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BAHÍA BLANCA, DE MARTÍN KOHAN (RESEÑA)

Novela. Cambiar de tema es un arte. Un arte sutil y complejo que exige el más duro de los entrenamientos. Un
arte casi inaccesible que, además, requiere de un lugar propicio para su ejecución. Y es que, en el fondo, cambiar
de tema no es otra cosa que dominar el olvido. Aprender a deshacerse de todo aquello que amenaza con
quedarse. ¿Y qué mejor lugar para lograrlo, qué mejor espacio, que una ciudad de la que nadie, nunca, ha dicho
nada bueno? ¿Qué mejor templo que el que nadie respeta para aprender a borrar todo lo que significa algo? Así
lo entiende Mario Novoa, el protagonista de Bahía Blanca. Así lo entiende y así comienza todo.
Bahía Blanca, la última novela de Martín Kohan, es, sobre todo, el relato de una obsesión. Novoa, un
cuarentón algo anticuado, un distraído de primera, viaja a Bahía Blanca, «el peor lugar del mundo», so pretexto
de una investigación literaria, con la secreta intención de renunciar a la memoria y acabar con todo lo que
constituye su pasado. Su pasado que, en esencia, está hecho de dos historias: una de amor y otra de crimen. Dos
historias que, como siempre, resultan ser una sola. El éxito de esta empresa parece inminente –un insufrible
grupo de catequistas, una dependienta que de noche es prostituta, un vecino tanguero amante del básquet y
una investigación que no avanza en absoluto llegan a dar esa impresión–, pero todo se frustra en el mejor
momento. Los fantasmas del pasado deciden ir a buscarlo. El olvido no es verdaderamente posible. Hay temas
que nunca podrán cambiarse.
Kohan consigue, con una prosa sosegada, siempre justa y algo cómplice, llevar al lector exactamente
adonde quiere. Maquina una historia truculenta y la recubre de un aire templado. Habla del desamor, del
fracaso y de la muerte, pero renuncia desde un inicio a ser grave. Aspira a la sonrisa antes que al dedo en la
llaga. Con una estructura que sabe cambiar de ritmo, la novela va y vuelve, se recoge, y nunca cansa. Kohan
armoniza lo dicho y lo no dicho. Y lo hace con maestría. Por Danilo Raá.

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