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LA SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia...
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te
salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en
este valle de lágrimas. Ea pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos
misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Ruega por nosotros para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Hamer nos dice que tenemos una predisposición genética para la creencia
espiritual. Parece claro desde que somos capaces de provocar experiencias
espirituales estimulando determinadas regiones del cerebro emocional, que éste
puede generar espiritualidad. Nos falta saber cuál es la ventaja evolutiva que
esta capacidad ha tenido a lo largo de la evolución para que el cerebro sea capaz
de alcanzar lo que he llamado una “segunda realidad”, distinta de la primera o
realidad cotidiana.
En lo que sí estaría de acuerdo con Hamer es que tanto las creencias como los
sentimientos espirituales son producto de nuestro cerebro. En mi libro La
conexión divina (Crìtica, Barcelona, 2003) este punto quedaba bien claro. En
este libro hablaba de esa segunda realidad buscada por el ser humano desde que
entra en conocimiento con ella, probablemente en la prehistoria, quizá
ingiriendo sustancias alucinógenas o enteógenas.
Y también insistía en la importancia que esas experiencias místicas, espirituales
o de trascendencia habrían tenido para las religiones.
Hamer dice también que ‘no hay que ser religioso para ser místico’. Yo diría
que está claro y que ha habido incluso un claro antagonismo entre ambas
posturas en las religiones tradicionales. El místico, inmerso en una determinada
religión, se ponía supuestamente en contacto con su dios sin necesidad de
ningún intermediario, algo que molestaba profundamente a la jerarquía de su
iglesia, por lo que fueron perseguidos e incluso aniquilados en algunos célebres
casos de los que hablo en La conexión divina.
Sin embargo, que las experiencias místicas han sido importantes para las
religiones lo confirma el hecho de que ‘muchas de las religiones del mundo
fueron fundadas por individuos místicos’, como dice Hamer, citando a
Siddharta Gautama (Buda, que no creó ninguna religión), Jesús, Mahoma,
Yazid Taifur al-Bistami (místico sufí persa), Mary Baker Eddy (cienciología) o
Joseph Smith (mormones).
Pero el título del libro de Hamer se debe a un gen, llamado VMAT2, que según
el autor ‘predispone a las personas a la espiritualidad’. En realidad es un
gen que está implicado en la manera en que el cerebro utiliza las monoaminas.
Las monoaminas forman un grupo importante de neurotransmisores en el
sistema nervioso central, o sea, las sustancias químicas que utilizan las células
nerviosas para comunicarse entre sí. Se dividen en dos grupos: las
catecolaminas (dopamina, noradrenalina y adrenalina) y las indolaminas
(serotonina y melatonina). Todas estas moléculas están implicadas en múltiples
funciones en el sistema nervioso, por lo cual que un gen esté implicado en cómo
el cerebro las utiliza estará involucrado asimismo en múltiples funciones, y no
sólo en la espiritualidad.
Quizá Hamer se haya guiado por las palabras del entomólogo y sociobiólogo
estadounidense Edward Osborne Wilson, quien en su libro On Human Nature
(Sobre la naturaleza humana) decía que la predisposición a creer tiene una base
genética. Pero la disposición a creer es un concepto más amplio que el de
religión. Podemos creer en muchas otras cosas aparte de en dioses.
De nuevo aquí habría que diferenciar entre espiritualidad y religión.
Menos mal que al final de su libro Hamer reconoce que mientras que la
espiritualidad es universal, cada cultura tiene su propia religión. Por tanto,
añade: ‘la espiritualidad es genética, mientras que la religión tiene que ver con
la cultura, las tradiciones, las creencias y las ideas’.