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Edición Impresa | 01 de octubre de 2017


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01 de octubre de 2017 · Actualizado hace 23 hs


Felipe Pigna y Darío Sztajnszrajber en Ciudad Cultural Konex

“El discurso escolar se dirige a un pibe que ya no existe más”


En “Preguntas de la Historia y la Filosofía: amor, muerte, religión y poder”, ambos pensadores ponen en
diálogo las dos disciplinas para dar con “la historia de los derrotados”. “Siempre buscamos la perspectiva
del que queda afuera, del derrotado”, dicen.

Por Juan Ignacio Provéndola

“El aula tradicional, para decirlo en términos nietszcheanos, ha muerto”, aseguran Sztajnszrajber y Pigna.

Imagen: Joaquín Salguero

Prácticamente a cada paso que dan desde el bar donde se hizo la entrevista hasta la facultad en la que se
realizaron las fotos aparece alguien que se les arrima y los saluda. El recorrido dura apenas una cuadra y
concluye en el patio de Puán, sede de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos aires, donde se
produce una conmoción: personal académico se acerca a abrazarlos y algunos alumnos incluso preguntan
emocionados si están ahí porque van a dar una charla en algún aula. Felipe Pigna y Darío Sztajnszrajber
lograron lo que pocos consiguen, muchos admiran y algunos –para qué negarlo– envidian: sacarle la
naftalina de claustro a contenidos que la pedagogía oficial dejó obsoletos y convertirlos en atractivos y
populares. Moviéndose en una multiplataforma (libros, medios, charlas), ambos hicieron de la Historia y la
Filosofía objetos de consumo masivo pero saludable. Así como Pigna y Sztajnszrajber leyeron a Alberdi y a
Derrida, o a Jauretche y a Heidegger, en un futuro serán ellos a quienes acudirán los curiosos del mañana
para entender este tiempo en el que las audiencias de repente se sienten cautivadas por aquello que el
sistema educativo formal les presentó como repelente.

Por sus perfiles similares, resulta hasta obvio que hayan llegado a un proyecto común, que comenzó hace
cuatro años y pasó por distintos ejes. Primero fue alrededor de la identidad argentina, luego “Cinco
pensadores en su tiempo” y después “Pensar el Bicentenario”. La fórmula se fue afinando con el paso del
tiempo y, para su nueva puesta, pensaron en “un espacio universal”. Así surgió “Preguntas de la Historia y
la Filosofía”, en donde Pigna y Sztajnszrajber le ponen la voz pero también el cuerpo a esta diálogo
cimentado sobre cuatro ideas-fuerza: el poder, la religión, la muerte y el amor. Una intertextualidad en la
que la historia argentina se relee a través de sus libros pero también de sus pasiones. De sus reflexiones y
de sus emociones. El espectáculo, que ellos prefieren definir como “conversatorio”, es un éxito por donde
pasa, con salas agotadas en el interior y también en el Konex (Sarmiento 3131), su fortaleza porteña,
adonde volverán el domingo a las 19, después de un paso por Neuquén y antes de desembarcar en
Rosario (estarán en el Teatro El Círculo el 18 de octubre).

Pigna y Sztajnszrajber entraman la Historia y la Filosofía (dos saberes que lo mismo se nutren del registro y
del pensamiento de cada época para poder entender desde guerras sangrientas hasta el corte de pelo de
moda) con el efecto de reconstruir construcciones de sentido imperantes y ponerlas en cuestinamiento. Un
ejemplo sencillo pero muy claro es el prisma del amor para explicar de qué manera la emocionalidad íntima
influyó y determinó las acciones de esos próceres que el relato oficial inmaculó al punto de despojarlos de
todo tipo de sentimiento más que el fastuoso “amor a la patria”. “Esos tipos del siglo XIX no eran muy
diferentes a los que de carne y hueso que conocemos hoy. ¿Se piensan que no amaban, no extrañaban, no
querían estar en pareja o tener relaciones sexuales? ¡Hablaría mal de esta gente si no hubiese sido así!”,
sostiene Pigna. Para Sztajnszrajber, en tanto, “la idolatría en la que se coloca a los ‘héroes nacionales’ creó
esta especie de personajes por encima de lo humano, en un nivel casi religioso. A San Martín se lo define
como El Santo de la Espada”.

La figura de San Martín es nodal porque entraña todo un complejo sistema de disputas e imposiciones
simbólicas que siguen generando tensión. “Ahora intenta vinculárselo con la idea de ‘emprendedor’ –explica
Pigna–, aunque en el sentido del ‘entrepreneur’ francés. Es decir, un emprendedor empresario. Entonces la
gesta libertadora se reduce a una empresa, haciendo una asociación de palabras para nada inocente. Se
habla entonces de la ‘empresa del Cruce de los Andes’ para subrayar la capacidad de iniciativa individual,
cuando en realidad fue una de las acciones más colectivas de la historia argentina”. En esa línea,
Sztajnszrajber observa que “se buscan asociaciones y afinidades conceptuales, porque ese
emprendedurismo tiene que ver con el éxito y entonces la historia, una vez más, es contada en términos de
héroes y villanos, de ganadores y perdedores. Y la empatía siempre es con el ganador, porque lo que se
recuerda de San Martín son sus victorias”, detalla el filósofo. “El fomento de una sociedad exitista deja
debajo de la alfombra aquello que nosotros queremos desempolvar: la historia de los derrotados. Por eso,
en los cuatro temas siempre buscamos la perspectiva del que queda afuera. Si hablamos del amor, salimos
de las novelas rosa con final feliz, que es el discurso oficial, para entenderlo también como una zona donde
se hace política, una zona de poder, de conflicto. Y que la muerte es algo irresoluble. Lo cual no es malo,
salvo para una sociedad exitista donde algo que no se resuelve es visto como una falencia”.

A propósito de esto último, Pigna agrega que “en la enseñanza de la Historia en primarios y secundarios se
omite el conflicto, porque se sostiene que el niño no esta en condiciones de comprenderlo, cuando en
realidad el niño de 2017 vive viendo videos o leyendo comics donde conflicto está presente. Además, su
capacidad de abstracción y memorización es impresionante: Pokemón tiene 590 personajes y en japonés.
El discurso escolar está dirigido a un pibe que ya no existe más, que atrasa cincuenta años. Pero, por
debajo, el sistema sirve para reforzar la escolarización de la Historia: parece que su único ámbito
autorizado para ‘pensar’ la Historia es la escuela,a tal punto que, cuando llega el 9 de julio, la gente habla
más del acto escolar que del proceso independentista en sí”.

–En el conversatorio dicen que los alumnos son “víctimas de la Historia”, en alusión a los métodos
pedagógicos convencionales. ¿Cómo se podría zanjar este conflicto?

Felipe Pigna: –Los dos estamos orgullosos de nuestra experiencia docente en la secundaria, porque nos
dio un aprendizaje importantísimo en la divulgación y en la necesidad de hacerte entender. La Historia y la
Filosofía son dos disciplinas lo suficientemente hermosas como para convertirlas en una experiencia
sufrida. La clave quizás esté en hacer coparticipar al alumno, detectar qué podría despertarle más
inquietudes y, por ende, mayor curiosidad. De qué manera se pueden relacionar los contenidos del pasado
con su presente, qué consecuencias generaron en su cotidianidad.

Darío Sztajnszrajber: –El aula tradicional, para decirlo en términos nitzcheanos, ha muerto. Lo cual no
necesariamente signifique algo negativo: en todo caso, debemos repensar por donde pasan la transferencia
y el conocimiento. Creo que enseñar hoy contenidos en un aula es una pérdida de tiempo, porque los pibes
los tienen disponibles en plataformas que antes no existían. Usar ochenta minutos de Filosofía en el colegio
para dictar los conceptos fundamentales de Sócrates no tiene sentido. Hay que crear acontecimientos
filosóficos. Una vez, cuando era profesor de secundario, quise llevar a los alumnos caminar, emulando las
caminatas que hacía Aristóteles, pero siempre tenias una autoridad que te decía: “vuelvan al aula, esto no
es joda”.

–Las políticas educativas oficiales tienden a hablar, curiosamente, de la despolitización de las aulas
y de los contenidos. ¿No supone esto una contradicción, en el sentido de que revisar la historia
implica de por sí un hecho político?

F.P.: –Habla de educación gente que no tiene la menor idea, que no pisa un aula desde hace cuarenta
años. Y ahí estamos ante un problema. Existe una gran ignorancia sobre lo que pasa en la escuela de una
gran parte de los formadores pedagógicos, y también de opinión, que no saben lo que ocurre en un colegio,
cómo se enseña, y con qué métodos. Todo lo que se salga del mitrismo, de ese relato oficial que se sigue
reproduciendo, parece urdir intenciones políticas, pero nadie discute todo lo político que significó imponer
esos discursos como cánones. La lógica actual, que por cierto el sistema avala, hace que los alumnos
deban preocuparse únicamente por aprobar un examen. Se vuelven especuladores y, en ese contexto, el
conocimiento queda completamente al margen.

D.S.: –Etimológicamente, la palabra “escuela” viene de “skholè”, que en griego significa “ocio”. Es decir: la
gente iba a la escuela pasarla bien. Y fíjense qué deserotizada está la institución escolar actualmente que
los pibes la viven como una carga y no como un lugar para realizarse. Obvio que un aula es un espacio
político, porque hay relaciones de poder entre docentes, alumnos y autoridades, y esto genera conflictos de
intereses. El tema es que el poder busca construir zonas apolíticas. Como el aula, o mismo la casa. ¡Los
lugares donde, justamente, se ponen en evidencia las relaciones de poder! El conocimiento sale de ese
choque de espadas, de lo contrario el docente fagocita al alumno hasta convertirlo en otro ladrillo en la
pared, como ya lo explicó Pink Floyd.

La resistencia como pregunta

En tiempos de posverdad, en los que la verdad es dinamitada por la verosimilitud (no importa qué se dice,
sino cómo),emergen desde esas ruinas quienes buscan explicaciones revolviendo los escombros. “Pensar
hoy una resistencia es pensar no sólo prácticas y narrativas que rompan las del poder, sino también las de
esas resistencias que el propio poder genera para su funcionalidad”, apunta Sztajnszrajber. Y ejemplifica:
“La idea del Panteón de los Próceres delimita los modelos a seguir y también, por exclusión, los que no. Y
produce un efecto narcotizante, en el sentido de que da placer y tranquilidad consumir y reflejarse en un
discurso cerrado y, por ende, indiscutible. En ese sentido hablaba Marx de la religión como el opio de los
pueblos”.

–¿Michel Foucault y su análisis de los dispositivos de control y poder se volvió una lectura
indispensable para entender todo esto?

D.S.: –Es que se volvió actual, aunque hayan pasado más de cincuenta años de alguna de sus obras,
porque sirven para entender la exclusión y la forma en la que hoy trabaja el capitalismo en la intervención
de los cuerpos. Pero la extemporaneidad no es un rasgo de Foucalt, sino de la Filosofía entera: podés
entender mejor al gobierno de Macri a través de La república que por muchos pensadores contemporáneos,
porque ese libro provee categorías de análisis muy valiosas. Ya en ese entonces Platón hablaba del
hombre justo como una armonía entre sus dimensiones racionales e instintivas, y por añadidura esto se
extendía a la polis, donde la injusticia residía, entre otras cosas, en la intromisión del mundo de la empresa
o del comercio en las decisiones políticas.

–Rescatan el tango “Desencuentro” para darle visibilidad a expresiones silenciadas durante la


Década Infame. ¿La cultura popular sirve como atajo para reflejar aquello que dejaron afuera los
relatos oficiales?

F.P.: –Es que la cultura popular es prácticamente el primer registro de la otra historia, aquella que el pueblo
cuenta en base a lo que vive. El tango, ni hablar, pero antes la payada, un elemento que usó el anarquismo
entre fines del siglo XIX y principios del XX para divulgar textos de Kropotkin o Bakunin entre obreros
analfabetos. Es increíble como se han ignorado históricamente estas expresiones. Me viene a la mente una
escena extraordinaria de Y la nave va donde un grupo de gitanos baila sobre la cubierta de un barco y,
desde la primera clase, dos antropólogos los critican, cuestionando la autenticidad de ese baile popular.
Una maestría de Fellini que por otra parte refleja un escenario real.

–Otro interés que comparten es la construcción de la identidad nacional, inquietud irresoluble que
acompaña a historiadores y pensadores argentinos de todos los tiempos. ¿Es posible llegar a
alguna conclusión?

F.P.: –No es esa la intención sino, por el contrario, dejar a la gente con más interrogantes que certezas.
Porque la Argentina es un país aluvional, sostenido por identidades múltiples, entonces hablar de un único
“ser nacional” es casi fascistoide. Muchas veces se alude al argentino espejándose en el porteño, que nada
tiene que ver con el jujeño, por cierto tan argentino como aquel. En el “inventario” coexisten más de
cincuenta naciones indígenas y casi sesenta colectividades extranjeras. ¡Tan solo en Oberá, una ciudad
misionera de 60 mil habitantes, tenés medio centenar de colectividades! ¿De qué estamos hablando,
entonces? O, mejor dicho: ¿a quién le sirve definir un “ser nacional”? Porque, en otro punto, esta idea de
uniformidad identitaria disuelve también el conflicto de clases.

D.S.: –La identidad es una metáfora que busca un ordenamiento farmacológico, porque trata de encontrar
aquello que es permanente en uno y, por ende, nos da más seguridad. Identidad surge de “ídem”, lo que se
repite a sí mismo. Y eso se ata al concepto de Patria, como un padre compartido, y al de Nación, que viene
de nacer. Todo remite a una misma sangre en el contexto de estados modernos, no sólo el argentino, que
son artificiales, productos de imposiciones, de un alambrado que definió las fronteras “por que sí”.
Entonces, los mitos sirven para darle sentido a esa artificialidad territorial y cunden en expresiones
fundamentalistas como el reciente avance neonazi en Alemania, entre tantas otras. Pero, al mismo tiempo,
del otro lado se tensa una decostrucción de identidades que no sólo afecta a lo nacional, sino también a lo
sexual y a lo cultural, creo yo que como saldo positivo del posmodernismo.

–Uno de los mitos de origen de la construcción identitaria argentina es la Independencia de 1816, de


la que se cumplieron 200 años. ¿Cuánto de mito y cuánto de independencia hubo en este relato
fundante?

F.P.: –En principio, no fue tal independencia, porque luego hubo ocho años de guerras civiles. Pero, al
mismo tiempo, el llamado Bicentenario de 1816 no generó demasiado interés ni entre los estamentos
oficiales que podrían haberlo impulsado como pretexto para la reflexión histórica ni tampoco entre la gente.
El año pasado, nosotros dos hicimos un ciclo referido al Bicentenario y sentimos un generalizado clima de
apatía, de modo que ese debate siempre queda abierto.

D.S.: –El problema es plantearse la independencia en términos absolutos, error similar al que se comete
cuando la felicidad o el amor son abordados de la misma manera. Porque absoluto implica no dejar nada
suelto, ya que todo lo contiene, y esos términos no existen en la independencia. Siempre dependés de algo,
en todo caso lo relevante es la gradación. Es decir, de cuántas dependencias de carácter opresivo lográs
liberarte. Porque la independencia no se decide, sino que se apropia. Es producto de una lucha, no de un
consenso: la ganás provocando una ruptura que inevitablemente genera perturbación.

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