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Derechos de la

mujer
derechos que se reconocen o se
conceden a las mujeres en diferentes
sociedades

Los derechos de la mujer hacen


referencia a la distinción de los derechos
que se reconocen o bien se conceden a
las mujeres y niñas en diferentes
sociedades del planeta. Mientras que en
algunos lugares estos derechos están
institucionalizados o respaldados por
leyes, costumbres locales y el
comportamiento social, en otras zonas
no se realiza el mismo trato, llegándose a
reprimir, ignorar o incluso negar en
contraposición con los derechos
admitidos a los hombres y niños.[1]

Los temas que con más frecuencia se


asocian con la noción de derechos de la
mujer son –entre otros– los siguientes:
derecho a la integridad, al control del
propio cuerpo, derecho al sufragio,
derecho a ocupar cargos públicos,
derecho al trabajo, derecho a una
remuneración justa e igualitaria, derecho
a poseer propiedades, derecho a la
educación, derecho a servir en el ejército,
derecho a firmar contratos legales, y
derechos matrimoniales y parentales.[2]

Historia
Culturas antiguas

China

El estatus de las mujeres en la Antigua


China era bajo, debido sobre todo a la
costumbre del vendado de pies, una
mutilación que provocaba que esas
extremidades no crecieran más de 10
cm. Estos pies deformados dificultaban
el movimiento, limitando así
considerablemente cualquier actividad a
las mujeres.
A causa de la norma social de aislar a las
mujeres de los hombres, las mujeres
chinas se resistían a que las trataran los
médicos (hombres) que practicaban la
medicina occidental. La doctora
misionera Dra. Mary H. Fulton (1854-
1927)[3] fue enviada al país por la Junta
de Misiones en el Extranjero de la Iglesia
Presbiteriana de EE. UU. para fundar la
primera facultad de medicina para
mujeres en China, conocida como
Escuela Hacket de Medicina, gracias a
una generosa donación de Edward A. K.
Hackett. La facultad tenía la misión de
diseminar el cristianismo y la medicina
moderna, además de mejorar la situación
social de las mujeres chinas.[4][5]
Grecia

El estatus de las mujeres en la Antigua


Grecia variaba de una ciudad estado a
otra. En Delfos, Gortina, Tesalia, Megara
y Esparta existen registros de mujeres
propietarias de tierras, que en esa época
era la forma más prestigiosa de
propiedad privada[6]

En la antigua Atenas, las mujeres no


tenían la condición de sujeto legal, y se
les consideraba parte del hogar (oikos)
cuya cabeza era un hombre (kyrios).
Hasta el matrimonio, las mujeres
estaban custodiadas por sus padres y
otros parientes hombres. Una vez
casadas, el esposo se convertía en su
kyrios. Las mujeres no tenían permitido
realizar procedimientos legales, de los
que se encargaba el Kyrios en su
nombre.[7] Las mujeres atenienses tenían
un derecho de propiedad limitado, y por
tanto no se les consideraba ciudadanas
de pleno derecho, ya que la ciudadanía y
los derechos civiles y políticos estaban
condicionados a las propiedades y al
medio de vida.[8] No obstante, las
mujeres podían adquirir derechos de
propiedad por donación, dote o herencia,
aunque su kyrios podría disponer de
dichas propiedades.[9] Las mujeres
atenienses podían firmar contratos con
valor menor al de «un medimnos de
cebada», lo que permitía a las mujeres
dedicarse al comercio minorista.[7] Al
igual que las mujeres, los esclavos
tampoco podían obtener la ciudadanía
completa, aunque en ciertas
circunstancias podían convertirse en
ciudadanos si conseguían la libertad. En
la antigua Atenas, la única barrera
permanente a la ciudadanía, y a los
derechos civiles y políticos que llevaba
consigo, era el sexo. Ninguna mujer
obtuvo nunca la ciudadanía, y por tanto
las mujeres siempre estuvieron excluidas
por principio y práctica de la antigua
democracia ateniense.[10]
Por el contrario, las mujeres de Esparta
disfrutaban de un estatus, poder y
respeto desconocidos en el resto del
mundo clásico. Aunque las espartanas
estaban oficialmente excluidas de la vida
militar y política, gozaban de alta
consideración como madres de los
guerreros espartanos. Cuando los
hombres se dedicaban a actividades
bélicas, las mujeres se
responsabilizaban de dirigir las
propiedades. Tras las largas guerras del
siglo IV a.C., entre el 35 y el 40% de las
tierras y propiedades de Esparta quedó
en manos de mujeres.[11][12] En el periodo
helenístico, algunos de los espartanos
más ricos eran mujeres.[13] Controlaban
sus propiedades, así como las de los
parientes que habían partido con el
ejército.[11] Las espartanas no solían
casarse antes de los 20 años, y al
contrario que las atenienses, que vestían
con recato y rara vez salían de casa, las
espartanas utilizaban ropa corta y ligera,
y se movían con toda libertad.[14] Tanto
las niñas como los niños recibían
educación y participaban en las
Gimnopedias («Fiesta de los niños
desnudos»).[11][15]

Platón afirmaba que la concesión de


derechos políticos y civiles a las mujeres
alteraría sustancialmente la naturaleza
del hogar y del estado.[16] Aristóteles,
discípulo de Platón, negaba que las
mujeres fueran esclavas o pudieran
considerarse una propiedad, alegando
que «la naturaleza ha distinguido entre la
mujer y el exclavo», pero opinaba que las
esposas se podían «comprar».
Argumentaba que la principal actividad
económica de las mujeres era la de
cuidar la propiedad familiar creada por el
hombre. Según Aristóteles, el trabajo de
las mujeres no añadía valor porque «el
arte de la gestión del hogar no es
idéntica al arte de la adquisición de
riqueza, porque una utiliza el material
que proporciona la otra».[17]
Por el contrario, los estoicos defendían la
igualdad entre los sexos, ya que según
sus teorías, la desigualdad era contraria
a las leyes de la naturaleza.[18] Al hacerlo,
siguieron la filosofía de los cínicos, que
argumentaban que las mujeres y los
hombres deberían vestir igual y recibir la
misma educación.[18] También
consideraban el matrimonio como una
sociedad moral entre iguales, y no como
una necesidad biológica o social, y
ponían en práctica estas enseñanzas y
opiniones en su vida diaria.[18] Los
estoicos adoptaron las doctrinas de los
cínicos y las añadieron a sus propias
teorías sobre la naturaleza humana,
dando a su defensa de la igualdad entre
sexos una sólida base filosófica.[18]

Antigua Roma

Fulvia, esposa de Marco Antonio, comandó tropas


durante las guerras civiles romanas y fue la primera
mujer cuya imagen apareció en monedas del
Imperio[19]

Las mujeres libres de la antigua Roma


eran ciudadanas romanas con privilegios
y protecciones legales que no
disfrutaban los no ciudadanos ni los
esclavos. No obstante, la sociedad
romana era patriarcal, y a las mujeres no
se les permitía votar, ocupar cargos
públicos o servir en el ejército.[20] Las
mujeres de clase alta ejercían influencia
política a través del casorio y la
maternidad. Durante la República, la
madre de los Gracos y la madre de Julio
César fueron señaladas como mujeres
ejemplares que potenciaron las carreras
de sus hijos. Durante el periodo imperial,
las mujeres de la familia del emperador
podían adquirir un considerable poder
político, y se les representaba a menudo
en el arte oficial y en las monedas.
Pompeya Plotina ejerció influencia tanto
en su marido, el emperador Trajano,
como en su sucesor, Adriano. Se
publicaban sus cartas y peticiones sobre
temas oficiales, indicación de que sus
opiniones tenían peso en la opinión
pública.[21]

El estatus de un niño venía determinado


por el de su madre. Tanto las hijas como
los hijos estaban sujetos a la patria
potestas, el poder del padre como
cabeza de familia (pater familias). En el
apogeo del Imperio (siglos I y II), la
situación legal de las hijas difería poco o
nada de la de los hijos.[22] Las hijas
tenían los mismos derechos hereditarios
que los hijos en caso de que el padre
falleciera sin dejar testamento.[23]
Pareja uniendo sus manos en señal de matrimonio,
institución idealizada por los romanos como pilar de
la sociedad y alianza para tener y criar hijos, tratar
los asuntos diarios, llevar vidas ejemplares y
profesarse afecto[24]

En el primer periodo de la época


republicana, la novia pasaba de estar
bajo control de su padre a las «manos»
(manus) de su marido. Después quedaba
sujeta a la potestad (potestas) de su
marido, aunque en menor grado que los
hijos.[25] Esta arcaica forma de
matrimonio se había abandonado casi
por completo en la época de Julio César,
en la que, por ley, una mujer seguía
estando bajo la autoridad paterna
incluso después de trasladarse a casa de
su marido. Este arreglo fue uno de los
factores de la independencia que las
mujeres romanas disfrutaban en
comparación con otras culturas antiguas
hasta el periodo moderno:[26] aunque
tenían que responder ante su padre en
temas legales, estaban libres de su
escrutinio en la vida diaria,[27] y su
marido no tenía poderes legales sobre
ellas.[28] Cuando moría su padre,
quedaban legalmente emancipadas sui
iuris.[22] Una mujer casada retenía la
propiedad de los bienes que había
aportado al matrimonio.[22] Aunque ser
univira («mujer de un solo hombre», es
decir, que solo se había casado una vez)
era motivo de orgullo, el divorcio no
estaba especialmente mal considerado, y
tampoco el casarse rápidamente tras
divorciarse o quedar viuda.[29] La ley
romana clásica prohibía que un marido
maltratara a su esposa o la obligara a
tener relaciones sexuales.[30] El maltrato
físico era causa suficiente de divorcio u
otras acciones legales contra el
marido[31]

Como legalmente seguían perteneciendo


a su familia de nacimiento, las mujeres
romanas mantenían su apellido durante
toda su vida. Los hijos solían tomar el del
padre, pero en el periodo imperial, en
ocasiones utilizaban el de la madre o
combinaban los dos.[32] El derecho que
tenían las madres a poseer propiedades
y a disponer de ellas según su
conveniencia incrementaba su influencia
sobre sus hijos, incluso cuando ya eran
adultos.[33] Gracias a su situación legal
de ciudadanas y el grado de
emancipación del que disfrutaban, las
mujeres podían poseer propiedades,
firmar contratos y crear empresas.[34]
Algunas consiguieron y gestionaron
considerables fortunas, y su nombre
aparece en inscripciones por haber
financiado importantes obras
públicas.[35]

Las mujeres romanas podían


comparecer en un juzgado y defender
casos, aunque la costumbre era que las
representara un hombre.[36] Se las
consideraba demasiado ignorantes y
faltas de criterio como para ejercer la
abogacía, y al mismo tiempo eran activas
e influían en los casos legales, lo que dio
como resultado un edicto que limitó su
ejercicio del derecho a los litigios que les
afectaran directamente.[37] Aun después
de que se aprobara esta restricción,
existen numerosos ejemplos de mujeres
que actuaron eficazmente en temas
jurídicos, por ejemplo, dictando
estrategias legales a sus abogados.[38]

Figura de bronce de una joven leyendo (finales del


siglo I)

Augusto, el primer emperador romano,


apoyó su ascenso al poder absoluto en la
restauración de la moral tradicional, e
intentó regular con leyes el
comportamiento de las mujeres (Ley
Julia). Se criminalizó el adulterio,[39] que
en la época republicana era un asunto
limitado al ámbito familiar, redefiniéndolo
como acto sexual ilícito (stuprum)
ocurrido entre un ciudadano y una mujer
casada, o entre una mujer casada y
cualquier persona que no fuera su
marido. Se establecía así una doble
moral: una mujer solo podía practicar el
sexo con su marido, mientras que los
hombres no cometían adulterio si
mantenían relaciones sexuales con
prostitutas, esclavas o personas en
situación marginal (infamis)[40]El estado
fomentaba la maternidad: el ius trium
liberorum («derecho legal de tres hijos»)
concedía honores simbólicos y
privilegios legales a las mujeres con tres
hijos y las liberaba de la dependencia de
cualquier hombre.[41]

Los filósofos estoicos influenciaron el


desarrollo de la ley romana. Los estoicos
de la época imperial, como Séneca y
Musonio Rufo, desarrollaron teorías de
moral sexual. Aunque no defendían la
igualdad social o legal, mantenían que la
naturaleza da a hombres y mujeres una
idéntica capacidad para la virtud y
similar obligación de actuar
virtuosamente, y por tanto mujeres y
hombres tienen igual necesidad de
adquirir conocimientos de Filosofía.[18]
Se cree que estas tendencias filosóficas
de la élite dirigente ayudaron a mejorar la
situación de la mujer durante la época
imperial.[42]

En Roma no existía un sistema escolar


estatal, y la educación solo estaba al
alcance de los que podían pagarla. Las
hijas de senadores y caballeros solían
recibir educación primaria (de los 7 a los
12 años).[43] Más allá de esa edad, poca
gente recibía educación, fuera del sexo
que fuera. En ocasiones, las niñas de
clase más humilde se escolarizaban para
que pudieran ayudar en el negocio
familiar o pudieran trabajar como
escribas y secretarias.[44] La mujer que
alcanzó mayor prominencia en el mundo
antiguo por sus conocimientos fue
Hipatia de Alejandría, que impartía
cursos avanzados a hombres jóvenes y
actuaba como consejera política del
prefecto de Egipto. Su influencia la
colocó en situaciones conflictivas con
Cirilo, Patriarca de Alejandría, que podría
haber estado envuelto en la muerte
violenta de Hipatia en el año 415 a
manos de una turba cristiana.[45]

La ley romana reconocía la violación


como delito del que la víctima no tenía
culpa alguna[46] y la castigaba con pena
de muerte.[47] El derecho a la integridad
física era fundamental en el concepto
romano de ciudadanía, como indica la
leyenda romana que relata la violación de
Lucrecia por el hijo del rey. Tras
denunciar la tiranía de la familia real,
Lucrecia cometió suicidio como forma
de protesta política y moral. Los autores
vieron en su sacrificio el catalizador del
derrocamiento de la monarquía y el
restablecimiento de la república.[48]
Según la ley, la violación solo podía
cometerse contra un ciudadano; la
violación de un esclavo solo se
sancionaba como daño a una
propiedad.[49] La mayoría de las
prostitutas en la antigua Roma eran
esclavas, aunque algunos contratos de
compra de esclavas contenían cláusulas
que las protegían de la prostitución
forzada.[50] Una mujer libre que trabajase
como prostituta perdía su estatus social
y se convertía en infamis, mujer de mala
reputación. Al dejar que su cuerpo
estuviera a disposición de cualquiera,
renunciaba a su derecho a estar
protegida contra los abusos sexuales y la
violencia física.[51] La actitud respecto a
la violación cambió al ir extendiéndose el
cristianismo por el imperio. San Agustín
y otros padres de la Iglesia interpretaban
el suicidio de Lucrecia como la admisión
de que había incitado al violador y
experimentado placer.[52] En la época de
Constantino, el primer emperador
cristiano, si un padre acusaba a un
hombre de secuestrar a su hija, pero la
hija había dado su consentimiento a la
fuga, se castigaba a la pareja con la
hoguera. Si la mujer no había consentido
a su violación o secuestro, aún podía ser
castigada con penas menores como
cómplice, aduciendo que «podría
haberse salvado pidiendo ayuda a
gritos».[53]

Escrituras religiosas

La Biblia

«Enderezándose Jesús, y no viendo a


nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer,
¿dónde están los que te acusaban?
¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno,
Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te
condeno; vete, y no peques más».
(Evangelio de Juan 8:10-11).

Jesús defendió a una mujer que fue


acusada, en contra de quien se proponía
una sanción de pena capital (muerte por
lapidación) por el delito de adulterio, de
conformidad con la ley mosaica, pero en
abierta infracción de los preceptos de
dicha ley...

Ya que está escrito: «Si un hombre


cometiere adulterio con la mujer de su
prójimo, el adúltero y la adúltera
indefectiblemente serán muertos».
(Levítico 22:10). «Si fuere sorprendido
alguno acostado con una mujer casada
con marido, ambos morirán, el hombre
que se acostó con la mujer, y la mujer
también; así quitarás el mal de Israel».
(Deuteronomio 22:22).

Jesús evitó una injusticia basada en la


discriminación por sexo/género, ya que
en el pasaje citado se establece
claramente que. «Entonces los escribas y
los fariseos le trajeron una mujer
sorprendida en adulterio; y poniéndola en
medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en el acto mismo de
adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés
apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué
dices?». (Evangelio de Juan 8:3-5). Si
había sido encontrada en el mismo acto
de adulterio, ¿por qué solo a la mujer
querían castigar y no al hombre? Jesús
cuestionó la doble moral y las malas
intenciones del corazón de los
acusadores, logrando que se detuviera el
castigo y se le prodigara misericordia, la
cual refrendó con la frase «ni yo te
condeno...».

«Vino María Magdalena dando las


nuevas a los discípulos de que había
visto al Señor, y que Él le había dicho
estas cosas» (Evangelio de Juan 20:18)
(La primera persona en ver a Jesús tras
su crucifixión fue una mujer, María
Magdalena).

No obstante, en las épocas anteriores y


contemporáneas a la Biblia, el papel de la
mujer estaba sujeto a severas
restricciones .[54]

El Corán

Véanse también: La mujer en el Islam y Feminismo


islámico.

El Corán, escrito por Mahoma a lo largo


de 23 años, se convirtió en la guía de la
comunidad islámica y modificó las
costumbres existentes en la sociedad
árabe.[55] Del año 610 al 661, el Corán
realizó reformas fundamentales en las
costumbres reguladas por ley e introdujo
derechos para las mujeres en cuestiones
de matrimonio, divorcio y herencia. Al
establecer que la esposa, y no su familia,
recibiría la dote del marido, y podía
administrarla por ser su propiedad
privada, el Corán hizo a las mujeres parte
legítima del contrato de matrimonio.[56]

Aunque en las leyes costumbristas solo


los descendientes masculinos
heredaban, el Corán introdujo reglas de
herencia que fijaban partes a repartir
entre legatarios designados: primero a la
mujer de parentesco más cercano y
después al hombre de parentesco más
cercano.[57] Según Annemarie Schimmel,
«en comparación con la posición de las
mujeres en la época preislámica, la Fiqh
supuso un enorme progreso; la mujer
tenía el derecho, al menos según la ley,
de administrar la riqueza que había
aportado a la familia o había ganado con
su propio trabajo».[58]

La mejora general de la situación de las


mujeres árabes incluía la prohibición del
infanticidio femenino, y reconocía a la
mujer como persona de pleno
derecho.[59] En general, las mujeres
adquirieron mayores derechos que en la
época anterior[60][61] y que en la Europa
medieval.[62] En otras culturas, las
mujeres no alcanzaron un estatus social
similar hasta siglos después.[63] Según el
profesor William Montgomery Watt,
«cuando se estudia en este contexto
histórico, Mahoma puede considerarse
una figura que defendió los derechos
femeninos»[64]

La Edad Media

Según el Derecho de Inglaterra, que se


desarrolló a partir del siglo XII, todas las
posesiones que una mujer tuviera a su
nombre en el momento del matrimonio
pasaban a ser propiedad del marido. Los
tribunales ingleses acabaron por prohibir
que los maridos se arrogaran las
propiedades sin consentimiento de su
esposa, pero retuvieron el derecho a
administrarlas y a su usufructo. Las
mujeres francesas casadas sufrían
restricciones a su capacidad legal que
duraron hasta 1965.[65] A pesar de la
relativa libertad que disfrutaban las
mujeres anglosajonas, hasta mediados
del siglo XIX, los escritores daban por
hecho que el orden natural era el
patriarcado y que siempre había
existido.[66] Esta percepción no se puso
en duda hasta el siglo XVIII, cuando los
misioneros jesuitas descubrieron linajes
maternos en los pueblos nativos de
Norteamérica.[67]

Europa de los siglos XVIII y


XIX
«La Debutante» (1807), de Heinrich Füssli. La mujer,
víctima de las convenciones sociales masculinas,
está atada a la pared, cosiendo y vigilada por
gobernantas. El cuadro refleja las opiniones de Mary
Wollstonecraft en su libro «Vindicación de los
derechos de la mujer», publicado en 1792.[68]

Desde finales del siglo XVIII y a lo largo


del XIX, los derechos, como concepto y
exigencia, aumentaron su importancia
política, social y filosófica en Europa.
Surgieron movimientos que pedían la
libertad de culto, la abolición de la
esclavitud, derechos para las mujeres y
para la gente sin propiedades y el
sufragio universal.[69] A finales del XVIII,
la cuestión de los derechos de la mujer
se convirtió en tema central de los
debates políticos en Francia y Gran
Bretaña. En esa época, algunos de los
más prestigiosos pensadores de la
Ilustración, que defendían los principios
democráticos del Igualitarismo y
cuestionaban la noción de que una
minoría privilegiada gobernara a la vasta
mayoría de la población, creían que estos
principios solo debían aplicarse a su
propio sexo y a su propia raza. El filósofo
Jean Jacques Rousseau, por ejemplo,
pensaba que el hecho de que la mujer
obedeciera al hombre formaba parte del
orden natural. Escribió que «las mujeres
hacen mal en quejarse de la desigualdad
de las leyes humanas» y defendió que
«cuando la mujer intenta usurpar
nuestros derechos, se muestra inferior a
nosotros».[70]

Los esfuerzos de Dorothea von Velen,


amante de Juan Guillermo, elector del
Palatinado, condujeron a la abolición de
la «cobertura» –una doctrina legal por la
que los derechos legales de las mujeres
casadas pasaban al marido–, hecho que
fue un temprano ejemplo de derechos
femeninos. El palatinado fue el primer
estado germánico en abolir la cobertura,
que fue brevemente reinstaurada por
Carlos III Felipe, sucesor de Juan
Guillermo. Dorothea protestó desde su
exilio en Ámsterdam. Publicó sus
memorias, «Una vida para la reforma»,
muy críticas con el gobierno de Carlos
Felipe. Para evitar un escándalo, el nuevo
elector se plegó a las exigencias de
Dorothea, y volvió a derogar la
cobertura.[71]

Primera página de la Declaración de los Derechos de


Primera página de la Declaración de los Derechos de
la Mujer y de la Ciudadana

En 1791, Olympe de Gouges, dramaturga


y activista política francesa, publicó la
Declaración de los Derechos de la Mujer
y de la Ciudadana,[72] que tomaban como
modelo la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano de 1789. Su
formulación es irónica, y expone el
fracaso de la Revolución francesa, tan
dedicada al Igualitarismo. En dicha
declaración se puede leer: «Esta
revolución solo tendrá efecto cuando
todas las mujeres sean totalmente
conscientes de su deplorable condición,
y de los derechos que han perdido en la
sociedad». La Declaración de los
Derechos de la Mujer y de la Ciudadana
repasa los 17 artículos de los derechos
del hombre punto por punto, y se ha
descrito como «prácticamente una
parodia del documento original».

Dibujo satírico de 1887 sobre los derechos de las


mujeres australianas: una hipotética diputada
endosa el cuidado de su bebé al presidente de la
Cámara
De Gouges también destacó el hecho de
que las leyes francesas castigaran a las
mujeres igual que a los hombres, al
tiempo que les negaban los mismos
derechos.[73]

Mary Wollstonecraft, filósofa y escritora


británica, publicó en 1792 «Vindicación
de los derechos de la mujer, donde
argumentaba que era la educación que
se daba a las mujeres la que limitaba sus
expectativas.[74][75] Wollstonecraft atacó
la opresión por motivos de sexo,
abogando por la igualdad en las
oportunidades educativas, y pidió justicia
y «derecho a la humanidad» para
todos.[76] Wollstonecraft y sus
contemporáneas británicas Damaris
Cudworth y Catherine Macaulay
reivindicaron los derechos relacionados
con las mujeres, argumentando que
deberían disfrutar de mayores
oportunidades, ya que al igual que los
hombres, eran seres morales y
racionales.[77]

En el ensayo The Subjection of Women,


publicado en 1869, el teórico de la
política y filósofo inglés John Stuart Mill
describió la situación de las mujeres en
Gran Bretaña de esta forma:

... hay quien no cesa de repetir


que la civilización y el
cristianismo han reconocido a
la mujer sus justos derechos.
Por desgracia, no es verdad: la
esposa es hoy realmente tan
esclava de su marido, en los
límites de la obligación legal,
como los esclavos propiamente
dichos de otras épocas.[78]

Miembro del Parlamento en esa época,


Mill argumentó que las mujeres merecían
tener derecho al voto, pero su propuesta
para sustituir la palabra «hombre» por
«persona» en la Ley de Reforma de 1867
fue acogida con risas en la Cámara de
los Comunes y rechazada por 196 votos
contra 76. Sus argumentos obtuvieron
poco apoyo de sus contemporáneos,[79]
pero su intento por aprobar la reforma
generó gran atención hacia el problema
del sufragio femenino en el Reino
Unido.[80] Aunque en principio solo era
una más de las campañas por los
derechos de la mujer, el sufragio se
convirtió en causa primaria de este
movimiento a principios del siglo XX.[81]
En esa época, el derecho al voto se
restringía a los ricos propietarios de las
jurisdicciones británicas. Este arreglo
excluía implícitamente a las mujeres, ya
que hasta el siglo XIX, los derechos
reales daban a los hombres derechos de
propiedad por matrimonio o herencia.
Aunque el sufragio masculino se amplió
durante ese siglo, la Ley de reforma de
1832 y la Ley de Corporaciones
Municipales de 1835 prohibieron
explícitamente que las mujeres votaran
en elecciones nacionales y locales.[82]
Millicent Fawcett y Emmeline Pankhurst
lideraron la campaña pública para el
sufragio femenino, y en 1918 se aprobó
una ley que permitió el voto a las mujeres
mayores de 30 años.[82]

Sufragio, derecho al voto


Mujeres bangladesíes haciendo cola para votar

Póster de los socialdemócratas alemanes para las


elecciones de 1919. «Frauen! Gleiche Rechte,
Gleiche Pflichten» (¡Mujeres! Los mismos derechos,
los mismos deberes)
La estratega y activista Alice Paul, que encabezó el
movimiento sufragista en Estados Unidos en la
década de 1910

En el siglo XIX se inició el movimiento en


favor del derecho de la mujer a participar
en el gobierno y en la elaboración de
leyes.[83] Otras mujeres se oponían al
sufragio femenino, como Helen Kendrick
Johnson, cuyo documento de 1897
Woman and the Republic («La mujer y la
república») se considera uno de los
mejores argumentos de la época en
contra de este derecho.[84] Los ideales
del sufragio femenino se desarrollaron a
la vez que los del sufragio universal, y
hoy, el voto de la mujer es un derecho
recogido por la Convención sobre la
eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer. En 1893,
Nueva Zelanda se convirtió en el primer
país del mundo en conceder el derecho
al voto a las mujeres. Australia lo aprobó
en 1902.[80]

Varios países nórdicos dieron a las


mujeres derecho a votar a principios del
siglo XX: Finlandia en 1906, Noruega en
1913, Dinamarca e Islandia en 1915. Con
el final de la I Guerra mundial, otros
países siguieron el ejemplo: los Países
Bajos en 1917, Austria, Azerbaiyán,[85]
Canadá, Checoslovaquia, Georgia,
Polonia y suecia en 1918; Alemania y
Luxemburgo en 1919; Estados Unidos en
1920. España concedió el derecho al
voto a las mujeres en 1931, Turquía en
1934, Francia en 1944, Bélgica, Italia,
Rumania y Yugoslavia en 1946, Suiza en
1971 y Liechtenstein en 1984.[80]

En Latinoamérica, algunos países dieron


a las mujeres el derecho a votar en la
primera mitad del siglo XX: Ecuador
(1929), Brasil (1932), El Salvador (1939),
República Dominicana (1942),
Guatemala (1956), Argentina (1946)
México (1955) y Honduras (1955) . En
India se aprobó el sufragio universal en
1935, durante la época colonial. Otros
países asiáticos concedieron el derecho
de voto a las mujeres a mediados del
siglo XX: Japón (1945), China (1947) e
Indonesia (1955). En África, en general,
las mujeres consiguieron el derecho al
voto al mismo tiempo que los hombres:
Liberia en 1947, Uganda en 1958 y
Nigeria en 1960. En muchos países de
Oriente Medio, el sufragio universal se
aprobó tras la II Guerra Mundial, mientras
que en otros, como Kuwait, está muy
limitado.[80] El 16 de mayo de 2005, el
Parlamento de este país extendió el
sufragio a las mujeres por 35 votos
contra 23[86]

Derechos de propiedad
Durante el siglo XIX en EE. UU. y el Reino
Unido, algunas mujeres comenzaron a
rebelarse contra las leyes que les
negaban el derecho a la propiedad una
vez casadas. Con la doctrina de la
cobertura, los maridos se arrogaban el
control sobre los bienes y salarios de sus
esposas. A partir de mediados del siglo
XIX, los legisladores estadounidenses[87]
y británicos[88] aprobaron estatutos que
protegían las propiedades de las mujeres
de sus esposos y de los acreedores de
sus esposos.[89] El «examen por
separado» era una práctica por la que
una mujer casada que quisiera vender
alguna de sus propiedades debía ser
examinada por un juez o juez de paz sin
la presencia de su marido, y en la que se
le preguntaba si estaba recibiendo
presiones de su esposo para que firmara
el documento.[90]

Movimientos modernos

La escritora y activista americano-irakí Zainab Salbi,


fundadora de Women for Women International

En las décadas siguientes, los derechos


de la mujer se volvieron a convertir en un
tema político primordial. En la década de
1960, el movimiento recibió el nombre de
«feminismo» o «liberación femenina».
Las reformistas exigían el mismo salario
que los hombres, los mismos derechos
ante la ley y la libertad de planificar su
familia o de no tener hijos. Sus esfuerzos
obtuvieron resultados desiguales.[91]

El Consejo Internacional de Mujeres


(ICW) fue la primera organización que
unió a mujeres de distinta nacionalidad
para defender los derechos humanos
femeninos. En marzo y abril de 1888, se
reunieron en Washington D.C. mujeres
que representaban 53 organizaciones
femeninas de 9 países: Canadá, Estados
Unidos, Irlanda, India, Reino Unido,
Finlandia, Dinamarca, Francia y Noruega.
Participaron mujeres de organizaciones
profesionales, sindicatos, movimientos
artísticos y sociedades benéficas. Los
consejos nacionales están afiliados al
ICW, y de esa forma pueden hacerse oír
en el ámbito internacional. El ICW trabajó
con la Sociedad de Naciones en el
periodo entre guerras y con Naciones
Unidas tras la II Guerra Mundial. En la
actualidad, el ICW tiene estatuto de
asesor en el Consejo Económico y Social
de las Naciones Unidas, la más alta
acreditación que puede obtener una ONG
en la ONU. A día de hoy, el ICW lo
componen 70 países y tiene su sede en
Lausana (Suiza), donde se celebran
reuniones cada tres años.
Women for Women International (WfWI)
es una organización humanitaria sin
ánimo de lucro que proporciona apoyo
práctico y moral a mujeres
supervivientes de conflictos bélicos.
WfWI ayuda a estas mujeres a
recomponer sus vidas por medio de un
programa gradual de un año de duración,
que comienza con ayuda financiera
directa y orientación psicológica, con
formación educativa si es necesario
(alfabetización, matemáticas básicas),
sensibilización sobre sus derechos,
nociones sanitarias, formación
profesional y desarrollo de pequeñas
empresas. La organización fue fundada
en 1993 por Zainab Salbi, americana de
origen irakí superviviente de la guerra
entre Irán e Irak y su marido, Amjad
Atallah.

Control de natalidad y
derechos reproductivos

«Y la malvada sigue persiguiéndole». Postal satírica


victoriana

En la década de 1870, las feministas


avanzaron el concepto de maternidad
voluntaria como crítica política de la
maternidad involuntaria[92] y para
expresar el deseo de la emancipación
femenina. Los defensores de la
maternidad voluntaria rechazaban la
anticoncepción, argumentando que las
mujeres solo debían practicar el sexo
con fines reproductivos, y recomendaban
la abstinencia periódica o permanente
como método contraceptivo.[93]

Portada de Birth Control Review («Revista del control


de la natalidad») de 1919, publicada por Margaret
S S b lt d l l i l ió S
Sanger. Sobre el tema de la legislación, Sanger
escribió: «Las mujeres piden en vano instrucciones
sobre los métodos anticonceptivos. Los médicos
están deseando practicar abortos cuando son
necesarios, pero se niegan a utilizar métodos
preventivos que harían innecesarios esos abortos
(…) Puedo hacerlo; la ley no lo permite»[94]

A principios del siglo XX, el término


«control de la natalidad» se convirtió en
una alternativa a «familia limitada» o
«maternidad voluntaria».[95][96] El
movimiento de control de la natalidad
defendía la contracepción que permitiera
las relaciones sexuales sin riesgo de
embarazo.[93] Al incidir sobre la palabra
«control», se afirmaba implícitamente
que las mujeres debían tener autoridad
sobre su propia reproducción, en
estrecha consonancia con el movimiento
feminista. Eslóganes como «control
sobre nuestro propio cuerpo» criticaban
el dominio masculino y pedían la
liberación de las mujeres, una
connotación ausente en los movimientos
de planificación familiar, control de la
población y eugenesia.[97] En las décadas
de 1960 y 1970, el movimiento de control
de la natalidad defendió la legalización
del aborto y pidió a los gobiernos
amplias campañas de educación sobre
los anticonceptivos, insistiendo en que
se diera a las mujeres la opción de
elegir.[97]
Los derechos reproductivos, es decir, los
relacionados con la reproducción sexual
y la salud reproductiva,[98] se debatieron
por primera vez como subcategoría de
los derechos humanos en la Conferencia
Internacional sobre Derechos Humanos
de Naciones Unidas en 1968.[99] Los
derechos reproductivos no están
reconocidos en el derecho internacional
de los derechos humanos, y se trata de
una expresión general que puede
referirse a cualquiera de estos derechos:
derecho al aborto legal y seguro, derecho
a controlar las funciones reproductivas
propias, derecho a una sanidad
reproductiva de calidad y derecho a la
educación para poder tomar decisiones
reproductivas libres de coerción,
discriminación y violencia.[100] También
debe entenderse que los derechos
reproductivos incluyen la educación
sexual sobre anticoncepción y
enfermedades de transmisión sexual, el
rechazo a la esterilización forzosa, el
derecho a la contracepción, la protección
contra prácticas como la mutilación
genital femenina y
masculina.[98][99][100][101] Los derechos
reproductivos son derechos tanto de
hombres como de mujeres, pero a
menudo se consideran derechos
femeninos.[99]
El acceso de las mujeres al aborto legal
está restringido por ley en la mayoría de
los países del mundo.[102] Donde el
aborto es legal, en ocasiones el acceso
está limitado. Algunos países siguen
prohibiéndolo en todos los casos, y en
otros se permite únicamente para salvar
la vida de la embarazada o en caso de
violación o incesto.[103] Según Human
Rights Watch, el aborto es un tema
extremadamente sensible, que induce a
encendidos debates. No obstante, el
acceso al aborto seguro es ante todo un
derecho humano. En los países donde se
permite, a nadie se le obliga a abortar.
Donde está prohibido, las mujeres están
obligadas a llevar a término embarazos
no deseados o a sufrir graves daños en
su salud, e incluso la muerte. Alrededor
del 13 % de las muertes maternas del
mundo se atribuyen a abortos en malas
condiciones, entre 68 000 y 78 000
muertes anuales.[103] Según Human
Rights Watch, «la negación a una mujer
embarazada de su derecho a tomar una
decisión independiente sobre el aborto,
viola o supone una amenaza a un amplio
rango de derechos humanos».[104][105] No
obstante, otros grupos como la Iglesia
católica, la derecha cristiana y los judíos
ortodoxos consideran el aborto no como
un derecho, sino como una «maldad
moral».[106]
Naciones Unidas y las
conferencias mundiales sobre
la mujer

En el año 1946,La Organización de las


Naciones Unidas(ONU) estableció la
Comisión de la Condición Jurídica y
Social de la Mujer .[107] La «sección
sobre la situación de la mujeres, división
de Derechos Humanos, departamento de
Asuntos Sociales» en sus orígenes,
ahora forma parte del Consejo
Económico y Social de las Naciones
Unidas (ECOSOC). Desde 1975, Naciones
Unidas ha llevado a cabo una serie de
conferencias sobre temas femeninos,
comenzando con la Conferencia Mundial
del Año Internacional de la Mujer en la
Ciudad de México. Estas conferencias
crearon un foro internacional para los
derechos de la mujer, y además
ilustraron las divisiones entre mujeres de
distintas culturas y las dificultades de
intentar aplicar los principios de forma
universal.[108] Se han celebrado cuatro
conferencias mundiales, la primera en
Ciudad de México (1975), la segunda en
Copenhague (1980), la tercera en Nairobi
(1985) y la cuarta en Pekín (1995). En
esta última se firmó la «Plataforma de
acción», por la que los firmantes se
comprometían a perseguir la igualdad
entre sexos y la potenciación de las
mujeres.[109][110] En 2010 se fundó ONU
Mujeres en la que la Asamblea General
de las Naciones Unidas fusionó la
División para el desarrollo de la mujer, el
Instituto Internacional de Investigación y
Capacitación para la Promoción de la
Mujer, la Oficina del Consejero Especial
sobre temas de género y el Fondo de
Desarrollo de las Naciones Unidas para
la Mujer.

Derecho natural
Los filósofos lusnaturalistas del siglo
XVII, como Thomas Hobbes, Jean-
Jacques Rousseau y John Locke,
desarrollaron la teoría del derecho
natural en referencia a filósofos de la
antigüedad como Aristóteles y el teólogo
cristiano Tomás de Aquino. Como estos
filósofos, los seguidores de la ley natural
del siglo XVII defendían la esclavitud y el
estatus inferior de las mujeres ante la
ley.[111] Basándose en los filósofos de la
Grecia clásica, los filósofos del derecho
natural argumentaban que este derecho
no emanaba de dios, sino que era
«universal, evidente e intuitivo», una ley
que podía encontrarse en la naturaleza.
Creían que el derecho natural era
evidente para el «hombre civilizado» que
vive «en la más alta forma de
sociedad».[112] Los derechos naturales
derivan de la naturaleza humana, un
concepto que estableció por primera vez
el filósofo griego Zenón de Citio en Sobre
la naturaleza humana. Zenón
argumentaba que cada hombre griego
racional y civilizado tenía una «chispa
divina» o «alma» dentro de él que existía
de forma independiente al cuerpo. Zenón
fundó el estoicismo, y la idea de una
naturaleza humana fue adoptada por
otros filósofos griegos, y después por los
seguidores del derecho natural y los
humanistas occidentales.[113] Aristóteles
desarrolló la popular idea de la
racionalidad, argumentando que los
hombres eran «animales racionales», y
como tales, tenían el poder natural del
raciocinio. El concepto de la naturaleza
humana en la antigua Grecia dependía
del sexo, la etnia y otras
particularidades,[114] y los defensores de
la ley natural en el siglo XVII encasillaron
a las mujeres en la misma categoría que
los niños, los esclavos y las personas de
raza diferente a la blanca, es decir, ni
racionales ni civilizadas.[112] Estos
filósofos afirmaban que el estatus
inferior de las mujeres obedecía al
sentido común y era una cuestión de
«naturaleza». Creían que las mujeres no
podían ser tratadas como iguales debido
a su «naturaleza interior».[111] En los
siglos XVIII y XIX, estos puntos de vista
chocaron con la teología natural
evangélica, con filósofos como William
Wilberforce y Charles Spurgeon, que
reivindicaron la abolición de la esclavitud
y la igualdad de derechos entre hombres
y mujeres.[111] Los modernos teóricos de
la ley natural y los defensores de los
derechos naturales afirman que todas las
personas tienen naturaleza humana, con
independencia de su sexo, etnia o
cualquier otra circunstancia, y por tanto,
todas las personas tienen derechos
naturales.[114]

Convención sobre la
eliminación de todas las
formas de discriminación
contra la mujer (CETFDCM)
     Firmado y ratificado
     Adherido
     Estado no reconocido que apoya el tratado
     Sólo firmado
     No firmado

La Declaración Universal de los Derechos


Humanos, aprobada en 1948, consagra
la «igualdad de derechos entre hombres
y mujeres» y trata tanto temas de
igualdad como de justicia.[115] En 1979,
la Asamblea General de Naciones Unidas
adoptó la Convención sobre la
eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer
(CETFDCM) para la implementación legal
de la Declaración sobre la eliminación de
la discriminación contra la mujer.
Descrita como declaración internacional
de derechos para las mujeres, entró en
vigor el 3 de septiembre de 1981. Los
estados miembros de Naciones Unidas
que no han ratificado estaán, Nauru,
Palaos, Somalia, Sudán, Tonga y Estados
Unidos. Niue y la Santa Sede, que no son
miembros de Naciones Unidas, tampoco
la han ratificado.[116]

La convención define la discriminación


contra las mujeres en los siguientes
términos:
Cualquier distinción, exclusión
o restricción basada en el sexo
que tenga por objeto o
resultado menoscabar o anular
el reconocimiento, disfrute o
ejercicio por parte de las
mujeres, sea cual sea su estado
civil, sobre la base de la
igualdad de mujeres y
hombres, de los derechos
humanos y de las libertades
fundamentales en el ámbito
político, económico, social,
cultural, civil o cualquier otro.
También establece el calendario de
acciones para acabar con la
discriminación por motivos de sexo, por
lo que se pide a los estados que han
ratificado la convención que aseguren la
igualdad de sexos en su legislación
nacional, rechacen cualquier enmienda
discriminatoria a sus leyes y promulguen
nuevas leyes que protejan a las mujeres
de la discriminación. También deben
establecer tribunales e instituciones
públicas que garanticen a las mujeres
protección efectiva contra la
discriminación que pudieran ejercer
personas, organizaciones y
empresas.[117]
Resolución 1325 del Consejo
de Seguridad de las Naciones
Unidas

El 31 de octubre de 2000, el Consejo de


Seguridad de las Naciones Unidas
aprobó por unanimidad la Resolución
1325, que exige a todos los estados
miembros que respeten sin fisuras el
Derecho internacional humanitario y el
Derecho internacional de los derechos
humanos aplicable a los derechos y la
protección de mujeres y niñas durante y
después de un conflicto armado.

Protocolo de Maputo
El Protocolo a la Carta Africana de
Derechos Humanos y de los Pueblos,
mejor conocido como el Protocolo de
Maputo, fue adoptado por la Unión
Africana el 11 de julio de 2003 en su
segunda cumbre celebrada en la capital
de Mozambique.[118] Después de ser
ratificado por los 15 países miembros de
la Unión, el protocolo entró en vigor el 25
de noviembre de 2005.[119] El protocolo
garantiza plenos derechos a las mujeres,
entre ellos el derecho a participar en los
procesos políticos, a la igualdad social y
política con los hombres, a controlar su
salud reproductiva y a poner fin a la
mutilación genital femenina.[120]
Violación y violencia sexual

Una joven china rescatada de los «batallones de


confort» del ejército imperial japonés es
entrevistada por un oficial aliado (ver mujeres de
confort)

La violación y la agresión sexual son


relaciones sexuales entre dos o más
personas sin el consentimiento de una
de ellas, y están generalmente
catalogadas como delitos sexuales
graves.
Cuando la violación y la explotación
sexual se convierten en prácticas
extendidas y sistemáticas, se reconocen
como crímenes de lesa humanidad y
como crímenes de guerra. La violación
también se considera hoy una forma de
genocidio cuando se comete con la
intención de destruir, en parte o por
completo, a un determinado grupo.

La violación como elemento


del delito de genocidio

En 1998, el Tribunal Penal Internacional


para Ruanda, establecido por Naciones
Unidas, tomó la decisión histórica de
calificar la violación como delito de
genocidio incluido en el Derecho
internacional. El juicio de Jean Paul
Akayesu, alcalde de la localidad de Taba
(Ruanda), sentó el precedente para
considerar la violación como herramienta
de genocidio. El juicio de Akayesu
constituye la primera interpretación y
aplicación de la Convención para la
Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio por un tribunal internacional.
El jurado sostuvo que la violación –
definida como «invasión física de
naturaleza sexual cometida contra una
persona en circunstancias coercitivas»–
y la agresión sexual constituyen actos de
genocidio cuando se cometen con la
intención de destruir, en parte o por
completo, a un grupo determinado. El
jurado halló pruebas de que las
agresiones sexuales formaban parte
integrante del proceso de destrucción del
grupo étnico tutsi, así como de que las
violaciones eran sistemáticas y se
perpetraban solo contra las mujeres de
dicha etnia, lo que pone de manifiesto la
intención específica exigida para que
estos actos constituyan delito de
genocidio.

La jueza Navanethem Pillay declaró


después del veredicto: «Desde tiempos
inmemoriales, la violación se ha
considerado un botín de guerra. Ahora lo
consideraremos un crimen de guerra.
Queremos enviar una clara señal de que
la violación ya no es un trofeo de
guerra».[121] Se estima que medio millón
de mujeres y niñas fueron violadas
durante el genocidio ruandés de 1994.

La violación y la esclavitud
sexual como crímenes de
nuestra humanidad

En la exposición de motivos del Estatuto


de Roma, que define la jurisdicción de la
Corte Penal Internacional, se reconoce la
violación, la esclavitud sexual, la
prostitución forzada, el embarazo
forzado, la esterilización forzosa o
«cualquier otra forma de violencia sexual
de gravedad comparable» como
crímenes de lesa humanidad, siempre
que la acción forme parte de una
práctica extendida o sistemática.[122][123]
La Declaración y Programa de Acción de
Viena también condena la violación
sistemática, así como el asesinato, la
esclavitud sexual y los embarazos
forzados como «violaciones de los
principios fundamentales de los
derechos humanos internacionales y del
derecho humanitario», y exige una
respuesta particularmente efectiva.[124]

La violación fue reconocida por primera


vez como crimen de lesa humanidad
cuando el Tribunal Penal Internacional
para la ex Yugoslavia (TPIY) emitió
órdenes de arresto amparándose en la
Convención de Ginebra y en las Leyes de
la guerra. Concretamente, se reconoció
que tras la toma de la ciudad de Foca (al
sureste de Bosnia y Herzegovina) en abril
de 1992, numerosas mujeres
musulmanas sufrieron violaciones en
grupo, tortura y esclavitud sexual de
forma extendida y sistemática por parte
de soldados, policías y miembros de
grupos paramilitares serbobosnios.[125]
La acusación tuvo un importante
significado legal, y fue la primera vez que
se investigaron agresiones sexuales con
intención de enjuiciarlas como tortura y
esclavización en el marco de los

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