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Sobre el artículo de Carolina Cuesta

“Hubo un día en que los jóvenes argentinos no supieron más leer


ni escribir”
Lectura y escritura realizada por la profesora María Silvia Lareo

La Profesora Carolina Cuesta propone en el presente artículo el análisis de la problemática con


relación a la lectura y a la escritura que se plantea en el ingreso al nivel universitario; para su
análisis se apoya en tres aspectos: Propósitos de enseñanza, formación de sujetos políticos y
evaluación.

Las polémicas generadas por la situación que se observa en el ingreso al nivel universitario se
centran en torno a las ideas dominantes de cómo debería ser la lectura y la escritura en la
formación de los jóvenes argentinos en época de democracia. En general todos opinan y
consideran que se debe formar lectores críticos y escritores autónomos; estas ideas se vinculan
con los propósitos de Enseñanza y la formación de sujetos políticos. A su vez, estos dos ejes son
evaluados mediante pruebas orales y/o escritas por los docentes de la universidad. Estas pruebas
revelan año a año una serie de falencias consideradas como “discapacidades” respecto al
conocimiento y al manejo de la lengua. Esta actitud, considera la autora, ve a los alumnos como
sujetos “patologizados”.

En relación con la lectura, esta es entendida como una mera decodificación y para subsanar esta
modalidad de leer se propone la teoría de la lectura como proceso de interacción comunicativa
entre el texto y el lector. Desde esta perspectiva el lector es un sujeto activo que construye el
sentido de lo leído mediante la interacción entre el conocimiento del tema, sus intenciones como
lector, formulación de hipótesis, deducciones, interpretación global del texto, etc. Es decir, el
lector apela a sus enciclopedias: cultural, lingüísticas, ideológicas, entre otras.

El problema que la autora plantea aquí es cómo pasar de ese lector pasivo-nulo a este activo y
crítico que se pretende en el ingreso universitario. Refiere a los distintos métodos aplicados a la
enseñanza de la lectura, los cuales no han podido satisfacer esas necesidades académicas.
Generalmente eran procedimientos universales, con pasos rígidos, secuencias, técnicas y
procedimientos para resolver cualquier situación de lectura. Los alumnos que han recorrido las
diferentes etapas educativas llegan a los “ingresos” y son evaluados por expertos que determinan
“lo que está bien” y “cuáles son las incorrecciones en sus lecturas y escrituras”, pero no
especifican desde qué parámetros lo hacen. Se toma como natural la postura universitaria cuando
en realidad hay diversas concepciones con respecto al conocimiento y al lenguaje con el cual se lo
expresa.

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En este punto la autora con la intención de revisar la postura de los estudios superiores, retoma la
posición de Jerome Bruner quien considera que detrás de todo cambio social se suelen encontrar
cambios fundamentales con respecto a las concepciones sobre el conocimiento, el pensamiento y
el aprendizaje; estos según Bruner residen en las maneras lingüísticas con que enunciamos las
realidades sociales. En relación con esto C.C. afirma que la lectura y la escritura son, dentro del
sistema educativo, significados con fines políticos. Por tal razón la autora va más allá y señala que
tanto la lectura y la escritura dirimen los lugares en “la polis”, es decir, determinan quiénes
tendrían derecho o no a ocupar lugares de relevancia en la sociedad. Señalar que un alumno no
sabe leer ni escribir cuando egresa de secundario significa entonces poner en duda su categoría de
ciudadano. “Se trata de pronosticarle un lugar” (p.121)

Desde una perspectiva sociocultural e histórica sobre la realidad social, se justifica que la didáctica
y quienes a ella se dedican tienen la responsabilidad de desnaturalizar y revisar posiciones sobre el
conocimiento y ciertas prácticas de lectura y de escritura que garantizarían la posibilidad o no de
que los alumnos ingresen en distintas carreras universitarias.

Estas posturas didácticas, en cierta forma, recortan no sólo un conocimiento sino un sujeto, una
identidad y aunque parezcan objetivas, siempre traccionan hacia unas ideas y desechan otras.
“Hacer una didáctica es hacer una política del conocimiento en tanto estas disciplinas son de
intervención, y agrego, la intervención nunca es ingenua”. (p. 122)

La autora frente a estas posturas hegemónicas de la educación superior que sostienen prácticas
basadas en la pedagogía y la didáctica de la enseñanza como cirugía, supresión, sustitución,
compensación de insuficiencias, retoma por un lado la postura de Giroux y Mac Laren quienes
proponen escuchar al alumno y atender a sus producciones. Tener una actitud empírica de las
aulas, dejar de lado elucubraciones abstractas y trabajar a partir de “lo que se tiene”. (Ejemplo del
texto “Puzzle” de J. Cortázar). Por otro lado rescata el pensamiento de Bourdieu sobre la cuestión
de los juicios de valor (ver videos), quien afirma que si él fuese ministro recomendaría no hacer
jamás juicios de valor sobre los alumnos, juicios de valor que afectan a la persona, por ejemplo:
“eres un nulo para las matemáticas”. Este autor destaca el carácter discursivo de la enseñanza y su
poder sobre los procesos de auto objetivación en los alumnos.

A partir de estos postulados teóricos la autora se pregunta qué representaciones acerca del
conocimiento, del aprendizaje y de la enseñanza tienen los docentes que hacen tales afirmaciones
sobre los alumnos y que además suponen que aplicando ciertos modelos de enseñanza se
garantiza el éxito educativo. Finalmente propone una revisión de los propósitos de enseñanza, de
las evaluaciones y de las correcciones. Propicia la Enseñanza que reconoce a los sujetos, a las
personas y al carácter político que el conocimiento detenta en la instituciones educativas.

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