que casi por nuestra culpa pierdes la vida.
—Ella me llamó—prosiguió muy tiernamente—porque se enteró por el portero del
edificio. Entonces, los dos resolvimos que ya era suficiente de nuestros planes por
separarlos. Si te fueras muerto, ninguno de nosotros no los fuéramos perdonado.

—Es por eso, que estamos aquí—Kimberley me dio la mano en señal de


pacificación— Hoy ambos estamos renunciando a estar junto a ustedes. No vamos a seguir
esperando su amor; pues nos dimos cuenta de que eso es imposible. Solo Dios sabe si
podrá perdonarnos tantas maldades.

—Podremos seguir siendo amigos a pesar de lo que ha pasado—me atreví a decirle


dándole también la mano—Los dos pertenecen a nuestro gran grupo de amigos y una
tontería como esta no va a dañar nuestra amistad. Quiero que salvemos nuestra amistad;
ya que, ustedes son grandes personas y yo los quiero mucho.

Sé que a cualquiera que le habría pasado algo parecido lo primero que fuera hecho
sería hacerle una cruz a ese par; no obstante, yo no podía hacer algo como eso, Luciano era
primo de mi esposo y ese lazo siempre estaría allí y bueno, Kimberley era la novia de mi
príncipe cuando él me conoció y decidió casarse conmigo. Yo era la que había actuado mal
al separarlos.

Más que dolida con ellos, estaba dolida conmigo misma porque no había sido capaz
de confiar en mi esposo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de qué Jefferson sí me
amaba y ahora no sabía si tenía una oportunidad de arreglar mi relación con mi príncipe.

Sí, estaba encantada de saber que Jefferson no me había sido infiel, pero a la vez
tenía tanta rabia de haber desconfiado de él. Quería devolverle con todo mi ser, el amor
que siempre me había entregado limpiamente. Aunque, mi esposo aparentaba delante de
la gente ser un civilizado príncipe, cuando estábamos solos se convertía en un manso
corderito que vivía por hacerme feliz.

Pero, si quería buscar un poco de paz en la familia y el palacio tenía que olvidar lo
sucedido con Luciano y Kimberley y comenzar una nueva vida. En ese instante,
necesitaba controlar mi rabia, por lo menos soñando con golpear la almohada. Odiaba ser
la santa del reino, si por dentro sentía tanta cólera como el mismísimo leviatán.

—Siento interrumpir; pero ¿Qué hacen ellos aquí?—se abrió de pronto la puerta y
Jefferson entró a la habitación.

Yo me quedé muda, debía seguir más allá con mi decisión de no dividir la familia
de Jefferson. Para ello, solamente tenía que perdonar a aquellos que me habían hecho daño
aunque mi sed de odio estuviera haciendo estragos en mi alma. Me esforcé por actuar
normal ante la presencia de mi esposo y con una cara de inocencia dije:

—Esa pregunta es muy tonta, ellos vinieron a ver mi estado de salud después del
accidente.
—Bueno, ya creo que Luciano y yo nos tenemos que retirar—Kimberley expresó
sonriendo—Espero que te mejores, Mariska.

—Yo también te deseo lo mismo—Luciano me dio un beso en la cabeza—Chao,


amiga—finalmente los dos sin despedirse de Jefferson por el temor que presentaban
salieron de la habitación.

—Buena suerte—les alcancé a decir cuando la puerta se iba cerrando.

—Parece que mi querido primo sigue ganando puntos contigo—Jefferson sin


ningún gesto en la cara se sentó en el borde de la parte inferior de la cama— ¿Para qué
trajo a Kimberley? Me imagino que para que te dijera que ella no tuvo la culpa de lo que
pasó en su apartamento y que te desea lo mejor. ¡No lo puedo creer!

—Ella no vino para eso—me atreví a decirle con el corazón partido encogiendo los
hombros— ¿Y cómo salió lo de la prensa?

— ¡Espero que bien!—refunfuñó poniendo los brazos en su piernas para apoyarse—


Tuve que decirles a los periodistas que tú estabas allí porque los tres estábamos revisando
los planos para un nuevo proyecto de casas para los inmigrantes y que saliste corriendo
porque te habías puesto furiosa al ver que yo no quería aceptar que estaba equivocado con
la cantidad de espacio disponible para la construcción.

— ¡Vaya, qué historia!—le manifesté evasiva— ¿Y a quién se le ocurrió?

— ¿A quién más?—dijo frunciendo el ceño—A mí, no quería que las personas


vieran que ambos estábamos peleados por terceros. Pero, el portero del apartamento de
Kimberley vendió la exclusiva de nuestra pelea a un periódico sensacionalista.

Luego de eso se quedó en silencio, la seriedad que mostró durante un par de


segundos ahogantes a mí me dejaron muy perturbada ¿Cómo dar el primer paso y pedirle
perdón? Comprimí los labios de la desesperación, me dolía tanto no ver el brillo especial
que Jefferson mostraba en sus ojos.

Mi esposo tenía una desagradable mirada, yo no sabía cómo empezar a decirle todo
lo que llevaba por dentro, no era que fuera incapaz sino que tenía pavor de que él me
rechazara y aunque sabía que tenía todo el derecho de hacerlo, yo no quería que las cosas
culminaran de esa forma tan cruel. Asentí al darme cuenta que ya no podía seguir dejando
correr el tiempo innecesariamente, ese era el momento de hablar con mi príncipe.

Me levanté con cuidado de la camilla y Jefferson abrió los ojos redondos


asombrados de que aún yo tuviera la voluntad para hacerlo; entonces, me acerqué a él. Mi
querido esposo estaba sin habla y en ese instante necesitaba de mí. Lo abracé con todo mi
amor, sabía que necesitaba de un abrazo mío y yo se lo estaba dando con la mejor
intención del mundo.
— ¿Te encuentras bien?—Jefferson cerró los ojos lleno de mucha emoción— ¿Te
sientes mejor ahora como para que hablemos? Estoy desconcertado de que ahora estés tan
cariñosa, si sólo hace unos minutos me odiabas.

—Quiero estar contigo—le di un beso en la mejilla—Estoy loca por ti. ¡Lo siento!

— ¿Qué quieres decir?—me tomó del brazo y me hizo mirarlo— ¿Qué ha pasado
para que hayas cambiado de parecer?

—Es una larga historia—me senté con cuidado en sus piernas—Pero, se resumen en
la visita de Luciano y Kimberley; ambos me vinieron a decir que ellos habían estado detrás
de todas las cosas que nos habían pasado, incluso en lo de las fotos tuyas en Miami con
ella. Además, me dijeron que lo de tu presencia en el apartamento de Kimberley se debía a
que ellos habían preparado todo para que yo te encontrara allí y pensara que los dos
estaban engañándome. ¡No sé cómo pude desconfiar de ti! ¡Lo siento tanto! ¿Me perdonas?

—Con todo mi corazón—me besó dulcemente en los labios—Claro que te perdono.


Yo nunca podría vivir sin ti.

—Gracias—le respondí al beso y luego lo abracé intensamente—Para mí es un


placer saber que puedo seguir contigo; a pesar, de que he metido la pata muchas veces.

—El placer es todo mío—me tocó una pequeña cicatriz que tenía en el brazo—Estos
moretones te van a durar algunos días, mañana es la fiesta de mi hermana ¿Qué vas a
hacer?

— ¿Cómo?—sonreí con los ojos enrojecidos—Yo no voy a hacer nada, todo está
preparado y con gusto voy a estar allí para agasajar a tu hermana.

— ¡Eres muy fuerte! —Me besó el moretón—Con ese carácter fuerte conquistaste mi
corazón.
—No te vayas nunca de mi lado—lo abracé alegremente— ¡Quédate conmigo para
siempre!
—Probablemente, eso me va a costar un poco—me besó el cuello—Esa sí que es una
mentira ganadora del campeonato mundial a la mejor mentira metida por un sujeto—se
echó a reír mansamente— Yo siempre me voy a quedar contigo— y besándome los labios me
hizo la promesa de vivir juntos eternamente.

En tanto, a mí el corazón me latía con fuerzas. Estaba segura de sus palabras y la


esperanza de tener un futuro maravilloso junto a él, era algo que me emocionaba bastante.
Yo, nunca podría dejarlo y él tampoco me iba a dejar marchar. La palabra divorcio nunca
más estaría en nuestro vocabulario.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y el médico al vernos en una


situación tan comprometedora se quedó boquiabierto. El susodicho se había quedado sin
respiración al mirar algo tan sorprendente en la realeza. Para todos, las parejas de las
noblezas no se daban muchos cariñitos en lugares como esos.

—Disculpen las molestias—dijo cargando una carpeta en sus manos.

—Creo que acabamos de ser encontrados infraganti—yo no pude evitar sonreír y


me separé de Jefferson muerta de la pena— ¡Perdón, doctor!—

—Lo siento, doctor—Jefferson tosió tratando de recuperar la voz de un caballero


normal—En ningún momento nos estaba molestando.

—Pero igual—puso la carpeta sobre la mesa—no me gusta ser inoportuno. En fin,


esta paciente no debe estar en esas condiciones. Tiene que estar acostada guardando el
reposo correspondiente. Aunque, las heridas no fueron de gravedad y no encontramos
ninguna lesión interna de la cual preocuparse, es necesario, que permanezca durante
veinticuatro horas interna en el hospital.

—Es muy amable de su parte—no pude evitar contrariarme—pero yo me quiero ir


hoy de aquí. —le dije con la voz penetrante—Mañana es el cumpleaños de mi cuñada y yo
tengo que prepararme para estar allí. Además, yo no soporto los hospitales, éstos son para
los enfermos y yo estoy totalmente sana.

—Lo siento princesa—se cruzó de brazos como signo de haber dado la ultima
palabra—pero, usted debe permanecer aquí por lo menos durante un día completo. A eso
los médicos les llamamos observación y sirve para vigilar la evolución del paciente.

—Yo no estoy grave—le coloqué la mano en el hombro a Jefferson para que me


apoyara—Sólo tengo unos pequeños rasguños.

Inconvenientemente, Jefferson no decía nada, se sentía acongojado y entre la


espalda y la pared. Por un lado estaba el médico con sus largos discursos hospitalarios y
por otro lado estaba yo que era su esposa. Yo lo miré suplicante, necesitaba de su soporte
en esto.

—Sólo va a ser por esta noche— se aclaró la garganta y me miró con ojos de
manipulación total— ¡Cálmate...! Si quieres nada más pasas la noche aquí y luego en la
mañana el médico te da de alta.

— ¿Te gusta esto?—Le pregunté echándole un vistazo a los ojos—Entonces,


deberías quedarte aquí tú.
—No actúes como una niña—se levantó de la cama—Ni que estuvieras en una
prisión. Igualmente, aquí hay dos camas, yo dormiré en la otra para acompañarte y no
dejarte sola.

—No soy una niña—comprimí los dientes amoldándome en la cama—Pero no me


gustan los hospitales. Tú si quieres quédate por mí.

— ¡Te vas a quedar sólo por esta noche!—expresó perdido la paciencia— ¡Debes
acatar las órdenes del doctor!

—Muy bien — Le sostuve la mirada dándome cuenta que nada podía hacer para
perder ante el sutil método de persuasión de Jefferson— Soy toda suya, doctor—
finalmente me acosté en la cama y me arropé con el cobertor.

—Doctor, ¿Le serviría que mi esposa pase nada más que la noche en el hospital?—
Jefferson alzó la barbilla y le preguntó al doctor con una expresión muy sombría—Creo
que ella no podría aguantar las veinticuatro horas de internación asignadas por usted en
este lugar.

—Bueno…—El médico contuvo el aliento—Es mejor que nada. La princesa será


dada de alta mañana temprano. Sin embargo, quedará en manos de sus médicos privados.

—Gracias…—respiré hondo al sentir mucho coraje de pensar que iba a estar


castigada en ese hospital por una larga noche.

El médico solicitó el debido permiso para retirarse y luego se marchó de la


habitación. Yo me sentí bastante furiosa, tanto que quería lanzarle la almohada a Jefferson
para que notara mi ira. Sin embargo, él se dispuso a consolarme, se acercó a mí y me
entregó un subyugador beso en la boca que me hizo olvidar por completo mi furor y mi
irritación.

Rato después la reina madre, mis cuñadas y la madre de Luciano entraron a la


habitación. Todas ellas quisieron saber mi situación de salud y con caras de felicidad me
dieron muchas muestras de cariño. Más tarde, mis padres llegaron al hospital y
disimulando su angustia por verme accidentada me abrazaron y lloraron sobre mis
hombros.

Cuando salimos finalmente del hospital al día siguiente, Jefferson estuvo en todo
momento al lado mío. Me cubrió de los periodistas que intentaban tomarnos fotos desde la
distancia que los guardaespaldas habían cercado, me ayudó a subir a la limusina, me hizo
reír cuando estaba triste de pensar que tenía que separarme de mis padres y me confesó en
último lugar que iba a permitir que ellos pasaran ciertos días de la semana en el palacio
para acompañarme y que también me iba a apoyar cuando yo quisiera pasar el fin de
semana en la casa de ellos.

Todos llegamos al palacio como a la media hora. Seguidamente, que todos se


bajaron de sus limusinas, incluso mis padres que viajaron con la reina madre, todos
entraron al castillo para descansar de una noche en que ninguno pudo dormir
cómodamente, ya que, hasta el duque se quedó durante toda la noche en el hospital para
hacerme compañía.

Jefferson se contuvo largo rato de bajarse de la limusina, le dijo al chofer y al


guardaespaldas que fueran a dar un paseo por los alrededores del palacio. Luego me miró
y sonrió, se veía tan contento de verme allí que sus hermosos ojos lo delataban.

Finalmente, abrió con pericia la puerta del vehículo y salió de él. En el patio del
palacio, me abrió la puerta de la limusina y rápidamente yo salí muy feliz de estar en el
lugar que siempre sería mi hogar. Él esperó a que todos se retiraran de por esos lugares y
luego parado frente a frente de mí, me hizo mirar el cielo. Allí en letras hechas con humo
puestas por un avión decía “Mariska, eres lo más lindo que me pudo ocurrir en la vida. ¡Te
amo!”

—Gracias—sonreí emocionada dejando que las lágrimas se apoderaran de mí—


Gracias por ser tan bello—lo abracé tartamudeando.

—Estas cosas cursis que estoy haciendo, solamente soy capaz de hacerlas por ti—
me apretó contra su pecho.

—No son cursis, No lo pude evitar, me alcé un poco y le di un sencillo beso en los
labios—es hermoso.

—Lo siento, lo siento—me separé de él con las mejillas ruborizadas—pero, no hay


tiempo para andar besándonos.

— ¿Ah no?—me volvió a abrazar y besar y ésta vez con mayor intensidad. Yo no
pude evitar responderle, lo deseaba tanto, quería que me hiciera el amor y aunque
intentaba negarlo él tenía mucho dominio sobre mí y sobre mi cuerpo.

—Jefferson—despegué un poco mis labios de los de él y luego los volvía a pegar;


entonces, me separé de él rápidamente al recordar la promesa que le había hecho de
realizar un baile con Carolyn en la fiesta de su cumpleaños—Por favor, ayúdame a
cumplir la promesa que le hice a tu hermana de bailar con ella—coloqué mis manos en
forma de suplica y de invocación—Si empezamos a besarnos y a acariciarnos, nada nos
podrá parar. Tengo que ensayar el baile, te prometo que voy a recompensarte.
— ¡Está bien!—se quitó un mechón de la cara y sonrió torpemente—Pero, esta
noche me las pagas—en definitiva sin dejar que yo le contestara algo para defenderme de
eso, me tomó de la mano y me llevó al palacio.

Durante todo ese día, en contra de los muchas negativas de las personas más
cercanas a mí, de mis padres, de mis cuñadas, de la reina madre, de Máire, de Luciano y
claro que de Jefferson, practiqué el baile que le había prometido a Carolyn. Ella se había
portado muy bien conmigo y yo no la iba a defraudar.

Por fin, la noche llegó y la fiesta comenzó. La cantidad de invitados era menor que
la de la fiesta del matrimonio de mi esposo y mío. Mis padres estuvieron en una de las
mesas más transcendentales y todos nuestros amigos y amigas asistieron. Hasta Kimberley
llegó con un hermoso vestido negro acompañada de su padre. Cuando Jefferson la vio, no
pudo evitar preguntarme la razón de su presencia; más yo con una sonrisa le musité al
oído que ya no quería más discordias entre nosotros. Y eso era cierto, digamos que no
quería que nuestro grupo de amigos se dividiera por una tontería que al finito no nos
llevaría a nada bueno.

Muchos periodistas durante la fiesta me preguntaron por mi accidente y yo


únicamente repetí la película que Jefferson había creado; por lo menos, Luciano y
Kimberley estaban dispuestos a ayudarnos con la mentira. Es más, mi amigo del alma
porque ahora sí podría llamarlo así, realizó el dibujo de unos planos y se los mostró a
algunos señores importantes para que vieran que era cierto lo del nuevo proyecto de casas
para los inmigrantes. Kimberley repitió como una grabadora que ella y yo éramos súper
amigas.

La cumpleañera estuvo largas horas sonriente, aunque como me decía por largas
instantes se sentía demasiada asediada. Yo, por mi lado, soñaba con quitarme esos
molestos tacones que me había calzado en los pies. Esperaba algún día poder
acostumbrarme a ellos.

Cuando ya estaba cerca la medianoche, Carolyn y yo nos alejamos de todos y nos


fuimos a prepararnos para el baile que ejecutaríamos con dos bailarines del sexo
masculino. Para la danza ambas nos pusimos un vestido negro corto, unos zapatos del
mismo color y el cabello recogido en un moño. Los accesorios eran preciosos y el
maquillaje que nos colocamos fue de mayor elegancia que los que siempre usábamos en la
casa.

Ante el anuncio de un orador de orden, una canción llamada “Por ti se acabó el


miedo” comenzó a escucharse. Todos al vernos entrar a la pista de baile se pusieron de
pies y aplaudieron. Jefferson parado en la mesa más importante sonrió al verme vestida
tan hermosamente. Dos bailarines en posición inicial se movieron para tomarnos por la
cintura.

La canción trataba sobre una pareja de enamorados que luego de casarse comienza
a discutir como niñitos; pero que en ese proceso de acostumbrarse uno al otro, empiezan a
perder el miedo que sienten a cometer errores. Errores que con el tiempo se va
transformando en una muestra más del amor que se tienen.

El baile empezó cuando Carolyn y yo dimos algunos aplausos al frente, doblegando


levemente las rodillas para que se percibiera soltura en el bailoteo. Los bailarines nos
colocaron las manos a la cintura y nos levantaron alzadas del suelo. Luego nos bajaron y
ambas dimos varias volteretas sobre nuestro cuerpo hasta que quedamos con las manos
cruzadas.

Yo durante el baile no pude dejar de mirar a mi esposo; a pesar de que ésta era una
danza intermedia; es decir, ni muy lenta ni muy rápida. Moví con mucha sensualidad la
pelvis para inducirle un deseo espectacular y llevarlo a la gloria. Él no se volteó ni un
momento para dejar de mirarme. Sus ojos reflejaban un ansia que ya me estaba
adiestrando en ver en él.

Los hombres nos tomaron de la espalda con potencia y sentencia. Nosotras


aproximamos nuestras cabezas de sus pechos. Finalmente dimos algunos pasos básicos,
unos laterales y unos medios giros. Los bailarines fueron más allá y realizaron pasos de
Moonwalk; mientras nosotras movíamos en círculos sensuales nuestras cinturas.

Consecutivamente, las dos sexymente fuimos bajándonos al suelo moviendo la


cintura con descaro. Durante los siguientes minutos, fueron muchos los pasos que se
hicieron en el baile; entre ellos la caja y la uve. Nuestras caderas se movieron
agradablemente y luego dimos un paso lateral, un paso hacia adelante y otro paso hacia
atrás.

Cuando el baile terminó, Carolyn y yo dimos reverencias de agradecimientos al


público presente y luego nos retiramos de la pista de baile. Finalmente, agotadas por el
baile nos fuimos a la habitación preparada con nuestras ropas para cambiarnos el
vestuario y seguir con la fiesta. Yo no llegué a llegar a ese cuarto porque en el camino sentí
la mano de una persona tomarme del brazo y halarme hacia otro recámara.

— ¿Pero qué?—no pude evitar preguntar nerviosa.

—Te ves tan hermosa—Jefferson me besó el cuello y me abrazó—Ese baile fue


fantástico.
— ¿Enserio?—lo tomé del cuello—Fue totalmente para ti.

—De eso me di cuenta—sonrió en mi oído—por segundos quise olvidar que


estábamos en una fiesta y quise abalanzarme sobre ti y hacerte el amor.

—De eso nada—le acaricié los brazos tratando de parecer lo más cuerda que mi
cuerpo me lo permitía—Eso tiene que esperar hasta que se vaya el último invitado de la
fiesta.

—Eso no lo creo—me besó los labios con provocación— ¡No necesariamente tiene
que ser así!—me besó con mayor desafío en sus palabras.

— ¡Qué mente tan sucia tienes!—me alejé de su boca tratando de comprender sus
palabras— ¿Qué estas insinuando? ¿Quieres que nos escapemos de la fiesta de tu
hermana?

—Algo así—sonrió con malicia —Sé que eso es una completa locura; no obstante, el
verte bailar allí fue algo que está acabando con la poca cordura que me queda. ¡Te deseo!

—Eres terriblemente malvado—le di un suave golpe en el pecho—piensas


abandonar a tu hermana en la fiesta de cumpleaños.

— ¿Yo?—preguntó con voz de niño casto—Yo, no.

— ¿Ahora te harás el inocente?—lo besé provocándolo para que me dijera lo que


estaba volando por sus pensamientos—Dime si piensas escapar de esta fiesta.

— ¡Muy bien!—expresó sonriendo con ironía— ¿Así de simple me haces decirte lo


que quieres saber? ¿Con un beso?

—Sí—sonreí con dulzura— ¿Por qué hay algún problema?

—No—me besó apasionadamente—No hay ningún problema.

—Lo cierto es que…—me empujó a la pared y luego me besó con más ardor—Me
quiero escapar contigo en este instante. Además, no me importa continuar en esta fiesta
porque ya estoy aburrido. Carolyn y los demás no nos van a extrañar; ya que estarán
pendientes de sus cosas.

—Entonces…—lo besé en la mejilla con inocencia— ¿Qué es lo que quieres?

—Quiero que me beses—me besó los labios—que me acaricies—me besó la oreja—


que me toques—me besó el cuello—y yo quiero hacerte mi mujer.

—Eres un hombre increíble—le dije estremecida—No asegures las cosas con tanta
facilidad; ya que, escapar de aquí no es tan fácil.
—Entonces hay que hacerlo bien—me tomó de la mano y me besó la palma—
porque yo conozco varios caminos que nos servirían para escaparnos sin que nadie se de
cuenta.

— ¡Entonces hagámoslo!—le ordené con mucho deseo en mis palabras—ya mañana


todos en la familia nos regañaran por abandonar la fiesta en la mitad.

Jefferson me llevó tomada de la mano por algunos pasillos que hasta ahora yo
desconocía y en vez de explicarme el camino que tendría que tomar para llegar a nuestro
dormitorio la próxima vez que intentáramos huir de una fiesta o de una reunión,
sencillamente se mantuvo callado durante toda la caminata. Bueno, si ese era su secreto,
siempre se lo iba a respetar.

A los pocos minutos, Jefferson y yo llegamos al dormitorio. Él abrió ansioso la


puerta y me alzó en vilo para llevarme a la cama. De verdad que estaba anhelante y yo
también lo estaba. Después, de haber pasado por tantas cosas en las últimas horas ambos
necesitábamos del otro para sentirnos felices.

—Cuanto te vi la primera vez—me acostó sobre la cama, se sentó en la cama


apurado, se quitó velozmente los zapatos e inmediatamente se arrodilló dispuesto a
quitarme mis sandalias—quise arrimarte contra la pared de la cafetería-restaurant y
hacerte el amor—me soltó la primera y luego me acarició la pierna—mi cuerpo tembló de
la excitación—me besó la pierna y yo cerré los ojos—no muchos hombres pueden ser tan
afortunados.

—Para mí es tan difícil decir “Te amo”—me desabrochó la otra sandalia y


prontamente me la quitó—pero contigo no me cuesta decirlo. “Te amo”

—Me gusta esa sonrisa de atestada—se levantó, se colocó sobre mí y me besó los
labios—y no quiero que nunca se te borre—finalmente yo abrí los ojos.

—Jefferson…—lo tomé del cuello y lo besé con ardor—Ni en mis mejores sueños
pude imaginarnos como ahora. La realidad es mejor que la fantasía.

— ¿Has soñado mucho conmigo?—se puso serio de la impresión.

—Me encanta cuando te pones tan serio—le desabroché con lentitud cada uno de
los botones; en tanto, el cerraba los ojos para sentir mejor—me encanta cuando pareces
estar a contracorriente, me fascina cuando pareces un ogro de cuentos de hadas, no puedes
dejar de hechizarme cuando tienes esos arranques de gruñón.

—Entonces, sí he soñado contigo—le quité la camisa por detrás de los brazos y


luego tomé la corbata que tenía puesta y comencé con mucha lucha y esfuerzo a
quitársela—ya perdí la cuenta de cuantas veces te he visto en mis sueños.

—Mejor yo te ayudo—y dejándome sin habla se puso de rodillas sobre la cama,


tomó la odiosa corbata, se la arrancó del cuello y la arrojó al suelo; luego se quitó la camisa
que llevaba puesta debajo de la corbata y finalmente se sacó por la cabeza la camiseta
blanca que estorbaba entre su hermoso pecho y yo; en conclusión, todo eso fue parar a
diferentes lugares del dormitorio.

—No hay nadie en mi vida—me dio la mano y me ayudó a ponerme de rodilla


sobre la cama, frente a frente de él—que me haga sentir lo que tú—colocó sus manos sobre
el cierre de mi vestido, posteriormente besándome los labios, lo bajó y se dispuso a
quitarme el traje por arriba, prontamente ese vestido fue a parar sobre una foto de
Jefferson —Yo no te quiero perder nunca—me besó el hombro y el cuello, me acarició con
sus fuertes manos mis pechos y luego acercó sus manos al cierre de su pantalón.

—Eso nunca va a pasar—coloqué mis manos sobre las de él; ya que, decidí ayudarlo
a quitarse los pantalones—Yo quiero que ambos estemos juntos hasta que seamos un par
de viejitos y tú andes con un bastón mientras yo te espero sentada en mi mecedora.

—Bueno—se puso de pie en el suelo y se quitó de un solo arrastrada el pantalón—


pero, espero que cuando eso pase aún me quieras y no me mandes solitario para uno de
esos asilos de anciano—se arrojó con dulzura en la cama y luego me acostó de nuevo en
ella, finalmente se puso sobre mí y me besó con glotonerías.

—Eso nunca va a pasar—le respondí el beso llena de una felicidad tremenda—Si tú


vas a parar a un asilo de ancianos, yo me voy contigo a vivir para allí. ¡Eso te lo prometo!

—Te amo—cerró los ojos y me dio un besó desmedido.

—Yo también—lo abracé tratando de preservar el momento—Yo también te amo.

Meses después…

— ¿Viste la cara de la reina madre cuando le dijimos que queríamos pasar nuestro
aniversario en “El Cielo y más Allá”?—le pregunté a un Jefferson que parecía no estar
tomando en cuenta mis palabras; tomando en cuenta que, tenía el brazo sobre los ojos
fingiendo tener sueño y estar cansado.

—Jefferson…—le susurré—Jefferson…—me moví hacia él y sin hacerle caso a sus


oposiciones le quité el brazo de la cara—Te estoy hablando.

— ¡Está bien!—se acomodó en su asiento del avión y cruzó los brazos sobre su
pecho— ¿Qué me ibas a decir?

—Tonto—musité en voz baja sabiendo que él me había escuchado decirle eso.

—Soy tonto, pero así me amas—se echó a reír con gracia—y tampoco puedes vivir
sin mí.

— ¡Tonto!—le arrojé un cojín de los que estaban en los asientos del avión; más, él no
atajó con su mano derecha— ¡Eres un tonto!—me crucé de brazos fingiendo estar colérica
y luego me acomodé más en el puesto.
— ¿Por qué no vienes y me lo dices aquí?—me preguntó con un tono de voz
indescifrable, sí como ese que tenía durante la mayor parte del tiempo— ¡Ven y dímelo
frente a frente de mi cara!

— ¿Crees que no me atrevo?—me puse de pie y me paré frente a él con las manos
en ambos lados de la cadera— ¡Eres un tonto!—pero, Jefferson pareció no darle
importancia a mis palabras; pues, rápidamente me haló hacia él y me sentó en sus
piernas— ¿Qué haces?—no pude evitar preguntarle.

—Siendo un tonto—me besó con avidez el cuello—siendo tú tonto—me apretó un


seno con la mano—siendo el hombre por el que vives, sonríes, lloras, sueñas, hablas,
comes y haces todas tus cosas.

— ¡Oh!—le puse la mano en el mentón— ¡Eres tan sencillo!

—No, no soy nada sencillo—me puso la mano derecha sobre el hombro descubierto
por un vestido sin mangas y luego me acarició esa parte con suavidad—soy un príncipe y
un comportamiento tan corriente nunca sería mío. Soy más bien, tan fenomenal como una
quimera.

—Eres un ser bastante sandio—lo miré directamente a los ojos— ¡Cretino! —le solté
casi en la boca.

— ¿Ya no soy tonto?—preguntó sonriente— ¡Qué lástima! Me gustaba más ser


reconocido así que como un cretino.

—Mmm—lo besé con avaricia—entonces, te dejo el seudónimo de tonto.

—Me parece bien—asintió con la cabeza—porque tú eres mi despistada.

—Gracias—lo volví a besar—te lo agradezco.

—Tú eres solo para mí—expresó tomando algo de aire—Mi vida no es lo mismo sin
ti —me besó el cuello apretándome hacia su pecho y rodeándome con sus brazos—No
quiero que nos divorciemos nunca.

—Eso nunca va a pasar—le mostré una mirada traviesa y luego abrí el primer botón
de su camisa—Tú y yo estaremos juntos incluso hasta cuando nos estemos peleando y
odiando—introduje mi mano entre su camisa y pude acariciar su perfecto pecho—y
cuando lleguemos a la isla te lo voy a demostrar.

—Lo voy a esperar ansioso—sonrió provocativo.

—Antes de que pasen más tiempos—le susurré al oído—tengo que señalarte que
eres el hombre que me hizo cambiar mi vida para mejor. No me importa lo obstinante que
dicen en el palacio que puedes llegar a ser, yo te amo igual.
— ¿Obstinante?—sonrió— ¡uuhmm! Cuando regrese al palacio voy a darles un
largo regaño a todos.

— ¡Acéptalo! Eres hermoso y sexy—lo besé con sensualidad, sabiendo en el fondo


que sí, él era bastante obstinante con casi el resto del mundo, menos conmigo—pero,
tienes un carácter muy fuerte. Hasta tu hermana Carolyn cree que si no fueras tan
obstinante serías perfecto.

—Sí, claro—se mofó él respondiendo a mi beso—ella es encantadora contigo, pero


conmigo…

—Ella te quiere muchísimo—lo besé a los ojos.

—Sí, igual que yo a ella—me abrazó tiernamente—más eso no quiere decir que
tenga que ponerme de rodillas a sus pies. Yo soy el heredero de la corona y no puedo abrir
mi corazón tan a la ligera, si lo hago contigo es porque eres mi esposa.

Llegamos a la isla mucho rato después, el viaje en el yate fue muy corto y a los
pocos minutos los dos estábamos en camino de la cabaña. No nos fuimos a la cabaña
principal; ya que esa no nos gustaba tanto como la que estaba al lado de esa, sí esa donde
hicimos el amor por primera vez.

Los guardaespaldas caminaron delante de los dos llevando consigo las maletas.
Jefferson los autorizó para quedarse a dormir en la cabaña principal; pero antes, entre
todos nos arreglaron el equipaje en nuestra pequeña cabañita. Yo al entrar, me sentí
totalmente maravillada; pues el lugar había sido acondicionado como si para una luna de
miel se tratara. Había ramos de rosas en diversos sitios de la sala, la chimenea estaba
encendida, había una hermosa y romántica música en el ambiente y además, los
candelabros estaban prendidos mostrando llamas fluorescentes.

En una mesa finamente adornada estaba una botella de vodka y algunas copas.
Asimismo estaban algunos platillos elegantemente preparados y servidos en vajilla de
plata. En todo el centro de la mesilla estaba colocado un precioso florero con una delicada
margarita blanca flotando en unos centímetros de agua.

Cuando entramos, Jefferson me tomó por la cadera y me condujo a la mesa. Una


sirvienta algo mayor me abrió una silla y yo temblorosa me senté irremisiblemente en la
mesa con el propósito de comenzar a compartir con mi esposo esas vacaciones que tanto
habíamos ansiado celebrar.

Jefferson dejó que un sirviente de mediana edad le abriera su silla y luego se sentó
frente a frente de mí. Posteriormente, dejó que los sirvientes nos sirvieran vodka en las
copas a los dos y después les invitó muy amablemente a que se retiraran. Yo estaba muy
emocionada y ya no me importaban los errores del ayer. Esas iban a hacer unas vacaciones
para recordar.
—Sus Excelencias—expresaron a dúos los sirvientes con refinada educación y luego
se retiraron de la cabaña; más atrás se marcharon los guardaespaldas.

Jefferson estaba nervioso y para apaciguar sus emociones fue el primero en tomar
de la copa. Yo estaba sonriente, pues me encantaba pensar en la química que había entre
nosotros dos. Me encantaba saber que a pesar de todo lo que habíamos vividos, aún
estábamos juntos.

— ¿Aún me pregunto cómo es posible que mi vida haya cambiado tanto en este
último año?—sonreí muy animada—Ser tu esposa a significado para mí lo más
maravilloso del universo.

—Y para mí ser tu esposo—tomó la copa y brindó conmigo a la distancia—significa


un sueño hecho realidad. Esto es mejor que los cuentos de hadas.

— ¡Tontito!—alcé mi copa con alegoría— ¡Eres tan tierno!

—Y hablando de cuentos—lo miré con regocijo— Tengo que decirte algo que he
querido confesarte desde hace mucho tiempo: Me gusta mucho que hayas leído el libro
““Mi Pequeña Princesa”. Cuando descubrí que lo estabas leyendo me sentí tan feliz. A
pesar de que no te gustan ese tipo de novelas, verte leerlo ha sido maravilloso para mí, ya
que, me gusta que tengas ese pequeño toque romántico.

—Sí, pero no se lo digas a nadie—pasó un dedo por encima de una de las velas que
estaban sobre la mesa para hacer algo de sombra en el ambiente—ese toque romántico es
exclusivo para ti y nadie tiene que saberlo. Yo no podría vivir siendo el príncipe romántico
y cursi. Además, ese libro me gustó porque no es la repetitiva historia de terror, ciencia
ficción o de suspenso; más bien era un relato sobre el romance entre dos seres totalmente
distintos.

— ¿Lo dices en serio?—extendí el brazo y le puse mi mano sobre su mano—Digo lo


de que no le puedo decir a nadie sobre que leíste esa novela. Con razón que todos me
dicen que me casé con un ogro, obstinado, testarudo y seco.

— ¡No me digas!—me apretó la mano con elegancia y cortesía—Pues, tienes que


saber que a mí no me importa lo que piense el resto de la gente de mí. Yo a la única
persona que le debo algún tipo de explicación y con quien debo actuar más pausado en
contigo. De otra manera, yo no pido perdón y siempre tengo la razón, la sabiduría y la
última palabra.

— ¡Uf, qué miedo!—solté su mano y le arrojé un beso con ella—Ya todos deben
saber a lo que se atienen. Por lo menos yo estoy salvada.

Por unos segundos ninguno de los dos habló y nos dedicamos a escuchar el sonido
de las olas del mar que se introducía por los preciosos ventanales de la cabaña.
—Gracias por venir conmigo a estas vacaciones—de pronto Jefferson susurró—
Estás preciosa.

— ¡No hagas eso!—le declaré como una niñita— ¿No ves que se ve como si te
estuviera haciendo un favor?

— ¡No lo digo por eso!—arrimó su silla hacia donde estaba yo y luego me acarició
la boca dejándome hambrienta de besos —Sino que sé que para estar hoy conmigo, tuviste
que dejar plantada a Carolyn con la preparación de la fiesta de las estrellas de rock.

— ¡Genial!—comuniqué, luego tomé mi cubierto y me instalé a comer—Gracias por


recordarme que tu hermana tuvo que suspender la realización de la fiesta por mi culpa.

— ¿Sabes?—tomó mi cubierto y se situó a darme de comer en la boca—Me encanta


cuando pareces tan responsable. ¡Te amo tanto!

— Yo tengo que aceptar—tragué pacientemente la comida—que jamás me fuera


perdido este viaje contigo. Además, durante los dos últimos meses Carolyn ha estado
bastante ocupada—tomé de mi copa para no parecer tan glotona—Me gusta que por fin
esté saliendo con un chico.

—Sí, claro que estás de acuerdo—me extendió su copa en las manos para que yo
brindara con él—La verdad es que ese chico es muy buen partido.

— ¡No hables así!—sonreí chocando mi copa con la de él—Esas palabras suenan


muy perfeccionistas y a Carolyn no le gusta que hables así de ella.

—Pero, si eso es lo cierto—tomó vodka y luego yo también tomé el cubierto para


darle de comer en la boca—él es muy inteligente y se ve que la quiere mucho; así que, no
dudo de que pronto haya una nueva boda en la familia—terminando de decir eso, yo le di
comida y él se puso a masticarla.

— ¿Crees que ellos también quieran casarse?— repuse con los ojos brillantes de la
excitación de estar en un momento tan cercano con mi esposo —Digo, porque una nueva
boda sorpresa en la familia sería de infarto para la reina madre.

— ¿Eso lo dices por lo de Kimberley y Luciano?—terminó de masticar el bocado y


posteriormente me dio un beso en la mejilla. Luego yo le afirmé con la mirada que sí y a él
se le iluminaron los ojos—Esa sí que fue tremenda sorpresa. ¿Quién iba a pensar que ese
par iba a terminar casándose y tan de repente?

—Yo creo— me eché a reír dulcemente—que ellos dos estaban enamorados desde
hace mucho tiempo, incluso desde que los dos nos hacían cosas para separarnos; pero que
como estaban tan empeñados en lograr que nos divorciáramos, no lo veían ni lo
aceptaban.
— ¿Y lo de tu amiga Rosiris con mi amigo Brandon?— me miró directamente a los
ojos—Esos sí que me sorprendieron más; ya que, aunque no se casaron, el irse a vivir
juntos a la semana de hacerse novios, fue algo muy asombroso.

—Sí— expresé encogiéndome de hombros—muchas cosas han cambiado durante


estos meses; aunque, hay otras que se mantienen iguales. Por ejemplo, tu madre y tu tía
parecen que los años no pasan por ellas, se mantienen tan chéveres y elegantes.

—Sí, eso sí—me quiso dar otra probada de la comida—pero hoy no venimos a
hablar de ellas ni de nadie más. Estas vacaciones son para nosotros dos y para nadie más.

— ¡Tú mandas!—evadí la comida que me estaba dando y preferí acercarme a él


para besarlo en los labios con bastante desafío—Tú me mandas la vida.

— ¿Sí?—me acarició el cuello hablando con voz ronca—Yo pensé que eran tus
padres quienes te mandaban.

— ¡Eso es mentira!—chillé dándole un golpecito en el pecho—Tú eres el rey de mi


vida, mi jefe y mi dueño. Mis padres son muy importantes para mí igual que tú—Lo
abracé amistosa— ¡Gracias por invitarlos a vivir en el palacio! Estoy tan feliz de que mis
padres por fin hayan aceptado tu propuesta de mudarse al palacio ¡Los extrañé tanto!

—Se hacen todo tipo de milagros por las personas que se quiere— expresó elevando
la barbilla — ¡No tienes ni idea de lo que significa para mí hacer todo lo que esté a mi
alcance por hacerte feliz!—luego me besó como si su vida dependiera de ello.

—Te deseo con la mayor pasión que un hombre puede sentir— manifestó con
mucho temblor en la voz—No sabes cómo me pones cuando quiero tenerte entera para mí.

—Yo nunca podría existir sin los momentos que pasamos juntos—lo volví a rodear
con mis brazos dócilmente—Tú eres el hombre más especial que he conocido.

—Eres muy atractiva—me guiñó un ojo con picardía y me agasajó una mejilla—y es
por eso que en este momento no pienso en más nada que en hacerte mía. Vamos a obviar
la parte de la comida y a disfrutar mejor de estar juntos.

—Ésta es mi parte predilecta—se puso de pie y se quitó la camisa y la camiseta para


dejar libre sus bien marcados y esbeltos bíceps — ¡No sabes lo excitado que me pones!

— ¡No hagas eso! —Agité las pestañas de una manera solicitante—Eso es un golpe
bajo. Ni siquiera me dejaste comer; pero no voy a caer en tus trampas y en tu seducción—
me crucé de brazos fingiendo estar segura de no caer en sus redes.

— ¿No tienes curiosidad por tocar mi cuerpo?—se paró muy cerca de mí con
provocación y yo le afirmé con la mirada que sí—Bueno, veamos si es verdad—entonces,
me tomó la mano derecha y me la puso en sus arrogantes bíceps.
—Posees un cuerpo tan perfecto como el de un atleta—lo acaricié con las mejillas
sonrosadas— Esto es maravilloso y extraordinario. Estoy chiflada por ti.

—Te quiero, mi preciosa Mariska. Te quiero—me tomó de las manos y me puso de


pie para poder besarme más cómodamente.

— ¿Por qué no comemos primero?—le susurré a los labios actuando como si me


encontrara natural y no ansiosa por irme con él a nuestro dormitorio.

—Ni hablar—sonrió con mucho entusiasmo—Además, tú tampoco estas muy


impacientada por comer.

—Claro que sí—lo besé en el pecho para demostrarle cuál era el tipo de comida que
yo deseaba ingerir.

— ¿En serio?—vibró con frenesí— ¡Dios mío!

— ¿Y tú deseas comer?—lo besé en el punto negro del pezón—Podemos comer algo


y después…

— ¡Excedes mi voluntad!—susurró suspirando muy cohibido, luego me acarició los


cabellos exhibiendo su carácter orgulloso, dominador y ostentoso—Si vuelves a hacer eso,
no respondo de mí y de mis acciones.

—Eso es lo que quiero—le besé el otro pezón—Quiero que no respondas por tus
acciones.

—Te necesito, Mariska— con astucia me desabotonó la blusa y al instante me liberó


los senos de un incomodo sostén—Por lo menos en el palacio no me cuesta quitarte el
albornoz—sonrió tontamente y finalmente me besó calurosamente—pero cuando andas
con estas ropas los segundos para dejarte desnuda se me hacen eternos.

— ¡Oh, cielos!—susurré temblorosa abriendo mi boca para que su lengua


profundizara más en ella—Estoy soñando.

—No, no estás soñando—me alzó en sus brazos y yo rodeé con mis piernas sus
caderas—Eso es solamente el amor—finalmente me llevó cargada a nuestro dormitorio.
Más tarde podíamos comer esos deliciosos platillos; en ese instante, los dos queríamos
merendarnos uno al otro.
http://www.mcanime.net/descarga_directa/anime/detalle/ddmf_itazura_na_kiss_2424_mas_ova_mas_op
eded2/72031

http://www.fanfic.es/viewstory.php?sid=32468&textsize=0&chapter=12

También podría gustarte